Trata
de algunas tentaciones exteriores y representaciones que la hacía el demonio,
1.
Quiero decir, ya que he dicho algunas tentaciones y turbaciones interiores y
secretas que el demonio me causaba (1), otras que hacía casi públicas en que
no se podía ignorar que era él.
2.
Estaba una vez en un oratorio, y aparecióme hacia el lado izquierdo, de
abominable figura; en especial miré la boca, porque me habló, que la tenía
espantable. Parecía le salía una gran llama del cuerpo, que estaba toda clara,
sin sombra. Díjome espantablemente que bien me había librado de sus manos, mas
que él me tornaría a ellas. Yo tuve gran temor y santigüéme como pude, y
desapareció y tornó luego. Por dos veces me acaeció esto. Yo no sabía qué
me hacer. Tenía allí agua bendita y echélo (2) hacia aquella parte, y nunca
más tornó.
3.
Otra vez me estuvo cinco horas atormentando, con tan terribles dolores y
desasosiego interior y exterior, que no me parece se podía ya sufrir. Las que
estaban conmigo estaban espantadas y no sabían qué se hacer ni yo cómo
valerme. Tengo por costumbre, cuando los dolores y mal corporal es muy
intolerable, hacer actos como puedo entre mí, suplicando al Señor, si se sirve
de aquello, que me dé Su Majestad paciencia y me esté yo así hasta el fin del
mundo.
Pues
como esta vez vi el padecer con tanto rigor, remediábame con estos actos para
poderlo llevar, y determinaciones. Quiso el Señor entendiese cómo era el
demonio, porque vi cabe mí un negrillo muy abominable, regañando como
desesperado de que adonde pretendía ganar perdía. Yo, como le vi, reíme, y no
hube miedo, porque había allí algunas conmigo que no se podían valer ni
sabían qué remedio poner a tanto tormento, que eran grandes los golpes que me
hacía dar sin poderme resistir, con cuerpo y cabeza y brazos. Y lo peor era el
desasosiego interior, que de ninguna suerte podía tener sosiego. No osaba pedir
agua bendita por no las poner miedo y porque no entendiesen lo que era.
4.
De muchas veces tengo experiencia que no hay cosa con que huyan más para no
tornar. De la cruz también huyen, mas vuelven. Debe ser grande la virtud del
agua bendita. Para mí es particular y muy conocida consolación que siente mi
alma cuando lo tomo. Es cierto que lo muy ordinario es sentir una recreación
que no sabría yo darla a entender, como un deleite interior que toda el alma me
conforta. Esto no es antojo, ni cosa que me ha acaecido sola una vez, sino muy
muchas, y mirado con gran advertencia. Digamos como si uno estuviese con mucha
calor y sed y bebiese un jarro de agua fría, que parece todo él sintió el
refrigerio. Considero yo qué gran cosa es todo lo que está ordenado por la
Iglesia, y regálame mucho ver que tengan tanta fuerza aquellas palabras, que
así la pongan en el agua, para que sea tan grande la diferencia que hace a lo
que no es bendito (3).
5.
Pues como no cesaba el tormento, dije: si no se riesen, pediría agua bendita.
Trajéronmelo y echáronmelo a mí, y no aprovechaba; echélo hacia donde
estaba, y en un punto se fue (4) y se me quitó todo el mal como si con la mano
me lo quitaran, salvo que quedé cansada como si me hubieran dado muchos palos.
Hízome gran provecho ver que, aun no siendo un alma y cuerpo suyo, cuando el
Señor le da licencia hace tanto mal, ¿qué hará cuando él lo posea por suyo?
Diome de nuevo gana de librarme de tan ruin compañía.
6.
Otra vez poco ha, me acaeció lo mismo, aunque no duró tanto, y yo estaba sola.
Pedí agua bendita, y las que entraron después que ya se habían ido (5) (que
eran dos monjas bien de creer, que por ninguna suerte dijeran mentira), olieron
un olor muy malo, como de piedra azufre. Yo no lo olí. Duró de manera que se
pudo advertir a ello.
Otra
vez estaba en el coro y diome un gran ímpetu de recogimiento. Fuime de allí
porque no lo entendiesen, aunque cerca oyeron todas dar golpes grandes adonde yo
estaba, y yo cabe mí oí hablar como que concertaban algo, aunque no entendí
qué; habla gruesa; mas estaba tan en oración, que no entendí cosa ni hube
ningún miedo. Casi cada vez era cuando el Señor me hacía merced de que por mi
persuasión se aprovechase algún alma.
Y
es cierto que me acaeció lo que ahora diré, y de esto hay muchos testigos, en
especial quien ahora me confiesa (6), que lo vio por escrito en una carta; sin
decirle yo quién era la persona cuya era la carta, bien sabía él quién era.
7.
Vino una persona a mí que había dos años y medio que estaba en un pecado
mortal, de los más abominables que yo he oído, y en todo este tiempo ni le
confesaba ni se enmendaba, y decía misa. Y aunque confesaba otros, éste decía
que cómo le había de confesar, cosa tan fea. Y tenía gran deseo de salir de
él y no se podía valer a sí. A mí hízome gran lástima; y ver que se
ofendía Dios (7) de tal manera, me dio mucha pena. Prometíle de suplicar mucho
a Dios le remediase y hacer que otras personas lo hiciesen, que eran mejores que
yo, y escribía a cierta persona que él me dijo podía dar las cartas (8). Y es
así que a la primera se confesó; que quiso Dios (por las muchas personas muy
santas que lo habían suplicado a Dios, que se lo había yo encomendado) hacer
con esta alma esta misericordia, y yo, aunque miserable, hacía lo que podía
con harto cuidado.
Escribióme
que estaba ya con tanta mejoría, que había (9) días que no caía en él; mas
que era tan grande el tormento que le daba la tentación, que parecía estaba en
el infierno, según lo que padecía; que le encomendase a Dios. Yo lo torné a
encomendar a mis Hermanas, por cuyas oraciones debía el Señor hacerme esta
merced, que lo tomaron muy a pechos. Era persona que no podía nadie atinar en
quién era. Yo supliqué a Su Majestad se aplacasen aquellos tormentos y
tentaciones, y se viniesen aquellos demonios a atormentarme a mí, con que yo no
ofendiese (10) en nada al Señor. Es así que pasé un mes de grandísimos
tormentos. Entonces eran estas dos cosas que he dicho (11).
8.
Fue el Señor servido que le dejaron a él. Así me lo escribieron, porque yo le
dije lo que pasaba en este mes. Tomó fuerza su alma y quedó del todo libre,
que no se hartaba de dar gracias al Señor y a mí, como si yo hubiera hecho
algo, sino que ya el crédito que tenía de que el Señor me hacía mercedes le
aprovechaba. Decía que cuando se veía muy apretado, leía mis cartas y se le
quitaba la tentación, y estaba muy espantado de lo que yo había padecido y
cómo se había librado él. Y aun yo me espanté y lo sufriera otros muchos
años por ver aquel alma libre. Sea alabado por todo, que mucho puede la
oración de los que sirven al Señor, como yo creo lo hacen en esta casa (12)
estas hermanas; sino que, como yo lo procuraba, debían los demonios indignarse
más conmigo, y el Señor por mis pecados lo permitía.
9.
En este tiempo también una noche pensé me ahogaban; y como echaron mucha agua
bendita, vi ir mucha multitud de ellos, como quien se va desempeñando. Son
tantas veces las que estos malditos me atormentan y tan poco el miedo que yo ya
los he, con ver que no se pueden menear si el Señor no les da licencia, que
cansaría a vuestra merced y me cansaría si las dijese.
10.
Lo dicho aproveche de que (13) el verdadero siervo de Dios se le dé poco de
estos espantajos que éstos ponen para hacer temer. Sepan que, a cada vez que se
nos da poco de ellos, quedan con menos fuerza y el alma muy más señora.
Siempre queda algún gran provecho, que por no alargar no lo digo.
Sólo
diré esto que me acaeció una noche de las ánimas: (14) estando en un
oratorio, habiendo rezado un nocturno (15) y diciendo unas oraciones muy devotas
que están al fin de él muy devotas (16) que tenemos en nuestro rezado, se me
puso sobre el libro para que no acabase la oración. Yo me santigüé, y fuese.
Tornando a comenzar, tornóse. Creo fueron tres veces las que la comencé y,
hasta que eché agua bendita, no pude acabar. Vi que salieron algunas almas del
purgatorio en el instante, que debía faltarlas poco, y pensé si pretendía
estorbar esto.
Pocas
veces le he visto tomando forma y muchas sin ninguna forma, como la visión que
sin forma se ve claro está allí, como he dicho (17).
11.
Quiero también decir esto, porque me espantó mucho: estando un día de la
Trinidad en cierto monasterio en el coro y en arrobamiento, vi una gran
contienda de demonios contra ángeles. Yo no podía entender qué querría decir
aquella visión. Antes de quince días se entendió bien en cierta contienda que
acaeció entre gente de oración y muchos que no lo eran, y vino harto daño a
la casa que era; fue contienda que duró mucho y de harto desasosiego.
Otras
veces veía mucha multitud de ellos en rededor de mí, y parecíame estar una
gran claridad que me cercaba toda, y ésta no les consentía llegar a mí (18).
Entendí que me guardaba Dios, para que no llegasen a mí de manera que me
hiciesen ofenderle. En lo que he visto en mí algunas veces, entendí que era
verdadera visión.
El
caso es que ya tengo tan entendido su poco poder, si yo no soy contra Dios, que
casi ningún temor los tengo. Porque no son nada sus fuerzas, si no ven almas
rendidas a ellos y cobardes, que aquí muestran ellos su poder (19).
Algunas
veces, en las tentaciones que ya dije (20), me parecía que todas las vanidades
y flaquezas de tiempos pasados tornaban a despertar en mí, que tenía bien que
encomendarme a Dios. Luego era el tormento de parecerme que, pues me venían
aquellos pensamientos, que debía de ser todo demonio, hasta que me sosegaba el
confesor. Porque aun primer movimiento de mal pensamiento me parecía a mí no
había de tener quien tantas mercedes recibía del Señor.
12.
Otras veces me atormentaba mucho y aún ahora me atormenta ver que se hace mucho
caso de mí, en especial personas principales, y de que decían mucho bien. En
esto he pasado y paso mucho. Miro luego a la vida de Cristo y de los santos, y
paréceme que voy al revés, que ellos no iban sino por desprecio e injurias.
Háceme andar temerosa y como que no oso alzar la cabeza ni querría parecer
(21), lo que no hago cuando tengo persecuciones. Anda el ánima tan señora,
aunque el cuerpo lo siente, y por otra parte ando afligida, que yo no sé cómo
esto puede ser; mas pasa así, que entonces parece está el alma en su reino y
que lo trae todo debajo de los pies.
