PASTORAL DE LA UNCIÓN DE ENFERMOS

 

Acciones de la comunidad cristiana para celebrar la Unción como sacramento del encuentro sanador con Cristo en la fe

LA CELEBRACIÓN de la Unción como sacramento del encuentro sanador con Cristo en la fe, plantea hoy a la comunidad cristiana unas acciones pastorales concretas, que son, entre otras, las siguientes:

1ª. ACOMPAÑAR AL ENFERMO EN EL PROCESO DE SU FE A LO LARGO DE LA ENFERMEDAD

«La celebración sacramental ha de constituir, habitualmente, la culminación de una relación significativa con el enfermo y el resultado de un proceso de fe realizado por éste» (ARH 69).

La enfermedad pone en crisis la fe del enfermo. La comunidad, como educadora de la fe, sabe que esta misión no puede realizarse a distancia o por correspondencia, sino en la cercanía, acompañando a la persona en su camino. Sabe también que el ser humano tiene su camino, único e irrepetible en relación con su historia, su personalidad, su entorno familiar y social, y su vivencia de fe. Por ello, la atención ofrecida a los enfermos no puede ser igual para todos ni realizarse en abstracto. Ha de plantearse cómo ayudar a cada enfermo concreto en el proceso de su fe, cómo ayudarle a encontrar el «sentido» a lo que ha puesto en crisis su fe, la enfermedad, cómo ayudarle a afrontarla y asumirla en la fe.

La forma de hacerlo no es otra, a mi juicio, que la de acompañar a cada enfermo siendo solidario, acogedor y cercano a él, infundiéndole confianza, escuchándole, respetando profundamente sus creencias, sus niveles de fe y su ritmo, apreciándole, adaptándose a sus necesidades, guardando silencio muchas veces, acercándose a él con autenticidad y sin máscaras, liberándole de miedos y angustias, dando y recibiendo de él, con alegría y gozo, testimoniando y compartiendo la luz de la fe y la verdad del amor, apoyándose en la oración y en la fuerza del Espíritu.

«De esta manera -como dice B. HÄRING- el enfermo y sus familiares no se convierten en simples objetos de la pastoral, sino que captarán con nitidez creciente su propio llamamiento a dar testimonio creyente del amor redentor y a encontrar una significación (a su situación) que despierta y transmite poderes terapéuticos a ellos mismos y a otras personas» 10. SFT/ASUMIRLO/PASOS: Recojo los pasos a dar para asumir el dolor, que nos brinda alguien que ha experimentado en sí mismo el dolor:

1 Alimentar una actitud de realismo: no somos los únicos en sufrir.

2 Aceptar que somos contingentes: limitados y precarios.

3 Retener el ejemplo de los otros y recordar la historia de los mejores cristianos para no dejarnos abatir.

4 Usar los medios normales: medicamentos, consejo de los profesionales, ratos de descanso, de paz, de sereno estar...

5 Fijar y restringir la atención vital al momento presente: hacer ahora lo que tengo que hacer, intentar vivir el ahora superando sus dificultades. «No os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos» (Mt 6,34).

6 Orar. La oración vivida como encuentro vivo y vital con alguien que nos ama en profundidad, el Dios que es Padre, que es Amor.

7 Compartir con Cristo el dolor. La memoria de la Pasión nos señala un camino ya andado y nos aporta un nuevo valor: el dolor sirve, no sé cómo, y aprovecha, no sé cuándo, a la obra constructora del reino de Dios entre los hombres.

8 Descubrir la misteriosa presencia del Señor que, a lo largo del camino y hasta el final, es un Acompañante excepcional y fiel.

9 Aceptar la realidad, esta realidad: la del dolor, la de su valor, la de la presencia del Señor.

10 Confiarse en Dios, abandonarse en sus manos.

(M. MOUGAN) 11

2ª. RENOVAR LA PASTORAL DE LA UNCIÓN EN LA COMUNIDAD CRISTIANA

La renovación de la pastoral de la Unción plantea a la comunidad cristiana las siguientes exigencias:

1 Evitar el «sacramentalismo», es decir, el centrar y reducir la pastoral de enfermos a que todos reciban la Unción.

«Será necesario revisar una pastoral exclusivamente sacramentalista, reducida al empeño de hacer aceptar los sacramentos» (RU 59). El celo pastoral no debe caer en preocupaciones exageradas de que todos reciban la Unción. Podría ser un reflejo de una mentalidad casi mágica del sacramento. Hay que promover, más bien, una pastoral del existir cristiano. Sólo en ese contexto aparecerá como algo natural la celebración de la Unción. El gran riesgo del sacramentalismo es la manipulación del enfermo y del sacramento.

