Cta
213 Al abate Bellière
J.M.J.T.
Carmelo
de Lisieux 26 de diciembre de 1896
Señor
abate:
Hubiese
querido contestarle antes, pero la Regla del Carmelo no permite escribir ni
recibir cartas durante el tiempo de adviento. Sin embargo, nuestra Madre me
permitió, por excepción, leer la suya, comprendiendo que usted necesitaba ser
ayudado especialmente con la oración.
Le
aseguro, señor abate, que hago todo lo que está en mis manos para alcanzarle
las gracias que necesita; y esas gracias ciertamente le serán concedidas, pues
Nuestro Señor no nos pide nunca sacrificios superiores a nuestras fuerzas1.
Es cierto que a veces Nuestro Salvador nos hace sentir toda la amargura del
cáliz que presenta a nuestro espíritu. Y cuando pide el sacrificio de todo lo
que nos es más querido en este mundo, es imposible, a no ser por una gracia
especialísima, no exclamar como él en el huerto de la agonía: "¡Padre,
aparta de mí este cáliz!... Pero que [1vº] no se haga mi voluntad, sino la
tuya".
Es
muy consolador pensar que Jesús, el Dios fuerte2,
conoció nuestras debilidades y tembló a la vista del cáliz amargo, ese cáliz
que poco antes había deseado tan ardientemente beber...
Señor
abate, verdaderamente es hermosa la parte que le ha tocado, pues Nuestro Señor
la escogió para sí y fue el primero en mojar sus labios en la copa que a usted
le ofrece.
Un
santo ha dicho: ¡El mayor honor que Dios puede hacer a un alma no es darle
mucho, sino pedirle mucho3!
Jesús lo trata, pues, como a un privilegiado. Quiere que usted comience ya su
misión y que por medio del sufrimiento le salve ya almas. ¿No fue por el
sufrimiento y por la muerte como él mismo redimió al mundo...? Yo sé que
usted aspira a sacrificar su vida por el divino Maestro, pero el martirio del
corazón no es menos fecundo que el derramamiento de sangre, y este martirio es
desde ahora ya el suyo. Tengo, pues, mucha razón al decir que es hermosa la
parte que le ha tocado y que es digna de un apóstol de Cristo.
Señor
abate, usted viene a buscar consolaciones junto a la que Jesús le ha dado por
hermana, y tiene derecho a hacerlo. Y ya que nuestra Reverenda Madre me da
permiso para escribirle, quisiera responder a la grata misión que se me ha
confiado; pero siento que el medio más seguro para lograrlo es orar y sufrir...
[2rº]
Trabajemos juntos en la salvación de las almas, no tenemos más que el único
día de esta vida para salvarlas y dar así al Señor pruebas de nuestro amor.
El mañana de este día será la eternidad, y entonces Jesús le devolverá
centuplicadas las alegrías tan dulces y legítimas que usted hoy le sacrifica.
Él conoce el alcance de su sacrificio, él sabe que el sufrimiento de sus seres
queridos aumenta aún más el suyo propio. Pero él también sufrió este
martirio: por salvar nuestras almas, abandonó a su Madre, vio a la Virgen
Inmaculada de pie junto a la cruz con el corazón traspasado por una espada de
dolor. Pero eso, espero que nuestro divino Salvador consuele a su madre de
usted, y así se lo pido encarecidamente. Si a quienes usted va a abandonar por
su amor, el divino Maestro les dejase entrever la gloria que le tiene reservada,
la multitud de almas que formarán su cortejo en el cielo, se verían ya
recompensados del enorme sacrificio que su alejamiento les va a producir.
Nuestra
Madre sigue enferma, aunque de unos días a esta parte se encuentra un poco
mejor; espero que el divino Niño Jesús le devuelva las fuerzas, que ella
gastará en su servicio. Esta Madre venerada le envía esa estampa de san
Francisco de Asís, que le enseñará la forma de encontrar la alegría en medio
de las pruebas y las luchas de la vida.
Espero,
señor abate, que [2rº] siga rezando por mí, que no soy un ángel, como usted
parece creer, sino un pobre carmelita cargada de imperfecciones, que, sin
embargo, a pesar de su pobreza, tiene igual que usted el deseo de trabajar por
la gloria de Dios.
Sigamos
unidos por la oración junto al pesebre de Jesús.
Su
indigna hermanita,
Teresa
del Niño Jesús de la Santa Faz
rel.
carm. ind.
NOTAS
Cta 213
1
El 28 de noviembre de 1896, el abate Bellière escribía a Teresa: "El
Maestro me envía una dura prueba, como hace con los que ama. Y yo soy muy
débil. Dentro de unos días me enviará seguramente al Seminario de Misiones
Africanas. Mi deseo se va a ver al fin realizado. Pero tengo que luchar mucho,
tengo que romper con grandes y muy queridos afectos y con hábitos de bienestar
que me resultan también muy queridos y agradables. Todo un pasado risueño y
feliz que me tienta todavía fuertemente. Necesito fuerzas, queridísima
hermana" (LC 172). Se conserva el sumario de la respuesta de Teresa en
borrador, que muestra su manera de actuar (cf CG p. 934).
2
Versículo que se repite con frecuencia en la liturgia de Navidad.
3
P. Pichon; cf Cta 172.
Cta
214 A sor Genoveva
3
de enero de 1897 (?)
¡¡Feliz
día de tu santo..!!
El
Sr. Totó desea un feliz onomástico a la Señorita Lilí1.
NOTAS
Cta 214
1
Observa sor Genoveva: "Este billete me lo ofrecía un bebé, en colores
intensos, y que llevaba una florecita".
Cta
215 A sor María del Sdo. Corazón
Comienzos
de 1897
J.M.J.T.
¡¡¡Jesús
te ama con todo su corazón, y yo también, madrina querida...!
Teresa
del Niño Jesús
rel.
carm.
Cta
216 A la madre Inés de Jesús
J.M.J.T.
Jesús
+ 9 de enero de 1897
Querida
Madrecita, si supieras cómo me emociona ver cuánto me quieres... Nunca podré
demostrarte mi gratitud aquí en la tierra... Espero irme pronto allá arriba1.
Y puesto que "Si hay un cielo, es para mí"2,
seré rica, tendré todos los tesoros de Dios, y él mismo será mi bien, y
entonces podré devolverte centuplicado todo lo que te debo. ¡Qué alegría de
sólo pensarlo...! Me duele mucho recibir siempre y nunca dar.
Hubiera
querido no ver correr las lágrimas de mi Madrecita, pero me ha encantado ver el
buen fruto que esas lágrimas produjeron, fue algo fantástico.
No,
yo guardo rencor a nadie cuando miran a mi Madrecita con malos ojos, pues tengo
muy claro que las hermanas no son más que instrumentos puestos ahí adrede por
Jesús para que el camino de la Madrecita (al igual que el de Teresita) se
parezca al que Él escogió para sí cuando fue peregrino en la tierra de
destierro... Entonces su rostro estaba escondido, [vº], nadie lo reconocía,
era objeto de desprecios... Mi Madrecita no es objeto de desprecios, ¡pero qué
pocos la reconocen desde que Jesús ha escondido su rostro3...!
¡Qué
hermosa, Madre mía, es la parte que te toca...! Es verdaderamente digna de ti,
la privilegiada de nuestra familia; de ti, que nos muestras el camino como esa
golondrina que vemos siempre a la cabeza de sus compañeras y que traza en el
aire la ruta que debe conducirlas a su nueva patria.
¡Ojalá
sepas comprender el cariño de TU hijita que quisiera decirte tantas tantas
cosas!
NOTAS
Cta 216
1
Primera alusión explícita a su muerte próxima en la correspondencia de
Teresa.