Dábame
algunas veces (22) y duróme hartos días, y parecía era virtud y humildad por
una parte, y ahora veo claro que era tentación. Un fraile dominico, gran
letrado, me lo declaró bien. Cuando pensaba que estas mercedes que el Señor me
hace se habían de venir a saber en público, era tan excesivo el tormento, que
me inquietaba mucho el ánima. Vino a términos que, considerándolo, de mejor
gana me parece me determinaba a que me enterraran viva que por esto. Y así,
cuando me comenzaron estos grandes recogimientos o arrobamientos a no poder
resistirlos aun en público, quedaba yo después tan corrida, que no quisiera
parecer adonde nadie me viera.
13.
Estando una vez muy fatigada de esto, me dijo el Señor, que qué temía; que en
esto no podía, sino haber dos cosas: o que murmurasen de mí, o alabarle a El;
(23) dando a entender que los que lo creían, le alabarían, y los que no, era
condenarme sin culpa, y que entrambas cosas eran ganancia para mí; que no me
fatigase. Mucho me sosegó esto, y me consuela cuando se me acuerda.
Vino
a términos la tentación, que me quería ir de este lugar (24) y dotar en otro
monasterio muy más encerrado que en el que yo al presente estaba, que había
oído decir muchos extremos de él. Era también de mi Orden (25), y muy lejos,
que eso es lo que a mí me consolara, estar adonde no me conocieran; y nunca mi
confesor me dejó.
14.
Mucho me quitaban la libertad (26) del espíritu estos temores, que después
vine yo a entender no era buena humildad, pues tanto inquietaba, y me enseñó
el Señor esta verdad: que yo tan determinada y cierta estuviera que no era
ninguna cosa buena mía, sino de Dios, que así como no me pesaba de oír loar a
otras personas, antes me holgaba y consolaba mucho de ver que allí se mostraba
Dios, que tampoco me pesaría mostrase en mí sus obras.
15.
También di en otro extremo, que fue suplicar a Dios y hacía oración
particular que cuando a alguna persona le pareciese algo bien en mí, que Su
Majestad le declarase mis pecados, para que viese cuán sin mérito mío me
hacía mercedes, que esto deseo yo siempre mucho. Mi confesor me dijo que no lo
hiciese. Mas hasta ahora poco ha, si veía yo que una persona pensaba de mí
bien mucho, por rodeos o como podía le daba a entender mis pecados, y con esto
parece descansaba. También me han puesto mucho escrúpulo en esto.
16.
Procedía esto no de humildad, a mi parecer, sino de una tentación venían
muchas. Parecíame que a todos los traía engañados y, aunque es verdad que
andan engañados en pensar que hay algún bien en mí, no era mi deseo
engañarlos, ni jamás tal pretendí, sino que el Señor por algún fin lo
permite; y así, aun con los confesores, si no viera era necesario, no tratara
ninguna cosa, que se me hiciera gran escrúpulo.
Todos
estos temorcillos y penas y sombra de humildad entiendo yo ahora era harta
imperfección, y de no estar mortificada; porque un alma dejada en las manos de
Dios no se le da más que digan bien que mal, si ella entiende bien bien
entendido como el Señor quiere hacerle merced que lo entienda que no tiene nada
de sí. Fíese de quien se lo da, que sabrá por qué lo descubre, y aparéjese
a la persecución, que está cierta en los tiempos de ahora, cuando de alguna
persona quiere el Señor se entienda que la hace semejantes mercedes; porque hay
mil ojos para un alma de éstas, adonde para mil almas de otra hechura no hay
ninguno (27).
17.
A la verdad, no hay poca razón de temer, y éste debía ser mi temor, y no
humildad, sino pusilanimidad. Porque bien se puede aparejar un alma que así
permite Dios que ande en los ojos del mundo, a ser mártir del mundo, porque si
ella no se quiere morir a él, el mismo mundo los matará (28). No veo, cierto,
otra cosa en él que bien me parezca, sino no consentir faltas en los buenos que
a poder de murmuraciones no las perfeccione. Digo que es menester más ánimo
para, si uno no está perfecto, llevar camino de perfección, que para ser de
presto mártires. Porque la perfección no se alcanza en breve, si no es a quien
el Señor quiere por particular privilegio hacerle esta merced. El mundo, en
viéndole comenzar, le quiere perfecto y de mil lenguas le entiende una falta
que por ventura en él es virtud, y quien le condena usa de aquello mismo por
vicio y así lo juzga en el otro. No ha de haber comer ni dormir ni, como dicen,
resolgar; y mientras en más le tienen, más deben olvidar que aún se están en
el cuerpo, por perfecta que tengan el alma. Viven aún en la tierra sujetos a
sus miserias, aunque más la tengan debajo de los pies. Y así, como digo, es
menester gran ánimo, porque la pobre alma aún no ha comenzado a andar, y
quiérenla que vuele. Aún no tiene vencidas las pasiones, y quieren que en
grandes ocasiones estén tan enteras (29) como ellos leen estaban los santos
después de confirmados en gracia (30).
Es
para alabar al Señor lo que en esto pasa, y aun para lastimar mucho el
corazón; porque muy muchas almas tornan atrás, que no saben las pobrecitas
valerse. Y así creo hiciera la mía, si el Señor tan misericordiosamente no lo
hiciera todo de su parte; y hasta que por su bondad lo puso todo, ya verá
vuestra merced que no ha habido en mí sino caer y levantar.
18.
Querría saberlo decir, porque creo se engañan aquí muchas almas que quieren
volar antes que Dios les dé alas. Ya creo he dicho otra vez esta comparación
(31), mas viene bien aquí. Trataré esto, porque veo a algunas almas muy
afligidas por esta causa: como comienzan con grandes deseos y hervor y
determinación de ir adelante en la virtud, y algunas cuanto a lo exterior todo
lo dejan por El, como ven en otras personas, que son más crecidas (32), cosas
muy grandes de virtudes que les da el Señor, que no nos la podemos nosotros
tomar, ven en todos los libros que están escritos de oración y contemplación
poner cosas que hemos de hacer para subir a esta dignidad, que ellos no las
pueden luego acabar consigo, desconsuélanse. Como es: un no se nos dar nada que
digan mal de nosotros, antes tener mayor contento que cuando dicen bien; una
poca estima de honra; un desasimiento de sus deudos, que, si no tienen oración,
no los querría tratar, antes le cansan; otras cosas de esta manera muchas, que,
a mi parecer, las ha de dar Dios, porque me parece son ya bienes sobrenaturales
o contra nuestra natural inclinación.
No
se fatiguen; esperen en el Señor, que lo que ahora tienen en deseos Su Majestad
hará que lleguen a tenerlo por obra, con oración y haciendo de su parte lo que
es en sí; porque es muy necesario para este nuestro flaco natural tener gran
confianza y no desmayar, ni pensar que, si nos esforzamos, dejaremos de salir
con victoria (33).
19.
Y porque tengo mucha experiencia de esto, diré algo para aviso de vuestra
merced (34). No piense, aunque le parezca que sí, que está ya ganada la
virtud, si no la experimenta con su contrario (35). Y siempre hemos de estar
sospechosos y no descuidarnos mientras vivimos; porque mucho se nos pega luego,
si como digo no está ya dada del todo la gracia para conocer lo que es todo, y
en esta vida nunca hay todo sin muchos peligros (36).
Parecíame
a mí, pocos años ha, que no sólo no estaba asida a mis deudos, sino que me
cansaban. Y era cierto así, que su conversación no podía llevar. Ofrecióse
cierto negocio de harta importancia, y hube de estar con una hermana mía (37) a
quien yo quería muy mucho antes y, puesto que en la conversación, aunque ella
es mejor que yo, no me hacía con ella (38) (porque como tiene diferente estado,
que es casada, no puede ser la conversación siempre en lo que yo la querría, y
lo más que podía me estaba sola), vi que me daban pena sus penas más harto
que de prójimo, y algún cuidado. En fin, entendí de mí que no estaba tan
libre como yo pensaba, y que aún había menester huir la ocasión, para que
esta virtud que el Señor me había comenzado a dar fuese en crecimiento, y así
con su favor lo he procurado hacer siempre después acá (39).
20.
En mucho se ha de tener una virtud cuando el Señor la comienza a dar, y en
ninguna manera ponernos en peligro de perderla. Así es en cosas de honra y en
otras muchas; que crea vuestra merced que no todos los que pensamos estamos
desasidos del todo, lo están (40), y es menester nunca descuidar en esto; y
cualquiera persona que sienta en sí algún punto de honra, si quiere
aprovechar, créame y dé tras este atamiento, que es una cadena que no hay lima
que la quiebre, si no es Dios con oración y hacer mucho de nuestra parte.
Paréceme que es una ligadura para este camino, que yo me espanto el daño que
hace.
Veo
a algunas personas santas en sus obras, que las hacen tan grandes que espantan
las gentes. ¡Válgame Dios! ¿Por qué está aún en la tierra esta alma?
¿Cómo no está en la cumbre de la perfección? ¿Qué es esto? ¿Quién
detiene a quien tanto hace por Dios? (41) ¡Oh, que tiene un punto de honra...!
Y lo peor que tiene es que no quiere entender que le tiene, y es porque algunas
veces le hace entender el demonio que es obligado a tenerle.
21.
Pues créanme, crean por amor del Señor a esta hormiguilla que el Señor quiere
que hable, que si no quitan esta oruga, que ya que a todo el árbol no dañe
(porque algunas otras virtudes quedarán, mas todas carcomidas), no es árbol
hermoso, sino que él no medra, ni aun deja medrar a los que andan cabe él.
Porque la fruta que da de buen ejemplo no es nada sana; poco durará.
Muchas
veces lo digo: (42) que por poco que sea el punto de honra, es como en el canto
de órgano, que un punto o compás que se yerre, disuena toda la música. Y es
cosa que en todas partes hace harto daño al alma, mas en este camino de
oración es pestilencia (43).
22.
Andas procurando juntarte con Dios por unión, y queremos seguir sus consejos de
Cristo, cargado de injurias y testimonios, ¿y queremos muy entera nuestra honra
y crédito? No es posible llegar allá, que no van por un camino. Llega el
Señor al alma, esforzándonos nosotros y procurando perder de nuestro derecho
en muchas cosas.
Dirán
algunos: "no tengo en qué ni se me ofrece". Yo creo que a quien
tuviere esta determinación, que no querrá el Señor pierda tanto bien. Su
Majestad ordenará tantas cosas en que gane esta virtud que no quiera tantas.
