MANUSCRITOS AUTOBIOGRÁFICOS
MANUSCRITO DEDICADO
A LA REVERENDA MADRE INÉS DE
JESÚS
Manuscrito "A"
CAPÍTULO I
ALENÇON (1873 1877) [2rº]
J.M.J.T.
Jesús
Enero
de 1895
Historia
primaveral de una Florecita blanca, escrita por ella misma y dedicada a la
Reverenda Madre Inés de Jesús.
El
cántico de las Misericordias del Señor
A
ti, Madre querida, a ti que eres doblemente mi madre, quiero confiar la historia
de mi alma... El día que me pediste que lo hiciera, pensé que eso disiparía
mi corazón al ocuparlo de sí mismo; pero después Jesús me hizo comprender
que, obedeciendo con total sencillez, le agradaría. Además, sólo pretendo una
cosa: comenzar a cantar lo que un día repetiré por toda la eternidad:
"¡¡¡Las misericordias del Señor !!!"...
Antes
de coger la pluma, me he arrodillado ante la imagen de María2
(la que tantas pruebas nos ha dado de las predilecciones maternales de la Reina
del cielo por nuestra familia), y le he pedido que guíe ella mi mano para que
no escriba ni una línea que no sea de su agrado. Luego, abriendo el Evangelio,
mis ojos se encontraron con estas palabras: "Subió Jesús a una montaña y
fue llamando a los que él quiso, y se fueron con él" (San Marcos, cap.
II, v. 13). He ahí el misterio de mi vocación, de mi vida entera, y, sobre
todo, el misterio de los privilegios que Jesús ha querido dispensar a mi
alma... El no llama a los que son dignos, sino a los que él quiere, o, como
dice san Pablo: "Tendré misericordia de quien quiera y me apiadaré de
quien me plazca. No es, pues, cosa del que quiere o del que se afana, sino de
Dios que es misericordioso" (Cta. a los Romanos, cap. IX, v. 15 y 16).
Durante
mucho tiempo me he preguntado por qué tenía Dios preferencias, por qué no
recibían todas las almas las gracias en igual medida. Me extrañaba verle
prodigar favores extraordinarios a los santos que le habían [2vº] ofendido,
como san Pablo o san Agustín, a los que forzaba, por así decirlo, a recibir
sus gracias; y cuando leía la vida de aquellos santos a los que el Señor quiso
acariciar desde la cuna hasta el sepulcro, retirando de su camino todos los
obstáculos que pudieran impedirles elevarse hacia él y previniendo a esas
almas con tales favores que no pudiesen empañar el brillo inmaculado de su
vestidura bautismal, me preguntaba por qué los pobres salvajes, por ejemplo,
morían en tan gran número sin haber oído ni tan siquiera pronunciar el nombre
de Dios...
Jesús
ha querido darme luz acerca de este misterio. Puso ante mis ojos el libro de la
naturaleza y comprendí que todas las flores que él ha creado son hermosas, y
que el esplendor de la rosa y la blancura del lirio no le quitan a la humilde
violeta su perfume ni a la margarita su encantadora sencillez... Comprendí que
si todas las flores quisieran ser rosas, la naturaleza perdería su gala
primaveral y los campos ya no se verían esmaltados de florecillas...
Eso
mismo sucede en el mundo de las almas, que es el jardín de Jesús. El ha
querido crear grandes santos, que pueden compararse a los lirios y a las rosas;
pero ha creado también otros más pequeños, y éstos han de conformarse con
ser margaritas o violetas destinadas a recrear los ojos de Dios cuando mira a
sus pies. La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que él quiere
que seamos...
Comprendí
también que el amor de Nuestro Señor se revela lo mismo en el alma más
sencilla que no opone resistencia alguna a su gracia, que en el alma más
sublime. Y es que, siendo propio del amor el abajarse, si todas las almas se
parecieran a las de los santos doctores que han iluminado a la Iglesia [3rº]
con la luz de su doctrina, parecería que Dios no tendría que abajarse
demasiado al venir a sus corazones. Pero él ha creado al niño, que no sabe
nada y que sólo deja oír débiles gemidos; y ha creado al pobre salvaje, que
sólo tiene para guiarse la ley natural. ¡Y también a sus corazones quiere él
descender! Estas son sus flores de los campos, cuya sencillez le fascina...
Abajándose
de tal modo, Dios muestra su infinita grandeza. Así como el sol ilumina a la
vez a los cedros y a cada florecilla, como si sólo ella existiese en la tierra,
del mismo modo se ocupa también Nuestro Señor de cada alma personalmente, como
si no hubiera más que ella. Y así como en la naturaleza todas las estaciones
están ordenadas de tal modo que en el momento preciso se abra hasta la más
humilde margarita, de la misma manera todo está ordenado al bien de cada alma.
Seguramente,
Madre querida, te estés preguntando extrañada adónde quiero ir a parar, pues
hasta ahora nada he dicho todavía que se parezca a la historia de mi vida. Pero
me has pedido que escribiera lo que me viniera al pensamiento, sin trabas de
ninguna clase. Así que lo que voy a escribir no es mi vida propiamente dicha,
sino mis pensamientos acerca de las gracias que Dios se ha dignado concederme.
Me
encuentro en un momento de mi existencia en el que puedo echar una mirada hacia
el pasado; mi alma ha madurado en el crisol de las pruebas exteriores e
interiores. Ahora, como la flor fortalecida por la tormenta, levanto la cabeza y
veo que en mí se hacen realidad las palabras del salmo XXII: "El Señor es
mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia
fuentes tranquilas y repara mis fuerzas... Aunque camine por cañadas [3vº]
oscuras, ningún mal temeré, ¡porque tú, Señor, vas conmigo!" Conmigo
el Señor ha sido siempre compasivo y misericordioso..., lento a la ira y rico
en clemencia... (Salmo
CII, v. 8). Por
eso, Madre, vengo feliz a cantar a tu lado las misericordias del Señor... Para
ti sola voy a escribir la historia de la florecita cortada por Jesús. Por eso,
te hablaré con confianza total, sin preocuparme ni del estilo ni de las
numerosas digresiones que pueda hacer. Un corazón de madre comprende siempre a
su hijo, aun cuando no sepa más que balbucir. Por eso, estoy segura de que voy
a ser comprendida y hasta adivinada por ti, que modelaste mi corazón y que se
lo ofreciste a Jesús...
Me
parece que si una florecilla pudiera hablar, diría simplemente lo que Dios ha
hecho por ella, sin tratar de ocultar los regalos que él le ha hecho. No
diría, so pretexto de falsa humildad, que es fea y sin perfume, que el sol le
ha robado su esplendor y que las tormentas han tronchado su tallo, cuando está
íntimamente convencida de todo lo contrario.
La
flor que va a contar su historia se alegra de poder pregonar las delicadezas
totalmente gratuitas de Jesús. Reconoce que en ella no había nada capaz de
atraer sus miradas divinas, y que sólo su misericordia ha obrado todo lo bueno
que hay en ella...
El
la hizo nacer en una tierra santa e impregnada toda ella como de un perfume
virginal. El hizo que la precedieran ocho lirios deslumbrantes de blancura. El,
en su amor, quiso preservar a su florecita del aliento envenenado del mundo; y
apenas empezaba a entreabrirse su corola, este divino Salvador la trasplantó a
la montaña del Carmelo, donde los dos lirios que la habían rodeado de cariño
y acunado dulcemente en la primavera de su vida expandían ya [4rº] su suave
perfume...
Siete
años han pasado desde que la florecilla echó raíces en el jardín del Esposo
de las vírgenes, y ahora tres lirios -contándola a ella- cimbrean allí sus
corolas perfumadas; un poco más lejos, otro lirio se está abriendo bajo la
mirada de Jesús. Y los dos tallos benditos de los que brotaron estas flores
están ya reunidos para siempre en la patria celestial... Allí se han
encontrado con los otros cuatro lirios que no llegaron a abrir sus corolas en la
tierra... ¡Ojalá Jesús tenga a bien no dejar por mucho tiempo en tierra
extraña a las flores que aún quedan el destierro! ¡Ojalá que pronto el ramo
de lirios se vea completo en el cielo3!
Rodeada
de amor
Acabo,
Madre, de resumir en pocas palabras lo que Dios ha hecho por mí. Ahora voy a
entrar en los detalles de mi vida de niña. Sé muy bien que donde cualquier
otro no vería más que un relato aburrido, tu corazón de madre encontrará
verdaderas delicias... Además, los recuerdos que voy a evocar son también
tuyos, pues a tu lado fue transcurriendo mi niñez y tengo la dicha de haber
tenido unos padres incomparables que nos rodearon de los mismos cuidados y del
mismo cariño. ¡Que ellos bendigan a la más pequeña de sus hijas y le ayuden
a cantar las misericordias del Señor...!
En
la historia de mi alma, hasta mi entrada en el Carmelo, distingo tres períodos
bien definidos4.
El primero, a pesar de su corta duración, no es el menos fecundo en recuerdos.
Se extiende desde el despertar de mi razón hasta la partida de nuestra madre
querida para la patria del cielo.
[4vº]
Dios me concedió la gracia de despertar mi inteligencia en muy temprana edad y
de que los recuerdos de mi infancia se grabasen tan profundamente en mi memoria,
que me parece que las cosas que voy a contar ocurrieron ayer. Seguramente que
Jesús, en su amor, quería hacerme conocer a la madre incomparable que me
había dado y que su mano divina tenía prisa por coronar en el cielo...