2
Probable alusión a este verso de SOUMET: "¿Para quién serían los cielos
si no fuesen para mí?" (Jeanne
d'Arc martyre). La
variante introducida por Teresa: "Si hay un cielo" es una alusión
velada a su prueba de la fe. Cf RP 3, 22rº/vº, que atribuye erróneamente este
verso a d'Avrigny.
3
Es decir, desde que la madre Inés ya no es priora.
Cta
217 A sor María de San José
Enero
de 1897 (?)
J.M.J.T.
¡Preciosas
las coplillas...! ¡Qué mezquindad ir a mendigar a casas de otros2
teniendo llena la propia bolsa!
Pero
lo que no es mezquindad es dormir, ser amables y alegres; éste el "humilde
oficio del tendero"3,
que nunca puede cerrar la tienda, ni siquiera los domingos y las fiestas, es
decir, los días que Jesús se reserva para probar nuestras almas...
Canta
como un pinzón tus graciosos coplas4,
que yo, como pobre gorrioncillo, gimo en mi rincón, cantando como el judío
errante: "La muerte no puede nada contra mí, lo sé muy bien5..."
[vº]
Ya no oigo hablar del famoso mantel6,
¿se sigue hablando aún de él?
NOTAS
Cta 217
1
Coplillas compuestas por sor María de San José.
2
La propia Teresa, a quien sor María de San José le había pedido que le
compusiese una poesía.
3
Cf Cta 204, n. 3.
4
Alusión a la voz armoniosa de sor María de San José.
5
Endecha del Judío Errante, 15ª estrofa.
6
Trabajo del arreglo de la ropa, del que estaban encargadas las roperas: sor
María de San José y Teresa.
Cta
218 Al Hermano Simeón
J.M.J.T.
Carmelo
de Lisieux, 27 de enero de 1897
Jesús
+
Señor
Director:
Me
siento feliz de unirme a mi hermana sor Genoveva para darle las gracias por la
preciosa gracia que consiguió para nuestro Carmelo1.
No
sé cómo expresarle mi gratitud; por eso, quiero, a los pies de Nuestro Señor,
mostrarle con mis pobres oraciones cómo me ha conmovido su bondad para con
nosotras...
A
mi alegría se ha mezclado un sentimiento de tristeza al saber que su salud se
había quebrantado. Por eso, pido a Jesús con todo el corazón que prolongue el
mayor tiempo posible su vida, tan preciosa para la Iglesia. Yo sé que nuestro
divino Maestro debe de tener prisa [1vº] por coronarle en el cielo; pero espero
que lo deje todavía en el destierro para que, trabajando por su gloria como lo
ha hecho desde su juventud, el peso inmenso de sus méritos supla al de otras
almas que se presentarán ante Dios con las manos vacías.
Yo
me atrevo a esperar, queridísimo Hermano, ser una de esas almas afortunadas que
participarán de sus méritos. Creo que mi carrera aquí abajo no va a ser
larga... Cuando comparezca ante mi amado Esposo, no tendré para ofrecerle más
que mis deseos; pero si usted me ha precedido ya en la patria, espero que venga
a mi encuentro y que presente en mi favor el mérito de sus obras, tan
fecundas... Ya ve que sus carmelitas nunca pueden escribirle sin pedirle algún
favor y sin apelar su generosidad...
Señor
Director, usted es tan poderoso para nosotras en la tierra, nos ha obtenido ya
tantas veces la bendición [2rº] del Santo Padre León XIII, que no puedo dejar
de pensar que en el cielo Dios le dará un enorme poder sobre su corazón. Le
suplico que no me olvide ante él si tiene la dicha de verlo ante que yo... Lo
único que le ruego que pida para mi alma es la gracia de amar a Jesús y de
hacerle amar todo lo que pueda.
Si
el Señor viene a buscarme a mí primero, le prometo orar por sus intenciones y
por todas las personas que usted ama. De todas formas, yo no espero a estar en
el cielo para hacer esta oración: desde ahora me siento ya feliz de poder
probarle así mi profunda gratitud.
En
el Sagrado Corazón de Jesús, me sentiré siempre dichosa, señor Director, de
llamarme
Su
humilde y agradecida carmelita,
Sor
Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz
rel.
carm. ind.
NOTAS
Cta 218
1
La bendición del Santo Padre para el Carmelo, con ocasión de las bodas de oro
de la más anciana de las carmelitas, sor San Estanislao.
Cta
219 A la madre Inés de Jesús
22
de febrero de 1897
Querida
Madrecita, te has roto la nariz... Sí, pero ¡LA TIENES LARGA...! Siempre te
quedará suficiente, mientras que la mía, si la rompo, no me quedará nada2...
¡Qué
felices somos de saber reírnos de todo...! Sí, sí..., en esto no hay peros...
NOTAS
Cta 219
1
Contrariedad cuyas circunstancias ignoramos.
2
Sobre la nariz larga de la madre Inés, cf CA 8.7.5, y sobre la "nariz
pequeña" de Teresa cf CA 31.7.3.
Cta
220 Al abate Bellière
(Carmelo
de Lisieux) Miércoles noche
24
de febrero de 1897
Jesús
+
Señor
abate:
Antes
de entrar en el silencio de la santa cuarentena1,
quiero añadir unas letras a la carta de nuestra venerada Madre para darle las
gracias por la que usted me envió el mes pasado2.
Si
a usted le consuela pensar que en el Carmelo una hermana ora por usted sin
cesar, mi gratitud hacia Nuestro Señor no es menor que la suya, pues él me ha
dado un hermanito destinado por él a ser su sacerdote y su apóstol...
Verdaderamente, sólo en el cielo sabrá usted cuánto le quiero. Siento que
nuestras almas fueron hechas para comprenderse. Esa su prosa, que usted llama
"ruda y pobre", me revela que Jesús ha puesto en su corazón unas
aspiraciones que sólo concede a las almas que él llama a la más alta
santidad. Puesto que él mismo me ha elegido para ser su hermana, espero que no
mirará mi debilidad, o, mejor dicho, que se servirá de esta misma debilidad
para llevar a cabo su obra, pues al Dios fuerte le gusta mostrar su poder
sirviéndose de lo que no es nada.
Unidas
a él, nuestras almas podrán salvarle [1vº] muchas almas, pues el buen Jesús
ha dicho: ""Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para
pedir algo, mi Padre del cielo se lo concederá". Y lo que nosotros le
pedimos es trabajar por su gloria, amarle y hacerle amar... ¿Cómo no van a ser
bendecidas nuestra unión y nuestra plegaria?
Señor
abate, ya que el cántico sobre el amor3
le ha gustado, nuestra Madre me ha dicho que le copie algunos más, pero no los
recibirá hasta dentro de algunas semanas, porque tengo pocos momentos libres,
incluso los domingos, debido a mi oficio de sacristana. Estas pobres poesías le
revelarán, no lo que soy, sino lo que quisiera y debiera ser... Al componerlas,
he atendido más al fondo que a la forma. Por eso, no siempre se respetan las
reglas de la versificación, pues lo que buscaba era expresar mis sentimientos
(o, mejor, los sentimientos de una carmelita) a fin de responder a los deseos de
mis hermanas. Esos versos responden mejor a la sensibilidad de una religiosa que
a la de un seminarista; no obstante, espero que le gusten. ¿No es acaso su alma
la prometida del Cordero de Dios y no será pronto su esposa, el día bendito de
su ordenación de subdiácono?
Le
agradezco, señor abate, el haberme escogido para madrina del primer niño que
tenga el gozo de bautizar4.