2 Evitar asimismo centrar y reducir la pastoral de enfermos a la atención y servicio del enfermo, sin dar importancia a la celebración del sacramento.

Hay que superar el dualismo entre atención al enfermo y sacramento. El sacramento de los enfermos no es una realidad totalmente separable de los cuidados a los enfermos ni de su acompañamiento pastoral; en un gesto de Iglesia, en una acción específica de los cristianos, es proclamado, publicado y celebrado el esfuerzo médico, el trabajo humano de lucha contra el mal y el acompañamiento en la fe. «La Unción no es ajena al personal sanitario y asistencial, pues es la expresión del sentido cristiano del esfuerzo técnico» (RU 67). La celebración de la Unción manifiesta públicamente que Dios no está ausente de esta tarea, sino que, presente en el corazón mismo de la vida del ser humano, quiere curar, en el sentido más pleno de la palabra, salvarle.

3 Evitar en la práctica sacramental tanto el minimalismo; es decir, el atenerse a las normas mínimas para la validez del sacramento sin preocuparse de más, como el maximalismo; es decir, el ser excesivamente exigente con todos, buscando la fe pura como requisito imprescindible.

4 Discernir las motivaciones de los enfermos y familiares al solicitar, no pedir o rechazar la Unción.

Son muy variadas. Quienes lo piden pueden hacerlo por rutina, por imitación de otros, por no disgustar a la familia, para ponerse bueno, por tener de su parte a la religiosa o al sacerdote, por convencimiento, con fe sincera... Quienes no lo piden o lo rechazan pueden hacerlo por falta de fe, por ignorancia, por no molestar, por miedo, por creer que no están graves, por no valorar el sacramento...

5 Discernir, igualmente, las motivaciones del propio agente de pastoral al proponer o celebrar la Unción.

También son variadas: quedarse tranquilo; cumplir con el propio deber, para que no le molesten; salvar su alma; cuidar su imagen; que no se le muera nadie sin los últimos sacramentos; ayudar al enfermo a ser fiel a la voluntad de Dios, etc.

6 Respetar las convicciones religiosas y los niveles de fe del enfermo, así como las etapas de su caminar en la fe.

«Se tendrán muy en cuenta, sobre todo, los distintos niveles de fe cristiana de los enfermos para actuar gradualmente, con discreción y pudor, evitando todo lo que pueda provocar dolor, resentimiento o alejamiento» (RU 55). El respeto ha de ser profundo: no se trata de un medio diplomático para ser aceptado y salirse después con la suya. «Ha de evitarse todo tipo de coacción y celo intempestivo, opuesto a la dignidad de la persona humana y a la dignidad religiosa» (RU 57). Respetar significa aceptar incondicionalmente al enfermo y ayudarle a superar los condicionamientos, positivos o negativos, que pesan sobre él a la hora de manifestar y celebrar hoy su fe. Se ha de estar particularmente atento a respetar la conciencia y el nivel de cada enfermo, su situación psicológica, su entorno familiar. Puede ocurrir que la celebración sea prematura. Siempre, aun en este caso, hay que testimoniar el amor de Dios por medio de la presencia fraternal.

7 Preparar con esmero y celebrar con gozo el sacramento de la Unción de los Enfermos.

En un periodo de la vida, como es la enfermedad, en que nada se celebra, el mismo hecho de plantear una celebración ya es un verdadero acontecimiento, especialmente significativo en el ambiente hospitalario y en el domicilio donde viven su enfermedad muchos pacientes crónicos. Ofrecer una alternativa a la monotonía del paso del tiempo y a los gestos asistenciales estereotipados de carácter técnico es, sin duda, una de las posibilidades que encierra la celebración adecuada del sacramento de la Unción 12.

Una celebración digna y cuidada ha de seguir una dinámica que recoja los elementos básicos de todo sacramento: comunidad celebrante en oración; proclamación de la Palabra; expresividad del signo y de las acciones significantes, culminación del cuidado que la comunidad cristiana dedica y continuará dedicando al enfermo (RU 72).

