II.-SUGERENCIAS GENERALES

SOBRE EL REGLAMENTO DEL SEMINARIO

 

1/.- SU NECESIDAD:

 

"Cada Seminario tendrá además un reglamento propio, aprobado por el Obispo diocesano..... en el que las normas del Plan de formación sacerdotal se adapten a las circunstancias particulares y se determinen con más precisión los aspectos, sobre todo disciplinares, que se refieren a la vida diaria de los alumnos y al orden de todo el seminario" C.I.C. 243 y ss.

Según esto, el Reglamento del Seminario debe comprender dos partes, que pueden ir unidas o separadas: la de los educandos y la de los educadores. Por ello vamos a tratar principalmente del reglamento de los Seminaristas o sea, del conjunto de las leyes y normas a las que han de amoldar estos su vida y su conducta en el Seminario para salir ministros útiles de la Iglesia.

Además del Reglamento ha de haber un horario o distribución del tiempo en que se indiquen las ocupaciones de los Seminaristas durante el día, debiéndose guardar con exactitud.

El horario puede variar en las diversas épocas del año, en los días de vacaciones, etc., pero es regla de buen gobierno respetarlo. El hacer caso omiso de él con frecuencia, a más del desorden que suele llevar consigo, significa poca seriedad en la disciplina.

 

2/.- SU OBSERVANCIA:

El código de derecho canónico urge a tener y observar el reglamento del Seminario: "El Rector del Seminario, y asimismo, bajo su autoridad y en la medida que les compete, los superiores y profesores deben cuidar de que los alumnos cumplan perfectamente las normas establecidas en el Plan de formación sacerdotal y en el Reglamento del Seminario" C.I.C.  261.

Los diversos estamentos de la Iglesia, así como muchos de los Papas han sido muy insistentes en que todos los Seminarios tengan y guarden exquisitamente el Reglamento que mira directamente a la formación de los alumnos, y, asimismo, la del Horario que se dirige principal, aunque no exclusivamente al orden exterior, indica a todas luces no sólo la conveniencia sino también la necesidad ineludible de que los Superiores y los Seminaristas se ajusten a ellos con una constante fidelidad. Para los Seminaristas han de ser como el molde que modele su conducta y su formación sacerdotal; para los superiores, la norma que inspire su gobierno del Seminario.

Por ello, todos los Seminaristas, los superiores y los profesores deben tener un ejemplar del Reglamento del Seminario. Además todos los años se debe leer públicamente la parte que se refiere a los Seminaristas y debe ser debidamente explicada por el rector. Todo esto para que cada uno conozca sus compromisos, los que toman por el hecho de estar en el Seminario. Todo ello también explicado al menos por el Rector, o por un profesor designado al efecto. Deben saber sus compromisos con la Iglesia, conocerla,..., para después servir en ella como buenos sacerdotes.

Por todo esto, es antiquísima costumbre en los Seminarios, y así se ha de hacer, que lo primero que se haga con los nuevos Seminaristas es entregarles el Reglamento  del Seminario. El Reglamento ha de ser leído por el Rector al comenzar el curso, haciendo los comentarios debidos, y se lee poco a poco, en los cursos avanzados, para refrescar la memoria, porque Reglamento, Estatutos o Directorios no repasados, es Reglamento, Estatutos o Directorios olvidados e inútiles.

 

3/.- FIN DEL REGLAMENTO:

El fin del Reglamento es formar en los Seminaristas aquellos hábitos virtuosos o virtudes que les hacen idóneos para el ministerio sagrado; particularmente la firmeza, la docilidad y lealtad de carácter; la obediencia, la piedad, el amor a la oración y el trabajo; en una palabra, el espíritu eclesiástico.

Los Superiores deben proponer a los Seminaristas este ideal y procurar con la palabra y el ejemplo que lo consigan, ejercitándose desde temprano en las virtudes, por costosas que sean, y primero en la observancia del Reglamento, luego de los Estatutos y finalmente de los Directorios.

Más, para que la guarda del Reglamento de los frutos indicados, es menester que los Seminaristas se sometan a ese Reglamento y a los Estatutos y Directorio, pero sometidos a ellos con espíritu de fe, observándolos por motivos sobrenaturales, en definitiva con piedad, con amor y con buena voluntad.

En definitiva, el fin para el que son admitidos los Seminaristas en el Seminario, y que estos no debieran olvidar nunca, no es otro que como dice San Antonio María Claret: "el que se formen virtuosos y sabios, para que con el tiempo sean ministros idóneos del Señor. Para conseguir tan elevado fin, la primera cosas que se ha de procurar es que todo se haga con orden para no perder inútilmente el tiempo".