Durante
toda mi vida, Dios ha querido rodearme de amor. Mis primeros recuerdos están
impregnados de las más tiernas sonrisas y caricias... Pero si él puso mucho
amor a mi lado, también lo puso en mi corazón, creándolo cariñoso y
sensible. Y así, quería mucho a papá y a mamá, y les demostraba de mil
maneras mi cariño, pues era muy efusiva.. Sólo que los medios que empleaba, a
veces eran raros, como lo demuestra este pasaje de una carta de mamá:
"La
niña es un verdadero diablillo, que viene a acariciarme deseándome la muerte:
"¡Cómo me gustaría que te murieras, mamaíta...!" La riñen, y me
dice: "¡Pero si es para que vayas al cielo! ¿No dices que tenemos que
morirnos para ir allá?" Y cuando está con estos arrebatos de amor, desea
también la muerte a su padre". [5rº]
Y
mira lo que el 25 de junio de 1874, cuando yo tenía apenas 18 meses, decía
mamá de mí:
"Tu
padre acaba de instalar un columpio. Celina está loca de contenta, ¡pero hay
que ver columpiarse a la pequeña! Es de risa; se sostiene como una jovencita,
no hay peligro de que suelte la cuerda, y cuando va demasiado despacio se pone a
gritar. La sujetamos por delante con otra cuerda, pero a pesar de todo yo no me
siento tranquila cuando la veo colgada allá arriba.
"Ultimamente
me ocurrió una curiosa aventura con la pequeña. Tengo costumbre de ir a la
Misa de cinco y media. Los primeros días, no me atrevía a dejarla sola; pero
al ver que nunca se despertaba, me decidí a hacerlo. La acuesto en mi cama y
arrimo la cuna de manera que sea imposible que se caiga. Pero un día me olvidé
de acercar la cuna. Llego, y la pequeña ya no estaba en la cama. En ese mismo
momento escuché un grito; miro y la veo sentada en una silla que había frente
a la cabecera de mi cama, con la cabecita apoyada en el respaldo y durmiendo un
mal sueño, pues estaba enfadada. No puedo explicarme cómo pudo caer sentada en
aquella silla, pues estaba acostada. Di gracias a Dios de que no le hubiera
pasado nada; fue realmente providencial, pues debería haber caído rodando al
suelo. El ángel de la guarda ha velado por ella, y las almas del purgatorio, a
las que todos los días rezo una oración por la pequeña, la protegieron. Así
me explico yo lo sucedido..., tú explícatelo como quieras...".
Al
final de la carta mamá añadía:
"Ahora
la niña ha venido a pasarme la manita por la cara y a darme un beso. Esta
criatura no quiere dejarme ni un instante y no se aparta de mi lado. Le gusta
mucho salir al jardín, [5vº], pero si yo no estoy allí no quiere quedarse y
se echa a llorar y no para de hacerlo hasta que me la traen..."
(Y
éste es un pasaje de otra carta):
"Teresita
me preguntaba el otro día si iría al cielo. Yo le dije que sí, si se portaba
bien, y me contestó: "Ya, y si no soy buena, iré al infierno... Pero sé
muy bien lo que haré en ese caso: me echaré a volar contigo, que estarás en
el cielo, ¿y cómo se las arreglará Dios para cogerme...? Tú me apretarás
muy fuertemente entre tus brazos." Y leí en sus ojos que estaba firmemente
convencida de que Dios no podría hacerle nada mientras estuviese en brazos de
su madre...
"María
quiere mucho a su hermanita, y dice que es muy buena. No es extraño, pues esta
criatura tiene miedo a darle el menor disgusto. Ayer quise darle una rosa, pues
sé que le gustan mucho, pero se puso a suplicarme que no la cortase, porque
María se lo había prohibido. Estaba excitadísima. No obstante, le di dos y no
se atrevía a aparecer por casa. En vano le decía que las rosas eran mías:
"Que no, decía ella, que son de María..."
"Es
un niña que se emociona con gran facilidad. Cuando hace algún pequeño
desaguisado, todo el mundo tiene que saberlo. Ayer rasgó sin querer una
esquinita del empapelado y se puso que daba lástima, había que decírselo
enseguida a su padre. Cuando éste llegó, cuatro horas más tarde, ya nadie
pensaba en lo sucedido, pero ella fue corriendo a decirle a María: "Dile
enseguida a papá que he rasgado el papel". Y estaba allí como un criminal
que espera su condena; pero tiene su teoría de que, si se acusa, la perdonarán
más fácilmente".
[4vº
sigue] Quería mucho a mi madrina 6.
Parecía
que no, pero me fijaba mucho en todo lo que se hacía y se decía a mi
alrededor, y me parece que juzgaba ya las cosas como ahora. Escuchaba muy
atentamente lo que María enseñaba a Celina, para actuar yo como ella. [6rº]
Después que salió de la Visitación, para obtener el favor de ser admitida en
su cuarto durante las clases que le daba a Celina, me portaba muy bien y hacía
todo lo que me mandaba. Por eso, me colmaban de regalos, que, pese a su escaso
valor, me hacían mucha ilusión.
Estaba
muy orgullosa de mis dos hermanas mayores, pero mi ideal de niña era Paulina...
Cuando estaba empezando a hablar y mamá me preguntaba "¿En qué
piensas?", la respuesta era invariable: "¡En Paulina...!" Otras
veces pasaba mi dedito por el cristal de la ventana y decía: "Estoy
escribiendo: ¡Paulina...!"
Oía
decir con frecuencia que seguramente Paulina sería religiosa, y yo entonces,
sin saber lo que era eso, pensaba: Yo también seré religiosa. Es éste uno de
mis primeros recuerdos, y desde entonces ya nunca cambié de intención...
Fuiste tú, Madre querida, la persona que Jesús escogió para desposarme con
él; tú no estabas entonces a mi lado, pero ya se había creado un lazo entre
nuestras almas... Tú eras mi ideal, yo quería parecerme a ti, y tu ejemplo fue
lo que me arrastró, desde los dos años de edad, hacia el Esposo de la
vírgenes. ¡Cuántos hermosos pensamientos quisiera confiarte! Pero tengo que
continuar con la historia de la florecilla, con su historia completa y general,
pues si quisiera hablar detalladamente de sus relaciones con
"Paulina", ¡tendría que dejar de lado todo lo demás...!
Mi
querida Leonia ocupaba también un lugar importante en mi corazón. Me quería
mucho. Por las tardes, cuando toda la familia salía a dar un paseo, era ella
quien me cuidaba... Aún me parece estar escuchando las lindas tonadas que me
cantaba para dormirme... Buscaba la forma de contentarme en todo; por eso, me
habría dolido mucho darle algún disgusto. [6vº] Me acuerdo muy bien de su
primera comunión, sobre todo del momento en que me cogió en brazos para
hacerme entrar con ella en la casa rectoral. ¡Me parecía tan bonito ser
llevada en brazos por una hermana mayor toda vestida de blanco como yo...! Por
la noche, me acostaron temprano, pues yo era muy pequeña para quedarme al
solemne banquete; pero aún estoy viendo a papá trayéndole, a los postres, a
su reinecita unos trozos de tarta...
Al
día siguiente, o pocos días después, fuimos con mamá a casa de la
compañerita de Leonia7.
Creo que fue ese día cuando nuestra mamaíta nos llevó detrás de una pared
para hacernos beber un poco de vino después de la comida (que nos había
servido la pobre señora de Dagorau), pues no quería dejar en mal lugar a la
buena mujer pero tampoco quería que nos faltase nada... ¡Qué tierno es el
corazón de una madre! ¡Y cómo expresa su ternura en mil detalles previsores
en los que nadie pensaría...!
Ahora
me falta hablar de mi querida Celina, la compañerita de mi infancia, pero son
tantos los recuerdos, que no sé cuáles elegir. Voy a extraer algunos pasajes
de las cartas que mamá te escribía a la Visitación, pero no voy a copiarlo
todo, pues sería demasiado largo...
El
10 de julio de 1873 (año de mi nacimiento), te decía:
"La
nodriza8
trajo el jueves a Teresita. Se pasó todo el tiempo riendo. La que más le
gustó fue la pequeña Celina. Se reía con ella a carcajadas. Se diría que ya
tiene ganas de jugar, no tardará en hacerlo. Se sostiene sobre las piernecitas,
más tiesa que una estaca. Creo que pronto empezará a andar y que tendrá buen
carácter. Parece muy inteligente y tiene pinta de predestinada..."
[7rº]
Pero cuando mostré mi cariño a mi querida Celinita, fue sobre todo después de
dejar a mi nodriza. Nos entendíamos muy bien; sólo que yo era mucho más
vivaracha y mucho menos ingenua que ella. Aunque tenía tres años y medio
menos, me parecía que fuésemos de la misma edad. Este pasaje de una carta de
mamá te hará ver lo buena que era Celina y lo mala que era yo:
"Mi
Celinita está decididamente inclinada a la virtud. Es ésta una inclinación
profunda de su ser. Tiene un alma candorosa y siente horror al pecado. En cuanto
al huroncillo, no sabemos lo que saldrá de él. ¡Es tan pequeño y tan
atolondrado! Tiene una inteligencia superior a la de Celina, pero es mucho menos
dulce, y, sobre todo, de una terquedad casi indomable. Cuando dice
"no", no hay nada que la haga ceder; aunque la metiésemos un día
entero en el cuarto de los trastos, dormiría allí antes que decir
"sí"...
"Sin
embargo, tiene un corazón de oro, es muy cariñosa y sincera. Es curioso verla
correr tras de mí para acusarse: -Mamá, he empujado a Celina, pero sólo una
vez, la he pegado una vez, pero no lo volveré a hacer. (Y así, en todo lo que
hace). El jueves por la tarde, fuimos a dar un paseo hacia la estación, y se
empeñó en entrar en la sala de espera para ir a buscar a Paulina. Corría
delante con una alegría que daba gloria verla. Pero cuando vio que teníamos
que volvernos sin subir al tren para ir a buscar a Paulina, se pasó todo el
camino llorando".
Esta
última parte de la carta me recuerda la dicha que sentía al verte volver de la
Visitación. Tú, Madre querida, me cogías en brazos y María cogía en los
suyos a Celina. Entonces yo te hacía mil caricias y me echaba [7vº] hacia
atrás para admirar tu larga trenza... Luego me dabas una tableta de chocolate
que habías guardado durante tres meses. ¡Imagínate qué reliquia era eso para
mí...!