7.1 Preparar con esmero la celebración: instruyendo mediante una catequesis adecuada al enfermo y a los fieles en general que los disponga a participar realmente en ella (RU 36); contando con el enfermo, pues debe ser él, su nivel de fe, su estado de salud y de fuerzas, quien ha de marcar el ritmo de la celebración, las lecturas, oraciones, etc. (RU 73.75). Quienes preparan la celebración han de estar a la escucha del enfermo y de sus familiares de modo que puedan después reflejar en la celebración sus sentimientos y la situación que viven.

7.2 Valorar la importancia de la Palabra de Dios en la celebración, escogiendo bien los textos más apropiados, proclamándolos y acercándolos a la realidad que vive el enfermo y a su nivel de fe.

7.3 Crear un clima sereno, religioso y de oración en la celebración.

7.4 Procurar que los signos sacramentales sean verdaderamente significativos, teniendo en cuenta el contexto, las posibilidades de explicación y el lenguaje simbólico adoptado al medio. No es fácil, sobre todo en los hospitales. Hemos de procurar, pues, que la imposición de manos, el gesto más antiguo de la liturgia cristiana que significa la bendición de Dios, su protección y el envío del Espíritu sea verdaderamente imposición. E igualmente la «unción con aceite», que es el bálsamo en las heridas, la caricia que expresa la ternura, la consagración del enfermo para ser testigo del Evangelio. Y hemos de esforzarnos por incorporar otros símbolos y gestos a la celebración y, sobre todo, por lograr que nuestra persona, nuestro estar junto al enfermo, especialmente en las situaciones más delicadas, sea expresión y fiel imagen de Jesús, el Señor, de quien nuestra presencia también es sacramento.

3ª. INTEGRAR A LOS ENFERMOS EN LA COMUNIDAD CRISTIANA COMO MIEMBROS ACTIVOS Y PLENOS

Los enfermos son una parte activa, incluso principal, de la comunidad eclesial de la que participan mediante la oración y el testimonio de la propia vida. La Iglesia, lejos de fomentar en ellos actitudes de resignación pasiva o cualquier forma de «dolorismo», les reconoce en justicia el puesto central a ellos reservado por el Maestro. El enfermo debe recuperar su lugar dentro de la Iglesia, pero no sólo en cuanto destinatario privilegiado de cuidados y atenciones, sino también como «indicador activo» de la verdadera perspectiva evangelizadora revelada por Cristo. Para lograrlo hemos de:

1 Acercarnos a los enfermos en actitud de dar y recibir. Ellos son nuestros maestros y pueden enseñarnos y evangelizarnos, si nos acercamos en actitud humilde y sabemos estar a su lado como discípulos. Nosotros podemos alentarles y ayudarles si nos acercamos con sinceridad a ellos y nos ponemos a su disposición, si les escuchamos y comprendemos, si evitamos las palabras vacías, las frases hechas y los consejos fáciles, si desterramos la falsa compasión y la superprotección y les consideramos responsables y protagonistas de su salud, de su curación y de su vida, si les hacemos sentirse útiles, si sabemos infundirles ánimo y ganas de luchar...

 

Enfermo, 
eres mi amigo, 
eres mi hermano.

Te admiro 
por tu paciencia y por tus cansancios, 
por tu decaimiento y por tu coraje, 
por el sufrimiento, por el dolor que es nuestro.

En ti veo lo que es ser hombre:
ser hombre es luchar, 
es recibir y depender, 
es ser débil y necesitar al otro.
Mas es también ser fuerte y dar.

Sí, me has dado mucho:
me impides permanecer tranquilo 
y encerrarme en mí mismo.

Al verte recuerdo:
soy tu hermano,
con la misma fuerza, 
con la misma debilidad, 
soy hombre como tú.

Luchando juntos venceremos; 
solos, sucumbiremos.
Juntos podremos llevar la carga; 
solos, pereceremos.
Permanezcamos unidos:
hoy, necesitas de mí, 
y mañana, yo de ti. 
P. WALTER PEGORER

2 Reconocer, valorar y estimular la presencia evangelizadora de los enfermos como miembros activos y plenos de la comunidad cristiana. Una comunidad cristiana en la que sus miembros sanos y enfermos se aceptan, conviven con sus diversos dones y debilidades y se ayudan mutuamente, es una comunidad sana. Una comunidad cristiana en la que no se cuenta con los enfermos, se empobrece; más aún, es una comunidad enferma. Una comunidad cristiana no puede evangelizar sin contar con los enfermos. Sólo si tiene conciencia de todo esto será capaz de reconocer su papel activo al enfermo, de suprimir las barreras arquitectónicas y mentales que le impiden hoy desempeñarlo, y de buscar los cauces apropiados que le permitan participar activamente en la vida de la comunidad.