Manos a la obra.
23.
Quiero decir las naderías y poquedades que yo hacía cuando comencé, o alguna
de ellas: las pajitas que tengo dichas (44) pongo en el fuego, que no soy yo
para más. Todo lo recibe el Señor. Sea bendito por siempre.
Entre
mis faltas tenía ésta: que sabía poco del rezado (45) y de lo que había de
hacer en el coro y cómo lo regir, de puro descuidada y metida en otras
vanidades, y veía a otras novicias que me podían enseñar. Acaecíame no les
preguntar, porque no entendiesen yo sabía poco. Luego se pone delante el buen
ejemplo. Esto es muy ordinario. Ya que Dios me abrió un poco los ojos, aun
sabiéndolo, tantito (46) que estaba en duda, lo preguntaba a las niñas (47).
Ni perdí honra ni crédito; antes quiso el Señor, a mi parecer, darme después
más memoria.
Sabía
mal cantar. Sentía tanto si no tenía estudiando lo que me encomendaban (y no
por el hacer falta delante del Señor, que esto fuera virtud, sino por las
muchas que me oían), que de puro honrosa (48) me turbaba tanto, que decía muy
menos de lo que sabía. Tomé después por mí, cuando no lo sabía muy bien,
decir que no lo sabía. Sentía harto a los principios, y después gustaba de
ello. Y es así que como comencé a no se me dar nada de que se entendiese no lo
sabía, que lo decía muy mejor, y que la negra honra (49) me quitaba supiese
hacer esto que yo tenía por honra, que cada uno la pone en lo que quiere.
24.
Con estas naderías, que no son nada y harto nada soy yo, pues esto me daba pena
de poco en poco se van haciendo con actos (50). Y cosas poquitas como éstas,
que en ser hechas por Dios les da Su Majestad tomo (51), ayuda Su Majestad para
cosas mayores. Y así en cosas de humildad me acaecía que, de ver que todas
aprovechaban sino yo (52) porque nunca fui para nada de que se iban del coro,
coger todos los mantos; parecíame servía a aquellos ángeles que allí
alababan a Dios. Hasta que, no sé cómo, vinieron a entenderlo, que no me
corrí yo poco; porque no llegaba mi virtud a querer que entendiesen estas
cosas, y no debía ser por humilde, sino porque no se riesen de mí, como eran
tan nonada.
25.
¡Oh Señor mío!, ¡qué vergüenza es ver tantas maldades, y contar unas
arenitas, que aun no las levantaba de la tierra por vuestro servicio, sino que
todo iba envuelto en mil miserias! No manaba aún el agua, debajo de estas
arenas, de vuestra gracia, para que las hiciese levantar (53).
¡Oh
Criador mío, quién tuviera alguna cosa que contar, entre tantos males, que
fuera de tomo, pues cuento las grandes mercedes que he recibido de Vos! Es así,
Señor mío, que no sé cómo puede sufrirlo mi corazón, ni cómo podrá quien
esto leyere dejarme de aborrecer, viendo tan mal servidas tan grandísimas
mercedes, y que no he vergüenza de contar estos servicios, en fin, como míos.
Sí tengo (54), Señor mío; mas el no tener otra cosa que contar de mi parte me
hace decir tan bajos principios, para que tenga esperanza quien los hiciere
grandes, que, pues éstos parece ha tomado el Señor en cuenta, los tomará
mejor (55). Plega a Su Majestad me dé gracia para que no esté siempre en
principios. Amén.
NOTAS
CAPÍTULO 31
El
cuadro de "tentaciones y trabajos interiores" del capítulo anterior
se completa ahora con dos pinceladas más: "las tentaciones
exteriores" de origen diabólico (un sartal de episodios), y las
tentaciones de falsa humildad, motivadas por la excesiva estima ajena de sus
gracias místicas.
1
Son las referidas en el capítulo anterior: 30, 9 ss.
2
Echélo: el agua (masculino, como en los nn. 4 y 5: trajéronmelo, echáronmelo).
3
Es decir: la diferencia que hay entre el agua bendita y la no bendita. - Una de
las compañeras de la Santa, Ana de Jesús, cuenta en el proceso de
beatificación: "Nunca quería que caminásemos sin ella (sin agua
bendita). Y por la pena que le daba si alguna vez se nos olvidaba, llevábamos
calabacillas de ella colgadas a la cinta, y siempre quería la pusiéramos una
en la suya, diciéndonos: 'no saben ellas el refrigerio que se siente teniendo
agua bendita; que es un gran bien gozar tan fácilmente de la sangre de Cristo'.
Y cuantas veces comenzábamos por el camino a rezar el Oficio Divino, nos lo
hacía tomar" (BMC, 18, p. 465).
4
Se fue el demonio.
5
Se habían ido los demonios.
6
Quien ahora me confiesa: probablemente, el P. Domingo Báñez (escribe en 1565).
7
Otra lectura posible: "se ofendía a Dios". Frecuentemente la Santa
elide la doble "a". Seguimos la lectura de fray Luis (p. 379).
8
Es decir, la Santa la escribía por medio de un tercero. - A continuación: a la
primera carta se confesó.
r9
Había: en el autógrafo "vía" (= bía). En el habla popular, aún
hoy se usa "ber" por "haber". Fray Luis trascribió:
"avía" (p. 379).
10
Con que yo no ofendiese: con tal de que, a condición de... (cf. n. 9).
11
Los dos episodios referidos en el n. 6.
12
Esta casa: San José de Avila.
13
Aproveche de que: para que...
14
Noche de las ánimas: del 1 al 2 de noviembre.
15
Un nocturno: una de las partes del oficio de maitines, que solía rezarse de
noche.
16
Muy devotas: un corrector tachó estas dos palabras. La Santa repite, por
distracción, toda la frase. Fray Luis omitió lo tachado (p. 381). - Nuestro
rezado: alude al breviario propio de la Orden del Carmen, por el que ella rezaba
el Oficio Divino.
17
De nuevo alude a la visión referida en el c. 27, 2.
18
Por distracción (como en el n. 10 nota 16), la Santa repitió las dos frases
que preceden, con una ligera variante: "parecíame estaba... a mí".
Seguimos la lectura de fray Luis (p. 382).
19
Al margen del autógrafo escribió el P. Báñez: "San Gregorio en los
Morales dice de el demonio que es hormiga y león: viene a este propósito
bien". La afirmación de San Gregorio se halla en el libro V, c. 20 de los
Morales (P.L., 75, 700-701), en el comentario al c. 4, v. 11 del libro de Job:
"murió el tigre por no tener presa", comentado por el Santo Doctor
según la versión de los Setenta, en que se lee: "murió la hormigaleón,
por no tener presa". La hormigaleón es el diablo. - Recuérdese que la
Santa había leído Los Morales en su juventud (cf. c. 5, 8).
20
Lo ha dicho en los nn. 1 y ss., y en el c. 30, 9 y ss.
21
Parecer: hacer acto de presencia (como al final de este número).
22
El sujeto de la frase está implícito en el último miembro: "Dábame
algunas veces... esta tentación: cuando pensaba que...
23
Recordará esa consigna en Moradas sextas, 4, 16.
24
Avila, monasterio de la Encarnación.
25
De mi Orden: de carmelitas. Nótese que sigue manteniendo el anonimato. - El
monasterio aludido por la Santa era probablemente el de la Encarnación de
Valencia, que gozaba fama de "muy encerrado". Había sido fundado en
1502 por el maestro Mercader.
26
Por descuido de pluma escribió: quitaba, que falsearía el sentido de la frase.
Ya fray Luis editó en plural (p. 385).
27
Nueva alusión dolorida al ambiente de sospecha que por aquellas fechas
("los tiempos de ahora") cundía contra místicos y espirituales.
28
Los matará: cambio de sujeto, por "las" o "la" (alma/s).
Fray Luis: "las matará" (p. 387).
29
Tan enteras: las almas.
30
Confirmados en gracia: expresión teológica, que indica la situación
especialísima de algunos cristianos privilegiados, para preservarlos de
ulteriores pecados.
31
Comparación utilizada argumentalmente en el c. 22, 13; pero muy presente a lo
largo del libro en la imagen de la "avecita que tiene pelo malo" (13,
2; y 20, 22), o en la mariposica de la memoria a la que se le queman las alas
(18, 14), o la "avecita" del alma puesta por el Señor en el nido (18,
9), el ave fénix (39, 23), o la paloma y el palomar (14, 3; 20, 24; 38,
10.12...).
32
Más crecidas en perfección.
33
El sentido es: "y pensar que si nos esforzamos no dejaremos de salir con la
victoria".
34
De nuevo abre el diálogo con el P. García de Toledo.
35
Si no lo experimenta con su contrario: no lo pone a prueba en ocasiones
contrarias. Es reminiscencia de la moral escolástica y del viejo axioma
"contraria contrariis curantur".
36
El sentido de la última frase: "nada" (importante) hay jamás sin
muchos peligros". En ese juego de palabras, "nunca / todo"
equivale a "jamás / nada".
37
Una hermana mía: era Doña Juana de Ahumada, su hermana menor, casada con Juan
de Ovalle. Los dos hubieron de venir a Avila para ayudar a la Santa en la
fundación del Carmelo de San José (1562): cf. 33, 11; 36, 3.
38
No me hacía con ella: no congeniaba, no me hallaba con...
39
Siempre después acá: desde entonces hasta ahora.
40
Lo están: lo estamos. Cambio brusco de sujeto.
41
¿Quién detiene a quien tanto hace por Dios?. - Lo añadió la Santa en el
margen superior del folio. - Lo que ella entiende por "punto de honra"
puede verse en Camino cc. 12 y 36, 3...
42
Muchas veces lo digo: probable alusión a sus conversaciones con los
destinatarios del libro.
43
Es pestilencia: es un mal mortífero. En sentido figurado. Especie de anatema en
la pluma de la Santa: cf. 25, 21; y Camino 4, 7-8-
44
Usó esa figura en el c. 30, 20.
45
Sabía poco del rezado: de las rúbricas y ceremonias del rezo coral del Oficio
litúrgico.
46
Tantito: poco, poquito. El sentido es: "por porquito que estuviese en
duda..."
47
Las niñas: las monjas jóvenes.
48
De puro honrosa: pundonorosa, víctima del punto de honra. Cf. c. 3, 7.
49
La negra honra: malhadada o maldita honra. Cf. c. 20, 27.
50
Se van haciendo con actos: se van habituando a hacer actos de virtudes. Está
implícita la alusión a la teoría escolástica de hábitos y actos. Otros
editores transcriben: "se va haciendo conatos", vocablo éste
inusitado en los escritos de la Santa.
