Cta
255 A los señores Guérin
J.M.J.T.
Jesús
16 de julio de 1897
Mis
queridos tíos:
Me
siento enormemente feliz de poder demostrarles que su Teresita no ha abandonado
todavía el destierro, pues sé que esto les llenará de alegría. Sin embargo,
creo, queridos familiares, que su alegría será todavía mucho mayor cuando, en
vez de leer unas pocas líneas trazadas con mano temblorosa, sientan mi alma
cerca de la suya.
Sí,
estoy segura de que Dios me permitirá derramar a manos llenas sus gracias sobre
ustedes y sobre mi hermanita Juana y su Francis. Escogeré para ellos el
querubín más hermoso del cielo [1vº] y pediré a Jesús que se lo regale a
Juana para que llegue a ser "un gran pontífice y un gran santo"1.
Si no soy escuchada, mi querida hermanita tendrá realmente que renunciar al
deseo de ser madre aquí en la tierra, pero podrá alegrarse pensando que en el
cielo "el Señor le dará el gozo de ver que es madre de muchos hijos"2,
como lo prometió el Espíritu Santo al cantar por boca del rey profeta esas
palabras que acabo de escribir. Esos hijos serán las almas que su sacrificio,
aceptado con entereza, hará nacer a la vida de la gracia; pero confío que le
podré alcanzar mi querubín, es decir, un alma que sea su copia fiel, pues un
querubín no va a querer desterrarse ni siquiera para recibir las dulces
caricias de una madre...
Me
doy cuenta de que no voy a tener espacio en esta carta para decir todo lo que
quisiera. [2rº] Quería, queridos tíos, contarles detalladamente mi comunión
de esta mañana3,
que ustedes hicieron que fuese tan emocionante, o, mejor dicho, tan triunfante,
con sus ramos de flores. Dejo que mi querida hermanita sor M. de la Eucaristía
les cuente los detalles, y sólo quiero decirles que ella cantó antes de la
comunión una coplilla que yo había compuesto para esta mañana4.
Cuando Jesús estuvo en mi corazón, volvió a cantar esta estrofa de
"Vivir de amor": ¡Morir de amor, dulcísimo martirio! No acierto a
decirles lo digna y hermosa que era su voz. Me había prometido no llorar por
complacerme, y mis esperanzas se vieron rebasadas. Jesús debió escuchar y
comprender perfectamente lo que espero de él, y eso era justamente lo yo que
quería...
[2vº]
Ya sé que mis hermanas les han hablado de mi alegría. Es verdad que soy como
un pinzón, excepto cuando tengo fiebre; por suerte, la fiebre sólo viene a
visitarme al anochecer, a la hora en que los pinzones duermen, con la cabeza
escondida bajo el ala. No estaría tan alegre como estoy si Dios no me enseñase
que la única alegría posible en la tierra es cumplir su voluntad. Un día creo
estar a las puertas del cielo, al ver el aire consternado del Sr. de Cornière,
y al día siguiente se va muy contento, diciendo: Estás en vías de
curación... Lo que pienso yo (pobre niñito de leche5)
es que no me curaré, pero que podría ir tirando así todavía mucho tiempo.
Hasta
Dios, queridos tíos, sólo en el cielo podré expresarles todo mi cariño;
mientras vaya tirando, mi lápiz será incapaz de hacerlo.
Su
hijita,
T.
del Niño Jesús
r.c.i.
NOTAS
Cta 255
1
Cf Cta 152, nota 2.
2
Cf Cta 178, nota 6.
3
Cf CA 15.7.3 y UC p. 631.
4
"Tú que conoces mi infinita nada" (PS 8); UC p. 398.
5
Cf Cta 254, nota 2.
Cta
256 A sor Marta de Jesús
16
(?) de julio de 1897
J.M.J.T.
Querida
hermanita:
En
este momento me acuerdo de que no te he felicitado el cumpleaños1.
Créeme que este olvido me parte el corazón, tenía mucha ilusión por hacerlo:
quería regalarte la oración sobre la humildad2.
Aún no he terminado de copiarla, pero pronto la tendrás.
Tu
gemela3,
que no puede dormirse sin [vº] enviarte este billete,
Teresa
del Niño Jesús
rel.
carm. ind.
NOTAS
Cta 256
1
Ese día 16 de julio sor Marta cumplía treinta y dos años.
2
"Oración para obtener la humildad", compuesta por Teresa (Or 20).
3
Teresa y Marta son casi gemelas de profesión, con una diferencia de apenas
quince días: 8 y 23 de septiembre de 1890.
Cta
257 A Leonia
J.M.J.T.
