SYNODUS EPISCOPORUM
X COETUS GENERALIS ORDINARIUS

 

EL OBISPO
SERVIDOR DEL
EVANGELIO DE JESUCRISTO
PARA LA
ESPERANZA DEL MUNDO

 

Instrumentum laboris

 

 

CAPÍTULO IV

EL OBISPO AL SERVICIO DE SU IGLESIA

 

La imagen bíblica del lavatorio de los pies: Jn 13,1-16

78. En el punto culminante de su vida, cuando Jesús comienza la última etapa de su éxodo pascual, para ofrecerse libremente al Padre por nuestra salvación, se revela ante sus discípulos como el siervo de todos.

Con el lavatorio de los pies, Jesús ha dejado la imagen del amor servicial hasta el don de la vida, como modelo para los verdaderos discípulos del Evangelio. El ejemplo de Cristo exige una continuidad de su misma actitud: "Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros" (Jn 13, 15). Este gesto de humilde servicio, que todo obispo esta llamado a repetir ritualmente cada año el Jueves Santo en la celebración de la Cena del Señor, está vinculado al ministerio de la caridad, al mandamiento nuevo del amor recíproco (cf. Jn 13, 34-35) y se muestra como un signo que tiene su cumplimiento en la Eucaristía y en el sacrificio de la muerte en cruz. Servicio, caridad, Eucaristía, cruz y resurrección, aparecen íntimamente ligados entre sí en la vida de Jesús, en su enseñanza y en el ejemplo que dejó para su Iglesia, en su memorial.

A la luz de esta imagen joánica el ministerio del obispo en su iglesia particular aparece como un servicio de amor y su figura, como la de Cristo, siervo de los hermanos. Con estos sentimientos, Jesús cumplió aquel gesto también como signo de esperanza, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos y que había venido del Padre y al Padre tornaba, con la esperanza cierta de volver a ver a sus discípulos después de la Pascua (cf. Jn 13,3). Así también, el obispo en la humildad de su servicio proclamará la esperanza con la palabra, la celebrará con los sacramentos, la actuará en medio a su pueblo y con su gente, como el humilde inclinarse hacia todas las necesidades de los fieles, en modo especial hacia los más necesitados.


I. El Obispo en su Iglesia Particular

La iglesia particular

79. La misión específica del ministerio episcopal adquiere una particular relevancia y concretización en la iglesia particular, para la cual el obispo diocesano ha sido elegido y consagrado. El ministerio de los obispos se hace especifico como un servicio a las iglesias particulares dispersas por el mundo, en las cuales y a partir de las cuales ("in quibus et ex quibus") existe la sola y única Iglesia católica.

La mutua relación de identidad y representación que coloca al obispo al centro de la iglesia particular se expresa en la sentencia de la tradición, formulada con las palabras de Cipriano: "Debes saber que el obispo está en la Iglesia y la Iglesia está en el obispo, y si uno no está con el obispo no está tampoco en la Iglesia". Así, el ministerio del obispo está todo en relación a su iglesia, que lo comprende a él mismo, y representa una serie de elementos de comunión y de unidad en la Iglesia universal. Por otra parte, no se puede pensar en una iglesia particular sin la referencia a su pastor. La iglesia particular se puede explicar a partir de la triple función episcopal de la santificación, del magisterio y del gobierno, que se entrelaza con la dimensión profética, sacerdotal y real del Pueblo de Dios.

Por ello, como ya recordaba el Directorio Ecclesiae imago, el obispo "debe armonizar en su propia persona los aspectos de hermano y de padre, de discípulo de Cristo y de maestro de la fe, de hijo de la Iglesia y, en un cierto sentido, de padre de la misma, por ser ministro de la regeneración sobrenatural de los cristianos (cf. 1 Co 4,15)".


Un misterio que converge en el obispo junto a su pueblo

80. En la persona del obispo, unido a su pueblo, convergen las características de la comunión eclesial. Se manifiesta en él la comunión trinitaria, porque él se convierte en signo del "Padre"; es presencia de Cristo, "cabeza, esposo y siervo"; es "ecónomo" de la gracia y hombre del Espíritu. Se cumple en el obispo la comunión apostólica, que lo hace testigo de la tradición viva del Evangelio, en conexión con la sucesión apostólica. Obra en él la comunión jerárquica que lo une al carisma petrino, como los apóstoles estaban unidos a Pedro en Jerusalén.

En la gracia de su ministerio de maestro, sacerdote y pastor se hace concreta la unidad de la iglesia particular, que encuentra en él el punto de comunión entre los presbíteros y las diversas parroquias y asambleas locales; éstas, en comunión con él, se hacen "legítimas". Él es, en fin, animador de la comunión de carismas y ministerios de los otros fieles de Cristo, consagrados y laicos, que encuentran en él el principio de unidad y de fuerza misionera.

También en la persona del obispo se manifiesta la reciprocidad entre la Iglesia Universal y las iglesias particulares, que abiertas las unas a las otras, se reencuentran como porciones del pueblo de Dios y "portiones Ecclesiae" en la una, santa, católica y apostólica, la cual preexiste a ellas y en ellas se encarna como comunidades históricas, territoriales y culturales concretas.


Palabra, Eucaristía, comunidad

81. En el Decreto sobre el oficio pastoral de los obispos en la Iglesia Christus Dominus encontramos trazada en términos teológicos la imagen de la iglesia particular con estas palabras, referidas explícitamente a la diócesis: "La diócesis es una porción del Pueblo de Dios que se confía al obispo para ser apacentada con la cooperación de sus sacerdotes, de suerte que, adherida a su pastor y reunida por él en el Espíritu Santo por medio del Evangelio y la Eucaristía, constituya una iglesia particular, en que se encuentra y opera verdaderamente la Iglesia de Cristo, que es una, santa, católica y apostólica."

Los elementos constitutivos de la iglesia particular en torno al obispo pueden ser resumidos en estas instancias fundamentales de la eclesiología del Nuevo Testamento:

a) La predicación del Evangelio como presencia de Cristo y de su Palabra. Esta Palabra hace la Iglesia. La Iglesia nace ante todo de la Palabra; ella es "creatura Verbi", en el soplo vivificante del Espíritu. En efecto, la Iglesia comienza a ser "ecclesia", comunidad de los convocados a través de la Palabra del Evangelio; es formada y como plasmada por la Palabra proclamada, acogida con fe, predicada continuamente, como nos enseñan los Hechos de los Apóstoles (cf. Hch 2, 42 ss). Por eso son intrínsecas a la Iglesia la proclamación litúrgica de la Palabra, la evangelización y la catequesis, en la potencia vivificadora del Espíritu.

b) El misterio de la Cena del Señor o Eucaristía que hace la Iglesia. Es, precisamente, Cristo la Cabeza y el Esposo de la Iglesia y es la Eucaristía el memorial sacramental de la muerte y resurrección del Cristo glorioso que hace a la Iglesia una, santa, católica y apostólica.

c) Esta sinaxis, que se hace concreta también en "comunidades pequeñas, pobres y dispersas", presupone y genera la vida teologal: el amor, la esperanza y la caridad, es decir, la existencia cristiana que se expresa en la comunión entre los fieles y en su misión. La Eucaristía es siempre fuente y culmen de la vida de la Iglesia.

En estos tres signos se pueden advertir tres características originales del ser cristiano. En efecto, la Iglesia en su comunicación con el Maestro invisible y con su Espíritu recibe la Palabra del Evangelio, celebra el misterio de la Cena del Señor y vive en la caridad mediante la misma fe y la misma esperanza.


Una, santa, católica y apostólica

82. La iglesia particular lleva consigo toda la compleja realidad de la Iglesia como Pueblo de Dios; empeña a todos los bautizados en su múltiple y comprometida realidad sacerdotal, profética y real, junto con la variedad de ministerios ordenados y carismas.

Se trata de un pueblo sellado por la gracia de los sacramentos, constituido Iglesia en Cristo y en el Espíritu para gloria del Padre. Pero es también un pueblo peregrino, radicado aquí y ahora en una tierra, en una historia, en una cultura.

La iglesia particular es llamada continuamente a medirse con la riqueza de la Iglesia universal que ella misma actualiza, hace presente y operante. Es iglesia local, particular, pero proyectada en el plan escatológico que comprende: la unidad en la vida teologal, en el ministerio, en los sacramentos, en la vida, en la misión, en comunión con Pedro; la santidad en la riqueza del Evangelio vivido y en la madura y rica experiencia de los dones del Espíritu Santo; la catolicidad como cordial comunión con todos, en la apertura a la universalidad de la Iglesia y a sus múltiples riquezas, que han de ser integradas en la reciprocidad; la apostolicidad, en virtud de la tradición de fe y de vida sacramental que viene de los apóstoles, con la fuerza del mandato misionero hasta los confines de la tierra y hasta el fin de los tiempos.


Una Iglesia con rostro humano

83. La Iglesia es la convergencia de lo divino y lo humano; por ello, su raíz divina es la Trinidad, pero, como campo y viña de Dios, ella está también plantada en esta tierra; como pueblo en camino vive en un lugar, tiene una historia, un presente y un futuro. Una iglesia particular posee, en efecto, sus tradiciones y a veces incluso sus liturgias, conserva las huellas de la historia de la salvación pasada y presente, de las cuales vive y se proyecta hacia un futuro.