Me toca, pues, a mí escoger el nombre de mi futuro ahijado. Quiero darle por
protectores a la Santísima Virgen, a san José y a san Mauricio, patrono de mi
querido hermanito. Es cierto que ese niño no existe todavía más que en el
pensamiento de Dios, pero ya ruego por [2rº] él y cumplo por adelantado mis
deberes de madrina. También ruego por todas las almas que le van a ser
confiadas, y sobre todo pido a Jesús que hermosee la suya con toda clase de
virtudes, en especial con su amor.
Me
dice usted que reza también mucho por su hermana. Ya que me hace esta caridad,
me gustaría mucho que rezase todos los días esta oración en la que se
encierran todos mis deseos: "Padre misericordioso, en el nombre de nuestro
buen Jesús, de la Virgen María y de los santos, te suplico que abrases a mi
hermana en tu Espíritu de amor y que le concedas la gracia de hacerte amar
mucho5..."
Usted
me ha prometido rezar por mí durante toda su vida, que, sin duda, será más
larga que la mía, y no le será dado cantar como a mí: "Mi destierro, lo
espero, será breve6...";
pero tampoco le estará permitido olvidarse de su promesa. Si el Señor me lleva
pronto con él, le pido que continúe rezando todos los días esa breve
oración, pues en el cielo desearé lo mismo que deseo ahora en la tierra: amar
a Jesús y hacerle amar.
Señor
abate, debo de parecerle muy rara, y quizás hasta lamente tener una hermana
que, al parecer, quiere ir gozar del descanso eterno y dejarlo a usted solo
trabajando... Pero tranquilícese, que lo único que deseo es la voluntad de
Dios, y le confieso que si en el cielo no pudiese seguir trabajando por su
gloria, preferiría el destierro a la patria.
Desconozco
el futuro, pero si Jesús convierte en realidad [2vº] mis presentimientos, le
prometo seguir siendo su hermanita allá en el cielo. Nuestra unión, lejos de
romperse, se hará más estrecha; allí ya no habrá ni clausura ni rejas, y mi
alma podrá volar con usted a las lejanas misiones. Nuestros papeles seguirán
siendo los mismos: el suyo, las armas apostólicas, el mío, la oración y el
amor...
Señor
abate, me doy cuenta de que me estoy olvidando del tiempo, es ya tarde y dentro
de unos minutos tocarán al Oficio divino7;
sin embargo, tengo que hacerle todavía una petición. Me gustaría que me
escribiese las fechas importantes de su vida, a fin de poderme unir a usted de
una manera muy especial para agradecerle a nuestro Salvador las gracias que le
ha otorgado.
En
el Sagrado Corazón de Jesús Hostia, que pronto será expuesto a nuestra
adoración8,
me siento dichosa de poder llamarme siempre:
Su
menor y humilde hermanita,
Teresa
del Niño Jesús de la Santa Faz
rel.
carm. ind.
NOTAS
Cta 220
1
La cuaresma, que comenzaba el 3 de marzo.
2
Transcribimos aquí algunos pasajes de esa carta: "Mi muy querida hermana
en N.S. La bondad que Dios usa conmigo es realmente conmovedora, y la que a
usted le ha concedido actúa profundamente en mi alma, que se siente plenamente
reconfortada por las atenciones que su caridad le inspira. Cada vez que me llega
un poco de la piedad de que se vive en el Carmelo, siento que soy mejor y
quisiera amar a Jesús como ahí lo aman. Usted, hermana, lo tenía en el
corazón cuando compuso ese cántico de amor que tuvo a bien enviarme. En él se
respira un aliento divino que hace a uno puro y fuerte. (...) Yo quisiera poder
cantar como usted, querida hermana, para poder decirle a Jesús los sentimientos
que los suyos me inspiran. Pero él es tan bueno, que se digna también aceptar
mi ruda y pobre prosa. Su corazón es tan tierno, que no presta demasiada
atención a las formas y su gracia baja siempre a nosotros. Sí, sí, hermana,
"Vivamos de amor"" (LC 174, 31/1/1897).
3
Su poesía Vivir de amor, del 26 de febrero de 1895.
4
El abate Bellière está seguro ya de que partirá para Africa en octubre:
"El próximo año será un año de noviciado, de preparación inmediata, y
después = Dios y el trabajo. Cuando bautice a mi primer negrito, pediré a
vuestra Madre que sea usted la madrina, pues será suyo ya que usted lo habrá
conquistado para Dios más que yo" (LC 174).
5
Cf una petición parecida al P. Roulland, Cta 189.
6
Poesía Vivir de amor, estr. 9.
7
Oficio de Maitines, a las 9 de la noche.
8
Por los tres días llamados de las Cuarenta Horas.
Cta
221 Al P. Roulland
Jesús
+ 19 de marzo de 1897
Querido
hermano:
Nuestra
madre acaba de entregarme sus cartas, no obstante estar en cuaresma (tiempo
durante el cual no se escribe en el Carmelo). Y me ha dado permiso para
contestarle hoy, pues mucho nos tememos que nuestra carta de noviembre haya ido
a visitar las profundidades del río Azul. Las de usted, fechadas en septiembre,
hicieron una feliz travesía y vinieron a alegrar a su Madre y a su hermanita en
la fiesta de Todos los Santos. La del 20 de enero nos llegó bajo la protección
de san José. Y ya que usted sigue mi ejemplo escribiéndome en todas las
líneas, no quiero perder yo esta buena costumbre, que, no obstante, hace que mi
mala letra sea todavía más difícil de descifrar...
¡Ay,
cuándo llegará el día en que no tengamos ya necesidad de tinta ni de papel
para comunicarnos nuestros pensamientos...! Usted, hermano, a punto estuvo de ir
a visitar ese país encantado donde es posible hacerse comprender sin escribir e
incluso sin hablar1;
doy gracias a Dios con toda el alma por haberle dejado en el campo de batalla
para que pueda ganar para él numerosas victorias. Ya sus sufrimientos han
salvado muchas almas. San Juan de la Cruz dijo: "Es más precioso (...) un
[1vº] poquito de este puro amor y más provecho hace a la Iglesia, (...) que
todas esas otras obras juntas"2.
Si eso es así, ¡cuán provechosos para la Iglesia han de ser sus sufrimientos
y sus pruebas, dado que sólo por amor a Jesús usted los sufre con alegría!
Verdaderamente,
hermano, no puedo compadecerlo, pues se cumplen en usted estas palabras de la
Imitación de Cristo: "Cuando el sufrimiento te parezca dulce y lo ames por
amor a Jesucristo, habrás hallado el paraíso en la tierra"3.
Este paraíso es, en verdad, el del misionero y el de la carmelita. La alegría
que los mundanos buscan en medio de los placeres no es más que una sombra
fugitiva; pero nuestra alegría, la que buscamos y saboreamos en los trabajos y
en los sufrimientos, es una realidad extremadamente dulce, un disfrute
anticipado de la felicidad del cielo.
Su
carta, toda ella impregnada de santa alegría, se me ha hecho muy interesante.
Siguiendo su ejemplo, me reí de buena gana a costa de su cocinero, al que veo
desfondando su olla... También su tarjeta de visita4
me ha divertido mucho; no sé ni siquiera de qué lado volverla, me parezco a un
niño que quiere leer un libro poniéndolo al revés.
