El examen de conciencia

"Recibid, Señor, el sacrificio de mis confesiones que os ofrece mi 
lengua, que vos mismo habéis formado y movido para que confiese 
y bendiga vuestro santo nombre... El que os refiere y confiesa lo 
que pasa en su interior, no os dice cosa alguna que no sepáis, pues 
por muy cerrado que esté el corazón humano, no impide que le 
penetren vuestros ojos; ni la dureza de los hombres puede resistir la 
fuerza de vuestra mano, antes bien cuando queréis, ya usando de 
misericordia, ya de justicia, deshacéis enteramente su dureza, ni 
hay criatura alguna que se esconda de vuestro calor: Que os alabe 
mi alma, Señor, de modo que os ame y os confiese vuestra 
misericordia, de modo que os alabe. Todas vuestras criaturas no 
cesan de tributaros alabanzas... para que nuestra alma suba a 
descansar en vos, apoyándose en estas cosas para llegar a vos, 
que sois el que las ha hecho de manera maravillosa, en quien 
tienen sus seguro descanso, su propio sustento y su verdadera 
fortaleza. (S. Agustín. Confesiones. Lib. 5, c. 1).
Estas palabras nos introducen en la reflexión sobre el examen de 
conciencia, una cosa que parece estar un tanto descuidada en la 
literatura y en la práctica espiritual. Un artículo que he leído hace 
poco sobre el tema decía: "El examen de conciencia es la primera 
de la prácticas de piedad que desaparece cuando la vida interior 
empieza a declinar." ¿Por qué ocurre esto?, nos preguntamos. 
Probablemente porque el examen de conciencia ha sido criticado 
como tantas cosas, ha sido acusado de ser una práctica formal y de 
escasa utilidad.
Evidentemente hemos confundido el examen de conciencia con la 
fórmula: ¿Qué pecados he cometido? Siendo así, se comprende 
que pueda resultar aburrido, sobre todo si tienen que ser diario, 
como aconseja la sabiduría espiritual de la Iglesia. Todos los días 
parecen iguales entre sí, no hay pecados nuevos, y poco a poco el 
examen de conciencia va perdiendo su importancia y su frecuencia 
en la vida personal. De otro lado, es inútil que empecemos de 
nuevo a practicarlo si no tratamos de comprender su verdadero 
sentido. El artículo al que he aludido propone un cambio en la 
terminología que tal vez no sea muy bien aceptado, pero que puede 
servir al menos como estímulo para la reflexión. Sugiere que 
hablemos de examen de conocimiento, sustituyendo la pregunta: 
"-¿Qué pecados he cometido?" por otra más honda: "-¿Quién soy 
yo ante ti, Dios mío?"; "-¿Cómo vivo mi situación ante ti, oh Padre?" 
De este modo entraremos fácilmente en ese largo diálogo que son 
las Confesiones de san Agustín, en las que presenta su conciencia 
ante Dios. Y es maravilloso ver cómo su persona, su pasado y su 
presente, su madre, sus amigos, sus recuerdos, sus maestros, el 
obispo Ambrosio y después la ciencia, la cosmología, la Sagrada 
Escritura, en fin, todo entra en esta conciencia orante de Agustín 
ante Dios.
Si analizamos más detenidamente esta actitud, veremos que hay 
tres momentos fundamentales, que podremos utilizar también como 
claves interpretativas de tres niveles diferentes de las 
Confesiones.

Confesión de alabanza
1. En primer lugar la "confessio laudis". Las Confesiones son 
ante todo unas confesiones de alabanza, lo hemos leído en el 
pasaje transcrito: " Que os alabe mi alma, Señor, de modo que os 
ame y os confiese vuestra misericordia, de modo que os alabe." El 
examen del conocimiento se expresa dando voz a la sabiduría del 
corazón: "Yo te alabo y te glorifico, Dios mío, porque tú me has 
amado, me has perdonado, me has conservado hasta este 
momento, porque sólo tú eres grande, misericordioso, poderoso, 
santo, porque riges el mundo con tu fuerza y tu sabiduría, porque tú 
te manifiestas en todas las situaciones de la Tierra, dentro y fuera 
de la Iglesia, en las personas que conozco y en los pueblos que no 
conozco".
Es la confessio laudis que expresa nuestra vida puesta bajo el 
amor misericordioso de Dios. Hay muchas páginas de san Agustín 
que traen recuerdos de su vida para confesar las alabanzas del 
Señor.