Es necesario valorar esta realidad terrena de la iglesia particular, que vive aquí y hoy, para entender profundamente su ser y su actuar, sus riquezas y sus debilidades, sus necesidades, en vista de la evangelización y el testimonio. Como iglesia particular, además, tiene la conciencia de estar en la comunión de las cosas santas y de los santos del cielo y de la tierra, que es la verdadera y grande "communio sanctorum".

Además, la Iglesia es comunión de personas y de rostros, donde cada uno es irrepetible y donde ninguna individualidad es cancelada. Los rostros indican la concreción de lo vivido de parte de las personas, hombres y mujeres de toda edad y condición.

En esta "iglesia de los rostros" se puede leer un mensaje concreto, una urgencia de presencia, de evangelización, de testimonio, un ofrecimiento de diálogo, un pedido de autenticidad. Cada vez que se piensa en la iglesia particular no se deben olvidar los rostros concretos porque en ellos se refleja la imagen viva del Cristo. Pablo VI ha recordado que "la Iglesia universal se encarna de hecho en las iglesias particulares, constituidas de tal o cual porción de humanidad concreta, que hablan tal lengua, son tributarias de una herencia cultural, de una visión del mundo, de un pasado histórico, de un sustrato humano determinado".

En realidad, también cada iglesia particular tiene su rostro peculiar, humano y geográfico, que determina también una organización pastoral particular. Hay diócesis que comprenden ciudades modernas especialmente populosas; otras se extienden en territorios grandes y difíciles de recorrer por parte del Pastor.


Iglesia universal, iglesia particular

84. El Documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe Communionis notio, con el fin de especificar algunos valores y límites de la eclesiología de comunión y de la eclesiología eucarística, ha querido aclarar con razón algunos aspectos de la plenitud y de los límites de la iglesia particular, para que responda a su auténtica perspectiva católica.

Así, por ejemplo, pone en guardia contra un concepto de iglesia particular que presente la comunión de cada iglesia de modo tal que debilite, en el plano visible e institucional, la concepción de la unidad de la Iglesia. "Se llega así a afirmar- observa el documento - que cada iglesia particular es sujeto en sí mismo completo, y que la Iglesia universal resulta del reconocimiento recíproco de las iglesias particulares. Esta unilateralidad eclesiológica, reductiva no sólo en el concepto de Iglesia universal sino también en el de iglesia particular, manifiesta una insuficiente comprensión del concepto de comunión".

Justamente para no ensombrecer la comunión en su dimensión de universalidad, en el mismo documento se encuentra una afirmación iluminadora: "en la Iglesia nadie es extranjero: especialmente en la celebración de la Eucaristía, todo fiel se encuentra en su Iglesia, en la Iglesia de Cristo". En efecto, cada fiel, pertenezca o no a la diócesis, a la parroquia o a la comunidad particular, en la celebración de la Eucaristía debe sentirse siempre en su Iglesia. Aún perteneciendo a una iglesia particular en la cual ha sido bautizado o vive o participa de la vida de Cristo, el fiel pertenece de algún modo a todas las iglesias particulares.

Este misterio de unidad es confiado al ministerio del obispo en la referencia indisoluble de la iglesia particular a la Iglesia universal.

85. En esta porción del Pueblo de Dios una comunidad perteneciente a la única familia de Dios, vive plenamente la referencia al Reino de Cristo, en el cual están integradas todas las riquezas de la catolicidad, prefiguradas en la Iglesia de Pentecostés.

La referencia a la Iglesia de Jerusalén hace que cada iglesia tenga un vínculo necesario con Pedro, cabeza de esta Iglesia de los orígenes. Tal vínculo confiere carácter apostólico a cada iglesia local a través de la sucesión apostólica de los obispos. La comunión en la única Iglesia y en cada iglesia supone también la unidad en el carisma de Pedro y por ello la comunión con todas las otras iglesias dispersas por el mundo.

En este designio de la unidad universal y de las peculiaridades particulares se manifiesta como una especie de plan trinitario, que sella y modela la existencia propia de cada iglesia en la Iglesia católica y la correspondiente mutua relación. Por ello, no carece de significado la realidad social, cultural, geográfica, histórica de cada iglesia. En la realidad de las iglesias locales dispersas por el mundo la Iglesia universal realiza el misterio de la unidad y de la reconciliación de todos en Cristo. Y esta comunión de todos los miembros de la Iglesia particular tiene el signo y el garante en el obispo.


II. La Comunión y la Misión en la Iglesia Particular

En comunión con el presbiterio

86. Un acto necesario de la comunión es el de la unión sacramental del presbiterio en torno a su obispo. Según los textos más antiguos de la tradición, como los de Ignacio de Antioquía, ello es parte esencial de la iglesia particular. Entre el obispo y los presbíteros existe la "communio sacramentalis" en el sacerdocio ministerial o jerárquico, participación al único sacerdocio de Cristo y por lo tanto, aunque en grado diverso, en el único ministerio eclesial ordenado y en la única misión apostólica.

En virtud de esto y además de la cooperación en el ministerio episcopal, los presbíteros "reúnen la familia de Dios como fraternidad, animada con espíritu de unidad".

En la línea del Concilio Vaticano II, Juan Pablo II ha resaltado la pertenencia de los presbíteros a la iglesia particular como fundamento de una rica teología y espiritualidad: "Es necesario que el sacerdote tenga la conciencia de que su ‘estar en una iglesia particular’ constituye, por su propia naturaleza, un elemento calificativo para vivir una espiritualidad cristiana. Por ello, el presbítero encuentra, precisamente en su pertenencia y dedicación a la iglesia particular, una fuente de significados, de criterios de discernimiento y de acción, que configuran tanto su misión pastoral, como su vida espiritual".

Al presbiterio de la diócesis pertenecen también todos los presbíteros de los Institutos de vida consagrada y de las Sociedades de vida apostólica. Estos viven los propios carismas en la unidad, en la comunión y en la misión de la iglesia particular. En ella contribuyen a poner en común la riqueza de los dones de espiritualidad y de apostolado que les son propios. Así las iglesias particulares pueden ser enriquecidas a nivel carismático "a imagen" de la Iglesia universal, a la cual se refieren ciertas instituciones supra-diocesanas.

En realidad, la dimensión de universalidad es inherente a la comunión con todas las iglesias y a la naturaleza misma del ministerio presbiteral, que tiene una misión universal.

87. E1 Concilio Vaticano II ha descrito las relaciones recíprocas entre el obispo y los presbíteros con imágenes y términos diversos. Ha indicado en el obispo al "padre" de los presbíteros, pero ha unido al aspecto de la paternidad espiritual, el de la fraternidad, el de la amistad, el de la colaboración necesaria y el del consejo. Sin embargo, es cierto que la gracia sacramental llega al presbítero a través del ministerio del obispo, y ésta misma le es donada en vistas de la cooperación con el obispo en la misión apostólica. Esa gracia une a los presbíteros a las diversas funciones del ministerio episcopal, de modo particular a la de servidor del Evangelio de Jesucristo pare la esperanza del mundo. En virtud de este vínculo sacramental y jerárquico los presbíteros, necesarios colaboradores y consejeros, asumen, según su grado, los oficios y la solicitud del obispo y lo hacen presente en cada comunidad.

La relación sacramental-jerárquica se traduce en la búsqueda constante de una comunión real del obispo con los miembros de su presbiterio y confiere consistencia y significado a la actitud interior y exterior del obispo hacia sus presbíteros. E1 Consejo presbiteral es el lugar en el que se realiza tal comunión. Dicho Consejo, representando al presbiterio, es el senado del obispo y lo ayuda en el gobierno de la diócesis, para promover de modo más eficaz el bien de todos los fieles. Es tarea del obispo consultarlo y escuchar de buen animo su parecer.


Una atención particular para los sacerdotes

88. Como modelo de la grey (cf. 1P 5,3), el obispo debe serlo, ante todo, para su clero, al cual se propone como ejemplo de oración, de sentido eclesial, de celo apostólico, de dedicación a la pastoral de conjunto y de colaboración con todos los otros fieles.

Además, al obispo incumbe en primer lugar la responsabilidad de la santificación de sus presbíteros y de su formación permanente. A la luz de estas instancias espirituales actúa de manera que compromete el ministerio de los presbíteros en el modo más adecuado posible. Él debe velar cotidianamente para que todos los presbíteros sepan y adviertan concretamente que no están solos o abandonados, sino que son miembros y parte de un "único presbiterio".

En las respuestas a los Lineamenta se destaca el hecho de que, puesto que los sacerdotes necesitan un punto de referencia espiritual, deben encontrar en el obispo su apoyo. El obispo, como padre y pastor, expresa y promueve relaciones, tanto personales como colectivas , con sus sacerdotes al comprometerlos responsablemente en el Consejo presbiteral o en otros encuentros formativos de carácter pastoral y espiritual. Toda división entre el obispo y los presbíteros constituye un escándalo para los fieles y ello hace no creíble el anuncio; en cambio, en el signo de la fraternidad, el ejercicio de la autoridad se transforma realmente en un servicio. Además el obispo, estableciendo una profunda relación con sus presbíteros, llega a conocer sus dotes y así a cada uno podrá confiar la tarea a la que mejor se adapta.


El ministerio y la cooperación de los diáconos

89. En la comunión de la iglesia particular participan los diáconos, tanto los ordenados en vista al presbiterado como los diáconos permanentes. Ellos están al servicio del obispo y de la iglesia particular en su ministerio de la predicación del Evangelio, del servicio de la Eucaristía y de la caridad.