Viaje
a Le Mans
Me
acuerdo también del viaje que hice a Le Mans9
. Era la primera vez que iba en tren. ¡Qué alegría verme viajar sola con
mamá...! Sin embargo, ya no recuerdo por qué, me eché a llorar, y nuestra
pobre mamaíta sólo pudo presentar a nuestra tía de Le Mans a un feo bichito
todo enrojecido por las lágrimas que había derramado en el camino... No guardo
ningún recuerdo de la visita al locutorio, a no ser del momento en que mi tía
me pasó un ratoncito blanco y una cestita de cartulina llena de bombones, sobre
los que campeaban dos preciosos anillos de azúcar, justamente del tamaño de mi
dedo. Inmediatamente exclamé: "¡Qué bien! ¡Ya tengo un anillo para
Celina!" Pero, ¡ay dolor!, cojo la cesta por el asa, doy la otra mano a
mamá y nos vamos. A los pocos pasos, miro la cesta y veo casi todos los
bombones desparramados por la calle, como si fueran los guijarros de
Pulgarcito... Miro más atentamente y veo que uno de los preciosos anillos
había corrido la suerte fatal de los bombones... ¡Ya no tenía nada que llevar
a Celina...! Entonces estalla mi dolor, pido volver sobre mis pasos, pero mamá
no parece hacerme caso. ¡Aquello era demasiado! A mis lágrimas siguieron mis
gritos... No podía comprender que mamá no compartiese mi dolor, y eso
acrecentaba todavía más mi sufrimiento...
Mi
carácter
Vuelvo
ahora a las cartas en las que mamá te habla de Celina y de mí. Es el mejor
medio que puedo emplear para darte a conocer mi carácter. He aquí un pasaje en
el que mis defectos brillan en todo su esplendor:
[8rº]
"Celina está entretenida con la pequeña jugando a los dados, y riñen de
vez en cuando. Celina cede para añadir una perla a su corona. Yo me veo
obligada a reprender a esta pobre niña, que coge unas rabietas terribles cuando
las cosas no salen a su gusto y se revuelca por el suelo como una desesperada
pensando que todo está perdido. Hay momentos en que es más fuerte que ella, y
se le corta la respiración. Es una niña muy nerviosa. De todas maneras, es un
encanto, y muy inteligente, y se acuerda de todo".
¡Ya
ves, Madre mía, qué lejos estaba yo de ser una niña sin defectos! Ni siquiera
se podía decir de mí "que fuese buena cuando estaba dormida", pues
de noche era todavía más revoltosa que de día. Mandaba a paseo todas las
mantas, y (dormida y todo) me daba golpes contra los largueros de mi camita; el
dolor me despertaba, y entonces decía: "¡Mamá, me he golpeado...!
Nuestra pobre mamaíta se veía obligada a levantarse y comprobaba que, en
efecto, tenía chichones en la frente y me había golpeado. Me tapaba bien y
volvía a acostarse; pero al cabo de un momento yo volvía a golpearme. De
suerte que se vieron obligados a atarme en la cama. Todas las noches, la
pequeña Celina venía a anudar las incontables cuerdas destinadas a evitar que
el diablillo se golpease y despertara a su mamá. Esta medida dio buen
resultado, y desde entonces ya fui buena mientras dormía...
Tenía
también otro defecto (estando despierta), del que mamá no habla en sus cartas,
que era un gran amor propio. No voy a darte más que dos ejemplos para no
alargar demasiado mi narración. Un día, me dijo mamá: "Teresita, si
besas el suelo, te doy cinco céntimos". Cinco céntimos eran para mí toda
una fortuna, y para ganarlos no tenía que bajar demasiado de mi altura, pues mi
exigua estatura no me separaba muchos palmos de suelo. Sin embargo, mi orgullo
se rebeló a [8vº] la sola idea de besar el suelo, y poniéndome muy tiesa le
dije a mamá: -¡No, mamaíta, prefiero quedarme sin los cinco céntimos...!
En
otra ocasión teníamos que ir a Grogny, a visitar a la señora de Monnier.
Mamá le dijo a María que me pusiese mi precioso vestido azul celeste, adornado
de encajes, pero que no me dejara los brazos al aire, para que el sol no me los
tostase. Yo me dejé, con la indiferencia propia de las niñas de mi edad; pero
interiormente pensaba que habría estado mucho más bonita con los bracitos al
aire.
Con
una forma de ser como la mía, si hubiera sido educada por unos padres sin
virtud, o incluso si hubiese sido mimada por Luisa10
como Celina, habría salido muy mala, y tal vez hasta me habría perdido... Pero
Jesús velaba por su pequeña prometida y quiso que todo redundase en su bien;
incluso sus defectos, que, corregidos a tiempo, le sirvieron para crecer en la
perfección...
Como
tenía amor propio y también amor al bien, en cuanto empecé a pensar
seriamente (y lo hice desde muy pequeña), bastaba que me dijeran que algo no
estaba bien para que se me quitasen las ganas de hacérmelo repetir dos veces...
Veo con agrado que en las cartas de mamá, a medida que iba creciendo, le daba
mayores alegrías. Como no tenía más que buenos ejemplos a mi alrededor,
quería seguirlos como la cosa más natural del mundo. Esto es lo que escribía
en 1876:
"Hasta
Teresa quiere ponerse a veces a hacer prácticas 11...
Es una niña encantadora, más lista que el hambre, muy vivaracha, pero de
corazón sensible. Celina y ella se quieren mucho. Se bastan solas para
entretenerse. Todos los días, en cuanto acaban de comer, Celina va a buscar su
gallo y atrapa al primer golpe la gallina de Teresa. Yo no consigo hacerlo, pero
ella es tan hábil que la coge a la primera. Después se van las dos con sus
animalitos a sentarse al amor de la [9rº] lumbre, y así se entretienen un buen
rato. (La gallina y el gallo me los había regalado Rosita, y yo le di el gallo
a Celina).
"El
otro día Celina durmió conmigo y Teresa se acostó en el segundo piso en la
cama de Celina. Había pedido a Luisa que la bajase abajo para vestirla, y
cuando Luisa subió a buscarla encontró la cama vacía.Teresa había oído a
Celina y había bajado con ella. Luisa le dijo: -¿O sea, que no quieres bajar a
vestirte? -No, Luisa, no, nosotras somos como las dos gallinitas, que no pueden
separarse. Y al decir esto, se abrazaban y se estrechaban la una contra la
otra...
"Luego,
por la tarde, Luisa, Celina y Leonia se fueron al Círculo Católico y dejaron
en casa a la pobre Teresa, que entendía perfectamente que ella era demasiado
pequeña para ir, y decía: -¡Si por lo menos quisieran acostarme en la cama de
Celina...! Pero no, no quisieron... Ella no dijo nada y se quedó sola con su
lamparita. Al cuarto de hora estaba ya profundamente dormida..."
Otro
día, mamá escribía también:
"Celina
y Teresa son inseparables, no es fácil ver a dos niñas que se quieran tanto.
Cuando María viene a buscar a Celina para la clase, la pobre Teresa se queda
hecha un mar de lágrimas. ¡Ay, qué va a ser de ella si se va su amiguita...!
María se compadece y se la lleva también, y la pobre criatura se pasa dos o
tres horas sentada en una silla. Le dan unas cuentas para que las ensarte o
algún trapo para que cosa; no se atreve a rebullir y lanza con frecuencia
profundos suspiros. Cuando se le desenhebra la aguja, intenta volver a
enhebrarla, y es curioso verla cuando no lo consigue y sin atreverse a molestar
a María. Pronto se ven dos gruesas lágrimas correr por sus mejillas... María
[9vº] la consuela inmediatamente y le vuelve a enhebrar la aguja, y el pobre
angelito sonríe a través de sus lágrimas..."
Recuerdo,
en efecto, que no podía vivir sin Celina, y que prefería levantarme de la mesa
sin terminar el postre a no irme tras ella. En cuanto se levantaba, me volvía
en mi silla alta, pidiendo que me bajasen, y nos íbamos las dos juntas a jugar.
A
veces nos íbamos con la hija de gobernador12,
lo cual me gustaba mucho a causa del parque y de los preciosos juguetes que nos
enseñaba; pero más que nada iba allí por complacer a Celina, ya que prefería
quedarme en nuestro jardincito raspando las tapias, pues quitábamos todas las
brillantes lentejuelas que había en ellas y luego íbamos a vendérsela a papá
que nos las compraba muy serio.
Los
domingos, como yo era muy pequeña para ir a las funciones religiosas, mamá se
quedaba a cuidarme. Yo me portaba muy bien y andaba de puntillas mientras duraba
la misa. Pero en cuanto veía abrirse la puerta, se producía una explosión de
alegría sin igual: me precipitaba al encuentro de mi preciosa hermanita, que
llegaba adornada como una capilla13...,
y le decía: "¡Celina, dame enseguida pan bendito!" A veces no lo
traía, porque había llegado demasiado tarde... ¡Qué hacer entonces? Yo no
podía pasarme sin él, era "mi misa"... Pronto encontré la
solución: "¿No tienes pan bendito? ¡Pues hazlo!" Dicho y hecho:
Celina cogía una silla, abría la alacena, cogía el pan, cortaba una rebanada,
y rezaba muy seria un Ave María sobre él. Luego me lo ofrecía, y yo, después
de hacer con él la señal de la cruz, lo comía con gran devoción,
encontrándole exactamente el mismo gusto [10rº] que el del pan bendito...
Con
frecuencia hacíamos juntas conferencias espirituales. He aquí un ejemplo que
entresaco de las cartas de mamá:
"Nuestras
dos queridas pequeñas, Celina y Teresa, son ángeles de bendición, tienen una
naturaleza verdaderamente angelical. Teresa constituye la alegría y la
felicidad de María, y su gloria. Es increíble lo orgullosa que está de ella.
La verdad es que tiene salidas de lo más sorprendentes para su edad y le da
cien vueltas a Celina, que tiene el doble de años. El otro día decía Celina:
"¿Cómo puede estar Dios en una hostia tan pequeña?" Y la pequeña
contesto: "Pues no es tan extraño, porque Dios es todopoderoso".
"¿Y qué quiere decir todopoderoso?" "¡Pues que hace todo lo
que quiere"..."