51
Les da S.M. tomo: les da valor.
52
Todas aprovechaban sino yo: menos yo. - De que se iban del coro: una vez que se
iban...
53
Hipérbaton difícil. En orden: "no manaba aún el agua de vuestra gracia
debajo de estas arenas...". La imagen de la fuente y las arenitas ya
apareció en el c. 30, 19.
54
Sí tengo: se sobreentiende "vergüenza". "Sí me avergüenzo,
Señor mío".
55
Es decir: "pues estos bajos principios ha tomado el Señor en cuenta, mejor
(= más en cuenta) se los tomará a quien los hiciere grandes".
CAPÍTULO
32.
*
En
que trata cómo quiso el Señor ponerla en espíritu en un lugar del infierno
que tenía por
1.
Después de mucho tiempo que el Señor me había hecho ya muchas de las mercedes
que he dicho (2) y otras muy grandes, estando un día en oración me hallé en
un punto toda, sin saber cómo, que me parecía estar metida en el infierno.
Entendí que quería el Señor que viese el lugar que los demonios allá me
tenían aparejado, y yo merecido por mis pecados. Ello fue en brevísimo
espacio, mas aunque yo viviese muchos años, me parece imposible olvidárseme.
Parecíame
la entrada a manera de un callejón muy largo y estrecho, a manera de horno muy
bajo y oscuro y angosto. El suelo me pareció de un agua como lodo muy sucio y
de pestilencial olor, y muchas sabandijas malas en él. Al cabo estaba una
concavidad metida en una pared, a manera de una alacena, adonde me vi meter en
mucho estrecho (3).
Todo
esto era deleitoso a la vista en comparación de lo que allí sentí. Esto que
he dicho va mal encarecido.
2.
Estotro (4) me parece que aun principio de encarecerse como es no le puede
haber, ni se puede entender; mas sentí un fuego en el alma, que yo no puedo
entender cómo poder decir de la manera que es. Los dolores corporales tan
incomportables (5), que, con haberlos pasado en esta vida gravísimos y, según
dicen los médicos, los mayores que se pueden acá pasar (porque fue
encogérseme todos los nervios cuando me tullí, sin otros muchos de muchas
maneras que he tenido, y aun algunos, como he dicho (6), causados del demonio),
no es todo nada en comparación de lo que allí sentí, y ver que habían de ser
sin fin y sin jamás cesar.
Esto
no es, pues, nada en comparación del agonizar del alma: un apretamiento, un
ahogamiento, una aflicción tan sentible (7) y con tan desesperado y afligido
descontento, que yo no sé cómo lo encarecer. Porque decir que es un estarse
siempre arrancando el alma, es poco, porque aun parece que otro os acaba la
vida; mas aquí el alma misma es la que se despedaza.
El
caso es que yo no sé cómo encarezca aquel fuego interior y aquel
desesperamiento, sobre tan gravísimos tormentos y dolores. No veía yo quién
me los daba, mas sentíame quemar y desmenuzar, a lo que me parece. Y digo que
aquel fuego y desesperación interior es lo peor.
3.
Estando en tan pestilencial lugar, tan sin poder esperar consuelo, no hay
sentarse ni echarse (8), ni hay lugar, aunque me pusieron en éste como agujero
hecho en la pared. Porque estas paredes, que son espantosas a la vista, aprietan
ellas mismas, y todo ahoga. No hay luz, sino todo tinieblas oscurísimas. Yo no
entiendo cómo puede ser esto, que con no haber luz, lo que a la vista ha de dar
pena todo se ve.
No
quiso el Señor entonces viese más de todo el infierno. Después he visto otra
visión de cosas espantosas, de algunos vicios el castigo. Cuanto a la vista,
muy más espantosos me parecieron, mas como no sentía la pena, no me hicieron
tanto temor; que en esta visión quiso el Señor que verdaderamente yo sintiese
aquellos tormentos y aflicción en el espíritu, como si el cuerpo lo estuviera
padeciendo.
Yo
no sé cómo ello fue, mas bien entendí ser gran merced y que quiso el Señor
yo viese por vista de ojos de dónde me había librado su misericordia. Porque
no es nada oírlo decir, ni haber yo otras veces pensado en diferentes tormentos
(aunque pocas, que por temor no se llevaba bien mi alma), ni que los demonios
atenazan, ni otros diferentes tormentos que he leído, no es nada con esta pena
(9), porque es otra cosa. En fin como de dibujo a la verdad, y el quemarse acá
es muy poco en comparación de este fuego de allá.
4.
Yo quedé tan espantada, y aún lo estoy ahora escribiéndolo, con que ha casi
seis años (10), y es así que me parece el calor natural me falta de temor
aquí adonde estoy. Y así no me acuerdo vez que tengo trabajo ni dolores, que
no me parece nonada todo lo que acá se puede pasar, y así me parece en parte
que nos quejamos sin propósito. Y así torno a decir que fue una de las mayores
mercedes que el Señor me ha hecho, porque me ha aprovechado muy mucho, así
para perder el miedo a las tribulaciones y contradicciones de esta vida, como
para esforzarme a padecerlas y dar gracias al Señor que me libró, a lo que
ahora me parece, de males tan perpetuos y terribles.
5.
Después acá, como digo, todo me parece fácil en comparación de un momento
que se haya de sufrir lo que yo en él allí padecí. Espántame cómo habiendo
leído muchas veces libros adonde se da algo a entender las penas del infierno,
cómo no las temía ni tenía en lo que son. ¿Adónde estaba? ¿Cómo me podía
dar cosa descanso de lo que me acarreaba ir a tan mal lugar? ¡Seáis bendito,
Dios mío, por siempre! Y ¡cómo se ha parecido (11) que me queríais Vos mucho
más a mí que yo me quiero! ¡Qué de veces, Señor, me librasteis de cárcel
tan tenebrosa, y cómo me tornaba yo a meter en ella contra vuestra voluntad!
6.
De aquí también gané la grandísima pena que me da las muchas almas que se
condenan (de estos luteranos en especial (12), porque eran ya por el bautismo
miembros de la Iglesia), y los ímpetus grandes de aprovechar almas, que me
parece, cierto, a mí que, por librar una sola de tan gravísimos tormentos,
pasaría yo muchas muertes muy de buena gana. Miro que, si vemos acá una
persona que bien queremos, en especial con un gran trabajo o dolor, parece que
nuestro mismo natural nos convida a compasión y, si es grande, nos aprieta a
nosotros. Pues ver a un alma para sin fin en el sumo trabajo de los trabajos,
¿quién lo ha de poder sufrir? No hay corazón que lo lleve sin gran pena (13).
Pues acá con saber que, en fin, se acabará con la vida y que ya tiene
término, aun nos mueve a tanta compasión, estotro que no le tiene no sé cómo
podemos sosegar viendo tantas almas como lleva cada día el demonio consigo.
7.
Esto también me hace desear que, en cosa que tanto importa, no nos contentemos
con menos de hacer todo lo que pudiéremos de nuestra parte. No dejemos nada, y
plega al Señor sea servido de darnos gracia para ello.
Cuando
yo considero que, aunque era tan malísima, traía algún cuidado de servir a
Dios y no hacía algunas cosas que veo que, como quien no hace nada, se las
tragan en el mundo y, en fin, pasaba grandes enfermedades y con mucha paciencia,
que me la daba el Señor; no era inclinada a murmurar, ni a decir mal de nadie,
ni me parece podía querer mal a nadie, ni era codiciosa, ni envidia jamás me
acuerdo tener de manera que fuese ofensa grave del Señor, y otras algunas
cosas, que, aunque era tan ruin, traía temor de Dios lo más continuo; y (14)
veo adonde me tenían ya los demonios aposentada, y es verdad que, según mis
culpas, aun me parece merecía más castigo. Mas, con todo, digo que era
terrible tormento, y que es peligrosa cosa contentarnos, ni traer sosiego ni
contento el alma que anda cayendo a cada paso en pecado mortal; sino que por
amor de Dios nos quitemos de las ocasiones, que el Señor nos ayudará como ha
hecho a mí. Plega a Su Majestad que no me deje de su mano para que yo torne a
caer, que ya tengo visto adónde he de ir a parar. No lo permita el Señor, por
quien Su Majestad es, amén.
8.
Andando yo, después de haber visto esto y otras grandes cosas y secretos que el
Señor, por quien es, me quiso mostrar de la gloria que se dará a los buenos y
pena a los malos, deseando modo y manera en que pudiese hacer penitencia de
tanto mal y merecer algo para ganar tanto bien, deseaba huir de gentes y acabar
ya de en todo en todo (15) apartarme del mundo. No sosegaba mi espíritu, mas no
desasosiego inquieto, sino sabroso. Bien se veía que era de Dios, y que le
había dado Su Majestad al alma calor para digerir otros manjares más gruesos
de los que comía.
9.
Pensaba qué podría hacer por Dios. Y pensé que lo primero era seguir el
llamamiento que Su majestad me había hecho a religión, guardando mi Regla con
la mayor perfección que pudiese (16). Y aunque en la casa adonde estaba había
muchas siervas de Dios y era harto servido en ella, a causa de tener gran
necesidad salían las monjas muchas veces a partes adonde con toda honestidad y
religión podíamos estar; y también no estaba fundada en su primer rigor la
Regla, sino guardábase conforme a lo que en toda la Orden, que es con bula de
relajación (17). Y también otros inconvenientes, que me parecía a mí tenía
mucho regalo, por ser la casa (18) grande y deleitosa. Mas este inconveniente de
salir, aunque yo era la que mucho lo usaba, era grande para mí ya, porque
algunas personas, a quien los prelados no podían decir de no, gustaban
estuviese yo en su compañía, e, importunados, mandábanmelo (19). Y así,
según se iba ordenando, pudiera poco estar en el monasterio, porque el demonio
en parte debía ayudar para que no estuviese en casa, que todavía, como
comunicaba con algunas (20) lo que los que me trataban me enseñaban, hacíase
gran provecho.
10.
Ofrecióse una vez, estando con una persona, decirme a mí y a otras (21) que si
no seríamos para ser monjas de la manera de las descalzas, que aun posible era
poder hacer un monasterio. Yo, como andaba en estos deseos, comencélo a tratar
con aquella señora mi compañera viuda (22) que ya he dicho, que tenía el
mismo deseo. Ella comenzó a dar trazas para darle renta, que ahora veo yo que
no llevaban mucho camino y el deseo que de ello teníamos nos hacía parecer que
sí.