En cuanto a los diáconos ordenados, no para el sacerdocio sino para el ministerio, por su grado en el Orden sagrado están ciertamente ligados en modo estrecho al obispo y a su presbiterio. Por ello, el obispo es el primer responsable del discernimiento de la vocación de los candidatos, de su formación espiritual, teológica y pastoral. Es también el obispo quien, tomando en cuenta las necesidades pastorales y las condiciones familiares y profesionales, les confía las tareas ministeriales, haciendo que estén orgánicamente integrados en la vida de la iglesia particular y que no se descuide su formación permanente ni la promoción de su espiritualidad especifica.


El Seminario y la pastoral vocacional

90. De la importancia fundamental de los presbíteros y los diáconos en la iglesia particular, nace también la primordial preocupación del obispo por la pastoral vocacional en general y por la pastoral de las vocaciones sacerdotales y diaconales en especial, con una atención particular con respecto al Seminario, frecuentemente llamado en la tradición eclesiástica como la pupila de los ojos del pastor. El Seminario, como lugar y ambiente comunitario, donde crecen, maduran y se forman los futuros presbíteros, es signo de aquella esperanza de la que vive una iglesia particular de cara al futuro.

Ante la escasez de vocaciones en una Iglesia que no puede renunciar a la plenitud del ministerio sacerdotal para celebrar la palabra y los sacramentos, de manera especial la Eucaristía y la remisión de los pecados; se hace necesario proponer con coraje la vida sacerdotal. Para esto, y también como específico testimonio de esperanza, entre las tareas más importantes del obispo se cuenta la atención a las vocaciones y el interés directo por la formación integral de los futuros sacerdotes, según las directivas del Magisterio. Ello exige del obispo un conocimiento personal de quienes deben recibir la ordenación sacerdotal y diaconal.

Hoy debe volver a proponerse con confianza la estima por la llamada al sacerdocio con la colaboración de las familias, de las parroquias, de las personas consagradas y de los movimientos eclesiales y comunidades. Una Iglesia en la cual falte la referencia necesaria al presbítero ordenado, corre el riesgo de perder su identidad. No se puede entonces considerar hipotéticamente una comunidad cristiana que prescinda del ministerio presbiteral en vista de la enseñanza, del gobierno y de los sacramentos, especialmente de la penitencia, de la unción de los enfermos y de la Eucaristía.


En relación a los otros ministerios

91. Junto al presbiterado y al diaconado, la Iglesia también ejerce su misión a través de los ministros instituidos y otras tareas y oficios. Considerando esta multiplicidad es necesario que el obispo promueva los diversos ministerios con los que la Iglesia se hace idónea para toda obra buena. Estos deben ser confiados tanto a las personas consagradas como a los fieles laicos, en virtud de la vocación común y de la misión que nacen del bautismo y de la confirmación, en razón de las dotes particulares que cada uno alegremente pone al servicio del Evangelio.

Es aquí que aflora el triple carácter ministerial de la Iglesia, ligado a la triple dignidad de los bautizados en el pueblo de Dios: del oficio profético nacen la evangelización y la catequesis, que brotan de la escucha de la Palabra; del oficio sacerdotal se irradian los ministerios ligados a la celebración litúrgica, como también el culto espiritual de la vida cotidiana y la oración, para hacer de la existencia un don, una adoración en Espíritu y verdad; del oficio real surgen todos los ministerios que están al servicio del Reino de Dios en el mundo, en las estructuras de la sociedad, en la familia, en las fábricas, con todas las formas concretas de caridad, de acción social, de la sana y comprometida "caridad política".

Si en todo predomina la comunión, entonces obra y se manifiesta la fuerza de la Trinidad, que es la caridad y se renueva la esperanza en la comunión recíproca.


Solicitud por la vida consagrada

92. La vida consagrada es una expresión privilegiada de la Iglesia Esposa del Verbo y más aún una parte integrante de la misma Iglesia, como se recuerda desde el principio en la Exhortación apostólica post-sinodal Vita consecrata, donde se afirma que este tipo de vida está "en el corazón mismo de la Iglesia como elemento decisivo para su misión".. Por medio de la vida consagrada, en la variedad de sus formas, con una típica y permanente visibilidad, se hacen presentes de algún modo en el mundo y se señalan como valor absoluto y escatológico los rasgos característicos de Jesús, casto, pobre y obediente. La Iglesia entera agradece a la Trinidad Santa por el don de la vida consagrada. Esto demuestra que la vida de la Iglesia no se agota en la estructura jerárquica, como si estuviese compuesta únicamente de ministros sagrados y de fieles laicos, sino que hace referencia a una estructura fundamental más amplia, rica y articulada, que es carismático-institucional, querida por Cristo mismo y que incluye la vida consagrada.

La vida consagrada proviene del Espíritu y es un don suyo que constituye un elemento esencial para la vida y la santidad de la Iglesia. Ella está necesariamente en una relación jerárquica con el ministerio sagrado, especialmente con el del Romano Pontífice y de los obispos. En la Exhortación apostólica Vita consecrata, Juan Pablo II ha recordado que los diversos Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica tienen un peculiar vínculo de comunión con el Sucesor de Pedro, en el cual está también radicado su carácter de universalidad y su connotación supra-diocesana.

A los obispos en comunión con el Romano Pontífice, como enunciaban ya las notas directivas de Mutuae relationes, Cristo-cabeza confía "el cuidado de los carismas religiosos; tanto más al ser, en virtud de su indivisible ministerio pastoral, perfeccionadores de toda su grey. Y por lo mismo, al promover la vida religiosa y protegerla según sus propias notas características, los obispos cumplen su propia misión pastoral".

En la Exhortación apostólica Vita consecrata está siempre presente la instancia de incrementar las relaciones mutuas entre las Conferencias episcopales, los Superiores generales y sus mismas Conferencias, con el fin de favorecer la riqueza de los carismas y de trabajar por el bien de la Iglesia universal y particular.

Las personas consagradas, dondequiera que se encuentren, viven su vocación para la Iglesia universal dentro de una determinada iglesia particular, donde expresan su pertenencia eclesial y desenvuelven tareas significativas. De modo especial, con motivo del carácter profético inherente a la vida consagrada, son anuncio vivido del Evangelio de la esperanza, testigos elocuentes del primado de Dios en la vida cristiana y de la fuerza de su amor en la fragilidad de la condición humana. De aquí nace la importancia, para el desarrollo armonioso de la pastoral diocesana, de la colaboración entre cada obispo y las personas consagradas.

La Iglesia agradece a tantos obispos que, en el curso de su historia hasta hoy, han estimado a tal punto la vida consagrada como peculiar don del Espíritu para el pueblo de Dios, que ellos mismos han fundado familias religiosas, muchas de las cuales están aún hoy activas al servicio de la Iglesia universal y de las iglesias particulares. Además, el hecho de que el obispo se dedique a tutelar la fidelidad de los institutos a su carisma es un motivo de esperanza para los institutos mismos, especialmente para aquellos que se encuentran en dificultades.


Un laicado comprometido y responsable

93. El Concilio Vaticano II, la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos de 1987 y la sucesiva Exhortación apostólica Christifideles laici de Juan Pablo II han ilustrado ampliamente la vocación y misión de los fieles laicos en la Iglesia y en el mundo. La dignidad bautismal, que los hace partícipes del sacerdocio de Cristo, juntamente con un don particular del Espíritu les confieren un puesto propio en el Cuerpo de la Iglesia. Así los laicos son llamados a participar, según su modo propio, en la misión redentora que la Iglesia lleva a cabo, por mandato de Cristo, hasta el fin de los siglos.

Los laicos desarrollan la característica responsabilidad cristiana que les es propia en los diversos campos de la vida y de la familia, de la política, del mundo profesional y social, de la economía, de la cultura, de la ciencia, de las artes, de la vida internacional y de los medios de comunicación.

En todas sus múltiples actividades los fieles laicos unen el propio talento personal y la competencia adquirida al testimonio límpido de la propia fe en Jesucristo. Comprometidos en las realidades temporales, los laicos tienen el mandato de dar cuenta de la esperanza teologal (cf. 1 P 3,15) y de ser solícitos en el trabajo en esta tierra, justamente porque son estimulados por la esperanza en una "nueva tierra". Ellos tienen la capacidad de ejercer una gran influencia sobre la cultura, ensanchando en ella las perspectivas y los horizontes de esperanza. Actuando así, cumplen también un especial servicio al Evangelio y a la cultura misma, tanto más necesario cuanto persistente es, en nuestro tiempo, el drama de la separación entre ambos. Además, en el ámbito de las comunicaciones, que influyen mucho la mentalidad de las personas, a los fieles laicos toca una responsabilidad particular, sobre todo en relación a una correcta divulgación de los valores éticos.

En las respuestas a los Lineamenta se aconseja a los obispos, a fin de evitar las intervenciones impropias o el silencio ante problemas emergentes, el crear algunos "forum" en que los laicos intervengan, según el carisma propio de la secularidad laical, con sus competencias, cubriendo la discordancia entre el Evangelio y la sociedad contemporánea.