Yo
lo escojo todo
Un
día, Leonia, creyéndose ya demasiado mayor para jugar a las muñecas, vino a
nuestro encuentro con una cesta llena de vestiditos y de preciosos retazos para
hacer más. Encima de todo venía acostada su muñeca. "Tomad, hermanitas
-nos dijo-, escoged, os lo doy todo para vosotras". Celina alargó la mano
y cogió un mazo de orlas de colores que le gustaba. Tras un momento de
reflexión, yo alargué a mi vez la mano, diciendo: "¡Yo lo escojo
todo!", y cogí la cesta sin más ceremonias. A los testigos de la escena
la cosa les pereció muy justa, y ni a la misma Celina se le ocurrió quejarse
(aunque la verdad es que juguetes no le faltaban, pues su padrino la colmaba de
regalos, y Luisa encontraba la forma de agenciarle todo lo que deseaba).
Este
insignificante episodio de mi infancia es el resumen de toda mi vida. Más
tarde, cuando se ofreció ante mis ojos el horizonte de la perfección,
comprendí que para ser santa había que sufrir mucho, buscar siempre lo más
perfecto y olvidarse de sí misma. Comprendí que en la perfección había
muchos grados, y que cada alma [10vº] era libre de responder a las invitaciones
del Señor y de hacer poco o mucho por él, en una palabra, de escoger entre los
sacrificios que él nos pide. Entonces, como en los días de mi niñez,
exclamé: "Dios mío, yo lo escojo todo. No quiero ser santa a medias, no
me asusta sufrir por ti, sólo me asusta una cosa: conservar mi voluntad.
Tómala, ¡pues "yo escojo todo" lo que tú quieres...!
Pero
tengo que cortar. No debo adelantarme todavía a hablarte de mi juventud, sino
de aquel diablillo de cuatro años.
Recuerdo
un sueño que debí tener por esta edad, y que se me grabó profundamente en la
imaginación. Una noche soñé que salía a dar un paseo, yo sola, por el
jardín. Al llegar al pie de la escalera que tenía que subir para llegar él,
me paré, sobrecogida de espanto. Delante de mí, cerca del emparrado, había un
bidón de cal y sobre el bidón estaban bailando dos horribles diablillos con
una agilidad asombrosa a pesar de las planchas que llevaban en los pies. De
repente, fijaron en mí sus ojos encendidos y luego, en ese mismo momento, como
si estuvieran todavía más asustados que yo, saltaron del bidón al suelo y
fueron a esconderse en la ropería, que estaba allí enfrente. Al ver que eran
tan poco valientes, quise saber lo que iban a hacer y me acerqué a la ventana.
Allí estaban los pobres diablillos, corriendo por encima de las mesas y sin
saber qué hacer para huir de mi mirada; a veces se acercaban a la ventana
mirando nerviosos si yo seguía allí, y, al verme, volvían a echar a correr
como desesperados.
Seguramente
este sueño no tiene nada de extraordinario. Sin embargo, creo que Dios ha
querido que lo recuerde siempre para hacerme ver que un alma en estado de gracia
no tiene nada que temer de los demonios, que son unos cobardes, capaces de huir
ante la mirada de un niño...
[11rº]
Voy a copiar aquí otro pasaje que encuentro en las cartas de mamá. Nuestra
pobre mamaíta presentía ya el final de su destierro 14:
"Las
dos pequeñas no me preocupan. Están muy bien las dos, son naturalezas
privilegiadas; sin duda alguna, serán buenas. María y tú podréis educarlas
perfectamente. Celina no comete nunca la menor falta voluntaria. También la
pequeña será buena; no diría una mentira ni por todo el oro del mundo. Tiene
una agudeza como no la he visto en ninguna de vosotras".
"El
otro día estaba en la tienda con Celina y con Luisa. Hablaba de sus prácticas
y discutía animadamente con Celina. La señora le preguntó a Luisa: ¿Qué es
lo que quiere decir? Cuando juega en el jardín, no se oye hablar más que de
prácticas? La señora de Gaucherin se asoma a la ventana para tratar de
entender qué significa esa discusión sobre las prácticas...
"Esta
criatura constituye nuestra felicidad. Será buena, se le ve ya el germen: no
sabe hablar más que de Dios, y por nada del mundo dejaría de rezar sus
oraciones. Me gustaría que la vieras contar cuentos, no he visto nunca cosa
más graciosa. Encuentra ella solita la expresión y el tono apropiados, sobre
todo cuando dice: "Niño de rubios cabellos, ¿dónde crees que está
Dios?" Y cuando llega a aquello de "Allá arriba, en lo alto del cielo
azul", dirige la mirada hacia lo alto con una expresión angelical. No nos
cansamos de hacérselo repetir, ¡resulta tan hermoso! Hay algo tan celestial en
su mirada, que uno se queda extasiado..."
Madre
mía querida, ¡qué feliz era yo a esa edad! Empezaba ya a gozar de la vida, se
me hacía atractiva la virtud y creo que me hallaba en las mismas disposiciones
que hoy, con un gran [11vº] dominio ya sobre mis actos.
¡Ay,
qué rápidos pasaron los años soleados de mi niñez! Pero también ¡qué
huella tan dulce dejaron en mi alma! Recuerdo ilusionada los días en que papá
nos llevaba al Pabellón15.
Hasta los más pequeños detalles se me grabaron en el corazón...
Recuerdo,
sobre todo, los paseos del domingo, en los que siempre nos acompañaba mamá...
Aún siento en mi interior las profundas y poéticas impresiones que nacían en
mi alma a la vista de los campos de trigo esmaltados de acianos y de flores
silvestres. Me gustaban ya los amplios horizontes... El espacio y los
gigantescos abetos, cuyas ramas tocaban el suelo, dejaban en mi alma una
impresión parecida a la que siento hoy todavía a la vista de la naturaleza...
Con
frecuencia, durante esos largos paseos, nos encontrábamos con algún pobre, y
Teresita era siempre la encargada de llevarles la limosna, cosa que le
encantaba. Pero a menudo también, pareciéndole a papá que el camino era
demasiado largo para su reinecita, la llevaba a casa antes que a las demás (muy
a su pesar); y entonces, para consolarla, Celina llenaba de margaritas su linda
cestita y, a la vuelta, se las daba. Pero, ¡ay!, la pobre abuelita16
pensaba que su nieta tenía demasiadas y cogía una buena parte de ellas para su
Virgen... Esto no le gustaba a Teresita, pero se guardaba muy bien de decir
nada, pues había adquirido la buena costumbre de no quejarse nunca. Incluso
cuando le quitaban lo que era suyo o cuando la acusaban injustamente, prefería
callarse y no excusarse, lo cual no era mérito suyo sino virtud natural...
¡Qué lastima que esta buena disposición se haya desvanecido...!
[12rº]
Sí, verdaderamente todo me sonreía en la tierra. Encontraba flores a cada paso
que daba, y mi carácter alegre contribuía también a hacerme agradable la
vida.
Pero
un nuevo período se iba a abrir para mi alma. Tenía que pasar por el crisol de
la prueba y sufrir desde mi infancia, para poder ofrecerme mucho antes a Jesús.
Igual que las flores de la primavera comienzan a germinar bajo la nieve y se
abren a los primeros rayos del sol, así también la florecita cuyos recuerdos
estoy escribiendo tuvo que pasar también por el invierno de la tribulación...
NOTAS
AL CAPÍTULO I
1
Iniciales de Jesús, María, José, Teresa de Avila. Encabezamiento que se usa
en el Carmelo, y que encontraremos en Teresa en casi todas partes.
2
La "Virgen de la Sonrisa", que en la actualidad remata la urna de la
Santa. Juega un papel fundamental en la vida de Teresa, curándola, en su
infancia, de su enfermedad nerviosa (29vº/31rº) y acompañándola en su
agonía en la enfermería.
3
Familia de Teresa: en ese momento, tres lirios en el Carmelo; otro lirio (Leonia)
en la Visitación; los dos tallos benditos (sus padres), que se han encontrado
ya con los cuatro lirios, los hermanos y hermanas muertos en temprana edad.
4
Primera infancia en Alençon (hasta la muerte de su madre); infancia en Los
Buissonnets (hasta la gracia de Navidad de 1886); y luego, desde 1886 hasta la
fecha de redacción del Ms A (1895).
5
En este lugar, Teresa incluye una hoja (5rº/vº), para transcribir varios
pasajes de cartas de la señora de Martin que le había facilitado la madre
Inés.
6
Su hermana María. Había salido del internado (la Visitación de Le Mans) el
2/8/1875.
7
Armandina Dagorau, su compañera de primera comunión, a la que la señora de
Martin había "vestido, según la emotiva costumbre de las familias
acomodadas de Alençon. Esta niña no se separó de Leonia un solo instante de
este hermoso día; y por la noche, en el banquete solemne, la pusieron en el
puesto de honor" (HA).
8
Rosa Taillé, que vivía en Semallé, a dos horas de camino de Alençon. Teresa
estuvo a sus cuidados desde el 15 ó el 16 de marzo de 1873 hasta el 2 de abril
de 1874.
9
El 29/3/1875, visita a la hermana de la señora de Martin, sor María Dositea,
en la Visitación.
10
Luisa Marais, criada de la familia Martin en Alençon.
11
"Sacrificios".
12
El gobierno civil se encontraba en la calle San Blas, enfrente de la casa de la
familia Martin.
13
Expresión del señor Martin.
14
La enfermedad, de índole cancerosa, cuyos primeros síntomas aparecieron ya en
1865, se declaró abiertamente en octubre de 1876.
15
Pequeña propiedad que el señor Martin había comprado antes de casarse
(actualmente, calle del Pabellón de santa Teresa).
16
La madre del señor Martin.
EN
LOS BUISSONNETS (18771881)
Muerte
de mamá
Todos
los detalles de la enfermedad de nuestra querida madre siguen todavía vivos en
mi corazón. Me acuerdo, sobre todo, de las últimas semanas que pasó en la
tierra.