Jesús
+ 17 de julio de 1897
Querida
Leonia:
Me
siento feliz de poder conversar contigo una vez más. Hace unos días no pensaba
volver a tener ya este consuelo en la tierra, pero parece que Dios quiere
prolongar un poco más mi destierro. No me aflijo por ello, pues no quisiera
entrar en el cielo ni un minuto antes por mi propia voluntad. La única
felicidad que hay en la tierra es esforzarnos por encontrar siempre deliciosa la
porción que Jesús nos ofrece, y la tuya es muy bella, querida [vº] hermanita:
si quieres ser santa, a ti te resultará muy fácil, pues en lo hondo de tu
corazón el mundo no es nada para ti. Tú puedes, por tanto, igual que nosotras,
ocuparte de "la única cosa necesaria", es decir, que, aun
entregándote con entusiasmo a las obras exteriores, tu único objetivo sea:
agradar a Jesús y unirte más íntimamente a él.
Quieres
que en el cielo ruegue por ti al Sagrado Corazón. Puedes estar segura de que no
me olvidaré de darle tus encargos y de pedirle encarecidamente todo lo que
necesites para llegar a ser una gran santa.
Hasta
Dios, hermana querida. Yo quisiera que el pensamiento de mi entrada en el cielo
te llenase de alegría, ya que allí podré amarte todavía más.
Tu
hermanita,
T.
del Niño Jesús
[vºtv]
Ya te escribiré más despacio otra vez, ahora no puedo, pues el bebé necesita
irse a dormir1.
NOTAS
Cta 257
1
Cf CG p. 1037+c.
Cta
258 Al abate Bellière
18
de julio de 1897
Jesús
+
Mi
pobre y querido hermanito:
Su
dolor me llega al alma1,
pero mire qué bueno es Jesús, que permite que pueda volver a escribirle para
tratar de consolarle, y seguro que no será la última vez. Nuestro buen
Salvador escucha sus quejas y sus oraciones, y por eso me deja todavía en la
tierra. No crea que me aflijo por ello. No, querido hermanito; al contrario,
pues en esta forma de obrar de Jesús veo cuánto le quiere a usted...
No
cabe duda que me he explicado mal en mi última cartita, ya que me dice,
queridísimo hermanito, que "no le pida esa alegría que yo siento al
acercarse la Felicidad". Si por unos instantes pudiera usted leer en mi
alma, ¡qué sorprendido quedaría2!
El pensamiento de la felicidad del cielo no sólo no me produce ninguna
alegría, sino que a veces incluso me pregunto cómo voy a poder ser feliz sin
sufrir. Jesús, sin duda, cambiará mi naturaleza; de lo contrario, echaré de
menos el sufrimiento y este valle de lágrimas. Nunca he pedido a Dios morir
joven, [1vº] me habría parecido cobardía; pero él ha querido darme, desde mi
más tierna infancia, la íntima convicción de que mi carrera aquí abajo
sería corta. Así pues, lo único que constituye toda mi alegría es el
pensamiento de hacer la voluntad de Dios.
Querido
hermanito, ¡cómo me gustaría verter en su alma el bálsamo del consuelo! Pero
lo único que puedo es hacer mías las palabras de Jesús en la última cena. No
creo que se ofenda, pues soy su esposa y, por consiguiente, sus bienes son míos3.
Le digo, pues, como él decía a sus íntimos: "Me voy a mi Padre. Pero por
haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, lo que
os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya. Vosotros ahora sentís
tristeza, pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón y nadie os
quitará vuestra alegría".
Sí,
estoy segura: después de mi entrada en la vida, la tristeza de mi querido
hermanito se cambiará en una alegría serena que ninguna criatura podrá
arrebatarle.
Estoy
segura: tenemos que ir al cielo por el mismo camino, por el del sufrimiento
unido al amor. Cuando llegue a puerto, querido hermanito de mi alma, le
enseñaré cómo navegar por el mar tempestuoso del mundo con el abandono y el
amor de un niño que sabe que su Padre lo ama [2rº] y no puede dejarlo solo en
la hora del peligro.
¡Cómo
me gustaría hacerle comprender la ternura del Corazón de Jesús y lo que él
espera de usted! Su carta del día 144
hizo que mi corazón se estremeciera de alegría: comprendí mejor que nunca
hasta qué punto nuestras almas son gemelas, pues también la suya está llamada
a elevarse hacia Dios por el ASCENSOR del amor, en vez de tener que subir la
dura escalera del temor... No me extraña en absoluto que el trato familiar con
Jesús le parezca algo difícil de realizar, no se puede llegar a ello en un
día; pero estoy segura de que le ayudaré mucho más a caminar por este camino
deleitoso cuando me vea liberada de mi envoltura mortal, y que pronto podrá
decir con san Agustín: "El amor es el peso que me arrastra5".
Quisiera
tratar de hacerle comprender con una comparación muy sencilla6
cómo ama Jesús a las almas que confían en él, aun cuando sean imperfectas.
Supongamos que un padre tiene dos hijos traviesos y desobedientes, y que, al ir
a castigarlos, ve que uno de ellos se echa a temblar y se aleja de él
aterrorizado, llevando en el corazón el sentimiento de que merece ser
castigado; y que su hermano, por el contrario, se arroja en los brazos de su
padre diciendo que lamenta haberlo disgustado, que lo quiere y que, para
demostrárselo, será bueno en adelante; si, además, este hijo pide a su padre
[2vº] que lo castigue con un beso, yo no creo que el corazón de ese padre
afortunado pueda resistirse a la confianza filial de su hijo, cuya sinceridad y
amor conoce. Sin embargo, no ignora que su hijo volverá a caer más de una vez
en las mismas faltas, pero está dispuesto a perdonarle siempre si su hijo le
vuelve a ganar una y otra vez por el corazón... Sobre el primer hijo, querido
hermanito, no le digo nada, usted mismo comprenderá si su padre podrá amarle
tanto y tratarle con la misma indulgencia que al otro...