Pero
volviendo a su cocinero, ¿creerá que en Carmelo también nosotras tenemos a
veces aventuras divertidas? El Carmelo, al igual que el Su-Tchuen, es un país
extraño al mundo, donde uno pierde sus costumbres más primitivas. Lo voy a
poner un ejemplo. Una persona caritativa nos regaló hace poco una pequeña
langosta bien atada en una cesta. Seguramente hacía mucho tiempo que no se
había visto en el monasterio semejante maravilla. Sin embargo, nuestra buena
hermana cocinera se acordó de que había que poner en agua al animalito para
cocerlo. Y así lo hizo, lamentando tener que someter a tamaña crueldad a una
inocente criatura. La inocente criatura parecía dormida y [2rº] y se dejaba
manejar a capricho; pero en cuanto sintió el calor, su dulzura se cambió en
furia y, consciente de su inocencia, no pidió permiso a nadie para saltar en
mitad de la cocina, pues su caritativo verdugo no había puesto la tapa a la
olla. La pobre hermana se arma enseguida de unas tenazas y corre tras la
langosta que da saltos desesperados. La lucha continúa por mucho tiempo, hasta
que la cocinera, cansada de luchar y todavía armada de sus tenazas, se va toda
desconsolada a buscar a nuestra Madre y le declara que la langosta está
endemoniada. Su aspecto era aún más elocuente que sus palabras (¡pobre
criaturilla -parecía decir-, tan dulce y tan inocente hace un momento, y ahora
endemoniada! ¡Verdaderamente, no hay que creer en los cumplidos de las
criaturas!). Nuestra Madre no pudo menos de echarse a reír al escuchar las
declaraciones del severo juez que pedía justicia, se dirigió inmediatamente a
la cocina, cogió la langosta -que, al no haber hecho voto de obediencia, opuso
alguna resistencia- y, metiéndola de nuevo en su prisión, se fue, no sin antes
haber cerrado bien la puerta, es decir la tapa. Por la noche, en la recreación,
toda la comunidad rió hasta las lágrimas a cuenta de la langosta endemoniada,
y al día siguiente todas pudimos saborear un bocado. La persona que quería
regalarnos no erró el blanco, pues la famosa langosta, o. mejor dicho, su
historia, nos servirá más de una vez de festín, no ya en el refectorio, pero
sí en la recreación.
Tal
vez mi historieta no le parezca a usted muy divertida, pero puedo asegurarle
que, si hubiese asistido al espectáculo, no habría podido conservar su
gravedad... En fin, hermano, si le aburro, le ruego que me perdone. Ahora voy a
hablar más en serio.
Después
de su partida, he leído la vida de varios misioneros (en mi carta, que quizás
no haya recibido, le daba las gracias por la vida del P. Nempon). He leído,
[2vº] entre otras, la de Teófano Vénard5,
que me interesó y me emocionó mucho más de lo que pueda decir. Bajo esta
impresión, he compuesto algunas estrofas, totalmente personales; no obstante,
se las envío6,
pues nuestra Madre me ha dicho que cree que estos versos le agradarán a mi
hermano de Su-Tchuen. La penúltima estrofa requiere algunas explicaciones: en
ella digo que partiría feliz para Tonkín si Dios se dignase llamarme allá.
Tal vez esto le sorprenda, ¿pues no es acaso un sueño el que una carmelita
piense en partir para Tonkín? Pues bien, no, no es un sueño, y hasta puedo
asegurarle que si Jesús no viene pronto a buscarme para el Carmelo del cielo,
algún día partiré para el de Hanoi, pues ahora en esa ciudad hay un Carmelo,
fundado hace poco por el de Saigón. Usted ha visitado hace poco este último, y
sabe bien que en Cochinchina una Orden como la nuestra no puede sostenerse sin
vocaciones francesas; pero, por desgracia, las vocaciones son muy escasas, y con
frecuencia las superioras no quieren dejar partir a las hermanas que a su
entender pueden prestar servicios en la propia comunidad. Así, nuestra Madre,
en su juventud, se vio impedida, por la voluntad de su superior, de ir a ayudar
al Carmelo de Saigón. No soy yo quien deba lamentarlo, antes bien doy gracias a
Dios por haber inspirado tan acertadamente bien a su representante; pero pienso
que los deseos de las madres se realizan a veces en los hijos7,
y no me sorprendería de ir yo a la rivera infiel a orar y a sufrir como nuestra
Madre hubiese querido hacerlo... Hay que confesar, no obstante, que las noticias
que nos envían de Tonkín no son nada tranquilizadoras: a finales del año
pasado, entraron unos ladrones en el pobre monasterio y penetraron en la celda
de la priora, que no se despertó, pero a la mañana siguiente no encontró a su
lado el crucifijo (por la noche, el crucifijo de una carmelita descansa siempre
junto a su cabeza, sujeto a la almohada), un pequeño armario estaba roto y el
poco dinero que constituía todo el tesoro material de la comunidad había
desaparecido. Los Carmelos de Francia, [3rº] conmovidos por la miseria del de
Hanoi, se unieron para proporcionarle los medios de levantar un muro de clausura
lo bastante elevado para impedir que los ladrones entren en el monasterio.
NOTAS
Cta 221
1
En su carta del 20 de enero, contaba así el P. Roulland su llegada a la
misión: "Como usted lo ha hecho, voy a escribir en todas las líneas para
no desperdiciar papel. Y con el permiso de nuestra Madre, le diré dos palabras
nada más sobre mi querido Su-Tchuen oriental. Llego a las fronteras de esta
provincia, recito el Te Deum y ofrezco a Dios todo lo que soy y lo que tengo;
pienso en santa Teresa, que decía: o padecer, o morir. ¿Por qué han venido
estas palabras a mi mente? No tardé en tener la explicación. Le contaré lo
ocurrido, y verá cómo me da la razón. En cuanto acabé de hacer mi ofrenda,
tuve que acostarme. Después de dos días, bajamos a Kouy-Fou, a casa de un
compañero. Mi malestar iba en aumento, así que llamamos al médico chino, pues
europeos aquí no hay más que el Padre. Se me declara incapaz de continuar el
viaje; adiós, pues, a mis compañeros de viaje. Diez días después se declara
la fiebre, una fiebre muy alta, especie de tributo que tengo que pagar al clima.
Me paso diez días delirando, pero, al parecer, lo que dije sólo fueron cosas
de hacer reír. El primer médico me desahucia; viene un segundo médico, que
había sido perseguido por la fe, y me administra una fuerte dosis de quinina.
La fiebre, que, si es continua, suele ser mortal, en mí se hace periódica y
comienza a notarse una mejoría. Hoy estoy ya casi curado. Estos fueron los
hechos. Y ésta es mi conclusión: a la oración de las personas que se
preocupan por mí, y sobre todo a las suyas, debo yo el no haber cantado mi Nunc
dimittis al llegar a mi misión. (...) Le había dicho que el día de Navidad
celebraría un Misa a su intención, y ése día estaba en cama. Cumpliré mi
promesa lo antes que pueda" (LC 173).
2
CE 29,2.
3
Im II,12,11; cf CA 29.5.
4
"Tarjeta de visita" escrita en caracteres chinos.
5
Vie et correspondance de J. Théophane Vénard. Esta lectura está en el origen
de una de las "grandes amistades" de Teresa. De ella dimanará un
verdadero consuelo y un motivo de aliento para la carmelita enferma y moribunda;
cf CA 21/26.5.1.
6
Poesía A Teófano Vénard (PN 47, 2/2/1897).
7
Cf Ms C 9vº/10rº.
8
SANTA TERESA DE JESÚS, C 3,6.
9
"Usted desea que una de las niñitas que yo bautice se llame María (Ma ly
ia) Teresa (Te le sa). Elija uno de los dos nombres, pues los chinos sólo se
ponen uno" (LC 173). Teresa había expresado este deseo en su carta del 27
ó 28/7/1896, que no se conserva, cf CG p. 874.
10
Cf Cta 189, n. 4.
Cta
222 A la madre Inés de Jesús
19
de marzo de 1897
J.M.J.T.
Gracias,
Madrecita. ¡Sí, Jesús te ama y yo también...! El te da pruebas de ello todos
los días, y yo no... Sí, pero cuando yo esté allá arriba, será como si mi
bracito se alargase, y mi Madrecita tendrá noticias de ello.