Celina
y yo vivíamos como dos pobres desterradas. Todas las mañanas, venía a
buscarnos la señora de Leriche17
y pasábamos el día en su casa. Un día, no habíamos tenido tiempo de rezar
nuestras oraciones antes de salir, y por el camino Celina me dijo muy bajito:
-"¿Tenemos que decirle que no hemos rezado..." -"Sí", le
contesté, y entonces ella se lo dijo muy tímidamente a la señora de Leriche,
que nos respondió: -"Bien, hijitas, ahora las haréis". Y dejándonos
solas en una habitación muy grande, se fue... Entonces Celina me miró y
dijimos: "¡Ay, no es como con mamá...! Ella nos hacía rezar todos los
días..."
Cuando
jugábamos con las niñas, nos perseguía de continuo el recuerdo de nuestra
madre querida. Una vez que a Celina le dieron un albaricoque, se inclinó hacia
mí y me dijo muy bajito: "No lo comeremos, se lo daré a mamá".
Pero, ¡ay!, nuestra pobre mamaíta estaba ya demasiado enferma para comer las
frutas de la tierra. Ya sólo en el cielo podría saciarse con la gloria de Dios
y beber con Jesús el vino misterioso del que él habló en la última cena
cuando dijo que lo compartiría con nosotros en el reino de su Padre.
También
la impresionante ceremonia de la unción de los enfermos se quedó grabada en mi
alma. Aún veo el lugar donde yo estaba, al lado de Celina. Estábamos las cinco
colocadas por [12vº] orden de edad, y nuestro pobre papaíto estaba también
allí sollozando...
El
día de la muerte de mamá18,
o al día siguiente, me cogió en brazos, diciéndome: "Ve a besar por
última vez a tu pobre mamaíta". Y yo, sin decir nada, acerqué mis labios
a la frente de mi madre querida...
No
recuerdo haber llorado mucho. No le hablaba a nadie de los profundos
sentimientos que me embargaban... Miraba y escuchaba en silencio... Nadie tenía
tiempo para ocuparse de mí, así que vi muchas cosas que hubieran querido
ocultarme. En un determinado momento, me encontré frente a la tapa del
ataúd... Estuve un largo rato contemplándolo. Nunca había visto ninguno. Sin
embargo, comprendía... Era yo tan pequeña, que, a pesar de la baja estatura de
mamá, tuve que levantar la cabeza para verlo entero, y me pareció muy
grande... y muy triste...
Quince
años más tarde, me encontré delante de otro ataúd, el de la madre Genoveva .
Era del mismo tamaño que el de mamá, ¡y me pareció estar volviendo a los
días de mi infancia...! Todos los recuerdos se agolparon en mi mente. Era la
misma Teresita la que miraba; pero ahora había crecido y el ataúd le parecía
pequeño: ya no necesitaba levantar la cabeza para verlo, tan sólo la levantaba
para contemplar el cielo, que le parecía muy alegre, porque todas sus pruebas
se habían terminado y el invierno de su alma había pasado para siempre...
El
día en que la Iglesia bendijo los restos mortales de nuestra mamaíta del
cielo, Dios quiso darme otra madre en la tierra, y quiso que yo misma la
eligiese libremente. Estábamos juntas las cinco, mirándonos entristecidas.
También Luisa estaba allí, y al vernos a Celina y a mí, dijo:
"¡Pobrecitas, ya no tenéis madre!" Entonces Celina se echó en
brazos de María, diciendo: "¡Bueno, tú serás mi mamá!" Yo estaba
acostumbrada a [13rº] imitarla en todo; sin embargo, me volví hacia ti, Madre
mía, y como si el futuro hubiera rasgado ya su velo, me eché en tus brazos,
exclamando: "¡Pues mi mamá será Paulina! "
Como
ya dije antes, a partir de esta época de mi vida entré en el segundo período
de mi existencia, el más doloroso de los tres, sobre todo tras la entrada en el
Carmelo de la que yo había escogido para que fuese mi segunda
"mamá". Este período se extiende desde la edad de cuatro años y
medio hasta la de catorce19,
época en la que recuperé mi carácter de la niñez, a la vez que entraba en lo
serio de la vida.
Tengo
que decirte, Madre, que a partir de la muerte de mamá, mi temperamento feliz
cambió por completo. Yo, tan vivaracha y efusiva, me hice tímida y callada y
extremadamente sensible. Bastaba un mirada para que prorrumpiese en lágrimas,
sólo estaba contenta cuando nadie se ocupaba de mí, no podía soportar la
compañía de personas extrañas y sólo en la intimidad del hogar volvía a
encontrar mi alegría. Sin embargo, seguía rodeada de la mas delicada ternura..
El corazón tan tierno de papá había añadido al amor que ya tenía un amor
verdaderamente maternal... Y tú, Madre, y María ¿no erais para mí las más
tiernas y desinteresadas de las madres...? No, si Dios no hubiese prodigado a su
florecilla esos sus rayos bienhechores, nunca ella hubiera podido aclimatarse a
la tierra, pues era todavía demasiado débil para soportar las lluvias y las
tormentas, y necesitaba calor, el suave rocío y las brisas de primavera. Nunca
le faltaron [13vº] todas esas ayudas, Jesús hizo que las encontrase incluso
bajo la nieve del sufrimiento.
Lisieux
No
sentí la menor pena al dejar Alençon; a los niños les gustan los cambios, y
vine contenta a Lisieux20.
Me acuerdo del viaje y de la llegada al anochecer a la casa de mi tía. Aún me
parece estar viendo a Juana y a María esperándonos a la puerta... Me sentía
muy feliz de tener unas primitas tan buenas. Las quería mucho, lo mismo que a
mi tía y, sobre todo, a mi tío; sólo que él me daba miedo y no me hallaba
tan a gusto en su casa como en los Buissonnets21,
donde mi vida sí que fue verdaderamente feliz...
Por
la mañana, tú te acercabas a mí, preguntándome si había ofrecido ya mi
corazón a Dios; luego me vestías, hablándome de él, y a continuación rezaba
mis oraciones a tu lado.
Después
venía la clase de lectura. La primera palabra que logré leer sola fue ésta:
"cielos". Mi querida madrina se encargaba de las clases de escritura,
y tú, Madre, de todas las demás. No tenía gran facilidad para aprender, pero
sí buena memoria. El catecismo, y sobre todo la Historia Sagrada, eran mis
asignaturas preferidas, las estudiaba con verdadero placer; en cambio la
gramática me hizo derramar muchas lágrimas... ¿Te acuerdas del masculino y el
femenino?
En
cuanto terminaba la clase, subía al mirador22
para llevarle a papá mi condecoración y mis notas. ¡Qué feliz me sentía
cuando podía decirle: "Tengo un 5 sin excepción, Paulina lo dijo la
primera...!" Pues cuando te preguntaba yo si tenía 5 sin excepción y tú
me contestabas que sí, era para mí como obtener un punto menos. También me
dabas vales, y cuando había reunido un cierto número de ellos conseguía un
recompensa y un día de asueto. Recuerdo que esos días [14rº] se me hacían
mucho más largos que los otros, cosa que a ti te agradaba pues era señal de
que no me gustaba estar sin hacer nada.
Delicadezas
de papá
Todas
la tardes me iba a dar un paseíto con papá. Hacíamos juntos una visita al
Santísimo Sacramento, visitando cada día una nueva iglesia. Fue así como
entré por vez primera en la capilla del Carmelo. Papá me enseñó la reja del
coro, diciéndome que al otro lado había religiosas. ¡Qué lejos estaba yo de
imaginarme que nueve años más tarde iba a encontrarme yo entre ellas...!
Terminado
el paseo (durante el cual papá me compraba siempre un regalito de cinco o diez
céntimos), volvía a casa. Hacía entonces los deberes, y después me pasaba
todo el resto del tiempo brincando en el jardín en torno a papá, pues no
sabía jugar a las muñecas. Una cosa que me encantaba era preparar tisanas con
semillas y cortezas de árbol que encontraba por el suelo; luego se las llevaba
a papá en una linda tacita; nuestro pobre papaíto suspendía su trabajo y,
sonriendo, hacía como que bebía, y antes de devolverme la taza me preguntaba
(como a hurtadillas) si había que tirar el contenido; algunas veces yo le
decía que sí, pero la mayoría de ellas volvía a llevarme mi preciosa tisana
para que me sirviese para más veces...
Me
gustaba cultivar mis florecitas en el jardín que papá me había regalado. Me
entretenía levantando altarcitos en un hueco que había en medio de la tapia;
cuando terminaba, corría a buscar a papá y arrastrándole detrás de mí le
decía que cerrase bien los ojos y que no los abriera hasta que yo se lo
mandase. El hacía todo lo que yo quería y se dejaba conducir ante mi
jardincito. Entonces yo gritaba: "¡Papá, abre los ojos!" El los
abría [14vº] y, por complacerme, se quedaba extasiado, admirando lo que a mí
me parecía toda una obra de arte...
Si
quisiera contar otras mil anécdotas de esta índole que se agolpan en mi
memoria, nunca terminaría... ¿Cómo relatar todas las caricias que
"papá" prodigaba a su reinecita? Hay cosas que siente el corazón y
que ni la palabra ni siquiera el pensamiento pueden expresar...
¡Qué
hermosos eran para mí los días en que mi rey querido me llevaba con él a
pescar! ¡Me gustaban tanto el campo, las flores y los pájaros! A veces
intentaba pescar con mi cañita. Pero prefería ir a sentarme sola en la hierba
florida. Entonces mis pensamientos se hacían muy profundos, y sin saber lo que
era meditar, mi alma se abismaba en una verdadera oración... Escuchaba los
ruidos lejanos... El murmullo del viento y hasta la música difusa de los
soldados, cuyo sonido llegaba hasta mí, me llenaban de dulce melancolía el
corazón... La tierra me parecía un lugar de destierro y soñaba con el
cielo...