«La pastoral de la Unción —sacramento del restablecimiento— ha de procurar preparar al enfermo para su reintegración en la vida ordinaria, hacerle ver la urgencia de vivir más evangélicamente sus relaciones con Dios y con los hermanos y vincularle más estrechamente con la comunidad cristiana a la que tratará de dar testimonio más claro de su fe» (RU 69).

«Los enfermos —decia PABLO VI a los miembros de la Fraternidad cristiana de Enfermos y Minusválidos— ya no os sentís solamente unos asistidos, sino verdaderos responsables. Saliendo de vuestro aislamiento os esforzáis por instaurar entre vosotros una amplia fraternidad, por multiplicar el mutuo intercambio, por hacer más profundas vuestras relaciones humanas, por resolver juntos vuestros problemas. Olvidando vuestra propia desgracia, os abrís a las necesidades de los otros; mejor dicho, camináis juntos hacia vuestra auténtica promoción. ¡Qué maravilla! No lo dudéis; a través de esta mutua donación, estáis viviendo lo esencial del Evangelio...»

«Nuestras comunidades eclesiales -decían los obispos de la Comisión episcopal de Pastoral en su carta con motivo del Año internacional de Minusválido- tendrían que constituir ámbitos privilegiados para el reconocimiento de los diversos valores y cualidades de las personas y para la más viva y espontánea participación de todos. Pero la verdad es que, en general, las personas minusválidas (y las enfermas)... no son apreciadas en sus valores reales y hasta son marginadas en la práctica. ES urgente que los minusválidos (los enfermos) participen activamente en la vida de nuestras comunidades. Su servicio sería inestimable en la catequesis y educación de la fe, a la que aportarían el testimonio de su fe vivida en la pobreza y el dolor de sus limitaciones, y desde las que despertarían la conciencia de toda la comunidad para que viva más cerca de los pobres y marginados, y promueva con mayor convicción una sociedad más justa, fraterna y solidaria.

Del mismo modo nuestras comunidades tendrían que reconocer y potenciar el servicio que los propios minusválidos (enfermos) deben prestar a otros hermanos, también minusválidos (enfermos)... ¿No será el propio minusválido (enfermo) quien mejor comprenda a otro minusválido (enfermo), esté más capacitado para acercarse a su sufrimiento y pueda combatir su soledad y contagiarle su fe y esperanza cristiana?»

4ª. INTEGRAR A LOS ENFERMOS EN LA SOCIEDAD

Una de las causas de la marginación de los enfermos en nuestra sociedad son los valores sobre los que está construida: la salud, la eficacia, el disfrute, la belleza, el poder.

Integrar a los enfermos en esta sociedad -en la que tanto tienes, tanto vales- no es tarea fácil. Las barreras ideológicas del rechazo, de la desconfianza, de los prejuicios, de la insolidaridad, indiferencia e inhibición ante los enfermos, dificultan su integración, son muy fuertes y constituyen un sufrimiento añadido al que comporta la enfermedad.

El proceso de integración implica, por una parte, la rehabilitación de los enfermos para insertarse lo más posible en la vida de la sociedad, y por otra, la superación de las barreras que lo impiden. Cuando los sanos acepten a los enfermos como tales, reconozcan su dignidad y sus derechos, no les rechacen ni aíslen, cuando tomen conciencia de que también ellos son limitados, vulnerables y débiles y aprendan juntos -unos de otros, y unos con otros- a vivir una vida auténticamente humana, se hará realidad la integración de los enfermos en la sociedad.

La Unción, sacramento de la comunidad cristiana

«EL RITUAL ofrece al hombre enfermo para cada momento la fuerza consoladora del Espíritu y la presencia fraternal de la Iglesia» (RU 44). «No debe faltar a lo largo del doloroso camino que recorre el enfermo la presencia alentadora de la Iglesia» (RU 55). Porque «en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, si padece un miembro, padecen con él todos los demás miembros» (I Cor 12,26) (RU 32). La Iglesia, por mandato de Jesús, participa en su misión, que es terapéutica, liberadora y sanante. Por eso se inclina ante la humanidad dolorida para, en nombre de Jesús de Nazaret, levantarla y hacerla caminar (Hc 3,6). Sanar a los enfermos es una tarea encomendada a toda la comunidad. La enfermedad de uno de sus miembros presenta a la comunidad cristiana una de las grandes ocasiones para manifestarse como comunidad de amor.