¿Pero
por qué hablarle de la vida de confianza y de amor? Me explico tan mal, que
tendré que esperar al cielo para hablarle de esta vida tan feliz. Lo que yo
quería hoy hacer era consolarlo. ¡Qué feliz me sentiría si usted aceptase mi
muerte como la acepta la madre Inés de Jesús! Usted seguramente no sabe que
ella es dos veces mi hermana y que es quien me hizo de madre en mi niñez.
Nuestra Madre temía mucho que su temperamento sensible y el gran cariño que me
tiene le hiciesen muy amarga mi partida. Ha ocurrido lo contrario: habla de mi
muerte como de una fiesta, y eso es un gran consuelo para mí. Por favor,
querido hermanito, trate de convencerse, como ella, de que, en vez de perderme,
me va a encontrar y de que ya nunca lo abandonaré. Y pida esta misma gracia
para la Madre, a quien usted ama y a quien yo amo aún más que usted, pues es
mi Jesús visible.
Le
daría gustosa lo que me pide7
si no hubiese hecho voto de pobreza; pero, por haberlo hecho, no puedo disponer
ni siquiera de una estampa. La única que puede complacerle es nuestra Madre, y
sé que ella [2vºtv] cumplirá sus deseos. Precisamente en vista de la
proximidad de mi muerte, una hermana me ha hecho una fotografía el día del
santo de [1vºtv] nuestra Madre. Las novicias, al verme, exclamaron que había
adoptado un aire solemne8,
por lo visto ordinariamente estoy más sonriente. Pero, créame, hermanito, que
si mi foto no le sonríe, mi [2rºtv] alma no cesará de sonreírle cuando esté
cerca de usted.
Hasta
Dios, mi querido y muy amado hermano. Esté seguro de que por toda la eternidad
seré su verdadera hermanita,
T.
del Niño Jesús
r.c.i.
NOTAS
Cta 258
1
Tras recibir la carta 253 y otra carta "desolada" de la madre María
de Gonzaga, el abate Bellière escribía a esta última: "¡Vaya!, estoy
llorando como cuando nos golpea una gran desgracia" (17/7/1897). Y dirigía
a Teresa esta carta llena de dolor: "¡Pobre hermanita mía, qué golpe
para mi pobre corazón! ¡Estaba tan poco preparado para eso! No le pida la
alegría que usted siente al acercarse la Felicidad: sigue atado a su pesada
cadena y remachado fuertemente a su cruz. Usted va a partir, querida hermanita,
y él se queda solo una vez más. Sin madre, sin familia, se había concentrado
en la caridad de su hermana, había convertido en dulce costumbre esa santa
intimidad, era feliz (sí, muy feliz) al sentir cerca de sí esa mano amiga que
lo consolaba, lo fortalecía o lo levantaba. Avanzaba sonriente por el camino de
la cruz porque ya no se sentía solo. Era feliz y esperaba con impaciencia el
momento de lanzarse al desierto, porque tenía la confianza de que iba a ser
apoyado. El único afecto terreno que le quedaba lo iba a romper, contando para
compensarlo con el que Jesús le había brindado en la persona de un ángel de
la tierra. Y he aquí que Jesús le quita este bien en el momento en que más
parecía desearlo. ¡Qué duro es esto y qué penoso para un alma mal afianzada
en Dios! Sin embargo, ¡fiat! ¡fiat!, ya que usted, hermana, va a ser feliz
para siempre. Sí, es justo, y yo soy un egoísta. Parta, hermanita, no haga
esperar más a Jesús, que está impaciente por llevársela. Déjeme a mí
batallar, llevar la cruz, caer bajo su peso y morirme de pena. Usted, sin
embargo, estará allí a mi lado, me lo ha prometido y cuento con ello; ésta es
mi última esperanza para el presente y para el porvenir. Usted estará conmigo,
cerca de mí; su alma guiará la mía, le hablará y la consolará, a menos que
Jesús, enfadado por mis quejas, no lo quiera así. Pero usted, hermanita, su
niña mimada, convertida en su esposa y reina con él, ganará mi causa y me
atraerá hacia él en el último día, usted sabrá por qué camino, por el más
rápido, el martirio, si él lo quiere. - A pesar de todo, doy gracias al
Maestro: con esta nueva lección, él me enseña a desapegarme de todo lo que es
pasajero y a no poner los ojos más que en él.
"Parta,
pues, querida hermanita de Dios, y hermanita mía también. Dígale a Jesús que
yo quisiera amarle, mucho, con todo mi ser. Enséñeme a amarle como usted.