Confesión de vida
2. En segundo lugar, el hecho de sabernos en la presencia, se 
expresa en una confessio vitae, porque mi pobre vida no está a la 
altura de los dones y del amor de Dios. "El que os refiere y confiesa 
lo que pasa en su interior, no os dice cosa alguna que nos sepáis" 
El Señor nos conoce y lo sabe todo de nosotros, pero repetírselo es 
una manera de alabar su bondad. La confessio vitae no consiste en 
una amargo arrepentimiento, en la conmiseración de uno mismo, en 
el sentimiento de culpa, sino en decir: -Señor, tú me has 
conservado hasta ahora en tu amor y yo soy incapaz de 
corresponderte, de estar a la altura de mi vocación.
Ahora es cuando puedo manifestar todo aquello que me pasa, 
que quisiera no tener dentro de mí, que me estorba, que me parece 
estar en desarmonía con lo que yo debería ser delante de Dios y de 
los hombres.
Lo expreso con este lenguaje de alabanza, de confianza y de paz, 
a pesar de que se trata de un verdadero arrepentimiento de mis 
culpas. Pero es un arrepentimiento que mide la distancia, que sufre 
por la desproporción y, por tanto, es un acto de amor.
Probablemente una de las razones de que el sacramento de la 
confesión y el examen de conciencia hayan decaído sea porque no 
hemos llegado a vivirlos como fuente de paz y de contricción, sino 
siempre como causa de insatisfacción, de amargura o como 
autoacusación resignada o escéptica...
Educarnos y educar en el auténtico arrepentimiento es un trabajo 
arduo, requiere un verdadero conocimiento de la cruz de Jesús, y 
exige que, como hacía san Carlos Borromeo, nos pongamos a 
meditar ante el Crucifijo para descubrir la entrega que Dios hace de 
sí mismo hasta el fondo, totalmente para mí. Sólo entonces 
podremos descubrir y confesar, pero con paz, nuestro alejamiento, 
infinitamente más grande de lo que podamos imaginar. ¡Claro que si 
nos comparamos con el Decálogo nos sentiremos pecadores, pero 
nos consolaremos pensando que hay quienes pecan más que 
nosotros! En cambio, si nos medimos con el proyecto de amor que 
Dios tiene para cada uno de nosotros, para mí, vamos a notar que 
hemos faltado infinitamente y a la vez vamos a sentirnos 
estimulados para iniciar un diálogo de confianza y de paz con el 
Señor.

Confesión de fe
3. Del segundo momento surge el tercero, la confessio fidei: La 
fe en Jesús salvador, la fe evangélica en Jesús que salva al hombre 
del pecado, la fe que el Papa describe también en su encíclica 
Dominum e vivificantem.
Ha llegado el momento de decir: "Señor, creo en tu fuerza que 
destruye mi debilidad, creo en el poder de tus dones que fortalecen 
mi flaqueza e iluminan mi falta de serenidad, que alumbran mi 
camino oscuro y sombrío; creo que tú eres el Salvador de mi vida, 
que has muerto en la cruz por mis pecados." Entonces es cuando el 
kerigma se actualiza: tú has muerto en la cruz por estos pecados 
míos de los que me salvas perdonándome y rehabilitándome. De 
esta breve descripción del examen de conciencia ampliado 
podemos sacar tres conclusiones:
- Tienen un parecido asombroso con el llamado discernimiento de 
los espíritus, es decir, con la capacidad de tomar conciencia de los 
movimientos del espíritu en mi vida diaria.
- El examen de conocimiento no se puede concebir aisladamente. 
Está unido a una vida de oración en la que haya unos espacios 
precisos dedicados al ejercicio formal de la plegaria meditativa y 
contemplativa, que saque precisamente a la luz el conocimiento 
interior de los dones de Dios en nuestra vida...
- Para el examen de conciencia cada uno debería encontrar la 
manera de recogerse que le sea más familiar, alcanzando esos 
instantes de sabiduría del corazón que tan importantes son para su 
vida. Sobre todo cuando las jornadas están llenas de tantas cosas y 
de tantos pensamientos...
No hace falta decir que sin estos momentos de conocimiento ante 
Dios, nuestra vida espiritual se disolvería hasta desaparecer como 
una materia sólida bajo una lluvia torrencial.