Cta
222 bis Al señor Guérin
3
de abril de 1897
Teresa
del Niño Jesús, que es la más pequeña de todas, ¡¡¡pero no la que tiene
menos amor!!!
Eso
no es verdad, es la fiebre que tengo todos los días a las 3, hora militar.
Teresita
Nuestro
Padre2
desea que Teresa Pougheol entre aquí en plan de prueba.
NOTAS
Cta 222 bis
1
Teresa puso su firma y esta nota en una carta de sor María de la Eucaristía a
su padre; cf LD en CG p. 967.
2
El canónigo Maupas, superior.
Cta
223 A la madre Inés de Jesús
4-5
de abril de 1897
Temo
haber hecho sufrir a mi Madrecita1.
Sin embargo, ¡la quiero! ¡Sí! Pero no puedo decirle todo lo que pienso,
tendrá que adivinarlo ella.
NOTAS
Cta 223
1
Desconocemos por qué.
Cta
224 Al abate Bellière
J.M.J.T.
25
de abril de 1897
Alleluia
Querido
Hermanito1:
Mi
pluma, o, más bien, mi corazón se niega a llamarle en adelante "señor
abate", y nuestra Madre me ha dicho que, al escribirle, puedo utilizar el
mismo nombre que empleo cuando le hablo de usted a Jesús. Creo parece que
nuestro divino Salvador se ha dignado unir nuestras almas para trabajar por la
salvación de los pecadores, como unió en otro tiempo la del venerable Padre de
la Colombière y la de la beata Margarita María. Hace poco leía en la vida de
esta santa2:
"Un día, al acercarme a Nuestro Señor para recibirle en la sagrada
comunión, me mostró su Sagrado Corazón como una hoguera ardiente, y otros dos
corazones (el suyo y el del Padre de la Colombière) que iban a unirse y a
abismarse en él, y me dijo: Así es como mi amor puro une a estos tres
corazones para siempre. Me dio a entender también que esta unión era toda ella
para su gloria, y que, por eso, quería que fuéramos los dos como hermano y
hermana, participantes por igual de los bienes espirituales. Y como yo le
representase al Señor mi pobreza y la desigualdad que había entre un sacerdote
de tan gran virtud y una pobre pecadora como yo, me dijo: [1vº] Las riquezas
infinitas de mi Corazón lo suplirán todo y lo igualarán todo".
Tal
vez, hermano mío, la comparación no le parezca acertada. Es verdad que usted
no es aún un Padre de la Colombière, pero no dudo que algún día usted será,
como él, un verdadero apóstol de Cristo. En cuanto a mí, ni siquiera me pasa
por el pensamiento la idea de compararme con la beata Margarita María;
simplemente, me limito a constatar el hecho de que Jesús me ha escogido para
ser la hermana de uno de sus apóstoles, y las palabras que aquella santa amante
de su Corazón le dirigía por humildad se las repito yo con toda verdad. Por
eso, espero que sus riquezas infinitas suplirán todo lo que a mí me falta para
llevar a cabo la obra que me confía.
Me
alegro enormemente de que Dios se haya servido de mis pobres versos para hacerle
un poco de provecho. Me hubiera avergonzado de enviárselos si no hubiese
recordado que una hermana no debe ocultar nada a su hermano. Y usted los ha
acogido y juzgado, ciertamente, con un corazón fraternal... Seguramente que se
habrá sorprendido de volver a encontrar "Vivir de amor". No era mi
intención enviársela dos veces. Ya había empezado a copiarla cuando me
acordé de que usted ya la tenía, y era demasiado tarde para volverme atrás.
Querido
Hermanito, debo confesarle que en su carta hay algo que me ha apenado, y es que
usted no me conoce como soy en realidad. Es cierto que, para encontrar almas
grandes, hay que venir al Carmelo: al igual que en las selvas vírgenes,
germinan en él flores de un aroma y de un brillo desconocidos para el mundo.
Jesús, en su misericordia, ha querido que, entre esas flores, crezcan otras
más pequeñas. Nunca podré agradecérselo bastante, pues, [2rº] gracias a esa
condescendencia, yo, pobre flor sin brillo alguno, me encuentro en el mismo
jardín que esas rosas, mis hermanas. Por favor, hermano mío, créame: Dios no
le ha dado por hermana a un alma grande, sino a una muy pequeñita e imperfecta.
No
crea que sea humildad lo que me impide reconocer los dones de Dios; yo sé que
él ha hecho en mí grandes cosas, y así lo canto, feliz, todos los días3.
Recuerdo con frecuencia que aquel a quien más se le ha perdonado debe amar
más; por eso procuro que mi vida sea un acto de amor, y no me preocupo en
absoluto por ser un alma pequeña, al contrario, me alegro de serlo. Y ése es
el motivo por el que me atrevo a esperar que "mi destierro será
breve"4.
Pero no es porque esté preparada, creo que nunca lo estaré si el Señor no se
digna, él mismo, transformarme. Él puede hacerlo en un instante, y después de
todas las gracias de que me ha colmado, espero también ésta de su misericordia
infinita.
Me
dice, hermano mío, que pida para usted la gracia del martirio. Esta gracia la
he pedido muchas veces para mí, pero no soy digna de ella, y verdaderamente se
puede decir con san Pablo: No es cosa del que quiere o del que corre, sino de
Dios que es misericordioso5.
Y como el Señor parece no querer concederme otro martirio que el del amor,
espero que me permita recoger, gracias a usted, esa otra palma que los dos
ambicionamos.
Veo,
gustosa, que Dios nos ha dado las mismas inclinaciones y los mismos deseos. Le
he hecho sonreír, querido hermanito, con el cántico "Mis armas".
Pues bien, le haré sonreír de nuevo diciéndole que [2vº] desde mi niñez he
soñado con combatir en los campos de batalla... Cuando comencé a estudiar la
historia de Francia, el relato de las hazañas de Juana de Arco me entusiasmaba;
sentía en mi corazón el deseo y el ánimo de imitarla; me parecía que el
Señor me destinaba a mí también a grandes cosas6.
Y no me engañaba. Sólo que, en lugar de una voz del cielo invitándome al
combate, yo escuché en el fondo de mi alma una voz más suave y más fuerte
todavía: la del Esposo de las vírgenes, que me llamaba a otras hazañas y a
conquistas más gloriosas. Y en la soledad del Carmelo he comprendido que mi
misión no era la de hacer coronar a un rey mortal, sino la de hacer amar al Rey
del cielo, la de someterle el reino de los corazones.
Es
hora de terminar, y, sin embargo, todavía tengo que darle las gracias por las
fechas que me ha enviado; me gustaría que añadiese también los años, pues no
sé su edad. Para que disculpe mi simplicidad, le envío las fechas importantes
de mi vida; lo hago también con la intención de que en esos días benditos
estemos más especialmente unidos por medio de la oración y la acción de
gracias.
Si
Dios me concede una ahijadita, me sentiré feliz de responder a su deseo,
dándole por protectores a la Santísima Virgen, a san José y a mi santa
patrona.
En
fin, querido hermanito, termino pidiéndole que disculpe mis interminables
garabatos y lo deshilvanado de mi carta.
En
el Sagrado Corazón de Jesús, soy para toda la eternidad
Su
indigna hermanita,
Teresa
del Niño Jesús de la Santa Faz
rel.
carm. ind.
[2rºtv]
(Quede bien entendido, ¿no?, que nuestras relaciones permanecerán secretas.
Nadie, excepto su director, debe conocer la unión que Jesús ha establecido
entre nuestras almas.)