Mas
yo, por otra parte, como tenía tan grandísimo contento en la casa que estaba
(23), porque era muy a mi gusto y la celda en que estaba hecha muy a mi
propósito, todavía me detenía. Con todo concertamos de encomendarlo mucho a
Dios.
11.
Habiendo un día comulgado, mandóme mucho Su Majestad lo procurase con todas
mis fuerzas, haciéndome grandes promesas de que no se dejaría de hacer el
monasterio, y que se serviría mucho en él, y que se llamase San José, y que a
la una puerta nos guardaría él y nuestra Señora la otra, y que Cristo
andaría con nosotras, y que sería una estrella que diese de sí gran
resplandor, y que, aunque las religiones (24) estaban relajadas, que no pensase
se servía poco en ellas; que qué sería del mundo si no fuese por los
religiosos; que dijese a mi confesor (25) esto que me mandaba, y que le rogaba
El que no fuese contra ello ni me lo estorbase.
12.
Era esta visión con tan grandes efectos, y de tal manera esta habla que me
hacía el Señor, que yo no podía dudar que era El. Yo sentí grandísima pena,
porque en parte se me representaron los grandes desasosiegos y trabajos que me
había de costar, y como estaba contentísima en aquella casa; que, aunque antes
lo trataba, no era con tanta determinación ni certidumbre que sería. Aquí
(26) parecía se me ponía apremio y, como veía comenzaba cosa de gran
desasosiego, estaba en duda de lo que haría. Mas fueron muchas veces las que el
Señor me tornó a hablar en ello, poniéndome delante tantas causas y razones
que yo veía ser claras y que era su voluntad, que ya no osé hacer otra cosa
sino decirlo a mi confesor, y dile por escrito todo lo que pasaba (27).
13.
El no osó determinadamente decirme que lo dejase, mas veía que no llevaba
camino conforme a razón natural, por haber poquísima y casi ninguna
posibilidad en mi compañera, que era la que lo había de hacer. Díjome que lo
tratase con mi prelado (28), y que lo que él hiciese, eso hiciese yo.
Yo
no trataba estas visiones con el prelado, sino aquella señora trató con él
que quería hacer este monasterio. Y el provincial vino muy bien en ello, que es
amigo de toda religión, y diole todo el favor que fue menester, y díjole que
él admitiría la casa (29). Trataron de la renta que había de tener. Y nunca
queríamos fuesen más de trece (30) por muchas causas.
Antes
que lo comenzásemos a tratar, escribimos al santo Fray Pedro de Alcántara todo
lo que pasaba, y aconsejónos que no lo dejásemos de hacer, y dionos su parecer
en todo.
14.
No se hubo comenzado a saber por el lugar, cuando (31) no se podrá escribir en
breve la gran persecución que vino sobre nosotras, los dichos, las risas, el
decir que era disparate. A mí, que bien me estaba en mi monasterio. A la mi
compañera tanta persecución, que la traían fatigada. Yo no sabía qué me
hacer. En parte me parecía que tenían razón.
Estando
así muy fatigada encomendándome a Dios, comenzó Su majestad a consolarme y a
animarme. Díjome que aquí vería lo que habían pasado los santos que habían
fundado las Religiones; que mucha más persecución tenía por pasar de las que
yo podía pensar; (32) que no se nos diese nada. Decíame algunas cosas que
dijese a mi compañera; y lo que más me espantaba yo es que luego quedábamos
consoladas de lo pasado y con ánimo para resistir a todos. Y es así que de
gente de oración y todo, en fin, el lugar no había casi persona que entonces
no fuese contra nosotras y le pareciese grandísimo disparate.
15.
Fueron tantos los dichos y el alboroto de mi mismo monasterio, que al Provincial
le pareció recio ponerse contra todos, y así mudó el parecer y no la quiso
admitir (33). Dijo que la renta no era segura y que era poca, y que era mucha la
contradicción. Y en todo parece tenía razón. Y, en fin, lo dejó y no lo
quiso admitir.
Nosotras,
que ya parecía teníamos recibidos los primeros golpes, dionos muy gran pena;
en especial me la dio a mí de ver al Provincial contrario, que, con quererlo
él, tenía yo disculpa con todos. A la mi compañera ya no la querían absolver
si no lo dejaba, porque decían era obligada a quitar el escándalo (34).
16.
Ella fue a un gran letrado (35) muy gran siervo de Dios, de la Orden de Santo
Domingo, a decírselo y darle cuenta de todo. Esto fue aun antes que el
Provincial lo tuviese dejado, porque en todo el lugar no teníamos quien nos
quisiese dar parecer. Y así decían que sólo era por nuestras cabezas. Dio
esta señora relación de todo y cuenta de la renta que tenía de su mayorazgo a
este santo varón, con harto deseo nos ayudase, porque era el mayor letrado que
entonces había en el lugar, y pocos más en su Orden (36). Yo le dije todo lo
que pensábamos hacer y algunas causas. No le dije cosa de revelación ninguna,
sino las razones naturales que me movían, porque no quería yo nos diese
parecer sino conforme a ellas.
El
nos dijo que le diésemos de término ocho días para responder, y que si
estábamos determinadas a hacer lo que él dijese. Yo le dije que sí; mas
aunque yo esto decía y me parece lo hiciera (porque no veía camino por
entonces de llevarlo adelante) (37), nunca jamás se me quitaba una seguridad de
que se había de hacer. Mi compañera tenía más fe; nunca ella, por cosa que
la dijesen, se determinaba a dejarlo.
17.
Yo, aunque como digo me parecía imposible dejarse de hacer, de tal manera creo
ser verdadera la revelación, como no vaya contra lo que está en la Sagrada
Escritura o contra las leyes de la Iglesia que somos obligadas a hacer. Porque,
aunque a mí verdaderamente me parecía era de Dios, si aquel letrado me dijera
que no lo podíamos hacer sin ofenderle y que íbamos contra conciencia,
paréceme luego me apartara de ello o buscara otro medio. Mas a mí no me daba
el señor sino éste.
Decíame
después este siervo de Dios que lo había tomado a cargo con toda
determinación de poner mucho en que nos apartásemos de hacerlo, porque ya
había venido a su noticia el clamor del pueblo, y también le parecía
desatino, como a todos, y en sabiendo habíamos ido a él, le envió a avisar un
caballero que mirase lo que hacía, que no nos ayudase. Y que, en comenzando a
mirar en lo que nos había de responder y a pensar en el negocio y el intento
que llevábamos y manera de concierto y religión, se le asentó ser muy en
servicio de Dios, y que no había de dejar de hacerse.
Y
así nos respondió nos diésemos prisa a concluirlo, y dijo la manera y traza
que se había de tener; y aunque la hacienda era poca, que algo se había de
fiar de Dios; que quien lo contradijese fuese a él, que él respondería. Y
así siempre nos ayudó, como después diré (38).
18.
Con esto fuimos muy consoladas y con que algunas personas santas, que nos
solían ser contrarias, estaban ya más aplacadas, y algunas nos ayudaban.
Entre
ellas era el caballero santo (39), de quien ya he hecho mención,que, como lo es
y le parecía llevaba camino de tanta perfección, por ser todo nuestro
fundamento en oración, aunque los medios le parecían muy dificultosos y sin
camino, rendía su parecer a que podía ser cosa de Dios, que el mismo señor le
debía mover.
Y
así hizo al maestro, que es el clérigo siervo de Dios que dije que había
hablado primero (40), que es espejo de todo el lugar, como persona que le tiene
Dios en él para remedio y aprovechamiento de muchas almas, y ya venía en
ayudarme en el negocio.
Y
estando en estos términos y siempre con ayuda de muchas oraciones y teniendo
comprada ya la casa en buena parte, aunque pequeña...; mas de esto a mí no se
me daba nada, que me había dicho el Señor (41) que entrase como pudiese, que
después yo vería lo que Su majestad hacía. ¡Y cuán bien que lo he visto! Y
así, aunque veía ser poca la renta, tenía creído el Señor lo había por
otros medios de ordenar y favorecernos.
NOTAS
CAPÍTULO 32
Comienza
una nueva sección del libro: los capítulos 32-36 cuentan la fundación del
Carmelo de San José, estrechamente vinculada a las gracias místicas recibidas
por la autora. Desea ella que si los teólogos asesores deciden destruir el
libro, conserven al menos esos capítulos y los entreguen a las monjas de su
primer Carmelo (c. 36, 29). - El c. 32 cuenta su visión del infierno (nn. 1-9)
y los primeros trámites de fundación (10-18).
1
Cuenta una cifra (un resumen o muestra: cf. c. 27, 12 nota 33)... - Para lo que
fue: en comparación de lo que fue la terrible visión.
2
Se remite a las gracias místicas referidas en los cc. 23-31.
3
En mucho estrecho: en gran aprieto.
4
Estotro: es lo que va a referirse en contraposición al "esto" de la
última frase: "lo referido".
5
Incomportables: insoportables (cf. c. 5, 7 nota 14, pasaje al que alude
enseguida).
6
Los referidos en los cc. 30-31. - A continuación: no es todo nada: todo es
nada.
7
Tan sentible: tan de sentir (cf. Moradas 6, 1, 9 y 6, 11, 7).
8
No hay sentarse... no hay posibilidad de sentarse...
9
No es nada comparado con esta pena.
10
Con que ha casi seis años: haciendo ya casi seis años que acaeció. - La Santa
escribe a finales de 1565: la visión del infierno data por tanto de la primera
mitad de 1560.
11
Cómo se ha parecido: cómo se ha evidenciado... (cf. c. 35, 13; 36, 3; o bien,
Fund. c. 2, 7).
12
Estos luteranos: bajo el apelativo de "luteranos" alude globalmente a
los protestantes (cf. Camino 1, 2; Fund. 3, 10; Moradas 7, 5, 4.
13
Cf. un texto paralelo en las Moradas séptimas, 1, 4.
14
Y (sin embargo) veo: "y" adversativa, como en otros casos.
15
Hoy diríamos: "de todo en todo": totalmente.
16
Mi Regla: es la Regla de la Orden del Carmen, dada por el patriarca de
Jerusalén, San Alberto, a los ermitaños del Carmelo hacia el año 1210. -Con
la mayor perfección que (yo) pudiese: alude probablemente al "voto de
perfección" que ella hizo por esas fechas (cf. BMC, t. 2, p. 128), aludido
igualmente en pasajes paralelos a éste: Camino 1, 2; Rel. 1, 9; y Vida 36,
5.12.27.
17
Con bula de relajación: se refiere a la bula "Romani Pontificis" de
Eugenio IV (15.2.1432).
18
La casa: el monasterio de la Encarnación de Avila (cf. nn. 12-13; y c. 33, 2).