Como todo sacramento, la Unción hace referencia a la comunidad. «Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es sacramento de unidad; es decir, Pueblo santo congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos» (SC 26). La Unción pertenece a todo el cuerpo de la Iglesia, influye en él y lo manifiesta. La celebración de la Unción produce, además de la gracia propia, «la edificación del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia».

El sacramento de la Unción es un signo que expresa, celebra y compromete la solidaridad eclesial con el enfermo. Como los demás sacramentos, la Unción no es un gesto aislado y esporádico de la Iglesia con el enfermo. Es un gesto que comienza en la vida, celebra la vida y termina en la vida.

4.1 La Unción comienza en la vida

LA VERDADERA liturgia de la Iglesia con los enfermos no espera a la celebración; comienza con la vida, hecha servicio. La Iglesia, a ejemplo de Jesús el Señor y siguiendo su mandato, cuida y asiste con solicitud a los enfermos, se interesa por sus problemas, les acompaña en su soledad, lucha por sus derechos, ora por ellos, les ayuda a vivir su situación en la fe. Esta solidaridad con los enfermos es uno de los signos privilegiados que Cristo ha confiado a su Iglesia para manifestar la llegada del Reino; un signo más expresivo hoy en un mundo como el nuestro, que olvida o margina a los enfermos; un signo que, por ello, autentifica a la Iglesia y hace creíble la buena noticia de que el Evangelio es anunciado a los pobres. «Así, la comunidad cristiana hará presente en nuestra sociedad Recientemente secularizada el amor cristiano» (JUAN PABLO II. Zaragoza, 1982).

4.2 La Unción celebra la vida

LA COMUNIDAD cristiana culmina y celebra litúrgicamente, en la Unción, su solicitud, sus cuidados y desvelos por los enfermos, su presencia fraternal junto a ellos. La expresa por el ministro que la preside, signo de la presencia de la misma Iglesia; con la oración de fe y el gesto de ungir con el óleo al enfermo; con la participación activa del enfermo que manifiesta su experiencia y su fe y contribuye así a la edificación de la Iglesia; con la presencia y la participación activa de la comunidad cristiana tanto en la preparación como en la celebración de la Unción, porque los conoce y quiere vivir este acontecimiento con ellos y porque como ellos se sabe limitada y necesitada de la ayuda del Señor. El enfermo puede así percibir que no está solo y sentirse confortado con el respaldo de la comunidad.

4.3 La Unción continúa en la vida

LA UNCIÓN reenvía, compromete y da fuerzas a la comunidad cristiana que la celebra para mostrar con su comportamiento lo que ha celebrado en el sacramento; que el enfermo no está solo, dejado de la mano de Dios; que Cristo está a su lado como compañero de camino; que no va hacia la nada; que tiene un lugar y un papel en la comunidad y en el mundo; que nada ni nadie podrá apartarle del amor de Dios manifestado en Cristo... Seria una mentira y una hipocresía hablarle al enfermo de que Dios no le abandona y tenerle abandonado nosotros; decir a los enfermos que tienen una misión en la comunidad y no permitirles en la realidad desempeñarla, etc.

El sacramento de la Unción confía a la comunidad cristiana la tarea y la responsabilidad de sanar, con la fuerza del Espíritu, al enfermo y al que se cree sano; dando sentido a sus vidas; dinamizando el potencial de salud que hay en ellos; despertando la fe y el amor que son una fuente de salud; creando espacios en los que el enfermo se sienta acogido, escuchado y querido como él es; fomentando una vida comunitaria en la que las relaciones sean saludables y no insanas... El sacramento recuerda a la comunidad que la tarea de sanar le conduce a cargar con las enfermedades y dolencias de sus miembros enfermos.

4.4 Todos, responsables de atender a los enfermos TODOS LOS miembros de la comunidad cristiana participan en la misión de la Iglesia de atender a los enfermos, y son responsables de realizarla, si bien cada uno ha de hacerlo en función del carisma recibido y del ministerio que la Iglesia le ha encomendado, en corresponsabilidad con todos los demás. «Si es verdad que los obispos, presbíteros y diáconos, por razón de su ministerio, deben manifestar su preferencia por los enfermos, la obligación de atenderles es cometido de todos y cada uno de los componentes de la comunidad cristiana» (RU 47). Todos los cristianos son invitados a cuidar, según sus posibilidades, a aquellos a los que ha golpeado la enfermedad, a visitarles, confortarles en el Señor, a prestarles una ayuda fraternal en todo lo que necesiten.