NOTAS
Cta 224
1
El abate Bellière acaba de escribir una larga carta, para Pascua, a la madre
María de Gonzaga y a Teresa. Transcribimos aquí algunos párrafos de su carta
a ésta última: "Mi buena y muy querida hermanita: (...) Aquí me tiene
también usted para decirle la enorme alegría que me dio con las poesías que
tuvo la bondad de copiarme. Han tenido que quitarle mucho tiempo de recreación,
y casi casi le pido perdón por haber sido la causa de todo ese trabajo. Sin
embargo, no quiero insistir demasiado, porque realmente me han gustado mucho. No
espere, querida hermana, que se las alabe; ni siquiera se me ocurre, pues creo
con toda razón que me quedaría muy por debajo de lo que realmente merecen.
Sólo le digo que me he sentido encantado y feliz. Y esto no son simples
cumplidos que le dirijo, sino la expresión de lo que siento. Usted las compuso
para las carmelitas, pero los ángeles deben cantar con usted, y los hombres,
por burdos que sean, como yo, encuentran un auténtico placer al leer y cantar
esta poesía que nace del corazón. Todas me han gustado, y tal vez en especial:
"Mi cántico de hoy", "A T. Vénard" (¡y con razón!),
"Acuérdate", "A mi ángel de la guarda", etc. Perdón, me
estoy dando cuenta de que las nombraría todas. Sí, todas me gustan y me
parecen preciosas. Gracias, sencilla pero muy sinceramente, por su bondad. Usted
sabe captar todos los matices, la dulzura de las sacristanas del Carmelo, y,
junto a ella, los acentos viriles del guerrero en "Mis armas" Me gusta
verla hablar de la lanza, del casco, de la coraza, del atleta, y me sonrío al
imaginármela armada de esa manera. Sin embargo, Juana de Arco, -a quien usted
tanto ama, y a la que yo mismo invoco a diario bajo ese título con el que la he
saludado al final del cántico: ¡SANTA Juana de Francia!-, Juana de Arco llevó
también esas mismas armas que usted canta y que son sin duda alguna su adorno
más hermoso. Yo, hermana, soy y seguiré siendo fiel a la breve oración que
usted me ha indicado; es algo sagrado para mí, y la rezaré siempre, incluso
aunque... su destierro sea breve. Ya le había adivinado el pensamiento, hermana
mía: en el Cántico del Amor había subrayado este verso: "Mi destierro,
así lo espero, será corto", y este otro: "Siento que mi destierro va
a acabar". Comprendo sus deseos y su impaciencia: usted, hermanita, está
ya lista para entrar en el cielo, y su Esposo Jesús puede en cualquier momento
extender la mano que la colocará en el trono de la gloria; usted está
impaciente, como la esposa del Cantar de los Cantares. "Atráeme"
hacia ti, dice, arrojándose a los pies de su Amado, totalmente consumida por la
llama que la devora. Al estudiar y meditar este libro del Cantar de los
Cantares, yo lo aplicaba a la carmelita y a su Esposo Jesús, y sin duda por eso
lo he escrito ahora en ese sentido de manera casi natural, y por eso también
han venido a caer juntos algunos versos de "Vivir de amor" y otros
varios. Y tiene usted mucha razón cuando me dice que a mí no me está
permitido cantar como usted. No, la verdad es que no, pues antes tengo que
lograr, con un duro trabajo y una verdadera penitencia, que Dios olvide un
pasado de pecado, y después hacer algo por Dios, trabajar en su viña. Antes de
paladear los honores, Juana de Arco conoció los trabajos, y yo tengo que expiar
mucho más que ningún otro. Y si alguna vez llego a conseguirlo, entonces le
diré: Hermana mía, pídale a Dios que yo sucumba de dolor, pídale -¿por qué
no?- que muera mártir (!). Este ha sido el sueño de toda mi vida. Antes,
ambicionaba morir por Francia; hoy, por Dios, y usted lo sabe: "Si morir
por su príncipe es una ilustre suerte", "cuando uno muere por su
Dios, ¡cuál será la muerte!". (...)
"Le
agradezco también sus intenciones como madrina, ¿pero no querrá también dar
nombre, en recuerdo suyo, al pequeño Beduino, en el caso de que el 1º sea una
niña? Le ruego que tenga esta amabilidad". (LC 177, 17-18/4/1897).
2
Texto que Teresa sacó de un Bulletin du Sacré-Coeur de diciembre de 1896; cf
Vie et Oeuvres de la Bienheureuse Marguerite-Marie Alacoque. Sa vie inédite par
les Contemporaines, Poussièlgue, 1867, t. 2, p. 347.
3
Cf Ms C 4rº.
4
Poesía Vivir de amor (PN 17, estr. 9), del 26/2/1895.
5
Ms A 2rº.
6
Cf Ms A 32rº.
Cta
225 A sor Ana del Sgdo. Corazón
J.M.J.T.
Jesús
+ 2 de mayo, Fiesta del Buen Pastor, de 1897
Queridísima
hermana:
Seguro
que le va a sorprender mucho recibir carta mía. Para que me perdone que vaya a
turbar el silencio de su soledad, le diré a qué se debe que tenga el gusto de
escribirle. La última vez que tuve conferencia espiritual con nuestra madre,
hablamos de usted y de ese querido Carmelo de Saigón. Y nuestra Madre me dijo
que, si quería, podía escribirle. Acepté esta proposición con alegría y
aprovecho la licencia1
del Buen Pastor para conversar un momento con usted.
Espero,
querida hermana, que no me haya ol[1vº]vidado; yo me acuerdo mucho de usted,
recuerdo feliz los años que pasé en su compañía, y usted sabe que para una
carmelita recordar a una persona a la que ama es orar por ella. Pido a Dios que
la llene de sus gracias y que aumente cada día en su corazón su santo amor,
aunque no dudo que usted posee ya ese amor en un grado eminente. El ardiente sol
de Saigón no es nada en comparación con el fuego que arde en su alma. Por
favor, hermana, pida a Jesús que yo también le ame y le haga amar. Quisiera
amarle, no con un amor normal y corriente, sino como los santos, que hacían
locuras por él. ¡Pero qué lejos estoy de parecerme a ellos...! Pídale
también a Jesús que yo haga siempre su voluntad; por hacerla, estoy dispuesta
a atravesar el mundo2...,
¡estoy dispuesta incluso a morir!
El
silencio3
va a terminar de un momento a otro, tengo que poner fin a mi carta y veo que
[2rº] aún no le he dicho nada interesante; por suerte, están ahí las cartas
de nuestras Madres, que le darán todas las noticias de este nuestro Carmelo.
Nuestra licencia ha sido muy corta, pero si no le molesta, ya iré otro día a
pasar un rato más largo con usted.
Querida
hermana, dé mis filiales y respetuosos saludos a la Reverenda Madre4.
No me conoce, pero yo oigo hablar mucho de ella a nuestra Madre, la quiero y
pido a Jesús que la consuele en sus trabajos.
La
dejo ya, querida hermana, quedando muy unida a usted en el Corazón de Jesús.
En él me siento feliz de llamarme siempre
Su
más pequeña hermanita,
Teresa
del Niño Jesús de la Santa Faz
rel.
carm. ind.
NOTAS
Cta 225
1
Día de recreo extraordinario durante el cual las hermana tenían permiso
-"licencia"- para hablar libremente unas con otras.
2
"Para ir a Cochinchina"; cf CA 21/26.5.2.
3
Hora de siesta libre, desde mediodía hasta la 1 en verano.
4
Madre María de Jesús, que había sucedido a la madre Filomena de la Inmaculada
Concepción, fundadora procedente de Lisieux en 1861.
Cta
226 Al P. Roulland
J.M.J.T.
Jesús
+ 9 de mayo de 1897
Hermano:
He
recibido con alegría, o, mejor, con emoción las reliquias que ha tenido a bien
enviarme1.