- Este inconveniente de salir: ya ha dicho que en la Encarnación "no se
prometía clausura" (c. 4, 5; 7, 3: cf. nota 13 del c. 4).
19
Mandábanmelo: lo referirá más adelante: c. 34 título.
20
Comunicaba con algunas: por esas fechas escribía el P. Pedro Ibáñez en su
"Dictamen": "Es tan grande el aprovechamiento de su alma con
estas cosas y la buena edificación que da con su ejemplo, que más de cuarenta
monjas tratan en su casa (de la Encarnación) de grande recogimiento" (BMC,
t, 2, p. 131).
21
Estando con una persona, decirme a mí y a otras... - Se trata por tanto de un
grupito de interlocutoras, entre las que destaca una principal. Conocemos el
nombre de casi todas ellas. La "persona", autora del dicho, fue María
de Ocampo, hija de primos de la Santa, que muy pronto se hizo carmelita en San
José, con el nombre de María Bautista. Casi todas las restantes componentes
del grupo eran parientes de la Madre Teresa, carmelitas las unas, y seglares
amigas las otras: todas ellas pasaban deliciosas veladas espirituales en la
celda de la Santa en la Encarnación. Tales fueron: Beatriz de Cepeda, Leonor de
Cepeda, María de Cepeda, Isabel de S. Pablo, Inés de Tapia, Ana de Tapia,
Juana Suárez (ya conocida del lector), etc. María de San José, una de las
grandes escritoras discípulas de la Santa, refiere el episodio: "Estando
un día la Santa con ella (María de Ocampo) y otras religiosas de la
Encarnación comenzaron a discutir de vidas de Santos del Yermo, y en este
tiempo dijeron algunas de ellas que ya que no podían ir al Yermo, que si
hubiera un monasterio pequeño y de pocas monjas, que allí se juntaran todas a
hacer penitencia; y la dicha Madre Teresa de Jesús les dijo que tratasen de
reformarse y guardar la Regla primitiva, que ella pediría a Dios les alumbrase
lo que más convenía, y que entonces dijo María Bautista a la dicha Madre:
Madre, haga un monasterio como decimos, que yo ayudaré a V. R. con mi
legítima. Y estando en esta conversación, llegó la señora Doña Guiomar de
Ulloa, a la cual contó la dicha Madre Teresa de Jesús el discurso que habían
ella y aquellas muchachas sus parientes; y la dicha Doña Guiomar de Ulloa dijo:
Madre, yo también ayudaré con lo que pudiere a esta obra tan santa" (en
Memorias Historiales, letra R, n. 141). - Las Descalzas, cuya manera de vida
propuso por modelo María de Ocampo, son las llamadas Descalzas Reales de
Madrid, de origen avilés; fundadas en Avila por la princesa Doña Juana,
hermana de Felipe II, con un grupo de Franciscanas del monasterio de esta ciudad
y siguiendo la iniciativa de San Pedro de Alcántara. La fundación pasó
sucesivamente a Valladolid y Madrid.
22
Mi compañera viuda: Doña Guiomar de Ulloa (cf. c. 30, 3; 24, 4), a quien en
adelante designará con ese nombre (nn. 13, 15, 16).
23
Estaba en el monasterio de la Encarnación.
24
Las religiones: las órdenes religiosas.
24
Mi confesor: el P. Baltasar Alvarez.
26
Aquí: en esta palabra del Señor. - A continuación, la Santa escribe
"premio" por "apremio". Cf. 24, 1.
27
Su confesor, el P. Baltasar Alvarez. Se ha perdido ese "escrito" de la
Santa.
28
Mi prelado: el provincial carmelita, de que hablará enseguida: "el P. fray
Angel de Salazar", anotó Gracián en su ejemplar de Vida. Había sucedido
en el provincialato de Castilla al P. Gregorio Fernández. Cuando esto escribe
la Santa, ya ha estado en el Capítulo General de la Orden (Roma 1564).
29
Admitiría la casa: (la fundación) bajo su jurisdicción.
30
No fuesen más de trece: las futuras religiosas del monasterio. "Solas doce
mujeres y la priora, que no han de ser más", escribirá en el c. 36, n.
19. Y en el Camino: "En esta casa no son más de trece ni lo han de
ser" (c. 4, n. 7). Cf. Fundaciones c. 1, n, 1; Modo de visitar, nn. 27-28 y
cartas 16, 81, 210, 350, 386 (numeración de la B.M.C.). A pesar de ello, el 23
de diciembre de 1561 había escrito a su hermano Lorenzo de Cepeda: "ha de
haber sólo quince, sin poder crecer el número, con grandísimo
encerramiento". - Posteriormente la Santa cambió de parecer, y elevó
considerablemente el número de monjas de cada Carmelo.
31
No se hubo comenzado a saber..., cuando...: apenas se comenzó a saber,
cuando...
32
Reordenado: "que tenía por pasar mucha más persecución que las que yo
podía pensar.
33
No quiso admitir "la fundación" bajo su jurisdicción.
34
Cf. la deposición de Teresita de Cepeda en el Proceso de beatificación de la
Santa (Avila, 1610): BMC, t. 2, p. 333).
35
"El P. fray Pedro Ybáñez", anota el P. Gracián en su ejemplar. - De
él volverá a hablar la Santa, especialmente en los cc. 33, 5-6; y 38,
12.13.32.
36
Pocos más (letrados) en su Orden.
37
La frase entre paréntesis se halla tachada en el autógrafo. Sólo
recientemente hemos podido recuperar su lectura íntegra. Fue omitida por fray
Luis (p. 407).
38
Cf. c. 35, 4-6; c. 36, 23.
39
Francisco de Salcedo: cf. c. 23, 6-8.
40
Gaspar Daza: cf. c. 23, 6...
41
Se lo repetirá el Señor en el c. 33, 12.
Procede
en la misma materia de la fundación del glorioso San José. Dice cómo le
mandaron que no entendiese (1) en ella y el tiempo que lo dejó y algunos
trabajos que tuvo, y cómo la consolaba en ellos el Señor.
1.
Pues estando los negocios en este estado y tan al punto de acabarse que otro
día se habían de hacer las escrituras, fue cuando el Padre Provincial (2)
nuestro mudó parecer. Creo fue movido por ordenación divina, según después
ha parecido; porque como las oraciones eran tantas, iba el Señor perfeccionando
la obra y ordenando que se hiciese de otra suerte. Como él no lo quiso admitir
(3), luego mi confesor me mandó no entendiese más en ello, con que sabe el
Señor los grandes trabajos y aflicciones que hasta traerlo a aquel estado me
había costado. Como se dejó y quedó así, confirmóse más ser todo disparate
de mujeres y a crecer la murmuración sobre mí, con habérmelo mandado hasta
entonces mi Provincial.
2.
Estaba muy malquista en todo mi monasterio (4), porque quería hacer monasterio
más encerrado. Decían que las afrentaba, que allí podía también servir a
Dios, pues había otras mejores que yo; que no tenía amor a la casa, que mejor
era procurar renta para ella que para otra parte. Unas decían que me echasen en
la cárcel; (5) otras, bien pocas, tornaban algo de mí. Yo bien veía que en
muchas cosas tenían razón, y algunas veces dábales descuento; (6) aunque,
como no había de decir lo principal, que era mandármelo el Señor, no sabía
qué hacer, y así callaba otras. Hacíame Dios muy gran merced que todo esto no
me daba inquietud, sino con tanta facilidad y contento lo dejé como si no me
hubiera costado nada. Y esto no lo podía nadie creer, ni aun las mismas
personas de oración que me trataban, sino que pensaban estaba muy penada y
corrida, y aun mi mismo confesor no lo acababa de creer. Yo, como me parecía
había hecho todo lo que había podido, parecíame no era más obligada para lo
que me había mandado el Señor, y quedábame en la casa (7), que yo estaba muy
contenta y a mi placer. Aunque jamás podía dejar de creer que había de
hacerse, yo no veía ya medio, ni sabía cómo ni cuándo, mas teníalo muy
cierto.
3.
Lo que mucho me fatigó fue una vez que mi confesor (8), como si yo hubiera
hecho cosa contra su voluntad (también debía el Señor querer que de aquella
parte que más me había de doler no me dejase de venir trabajo), y así en esta
multitud de persecuciones que a mí me parecía había de venirme de él
consuelo, me escribió que ya vería que era todo sueño en lo que había
sucedido, que me enmendase de allí adelante en no querer salir con nada ni
hablar más en ello, pues veía el escándalo que había sucedido, y otras
cosas, todas para dar pena. Esto me la dio mayor que todo junto, pareciéndome
si había sido yo ocasión y tenido culpa en que se ofendiese, y que, si estas
visiones eran ilusión, que toda la oración que tenía era engaño, y que yo
andaba muy engañada y perdida.
Apretóme
esto en tanto extremo, que estaba toda turbada y con grandísima aflicción. Mas
el Señor, que nunca me faltó, que en todos estos trabajos que he contado
hartas veces me consolaba y esforzaba que no hay para qué lo decir aquí, me
dijo entonces que no me fatigase, que yo había mucho servido a Dios y no
ofendídole en aquel negocio; que hiciese lo que me mandaba el confesor en
callar por entonces, hasta que fuese tiempo de tornar a ello. Quedé tan
consolada y contenta, que me parecía todo nada la persecución que había sobre
mí.
4.
Aquí me enseñó el Señor el grandísimo bien que es pasar trabajos y
persecuciones por El (9), porque fue tanto el acrecentamiento que vi en mi alma
de amor de Dios y otras muchas cosas, que yo me espantaba; y esto me hace no
poder dejar de desear trabajos. Y las otras personas pensaban que estaba muy
corrida, y sí estuviera si el Señor no me favoreciera en tanto extremo con
merced tan grande.
Entonces
me comenzaron más grandes los ímpetus de amor de Dios que tengo dicho (10) y
mayores arrobamientos, aunque yo callaba y no decía a nadie estas ganancias. El
santo varón dominico (11) no dejaba de tener por tan cierto como yo que se
había de hacer; y como yo no quería entender en ello por no ir contra la
obediencia de mi confesor, negociábalo él con mi compañera y escribían a
Roma y daban trazas (12).
5.
También comenzó aquí el demonio, de una persona en otra, procurar (13) se
entendiese que había yo visto alguna revelación en este negocio, e iban a mí
con mucho miedo a decirme que andaban los tiempos recios (14) y que podría ser
me levantasen algo y fuesen a los inquisidores. A mí me cayó esto en gracia y
me hizo reír, porque en este caso jamás yo temí, que sabía bien de mí que
en cosa de la fe contra la menor ceremonia de la Iglesia que alguien viese yo
iba, por ella o por cualquier verdad de la Sagrada Escritura me pondría yo a
morir mil muertes. Y dije que de eso no temiesen; que harto mal sería para mi
alma, si en ella hubiese cosa que fuese de suerte que yo temiese la
Inquisición; que si pensase había para qué, yo me la iría a buscar; y que si
era levantado (15), que el Señor me libraría y quedaría con ganancia.