Carlo Maria Martini-
Cardenal Arzobispo de Milán

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2.
ESQUEMA PARA EL EXAMEN DE CONCIENCIA 

382. Se propone un esquema para el examen de conciencia que 
se debe completar y adaptar según las costumbres locales y la 
diversidad de personas.

383. Cuando se hace el examen de conciencia antes del 
Sacramento de la Penitencia, conviene que cada uno, ante todo, se 
pregunte sobre lo siguiente: 

1. ¿Voy al Sacramento de la Penitencia con sincero deseo de 
purificación, conversión, renovación de vida y amistad más profunda 
con Dios, o, por el contrario, lo considero como una carga que se 
ha de recibir las menos veces posibles? 

2. ¿Me olvidé o callé voluntariamente algún pecado grave en las 
confesiones anteriores? 
3 ¿Cumplí la penitencia que me fue impuesta? ¿Reparé las 
injusticias que acaso cometí? ¿Me esforcé en llevar a la práctica los 
propósitos de enmendar la vida según el Evangelio? 
384. Cada uno debe someter su vida a examen, a la luz de la 
palabra de Dios. 

I. Dice el Señor: «Amarás a tu Dios con todo el corazón»

1. ¿Tiende mi corazón a Dios de manera que en verdad lo ame 
sobre todas las cosas en el cumplimiento fiel de sus mandamientos, 
como ama un hijo a su padre, o, por el contrario, vivo obsesionado 
por las cosas temporales? ¿Obro en mis cosas con recta intención? 


2. ¿Es firme mi fe en Dios, que nos habló por medio de su Hijo? 
¿Me adhiero firmemente a la doctrina de la Iglesia? ¿Tengo interés 
en mi instrucción cristiana escuchando la Palabra de Dios, 
participando en la catequesis, evitando cuanto pudiera dañar mi fe? 
¿He profesado siempre, con vigor y sin temores mi fe en Dios. ¿He 
manifestado mi condición de cristiano en la vida pública y privada? 

3. ¿He rezado mañana y noche? ¿Mi oración es una auténtica 
conversación —de mente y corazón— con Dios o un puro rito 
exterior? ¿He ofrecido a Dios mis trabajos, dolores y gozos? 
¿Recurro a él en mis tentaciones? 

4. ¿Tengo reverencia y amor hacia el nombre de Dios o le 
ofendo con blasfemia, falsos juramentos o usando su nombre en 
vano? ¿Me he conducido irreverentemente con la Virgen María y los 
santos? 

5 ¿Guardo los domingos y días de fiesta de la Iglesia 
participando activa, atenta y piadosamente en la celebración 
litúrgica, y especialmente en la misa? ¿He cumplido el precepto 
anual de la confesión y de la comunión pascual? 

6. ¿Tengo, quizá, otros «dioses», es decir: cosas por las que me 
preocupo y en las que confío más que en Dios, como son las 
riquezas, las supersticiones, el espiritismo o cualquier forma de inútil 
magia? 


II. Dice el Señor: «Amaos los unos a los otros como yo os he 
amado»

1. ¿Tengo auténtico amor a mi prójimo o abuso de mis hermanos 
utilizándolos para mis fines o comportándome con ellos como no 
quisiera que se comportasen conmigo? ¿Los he escandalizado 
gravemente con palabras o con acciones? 

2. ¿He contribuido, en el seno de mi familia, al bien y a la alegría 
de los demás con mi paciencia y verdadero amor? ¿Han sido los 
hijos obedientes a sus padres, prestándoles respeto y ayuda en sus 
necesidades espirituales y temporales? ¿Se preocupan los padres 
de educar cristianamente a sus hijos, ayudándoles con el ejemplo y 
con la paterna autoridad? ¿Son los cónyuges fieles entre sí en el 
corazón y en la vida? 

3. ¿Comparto mis bienes con quienes son más pobres que yo? 
¿Defiendo en lo que puedo a los oprimidos, ayudo a los que viven 
en la miseria, estoy junto a los débiles o, por el contrario, he 
despreciado a mis prójimos, sobre todo a los pobres, débiles, 
ancianos, extranjeros y hombres de otras razas? 

