SAN PÍO DE PIETRELCINA

 

Padre Pío: "Pero Dios sí cree en tí y te ama"

San Padre Pío de Pietrelcina, el santo de todos, el santo del pueblo

Homilía del Santo Padre Juan Pablo II durante la misa de beatificación del Padre Pío de Pietrelcina

Discurso de Juan Pablo II a los peregrinos que asistieron a la beatificación del Padre Pío

Homilía de Juan Pablo II en la canonización del beato Pío de Pietrencina

Discurso de Juan Pablo II a los peregrinos participantes en la canonización del Padre Pío

Pío de Pietrelcina

 

 

Padre Pío: "Pero Dios sí cree en tí y te ama"

Escrito por Jesús de las Heras Muela - Director de ECCLESIA   

martes, 25 de septiembre de 2007

Memoria e interpelación de San Pío de Pietrelcina, un gran santo de nuestro tiempo

 Hace tan sólo cinco años que "conozco" al Padre Pío de Pietrelcina. En las vísperas de su canonización -el 16 de junio de 2002-, me impresionaron las previsiones informativas que anunciaban que acudirían a la misma varios cientos de miles de peregrinos, como ya había acontecido el 2 de mayo de 1999 cuando fue beatificado.

Me impresionaron los testimonios recogidos que hablaban de un ardiente y unánime clamor y fervor popular en toda Italia en torno a su figura.

 Como hiciera en mayo de 1999, me aproximé a su figura y a su biografía de cruz y de gloria y recordé que la televisión italiana había emitido un par de series sobre él. ¿Dónde podría hacerme con ellas? No había, en efecto, versión española, pero probé fortuna en una comunidad de religiosas italianas por si acaso ellas tuvieran los vídeos. Así fue. Estaban grabados directamente de la televisión, con cortes publicitarios incluidos y hasta con programas especiales realizados sobre el Padre Pío. Saqué tiempo de donde pude para ver los filmes en cuestión. Eran dos, con más de tres horas de duración cada uno de ellos aparte de los anuncios y de los programas especiales.

 

Dios está aquí

  Las películas me "convirtieron" al Padre Pío. Quedé deslumbrado y emocionado. Lo que aquellas películas narraban, lo que los biógrafos contaban, los que testigos señalaban eran pruebas inequívocas y fehacientes de que Dios está por medio, de que me hallaba ante uno de los grandes santos de nuestro tiempo y de todos los tiempos. Estaba cierto de que el Padre Pío había sido y seguía siendo un extraordinario instrumento de la Providencia y de la gracia para tocar el corazón de una humanidad siempre necesitada y cautiva.

 En una estas películas -creo que en la realizada por la RAI-, entre otras muchas escenas, una se me quedó especialmente grabada: El Padre Pío había tomado conciencia de la necesidad de construir un hospital para socorrer y dar alivio al sufrimiento de tantas y tantas gentes.

 En el entorno de las personas que ya colaboraban con él, de un modo u otro, había un médico indiferente religiosamente, pero de gran valía profesional. El Padre Pío le invitó a dar un paseo por las montañas de Gárgano, mientras le hablaba con pasión de su proyecto. El médico escuchaba atento, pero un tanto escéptico, consciente de que el proyecto del Padre Pío costaría miles y millones de liras. De regreso del paseo, no lejos del santuario y convento de Santa María de las Gracias de San Giovanni Rotondo, donde vivía el Padre Pío, señalando a un promontorio próximo, el buen fraile de los estigmas le dijo al joven médico:."Aquí vamos a construir el hospital y tú lo vas a hacer y tú serás su responsable". El médico se sonrió y le hizo constar al fraile lo disparatado e imposible de la idea. El Padre Pío le cogió las manos, le miró a los ojos y le dijo: "Para Dios nada hay imposible". El médico arguyó: "Padre, usted sabe que yo no creo en Dios". El Padre Pío le respondió: "Pero Dios sí cree en ti". Meses después comenzaron las obras del hospital y empezaron a llegar, milagrosamente, cientos y cientos de miles de liras, que pronto hicieron posible lo imposible. Nacía el hospital del Padre Pío, la Casa Alivio del Sufrimiento, entonces y hoy uno de los principales centros hospitalarios de toda Italia. Aquel médico fue su primer director.

 

Peregrinación de primavera

 De tal modo me atrajo desde entonces el Padre Pío que entré en contacto con un capuchino navarro, el máximo especialista en España sobre su figura. Es Elías Cabodevilla Garde, a quien hice alguna entrevista radiofónica y quien en el invierno de 2004 me sorprendió con una llamada desde San Giovanni Rotondo: "Jesús, los frailes del convento de San Giovanni Rotondo, el convento del Padre Pío, quieren conocerte, te invitan a que vengas hasta aquí y conozcas el lugar". Me había duda posible: era la Providencia quien me llevaba a San Giovanni Rotondo, un lugar perdido del sureste italiano, junto al golfo de Manfredonia, en el corazón de las montañas del Gárgano, en la región de la Apulia.

 En la primavera de aquel año, a finales de abril, viajé, por fin, hasta San Giovanni Rotondo. Pude así postrarme de rodillas ante la tumba de un santo casi desconocido que me había "atrapado", que me había seducido. Pude visitar sus celdas, su capilla privada durante los años en que le fue prohibido el ejercicio público del ministerio sacerdotal, pude contemplar los ríos de peregrinos en torno a su Iglesia y el fervor que desataba entre ellos. Me di cuenta de que el Padre Pío era y es de todos: de todo el pueblo santo de Dios, de pastores y de fieles, de alejados y de conversos, de ricos y pobres, de pecadores y de virtuosos. El Padre Pío entró ya en mí y para siempre como la presencia de un maestro y de un amigo, que el Señor enviaba a mi persona y mi ministerio sacerdotal.

 Hubiéramos querido en aquel viaje de abril de 2004 trazar un plan estratégico para que el Padre Pío fuese más conocido en España. Era la idea motriz de mi peregrinación. Las circunstancias no lo hicieron posible. Pero yo me comprometí conmigo mismo a difundir su nombre y a regresar a San Giovanni Rotondo con un grupo de peregrinos.

 

Bodas de plata sacerdotales

 Tres años después regresé a San Giovanni, regresé al Padre Pío. Fue en el pasado mes de julio. Quise hacerlo en el contexto de mis bodas de plata sacerdotales. El Padre Pío había sido, estaba siendo y seguirá siendo un inmenso regalo para mi sacerdocio. ¡Qué mejor que agradecer y ofrendar este regalo, este don en medio de la acción de gracias de los 25 años de mi sacerdocio!