94. Si bien los laicos, por vocación, tienen ocupaciones primordialmente seculares, no debe olvidarse que ellos pertenecen a la única comunidad eclesial, de la que numéricamente constituyen la mayor parte. Después del Concilio Vaticano II se han desarrollado felizmente nuevas formas de participación responsable de los laicos, hombres y mujeres, en la vida de las comunidades diocesanas y parroquiales. Por este motivo, ellos están presentes en diversos consejos pastorales, desenvuelven una función de creciente importancia en varios servicios, como la animación de la liturgia o de la catequesis, se comprometen en la enseñanza de la religión católica en las escuelas, etc.

Un cierto numero de laicos acepta también dedicarse a tales tareas con compromisos permanentes y en ocasiones perpetuos. Esta colaboración de los fieles laicos es ciertamente preciosa frente a las exigencias de la "nueva evangelización", particularmente allí donde se registra un número insuficiente de ministros ordenados.

La reflexión sobre los fieles laicos debe incluir también la necesidad de su formación adecuada. Es obvio, por otra parte, que el obispo debe estar atento en sostener, particularmente en el plano espiritual, a cuantos colaboran más de cerca en la misión eclesial.

Un puesto especial en la formación de los fieles laicos debe ser reconocido a la doctrina social de la Iglesia, que ha de iluminarlos y estimularlos en su trabajo, según las exigencias urgentes de justicia y bien común; éstas deben impulsar su contribución decidida en las obras y servicios que la sociedad reclama. Por esto se hace necesaria la promoción de escuelas diocesanas de formación social y política, como instrumento pastoral indispensable.

Siempre de las respuestas a los Lineamenta emerge que un laicado adulto bien formado no solo doctrinalmente, sino también eclesialmente, es esencial para el ministerio de la evangelización. Sin un tal laicado existe el peligro de que en ciertas zonas cese la misión evangelizadora de la Iglesia, especialmente donde se lamenta una fuerte falta de sacerdotes y los laicos cumplen la función de ministros asistentes. En muchos territorios asume una gran relevancia la figura del catequista. Es necesario entonces una sólida formación doctrinal, pastoral y espiritual de catequistas válidos, pero también de otros agentes pastorales capaces de obrar en la diócesis y en las parroquias, con una auténtica acción eclesial también en los diversos campos en los que el Evangelio debe hacerse levadura de la sociedad actual, como signo de transformación y de esperanza. Se pide una mayor confianza de parte de los obispos y de los presbíteros en los laicos, que frecuentemente no se sienten apreciados como adultos en la fe y quisieran sentirse más partícipes en la vida y en los proyectos diocesanos, especialmente en el campo de la evangelización.


Al servicio de la familia

95. Igualmente importante es la formación de los jóvenes para la vida matrimonial y familiar, según sus esperanzas y sus anhelos, para lograr un amor profundo y auténtico, a la luz del plan que Dios tiene para el matrimonio y para la familia. La pastoral y la espiritualidad familiar, la atención a las parejas en dificultad, la experiencia de parejas maduras y la formación para el sacramento del matrimonio en un itinerario de iniciación sacramental son medios eficaces para afrontar la crisis de inestabilidad y de infidelidad en la alianza matrimonial.

La cercanía del obispo a los cónyuges y a sus hijos, incluso a través de jornadas diocesanas de la familia, es un aliciente recíproco.

Los jóvenes: una prioridad pastoral para el futuro

96. Una atención especial de los pastores está dirigida a los jóvenes. Ellos son el futuro de la Iglesia y de la humanidad. Un ministerio de esperanza no puede dejar de construir el futuro con aquellos a los cuales ha sido confiado el porvenir. Como "centinelas de la noche", los jóvenes esperan la aurora de un mundo nuevo, listos para comprometerse en la vida y en la acción de la Iglesia, si se les propone una auténtica responsabilidad y una verdadera formación cristiana. Como evangelizadores de sus coetáneos, los jóvenes, que frecuentemente están alejados de la Iglesia, son un estímulo y un incentivo para los Pastores, en vistas de la renovación interior de las parroquias.

El ejemplo de Juan Pablo II, que a través de las Jornadas mundiales de la Juventud ha demostrado creer en el futuro, abriendo un camino de esperanza, puede sostener a los pastores de la Iglesia en la propuesta de una auténtica pastoral juvenil, fundada en Cristo. La pasión por el bien espiritual de los jóvenes del tercer milenio es un motivo fuerte para educarlos a transmitir el Evangelio a las generaciones futuras.


Las parroquias

97. Al centro de las iglesias particulares se encuentran, como infraestructura cristiana, las parroquias. La Exhortación apostólica post-sinodal Christifideles laici, remitiéndose claramente a la teología y al lenguaje de la Lumen gentium, describe las comunidades parroquiales como una presencia de la iglesia particular en el territorio. Se puede hablar entonces del misterio eclesial de la parroquia aún cuando ésta sea pobre en personas y en medios, cuando aparece casi absorbida por edificios en los caóticos y populosos barrios modernos, o cuando se encuentra perdida en poblaciones entre las montañas o los valles o en las extensiones interminables de ciertas regiones.

La parroquia debe ser vista entonces como familia de Dios, fraternidad animada por el Espíritu, como casa de familia, fraterna y acogedora. Ella es la comunidad de los fieles, que se define como comunidad eucarística: comunidad de fe, donde viven los fieles de Cristo destinatarios de carismas y servicios ministeriales y donde obran el párroco, los presbíteros y los diáconos. En ella, además, la comunión con el obispo expresa la unidad orgánica y jerárquica de toda la iglesia particular.

A través de los laicos se desenvuelve la mediación humana de la comunidad evangelizada y evangelizadora. Ellos realizan la conjunción entre la Iglesia y el mundo, entre la asamblea que se reúne en unidad y los pueblos donde se difunde en misión.

Al interior de la comunidad parroquial es necesario que encuentren particulares momentos y expresiones de presencia y de convergencia, en el respeto de la propia vocación y carisma, los religiosos y las religiosas, los miembros de los institutos seculares y de las sociedades de vida apostólica, las diversas asociaciones de fieles y los movimientos eclesiales. Todos representan, por su vida en común, a la Iglesia que permanece unida en la oración, en el trabajo, en el compartir los aspectos fundamentales de la existencia cotidiana.

Las familias, además, reflejan la realidad de una iglesia doméstica, donde se hace viva la presencia de Cristo. Así la Iglesia puede hacerse, en su tradicional y siempre válida expresión parroquial, para decirlo con el beato Juan XXIII, la "fuente de la aldea", un manantial que brota para calmar la sed de Dios y ofrecer el agua viva del Evangelio de Cristo.

98. Para organizar el trabajo pastoral y hacer crecer la unidad en las iglesias particulares es tarea del obispo promover la coordinación de las parroquias a través de vicarias foráneas, decanatos, prefecturas u otras denominaciones, según las diversas formas de trabajo pastoral de las diócesis. Se trata de estructuras que han de ser frecuentemente evaluadas para que respondan mejor a las finalidades de cada iglesia particular.

A través de tales estructuras de comunión y de misión se promueve la fraternidad entre los sacerdotes, el discernimiento y la programación, con reuniones periódicas bajo la guía de un responsable. Se puede favorecer así la eventual suplencia y ayuda en el ministerio como también la atención a los hermanos enfermos o impedidos. Además, son favorecidas entre los fieles de un mismo territorio iniciativas de evangelización y de catequesis, de formación y de testimonio de carácter interparroquial.


Movimientos eclesiales y nuevas comunidades

99. Es responsabilidad del obispo dedicar atención a los llamados movimientos eclesiales y a otras nuevas realidades que surgen en la iglesia particular como experiencia de vida evangélica. La iglesia particular es el espacio donde el aspecto institucional y carismático, coesenciales en el plan de Dios sobre la Iglesia, se encuentran y se vivifican mutuamente. En la experiencia de la verdadera comunión, los dones prodigados por Dios para el bien común no se agotan en sí mismos, no se descentran del ágape ni de la Eucaristía, no son dones narcisistas, por el contrario, manifiestan su medida humilde y discreta, a la vez que necesaria, integrándose con los otros dones del Espíritu.

Los diversos carismas -religiosos, laicales, misioneros- hacen que la Iglesia local se encuentre abierta a una dimensión de universalidad, mientras ellos encuentran su concreción en el servicio y el compromiso apostólico, querido por los Fundadores.

En las respuestas a los Lineamenta se indican con particular insistencia algunos movimientos eclesiales que son verdaderamente constructivos a nivel universal, diocesano y parroquial; también se alude a otros, que cuando permanecen al margen de la vida parroquial y diocesana, no ayudan al crecimiento de la iglesia local; y finalmente se señalan algunos otros que, al hacer alarde de sus particularidades, corren el riesgo de sustraerse a la comunión entre todos.

Por eso se pide afrontar el tema del estatuto teológico y jurídico de tales movimientos dentro de la iglesia particular y clarificar su relación concreta con el obispo.

Respecto a las nuevas comunidades que no han recibido todavía una aprobación eclesial, el necesario discernimiento es confiado a los pastores, los cuales deben examinar con atención las personas, evaluar la espiritualidad, con un necesario tiempo de prueba.

Cuando se trata de examinar las vocaciones sacerdotales que pueden surgir dentro de estos grupos, se pide una atención aún más cuidadosa. Los candidatos necesitan una sólida formación bajo la responsabilidad del obispo, al que corresponde también el necesario discernimiento en vistas de la ordenación a los ministerios y la asignación de las tareas apostólicas en la diócesis.