Dígale a María que la quiero con toda el alma. A mis santos, a los que usted
ya conoce, dígales también mi amor. Y usted, que va a convertirse en mi santa
predilecta, usted, hermanita mía, ¡bendígame y sálveme (...)!" (LC 189,
17/7/1897).
2
La prueba de la fe, que Teresa padece desde hace quince meses, no afloja:
"Todo carga sobre el cielo" (CA 3.7.3).
3
Cf Ms C 34vº.
4
Del 15 de julio en realidad; véase Cta 247, nota 6.
5
SAN AGUSTÍN, Confesiones, 13, 9.
6
Cf Cta 191.
7
El abate Bellière escribía también a Teresa el 17 de julio: "Déjeme,
por favor, alguna cosa suya, el crucifijo, si quiere" (LC 189).
8
Visage de Thérèse de Lisieux, nº 43, foto tercera del 7 de junio. Teresa se
enderezó para dominar su agotamiento; cf Cta 243, nota 1.
Cta
259 A sor Genoveva
J.M.J.T.
22
de julio de 1897
Fiesta
de Sta. María Magdalena
Jesús
+
"Que
el justo me golpee por compasión hacia los pecadores, pero que ungüento del
impío no perfume mi cabeza".
Yo
sólo puedo ser golpeada y probada por los justos, pues todas mis hermanas son
gratas a Dios. Es menos amargo ser golpeada por un pecador que por un justo;
pero por compasión hacia los pecadores y para obtener su conversión, [vº] yo
te pido, Dios mío, ser golpeada en su favor por las almas justas que me rodean.
Te pido también que el ungüento de las alabanzas, tan dulce para la
naturaleza, no perfume mi cabeza, es decir, mi espíritu, haciéndome creer que
tengo unas virtudes que apenas he practicado algunas veces.
¡Oh,
Jesús!, tu nombre es como ungüento derramado, y en ese divino perfume quiero
yo bañarme toda entera, lejos de la mirada de las criaturas...
Cta
260 A los señores Guérin
24-25
(?) de julio de 1897
J.M.J.T.
Teresita
agradece mucho a su tía querida la preciosa carta que le ha enviado; y le da
gracias también a su tío querido por el deseo que tenía de escribirle; y a su
hermanita Leonia, que la embelesa por su abandono y por su cariño a toda
prueba.
Teresita
envía regalos a todos los suyos (¡por desgracia, unas flores tan efímeras
como ella...!)
(Importantísimas
explicaciones para la distribución de las flores):
Va
un pensamiento para mi tío y otro pensamiento para mi tía (sin contar todos
los que brotan para ellos en el jardincito de mi corazón).
Los
dos capullos de rosa son para Juana y Francis, y el que va solo es para Leonia.
Junto
con las flores, Teresita quisiera enviar a sus queridos familiares todos los
frutos del Espíritu Santo, ¡y muy especialmente el de la Alegría!
Cta
261 Al abate Bellière
J.M.J.T.
Jesús
+ 26 de julio de 1897
Querido
hermanito:
¡Cómo
me ha gustado su carta1!
Si Jesús escuchó sus plegarias y por ellas prolongó mi destierro, también
escuchó, en su amor, las mías, puesto que usted está resignado a perder
"mi presencia y mi acción sensible", como dice.
Déjeme,
hermanito, que le diga una cosa: Dios le tiene reservadas a su alma sorpresas
muy agradables. Su alma, así me lo escribe, "está poco acostumbrada a las
cosas sobrenaturales"; pues yo, que para algo soy su hermanita, le prometo
hacerle saborear, después de mi partida para la vida eterna, la dicha que puede
experimentarse al sentir cerca de sí a un alma amiga. Ya no será esta
correspondencia, más o menos espaciada, siempre demasiado incompleta y que
usted parece echar en falta, sino una conversación fraterna que maravillará a
los ángeles, una conversación que las criaturas no podrán censurar porque
estará escondida para ellas.
¡Y
qué estupendo me parecerá verme libre de estos despojos mortales que me
harían ver a mi hermanito como a un extraño y como a un indiferente, si por un
imposible me encontrase delante de él entre muchas personas...! Por favor,
hermano, no imite a los hebreos, que añoraban "las cebollas de
Egipto". [1vº] Demasiado le he servido, de un tiempo acá, esas hortalizas
que hacen llorar si las acercamos sin cocer a los ojos.
Ahora
mi sueño es compartir con usted "el maná escondido" (Apocalipsis)
que el Todopoderoso prometió dar "al vencedor". Este maná celestial
le atrae a usted menos que las "cebollas de Egipto" sólo porque está
escondido; pero estoy segura de que, en cuanto yo pueda ofrecerle un alimento
totalmente espiritual, no echará ya más en falta el que le habría dado si me
hubiese quedado todavía mucho tiempo en la tierra.
Sí,
su alma es demasiado grande para apegarse a ningún consuelo de aquí abajo.