Y
tratélo con este Padre mío dominico que como digo (16) era tan letrado que
podía bien asegurar con lo que él me dijese, y díjele entonces todas las
visiones y modo de oración y las grandes mercedes que me hacía el Señor, con
la mayor claridad que pude, y supliquéle lo mirase muy bien, y me dijese si
había algo contra la Sagrada Escritura y lo que de todo sentía. El me aseguró
mucho (17) y, a mi parecer, le hizo provecho; porque aunque él era muy bueno,
de ahí adelante se dio mucho más a la oración y se apartó en un monasterio
de su Orden, adonde hay mucha soledad (18), para mejor poder ejercitarse en esto
adonde estuvo más de dos años, y sacóle de allí la obediencia que sintió
harto porque le hubieron menester, como era persona tal.
6.
Yo en parte sentí mucho cuando se fue aunque no se lo estorbé, por la gran
falta que me hacía. Mas entendí su ganancia; porque estando con harta pena de
su ida, me dijo el Señor que me consolase y no la tuviese, que bien guiado iba.
Vino tan aprovechada su alma de allí y tan adelante en aprovechamiento de
espíritu, que me dijo, cuando vino, que por ninguna cosa quisiera haber dejado
de ir allí. Y yo también podía decir lo mismo; porque lo que antes me
aseguraba y consolaba con solas sus letras, ya lo hacía también con la
experiencia de espíritu, que tenía harta de cosas sobrenaturales (19). Y
trájole Dios a tiempo que vio Su Majestad había de ser menester para ayudar a
su obra de este monasterio que quería Su Majestad se hiciese.
7.
Pues estuve en este silencio y no entendiendo ni hablando en este negocio cinco
o seis meses, y nunca el Señor me lo mandó (20). Yo no entendía qué era la
causa, mas no se me podía quitar del pensamiento que se había de hacer.
Al
fin de este tiempo, habiéndose ido de aquí el rector que estaba en la
Compañía de Jesús (21), trajo Su Majestad aquí otro muy espiritual y de gran
ánimo y entendimiento y buenas letras, a tiempo que yo estaba con harta
necesidad; porque, como el que me confesaba tenía superior y ellos tienen esta
virtud en extremo de no se bullir sino conforme a la voluntad de su mayor (22),
aunque él entendía bien mi espíritu y tenía deseo de que fuese muy adelante,
no se osaba en algunas cosas determinar, por hartas causas que para ello tenía.
Y ya mi espíritu iba con ímpetus tan grandes, que sentía mucho tenerle atado
y, con todo, no salía de lo que me mandaba.
8.
Estando un día con gran aflicción de parecerme el confesor no me creía,
díjome el Señor que no me fatigase, que presto se acabaría aquella pena. Yo
me alegré mucho pensando que era que me había de morir presto, y traía mucho
contento cuando se me acordaba. Después vi claro era la venida de este rector
que digo; porque aquella pena nunca más se ofreció en qué la tener, a causa
de que el rector que vino no iba a la mano al ministro que era mi confesor,
antes le decía que me consolase y que no había de qué temer y que no me
llevase por camino tan apretado, que dejase obrar el espíritu del Señor, que a
veces parecía con estos grandes ímpetus de espíritu no le quedaba al alma
cómo resolgar.
9.
Fueme a ver este rector (23), y mandóme el confesor tratase con él con toda
libertad y claridad. Yo solía sentir grandísima contradicción (24) en
decirlo. Y es así que, en entrando en el confesonario, sentí en mi espíritu
un no sé qué, que antes ni después no me acuerdo haberlo (25) con nadie
sentido, ni yo sabré decir cómo fue, ni por comparaciones podría. Porque fue
un gozo espiritual y un entender mi alma que aquella alma la había de entender
y que conformaba con ella, aunque como digo no entiendo cómo; porque si le
hubiera hablado o me hubieran dado grandes nuevas de él, no era mucho darme
gozo en entender que había de entenderme; mas ninguna palabra él a mí ni yo a
él nos habíamos hablado, ni era persona de quien yo tenía antes ninguna
noticia.
Después
he visto bien que no se engañó mi espíritu, porque de todas maneras ha hecho
gran provecho a mí y a mi alma tratarle. Porque su trato es mucho para personas
que ya parece el Señor tiene ya muy adelante, porque él las hace correr y no
ir paso a paso; y su modo es para desasirlas de todo y mortificarlas, que en
esto le dio el Señor grandísimo talento también como en otras muchas cosas.
10.
Como le comencé a tratar, luego entendí su estilo y vi ser un alma pura, santa
y con don particular del Señor para conocer espíritus. Consoléme mucho. Desde
a poco que le trataba (26), comenzó el Señor a tornarme a apretar que tornase
a tratar el negocio del monasterio y que dijese a mi confesor (27) y a este
rector muchas razones y cosas para que no me lo estorbasen; y algunas los hacía
temer, porque este padre rector nunca dudó en que era espíritu de Dios, porque
con mucho estudio y cuidado miraba todos los efectos. En fin de muchas cosas, no
se osaron atrever a estorbármelo (28).
11.
Tornó mi confesor a darme licencia que pusiese en ello todo lo que pudiese. Yo
bien veía al trabajo que me ponía, por ser muy sola y tener poquísima
posibilidad. Concertamos se tratase con todo secreto, y así procuré que una
hermana mía (29) que vivía fuera de aquí comprase la casa y la labrase como
que era para sí, con dineros que el Señor dio por algunas vías para
comprarla, que sería largo de contar cómo el Señor lo fue proveyendo; porque
yo traía gran cuenta de no hacer cosa contra obediencia; mas sabía que, si lo
decía a mis prelados, era todo perdido, como la vez pasada (30), y aun ya fuera
peor.
En
tener los dineros, en procurarlo, en concertarlo y hacerlo labrar, pasé tantos
trabajos y algunos bien a solas, aunque mi compañera (31) hacía lo que podía,
mas podía poco, y tan poco que era casi nonada, más de hacerse en su nombre y
con su favor, y todo el más trabajo era mío, de tantas maneras, que ahora me
espanto cómo lo pude sufrir. Algunas veces afligida decía: "Señor mío,
¿cómo me mandáis cosas que parecen imposibles? que, aunque fuera mujer, ¡si
tuviera libertad...!; mas atada por tantas partes, sin dineros ni de dónde los
tener, ni para Breve (32), ni para nada, ¿qué puedo yo hacer, Señor?".
12.
Una vez estando en una necesidad que no sabía qué me hacer ni con qué pagar
unos oficiales, me apareció San José, mi verdadero padre y señor, y me dio a
entender que no me faltarían, que los concertase. Y así lo hice sin ninguna
blanca (33), y el Señor, por maneras que se espantaban los que lo oían, me
proveyó (34).
Hacíaseme
la casa muy chica, porque lo era tanto, que no parece llevaba camino ser
monasterio, y quería comprar otra (ni había con qué, ni había manera para
comprarse, ni sabía qué me hacer) que estaba junto a ella, también harto
pequeña, para hacer la iglesia; y acabando un día de comulgar, díjome el
Señor: Ya te he dicho que entres como pudieres (35). Y a manera de exclamación
también me dijo: ¡Oh codicia del género humano, que aun tierra piensas que te
ha de faltar! ¡Cuántas veces dormí yo al sereno por no tener adonde me meter!
(36).
Yo
quedé muy espantada y vi que tenía razón. Y voy a la casita y tracéla y
hallé, aunque bien pequeño, monasterio cabal, y no curé (37) de comprar más
sitio, sino procuré se labrase en ella de manera que se pueda vivir, todo tosco
y sin labrar (38), no más de como no fuese dañoso a la salud, y así se ha de
hacer siempre.
13.
El día de Santa Clara (39), yendo a comulgar, se me apareció con mucha
hermosura. Díjome que me esforzase y fuese adelante en lo comenzado, que ella
me ayudaría. Yo la tomé gran devoción, y ha salido tan verdad, que un
monasterio de monjas de su Orden que está cerca de éste (40), nos ayuda a
sustentar; y lo que ha sido más, que poco a poco trajo este deseo mío a tanta
perfección, que en la pobreza que la bienaventurada Santa tenía en su casa, se
tiene en ésta, y vivimos de limosna; que no me ha costado poco trabajo que sea
con toda firmeza y autoridad del Padre Santo que no se pueda hacer otra cosa, ni
jamás haya renta (41). Y más hace el Señor, y debe por ventura ser por ruegos
de esta bendita Santa, que sin demanda ninguna nos provee Su Majestad muy
cumplidamente lo necesario. Sea bendito por todo, amén.
14.
Estando en estos mismos días, el de nuestra Señora de la Asunción, en un
monasterio de la Orden del glorioso Santo Domingo (42), estaba considerando los
muchos pecados que en tiempos pasados había en aquella casa confesado y cosas
de mi ruin vida. Vínome un arrobamiento tan grande, que casi me sacó de mí.
Sentéme, y aun paréceme que no pude ver alzar ni oír misa, que después
quedé con escrúpulo de esto. Parecióme, estando así, que me veía vestir una
ropa de mucha blancura y claridad, y al principio no veía quién me la vestía.
Después vi a nuestra Señora hacia el lado derecho y a mi padre San José al
izquierdo, que me vestían aquella ropa. Dióseme a entender que estaba ya
limpia de mis pecados. Acabada de vestir, y yo con grandísimo deleite y gloria,
luego me pareció asirme de las manos nuestra Señora: díjome que la daba mucho
contento en servir al glorioso San José, que creyese que lo que pretendía del
monasterio se haría y en él se serviría mucho el Señor y ellos dos; que no
temiese habría quiebra en esto jamás, aunque la obediencia que daba no fuese a
mi gusto (43), porque ellos nos guardarían, y que ya su Hijo nos había
prometido andar con nosotras; (44) que para señal que sería esto verdad me
daba aquella joya.
Parecíame
haberme echado al cuello un collar de oro muy hermoso, asida una cruz a él de
mucho valor. Este oro y piedras es tan diferente de lo de acá, que no tiene
comparación; porque es su hermosura muy diferente de lo que podemos acá
imaginar, que no alcanza el entendimiento a entender de qué era la ropa ni
cómo imaginar el blanco que el Señor quiere que se represente, que parece todo
lo de acá como un dibujo de tizne, a manera de decir.