Para dar una eficacia mayor a la pastoral entre los enfermos es necesario que toda la comunidad cristiana se sienta llamada a colaborar en esa tarea» (JUAN PABLO II a los enfermos. Zaragoza, 1982).

4.5 Acciones para celebrar la Unción como sacramento de la comunidad

CELEBRAR LA Unción de Enfermos como sacramento de la comunidad comporta unas acciones que las comunidades cristianas han de realizar

1ª. SENSIBILIZAR A TODA LA COMUNIDAD CRISTIANA

Sensibilizar y mentalizar a toda la comunidad cristiana es hoy una acción prioritaria. Durante unos años la comunidad cristiana ha delegado la atención de sus enfermos a los centros hospitalarios y a las personas o pequeños grupos de la comunidad. Ello la ha ido alejando poco a poco de ese mundo de los enfermos. Y ha terminado, en muchos casos, viviendo de espaldas a ellos, desconociendo sus problemas, perdiendo su capacidad de asistirles, cuidarles y hacerles vivir. Su alejamiento del mundo sanitario no le ha permitido conocer los cambios que se han producido en él. No es, pues, extraño que su pastoral de enfermos haya quedado desfasada.

La experiencia del Día del Enfermo, iniciada el año 1985 en toda la Iglesia española, es un medio excelente al alcance de la comunidad cristiana para llevar a cabo esta necesaria y urgente sensibilización de todo el Pueblo de Dios. Puede servir para: dar a conocer la situación de los enfermos; lograr una mayor sensibilidad e interés por la persona que está enferma; recuperar la atención a los enfermos como una tarea evangélica prioritaria hoy; conocer, valorar y apoyar a los miembros de la comunidad (sacerdotes, religiosos, seglares) que se dedican a los enfermos con el fin de que no se sientan aislados y olvidados de sus hermanos, etc.

2ª. TRABAJAR PARA QUE LA COMUNIDAD CRISTIANA SEA UNA COMUNIDAD SANADORA

La comunidad cristiana -cuerpo de Cristo- en la que sus miembros sanos y enfermos se reúnen en el nombre del Señor, viven en común, se aceptan mutuamente con sus propios dones y limitaciones, y se sirven los unos a los otros, ayudándose y dejándose ayudar, es una comunidad sana y sanadora. Cuanto más viva y evangélica sea una comunidad, mayor será su poder sanador.

Una comunidad cristiana es fuente de salud para los enfermos, al ofrecerles la Palabra de Dios que sana, al ayudarles a vivir de forma positiva y fecunda su situación, al apoyarles y alentarles en su lucha por superar la enfermedad, al amarles y hacerles experimentar que son aceptados, reconocidos y queridos como tales en la comunidad, al liberarles así de las consecuencias más dolorosas de la enfermedad: el verse aislados y solos, inútiles, un estorbo para los demás.

Una comunidad cristiana viva es fuente de salud para los «sanos», al liberarles de sus orígenes y de sus miedos a la enfermedad y a los enfermos, gracias al contacto con éstos; es fuente de salud también al permitirles experimentar que en la comunidad son aceptados, reconocidos y queridos como tales, con sus cualidades y sus limitaciones.

Una comunidad cristiana viva es fuente de salud para nuestro mundo, al difundir en él una mayor dosis de humanidad y de amistad, y al enseñar a amar la vida que unos y otros, y unos para otros, hemos recibido del amor de Dios 13.

Existe un grupo de personas que se ocupan de los enfermos, ancianos, etc. Lo más sobresaliente es que se vinculan con los enfermos y éstos con ellos, en una relación honda, personal, creándose auténticos lazos de amistad y de amor. De esta amistad y confianza brota la atención a todo lo que el enfermo pueda necesitar: lavarle, levantarle y acostarle, sacarle a pasear, llevarle al médico o avisarle para que le vea, preparar la comida, limpiar la casa; en una palabra, ayudarle en lo que necesite. Tratan de ofrecerle amor, esperanza cristiana, auxilio, y acompañamiento en el proceso de la enfermedad y, en no pocos casos, en el proceso de la muerte. Procuran, finalmente, descubrir y vivir desde Cristo todo lo que acontece en la existencia del enfermo, convencidos de que ello da sentido a su propia existencia y les revela el verdadero rostro de Dios. La relación con el enfermo continúa cuando es hospitalizado o internado en una residencia. En este caso, le visitan, le llevan a su casa a pasar un día o una tarde, y se preocupan de conectar con sus posibles familiares (PARROQUIA DE SANTA FELICIANA. Madrid) 14.