Tiene que vivir por anticipado en el cielo, pues Jesús nos dijo: "Donde
está tu tesoro, allí está tu corazón". ¿Y no es Jesús su único
tesoro? Pues si él está en el cielo, allí debe morar su corazón. Y se lo
digo con toda sencillez, querido hermanito: me parece que le va a ser más
fácil vivir con Jesús cuando yo esté ya junto a él para siempre.
Muy
mal tiene que conocerme para temer que una relación detallada de sus faltas
pueda disminuir el cariño que siento por su alma. Créame, hermano, que no
necesitaré "tapar con la mano la boca a Jesús". Hace ya mucho tiempo
que tiene olvidadas sus infidelidades, y sólo tiene presentes sus deseos de
perfección para alegrar su corazón. Se lo ruego, no se arrastre a sus pies,
siga ese "primer impulso que lo lleva a sus brazos". [2rº] Ese es su
sitio, y en esta carta he comprobado más aún que en las demás que le está
prohibido ir al cielo por otro camino que no sea el de su pobre hermanita.
Estoy
completamente de acuerdo con usted: "al Corazón de Dios le entristecen
más las mil pequeñas indelicadezas de sus amigos que las faltas, incluso
graves, que cometen las personas del mundo". Pero, querido hermanito, yo
pienso que eso es sólo cuando los suyos, sin darse cuenta de sus continuas
indelicadezas, hacen de ellas una costumbre y no le piden perdón; sólo
entonces Jesús puede decir aquellas palabras conmovedoras que la Iglesia pone
en nuestra boca durante la semana santa: "Esas llagas que veis en mis manos
son las que me hicieron en casa de mis amigos". Pero cuando sus amigos,
después de cada indelicadeza, vienen a pedirle perdón echándose en sus
brazos, Jesús se estremece de alegría y dice a los ángeles lo que el padre
del hijo pródigo dijo a sus criados: "Sacad enseguida el mejor traje, y
vestidlo; ponedle un anillo en la mano y hagamos una fiesta".
Sí,
hermano mío, ¡qué poco conocida es la bondad y el amor misericordioso de
Jesús...! Es cierto que, para gozar de estos tesoros, hay que humillarse,
reconocer la propia nada, y eso es lo que muchas almas no quieren hacer. Pero,
hermanito, ésa no es su manera de actuar. Por eso el camino de la confianza
sencilla y amorosa está hecho a la medida para usted. Yo quisiera que usted
fuese muy llano con Dios, pero también... conmigo. ¿Le sorprende la frase? Lo
digo, [2vº] querido hermanito, porque me pide perdón "por su
indiscreción", consistente en desear saber si en el mundo esta su hermana
se llamaba Genoveva. A mí esa pregunta me parece completamente natural, y para
demostrárselo voy a darle algunos detalles acerca de mi familia, pues no ha
sido bien informado.
Dios
me dio un padre y una madre más dignos del cielo que [de] la tierra. Pidieron
al Señor que les diese muchos hijos y que los tomara para sí. Su deseo fue
escuchado: cuatro angelitos volaron al cielo, y las 5 hijas que quedaron en la
arena tomaron por esposo a Jesús. Mi padre, como un nuevo Abraham, subió por
tres veces, con un valor heroico, la montaña del Carmelo para inmolar a Dios lo
que tenía de más querido. Primero fueron las dos mayores; después la tercera
de sus hijas2,
por consejo de su director y conducida por nuestro incomparable padre, hizo una
prueba en un convento de la Visitación (Dios se contentó con la aceptación;
más tarde volvió al mundo, donde vive como si estuviera en el claustro). Al
Escogido de Dios no le quedaban ya más que dos hijas, una de 18 años y la otra
de 14. Esta "Teresita", le pidió volar al Carmelo, lo que obtuvo sin
dificultad de su buen padre, que llevó su condescendencia hasta acompañarla
primero a Bayeux y después a Roma, con el fin de remover los obstáculos que
retardaban la inmolación de la que él llamaba su reina. Y una vez que la
condujo al puerto, dijo a la única hija que le quedaba3:
"Si quieres seguir el ejemplo de tus hermanas, tienes mi consentimiento, no
te preocupes por mí". El ángel que debía sostener la ancianidad de ese
santo le contestó que, después de su partida para el cielo, ella volaría
también hacia el claustro, lo que llenó de alegría a quien no vivía ya más
que para Dios4.
Pero
una vida tan hermosa debía ser coronada con una prueba digna de ella. Poco
tiempo después de mi partida, el padre a quien tan merecidamente amábamos
sufrió un ataque de parálisis en las piernas, que se repitió varias veces;
pero no podía quedarse todo ahí, pues entonces la prueba habría sido
demasiado suave, ya que aquel heroico patriarca se había ofrecido a Dios como
víctima5.
Por eso la parálisis cambió su curso y afectó a la cabeza venerable de la
víctima que el Señor había aceptado...
Ya
no me queda espacio para contarle algunos detalles conmovedores. Sólo quiero
decirle que tuvimos que beber el cáliz hasta las heces y separarnos de nuestro
adorado padre durante tres años, confiándole a manos religiosas, pero
extrañas. [2vºtv] Él aceptó esta prueba, aun comprendiendo toda la
humillación que entrañaba, y llevó su heroísmo hasta no querer que
pidiésemos su curación.