La
tarde pasaba rápidamente, y pronto había que volver a los Buissonnets. Pero
antes de partir, tomaba la merienda que había llevado en mi cestita. La hermosa
rebanada de pan con mermelada que tú me habías preparado había cambiado de
aspecto: en lugar de su vivo color, ya no veía más que un pálido color rosado,
todo rancio y revenido... Entonces la tierra me parecía aún más triste, y
comprendía que sólo en el cielo la alegría sería sin nubes...
Hablando
de nubes, me acuerdo que un día el hermoso cielo azul de la campaña se
encapotó y que pronto se puso a rugir la tormenta. Los relámpagos hacían
surcos en las nubes oscuras y vi caer un rayo a corta distancia. Lejos de
asustarme, estaba encantada: ¡me parecía que Dios [15rº] estaba muy cerca de
mí...! Papá no estaba en absoluto tan contento como su reinecita; no porque
tuviese miedo a la tormenta, sino porque la hierba y las grandes margaritas (que
levantaban más que yo) centelleaban de piedras preciosas y teníamos que
atravesar varios prados antes de encontrar un camino; así que mi querido
papaíto, para que los diamantes23
no mojasen a su hijita, se la echó a hombros a pesar de su equipo de pesca.
Durante
los paseos que daba con papá, le gustaba mandarme a llevar la limosna a los
pobres con que nos encontrábamos. Un día, vimos a uno que se arrastraba
penosamente sobre sus muletas. Me acerqué a él para darle una moneda; pero no
sintiéndose tan pobre como para recibir una limosna, me miró sonriendo
tristemente y rehusó tomar lo que le ofrecía. No puedo decir lo que sentí en
mi corazón. Yo quería consolarle, aliviarle, y en vez de eso, pensé, le
había hecho sufrir. El pobre enfermo, sin duda, adivinó mi pensamiento, pues
lo vi volverse y sonreírme. Papá acababa de comprarme un pastel y me entraron
muchas ganas de dárselo, pero no me atreví. Sin embargo, quería darle algo
que no me pudiera rechazar, pues sentía por él un afecto muy grande. Entonces
recordé haber oído decir que el día de la primera comunión se alcanzaba todo
lo que se pedía. Aquel pensamiento me consoló, y aunque todavía no tenía
más que seis años, me dije para mí: "El día de mi primera comunión
rezaré por mi pobre". Cinco años más tarde cumplí mi promesa, y espero
que Dios habrá escuchado la oración que él mismo me había inspirado que le
dirigiera por uno de sus miembros dolientes...
[15vº]
Amaba mucho a Dios y le ofrecía con frecuencia mi corazón, sirviéndome de la
breve fórmula que mamá me había enseñado24.
Sin embargo, un día, o mejor una tarde del mes de mayo, cometí una falta que
vale la pena contar aquí. Esta falta me ofreció una buena ocasión para
humillarme y creo que he tenido de ella perfecta contrición.
Como
era demasiado pequeña para ir al mes de María, me quedaba en casa con Victoria25
y hacía con ella mis devociones ante mi altarcito de María, que yo arreglaba a
mi manera. Era todo tan pequeño, candeleros y floreros, que dos cerillas, que
hacían de velas, bastaban para alumbrarlo. En alguna que otra ocasión,
Victoria me daba la sorpresa de regalarme dos cabitos de vela, pero raras veces.
Una tarde, estaba todo preparado para ponernos a rezar, y le dije:
"Victoria, ¿quieres comenzar el Acordaos? Voy a encender". Ella hizo
ademán de empezar, pero no dijo nada y me miró riéndose. Yo, que veía que
mis preciosas cerillas se consumían rápidamente, le supliqué que dijese la
oración. Ella continuó callada. Entonces, levantándome, le dije a gritos que
era mala y, saliendo de mi dulzura habitual, empecé a patalear con todas mis
fuerzas.... A la pobre Victoria se le quitaron las ganas de reír, me miró
asombrada y me enseñó los cabos de vela que había traído...Y yo, después de
haber derramado lágrimas de rabia, lloré lágrimas de sincero arrepentimiento,
con el firme propósito de no volver a hacerlo nunca...
En
otra ocasión me ocurrió una nueva aventura con Victoria, pero de ésta no tuve
que arrepentirme, pues conservé perfectamente la calma. Yo quería un tintero,
que estaba sobre la chimenea de la cocina. Como era muy pequeña para cogerlo,
le pedí muy amablemente a Victoria que [16rº] me lo diese, pero ella se negó,
diciéndome que me subiese a una silla. Cogí una silla sin replicar, pero
pensando que ella no había sido nada amable que digamos. Y queriendo hacérselo
saber, busqué en mi cabecita el insulto que más me ofendía. Ella, cuando
estaba enfadada conmigo, solía llamarme "mocosa", lo cual me
humillaba mucho. Así que, antes de bajarme de la silla, me volví hacia ella
con gran dignidad y le dije: "¡Victoria, eres una mocosa!" Y me
escapé corriendo, dejándola que meditase las profundas palabras que acababa de
dirigirle... El resultado no se hizo esperar, pues pronto la oí gritar:
"¡Señorita María..., Teresa acaba de llamarme mocosa!" Vino María
y me hizo pedirle perdón, pero lo hice sin contrición, pues me parecía que si
Victoria no había querido estirar su largo brazo para hacerme un pequeño
favor, merecía bien el título de mocosa...
Sin
embargo, Victoria me quería mucho, y yo también a ella. Un día me sacó de un
gran aprieto, en el que yo había caído por mi culpa. Victoria estaba
planchando y tenía a su lado un cubo de agua. Yo estaba mirándola,
balanceándome (como de costumbre) en una silla. De repente, me falló la silla
y caí, pero no al suelo, sino ¡¡¡dentro del cubo...!!! Estaba tocando la
cabeza con los pies, y llenaba el cubo como un pollito llena el huevo... La
pobre Victoria me miraba enormemente sorprendida, pues nunca había visto cosa
igual. Yo no veía la hora de salir del cubo, pero imposible, la prisión era
tan justa que no podía hacer el menor movimiento. Con cierta dificultad,
Victoria me salvó del gran aprieto; lo que no pudo salvar fue mi vestido y todo
lo demás, y se vio obligada a cambiarme, pues estaba hecha una sopa.
Otra
vez me caí en la chimenea. Por suerte el fuego no estaba [16vº] encendido, y
Victoria no tuvo más trabajo que el de levantarme y sacudirme la ceniza que me
cubría de pies a cabeza. Todas estas aventuras me sucedían los miércoles,
mientras tú y María estabais en el canto.
Primera
confesión
Fue
también un miércoles cuando vino a visitarnos el Sr. Ducellier26.
Cuando Victoria le dijo que no había nadie en casa, más que Teresita, entró a
la cocina para verme, y estuvo mirando mis deberes. Me sentí muy orgullosa de
recibir a mi confesor, pues había hecho poco antes mi primera confesión.
¡Qué
dulce recuerdo aquel...! ¡Con cuánto esmero me preparaste, Madre querida,
diciéndome que no era a un hombre a quien iba a decir mis pecados, sino a Dios!
Estaba profundamente convencida de ello, por lo que me confesé con gran
espíritu de fe, y hasta te pregunté si no tendría que decirle al Sr.
Ducellier que lo amaba con todo el corazón, ya que era a Dios a quien le iba a
hablar en su persona...
Bien
instruida acerca de todo lo que tenía que decir y hacer, entré al confesonario
y me puse de rodillas; pero al abrir la ventanilla, el Sr. Ducellier no vio a
nadie: yo era tan pequeña, que mi cabeza quedaba por debajo de la tabla de
apoyar las manos. Entonces me mandó ponerme de pie. Obedecí en seguida, me
levanté y, poniéndome exactamente frente a él para verle bien, me confesé
como una persona mayor, y recibí su bendición con gran fervor, pues tú me
habías dicho que en esos momentos las lágrimas del Niño Jesús purificarían
mi alma. Recuerdo que en la primera exhortación que me hizo me invitó, sobre
todo, a que tener devoción a la Santísima Virgen, y yo prometí redoblar mi
ternura hacia ella. Al salir del confesonario, me sentía tan contenta y ligera,
que nunca había sentido tanta alegría en mi [17rº] alma. Después volví a
confesarme en todas las fiestas importantes, y cada vez que lo hacía era para
mí una verdadera fiesta.
Fiestas
y domingos en familia
¡Las
fiestas...! ¡Cuántos recuerdos me trae esta palabra...! ¡Cómo me gustaban
las fiestas...! Tú, Madre querida, sabías explicarme tan bien todos los
misterios que en cada una de ellas se encerraban, que eran para mí auténticos
días de cielo. Me gustaban, sobre todo, las procesiones del Santísimo. ¡Qué
alegría arrojar flores al paso del Señor...! Pero en vez de dejarlas caer, yo
las lanzaba lo más alto que podía, y cuando veía que mis hojas deshojadas
tocaban la sagrada custodia, mi felicidad llegaba al colmo...
¡Las
fiestas! Si bien las grandes eran raras, cada semana traía una muy entrañable
para mí.: "el domingo". ¡Qué día el domingo...! Era la fiesta de
Dios, la fiesta del descanso. Empezaba por quedarme en la cama más tiempo que
los otros días; además, mamá Paulina mimaba a su hijita llevándole el
chocolate a la cama, y después la vestía como a una reinecita...
La
madrina venía a peinar los rizos de su ahijada, que no siempre era buena cuando
le alisaban el pelo, pero luego se iba muy contenta a coger la mano de su rey,
que ese día la besaba con mayor ternura aún que de ordinario.
Después
toda la familia iba a misa. Durante todo el camino, y también en la iglesia, la
reinecita de papá le daba la mano. Su sitio estaba junto al de él, y cuando
teníamos que sentarnos para el sermón, había que encontrar también dos
sillas, una junto a otra. Esto no resultaba muy difícil, pues todo el mundo
parecía encontrar tan entrañable el ver a un anciano tan venerable27
con una hija tan pequeña, que la gente se apresuraba a cedernos el asiento. Mi
tío, que ocupaba los bancos de los mayordomos, gozaba al vernos llegar y decía
que yo era su [17vº] rayito de sol...