3ª. RECONOCER, APOYAR Y COORDINAR A LOS MIEMBROS DE LA COMUNIDAD QUE SE DEDICAN A LOS ENFERMOS

La comunidad cristiana -cuerpo de Cristo- tiene muchos miembros. El Espíritu va suscitando en ella dones y ministerios variados para el bien común, que han de estar al servicio de los demás y de la comunidad (cf 1, Cor 12). Todos son necesarios, incluidos los más sencillos y humildes. Los más valiosos no son los más llamativos, sino aquellos que contribuyen más a la edificación de la comunidad en la caridad.

El «don» de «cuidar a los enfermos», uno de los más sencillos, no puede faltar en la comunidad que quiera ser fiel a Jesús. De hecho, en la historia de la Iglesia y en las comunidades cristianas siempre estuvo presente. Siempre hubo personas que, de forma individual o asociada, se ocuparon de los enfermos, cuidándoles y visitándoles.

Hoy sigue habiendo, dentro de las comunidades cristianas, personas que se dedican a los enfermos:

- Los profesionales seglares cristianos que dan testimonio de su fe en Jesús, sirviendo al enfermo con humanidad y competencia y trabajando para que las instituciones sanitarias estén al servicio del enfermo (RU 57d).

- Los seglares cristianos que, individual o asociadamente, acuden desinteresadamente en ayuda de los enfermos, los visitan y acompañan, les llevan la comunión... haciendo así palpable y visible la fraterna solidaridad de la comunidad con los enfermos (RU 57d).

- Las familias cristianas que, en medio de la prueba de la enfermedad, son una comunidad natural de amor humano gracias a la abnegación, entrega personal y solidaridad de todos, y a la atención espiritual que prestan al enfermo (RU 57d).

- Los religiosos y religiosas que dedican sus instituciones y su vida a cuidar con amor a los enfermos, como testigos de la compasión y ternura del Señor (RU 57c).

- Los sacerdotes que atienden con solicitud a los enfermos, visitándoles y confortándoles, como ministros de los sacramentos y también como especiales servidores de la paz y del consuelo del Señor (RU 57b).

Es una responsabilidad de toda la comunidad cristiana atender y cuidar a estos miembros suyos que hacen palpable su solicitud y solidaridad para con los enfermos. He aquí la forma de desempeñar tan importante responsabilidad:

1 Conocer a los miembros de la comunidad que se ocupan de los enfermos, su forma de actuar, sus necesidades, etc.

2 Reconocer y valorar a estos miembros y apoyarles en su labor a fin de que no se sientan aislados y solos. Algunos pueden tener la sensación de que su comunidad cristiana anda más preocupada de otros campos pastorales y no valora suficientemente éste de los enfermos, a pesar de ser tan evangélico.

3 Procurar que sean personas no sólo con buena voluntad, sino con unas cualidades para desem- peñar una misión tan delicada: capaces de dar testimonio de su fe y de transmitir esperanza, personas con sentido común, sanas y equilibradas, mental y afectivamente, con sentido comunitario, con un mínimo de formación religiosa...

4 Fomentar en ellos el «sentido de Iglesia»; que sean conscientes de que la comunidad les encomienda a «sus enfermos» y les envía a atenderles y cuidarles en su nombre.

5 Facilitarles la formación que les ayude a madurar personalmente, a conocer el mundo del enfermo, a capacitarse para el desempeño de su misión.

6 Suscitar equipos de pastoral sanitaria y apoyar los que ya existen.

7 Coordinarlos entre sí y con otros servicios de la comunidad (Liturgia, Catequesis, Caritas...) a fin de potenciar el mejor servicio al enfermo y de hacer más transparente el rostro de la comunidad cristiana (cf RU 58).

4ª. PROCURAR LA PARTICIPACIÓN ACTIVA DE LA COMUNIDAD EN LA CELEBRACIÓN DE LA UNCIÓN

El carácter comunitario del sacramento de la Unción debe manifestarse, en lo posible, en su celebración. «En ciertos casos, será factible la presencia de algunos miembros de la comunidad; en otros muchos, la comunidad se verá reducida a la presencia de la familia; incluso no faltarán ocasiones en las que se hallarán solos el ministro y el enfermo. El sacerdote le recordará al enfermo que en ellos está la Iglesia, le hará saber el amor de la comunidad y continuará ofreciéndole la ayuda necesaria, bien por sí mismo, bien por algún cristiano de la iglesia local» (RU 74, 41).