En fidelidad al Espíritu, los diversos carismas deben ser integrados en la comunión y en la misión de la Iglesia. Así se evita el peligro del aislamiento y se favorece la generosidad en el don de sí, la fraternidad y la eficacia en la misión, para el bien de la Iglesia.


III. El Ministerio Episcopal al Servicio del Evangelio

100. El triple ministerio de la enseñanza, la santificación y el gobierno, constituye un servicio al Evangelio de Cristo para la esperanza del mundo. El obispo, pues, proclama con la palabra, celebra en la liturgia, vive y difunde con su servicio pastoral el Evangelio de la esperanza.

No se trata de tres dimensiones diversas, sino de la única esperanza proclamada y acogida con la adhesión de la fe, celebrada en el corazón mismo del misterio pascual que es la Eucaristía, vivida de modo que ilumine e informe toda la vida personal y social de los creyentes.

Sin embargo, aún considerando esta unidad es necesario también acoger la intención del Concilio, que en su magisterio sobre los tria munera respecto al obispo y a los presbíteros, prefiere anteponer a los otros ministerios el de la enseñanza. En ello el Vaticano II retoma idealmente la sucesión presente en las palabras que el Resucitado dirigió a sus discípulos: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas... y enseñandoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt. 28, 18-20). En esta prioridad dada a la tarea episcopal del anuncio del Evangelio, que es una característica de la eclesiología conciliar, todo obispo puede reencontrar el sentido de aquella paternidad espiritual que hacía escribir al apóstol San Pablo: "Pues aunque hayáis tenido diez mil pedagogos en Cristo, no habéis tenido muchos padres. He sido yo quien, por el Evangelio, os engendré en Cristo Jesús" (1 Co 4,15).


1.
El Ministerio de la Palabra

Proclamar el Evangelio de la esperanza

101. Como enseña el Concilio, la función que identifica al obispo más que todas, y que, en cierto modo, resume todo su ministerio es la de vicario y embajador de Cristo en la iglesia particular que le es confiada. Así pues, el obispo en cuanto expresión viviente de Cristo, ejerce su función sacramental con la predicación del Evangelio. Como ministro de la Palabra de Dios que actúa con la fuerza del Espíritu y mediante el carisma del servicio episcopal, él hace manifiesto a Cristo en el mundo, lo hace presente en la comunidad y lo comunica eficazmente a aquellos que le hacen un lugar en la propia vida.

Se trata de la proclamación del Evangelio de la esperanza como tarea fundamental del ministerio episcopal.

Por ello, la predicación del Evangelio sobresale entre los principales deberes de los obispos, que son "los pregoneros de la fe... los maestros auténticos, o sea los que están dotados de la autoridad de Cristo, que predican al pueblo que les ha sido confiado la fe que ha de ser creída y ha de ser aplicada a la vida". De ello se deriva que todas las actividades del obispo deben estar dirigidas a la proclamación del Evangelio, "fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree" (Rom 1,16), orientadas a ayudar al pueblo de Dios a la obediencia de la fe (cf. Rom 1, 15) a la Palabra de Dios y a abrazar integralmente la enseñanza de Cristo.


El centro del anuncio

102. El Concilio Vaticano II expresa muy adecuadamente el objeto del magisterio del obispo cuando indica que se trata unitariamente de la fe que ha de ser creída y practicada en la vida. Puesto que el centro vivo del anuncio es Cristo, el obispo debe precisamente anunciar el misterio de Cristo crucificado y resucitado: Cristo, único salvador del hombre, el mismo ayer, hoy y siempre (cf. Hb 13,8), centro de la historia y de toda la vida de los fieles.

De este centro, que es el misterio de Cristo, se irradian todas las otras verdades de fe y se irradia también la esperanza para cada hombre. Cristo es la luz que ilumina a todo hombre y todo aquel que es regenerado en Él recibe las primicias del Espíritu que lo habilitan a cumplir la ley nueva del amor.

103. La tarea de la predicación y la custodia del depósito de la fe implican el deber de defender la Palabra de Dios de todo aquello que podría comprometer la pureza y la integridad, aún reconociendo la justa libertad en la profundización ulterior de la fe. En efecto, en la sucesión apostólica, el obispo ha recibido, según el beneplácito del Padre, el carisma seguro de la verdad que debe transmitir.

A tal deber ningún obispo puede faltar, aún cuando ello pudiera costarle sacrificio o incomprensión. Como el apóstol San Pablo, el obispo es consciente de haber sido mandado a proclamar el Evangelio "y no con palabras sabias, para no desvirtuar la Cruz de Cristo" (1 Co 1,17); como él, también el obispo se dedica a "la predicación de la Cruz" (1 Co 1,18), no para obtener un consenso humano sino como trasmitir una revelación divina.


Educación en la fe y catequesis

104. Maestro de la fe, el obispo es también educador de la fe, a la luz de la Palabra de Dios y del Magisterio de la Iglesia. Se trata de su obra de catequesis, que merece la atención plena de los obispos en cuanto pastores y maestros, en cuanto "catequistas por excelencia".

Son diversas las formas a través de las cuales el obispo ejerce su servicio de la Palabra de Dios. El Directorio Ecclesiae imago recuerda una forma particular de predicación a la comunidad ya evangelizada, es decir la Homilía, que se destaca por encima de las otras por su contexto litúrgico y por su vínculo con la proclamación de la Palabra mediante las lecturas de la Sagrada Escritura. Otra forma de anuncio es la que un obispo ejerce mediante sus Cartas Pastorales.

A este propósito, el uso discreto de los medios de comunicación diocesanos, interdiocesanos o nacionales, será de gran ayuda para la divulgación de los documentos del Magisterio, de los programas pastorales y de los acontecimientos eclesiales.


Toda la iglesia comprometida en la catequesis

105. El carisma magisterial de los obispos es único en su responsabilidad y no puede ser delegado en modo alguno. Sin embargo, como dan testimonio las respuestas a los Lineamenta, no esta aislado en la Iglesia. Cada obispo cumple el propio servicio pastoral en una iglesia particular donde, íntimamente unidos a su ministerio y bajo su autoridad, los presbíteros son sus primeros colaboradores, a los que se añaden los diáconos. Una ayuda eficaz viene también de las religiosas y los religiosos y de un creciente número de fieles laicos que colaboran, según la constitución de la Iglesia, en el proclamar y en el vivir la Palabra de Dios.

Gracias a los obispos la auténtica fe católica es transmitida a los padres para que a su vez ellos la trasmitan a los hijos; esto sucede también con los profesores y educadores, a todos los niveles. Todo el laicado da testimonio de la pureza de la fe que los obispos se dedican a mantener infatigablemente y es importante que ningún obispo olvide procurar a los laicos, con escuelas apropiadas, los medios necesarios para una formación conveniente.


Diálogo y colaboración con teólogos y fieles

106. Particularmente útil, para los fines del anuncio, es también el dialogo y la colaboración con los teólogos, los cuales se dedican a profundizar metódicamente la insondable riqueza del misterio de Cristo. El magisterio de los pastores y el trabajo teológico, aún teniendo funciones diferentes, dependen ambos de la única Palabra de Dios y tienen el mismo fin de conservar al pueblo de Dios en la verdad. De aquí nace para los obispos la tarea de dar a los teólogos el aliento y el apoyo para que puedan realizar su tarea en la fidelidad a la Tradición y en la atención a las nuevas necesidades de la historia.

En diálogo con todos sus fieles, el obispo sabrá reconocer y apreciar su fe, fortalecerla liberarla de añadidos superfluos y darle un contenido doctrinal apropiado. Para esto, y también con el fin de elaborar catecismos locales que tengan en cuenta las diversas situaciones y culturas, el Catecismo de la Iglesia Católica será un punto de referencia para que sea custodiada con atención la unidad de la fe y la fidelidad a la doctrina católica.


Testigo de la verdad

107. Llamado a proclamar la salvación en Cristo Jesús con su predicación, el obispo representa para el pueblo de Dios el signo de la certeza de la fe. Si bien el obispo, como la Iglesia misma, no tiene soluciones listas frente a los problemas del hombre, él es ministro del esplendor de una verdad capaz de iluminar el camino.Aún sin poseer prerrogativas específicas en referencia a la promoción del orden temporal, el obispo, ejerciendo su magisterio y educando en la fe a las personas y las comunidades a él confiadas, prepara a los fieles laicos en vista de soluciones que a ellos corresponde ofrecer según las respectivas competencias.

Como subrayan repetidamente las respuestas a los Lineamenta, la mentalidad secularizada de gran parte de la sociedad, así como el énfasis exagerado en la autonomía del pensamiento y la cultura relativista, llevan a la gente a considerar las intervenciones del obispo, y también del Papa, especialmente en materia de moral sexual y familiar, como opiniones entre otras opiniones, sin influencia sobre la vida. Esto, si bien por una parte plantea un desafío radical, por otra es también el terreno para un anuncio de esperanza de parte del obispo.

108. Además, el obispo, aún en el respeto de la autonomía de aquellos que son competentes en cuestiones seculares, no puede renunciar al carácter profético de su mensaje portador de esperanza, aún cuando sabe que éste no será aceptado. Ello ocurre especialmente cuando denuncia con valentía, no sólo con palabras, sino con la promoción de medios eficaces a estos fines, la guerra, la injusticia y todo aquello que es destructivo de la dignidad del hombre.