 Con medio de centenar de personas, bordeando el Adriático, volví a ascender hasta este lugar de gracia, que es un como un calvario, como una montaña santa. Me embargaba la emoción, a la par que experimentaba el ardiente deseo de que esta visita fuera también grata y fecunda para quienes me acompañaban. El Padre Pío es un santo inmenso, pero no es un santo fácil. Su vida no fue precisamente un jardín de rosas. Fue la vida de un crucificado, el crucificado del Gárgano. Y, no nos engañemos, la cruz le gusta a casi nadie. Permanecimos en San Giovanni Rotondo cerca de veinticuatro horas, a las que habría sumar otras tres más vividas y recorridas en Pietrelcina, la patria chica de nuestro querido santo.

 El Padre Pío se hizo presente entre nosotros. Llegó a las gentes que me acompañaban y se nos quedó como un hallazgo de gracia, como un regalo de estío. Cuando emprendimos la peregrinación, el Padre Pío era "solo mío". Cuando la concluimos era de todos.

 

Pero, ¿quién es el Padre Pío?

 Sí, reconozco que debía haber empezado el artículo por aquí, por la presentación de San Pío de Pietrelcina. Pero he preferido hacerlo al revés para expresar ante todo un testimonio sentido y sincero, para invitar a los lectores a conocer, a descubrir, a dejarse seducir por el Padre Pío, que es de todos. Se ha cumplido ahora, el pasado domingo 23 de septiembre, el 39 aniversario de su fallecimiento. Es, por lo tanto, un hombre de nuestro tiempo, un santo contemporáneo.

 El Padre Pío procedía de una familia humilde, de labriegos y emigrantes. Es también uno de los nuestros. Fue fraile capuchino y sacerdote, por lo que se convierte en un luminoso modelo para la vida religiosa y sacerdotal. Congregó a numerosos grupos de hombres y de mujeres, con quienes después creó los llamados Grupos de Oración. Recibió durante su vida miles y miles de cartas con petición de favores, lo cual le aproximó, de nuevo, a tantos, a todos. Tras cincuenta años portando en su cuerpo los estigmas de la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, supo bien lo que era sufrir y supe transformar en amor ese sufrimiento. Solidario, pues, del dolor y del llanto de la humanidad, creó el citado hospital Casa Alivio del Sufrimiento. Las filas de penitentes ante su confesionario del santuario de Santa María de las Gracias de San Giovanni Rotondo eran siempre inmensas -como eran inmensos ríos de gracia y de conversión los que brotan de su absolución sacramental- y en ellas había gentes de todo tipo, circunstancia y condición. Y ahora cada año peregrinan hasta su tumba varios millones de personas anónimas y desconocidas, populares y encumbradas. ¡Algo tendrá, por lo tanto, este humilde fraile del sur de Italia! ¿Qué es?

 El Papa Benedicto XV (1914-1922), cuando apenas nuestro querido fraile era apenas conocido, dijo: "El Padre Pío es uno de esos hombres extraordinarios que Dios manda de vez en cuando para convertir a los hombres". Juan Pablo II, que siendo estudiante en Roma peregrino a San Giovanni Rotondo para confesarse con el Padre Pío, nos propuso su ejemplo en cuatro actitudes centrales para la vida del cristiano: la oración, el sacramento de la Penitencia, el amor fraterno y el culto a la Virgen María. También Benedicto XVI alude con frecuencia a él, incluyéndolo entre los grandes santos de toda la historia de la Iglesia. Pero quizás fue el Papa Pablo VI quien mejor lo definió: "¡Mirad qué fama obtuvo! ¡Qué clientela mundial reunió junto a sí! ¿Pero, por qué? ¿Tal vez porque era un filósofo? ¿Por qué era un sabio? ¿Por que tenía medios a su disposición? No. Celebraba la misa humildemente, confesaba de la mañana a la noche y era, aún si es difícil de admitir, el verdadero representante de los estigmas de Nuestro Señor. Era hombre de oración y de sufrimiento".

 El Padre Pío es de todos. Yo quiero que también lo sea de los lectores de estas líneas, que finalizo ya con la oración litúrgica que en su memoria e intercesión eleva la Iglesia: "Oh Dios, que has otorgado a San Pío de Pietrelcina la gracia de participar de manera especial en la Pasión de tu Hijo, concédenos por su intercesión conformarnos con la muerte de Jesús para ser partícipes de su resurrección". Dios cree en ti, amigo lector. Y el Padre Pío te ayudará a descubrirlo y a sentirlo. (Jesús de las Heras Muela

 

 

San Padre Pío de Pietrelcina,
el santo de todos, el santo del pueblo

 

 

Escrito por Jesús de las Heras Muela   

jueves, 30 de agosto de 2007

Su culto, tan popular y querido en Italia, debe ser extendido también en España. El día 23 de septiembre es su memoria litúrgica obligatoria en toda la Iglesia.

En abril de 2004, un hermano capuchino navarro, que presta servicios sacerdotales en San Giovanni Rotondo, conocedor de mi gran devoción por el Padre Pío de Pietrelcina, me invitó a conocer este Santuario y la patria del santo de los estigmas. Durante un fin de semana largo peregriné a estos lugares de gracia del queridísimo Padre Pío. Oré reiteradamente ante su tumba, celebré una hermosa y devota eucarística en su pequeña capilla de los años en que no podía ejercer el ministerio para los fieles, me postré ante el Cristo frente al cual recibió el don y de la cruz de las llagas, visité ese pequeño Asís del siglo XX que es Pietrelcina, recorrí la nueva y esplendorosa nueva Basílica, conversé con compañeros y testigos vivenciales de su prodigio como Fra Tomasino...

 Hizo sol y lluvia. Y así me alumbré y me empapé de la gracia de Dios que llega generosa y fecunda a través de uno de los más grandes santos de todos los tiempos. Y escribí el artículo que ahora sigue y quiero conservar y volver a publicar íntegro, tal y como lo redacté con el alma y la gratitud hace ya cerca de año y medio cuando iba a inaugurarse la nueva Basílica. Sin duda, que en el álbum vital de mis caminos sacerdotales y periodísticos aquellos días en San Giovanni Rotondo los conservo -los debo conservar- como oro en paño, como gracia cuajada y remecida.