5ª. ATENDER A LOS ENFERMOS MÁS NECESITADOS Y DESASISTIDOS

La comunidad cristiana, que quiere ser fiel a Jesús y a su mensaje, ha de preocuparse de atender a los enfermos más necesitados con la misma solicitud con que Él lo hizo.

Todo enfermo es un necesitado, pero algunos lo son de manera especial. En la sociedad y en nuestras comunidades nos encontramos hoy con estos enfermos necesitados de ayuda: ancianos enfermos que viven solos y abandonados en sus casas o que andan de hospital en hospital; enfermos crónicos faltos de medios económicos y de personas que les atiendan; enfermos terminales que mueren técnicamente bien asistidos, pero faltos de calor humano; enfermos mentales a quienes negamos la comprensión y el cariño que necesitan; enfermos drogadictos y de SIDA que despiertan temores y rechazo...

«La atención a estos enfermos -como dicen los obispos de la Comisión episcopal de Pastoral en su mensaje del Día del Enfermo de 1988- comporta: descubrir quiénes son y qué necesitan; conocerles, acompañarles, compartir su situación y ayudarles a vivirla con dignidad y esperanza; ponerse a su servicio, y ser, cuando lo necesiten, su voz, sus ojos, sus manos y sus pies; luchar con ellos y denunciar la situación injusta en que se encuentran y trabajar por erradicar las causas que la provocan; desterrar de nosotros actitudes y posturas, tales como la falsa compasión, el dolorismo y los consejos fáciles que, lejos de ayudarles, pueden hacerles daño; y fomentar en ellos el sano realismo, la voluntad de lucha, la unión con otros para solucionar sus problemas» 15.

Los obispos ofrecen a las comunidades, en su mensaje, las siguientes pistas para su trabajo en el campo de los enfermos marginados:

- Crear una nueva sensibilidad colectiva y promover un cambio de actitud ciudadana ante estos enfermos. Es necesario romper entre todos el cerco de marginación social en que se encuentran atrapados...

- Acudir a donde se encuentran estos enfermos.

- Apoyar y colaborar en toda clase de iniciativas, actividades y asociaciones que persigan una atención más adecuada a los enfermos abandonados.

- Promover una transformación real de las instituciones sociopolíticas y religiosas que generan o consienten el abandono y la marginación de estos enfermos.

- Valorar la entrega de las familias que cuidan con amor a sus enfermos y prestar apoyo y ayuda a las que se ven impotentes para sobrellevar solas la enfermedad de uno de sus miembros.

- Apoyar y alentar la labor que desarrollan en este campo los grupos parroquiales de pastoral sanitaria, las asociaciones y movimientos de enfermos, las religiosas, los religiosos y los profesionales sanitarios.

Espero, al terminar aquí mi exposición, haber logrado lo que me propuse al iniciarla: que la Unción sea un sacramento menos temido y más apreciado por los enfermos, porque las comunidades cristianas han sabido captar y vivir toda la riqueza que encierra.

RUDESINDO DELGADO
LA UNCIÓN DE ENFERMOS
EN LA COMUNIDAD CRISTIANA, HOY
Cátedra de Teología Contemporánea
Colegio Mayor CHAMINADE. Madrid 1988 . Págs. 10-83

....................
10. HÄRING, B.: La fe, fuente de salud. Ed. Paulinas, 1986, pág. 94.
11. AA.VV.: La cruz, esperanza de los desesperados. Ed. Popular, págs. 97 ss.
12. CONDE, J.: El difícil encuentro del sacramento de la Unción con su 
destinatario: el ser humano enfermo, en «Communio», septiembre-octubre 
1983, pág. 458.
13. Cf. MOLTMANN, J.: Diaconía en el horizonte del Reino de Dios. Sal Terrae, 
1987, págs. 85 ss.
14. DEPARTAMENTO DE PASTORAL SANITARIA: Los enfermos más 
necesitados y desasistidos. Cate- quesis de Adultos. Día del Enfermo, 1988.
15. BOLETÍN OFICIAL DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, n.° 9 pág. 
120. Día del Enfermo, 1988. (Mensaje de los obispos de la Comisión 
episcopal de Pastoral).