 

4/.- SU VALOR PEDAGÓGICO:

Comencemos por recordar a San Carlos Borromeo, quien urgía la observancia de las normas dadas para el gobierno de los Seminarios afirmando categóricamente: "que no se ha de estimar en menos el reglamento, que la misma erección del Seminario"

El Reglamento ha de ser considerado en el Seminario como el primer medio inmediato  de la formación de los Seminaristas y el código de la santidad de los mismos, porque contiene manifestada explícitamente la voluntad de Dios y es el camino fácil y seguro para su santificación en cuanto que "determina el lugar, tiempo, duración, exactitud y buen orden; hace reinar en el santuario el silencio, el recogimiento propio del lugar santo, dispone para las grandes enseñanzas de la fe, exigiendo inviolable regularidad, y sostiene la atención: previene la disipación y conserva a los ejercicios religiosos su verdadero espíritu; inspira a los jóvenes (aspirantes) las virtudes cristianas, el gran deseo de la salvación, haciéndoles amar con fuerza que sostiene y dulzura que atrae, el hábito del orden". (Soriano, "Apostolado de la Enseñanza").

El Reglamento se dice también la salvaguardia de la piedad del seminarista, porque lleva consigo la practica de todas las virtudes, y es la fuente de sana alegría, que acompaña siempre al cumplimiento fiel del deber, y hace que el Seminarista guarde sus prescripciones sin desfallecimientos, a pesar de las dificultades que se encuentra en el camino.

Pero también la guarda del Reglamento tiene un valor muy significativo. La observancia del Reglamento es una excelente prueba de los Seminaristas:

-el que observa bien y con espíritu interior puede asegurarse que es un buen seminarista.

-el que no observa el Reglamento, difícilmente observará después las leyes de la Iglesia y Mandatos de la Autoridad eclesiástica.

De ello extraeremos que dicha observancia es la mejor preparación del Seminarista para el sagrado ministerio y la piedra de toque de su vocación. El que obedece en el Seminario al Reglamento por convicción, después al ser ordenado sacerdote, obedecerá a los Obispos y a las leyes de la Iglesia.

Al contrario, el que no cumple las cosas fáciles del Reglamento del Seminario, si entra en el Sacerdocio, se expone a no cumplir bien las cosas más difíciles de la disciplina eclesiástica.

Por lo demás, el refractario a la disciplina, no ha nacido para ser sacerdote: le falta el espíritu de sacrificio.

Así pues, el Seminarista que este persuadido de lo que es el Reglamento y de su valor educativo, no solo evitará las faltas deliberadas contra sus prescripciones, sino también procurará observarlo con espíritu de fe, aun en las cosas más pequeñas, considerándolo como un medio de santificación, según la frase de San Agustín "Ordo decit ad Deum".

 

5/.- EL REGLAMENTO Y LAS COSAS PEQUEÑAS:

Si bien el Reglamento del Seminario contiene unas cosas más importantes que otras, que se dicen pequeñas, considerándolo como la expresión de la voluntad divina y como medio de formación, todas ellas son importantes y no se pueden descuidar ninguna.

Recordemos unas palabras de S.S. Pío XII que hace resaltar la importancia de ciertas prescripciones, como medios de formación para los Seminaristas, tales como la puntualidad, el silencio...: "Todos están obligados a observar con exactitud el horario, que solo puede sufrir cambios por disposición del Rector. La puntualidad es coeficiente  de orden en la comunidad y de sabio empleo del tiempo, y también un eficaz medio de formación de la voluntad en el sentido exacto del deber". Debemos recordar que el tiempo no es oro, el tiempo es Gloria.

Al efecto, también los Obispos, en referencia a los Seminarios dijeron: "Todos deben guardar el horario con la convicción de que la puntualidad es sin duda un factor importantísimo del orden disciplinar y de sabia utilización del tiempo y además es un recurso eficacísimo para la formación de la voluntad con un sentido exacto del deber. Todos, por consiguiente, deben obedecer puntualmente al toque de la campana".

En cuanto al silencio, el Reglamento de S.S. Pío XII confirma y explica el artículo 120 del reglamento de San Pío X:"Guárdese el silencio con la debida gravedad, el cual, si se observa rectamente, es útil para el estudio y para la virtud" con estas palabras "Se dará máxima importancia al silencio en los lugares y tiempos prescritos, porque ayuda poderosamente al recogimiento, es un ejercicio provechoso de mortificación y quita muchas ocasiones de desorden".

Por norma, en todos los Reglamentos, el silencio está prescrito, además de en la capilla, en las clases, estudio, dormitorio, refectorio (cuando no se dispensa la lectura), y siempre que se va en la filas, por las escaleras y corredores, al entrar o salir colectivamente.

Está totalmente prohibido dar voces, silbar, cantar canciones profanas y fumar. (El reglamento de San Pío X no hacía mención del tabaco).