El Santuario de San Giovani Rotondo, en el sur-este de Italia, a los pies del monte Gargano, junto al golfo de Manfredonia a las orillas del mar Adriático, fue el espacio vital de este hombre excepcional durante 52 años, convirtiéndose en vida del santo fraile capuchino y más todavía después de su muerte en unos los lugares más visitados de la cristiandad y en un continuo manantial de gracias de lo Alto. Más de siete millones de personas lo visitan cada año, haciendo de esta desconocida localidad italiana la segunda meta de peregrinaciones de toda la Iglesia, tan sólo detrás del Santuario de Guadalupe en México y por encima de Fátima, Lourdes, San Pedro de Roma, el Pilar de Zaragoza o Tierra Santa.

Pero, ¿quien es el Padre Pío?

Pero ¿quién fue el Padre Pío de Pietrelcina, a qué se debió y se debe tanta notoriedad y devoción, cuando, sin ir más lejos, en España es casi un perfecto desconocido o a lo sumo un santo de los tantos últimamente canonizados? San Pío de Pietrelcina fue un instrumento dócil y fecundísimo de Dios en su providencia amorosa hacia los hombres, una imagen inequívoca de su presencia solidaria en medio de nosotros, un testigo cualificado y gratuito de su amor, de su misericordia y de sus continuas llamadas a nuestra conversión.

Su vida, de 81 años, se podría resumir en breves y escasas líneas. El grueso de ella transcurrió en el apartado y recóndito lugar ya citado de San Giovani Rotondo. Fue uno de los miles y miles de consagrados que ha habido y hay en la Iglesia. No sobresalió por una especial inteligencia ni por logros humanos fácilmente cuantificables. Su vida fue obra de la gracia excepcional de Dios y de su respuesta admirable y continua, manifestada a través de signos sobrenaturales como los estigmas en pies, manos y costado que le acompañaron visiblemente durante 50 años, más otros 8 previos presentes las llagas de manera invisible. El Señor le visitó también con la transverberación, con la flagelación, con la coronación de espinas, con los dones de la bilocación, del conocimiento interno de las conciencias, de la profecía y del milagro y con la misma persecución en el propio seno de la Iglesia. "Sufro mucho -afirmaba-y cada día quiero sufrir más por Jesucristo y por los hombres". Fue el cirineo de todos, y todos, tantos y tantos, como acudían y acuden a él a que les ayude, en efecto, a llevar la cruz.

La devoción al Padre Pío en Italia y en otros lugares del mundo fue y es tanta que él mismo afirmó "todos y cada uno podéis decir: <el Padre Pío es mío>". Prueba de ello fueron las celebraciones, en olor de multitudes, de beatificación el 2 de mayo de 1999 y de su canonización el 16 de junio de 2002; prueba de ello es el constante fluir de gentes y gentes a evocar y venerar sus reliquias; prueba de ellos son las cerca de treinta obras asistenciales y de caridad que lleva a cabo la Fundación "San Padre Pío" y que atiende a niños enfermos, a discapacitados, a ancianos, a sacerdotes mayores y a tantas y tantas personas necesitadas; prueba de ello fue una de las grandes de su vida, el Hospital "Casa Alivio del Sufrimiento", construido en San Giovani Rotondo con más de mil doscientas camas para enfermos y unos dos mil puestos de trabajos generados por el Hospital; prueba de ello son los cientos de grupos de oración, esparcidos por todo el mundo o su actual presencia virtual y mediática a través de revista, Radio y Tele Padre Pío e Internet.

¿Pero qué hizo el Padre Pío?¿Pero qué hizo? El Padre Pío, San Pío de Pietrelcina, no hizo sino recibir las gracias de Dios y dar respuesta a ellas mediante su vida de oración, sufrimiento y caridad. Confesaba de mañana a la noche; celebraba humildemente la eucaristía del alba al crepúsculo y allí, en la misa de cada día -así nos testimonian quienes participaban en ellas- se hacía visible y sentido el misterio del calvario; recibía cartas y peticiones sin cesar, que él guardaba junto con sus llagas y respondía iluminando tantas veces el sentido del dolor que aquellas peticiones expedían; rezaba constantemente el rosario con tierno amor a la Madre e inculcaba la devoción mariana como privilegiado camino de vida cristiana y de santidad; tenía siempre abierto su corazón lacerado a todas las necesidades que le llegaban y ejerció la caridad de modo eminente, heroico y fecundo.

Fue y es el santo del pueblo, el santo de todos: "todos y cada uno podéis decir: <el Padre Pío es mío>". El santo de los religiosos, el santo de los sacerdotes, el santo de enfermos, el santo de los niños, el santo de las mujeres piadosas, el santo de los matrimonios, el santo de agentes de pastoral de la salud, el santo del pueblo, el santo de todos.

¿Por qué no también en España?

Y entre nosotros, en España, apenas es conocido. ¿Se tratará acaso de una de las contradicciones y pruebas que se abatieron sobre su vida? Visitar San Giovani Rotondo y comprobar el constante flujo de los peregrinos, que hacen interminables filas para confesarse, para participar en la eucaristía, para orar y para venerar sus santos lugares me producía en estos pasados días una cierta sana envidia y me parecía como el mejor antídoto de la Iglesia Católica en Italia, donde es tan querido, tan queridísimo, para paliar los efectos corrosivos de la secularización y de la paganización, que atenaza y golpea tanto a las Iglesias de otros países como España.

¿Qué podemos hacer en España para que también el Padre Pío sea "nuestro", para que también los católicos españoles podamos decir "el Padre Pío es mío"? Debemos conocerle. En los últimos meses se aprecia una lenta pero efectiva producción de biografías en español sobre este santo excepcional hasta ahora casi inexistente. El pasado viernes santo Telecinco ofreció una espléndida película sobre él, la misma que se emitió en Italia en el año 2000. También la RAI hizo otro extraordinario filme sobre nuestro santo. El célebre músico italiano Ennio Morricone, autor por ejemplo de la banda sonora de la película "La misión", es autor de un oratorio musical sobre el Padre Pío. ¿Tampoco ha de llegar a España? La pastoral de peregrinaciones y de turismo debe encontrar y fomentar una ruta de visita a sus lugares santos. La Orden Capuchina, tan fecundamente presente en España, deberá encontrar los modos y maneras para hacer más conocida, querida e invocada tan proverbial figura.

Este próximo domingo, día 2 de mayo, se cumplen 5 años de su beatificación. El próximo 1 de julio se bendecirá e inaugurará el nuevo Santuario a él dedicado en San Giovani Rotondo. Será, con capacidad para siete mil personas sentadas, el segundo templo más grande de la cristiandad, después de la Basílica de San Pedro de Roma. ¿No sería esta una ocasión espléndida para que los medios de comunicación se hagan eco de la noticia y de que lo que está detrás de la noticia y así San Pío sea más conocido y venerado entre nosotros?