Hacer presente en el mundo la potencia de la Palabra que salva es el gran acto de caridad pastoral que un obispo ofrece a los hombres y es también la primera razón de esperanza.


Tareas para el futuro

109. De las respuestas a los Ltneamenta surgen algunos pedidos precisos para extender y actualizar las tareas del magisterio de los obispos.

Según las circunstancias es conveniente que se promuevan iniciativas de amplio alcance diocesano o interdiocesano como la creación de universidades católicas para un influjo adecuado en la vida social, con la formación de un laicado que se destaque en los diversos campos de la ciencia y de la técnica al servicio del hombre y de la verdad. En esta perspectiva, se pide también dar un impulso particular a la pastoral universitaria, según las directivas de la Santa Sede.

Como compromiso en campo educativo, se hacen necesarias instituciones idóneas para la promoción y la defensa de las escuelas católicas, a través de la obra de sacerdotes y laicos. Se pide a los gobiernos el reconocimiento de éstas, en cuanto hacen referencia a los derechos de los padres de dar una adecuada educación de los hijos, según los valores culturales y religiosos escogidos libremente por ellos.

La promoción de los medios de comunicación social en una sociedad pluralista reclama una adecuada formación de comunicadores a través de varias iniciativas diocesanas o interdiocesanas.


Cultura e inculturación

110. La proclamación del Evangelio de parte del obispo en el ámbito de la cultura reclama la promoción de la fe en los campos más sensibles al mensaje del Evangelio.

Es necesario favorecer el diálogo con las instituciones culturales laicas, mediante encuentros entre personas preparadas, en los cuales la Iglesia ofrezca su imagen de amiga de todo aquello que es auténticamente humano.

Puede ayudar a este diálogo la valorización del patrimonio cultural, artístico e histórico de la diócesis. Existen en las diócesis riquezas culturales, históricas, archivos y bibliotecas, obras de arte que merecen una atención particular como testimonio cultural. Las iniciativas a favor de museos y exposiciones, la adecuada conservación, la catalogación y exposición de los tesoros de la tradición artística y literaria, pueden convertirse en instrumento de evangelización y contemplación de la belleza, testimonio de un cuidado particular de la Iglesia por la propia historia humane, geográfica y cultural.

Pertenece al ministerio del obispo, según las directivas de la Santa Sede y en colaboración con la Conferencia episcopal, llevar la fe y la vida cristiana a las diversas culturas según las directivas ofrecidas en ocasión de las Asambleas del Sínodo de Obispos, especialmente en lo relacionado con la liturgia, la formación sacerdotal y la vida consagrada.


2.
El Ministerio de la Santificación

111. En el origen de la reunión del pueblo de Dios en Ekklesìa, o sea en una asamblea santa, está la proclamación de la Palabra de Dios y ésta alcanza su plenitud en el Sacramento. En efecto, palabra y sacramento forman una unidad, son inseparables entre ellas como dos momentos de una única obra salvífica. Ambos hacen actual y operante, en toda su eficacia, la salvación obrada por Cristo. Él mismo, como Verbo que se hace carne, es la razón ejemplar del vínculo íntimo que enlaza Palabra y Sacramento. Ello es cierto para todos los sacramentos, pero lo es de modo particular y excelente para la santa Eucaristía, que es fuente y culmen de toda la evangelización.

Por esta unidad de la Palabra y del Sacramento, así como los Apóstoles fueron enviados por el Resucitado para enseñar y bautizar a todas las naciones (cf. Mt 28, 19), también el obispo, en cuanto sucesor de los Apóstoles, en virtud de la plenitud del Sacramento del Orden con el cual ha sido distinguido, recibe, junto con la misión de heraldo del Evangelio, la de "administrador de la gracia del supremo sacerdocio". El servicio del anuncio del Evangelio está ordenado al servicio de la gracia de los sacramentos de la Iglesia. Como ministro de la gracia, el obispo "actúa el munus sanctificandi al que se orienta el munus docendi, que realiza en medio del pueblo de Dios que se le ha confiado".

El ministerio de la santificación está íntimamente unido a la celebración de la salvación en Cristo, en una perspectiva de esperanza que proyecta a los fieles hacia el cumplimiento de las promesas, mientras como pueblo, atraviesan el mundo en peregrinación hacia la ciudad definitiva.


El obispo como sacerdote y liturgo en su catedral

112. La función de santificar es inherente a la misión del obispo. De hecho, en su iglesia particular él es el principal dispensador de los misterios de Dios, sobre todo de la Eucaristía. Al presidirla, él aparece a los ojos de su pueblo como el hombre del nuevo y eterno culto a Dios, instituido por Jesucristo con el sacrificio de la Cruz. Él regula además la administración del Bautismo, en razón del cual los fieles participan del sacerdocio real de Cristo; él es ministro originario de la Confirmación, dispensador del Orden sagrado y moderador de la disciplina penitencial. El obispo es liturgo de la iglesia particular principalmente en la presidencia de la sinaxis Eucarística.

En ella tiene lugar el acontecimiento más alto de la vida de la Iglesia y encuentra plenitud también el munus sanctificandi, que el obispo ejerce en la persona de Cristo, sumo y eterno Sacerdote. Lo expresa bien un insigne texto del Concilio Vaticano II: "Por eso conviene que todos tengan en gran aprecio la vida litúrgica de la diócesis en torno al obispo, sobre todo en la iglesia catedral, persuadidos de que la principal manifestación de la Iglesia se realiza en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, especialmente en la misma Eucaristía, en una misma oración, junto al único altar, donde preside el obispo rodeado de su presbiterio y ministros".

Lugar privilegiado de las celebraciones episcopales es la catedral, donde está colocada la cátedra del obispo y desde donde él educa a su pueblo. Es la Iglesia madre y el centro de la Diócesis, signo de la continuidad de una historia, espacio simbólico de su unidad. El Caeremoniale episcoporum dedica a este tema un capítulo entero, bajo el título: La Iglesia catedral.

Es el lugar de las celebraciones más solemnes del año litúrgico; en modo especial, de la consagración del crisma y de las ordenaciones sagradas. Imagen de la Iglesia de Cristo, de la unidad del cuerpo místico, de la asamblea de los bautizados y de la Jerusalén celestial, debe ser en sí misma un ejemplo para las otras iglesias de la diócesis en el orden de los espacios sagrados, en el decoro y en el modo como se celebra la liturgia según las prescripciones.

La figura del obispo celebrante expresa y despliega su verdad interior también a través de los lugares destinados a la liturgia: la cátedra, sede del obispo, desde donde él preside la asamblea y guía la oración; el altar, símbolo del cuerpo de Cristo y mesa del Señor donde se celebra la Eucaristía; el presbiterio, donde ocupan su lugar el obispo, los presbíteros, los diáconos y otros ministros; el ambón donde tiene lugar el anuncio del Evangelio y la predicación de la palabra, a menos que el obispo no lo haga, si prefiere, desde su cátedra; el baptisterio donde se celebra eventualmente el bautismo en la noche de Pascua.


La Eucaristía al centro de la iglesia particular

113. Una de las tareas preeminentes del obispo es la de proveer a que en las comunidades de la iglesia particular los fieles tengan la posibilidad de acceder a la mesa del Señor, especialmente en el domingo, que es el día en que la Iglesia celebra el misterio pascual y los fieles, en la alegría y en el descanso, dan gracias a Dios "quién mediante la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos nos ha reengendrado a una esperanza viva" (1P 1, 3).

En muchos lugares, por la escasez de presbíteros o por otras graves razones, se hace difícil proveer a la celebración eucarística . Ello acrecienta el deber del obispo de ser el administrador de la gracia, atento siempre a discernir las necesidades efectivas y la gravedad de las situaciones, procediendo a una hábil distribución de los miembros de su presbiterio y a buscar el modo para que, aún en necesidades de ese tipo, las comunidades de los fieles no queden por mucho tiempo privadas de la Eucaristía. Ello vale también en referencia a los fieles que por enfermedad, ancianidad o por otros motivos razonables pueden recibir la Eucaristía sólo en sus casas o en los lugares donde son acogidos.

114. La Liturgia es la forma más alta de la alabanza a la Santa Trinidad. En ella, sobre todo con la celebración de los sacramentos, el pueblo de Dios, reunido localmente, expresa y actualiza su índole de comunidad sacerdotal, sagrada y orgánica. Ejerciendo el munus sanctificandi el obispo obra de modo que toda la iglesia particular se convierta en una comunidad de orantes, de fieles perseverantes y concordes en la oración (cf. Hch 1,14).

Por lo tanto, el obispo, imbuido él mismo en primer lugar, junto con su presbiterio, del espíritu y la fuerza de la liturgia, procura favorecer y desarrollar en la propia diócesis una educación intensiva donde se descubran las riquezas contenidas en la Liturgia, celebrada según los textos aprobados y vivida ante todo como una realidad de orden espiritual. Como responsable del culto divino en la iglesia particular, el obispo, mientras dirige y protege la vida litúrgica de la diócesis, actuando junto con los obispos de la misma Conferencia Episcopal y en la fidelidad a la fe común, sostiene el esfuerzo de su misma iglesia particular para que, en correspondencia a las exigencias de los tiempos y los lugares, la liturgia sea radicada en las culturas, teniendo en cuenta aquello que en la liturgia es inmutable, porque es de institución divina, y aquello que, en cambio, es susceptible de cambio.