El Seminarista ha de guardar siempre un porte digno, cortés y alegre. Casi todos lo autores de ascética y pedagogía recomiendan el silencio como condición absolutamente necesaria para el trabajo y la moralidad.

Aquí cabria recordar las siguientes palabras de Champagnat: "En ninguna comunidad reinará jamás el orden sin la regla del silencio. Su fiel observancia era para San Ignacio prueba segura de que había fervor en una casa religiosa y que florecían en ella todas las virtudes. ¿Queréis saber, dice, si hay piedad y virtudes sólidas en una comunidad? Examinad si se guarda en ella el silencio. Todas las virtudes moran en la casa en que halléis recogimiento". ( Enseñanzas espirituales)

En definitiva, que hay que enseñar y exigir a los Seminaristas que desde el primer día tengan una obediencia pronta y respetuosa a la campana - que indica el deber de aquel momento - , la exactitud, el orden y el silencio.

Al mismo tiempo, pero gradualmente, se les ha de enseñar que este es un medio muy a propósito para aprender a dominarse y gobernarse a sí mismos, para fortalecer la voluntad y el carácter y agradar a Dios y santificarse.

Los Seminaristas han de guardar el silencio con de debida gravedad, por convicción, como un medio que les ayuda al recogimiento, al fervor de la piedad, a conseguir el hábito de la reflexión, la madurez de juicio y la discreción; igualmente por contribuir en gran manera a evitar la pérdida de tiempo, el desorden y las faltas de caridad y sobre todo a la mutua edificación.

Por lo demás, los Superiores, encargados de la disciplina, han de tener muy presente esta observación: "No basta con obtener el silencio material o externo, sino que se ha de prucurar el silencio de acción, que consiste en el respeto del orden, seriedad en el trabajo y en el cuidado que ponen los mismos alumnos para no molestar o estorbar a nadie". (Edelvives, Pedagogía General).

Lograr el orden y la regularidad no es difícil, basta tener ecuanimidad y constancia, la primera semana es decisoria. Pero para prevenir los desórdenes, es de suma importancia el explicar clara y detalladamente el Reglamento, advirtiendo que es una exigencia, y que será exigido cueste lo que cueste, porque el orden obliga a todos, tanto a los Seminaristas como a los Superiores.

Una vez hecho esto, deben los Superiores ser firmes, inexorables en exigir la observancia y mantener escrupulosamente la disciplina, en especial el silencio:

1º., porque en todas las acciones del hombre debe brillar el orden;

2º., porque la educación requiere trabajo íntimo, recogimiento interior, y esto es imposible sin precisión y exactitud exterior;

3º., porque la experiencia enseña que la falta de disciplina es la muerte de los Seminarios

4º., entre otras mil causas, porque una obediencia regular y metódica, educa y robustece la voluntad, consolida la concienzudez y predispone a la obediencia noble, superior de la ley social, ética o religiosa.

Por el contrario, la relajación en la disciplina afloja todos los resortes y adherencias de la vida educativa y de la vida humana.

Respecto a la puntualidad y el silencio, S.S. Pío XII da otras prescipciones, tales como:

"En la recreación ninguno intente abstenerse de tomar parte en ella, porque sería un acto de poca sociabilidad o de singularidad; sino participe fraternalmente en las conversaciones o en las diversiones de los compañeros".

"La recreación, como puede ser ocasión de faltar, especialmente contra la caridad, así puede ayudar al ejercicio de las diversas virtudes y a la práctica del continuo dominio de los propios actos".

"Se eviten las murmuraciones y las críticas, las palabras de ira o de desprecio a los demás, las expresiones que se refieren claramente a la propia persona, cualquier conversación menos correcta o frase poco edificante, toda ligereza o imprudencia en el hablar; así también todo lo que aun ligeramente tienda a disminuir la estima de la piedad y de la virtud o el respeto debido a las cosas sagradas".

"En cambio, reine una franca alegría, una serena viveza, una santa y justa libertad de espíritu".

" Dada la señal de terminar el recreo, todos dejarán prontamente la conversación o el juego, para ir en silencio a cumplir el deber sucesivo" (Reglamento de S.S. Pío XII )

Esto demuestra la estima en que los Seminaristas del Seminario han de tener al reglamento, aun en las cosas que parezcan de poco importancia, y la obligación que pesa sobre los superiores de que estos lo cumplan fielmente para dar a la Iglesia santos sacerdotes.

 

6/.- OBLIGACIÓN DEL REGLAMENTO:

"El seminarista, al entrar en el Seminario, queda obligado a guardar diligentemente el Reglamento en todas sus partes sin pretender exenciones ni excepciones".