"Es el Señor"

El domingo 25 de abril tuve el honor y privilegio de poder celebrar la eucaristía en la pequeña capilla del convento capuchino de San Giovani Rotondo donde el Padre Pío decía misa durante los dos años en que fue apartado -¡Oh misterio de contradicción!- del ministerio sacerdotal. En el evangelio de aquel día, el apóstol Juan, al reconocer a Jesucristo Resucitado, dice a Pedro "¡Es el Señor!" El Padre Pío de Pietrelcina es testigo del Señor, su historia es la historia del Señor, lo que en él aconteció es obra del Señor. Fue, es el Señor quien lo hizo y quien sigue haciéndolo.

Cuando, al día siguiente me disponía a regresar a España y bajé por última vez a orar ante la tumba del Padre Pío, en mi corazón brotaron una plegaria y un recordatorio del evangelio citado de aquel domingo 25 de abril. La plegaria decía "¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?"; y la frase del evangelio, escueta frase, interpeladora frase, era "Tú, sígueme". El Padre Pío es también mío. El Padre Pío debe serlo también de todos, de todos... para nuestro bien, para la gloria de Dios y la salvación de las almas. Amén. (Jesús de las Heras Muela - Ecclesia Digital) 

 

 

Homilía del Santo Padre Juan Pablo II durante la misa de beatificación del Padre Pío de Pietrelcina

Domingo 2 de mayo de 1999

 

1. «¡Cantad al Señor un cántico nuevo!».

La invitación de la antífona de entrada expresa la alegría de tantos fieles que esperan desde hace tiempo la elevación a la gloria de los altares del padre Pío de Pietrelcina. Este humilde fraile capuchino ha asombrado al mundo con su vida dedicada totalmente a la oración y a la escucha de sus hermanos.

Innumerables personas fueron a visitarlo al convento de San Giovanni Rotondo, y esas peregrinaciones no han cesado, incluso después de su muerte. Cuando yo era estudiante, aquí en Roma, tuve ocasión de conocerlo personalmente, y doy gracias a Dios que me concede hoy la posibilidad de incluirlo en el catálogo de los beatos.

Recorramos esta mañana los rasgos principales de su experiencia espiritual, guiados por la liturgia de este V domingo de Pascua, en el cual tiene lugar el rito de su beatificación.

2. «No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios; creed también en mí» (Jn 14, 1). En la página evangélica que acabamos de proclamar hemos escuchado estas palabras de Jesús a sus discípulos, que tenían necesidad de aliento. En efecto, la mención de su próxima partida los había desalentado. Temían ser abandonados y quedarse solos, pero el Señor los consuela con una promesa concreta: «Me voy a prepararos sitio» y después «volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros» (Jn 14, 2-3).

En nombre de los Apóstoles replica a esta afirmación Tomás: «Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?» (Jn 14, 5). La observación es oportuna y Jesús capta la petición que lleva implícita. La respuesta que da permanecerá a lo largo de los siglos como luz límpida para las generaciones futuras. «Yo soy el camino, la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14, 6).

El «sitio» que Jesús va a preparar está en «la casa del Padre»; el discípulo podrá estar allí eternamente con el Maestro y participar de su misma alegría. Sin embargo, para alcanzar esa meta sólo hay un camino: Cristo, al cual el discípulo ha de ir conformándose progresivamente. La santidad consiste precisamente en esto: ya no es el cristiano el que vive, sino que Cristo mismo vive en él (cf. Ga 2, 20). Horizonte atractivo, que va acompañado de una promesa igualmente consoladora: «El que cree en mí, también hará las obras que yo hago, e incluso mayores. Porque yo me voy al Padre» (Jn 14, 12).

3. Escuchamos estas palabras de Cristo y nuestro pensamiento se dirige al humilde fraile capuchino del Gargano. ¡Con cuánta claridad se han cumplido en el beato Pío de Pietrelcina!

«No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios...». La vida de este humilde hijo de san Francisco fue un constante ejercicio de fe, corroborado por la esperanza del cielo, donde podía estar con Cristo.

«Me voy a prepararos sitio (...) para que donde estoy yo estéis también vosotros». ¿Qué otro objetivo tuvo la durísima ascesis a la que se sometió el padre Pío desde su juventud, sino la progresiva identificación con el divino Maestro, para estar «donde está él»?

Quien acudía a San Giovanni Rotondo para participar en su misa, para pedirle consejo o confesarse, descubría en él una imagen viva de Cristo doliente y resucitado. En el rostro del padre Pío resplandecía la luz de la resurrección. Su cuerpo, marcado por los «estigmas», mostraba la íntima conexión entre la muerte y la resurrección que caracteriza el misterio pascual. Para el beato de Pietrelcina la participación en la Pasión tuvo notas de especial intensidad: los dones singulares que le fueron concedidos y los consiguientes sufrimientos interiores y místicos le permitieron vivir una experiencia plena y constante de los padecimientos del Señor, convencido firmemente de que «el Calvario es el monte de los santos».

4. No menos dolorosas, y humanamente tal vez aún más duras, fueron las pruebas que tuvo que soportar, por decirlo así, como consecuencia de sus singulares carismas. Como testimonia la historia de la santidad, Dios permite que el elegido sea a veces objeto de incomprensiones. Cuando esto acontece, la obediencia es para él un crisol de purificación, un camino de progresiva identificación con Cristo y un fortalecimiento de la auténtica santidad. A este respecto, el nuevo beato escribía a uno de sus superiores: «Actúo solamente para obedecerle, pues Dios me ha hecho entender lo que más le agrada a él, que para mí es el único medio de esperar la salvación y cantar victoria» (Epist. I, p. 807).

Cuando sobre él se abatió la «tempestad», tomó como regla de su existencia la exhortación de la primera carta de san Pedro, que acabamos de escuchar: Acercaos a Cristo, la piedra viva (cf. 1 P 2, 4). De este modo, también él se hizo «piedra viva», para la construcción del edificio espiritual que es la Iglesia. Y por esto hoy damos gracias al Señor.

5. «También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu» (1 P 2, 5).

¡Qué oportunas resultan estas palabras si las aplicamos a la extraordinaria experiencia eclesial surgida en torno al nuevo beato! Muchos, encontrándose directa o indirectamente con él, han recuperado la fe; siguiendo su ejemplo, se han multiplicado en todas las partes del mundo los «grupos de oración». A quienes acudían a él les proponía la santidad, diciéndoles: «Parece que Jesús no tiene otra preocupación que santificar vuestra alma» (Epist. II, p. 155).