[2rºtv]
Hasta Dios, querido hermanito, espero volver a escribirle si el temblor de mi
mano no va en aumento, pues me he visto obligada a escribir la carta en varias
veces.
Su
hermanita, no "Genoveva", sino "Teresa" del Niño Jesús de
la Santa Faz.
NOTAS
Cta 261
1
Una carta larga y de una gran confianza, de la que entresacamos algunos
párrafos: "Mi santa y querida hermanita: ¡Lo he logrado! ¡Y qué fácil
ha sido! Tengo su fotografía (...) A pesar de que haya "adoptado un aire
solemne", como usted dice, querida hermana, yo la he encontrado igualita a
como la conocía, muy buena, muy cariñosa, y -sí, sí- sonriente, diga usted
lo que diga. Gracias por su condescendencia al darme esta alegría de tenerla
casi realmente junto a mí, siempre conmigo. ¿Qué será cuando su propia alma
anime esos rasgos, sonriéndole a la mía y viviendo de su vida? Eso será ya el
cielo. ¿Y aún encontraré yo la manera de ser desdichado? ¿Cómo puede ser
posible el menor sufrimiento cuando un rincón del cielo ilumina toda una vida?
Pero, ¿sabe una cosa?, tengo miedo a que Jesús le cuente todas las penas que
yo le he causado, toda mi miseria, y que entonces se enfríe su cariño. ¡Si
supiera lo miserable que soy...! Si llega a ocurrir eso, ciérrele la boca desde
el primer momento y venga, pues sin usted yo no puedo mantenerme en pie. (...)
¿Así que va a embarcarse conmigo para Africa? Primero, al noviciado (...) Y
después de tres años, saldremos para el desierto, seremos misioneros. Allí
usted se encontrará como pez en el agua. No nos faltará el sufrimiento, pero
entonces yo seré su representante, porque usted ya no sufrirá. (...)
"Doy
gracias a Jesús que ha querido dejarla un poco más entre nosotros. ¡Sí,
cierto, cómo nos ama! Yo le he rezado mucho, le he exigido, le he gritado, y
él se ha dejado vencer por nuestro dolor y nuestras lágrimas. Sin embargo, yo
estaba resignado. En un primer momento la impetuosidad del dolor se desahogó en
voz alta, luego vino la calma, y al final acabé pensando como usted. Sí, es
bueno que se vaya. Además, así estará más cerca de mí. Pero mire una cosa:
su presencia -o al menos su acción- ya no será sensible como ahora, y yo, que
estoy poco acostumbrado a las cosas sobrenaturales, no logro hacerme a la idea
de que usted estará realmente más presente en mi acción. No importa, ya no
protesto, estoy preparado para su partida, quizás en parte debido a que no me
parece tan inminente, ya que usted aún sigue viva.
[Me
dice], "hermanita, que se siente feliz de saber que he entrado en el Amor
por el camino de la confianza. Creo, igual que usted, que ése es el único
camino que puede conducir al puerto. En mis relaciones con los hombres nunca he
hecho nada por temor. Nunca pude obedecer a la fuerza; los castigos de los
profesores me dejaban frío, mientras que las reprensiones hechas con cariño y
con dulzura hacían que se me saltasen las lágrimas y me inducían a pedir
disculpas y a hacer promesas que ordinariamente cumplía. Con Dios me ocurría
casi lo mismo. Si me presentaban a un Dios airado, con la mano siempre armada
para descargarla, me entraba el desaliento y no hacía nada. Pero si miro a
Jesús esperando pacientemente mi regreso y concediéndome una nueva gracia
después de haberle pedido yo perdón por una nueva falta, me siento vencido y
reanudo la marcha. Lo que ahora a veces me retiene no es Jesús, sino yo mismo:
tengo vergüenza de mí mismo y, en vez de arrojarme en los brazos de este
amigo, apenas me atrevo a arrastrarme a sus pies. Con frecuencia, un primer
impulso me lanza a sus brazos, pero me detengo enseguida a la vista de mi
miseria, y no me atrevo. Dígame, hermanita, ¿me equivoco? Pienso que al
Corazón de Dios le entristecen mucho más las mil pequeñas cobardías e
indelicadezas que le hacen sus amigos, que otras faltas, incluso graves, que
escapan al control de la naturaleza. Usted me comprende y me hará generoso,
irreprochable con Jesús.
"(...)
Gracias a usted y a su familia supe yo que había un Carmelo en Lisieux. Unos
compañeros míos de Lisieux hablaban un día entre ellos de una tal familia
Martin que había dado tres hijas al Carmelo, y de otros parientes más lejanos.