No
me preocupaba lo más mínimo que me mirasen. Escuchaba con mucha atención los
sermones, aunque no entendía casi nada. El primero que entendí, y que me
impresionó profundamente, fue uno sobre la pasión, predicado por el Sr.
Ducellier, y después entendí ya todos los demás. Cuando el predicador hablaba
de santa Teresa, papá se inclinaba y me decía muy bajito: "Escucha bien,
reinecita, que está hablando de tu santa patrona". Y yo escuchaba bien,
pero miraba más a papa que al predicador. ¡Me decía tantas cosas su hermoso
rostro...! A veces sus ojos se llenaban de lágrimas que trataba en vano de
contener. Tanto le gustaba a su alma abismarse en las verdades eternas, que
parecía no pertenecer ya a esta tierra... Sin embargo, su carrera estaba aún
muy lejos de terminar: tenían que pasar todavía largos años antes de que el
hermoso cielo se abriera ante sus ojos extasiados y de que el Señor enjugara
las lágrimas de su servidor fiel y cumplidor...
Pero
vuelvo a mi jornada del domingo. Aquella alegre jornada, que pasaba con tanta
rapidez, tenía también su fuerte tinte de melancolía. Recuerdo que mi
felicidad era total hasta Completas28.
Durante esta Hora del Oficio, me ponía a pensar que el día de descanso se iba
a terminar, que al día siguiente había que volver a empezar la vida normal, a
trabajar, a estudiar las lecciones, y mi corazón sentía el peso del destierro
de la tierra... y suspiraba por el descanso eterno del cielo, por el domingo sin
ocaso de la patria...
Hasta
los paseos que dábamos antes de volver a los Buissonnets dejaban en mi alma un
sentimiento de tristeza. En ellos la familia ya no estaba completa, pues papá,
por dar gusto a mi tío, le dejaba a María o a Paulina la tarde de los
domingos. [18rº] Sólo me sentía realmente contenta cuando me quedaba yo
también. Prefería eso a que me invitasen a mí sola, pues así se fijaban
menos en mí.
Mi
mayor placer era oír hablar a mi tío, pero no me gustaba que me hiciese
preguntas, y sentía mucho miedo cuando me ponía sobre una de sus rodillas y
cantaba con voz de trueno la canción de Barba Azul...
Cuando
papá venía a buscarnos, me ponía muy contenta. Al volver a casa, iba mirando
las estrellas, que titilaban dulcemente, y esa visión me fascinaba... Había,
sobre todo, un grupo de perlas de oro en las que me fijaba muy gozosa, pues me
parecía que tenían forma de T (poco más o menos esta forma ). Se lo enseñaba
a papá, diciéndole que mi nombre estaba escrito en el cielo, y luego, no
queriendo ver ya cosa alguna de esta tierra miserable, le pedía que me guiase
él. Y entonces, sin mirar dónde ponía los pies, levantaba bien alta la cabeza
y caminaba sin dejar de contemplar el cielo estrellado...
¿Y
qué decir de las veladas de invierno, sobre todo de las de los domingos?
¡Cómo me gustaba sentarme con Celina, después de la partida de damas, en el
regazo de papá...! Con su hermosa voz, cantaba tonadas que llenaban el alma de
pensamientos profundos..., o bien, meciéndonos dulcemente, recitaba poesías
impregnadas de verdades eternas.
Luego
subíamos para rezar las oraciones en común, y la reinecita se ponía solita
junto a su rey, y no tenía más que mirarlo para saber cómo rezan los
santos...
Finalmente,
íbamos todas, por orden de edad, a dar las buenas noches a papá y a recibir un
beso. La reina iba, naturalmente, la última, y el rey, para besarla, la [18vº]
cogía por los codos, y ella exclamaba bien alto: "Buenas noches, papá,
hasta mañana, que duermas bien". Y todas las noches se repetía la
escena...
Después
mi mamaíta me cogía en brazos y me llevaba hasta la cama de Celina, y yo
entonces le decía: "Paulina, ¿he sido hoy bien buenecita...? ¿Vendrán
los angelitos a volar a mi alrededor ?" La respuesta era siempre sí, pues
de otro modo me hubiera pasado toda la noche llorando... Después de besarme, al
igual que mi querida madrina, Paulina volvía a bajar y la pobre Teresita se
quedaba completamente sola en la oscuridad. Y por más que intentaba imaginarse
a los angelitos volando a su alrededor, no tardaba en apoderarse de ella el
terror; las tinieblas le daban miedo, pues desde su cama no alcanzaba a ver las
estrellas que titilaban dulcemente...
Considero
una auténtica gracia el que tú, Madre querida, me hayas acostumbrado a superar
mis miedos. A veces me mandabas sola, por la noche, a buscar un objeto
cualquiera en alguna habitación alejada. De no haber sido tan bien dirigida, me
habría vuelto muy miedosa, mientras que ahora es difícil que me asuste por
nada...
A
veces me pregunto cómo pudiste educarme con tanto amor y delicadeza, y sin
mimarme, pues la verdad es que no me dejabas pasar ni una sola imperfección.
Nunca me reprendías sin motivo, pero tampoco te volvías nunca atrás de una
decisión que hubieras tomado. Tan convencida estaba yo de esto, que no hubiera
podido ni querido dar un paso si tú me lo habías prohibido. Hasta papá se
veía obligado a someterse a tu voluntad. Sin el consentimiento de Paulina, yo
no salía de paseo; y si cuando papá me pedía que fuese, yo respondía:
"Paulina no quiere", [19rº] entonces él iba a implorar gracia para
mí. A veces Paulina, por complacerlo, decía que sí, pero Teresita leía en su
cara que no lo decía de corazón y entonces se echaba a llorar y no había
forma de consolarla hasta que Paulina decía que sí y la besaba de corazón.
Cuando
Teresita caía enferma, como le sucedía todos los inviernos, es imposible decir
con qué ternura maternal era cuidada. Paulina la acostaba en su propia cama
(merced incomparable) y le daba todo lo que le apetecía. Un día, Paulina sacó
de debajo de la almohada una preciosa navajita suya y se la regaló a su hijita,
dejándola sumida en un arrobamiento imposible de describir. -"¡Paulina!,
exclamó, ¿así que me quieres tanto, que te privas por mí de tu preciosa
navajita que tiene una estrella de nácar...? Y si me quieres tanto,
¿sacrificarías también tu reloj para que no me muriera..." -"No
sólo sacrificaría mi reloj para que no te murieras, sino que lo sacrificaría
ahora mismo por verte pronto curada". Al oír esas palabras de Paulina, mi
asombro y mi gratitud llegaron al colmo...
En
verano, a veces tenía mareos, y Paulina me cuidaba con la misma ternura. Para
distraerme -y éste era el mejor de los remedios-, me paseaba en carretilla
alrededor del jardín; y luego, bajándome a mí, ponía en mi lugar una matita
de margaritas y la paseaba con mucho cuidado hasta mi jardín, donde la colocaba
con gran solemnidad...
Paulina
era quien recibía todas mis confidencias íntimas y aclaraba todas mis dudas...
En cierta ocasión, le manifesté mi extrañeza de que Dios no [19vº] diera la
misma gloria en el cielo a todos los elegidos y mi temor de que no todos fueran
felices. Entonces Paulina me dijo que fuera a buscar el vaso grande de papá y
que lo pusiera al lado de mi dedalito, y luego que los llenara los dos de agua.
Entonces me preguntó cuál de los dos estaba más lleno. Yo le dije que estaba
tan lleno el uno como el otro y que era imposible echar en ellos más agua de la
que podían contener. Entonces mi Madre querida me hizo comprender que en el
cielo Dios daría a sus elegidos tanta gloria como pudieran contener, y que de
esa manera el último no tendría nada qué envidiar al primero. Así, Madre
querida, poniendo a mi alcance los más sublimes secretos, sabías tú dar a mi
alma el alimento que necesitaba...
¡Con
qué alegría veía yo llegar cada año la entrega de premios...! Entonces como
siempre, se hacía justicia, y yo no recibía más recompensas que las que
había merecido. Sola y de pie en medio de la noble asamblea, escuchaba la
sentencia, que era leída por el rey de Francia y Navarra. El corazón me latía
muy fuerte al recibir los premios y la corona..., ¡era para mí como una imagen
del juicio...! Inmediatamente después de la entrega, la reinecita se quitaba su
vestido blanco, y se apresuraban a disfrazarla para que tomara parte en la gran
representación...!
Visión
profética
¡Qué
alegres eran aquellas fiestas familiares...! ¡Y qué lejos estaba yo entonces,
viendo a mi rey querido tan radiante, de presagiar las tribulaciones que iban a
visitarlo...!
Un
día, sin embargo, Dios me mostró, en una visión verdaderamente
extraordinaria, la imagen viva de la prueba que él quería prepararnos de
antemano, pues su cáliz se estaba ya llenando.
Papá
se encontraba de viaje desde hacía varios días, y aún faltaban dos [20rº]
para su regreso. Serían las dos o las tres de la tarde, el sol brillaba con
vivo resplandor y toda la naturaleza parecía estar de fiesta.
Yo
estaba sola, asomada a la ventana de una buhardilla que daba a la huerta grande.
Miraba al frente, con el alma ocupada en pensamientos risueños, cuando vi
delante del lavadero, que se encontraba justamente allí enfrente, a un hombre
vestido exactamente igual que papá, de la misma estatura y con la misma forma
de andar; sólo que estaba mucho más encorvado... Tenía la cabeza cubierta29
con una especie de delantal de color indefinido, de suerte que no le puede ver
la cara. Llevaba un sombrero parecido a los de papá. Lo vi avanzar con paso
regular, bordeando mi jardincito... De pronto un sentimiento de pavor
sobrenatural invadió mi alma; pero inmediatamente pensé que seguramente papá
había regresado y que se ocultaba para darme una sorpresa. Entonces le llamé a
gritos, con voz trémula de emoción: "¡Papá, papá...!" Pero el
misterioso personaje no pareció oírme y prosiguió su marcha regular sin
siquiera volverse. Siguiéndole con la mirada, le vi dirigirse hacia el
bosquecillo que cortaba en dos la avenida principal. Esperaba verlo reaparecer
al otro lado de los grandes árboles, ¡pero la visión profética se había
desvanecido...!