Si la Providencia divina quiso que realizase su apostolado sin salir nunca de su convento, casi «plantado» al pie de la cruz, esto tiene un significado. Un día, en un momento de gran prueba, el Maestro divino lo consoló, diciéndole que «junto a la cruz se aprende a amar» (Epist. I, p. 339).

Sí, la cruz de Cristo es la insigne escuela del amor; más aún, el «manantial» mismo del amor. El amor de este fiel discípulo, purificado por el dolor, atraía los corazones a Cristo y a su exigente evangelio de salvación.

6. Al mismo tiempo, su caridad se derramaba como bálsamo sobre las debilidades y sufrimientos de sus hermanos. El padre Pío, además de su celo por las almas, se interesó por el dolor humano, promoviendo en San Giovanni Rotondo un hospital, al que llamó: «Casa de alivio del sufrimiento». Trató de que fuera un hospital de primer rango, pero sobre todo se preocupó de que en él se practicara una medicina verdaderamente «humanizada», en la que la relación con el enfermo estuviera marcada por la más solícita atención y la acogida más cordial. Sabía bien que quien está enfermo y sufre no sólo necesita una correcta aplicación de los medios terapéuticos, sino también y sobre todo un clima humano y espiritual que le permita encontrarse a sí mismo en la experiencia del amor de Dios y de la ternura de sus hermanos.

Con la «Casa de alivio del sufrimiento» quiso mostrar que los «milagros ordinarios» de Dios pasan a través de nuestra caridad. Es necesario estar disponibles para compartir y para servir generosamente a nuestros hermanos, sirviéndonos de todos los recursos de la ciencia médica y de la técnica.

7. El eco que esta beatificación ha suscitado en Italia y en el mundo es un signo de que la fama del padre Pío, hijo de Italia y de san Francisco de Asís, ha alcanzado un horizonte que abarca todos los continentes. Me complace saludar a cuantos han venido, comenzando por las autoridades italianas que han querido estar presentes: el señor presidente de la República, el señor presidente del Senado, el señor presidente del Gobierno, que encabeza la delegación oficial, así como numerosos ministros y personalidades. Italia está ciertamente bien representada. Pero también se hallan presentes numerosos fieles de otras naciones, que han venido para honrar al padre Pío.

A todos los que han venido, de cerca o de lejos, y en especial a los padres capuchinos, les dirijo un afectuoso saludo. A todos, gracias de corazón.

8. Quisiera concluir con las palabras del Evangelio proclamado en esta misa: «No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios». Esa exhortación de Cristo la recogió el nuevo beato, que solía repetir: «Abandonaos plenamente en el corazón divino de Cristo, como un niño en los brazos de su madre». Que esta invitación penetre también en nuestro espíritu como fuente de paz, de serenidad y de alegría. ¿Por qué tener miedo, si Cristo es para nosotros el camino, la verdad y la vida? ¿Por qué no fiarse de Dios que es Padre, nuestro Padre?

«Santa María de las gracias», a la que el humilde capuchino de Pietrelcina invocó con constante y tierna devoción, nos ayude a tener los ojos fijos en Dios. Que ella nos lleve de la mano y nos impulse a buscar con tesón la caridad sobrenatural que brota del costado abierto del Crucificado.

Y tú, beato padre Pío, dirige desde el cielo tu mirada hacia nosotros, reunidos en esta plaza, y a cuantos están congregados en la plaza de San Juan de Letrán y en San Giovanni Rotondo. Intercede por aquellos que, en todo el mundo, se unen espiritualmente a esta celebración, elevando a ti sus súplicas. Ven en ayuda de cada uno y concede la paz y el consuelo a todos los corazones.

Amén.

 

 

Discurso de Juan Pablo II a los peregrinos que asistieron a la beatificación del Padre Pío

 

Amadísimos hermanos y hermanas: 

1. Con gran alegría me encuentro nuevamente con vosotros en esta plaza, que ayer fue escenario de un acontecimiento que tanto esperabais: la beatificación del padre Pío de Pietrelcina. Hoy es el día de acción de gracias.

Acaba de terminar la solemne celebración eucarística, presidida por el cardenal Angelo Sodano, mi secretario de Estado, a quien dirijo un cordial saludo, extendiéndolo a cada uno de los demás cardenales y obispos presentes, así como a los numerosos sacerdotes y a los fieles que han participado.

Con especial afecto os abrazo a vosotros, queridos frailes capuchinos, y a los demás miembros de la gran familia franciscana, que alabáis al Señor por las maravillas que realizó en el humilde fraile de Pietrelcina, seguidor ejemplar del Poverello de Asís.

Muchos de vosotros, queridos peregrinos, sois miembros de los grupos de oración fundados por el padre Pío: os saludo afectuosamente, al igual que a todos los demás fieles que, animados por la devoción al nuevo beato, han querido estar presentes en esta feliz circunstancia. Por último, quiero dirigir un saludo particular a cada uno de vosotros, queridos enfermos, que habéis sido los predilectos en el corazón y la acción del padre Pío: ¡gracias por vuestra valiosa presencia!

2. La divina Providencia ha querido que el padre Pío sea proclamado beato en vísperas del gran jubileo del año 2000, al concluir un siglo dramático. ¿Cuál es el mensaje que, con este acontecimiento de gran importancia espiritual, el Señor quiere ofrecer a los creyentes y a toda la humanidad? El testimonio del padre Pío, legible en su vida y en su misma persona física, nos induce a creer que este mensaje coincide con el contenido esencial del jubileo ya cercano: Jesucristo es el único Salvador del mundo. En él, en la plenitud de los tiempos, la misericordia de Dios se hizo carne para salvar a la humanidad, herida mortalmente por el pecado. «Con sus heridas habéis sido curados» (1 P 2, 24), repite a todos el beato padre Pío, con las palabras del apóstol san Pedro, precisamente porque tenía esas heridas impresas en su cuerpo.

Durante sesenta años de vida religiosa, pasados casi todos en San Giovanni Rotondo, se dedicó completamente a la oración y al ministerio de la reconciliación y de la dirección espiritual. El siervo de Dios Papa Pablo VI puso muy bien de relieve este aspecto: «¡Mirad qué fama ha tenido el padre Pío! (...) Pero, ¿por qué? (...) Porque celebraba la misa con humildad, confesaba de la mañana a la noche, y era (...) un representante visible de las llagas de nuestro Señor. Era un hombre de oración y de sufrimiento» (20 de febrero de 1971).