Una de las hijas había entrado a los 15 quince años, y otra después de haber
cuidado de una manera admirable hasta el final al afortunado de su padre. Yo me
encontraba presente, y más tarde, cuando pensé en pedir una hermana al
Carmelo, buscando adónde podría dirigirme, me acordé de que había un Carmelo
en Lisieux. Y ya ve qué coincidencia: su hermana me recibió y usted, la única
de la que yo había oído hablar, me fue dada por hermana. Cuando recibí sus
"fechas", me impresionaron las semejanzas, y saqué algunas
conclusiones. ¿Me he equivocado? ¿No es usted la que en el mundo se llamaba la
señorita Genoveva Martin? Le pido perdón por mi indiscreción, pero usted me
ha enseñado a no tener nada oculto. Eso es. Sin embargo, una vez más
perdón". (LC 191, 21/7/1897).
2
Leonia.
3
Celina.
4
Cf en Histoire d'un âme (ed. 1989, p. 347, nota 23) el añadido de la madre
Inés: "Ven (dijo), vamos juntos ante el Santísimo Sacramento para dar
gracias al Señor por las gracias que ha concedido a nuestra familia y por el
honor que hace escogiendo a sus esposas en mi casa. Sí, (...) si yo tuviese
algo mejor, me apresuraría a ofrecérselo". Ese algo mejor ¡era él
mismo! Y el Señor lo aceptó como hostia de holocausto, lo probó como al oro
en el crisol y lo encontró digno de sí. (Sb 3, 6).
5
Ibid., p. 347, nota 19: "Madre mía, ¿te acuerdas de ese día, de esa
visita al locutorio en que nos dijo: "Hijas, vengo de Alençon, donde he
recibido en la iglesia de Nuestra Señora gracias tan grandes y tales consuelos,
que he hecho esta oración: ¡Dios mío, es demasiado! Sí, soy demasiado feliz,
no se puede ir al cielo así, quiero sufrir algo por ti. Y me he
ofrecido..."? La palabra víctima expiró en sus labios, no se atrevió a
pronunciarla delante de nosotras, pero nosotras comprendimos".
Cta
262 A sor Genoveva
3
de agosto de 1897
¡Dios
mío, qué bueno eres con la pequeña víctima de tu Amor misericordioso! Ni
siquiera ahora que añades el sufrimiento exterior a las pruebas de mi alma1,
puedo decir: "Me cercaban olas mortales", sino que exclamo agradecida:
"Aunque camine por las cañadas oscuras de la muerte, nada temo, porque
tú, Señor, vas conmigo2".
(A
mi queridísima hermanita sor Genoveva de Santa Teresa)
3
de agosto de 1897 - Salmo 22, 4
NOTAS
Cta 262
1
Cf CA 3.8.8: "Desde el 28 de julio, los sufrimientos son grandes".
2
Cf Ms A 3rº/vº, donde este texto se citaba en futuro.
Cta
263 Al abate Bellière
J.M.J.T.
Carmelo
de Lisieux
Jesús
+ 10 de agosto de 1897
Querido
hermanito:
Ahora
sí estoy a punto de partir. He recibido mi pasaporte para el cielo, y ha sido
mi padre querido quien me ha alcanzado esta gracia: el 29, me dio la garantía
de que pronto iré a reunirme con él1.
Al día siguiente, el médico, extrañado de los progresos que en dos días
había hecho la enfermedad, le dijo a nuestra Madre que había llegado el
momento de satisfacer mis deseos, administrándome la unción de los enfermos.
Así pues, el 30 tuve esa dicha, y también la de ver que Jesús Hostia, a quien
recibí en viático para mi largo viaje, dejaba el sagrario para venir a mí...
Ese Pan del cielo me ha fortalecido: ya ve, parece que mi peregrinación no
quiere acabarse; pero lejos de quejarme, me alegro de que Dios me permita sufrir
un poco más por su amor. ¡Y qué dulce es abandonarse entre sus brazos, sin
temores ni deseos!
Le
confieso, hermanito, que usted y yo no entendemos el cielo de la misma manera2.
Usted piensa que, al participar yo de justicia y de la santidad de Dios, no
podré disculpar sus faltas, como lo hacía en la tierra. ¿No se está
olvidando de que participaré también de la misericordia infinita del Señor?
Yo creo que los bienaventurados tienen una enorme compasión de nuestras
miserias: se acuerdan de que cuando eran frágiles y mortales como nosotros,
cometieron las mismas faltas que nosotros y sostuvieron los mismos combates3,
y su cariño fraternal es todavía [vº] mayor que el que nos tuvieron en la
tierra, y por eso no dejan de protegernos y de orar por nosotros.
Ahora,
hermanito querido, voy a hablarle de la herencia que recogerá después de mi
muerte. Esta es la parte que nuestra Madre le dará:
1º.
El relicario que recibí el día de mi toma de hábito, y que desde entonces
nunca se ha separado de mí.
2º.
Un pequeño crucifijo, al que le tengo un cariño incomparablemente mayor que al
grande, pues el que tengo ahora no es el primero que me dieron. En el Carmelo
nos cambian de vez en cuando los objetos de piedad, lo cual es una buena medida
para impedir que nos apeguemos a ellos.