Atención a la oración y a la piedad popular

115. La oración, en todas sus formas, es el acto con el que se expresa la esperanza de la Iglesia. Cada oración de la Esposa de Cristo, que anhela la perfecta unión con el Esposo, queda asumida en aquella invocación que el Espíritu le sugiere: "¡Ven!". El Espíritu pronuncia esta oración con la Iglesia y en la Iglesia. Es la esperanza escatológica, la esperanza del cumplimiento definitivo en Dios, la esperanza del Reino eterno, que se actualiza en la participación en la vida trinitaria. El Espíritu Santo, dado a los Apóstoles como consolador, es el custodio y el animador de esta esperanza en el corazón de la Iglesia. En la perspectiva del tercer milenio después de Cristo, mientras "el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: ‘¡Ven!’", esta oración de ellos está cargada, como siempre, de una connotación escatológica.

Consciente de ello, el obispo se compromete cotidianamente a comunicar a los fieles, con el testimonio personal, con la palabra, con la oración y con los sacramentos, la plenitud de la vida en Cristo.

En tal contexto el obispo dirige su atención también a las diversas formas de la piedad popular cristiana y a su relación con la vida litúrgica. En cuanto expresa la actitud religiosa del hombre, esta piedad popular no puede ser ni ignorada ni tratada con indiferencia o desprecio, porque, como escribía Pablo VI, es rica de valores. Sin embargo, ella tiene necesidad de ser siempre evangelizada para que la fe que expresa, sea un acto cada vez más maduro. Una auténtica pastoral litúrgica, bíblicamente formada, sabrá apoyarse en las riquezas de la piedad popular, purificarlas y orientarlas hacia la litúrgica como ofrenda de los pueblos.


Algunas cuestiones particulares

116. En las respuestas a los Lineamenta se subrayan algunas tareas propias del ministerio litúrgico del obispo, que conviene recordar aquí brevemente.

Ante todo, el obispo es en su iglesia el primer responsable de la celebración y de la disciplina de la iniciación cristiana. De modo especial es el promotor, el custodio atento y ministro de los ritos de la iniciación cristiana de los adultos. Por esto conviene que sea él quien presida las celebraciones más características del catecumenado, especialmente en la preparación próxima al bautismo y en la iniciación cristiana de los adultos en la Vigilia pascual.

Para una más auténtica y profunda promoción de la liturgia, conviene que presida frecuentemente, también en las visitas, la Liturgia de la Palabra y la Liturgia de las Horas, como está previsto en el Caeremoniale Episcoporum. En este sentido, él podrá aparecer en su característica función de maestro que celebra la palabra de la salvación y de sacerdote que ora e intercede por su pueblo.


3.
El Ejercicio del Ministerio de Gobierno

El servicio del gobierno

117. La función ministerial del obispo se completa en el oficio de guía de la porción del pueblo de Dios que le ha sido confiada. La Tradición de la Iglesia ha siempre asimilado esta tarea a dos figuras que, como atestiguan los Evangelios, Jesús aplica a sí mismo, la figura del Pastor y la del Siervo. El Concilio describe así el oficio propio de los obispos de gobernar a los fieles: "Los obispos rigen, como vicarios y legados de Cristo, las iglesias particulares que se les han sido encomendadas, con sus consejos, con sus exhortaciones, con sus ejemplos, pero también con su autoridad y sacra potestad, de la que usan únicamente para edificar a su grey en la verdad y en la santidad, teniendo en cuenta que el que es mayor debe hacerse como el menor y el que ocupa el primer puesto como el servidor (cf. Lc 22, 26-27)".

Juan Pablo II explica que "se debe insistir en el concepto de ‘servicio’, que se puede aplicar a todo ‘ministerio eclesiástico’, comenzando por el de los obispos. Sí, el episcopado es más un servicio que un honor. Y, si es también un honor, lo es cuando el obispo, sucesor de los Apóstoles, sirve con espíritu de humildad evangélica, a ejemplo del Hijo del hombre... A esta luz del servicio ‘como buenos pastores’ se debe entender la autoridad que el obispo posee como propia, aunque esté siempre sometida a la del Sumo Pontífice". Por esto, con buena razón, el Código de Derecho Canónico indica tal oficio como munus pastoris y le une la característica de la solicitud pastoral.


Ejercicio de auténtica caridad pastoral

118. La caritas pastoralis es una virtud típica del obispo, el cual a través de ella imita a Cristo "Buen" Pastor, que es tal porque da la propia vida. Esta virtud, por lo tanto, se realiza no solamente en el ejercicio de las acciones ministeriales, sino más aún en el don de sí, que manifiesta el amor de Cristo por su grey.

Una de las formas con las que se expresa la caridad pastoral es la compasión, a imitación de Cristo, Sumo Sacerdote, capaz de compadecer la debilidad humana habiendo sido Él mismo probado en todo, como nosotros, menos en el pecado (cf. Hb 4, 15). Sin embargo, tal compasión, que el obispo indica y vive como signo de la compasión de Cristo, no puede ser separada de la verdad de Cristo. Otra expresión de la caridad pastoral es la responsabilidad ante Dios y ante la Iglesia en relación a la verdad, que ha de ser anunciada en toda ocasión, "a tiempo y a destiempo" (2Tm 4,2).

La caridad pastoral hace que el obispo se sienta ávido por servir al bien común de la propia diócesis que, subordinado al de toda la Iglesia, reúne el bien de las comunidades particulares de la diócesis. El Directorio Ecclesiae imago indica al respecto los principios fundamentales de la unidad, de la colaboración responsable y de la coordinación.

Gracias a la caridad pastoral, que es el principio interior unificador de toda la actividad ministerial, "puede encontrar respuesta la exigencia esencial y permanente de unidad entre la vida interior y tantas tareas y responsabilidades del ministerio, exigencia tanto más urgente en un contexto sociocultural y eclesial fuertemente marcado por la complejidad, la fragmentación y la dispersión". Por eso, es la misma caridad la que debe distinguir los modos de pensar y actuar del obispo y de su relación con cuantos encuentra.

En el gobierno de la diócesis el obispo cuida también que sea reconocido el valor de la ley canónica de la Iglesia, cuyo objetivo es el bien de las personas y de las comunidades eclesiales.


Un estilo pastoral confirmado por la vida

119. La caridad pastoral exige, en consecuencia, estilos y formas de vida que, a imitación de Cristo pobre y humilde, consientan al obispo estar cerca de todos los miembros de la grey, desde el más grande hasta el más pequeño, para compartir sus alegrías y sus dolores, no solamente en los pensamientos y en las oraciones, sino también estando junto a ellos. De este modo, a través de la presencia y el ministerio, el obispo se acerca a todos sin avergonzarse ni hacer sentir incómodos a los demás, para que puedan experimentar el amor de Dios por el hombre.

De las respuestas a los Lineamenta por parte de las Conferencias episcopales surgen algunas características de la figura del obispo tal como son percibidas en diversos lugares y sociedades. A veces aparece una cierta visión "monárquica" o "autoritaria", que tiende a atribuir al obispo una parte impropia en la Iglesia y en el mundo; otras veces se considera en cambio al obispo como "pastor en medio de su grey", "padre en la fe", de modo tal que los presbíteros, los religiosos y los laicos no son simplemente "ayudantes" del obispo, sino sus "colaboradores".

Una profundización de la realidad de la "communio" puede conducir a ver al obispo como autentico "siervo de los siervos de Dios", es decir, el primero entre los siervos de Dios. En efecto, el obispo será fiel a su misión recordando que su responsabilidad personal de pastor es participada, por todos los fieles en virtud del bautismo, en los modos que les son propios, por algunos en virtud del orden sagrado y por otros a raíz de la especial consagración por los consejos evangélicos.

120. Una condición no favorable a esta "communio", como advierten muchos, se produce frecuentemente por la vastedad de la diócesis y los muchos compromisos del obispo.

En efecto, las respuestas subrayan que existe el peligro de que en el modo de gobernar del obispo se introduzcan elementos poco convenientes a una pastoral genuinamente evangélica, al punto que la gente corra el riesgo de considerarlo como uno de los personajes notables de la sociedad. A veces la misma presencia del obispo junto a las autoridades civiles parecería hacer sombra a su autonomía y por lo tanto a su figura.

Además, en las sociedades que nutren sentimientos contrarios a un cierto ejercicio de la autoridad se manifiesta una cierta tendencia a revisar la figura del obispo, dando interpretaciones particulares al principio de subsidiaridad y a las normas jurídicas de la consultación. Esto porque frecuentemente la autoridad es vista solo como "poder".

Los obispos pueden superar todo esto con el ejercicio de su prerrogativa de padres, presentándose como sucesores de los Apóstoles no sólo en la autoridad que ejercen, sino también en su forma de vida evangélica, coherente con cuanto anuncian, en los sufrimientos apostólicos, en el cuidado amoroso y misericordioso de los fieles, especialmente de los más pobres, necesitados y sufrientes.

En esto serán signo de Cristo en medio del pueblo de Dios y su gobierno mismo verdaderamente pastoral será un anuncio del Evangelio de la esperanza. Ciertas formas y atribuciones exteriores, como títulos honoríficos y vestiduras, no deben ofuscar el ministerio episcopal de enseñanza en palabras y obras.