Recogido completamente en Dios, y llevando siempre en su cuerpo la pasión de Jesús, fue pan partido para los hombres hambrientos del perdón de Dios Padre. Sus estigmas, como los de san Francisco de Asís, eran obra y signo de la misericordia divina, que mediante la cruz de Cristo redimió el mundo. Esas heridas abiertas y sangrantes hablaban del amor de Dios a todos, especialmente a los enfermos en el cuerpo y en el espíritu.

3. ¿Qué decir de su vida, combate espiritual incesante -librado con las armas de la oración-, centrada en los gestos sagrados diarios de la confesión y de la misa? La celebración eucarística era el centro de toda su jornada, la preocupación casi ansiosa de todas las horas, el momento de mayor comunión con Jesús, sacerdote y víctima. Se sentía llamado a participar en la agonía de Cristo, agonía que continúa hasta el fin del mundo.

Queridos hermanos, en nuestro tiempo, en el que aún se pretende resolver los conflictos con la violencia y el atropello, y a menudo ceden a la tentación de abusar de la fuerza de las armas, el padre Pío repite lo que dijo una vez: «¡Qué horror la guerra! Jesús mismo sufre en todo hombre herido en su carne». Es preciso destacar también que sus dos obras, la Casa de alivio del sufrimiento y los grupos de oración, fueron concebidas por él en el año 1940, mientras en Europa se vislumbraba ya la catástrofe de la segunda guerra mundial. No permaneció inactivo; al contrario, desde su convento, perdido en el Gargano, respondió con la oración y las obras de misericordia, con el amor a Dios y al prójimo. Y hoy, desde el cielo, repite a todos que éste es el auténtico camino de la paz.

4. Los grupos de oración y la Casa de alivio del sufrimiento son dos «dones» significativos que el padre Pío nos ha dejado. Concebida y querida por él como hospital para los enfermos pobres, la Casa de alivio del sufrimiento fue proyectada ya desde el comienzo como una institución de salud abierta a todos, pero no por eso menos equipada que el resto de los hospitales. Es más, el padre Pío quiso dotarla de los instrumentos científicos y tecnológicos más avanzados, para que fuera un lugar de auténtica acogida, de respeto amoroso y de terapia eficaz para todas las personas que sufren. ¿No es éste un verdadero milagro de la Providencia, que continúa y se desarrolla, siguiendo el espíritu del fundador?

Además, por lo que respecta a los grupos de oración, quiso que fueran faros de luz y amor en el mundo. Deseaba que muchas almas se unieran a él en la oración. Decía: «Orad, orad al Señor conmigo, porque todo el mundo tiene necesidad de oraciones. Y cada día, cuando más sienta vuestro corazón la soledad de la vida, orad, orad juntos al Señor, ¡porque también Dios tiene necesidad de nuestras oraciones!». Su intención era crear un ejército de personas que hicieran oración, que fueran «levadura» en el mundo con la fuerza de la oración. Y hoy toda la Iglesia le da las gracias por esta valiosa herencia, admira la santidad de este hijo suyo e invita a todos a seguir su ejemplo.

5. Amadísimos hermanos y hermanas, el testimonio del padre Pío constituye una fuerte llamada a la dimensión sobrenatural, que no hay que confundir con la milagrería, desviación que siempre rechazó con firmeza. Los sacerdotes y las personas consagradas deberían inspirarse de modo especial en él.

Enseña a los sacerdotes a convertirse en instrumentos dóciles y generosos de la gracia divina, que cura a las personas en la raíz de sus males, devolviéndoles la paz del corazón. El altar y el confesonario fueron los dos polos de su vida: la intensidad carismática con que celebraba los misterios divinos es testimonio muy saludable para alejar a los presbíteros de la tentación de la rutina y ayudarles a redescubrir día a día el inagotable tesoro de renovación espiritual, moral y social puesto en sus manos.

A los consagrados, de modo especial a la familia franciscana, les da un testimonio de singular fidelidad. Su nombre de pila era Francisco, y desde su ingreso en el convento fue un digno seguidor del padre seráfico en la pobreza, la castidad y la obediencia. Practicó en todo su rigor la regla capuchina, abrazando con generosidad la vida de penitencia. No se complacía en el dolor, pero lo eligió como camino de expiación y purificación. Como el Poverello de Asís, buscaba la imitación de Jesucristo, deseando sólo «amar y sufrir», para ayudar al Señor en la ardua y exigente obra de la salvación. En la obediencia «firme, constante y férrea» (Epist. I, 488), encontró la más alta expresión su amor incondicional a Dios y a la Iglesia.

¡Qué consolación produce sentir junto a nosotros al padre Pío, que quiso ser sencillamente «un pobre fraile que ora»: hermano de Cristo, hermano de san Francisco, hermano de quien sufre, hermano de cada uno de nosotros. Quiera Dios que su ayuda nos guíe por el camino del Evangelio y nos haga cada vez más generosos en el seguimiento de Cristo.

Que nos obtenga esto la Virgen María, a quien amó e hizo amar con profunda devoción. Nos lo obtenga su intercesión, que invocamos con confianza.

Acompaño estos deseos con la bendición apostólica, que os imparto de corazón a vosotros, queridos peregrinos aquí presentes, y a cuantos se hallan unidos espiritualmente a nosotros en este feliz encuentro.

 

 

 

Homilía de Juan Pablo II en la canonización
del beato Pío de Pietrencina

 

Plaza de San Pedro, domingo 16 de junio de 2002

1. "Mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 11, 30).

Las palabras de Jesús a los discípulos que acabamos de escuchar nos ayudan a comprender el mensaje más importante de esta solemne celebración. En efecto, en cierto sentido, podemos considerarlas como una magnífica síntesis de toda la existencia del padre Pío de Pietrelcina, hoy proclamado santo.

La imagen evangélica del "yugo" evoca las numerosas pruebas que el humilde capuchino de San Giovanni Rotondo tuvo que afrontar. Hoy contemplamos en él cuán suave es el "yugo" de Cristo y cuán ligera es realmente su carga cuando se lleva con amor fiel. La vida y la misión del padre Pío testimonian que las dificultades y los dolores, si se aceptan por amor, se transforman en un camino privilegiado de santidad, que se abre a perspectivas de un bien mayor, que sólo el Señor conoce.

2. "En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo" (Ga 6, 14).

¿No es precisamente el "gloriarse de la cruz" lo que más resplandece en el padre Pío? ¡Cuán actual es la espiritualidad de la cruz que vivió el humilde capuchino de Pietrelcina! Nuestro tiempo necesita redescubrir su valor para abrir el corazón a la esperanza.