Su carta es casi una carta de despedida para el cielo. Al leerla, me parecía
estar escuchando el relato de los sufrimientos de sus antepasados en el
apostolado.
En
esta tierra, en la que todo cambia, sólo una cosa se mantiene estable: el
comportamiento del Rey del cielo respecto a sus amigos. Desde que él levantó
el estandarte de la cruz, a su sombra deben todos combatir y alcanzar la
victoria. "La vida de todo misionero es fecunda en cruces", decía T.
Vénard, y también: "La verdadera felicidad consiste en sufrir. Y para
vivir, tenemos que morir".
Hermano
mío, los comienzos de su apostolado están marcados con el sello de la cruz, el
Señor lo trata como a un privilegiado. Él quiere afianzar su reinado en las
almas mucho más por la persecución y el sufrimiento que por medio de
brillantes predicaciones. Usted dice: "Yo soy todavía un niñito que no
sabe hablar"2.
El P. Mazel, que fue ordenado sacerdote el mismo día que usted, tampoco sabía
hablar, y, sin embargo, ya recogió la palma3...
¡Cuán
por encima de los nuestros están los pensamientos de Dios...! Al conocer la
muerte de este misionero, al que yo oía nombrar por primera vez, me sentí
movida a invocarle, me parecía verlo en el cielo en el glorioso coro de los
mártires. Sí, lo sé, a los ojos de los hombres su martirio no lleva nombre de
tal; pero a los ojos de Dios, ese sacrificio sin gloria no es menos fecundo que
los de los primeros cristianos que confesaron su fe ante los tribunales. La
persecución ha cambiado de forma, los apóstoles de Cristo no han cambiado de
sentimientos; por eso su divino Maestro no cambiará tampoco sus recompensas, a
menos que no sea para aumentarlas en comparación con la gloria que se les niega
aquí abajo.
No
comprendo, hermano, cómo puede usted dudar de su entrada inmediata en el cielo
si los infieles le quitasen la vida [1vº]. Yo sé que hay que estar muy puros
para comparecer ante el Dios de toda santidad, pero sé también que el Señor
es infinitamente justo. Y esta justicia, que asusta a tantas almas, es
precisamente lo que constituye el motivo de mi alegría y de mi confianza. Ser
justo no es sólo ejercer la severidad para castigar a los culpables, es
también reconocer las intenciones rectas y recompensar la virtud. Yo espero
tanto de la justicia de Dios como de su misericordia. Precisamente porque es
justo, "es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.
Pues él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro. Como un padre
siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles..."4.
Al escuchar, hermano, estas hermosas y consoladoras palabras del profeta rey,
¿cómo dudar de que Dios pueda abrir las puertas de su reino a esos hijos suyos
que lo han amado hasta sacrificarlo todo por él, que no sólo han dejado su
familia y su patria para darle a conocer y hacerlo amar, sino que incluso desean
entregar su vida por el que aman...? ¡Jesús tenía mucha razón cuando decía
que no hay amor más grande que ése!
¿Cómo,
pues, se va a dejar vencer él en generosidad? ¿Cómo va a purificar en las
llamas del purgatorio a unas almas que viven consumidas por el fuego del amor
divino? Es cierto que ninguna vida humana está exenta de faltas, que sólo la
Virgen Inmaculada se presenta absolutamente pura delante de la Majestad divina.
¡Y qué alegría pensar que esta Virgen es nuestra Madre! Puesto que ella nos
ama y conoce nuestra debilidad, ¿qué podemos temer?
¡Cuántas
frases para expresar mi pensamiento, o, más bien, para no llegar a hacerlo!
Sencillamente quería decir que me parece que todos los misioneros son mártires
de deseo y de voluntad, y que, por consiguiente, ni uno solo debería ir al
purgatorio. Si en el momento de comparecer ante Dios aún queda en su alma
alguna huella de la debilidad humana, la Santísima Virgen les obtendrá la
gracia de hacer una acto de amor perfecto y después les entregará la palma y
la corona que tan bien han merecido.
Esto
es, hermano mío, lo que yo pienso acerca de la justicia de Dios. Mi camino es
todo él de confianza y de amor, y no comprendo a las almas que tienen miedo de
tan tierno amigo. A veces, cuando [2rº] leo ciertos tratados espirituales en
los que la perfección se presenta rodeada de mil estorbos y mil trabas y
circundada de una multitud de ilusiones, mi pobre espíritu se fatiga muy
pronto, cierro el docto libro que me quiebra la cabeza y me diseca el corazón y
tomo en mis manos la Sagrada Escritura. Entonces todo me parece luminoso, una
sola palabra abre a mi alma horizontes infinitos, la perfección me parece
fácil: veo que basta con reconocer la propia nada y abandonarse como un niño
en los brazos de Dios.
Dejando
para las grandes almas y para los espíritus elevados esos brillantes libros que
yo no puedo comprender, y menos aún poner en práctica, me alegro de ser
pequeña, pues sólo los niños y los que se hacen como ellos serán admitidos
al banquete celestial. Me alegro enormemente de que en el reino de Dios haya
muchas moradas, porque si no hubiese más que ésa cuya descripción y cuyo
camino me parecen incomprensibles, yo no podría entrar en él. No obstante, no
quisiera estar muy alejada de la de usted; espero que Dios, en consideración a
sus méritos, me conceda la gracia de participar de su gloria, de igual modo que
aquí en la tierra la hermana de un conquistador, aunque carezca de dones
naturales, participa, a pesar de su pobreza, de los honores tributados a su
hermano.
El
primer acto de su ministerio en China me ha parecido encantador. El alma cuyos
despojos mortales usted bendijo ha tenido, ¿cómo no?, que sonreírle y
prometerle su protección, lo mismo que a los suyos. ¡Cuánto le agradezco que
me cuente entre ellos! Estoy también profundamente emocionada y agradecida por
el recuerdo que usted tiene de mis queridos padres en la santa Misa. Espero que
estén ya en posesión del cielo, hacia el que tendían todos sus actos y
deseos. Eso no me impide rezar por ellos, pues creo que las almas de los
bienaventurados reciben gran gloria con las oraciones que se hacen a su
intención y de las que ellas pueden disponer en favor de otras almas que
sufran.
Si,
como creo, mi padre y mi madre están el cielo, deben de mirar y bendecir al
hermano que Jesús me ha dado. ¡Habían deseado tanto tener un hijo
misionero...! Me han contado que, antes de nacer yo, mis padres esperaban que al
fin su deseo iba por fin a realizarse. Si hubiesen podido penetrar el velo del
futuro, habrían visto que, en efecto, por medio de mí, su deseo se haría
realidad. Puesto que un misionero se ha convertido en hermano mío, él es
también su hijo, y en sus oraciones ya no pueden separar al hermano de su
indigna hermana.
[2vº]
Usted, hermano, reza por mis padres, que están ya en el cielo, y yo rezo con
frecuencia por los suyos, que están todavía en la tierra. Es éste un deber
muy dulce para mí, y le prometo cumplirlo siempre fielmente, incluso si dejo el
destierro, e incluso entonces tal vez más, pues conoceré mejor las gracias que
necesiten. Y luego, cuando terminen su carrera aquí en la tierra, yo vendré a
buscarlos en nombre de usted y los introduciré en el cielo. ¡Qué dulce será
la vida de familia que gozaremos durante toda la eternidad! Mientras esperamos
esta bienaventurada eternidad, que dentro de poco tiempo se abrirá para
nosotros, pues la vida no es más que un día, trabajemos juntos por la
salvación de las almas. Yo bien poca cosa puedo hacer, o, mejor, absolutamente
nada si estuviese sola. Lo que me consuela es pensar que a su lado puedo servir
para algo. En efecto, el cero por sí solo no tiene valor, pero colocado junto a
la unidad se hace poderoso, ¡con tal de que se lo coloque en el lugar debido,
detrás y no delante...! Y ahí precisamente es donde Jesús me ha colocado a
mí, y espero estar ahí siempre, siguiéndole a usted de lejos con la oración
y el sacrificio.