15.
Era grandísima la hermosura que vi en nuestra Señora, aunque por figuras no
determiné ninguna particular, sino toda junta la hechura del rostro, vestida de
blanco con grandísimo resplandor, no que deslumbra, sino suave. Al glorioso San
José no vi tan claro, aunque bien vi que estaba allí, como las visiones que he
dicho que no se ven (45). Parecíame nuestra Señora muy niña (46).
Estando
así conmigo un poco, y yo con grandísima gloria y contento, más a mi parecer
que nunca le había tenido y nunca quisiera quitarme de él, parecióme que los
veía subir al cielo con mucha multitud de ángeles. Yo quedé con mucha
soledad, aunque tan consolada y elevada y recogida en oración y enternecida,
que estuve algún espacio que menearme ni hablar no podía, sino casi fuera de
mí. Quedé con un ímpetu grande de deshacerme por Dios y con tales efectos, y
todo pasó de suerte que nunca pude dudar, aunque mucho lo procurase, no ser
cosa de Dios (47). Dejóme consoladísima y con mucha paz.
16.
En lo que dijo la Reina de los Angeles de la obediencia (48), es que a mí se me
hacía de mal no darla a la Orden, y habíame dicho el Señor que no convenía
dársela a ellos. Diome las causas para que en ninguna manera convenía lo
hiciese, sino que enviase a Roma por cierta vía, que también me dijo, que El
haría viniese recado por allí. Y así fue, que se envió por donde el Señor
me dijo que nunca acabábamos de negociarlo y vino muy bien. Y para las cosas
que después han sucedido, convino mucho se diese la obediencia al Obispo (49).
Mas entonces no le conocía yo, ni aun sabía qué prelado sería, y quiso el
Señor fuese tan bueno y favoreciese tanto esta casa, como ha sido menester para
la gran contradicción que ha habido en ella como después diré (50) y para
ponerla en el estado que está. Bendito sea El que así lo ha hecho todo, amén.
NOTAS
CAPÍTULO 33
1
Entender en: es "ocuparse de". Giro que se repetirá en este
capítulo.
2
Provincial nuestro: el P. Angel de Salazar, provincial de los carmelitas de
Castilla.
3
Admitir: en sentido jurídico: aceptar bajo su jurisdicción, "admitir en
la Orden". Cf. 32, 13.15.
4
Mi monasterio: de la Encarnación.
5
Cárcel conventual: celdilla separada, que todavía hoy existe en el monasterio
de la Encarnación. - Tornaban por mí.
6
Dábales descuento: dar cuenta o explicaciones en abono de la propia conducta.
7
La casa: el monasterio de la Encarnación.
8
Mi confesor: el P. Baltasar Alvarez. El sentido de la frase principal es: me
fatigó que una vez mi confesor... me escribió que ya vería que era todo
sueño..."
9
Es un eco de la bienaventuranza evangélica: Mt 5, 10.
10
Los ímpetus de que habló en el c. 29, 9 y ss.
11
P. Pedro Ibáñez (cf. c. 32, 16).
12
Daban trazas: tramitaban, buscaban medios (cf. 32, 10).
13
Comenzó... "a" procurar. Como otras veces, la Santa simplifica la
grafía (=haplografía).
14
Andaban los tiempos recios: En verdad lo eran. Apenas un par de años antes
(1559) se había iniciado el proceso contra el Arzobispo de Toledo, Bartolomé
Carranza, y ese mismo año se celebró en Valladolid el auto de Antonio Cazalla,
y se publicó en esta ciudad el famoso Indice de Valdés.
15
Si era levantado: si era calumnia.
16
Ponderó ya sus "letras" en el c. 32, 16.
17
Me aseguró mucho: me dio seguridad. Fue entonces cuando escribió su precioso
Dictamen en 33 puntos a favor de la M. Teresa (cf. BMC, t. 2, pp. 130-132).
18
Se retiró al convento de Trianos (León), donde moriría el 2 de febrero de
1565 (cf. c. 38, 13).
19
De sus gracias místicas ("sobrenaturales") hablará la santa en el
mismo c. 38, 12.13.32.
20
Es decir, no volvió a mandarme "negociarlo".
21
El rector cesante era el P. Dionisio Vázquez. El que le sucedió, "muy
espiritual", Gaspar de Salazar. - "El Rector que salió de Avila fue
el P. Dionisio Vázquez, confesor de S. Francisco de Borja y famoso en la
Compañía por sus intrigas con Felipe II, la Inquisición y la Santa Sede para
sustraer las casas de España de la jurisdicción del General de Roma. Le
sustituyó en el oficio del P. Gaspar de Salazar en abril de 1561. Por ciertas
desaveniencias que surgieron entre el Colegio de San Gil y el Obispo de Avila,
D. Alvaro de Mendoza, el Visitador, P. Nadal, juzgó oportuno, cuando pasó por
Avila a principios de 1562, quitar de Rector al P. Salazar. - Cuando Santa
Teresa regresó de su viaje a Toledo, ya no le halló en el oficio. El poco
tiempo que el P. Salazar estuvo en Avila bastó para que la Santa le cobrase
cariño. De él hace honorífica mención en varias de sus cartas. Después de
haber desempeñado el cargo de Rector en el Colegio de Madrid y otros de la
Compañía, murió santamente en Alcalá el 25 de septiembre de 1593" (P.
Silverio). - El nuevo Rector llegó a Avila el 9 de abril de 1561. Sobre la
actitud del predecesor, P. Dionisio Vázquez, frente a la Santa, véase RIBERA,
Vida de Santa Teresa, L. I, c. 14.
22
Su mayor: el superior de San Gil.
23
El rector: Gaspar de Salazar. - El confesor: "el P. Baltasar Alvarez",
anota Gracián en su ejemplar.
24
Contradicción: contrariedad interior.
25
Haberlo: por lapsus de pluma al pasar la página escribió "halo".
Fray Luis leyó "haberlo" (p. 416).
26
Desde a poco: poco después...
27
Mi confesor: P. Baltasar; y a este rector: Gaspar de Salazar.
28
RIBERA en su Vida de la Santa nos proporciona un dato que ilustra este pasaje:
"Vino el Ministro (el P. Baltasar) a entender la voluntad de Dios de esta
manera: Dijo un día N. Señor a la M. Teresa de Jesús: "Di a tu confesor
que tenga mañana su meditación sobre este verso: ¡quam magnificata sunt opera
tua, Domine!; nimis profundae factae sunt cogitationes tuae", que son
palabras del salmo 91 y quieren decir: "¡Cuán engrandecidas son, Señor,
vuestras obras, muy hondos son vuestros pensamientos". Escribióle luego un
billete que contenía lo que el Señor la había dicho. El lo hizo así, y...
tan claramente vio por aquello lo que Dios quería, meditando en aquel verso, y
que por medio de una mujer había de mostrar sus maravillas, que luego la dijo
que no había de dudar más, sino que volviese a tratar de veras de la
fundación del monasterio. Esto sé yo de un Padre de la Compañía, digno de
toda fe, a quien aquella misma tarde el P. Baltasar mostró el billete que la
Madre le había enviado" (Vida de Santa Teresa, L. I, c. 14).
29
Una hermana mía: Juana de Ahumada, que residía en Alba de Tormes con su esposo
Juan de Ovalle.
30
Alude al momento en que el P. Angel de Salazar "mudó de parecer y no quiso
admitir la fundación": cf. c. 32, 15.
31
Mi compañera: doña Guiomar de Ulloa (Cf. c. 32 nota 22).
32
Breve pontificio que había solicitado de Roma.
33
Sin ninguna blanca: como nuestro "sin un céntimo"...
"Blanca" era una antigua moneda de vellón, que en tiempo de la Santa
era considerada como el prototipo de la moneda sin valor alguno (cf. Fund. 3,
2).
34
La ayuda providencial le llegó de Quito, enviada por su hermano Lorenzo de
Cepeda en manos de Antonio Morán y otros indianos (cf. la carta de la Santa a
Lorenzo: 23.12.1561, que fija la fecha de este suceso). - Lorenzo era hermano
menor de la Santa. Había embarcado para América en 1540. Después de la
batalla de Iñaquito se estableció en Quito, donde casó con Juana Fuentes y
Espinosa, y ocupó en la ciudad puestos de alta responsabilidad: tesorero,
regidor del cabildo, y alcalde. Regresará de América, viudo y con tres hijos,
en 1575. Murió en La Serna (Avila) el 26.6.1580.
35
Lo ha referido ella en el c. 32, 18.
36
Alusión al pasaje evangélico: "Las zorras tienen madrigueras y los
pájaros nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza"
(Lc 9, 58).
37
No curé: sinónimo de "procuré" (en la frase siguiente).
38
Sin hablar: sin pulir o refinar (cf. Const. 32), si bien en el n. anterior el
mismo término tiene acepción más amplia.
39
El día de Santa Clara: 12 de agosto de 1561.
40
Era el convento de clarisas, cercano al de San José. Se lo llamaba comúnmente
de "Las Gordillas", por alusión a la primera residencia que ocupó.
41
Efectivamente le había costado nada menos que tres documentos pontificios
consecutivos: 1º un Breve de 7/2/1562 dirigido a Doña Aldonza de Guzmán y
Doña Guiomar de Ulloa, que no contenía concesiones en materia de pobreza
absoluta. 2º un rescrito de la Sagrada Penitenciaria de 5/12/1562, facultando
al monasterio para vivir sin rentas; y el 3º una Bula de 17/7/1565 dando
carácter definitivo al documento anterior.
42
Fue el 15 de octubre de 1561, en la capilla del santo Cristo de Santo Tomás de
Avila.
43
Cf. más adelante el n. 16. "Dar la obediencia", equivalía a estar
bajo la jurisdicción religiosa de...
44
Alude a lo referido en el c. 32, 11: "que Cristo andaría con
nosotras"
45
Las visiones que he dicho que no se ven: Cf. c. 27, n. 2 (visiones
intelectuales).
46
Muy niña: muy joven (como en el c. 31, 23).
47
Nunca pude dudar... no ser cosa de Dios: el "no" es redundante.
48
Al rehusar el Provincial, Angel de Salazar, aceptar la fundación bajo su
obediencia, la Santa puso la casa bajo la jurisdicción del Obispo de Avila.
Más adelante, en momentos muy críticos, ella misma pasó la casa a la
obediencia de la Orden (Fund. c. 31).
49
Obispo de Avila: "Don Alvaro de Mendoza", anota Gracián en su
ejemplar. Cf. c. 36, 2. D. Alvaro será en lo sucesivo amigo incondicional de la
Madre Teresa.
50 En el c. 36, 15 y ss.