En toda su existencia buscó una identificación cada vez mayor con Cristo crucificado, pues tenía una conciencia muy clara de haber sido llamado a colaborar de modo peculiar en la obra de la redención. Sin esta referencia constante a la cruz no se comprende su santidad.

En el plan de Dios, la cruz constituye el verdadero instrumento de salvación para toda la humanidad y el camino propuesto explícitamente por el Señor a cuantos quieren seguirlo (cf. Mc 16, 24). Lo comprendió muy bien el santo fraile del Gargano, el cual, en la fiesta de la Asunción de 1914, escribió:  "Para alcanzar nuestro fin último es necesario seguir al divino Guía, que quiere conducir al alma elegida sólo a través del camino recorrido por él, es decir, por el de la abnegación y el de la cruz" (Epistolario II, p. 155).

3. "Yo soy el Señor, que hago misericordia" (Jr 9, 23).

El padre Pío fue generoso dispensador de la misericordia divina, poniéndose a disposición de todos a través de la acogida, de la dirección espiritual y especialmente de la administración del sacramento de la penitencia. También yo, durante mi juventud, tuve el privilegio de aprovechar su disponibilidad hacia los penitentes. El ministerio del confesonario, que constituye uno de los rasgos distintivos de su apostolado, atraía a multitudes innumerables de fieles al convento de San Giovanni Rotondo. Aunque aquel singular confesor trataba a los peregrinos con aparente dureza, estos, tomando conciencia de la gravedad del pecado y sinceramente arrepentidos, volvían casi siempre para recibir el abrazo pacificador del perdón sacramental.

Ojalá que su ejemplo anime a los sacerdotes a desempeñar con alegría y asiduidad este ministerio, tan importante también hoy, como reafirmé en la Carta a los sacerdotes con ocasión del pasado Jueves santo.

4. "Tú, Señor, eres mi único bien".

Así hemos cantado en el Salmo responsorial. Con estas palabras el nuevo santo nos invita a poner a Dios por encima de todas las cosas, a considerarlo nuestro único y sumo bien.

En efecto, la razón última de la eficacia apostólica del padre Pío, la raíz profunda de tan gran fecundidad espiritual se encuentra en la íntima y constante unión con Dios, de la que eran elocuentes testimonios las largas horas pasadas en oración y en el confesonario. Solía repetir:  "Soy un pobre fraile que ora", convencido de que "la oración es la mejor arma que tenemos, una llave que abre el Corazón de Dios". Esta característica fundamental de su espiritualidad continúa en los "Grupos de oración" fundados por él, que ofrecen a la Iglesia y a la sociedad la formidable contribución de una oración incesante y confiada. Además de la oración, el padre Pío realizaba una intensa actividad caritativa, de la que es extraordinaria expresión la "Casa de alivio del sufrimiento". Oración y caridad:  he aquí una síntesis muy concreta  de la enseñanza del padre Pío, que hoy se vuelve a proponer a todos.

5. "Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque (...) has revelado estas cosas a los pequeños" (Mt 11, 25).

¡Cuán apropiadas resultan estas palabras de Jesús, cuando te las aplicamos a ti, humilde y amado padre Pío!

Enséñanos también a nosotros, te lo pedimos, la humildad de corazón, para ser considerados entre los pequeños del Evangelio, a los que el Padre prometió revelar los misterios de su Reino.

Ayúdanos a orar sin cansarnos jamás, con la certeza de que Dios conoce lo que necesitamos, antes de que se lo pidamos.

Alcánzanos una mirada de fe capaz de reconocer prontamente en los pobres y en los que sufren el rostro mismo de Jesús.

Sostennos en la hora de la lucha y de la prueba y, si caemos, haz que experimentemos la alegría del sacramento del perdón.

Transmítenos tu tierna devoción a María, Madre de Jesús y Madre nuestra.

Acompáñanos en la peregrinación terrena hacia la patria feliz, a donde esperamos llegar también nosotros para contemplar eternamente la gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

 

Discurso de Juan Pablo II a los peregrinos participantes
en la canonización del Padre Pío

 

Lunes 17 de junio de 2002

 

Amadísimos hermanos y hermanas: 

1. Es una gran alegría encontrarme de nuevo con vosotros, al día siguiente de la solemne canonización del humilde capuchino de San Giovanni Rotondo. Os saludo con afecto, queridos peregrinos y devotos que habéis venido a Roma en gran número para esta singular circunstancia.

Dirijo mi saludo ante todo a los obispos presentes, a los sacerdotes y a los religiosos. Un recuerdo especial para los queridos frailes capuchinos que, en comunión con toda la Iglesia, alaban y dan gracias al Señor por las maravillas que realizó en este ejemplar hermano suyo. El padre Pío es un auténtico modelo de espiritualidad y de humanidad, dos características peculiares de la tradición franciscana y capuchina.

Saludo a los miembros de los "Grupos de oración Padre Pío" y a los representantes de la familia de la "Casa de alivio del sufrimiento", gran obra para la curación y la asistencia de los enfermos, nacida de la caridad del nuevo santo. Os abrazo a vosotros, queridos peregrinos que provenís de la noble tierra donde nació el padre Pío, de las demás regiones de Italia y de todas las partes del mundo. Con vuestra presencia testimoniáis la amplia difusión que han tenido en la Iglesia y en todos los continentes la devoción y la confianza en el santo fraile del Gargano.

2. Pero, ¿cuál es el secreto de tanta admiración y amor por este nuevo santo? Es, ante todo, un "fraile del pueblo", característica tradicional de los capuchinos. Además, es un santo taumaturgo, como testimonian los acontecimientos extraordinarios que jalonan su vida. Pero el padre Pío es, sobre todo, un religioso sinceramente enamorado de Cristo crucificado. Durante su vida participó, también de modo físico, en el misterio de la cruz.

Solía unir la gloria del Tabor al misterio de la Pasión, como leemos en una de sus cartas:  "Antes de exclamar también nosotros con san Pedro:  "Bueno es estar aquí", es necesario subir primero al Calvario, donde no se ve más que muerte, clavos, espinas, sufrimiento, tinieblas extraordinarias, abandonos y desmayos" (Epistolario III, p. 287).

El padre Pío recorrió este camino de exigente ascesis espiritual en profunda comunión con la Iglesia. Algunas incomprensiones momentáneas con diversas autoridades eclesiales no alteraron su actitud de filial obediencia. El padre Pío fue, de igual modo, fiel y valiente hijo de la Iglesia, siguiendo también en esto el luminoso ejemplo del Poverello de Asís.