4. ¿Realizo en mi vida la misión que acepté en mi Confirmación? 
¿Participo en las obras de apostolado y caridad de la Iglesia y en la 
vida de mi parroquia ? ¿He tratado de remediar las necesidades de 
la Iglesia y del mundo? ¿He orado por ellas, especialmente por la 
unidad de la Iglesia, la evangelización de los pueblos, la realización 
de la paz y la justicia? 

5 ¿Me preocupo por el bien y la prosperidad de la comunidad 
humana en la que vivo o me paso la vida preocupado tan sólo de mí 
mismo? ¿Participo, según mis posibilidades, en la promoción de la 
justicia, la honestidad de las costumbres, la concordia y la caridad 
en este mundo? ¿He cumplido con mis deberes cívicos? ¿He 
pagado mis tributos? 

6. ¿En mi trabajo o empleo soy justo, laborioso, honesto, 
prestando con amor mi servicio a la sociedad? ¿He dado a mis 
obreros o sirvientes el salario justo? ¿He cumplido mis promesas y 
contrato? 

7. ¿He prestado a las legítimas autoridades la obediencia y 
respeto debidos? 

8. Si tengo algún cargo o ejerzo alguna autoridad ¿los uso para 
mi utilidad personal o para el bien de los demás, en espíritu de 
servicio? 

9. ¿He mantenido la verdad y la fidelidad o he perjudicado a 
alguien con palabras falsas, con calumnias, mentiras o violación de 
algún secreto? 

10. ¿He producido algún daño a la vida, la integridad física, la 
fama, el honor o los bienes de otros? ¿He procurado o inducido al 
aborto? ¿He odiado a alguien? ¿Me siento separado de alguien por 
riñas, injurias, ofensas o enemistades? ¿He rehusado por egoísmo, 
presentarme como testigo de la inocencia de alguien? 

11. ¿He robado o deseado injusta o desordenadamente cosas 
de otros o les he causado algún daño? ¿He restituido lo robado y 
he reparado el daño? 

12. Si alguien me ha injuriado ¿me he mostrado dispuesto a la 
paz y a conceder, por el amor de Cristo, el perdón, o mantengo 
deseos de odio y venganza? 


III. Cristo, el Señor, dice: «Sed perfectos como vuestro 
Padre es perfecto»

1. ¿Cuál es la dirección fundamental de mi vida? ¿Me anima la 
esperanza de la vida eterna? ¿Me esfuerzo en avanzar en la vida 
espiritual por medio de la oración, la lectura y la meditación de la 
Palabra de Dios, la participación en los sacramentos y la 
mortificación? ¿Estoy esforzándome en superar mis vicios, mis 
inclinaciones y pasiones malas, como la envidia o la gula en 
comidas y bebidas? ¿Me he levantado contra Dios, por soberbia o 
jactancia, o he despreciado a los demás sobreestimándome a mí 
mismo? ¿He impuesto mi voluntad a los demás en contra de su 
libertad y sus derechos? 

2. ¿Qué uso he hecho de mi tiempo, de mis fuerzas, de los dones 
que Dios me dió? ¿Los he usado en superarme y perfeccionarme a 
mí mismo? ¿He vivido ocioso y he sido perezoso? 

3. ¿He soportado con serenidad y paciencia los dolores y 
contrariedades de la vida? ¿He mortificado mi cuerpo para ayudar a 
completar «lo que falta a la Pasión de Cristo»? ¿He observado la 
ley del ayuno y la abstinencia? 

4 ¿He mantenido mis sentidos y todo mi cuerpo en la pureza y la 
castidad como templo que es del Espíritu Santo, llamado a resucitar 
en la gloria y como signo del amor que el Dios fiel profesa a los 
hombres, signo que adquiere toda su luz en el matrimonio? ¿He 
manchado mi carne con la fornicación, con la impureza, con 
palabras o pensamientos indignos, con torpes acciones o deseos? 
¿He condescendido a mis placeres? ¿He mantenido 
conversaciones, realizado lecturas o asistido a espectáculos y 
diversiones contrarias a la honestidad humana y cristiana? ¿He 
incitado al pecado a otros con mi falta de decencia? ¿He observado 
la ley moral en el uso del matrimonio? 

5. ¿He actuado alguna vez contra mi conciencia, por temor o por 
hipocresía? 

6. ¿He tratado siempre de actuar dentro de la verdadera libertad 
de los hijos de Dios, según la ley del Espíritu, o soy siervo de mis 
pasiones?

RITUAL de la PENITENCIA