Si
hiciese caso al corazón, no terminaría hoy la carta; pero van a tocar a final
del silencio5
y tengo que llevar la carta a nuestra Madre, que la está esperando. Le ruego,
pues, hermano, que envíe su bendición a este cero que Dios ha colocado a su
lado.
Sor
Teresa del Niño Jesús de la Sta. F.
rel.
carm. ind.
NOTAS
Cta 226
1
El 24 de febrero, el P. Roulland escribía a Teresa: "Querida hermana: no
le escribo por extenso porque estoy a punto de subir a Tchoug-Kin, ni siquiera
respondo a su larga carta que me ha hecho mucho bien. Sólo quiero enviarle unas
reliquias de un futuro mártir. Ya dejé también unas a mis padres el día que
abandoné a mi familia; se las envié desde Shangai. ¿Por qué no enviarle
también alguna a mi hermana? En este momento no estamos en peligro inminente de
morir, pero el día menos pensado podemos recibir una cuchillada; no seríamos
mártires en el sentido propio de la palabra, pero si dirigimos bien nuestra
intención -por ejemplo, diciendo: Dios mío, por tu amor hemos venido aquí,
acepta el sacrificio de nuestra vida y convierte a las almas-, ¿no es cierto
que seríamos lo bastante mártires como para ir al cielo...? (...) En fin,
estamos en manos de Dios, y si los bandidos me asesinan y no soy digno de entrar
inmediatamente en el cielo, usted me sacará del purgatorio e iré a esperarla
en el paraíso. (...) Me dice usted, hermana, que ofrece a Jesús mi amor junto
con el suyo; pues bien, en la santa Misa yo ofrezco el suyo con el mío después
de la comunión. Estoy seguro de que Jesús, al ver esta ofrenda, me perdonará
por el poco amor que yo le tengo a él. En el memento de los difuntos pienso en
sus padres ya difuntos" (LC 175, 24/2/1897).
2
El P. Roulland estaba aprendiendo el chino; cf su carta a Teresa del 20 de enero
de 1897: "¿Cuándo haré mi primer bautismo, mi primera conversión?
Desgraciadamente, no soy más que un niñito, no sabe hablar. Voy a pasar varios
meses con una familia cristiana para aprender la lengua, las costumbres, etc., y
luego el apostolado con un antiguo compañero de abordo" (LC 173).
3
El 1 de mayo acaban de enterarse en el Carmelo de Lisieux del asesinato de este
misionero de veintiséis años, perpetrado por unos bandidos por ser europeo; cf
CA 1.5.2.
4
Cf Ms A 3vº y 76rº.
5
Cf Cta 225, nota 3.
Cta
227 A sor Genoveva
13
de mayo de 1897
Jesús
está contento de su Celina, a quien se entregó por vez primera hace 13 años1.
Está más orgulloso de lo que él obra en su alma, [vº] de su pequeñez y de
su pobreza, que de haber creado los millones de soles y la inmensidad de los
cielos...
NOTAS
Cta 227
1
En realidad diecisiete años (13/5/1880); cf Ms A 25rº.
Cta
228 A sor Genoveva
abril-mayo
de 1897 (?)
J.M.J.T.
Temo
que nuestra Madre no esté contenta, está preocupada con las fricciones1,
sobre todo las de la espalda.
Si
el Sr. Clodion2
viene el domingo a agitar en mi espalda su larga cabellera, se preguntará por
que no hemos hecho lo que él dijo... Quizás fuera preferible esperar al lunes.
En fin, Pobre, Pobre3,
haz lo que te parezca mejor, mañana todo estará listo. Y sobre todo, no hables
a este pobre Sr4.
Actúa como creas mejor, y recuerda que debemos ser ricas, ¡muy ricas las dos 5...!
NOTAS
Cta 228
1
Cf Cta 208, nota 5.
2
Sobrenombre del Dr. Cornière; cf UC p. 636.
3
Cf Cta 207, nota 1.
4
"Sr. Totó" (Teresa). Sor Genoveva le daba las fricciones por la
mañana, antes del rezo de Prima, durante el tiempo del silencio de Regla.
5
Cf CR, p. 212s.
Cta
229 A la madre Inés de Jesús
23
de mayo de 1897
J.M.J.T.
Mucho
me temo haber hecho sufrir a mi Madrecita1...
Yo, que quisiera ser su alegría, veo que soy, por el contrario, su dolor...
Sí,
pero... cuando esté lejos de esta triste tierra, donde las flores se marchitan
y los pájaros se van, yo estaré muy cerca de mi Madre querida, del ángel que
Jesús envió delante de mí para prepararme el camino, la senda que conduce al
cielo, el ascensor2
que debía elevarme sin cansancios hacia las regiones infinitas del amor... Sí,
estaré cerquita de ella, y sin dejar la Patria, pues no seré yo la que baje,
sino que será mi Madrecita la que suba adonde yo esté... ¡Ah!, si yo supiera
expresar como ella lo que pienso, si supiera decirle cómo rebosa mi corazón de
gratitud y de amor hacia ella, creo que sería ya su alegría aun antes de
alejarme de esta triste tierra.
Madrecita
querida, todo el bien que has hecho a mi alma, a Jesús se lo has hecho, pues
él dijo: "Lo que hicisteis al más pequeño de mis hermanos, a mí me lo
hicisteis..." ¡Y el más pequeño soy yo...!3
NOTAS
Cta 229
1
Desconocemos el motivo; seguramente a causa de su estado de salud.
2
Primera vez que aparece esta palabra en la pluma de Teresa. El Ms C 3rº
desarrollará pronto el tema del ascensor; cf CG p. 989+c.
3 Esta fue la respuesta de la madre Inés a este billete: "En el mismo momento en que iba a tomar la pluma para exhalar un suspiro, recibí tus letras, ¡mi ángel querido! Esto ha hecho desbordar mi vasito. Sí, pero... ha hecho también que se produjera una especie de cambio físico, pues el vasito, lleno de agua muy amarga, sólo pudo ya rebosar en el acto un licor muy dulce y muy suave. Poco antes yo me decía a mí misma: me gustaría que, antes de partir, mi ángel me dijese lo que hará por mí allá arriba en el cielo, necesito tener éste entre mis consuelos, ¡y mira por dónde sus letras vienen a decirme justamente eso! Pues bien, ahora puedes ya morir, yo sé que allá arriba seguirás ocupándote de tu Madrecita; muérete ya enseguida para que mi corazón no tenga ya aquí abajo ningún apoyo, para que todo lo que amo esté ya allá arriba. Ya ves, mientras escribo esto me he puesto a derramar gruesas lágrimas y ya no veo..., no sé lo que hoy me está pasando, NUNCA había estado tan segura de tu final cercano. ¡Pobre angelito, o, mejor, feliz angelito, si supieras lo que allí te está esperando! ¡Sí, qué bien recibida vas a ser!, ¡qué fiesta para toda la asamblea de los santos! ¡Qué tiernamente te estrechará contra su corazón la Virgen Inmaculada! Serás como un niñito al que todos querrán pasarse de uno a otro para mecerlo y acariciarlo; y luego los santos inocentes irán, orgullosos, a tomarte de la mano, y te enseñarán a servirte de tus alas, y te enseñarán a jugar con ellos. ¡Pídeles que me dejen un lugarcito a mí también entre sus filas!" (LC 179, 23/5/1897).