3. Este santo capuchino, al que tantas personas se dirigen desde todos los rincones de la tierra, nos indica los medios para alcanzar la santidad, que es el fin de nuestra vida cristiana. ¡Cuántos fieles, de todas las condiciones sociales, provenientes de los lugares más diversos y de las situaciones más difíciles, acudían a él para consultarlo! A todos sabía ofrecer lo que más necesitaban, y que a menudo buscaban casi a ciegas, sin tener plena conciencia de ello. Les transmitía la palabra consoladora e iluminadora de Dios, permitiendo que cada uno se beneficiara de las fuentes de la gracia mediante la dedicación asidua al ministerio de la confesión y la celebración fervorosa de la Eucaristía.

A una de sus hijas espirituales escribió:  "No temas acercarte al altar del Señor para saciarte con la carne del Cordero inmaculado, porque nadie reunirá mejor tu espíritu que su rey, nada lo calentará mejor que su sol, y nada lo aliviará mejor que su bálsamo" (ib., p. 944).

4. ¡La misa del padre Pío! Era para los sacerdotes una elocuente llamada a la belleza de la vocación presbiteral; para los religiosos y los laicos, que acudían a San Giovanni Rotondo incluso en horas muy tempranas, era una extraordinaria catequesis sobre el valor y la importancia del sacrificio eucarístico.

La santa misa era el centro y la fuente de toda su espiritualidad:  "En la misa -solía decir- está todo el Calvario". Los fieles, que se congregaban en torno a su altar, quedaban profundamente impresionados por la intensidad de su "inmersión" en el Misterio, y percibían que "el padre" participaba personalmente en los sufrimientos del Redentor.

5. San Pío de Pietrelcina se presenta así ante todos -sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos- como un testigo creíble de Cristo y de su Evangelio. Su ejemplo y su intercesión impulsan a cada uno a un amor cada vez mayor a Dios y a la solidaridad concreta con el prójimo, especialmente con el más necesitado.

Que la Virgen María, a la que el padre Pío invocaba con el hermoso título de "Santa María de las Gracias", nos ayude a seguir las huellas de este religioso tan amado por la gente.

Con este deseo, os bendigo de corazón a vosotros, aquí presentes, a vuestros seres queridos y a cuantos se esfuerzan por seguir el camino espiritual del querido santo de Pietrelcina.

 

 

Pío de Pietrelcina

 

Escrito por Ecclesia Digital   

lunes, 16 de junio de 2008

El pasado 24 de abril, al término de una solemne Eucaristía presidida por el cardenal José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación vaticana para las Causas de los Santos, y concelebrada por 30 obispos y más de un centenar de sacerdotes, al aire libre para permitir la participación de los más de 15.000 fieles que se hicieron presentes, y transmitida al mundo entero por más de 80 cadenas de televisión y por otros medios informativos, el cuerpo del Padre Pío de PietreIcina fue expuesto a la veneración de los fieles en una urna de cristal, en la misma capilla en la que ha estado enterrado durante casi 40 años: la cripta del santuario de Nuestra Señora de las Gracias de San Giovanni Rotando (Foggia - Italia).

Días antes, el 2 de marzo, en el marco de una celebración litúrgica presidida por el arzobispo de la Diócesis, ante el superior general de los Capuchinos y otras autoridades religiosas y civiles, y presentes, entre otros, los familiares del Fraile capuchino y los beneficiados por los dos milagros aprobados por la Iglesia para la beatificación y para la canonización del Santo, se había realizado la exhumación de los restos mortales del Padre Pío, encontrándolos en "bastante buen estado de conservación", aunque algo afectados por la humedad, ya que el revoque de la fosa en que fue colocado, a metro y medio bajo el pavimento, se llevó a cabo entre los días 23 y 26 de septiembre de 1968, fechas de la muerte y del entierro, respectivamente.

Se ha habilitado un número de teléfono para los que quieran reservar día y hora para venerar el cuerpo del Padre Pío, que, como dijo el cardenal Saraiva en la homilía de la Eucaristía antes mencionada, "nos recuerda todo el bien que realizó entre nosotros por medio de ese cuerpo... y nos invita a mirar al futuro y a renovar nuestra fe en la resurrección de la carne", y son ya más de 900.000 personas, de los cinco continentes, las que se han apuntado. Hay otra entrada para los que no hagan esa reserva, en la que habrá que hacer fila y esperar, como sucedía hasta ahora con frecuencia, incluso varias horas.

El Padre Pío nació en PietreIcina (Benevento Italia) el 25 de mayo de 1887, vivió las vocaciones de franciscano-capuchino y de sacerdote y fue enriquecido por el Señor con muchos dones extraordinarios, orientados todos ellos al cumplimiento de la "misión grandísima" que le había encomendado. Entre esos dones sobresale el de las Llagas de Jesucristo en sus manos, pies y costado durante 50 años. En septiembre de 1916 fue destinado al convento de San Giovanni Rotonda, donde ejerció un intensísimo apostolado, sobre todo como confesor, hasta su muerte, acaecida el 23 de septiembre de 1968. Fue beatificado y canonizado por Juan Pablo II el 2 de mayo de 1999 y el 16 de junio del 2002, respectivamente. Su tumba, lugar de peregrinación desde el día siguiente a su entierro, es visitada en la actualidad por unos 8 millones de devotos al año.

Entre las muchas obras que promovió el Padre Pío sobresalen los Grupos de Oración que llevan su nombre, presentes, cada día en mayor número, en los cinco continentes, también en nuestra Diócesis (Estella, Lekunberri, Pamplona, Tudela...), y el hospital de San Giovanni Rotondo, al que llamó "Casa Alivio del Sufrimiento", hoy con 1. 800 camas.

Pablo VI, a quien el Padre Pío, lo mismo que a Juan Pablo 11, anunció que se preparara para ser sucesor del apóstol Pedro como obispo de Roma, nos dejó este retrato del Santo: "Celebraba la misa humildemente, confesaba de la mañana a la noche y, aunque difícil decirlo, era representante vivo de las Llagas de Jesucristo. Era hombre de oración y hombre de sufrimiento". Retrato del Padre Pío en el que puede faltar su tierna y filial devoción a la Virgen María, de la que, además, fue incansable promotor; tanto que, como testamento espiritual, nos dejó estas palabras: "Amad a la Virgen, haced que la amen, rezad siempre el rosario".

ELÍAS CABODEVILLA GARDE

Tomado de La Verdad, nº 3.710, 13-06-2008