Búscate en Mí, búscame en ti

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Fernando Pascual

 

Charles de Foucauld había nacido en Estrasburgo, Francia, el 15 de septiembre de 1858. A los 6 años había quedado huérfano de los dos padres. Su vida se desarrolló en medio de un ambiente no fácil, y pronto la fe quedó ofuscada entre sus sueños de juventud y su carácter inquieto y aventurero.

Se alistó en el ejército en 1876. Dejó luego la vida militar para participar en una expedición en Marruecos en 1882. Gracias a los buenos resultados de la expedición recibió una medalla de oro.

Pero su corazón seguía insatisfecho. Iba a las iglesias y rezaba con palabras sencillas y sinceras: “Dios mío, si existes, haz que te conozca”.

Con la ayuda de un sacerdote emprendió el camino espiritual que le llevaría a Dios. Su conversión fue profunda y sincera: “Tan pronto como creí que había un Dios, me di cuenta de que no podía hacer otra cosa que vivir sólo para Él”.

Después de visitar, como peregrino, la Tierra Santa, ingresó en la Trapa, en un monasterio francés. Se dirigió posteriormente a Siria, y después a Nazaret, donde trabajó durante 3 años como jardinero de un monasterio de clarisas. Quería vivir la máxima pobreza, el máximo abandono, la sencillez absoluta, la obediencia sin límites.

Dios le iba guiando, poco a poco, hacia una misión nada fácil: testimoniar a Cristo entre los más alejados y abandonados. Aceptó la vocación al sacerdocio, y fue ordenado en Francia el 9 de julio de 1901.

La voz del norte de África resonaba en su corazón. Partió hacia las inmensas soledades del desierto del Sahara. Primero se instaló en Beni-Abbés (en el sur de Argelia). Luego, en 1905, fija su morada en Tamanrasset (también en la actual Argelia) para vivir entre las tribus de los Tuareg.

Un sacerdote francés perdido en el desierto, en la inmensidad de las dunas y los oasis, entre pueblos que no conocían a Cristo. ¿Qué había en el corazón de Charles de Foucauld? Podemos atisbar su vida interior a través de los numerosos escritos, cartas y notas personales que nos ha dejado.

En las resoluciones que formula después de un retiro espiritual el año 1902, en Beni-Abbés, podemos leer: “Ver sin cesar a Jesús en mí, haciendo en mí su morada con su Padre... La obediencia es la medida del amor; sed de una obediencia perfecta para tener una obediencia asimismo perfecta... Continuar en mí la vida de Jesús: pensar sus pensamientos, decir sus palabras, hacer sus actos... Que sea Él quien viva en mí... Ser la imagen de Nuestro Señor en su vida oculta; pregonar por mi vida el Evangelio sobre los tejados. «Ven: es necesario que el valor esté a la altura de la voluntad». «Búscate en Mí. Búscame en ti». «Es la hora de amar a Dios». Buscar a Dios solo. Bondad, delicadeza, suavidad... Animo... Humildad”.

Charles de Foucauld llevaba siempre consigo un cuaderno con sus deseos más profundos. En la primera página había escrito: “Vive como si debieras morir mártir hoy. Cuando todo nos falta sobre la tierra, más encontramos lo que ésta puede darnos como mejor: la Cruz. Cuanto más abracemos la Cruz, más nos apretamos estrechamente contra nuestro Esposo Jesús, que en ella está clavado”.

Llegó la hora de ir hacia Dios. Fue una muerte violenta. Para algunos, fue un auténtico martirio. Un grupo de rebeldes asalta el lugar donde vive el misionero. Lo atan mientras se dedican al saqueo. Quien vigila al P. Charles, de repente, le dispara un tiro en la nuca. Era el 1 diciembre 1916.

En el desierto del Sahara un sacerdote enamorado de Cristo derramaba su sangre. En el cielo se abre una puerta: Dios acoge al hijo que soñaba con llevar el Evangelio a los corazones de los hombres y mujeres que no conocían a Jesús, que no han descubierto lo mucho que Dios los ama... 


Carlos de Foucauld
(1858-1916)


Nacido en Nancy, Francia, Carlos fue un militar librepensador y aventurero. En cierta ocasión, tomó la decisión de cambiar el uniforme por el disfraz de judío argelino y, caminando, atravesó la cordillera del Atlas para investigar las costumbres de las tribus del desierto. Su expedición fue un acontecimiento científico, y ganó la medalla de oro de la Sociedad Geográfica. Pero este éxito no fue suficiente para su espíritu. A los 28 años, tuvo una experiencia de conversión y no encontró paz sino hasta que se arrodilló a los pies de un sacerdote para confesarle sus pecados y recibir, por segunda vez en su vida, la Sagrada Eucaristía.

En peregrinación, como penitente, Carlos decidió ir a Tierra Santa y se convirtió en religioso trapense en una abadía siria. Más tarde vivió como ermitaño en Nazaret. Convencido de que podía dar más gloria a Dios como sacerdote, volvió a Francia donde se dedicó a los estudios teológicos y se ordenó en 1901.

Decidió llevar a Africa la Buena Nueva a los salvajes hijos del desierto. En el oasis de Tamanrasset quedó alejado de toda civilización, pero cerca de la tribu de los tuaregs. Cuando se declaró la 1ª Guerra Mundial, los senisssi declararon la guerra santa contra todo cristiano. El 1º de diciembre de 1916 un destacamento de jinetes se presentó ante aquel que sólo había tenido bondades para sus familias, y lo asesinaron disparándole a quemarropa.

Su muerte, aparentemente tan sin sentido, ha dado una gran cosecha. Ahora los discípulos de Carlos de Foucauld trabajan como “Hermanitos y Hermanitas de Jesús” en casi todas las partes pobres del mundo.