Es muy importante explicar a los Seminaristas, tan pronto como ingresan en le Seminario, el alcance de la frase anterior. Las razones de esta exigencia son:

a).- la obligación moral, que nace de la naturaleza del Seminario, el cual no puede subsistir y menos florecer sin una ordenación que sea como el alma del mismo;

b).- la educación pide que se respete el orden de la casa o comunidad en que se vive, particularmente si son muchos los que la componen y están allí para formarse;

c).- el Reglamento que rige el Seminario es la expresión de la voluntad divina, impuesta por la autoridad competente. Bajo este aspecto, no hay distinción entre un artículo y otro del reglamento: "todos vienen de la misma autoridad".

d).- el Reglamento se ordena a la formación del futuro sacerdote, la cual se vería comprometida notablemente por las faltas habituales al mismo, aun de las que parecen de poca importancia.

La obligación del Reglamento es mayor o menor según la importancia de la cosa mandada y según el desorden que causa su trasgresión en la comunidad. Precisando más, se puede afirmar que en teoría el Reglamento del Seminario no obliga a pecado, por razón de la materia que suele ser, en general, disciplinar, y sus transgresiones, si son aisladas, no influyen mucho en el Orden del Seminario o de la Iglesia.

No obstante; en la práctica las transgresiones del Reglamento, son con frecuencia pecados veniales, sobre todo si se cometen a sabiendas y por hábito. Salvando lo que de suyo es pecado mortal.

Aun en los casos aislados, se falta venialmente, si se obra de esa manera por un motivo o efecto desordenado, V.gr., de vanidad, de pereza, de curiosidad o respeto humano,...

Y hemos dicho antes en general, porque hay en el Reglamento algunas cosas que obligan por un concepto especial, por ejemplo, el estudio, la obediencia a los Superiores y profesores, la caridad fraterna,..., y su trasgresión trae un reato de culpa que se mide por los principio de la Moral sobre el cuarto y quinto mandamiento de la ley de Dios, u otros.

Apuntemos que la obediencia debe ser mayor en los ordenados de menores o mayores, por pertenecer ya a la jerarquía eclesiástica.

A si pues, al Reglamento va vinculada una responsabilidad Moral, por ser este un poderoso medio de formación, la cual no puede descuidar voluntariamente el alumno, sin incurrir en culpa. Por ejemplo, en no obtener una nota mejor en una asignatura, es pecado venial; más es mortal si se sigue algún perjuicio grave, v. gr. por no aprobar el curso.

"El gran medio que se ha de emplear para formarse, es aquel que en todos tiempos y en todas las constituciones (Estatutos) se va recomendando: la observancia concienzuda y sobrenatural del Reglamento (y de los Estatutos y Directorios); de aquí depende, en el fondo, toda la formación intelectual y espiritual del futuro sacerdote.

El Reglamento es el verdadero Superior de la casa, el verdadero código de la vida del Seminario. Aquellos que lo siguen y caminan según sus leyes se santifican; los que no lo tienen para nada en consideración caen en la tibieza, se exponen a perder su vocación, o al menos se preparan un ministerio infructuoso, porque le falta a su base este espíritu de sacrificio, el cual solamente fecunda los desvelos.

Se discute a veces si el Reglamento obliga o no en conciencia bajo pena de pecado. La discusión parece ociosa; pues de cualquier manera que se piense en teoría sobre esta cuestión, es cierto que la conciencia no puede quedar indiferente a la presencia de las transgresiones de los preceptos del Reglamento. Sus infracciones, si son frecuentes, incluyen cierto desprecio implícito de la autoridad y constituyen para el seminarista una negligencia culpable en orden a su formación; y además son ordinariamente un escándalo para los que las presencian y una ocasión de desorden en la comunidad.

En una casa donde no se observe el Reglamento o sus prescripciones sean consideradas como pequeñeces, el sentimiento del deber será pronto borrado de la conciencia, la piedad será floja, los superiores serán criticados, y el descontento reinará en todos.

Por el contrario, allí donde se observa exactamente la disciplina, donde la obediencia es honrada y el Reglamento respetado, allí donde cada uno anhela cumplir su deber, sometiéndose a él, no se nota descontento en nadie y la paz aparece en todos los rostros, porque hay orden en todas las cosas.

En efecto; el Reglamento en una casa de educación crea un medio favorable a la virtud moral, estableciendo, gracias al silencio, una soledad bienhechora donde cada uno puede a su voluntad reflexionar y orar. Él es, por medio de la disciplina que impone, como una palanca que eleva las almas y las aparta de las vulgaridades de la vida ordinaria.

Él produce hábitos de orden, de discreción y de moderación que hacen al hombre razonable; de mortificación, de paciencia y de caridad que forman al cristiano, al mismo tiempo que, por los auxilios espirituales que trae consigo y los ejercicios a que obliga, forma al sacerdote de mañana". (Pinault, Discerneent... des vocations. Cf. Padre Alonso Rodríguez, Ejercicios de perfección, 3ª part. trat VI).