Todo
esto no duró más que un instante, pero se grabó tan profundamente en mi
corazón, que aún hoy, quince años después..., conservo tan vivo su recuerdo
como si la visión estuviese todavía delante de mis ojos...
María
estaba contigo, Madre mía, en una habitación que tenía comunicación con
aquella en la que yo me encontraba. Y al oírme llamar a papá, tuvo una
sensación de pavor y pensó, según me dijo después, que debía estar
ocurriendo algo extraordinario. Disimulando su emoción corrió junto a mí,
preguntándome qué me pasaba para estar llamando a papá que estaba en Alençon.
[20vº] Entonces le conté lo que acababa de ver. Para tranquilizarme, María me
dijo que seguramente habría sido Victoria, que, para meterme miedo, se había
cubierto la cabeza con el delantal. Pero al preguntarle, Victoria aseguró que
ella no había salido de la cocina. Además, yo estaba bien segura de haber
visto a un hombre y de que ese hombre tenía todas las trazas de papá. Entonces
fuimos las tres al otro lado del macizo de árboles, y al no encontrar la menor
huella de que alguien hubiese pasado por allí, tú me dijiste que no pensara
más en ello...
Pero
no pensar más en ello era algo que no estaba en mi poder. Mi imaginación me
representaba una y otra vez la escena misteriosa que había visto... Muchas
veces también intenté levantar el velo que me ocultaba su significado, pues en
el fondo del corazón abrigaba la íntima convicción de que esta visión tenía
un sentido que algún día se me iba a revelar...
Ese
día se hizo esperar largo tiempo, pero catorce años más tarde Dios mismo
rasgó ese velo misterioso. Estábamos en licencia sor María del Sagrado
Corazón y yo, y hablábamos como siempre de cosas de la otra vida y de nuestros
recuerdos de la infancia. Yo le recordé la visión que había tenido a la edad
de seis a siete años, y de pronto, al contar los detalles de aquella extraña
escena, comprendimos las dos a la vez lo que significaba... Era a papá a quien
yo había visto, caminando encorvado por la edad... Era él, llevando en su
rostro venerable y en su cabeza encanecida el signo de su prueba gloriosa30...
Así como la Faz adorable de Jesús estuvo velada durante su Pasión, así
tenía que estar también velada la faz de su fiel servidor en los días de sus
sufrimientos, para que en la patria celestial pudiera resplandecer junto a su
Señor, el Verbo eterno... Y desde el seno de esa gloria inefable, nuestro
querido padre, que reina ya en el cielo, nos ha alcanzado la gracia de
comprender la visión [21rº] que su reinecita había tenido a una edad en la
que no era de temer que sufriera una ilusión. Desde el seno de la gloria, nos
ha alcanzado el dulce consuelo de comprender que, diez años antes de nuestra
gran tribulación, Dios quiso mostrárnosla ya, como un padre hace vislumbrar a
sus hijos el porvenir glorioso que les tiene preparado y se complace en
considerar por adelantado las riquezas incalculables que constituirán su
herencia...
¿Pero
por qué Dios me concedió precisamente a mí esta revelación? ¿Por qué
mostró a una niña tan pequeña algo que ella no podía comprender, algo que,
de haberlo comprendido, la hubiera hecho morir de dolor? ¿Por qué...? Es
éste, sin duda, uno de esos misterios que comprenderemos en el cielo ¡y que
será para nosotras causa de eterna admiración...!
¡Qué
bueno es el Señor...! El acompasa siempre sus pruebas a las fuerzas que nos da.
Como acabo de decir, yo nunca hubiera podido soportar ni tan siquiera la idea de
los amargos sufrimientos que me reservaba el porvenir... Era incapaz hasta de
pensar, sin estremecerme, que papá pudiese morir...
Una
vez, estaba subido a lo alto de una escalera, y como yo quedaba justamente
debajo de él, me gritó: "Apártate, chiquitita, que si caigo te voy a
aplastar". Al oír eso, me sublevé interiormente, y, en vez de apartarme,
me pegué más a la escalera, pensando: "Por lo menos, si papá se cae, no
tendré el dolor de verle morir, pues yo moriré con él".
Me
es imposible decir lo mucho que quería a papa. Todo en él me causaba
admiración. Cuando me explicaba sus ideas (como si yo fuese ya una jovencita),
yo le decía ingenuamente que seguro que si decía [21vº] todas esas cosas a
los hombres importantes del gobierno, vendrían a buscarlo para hacerlo rey, y
entonces Francia sería feliz como no lo había sido nunca... Pero en el fondo
me alegraba (y me lo reprochaba a mí misma como si fuese un pensamiento
egoísta) de que no hubiese nadie más que yo que conociese bien a papá, pues
sabía que si llegara a ser rey de Francia, sería desdichado, porque ésta es
la suerte de todos los monarcas; y, sobre todo, ya no sería mi rey, ¡un rey
sólo para mí...!
Trouville
Tenía
yo seis o siete años cuando papá nos llevó a Trouville. Nunca olvidaré la
impresión que me causó el mar. No me cansaba de mirarlo. Su majestuosidad, el
rugido de las olas, todo le hablaba a mi alma de la grandeza y del poder de
Dios.
Recuerdo
que, durante el paseo que dimos por la playa, un señor y una señora me miraban
correr feliz junto a papá y, acercándose, le preguntaron si era suya, y
dijeron que era una niña muy guapa. Papá les respondió que sí, pero me di
cuenta de que les hizo señas de que no me dirigiesen elogios...
Era
la primera vez que yo oía decir que era guapa, y me gustó, pues no creía
serlo. Tú ponías gran cuidado, Madre querida, en alejar de mí todo lo que
pudiese empañar mi inocencia, y sobre todo en no dejarme escuchar ninguna
palabra por la pudiese deslizarse la vanidad en mi corazón. Y como yo sólo
hacía caso a tus palabras y a las de María, y vosotras nunca me habíais
dirigido un solo piropo, no di mayor importancia a las palabras y a las miradas
de admiración de aquella señora.
Al
atardecer, a esa hora en la que el sol parece querer bañarse en la inmensidad
de las olas, dejando tras de sí un surco luminoso, iba a sentarme, a solas con
Paulina, en una roca... Y allí recordé el cuento conmovedor de "El surco
de oro"31...
Estuve
contemplando durante mucho tiempo aquel surco luminoso, imagen de la gracia que
ilumina el camino que debe recorrer la barquilla de airosa vela blanca... Allí,
al lado de Paulina, hice el propósito de no alejar nunca mi alma de la mirada
de Jesús, para que pueda navegar en paz hacia la patria del cielo...
Mi
vida discurría serena y feliz. El cariño de que vivía rodeada en los
Buissonnets me hacía, por decirlo así, crecer. Pero ya era, sin duda, lo
suficientemente grande para empezar a luchar, para empezar a conocer el mundo y
las miserias de que está lleno...
NOTAS
AL CAPÍTULO II
17
Esposa de un sobrino del señor Martin, que le había cedido la joyería en
1870.
18
El 28 de agosto de 1877; tenía cuarenta y cinco años.
19
La gracia de Navidad de 1886; pronto va a cumplir 14 años (cf Ms A 45rº/vº).
20
El 15/11/1877. El señor Martin había decidido vivir en Lisieux para acercar a
sus hijas a su familia materna: el señor Guérin y su esposa, y sus dos hijas,
Juana y María. Isidoro Guérin tenía una farmacia en la plaza de San Pedro. El
en persona vino a buscar a sus sobrinas.
21
La HA precisa: "Al día siguiente nos llevaron a nuestra nueva casa, quiero
decir a los Buissonnets, un barrio solitario situado muy cerca del precioso
paseo llamado "Jardín de la Estrella". La casa me pareció
encantadora: un mirador, desde donde se extendía la vista hasta muy lejos, un
jardín inglés delante de la fachada, otra huerta grande detrás de la casa.
Todo aquello era una hermosa novedad para mi joven imaginación. Y en efecto,
esta risueña morada se convirtió en escenario de muchas y gratas alegrías y
de inolvidables escenas familiares". El barrio se llamaba de los "Buissonnets",
y las hermanas Martin cambiaron ese nombre, para su nueva vivienda, por el de
los "Buissonnets", que muy probablemente era la denominación
primitiva del barrio.
22
Segundo piso, tipo buhardilla, en la fachada de los Buissonnets.
23
Las gotas de lluvia o las lágrimas de Teresa (cf 54rº/vº, 63vº, 78vº).
24
Teresa repetía con frecuencia esta ofrenda a lo largo del día: Dios mío, te
ofrezco mi corazón; tómale si quieres, para que ninguna criatura pueda
adueñarse de él, sino sólo tú, mi buen Jesús (citado por S. PIAT, Historia
de una familia, Burgos, Monte Carmelo, 1950, p. 208.
25
Victoria Pasquer, sirvienta de la familia Martin.
26
Párroco de la catedral de San Pedro.
27
En 1880 el señor Martin tenía cincuenta y siete años.
28
En aquella época se rezaban inmediatamente después de Vísperas, al principio
de la tarde.
29
Sor María del Sagrado Corazón confirma el aspecto profético de este detalle,
cuando indica que al principio de su terrible enfermedad "se veía con
mucha frecuencia (al señor Martin) cubrirse la cabeza" (PA pp. 244245).
30
La parálisis cerebral, que obscurecerá las facultades del señor Martin al
final de su vida y que lo obligará a ingresar en un sanatorio psiquiátrico. Cf
71vº al 75vº.
31 De un libro de lecturas. La Tirelire aux histoires [ La hucha de los cuentos], de Luisa S.W.Belloc (bajo el título de "El sendero de oro"). Se trata del sueño simbólico de una niña que va navegando sobre el surco de oro del sol poniente, imagen de la gracia. Pero este episodio hay que situarlo, sin duda alguna, en otro año, en 1879 ó 1881.