Vuelvo
al pequeño crucifijo. No es bonito, la cara de Cristo ha desaparecido casi por
completo; no se sorprenderá cuando sepa que, desde la edad de 13 años, este
recuerdo de una de mis hermanas4
me ha seguido a todas partes. Sobre todo en mi viaje a Italia ese crucifijo fue
precioso para mí. Lo hice tocar a todas las reliquias insignes que tuve la
dicha de venerar y cuyo número me sería imposible decir; además, fue
bendecido por el Santo Padre. Desde que estoy enferma, tengo casi siempre entre
las manos este querido crucifijo, y cuando lo miro pienso con gran alegría que,
después de recibir mis besos, irá a buscar los de mi hermanito.
En
eso, pues, consistirá su herencia. Además, nuestra Madre le dará la última
estampa que he pintado5.
Voy
a terminar, querido hermanito, por donde debería haber empezado: dándole las
gracias por el gran placer que me ha dado al enviarme su fotografía.
[vºtv]
Hasta Dios, querido hermanito. Que él nos conceda la gracia de amarlo y de
salvarle almas. Este es el deseo que formula su indigna hermanita,
Teresa
del Niño Jesús de la Santa Faz
r.c.i.
(Me
convertí en su hermana por elección.)
[rºtv]
Le felicito por su nueva dignidad. El 25, día en que celebro el santo de mi
padre querido, tendré la dicha de festejar también a mi hermano Luis de
Francia6.
NOTAS
Cta 263
1
El 29 de julio, tercer aniversario de la muerte del señor Martin.
2
El 5 de agosto, el abate Bellière le escribía: "Querida hermanita: En
verdad, estoy dispuesto a todo lo que el Maestro quiera de mí. Tanto más
cuanto que creo plenamente en sus palabras de usted y en sus proyectos para la
otra vida. De todas maneras, querida hermanita, diga usted lo que diga, las
"cebollas crudas" eran un manjar delicioso del que nunca me saciaba.
"Qué
duda cabe de que Jesús es el Tesoro, pero yo lo encontraba en usted, y así se
me hacía más asequible. Y en adelante él seguirá viniendo a mí por medio de
usted, ¿no es cierto? Quiero decir que yo TODO lo espero de usted, tanto en el
cielo como aquí en la tierra; y que mi confianza será lo suficientemente
fuerte como para esperar, cuando lo necesite, una acción directa y manifiesta
de esa alma amiga a la que Jesús hizo hermana de la mía en estrechísima
unión.
"Querida,
queridísima hermanita, la conozco lo suficiente como para saber que nunca mis
miserias lograrían frenar su cariño aquí en la tierra; pero en el cielo, al
participar de la Divinidad, usted adquirirá las prerrogativas de la justicia,
de la santidad..., y entonces cualquier mancha se convertirá para usted en
objeto de horror. He ahí la razón de mis temores. Pero como espero que allí
seguirá siendo una niña mimada, hará lo que hubiera deseado en la tierra para
mí. Así lo creo y así lo espero. También espero de usted esa confianza
amorosa que aún me falta y que deseo ardientemente, pues pienso que con ella
uno es plenamente feliz aquí abajo y no se le hace demasiado largo el
destierro.
"¡Qué
buena es usted, querida hermanita, con esa sencillez y esa apertura que me
encantan y me confunden! Estoy tan poco acostumbrado a encontrar eso entre los
hombres, que a veces me quedo casi atónito, aunque con una enorme alegría.
(...) ¿Querrá decirme también cómo se ha convertido usted en hermana mía?
¿Por elección o por sorteo?" (LC 193, 5/8/1897).
3
Pensamientos parecidos en ARMINJON, op. cit., pp. 310s.
4
Leonia.
5
Ver Cta 266.
6
Nombre que el abate Bellière había tomado recientemente en la Tercera Orden
franciscana.
Cta
264 A sor María de la Trinidad1
A
mi querida hermanita,
en
recuerdo de sus 23 años.
12
de agosto de 1897.
Que
tu vida sea toda ella de humildad y de amor,
para
que puedas ir pronto adonde voy yo:
¡a
los brazos de Jesús...!
Tu
hermanita,
Teresa
del Niño Jesús de la Santa Faz
NOTAS
Cta 264
1
Líneas a lápiz al dorso de una estampa de la Sagrada Familia.
Cta
265 A sor María de la Eucaristía1
22
de agosto de 1897
A
mi querida hermanita sor María de la Eucaristía, en recuerdo de sus 27 años.
T.
del Niño Jesús
NOTAS
Cta 265
1
Líneas a lápiz al dorso de una estampa que representa a san Antonio de Padua.
Cta
266 Al abate Belliére1
25
de agosto de 1897
Anverso:
Yo
no puedo tener miedo a un Dios que se ha hecho tan pequeño por mí... ¡Yo lo
amo...! ¡Pues él es sólo amor y misericordia!
Al
dorso:
Ultimo
recuerdo de un alma hermana de la suya.
T.
del N. J.
NOTAS
Cta 266
1
Dedicatoria a lápiz, al dorso de una estampa, la última que pintó Teresa, en
mayo-junio; cf Cta 263.
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Por
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