El obispo debe ser imagen viva del Cristo, que ha lavado los pies a sus discípulos como Señor y Maestro, y por lo tanto, debe mostrar con su vida simple y pobre el rostro evangélico de Jesús y su condición de verdadero "hombre de Dios" (cf. 2Tm 3, 17).


Las visitas pastorales

121. La tradición eclesiástica indica algunas formas específicas a través de las cuales el obispo ejerce en su iglesia particular el ministerio del pastor. Se recuerdan dos de ellas en particular. La primera se refiere directamente al compromiso pastoral; la segunda, en cambio, implica una obra sinodal.

La visita pastoral no es una simple institución jurídica, prescrita al obispo por la disciplina eclesiástica, ni tampoco una suerte de instrumento de investigación. Mediante la visita pastoral el obispo se presenta concretamente como principio visible y fundamento de la unidad en la iglesia particular y ella "refleja de alguna manera la imagen de aquella singularísima y totalmente maravillosa visita, por medio de la cual el 'sumo pastor' (1 P 5,4), el obispo de nuestras almas (cf. I P 2, 25) Jesucristo, ha visitado y redimido a su pueblo (cf. Lc 1, 68)". Además, puesto que la diócesis antes de ser un territorio, es una porción del pueblo de Dios confiada a los cuidados pastorales de un obispo, oportunamente el Directorio Ecclesiae imago escribe que el primer lugar en la visita pastoral corresponde a las personas. Para mejor dedicarse a ellas es oportuno que el obispo delegue a otros el examen de las cuestiones de carácter más administrativo.

Las visitas pastorales, preparadas y programadas, son ocasión propicia para un conocimiento mutuo entre el Pastor y el pueblo que se le ha confiado.

En las parroquias debe privilegiarse el encuentro con el párroco y los otros sacerdotes. La visita pastoral es el momento en el que se ejerce el ministerio de la predicación y de la catequesis, del diálogo y del contacto directo con los problemas de la gente; ocasión pare celebrar en comunión la Eucaristía y los sacramentos, compartir la oración y la piedad popular. En esta circunstancia se imponen a la atención del Pastor algunas categorías: los jóvenes, los niños, los enfermos, los pobres, los emarginados, los alejados.

La experiencia además sugiere otros encuentros del obispo con los componentes de la diócesis, en ocasión de asambleas diocesanas de programación pastoral y verificación, como también en vista de ordenaciones sacerdotales o diaconales y de fiestas patronales o, en fin, en las jornadas dedicadas a sujetos particulares como el clero, los religiosos y las religiosas, las familias.


El Sínodo diocesano

122. La celebración del Sínodo Diocesano, cuyo perfil jurídico es delineado por el Código de Derecho Canónico, tiene indudablemente un puesto de preeminencia entre los deberes pastorales del obispo. El Sínodo, en efecto, es el primero de los organismos que la disciplina eclesiástica indica para el desarrollo de la vida de una iglesia particular. Su estructura, como la de otros organismos llamados "de participación", responde a fundamentales exigencias eclesiológicas y es expresión institucional de realidades teológicas, como son, por ejemplo, la necesaria cooperación entre presbiterio y obispo, la participación de todos los bautizados en el oficio profético de Cristo, el deber de los pastores de reconocer y promover la dignidad de los fieles laicos sirviéndose de buena gana de su prudente consejo. En su realidad el Sínodo diocesano se inserta en el contexto de la corresponsabilidad de todos en torno al propio obispo, en orden al bien de la diócesis. En su composición, como requiere la disciplina canónica vigente, es expresión privilegiada de la comunión orgánica en la iglesia particular. En el Sínodo, que debe ser bien preparado y ser convocado con objetivos bien determinados, el obispo, responsable de las decisiones definitivas, escucha lo que el Espíritu dice a la iglesia particular, de modo que todos permanezcan firmes en la fe, unidos en la comunión, abiertos al carácter misionero, disponibles hacia las necesidades espirituales del mundo y llenos de esperanza ante sus desafíos.


Un gobierno animado de espíritu de comunión

123. Por su oficio pastoral el obispo es el ministro de la caridad en su iglesia particular, edificándola mediante la Palabra y la Eucaristía. Ya en la Iglesia apostólica los Doce dispusieron la institución de "siete hombres de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría"(Hch 6, 2-3) a los cuales confiaron el servicio de las mesas. El mismo San Pablo tenía como punto firme de su apostolado el cuidado de los pobres, que sigue siendo para nosotros el signo fundamental de la comunión entre los cristianos. Así el obispo, también hoy, es llamado a ejercer personalmente la caridad en la propia diócesis, mediante las estructuras adecuadas.

De este modo él testimonia que las tristezas y las angustias de los hombres, de los pobres sobre todo y de todos aquellos que sufren, son también las ansias de los discípulos de Cristo. Indudablemente, las pobrezas son muchas y a las antiguas se han añadido otras nuevas . En tales situaciones el obispo está en primera linea en suscitar nuevas formas de apostolado y de caridad allá donde la indigencia se presenta bajo nuevos aspectos. Servir, alentar, educar en estos compromisos de solidaridad, renovando cada día la antigua historia del Samaritano, es, ya de por sí, un signo de esperanza para el mundo.

124. Para cumplir el ministerio de guía pastoral y de discernimiento el obispo necesita de la colaboración de todos los fieles, en espíritu de comunión y de fervor misionero.

El Consejo presbiteral y el Consejo pastoral son estructuras de diálogo, comunión y discernimiento para esta finalidad, como fue ya recordado.

Las necesidades pastorales crecientes han llevado a configurar ordenadamente la Curia diocesana con las diversas oficinas, según las normas canónicas, de acuerdo a las posibilidades de cada iglesia particular y a la competencia del clero diocesano, de las personas consagradas y de los laicos, en modo de poder dar respuesta a todas las necesidades de la diócesis.

Es tarea del obispo no sólo favorecer la acción responsable y coordinada, la iniciativa y el trabajo asiduo de los responsables de las diversas oficinas diocesanas, sino también estimular con el ejemplo y favorecer los encuentros colegiales de coordinación. Es necesario infundir en todos un sereno sentido de confianza, amistad y responsabilidad en los diversos organismos de la Curia, de modo que la unidad y el entendimiento mutuo creen un estilo eclesial de trabajo.


La administración económica

125. Particular importancia tiene en este tiempo, incluso en vista de las responsabilidades civiles, la administración de los bienes de la diócesis. Es necesaria la vigilancia y la seriedad en la administración económica de las diócesis, como ejemplo para las otras instituciones diocesanas. Ello ha de hacerse a través del trabajo de personas competentes y eclesialmente expertas en los consejos diocesanos de administración.

Se trata de una tarea de gobierno de la máxima importancia, dirigida a garantizar el bien común de la diócesis y la comunión de los bienes con la obligación de la caridad a favor de las misiones y de los más pobres.


Cuestiones prácticas relacionadas con la iglesia particular

126. Parece oportuno enumerar sintéticamente aquí algunas cuestiones prácticas, ya desarrolladas en otros puntos, para que, conforme a las indicaciones que emergen de las respuestas a los Lineamenta, el Sínodo preste a ellas una particular y adecuada atención.

Es deseo de muchas Conferencias episcopales que se insista en la presencia del obispo en la diócesis a tiempo completo, puesto que ausencias frecuentes y prolongadas amenazan la continuidad del servicio pastoral.

La presencia y permanencia del obispo en su sede o en visita a sus parroquias, la disponibilidad al encuentro con sacerdotes, religiosos y laicos, las visitas pastorales, son garantía de estabilidad y de corresponsabilidad en el ejercicio cotidiano del ministerio. El obispo aparece de este modo como un modelo de servicio constante en su iglesia.

Otros recomiendan la estabilidad del obispo en la diócesis para la cual ha sido elegido, para que se confirme en él una mentalidad de donación a la Iglesia que le ha sido confiada con un vínculo de fidelidad y amor esponsal. Se quisieran así evitar, en cuanto sea posible, ciertos problemas como la mentalidad de un compromiso pasajero en favor de la diócesis, el deseo de cambio o transferencia a otras iglesias particulares más prestigiosas o menos problemáticas, la discontinuidad de los programas y las iniciativas pastorales.

Se recuerda también el problema de las diócesis dejadas largo tiempo sin pastor, por retrasos en el nombramiento de los obispos. Tales situaciones crean malestar en el presbiterio y en el pueblo de Dios, privados del ministerio episcopal de la unidad y de la comunión.

Surge también la necesidad de que las responsabilidades de gobierno del obispo gocen de una mejor organización; éste se encuentra frecuentemente abrumado con demasiados problemas administrativos, burocráticos y organizativos, que amenazan con hacer de él, a veces, más un dirigente que un Pastor. Se propone una conveniente descentralización administrativa para un mejor servicio suyo a la diócesis.

Algunos, en fin, ponen de relieve la cuestión de la conflictualidad que se advierte hoy entre el foro eclesiástico y el foro civil en materia de los procesos referidos a las personas eclesiásticas. No raramente se pide claridad en el reconocimiento público de las leyes eclesiásticas que se refieren a los procesos canónicos. Debe ser reconocida al obispo la libertad y la responsabilidad en el proceso hacia sus súbditos, evitando escándalos y procediendo en manera adecuada, con justicia y caridad, en relación a la salvación de las almas, que es siempre la ley suprema de la Iglesia.