La
fidelidad
«Donde tú vayas, iré yo»
«Un distinguido filólogo judío, casado en Dresde con una mujer alemana de raza
aria y protegido legalmente por el hecho de este matrimonio, habla del
heroísmo de su esposa, en cuya fidelidad matrimonial se acumulaban nobles
motivos que se reforzaban unos a otros. Escribe nuestro autor: Sé de un
heroísmo mucho más desolado, mucho más silencioso, de un heroísmo que carecía
del apoyo de la pertenencia a un ejército, a un grupo político, que carecía de
cualquier esperanza en un futuro esplendor y que se encontraba en la más
absoluta soledad. Me refiero a las pocas esposas arias (no fueron muchas) que
se resistieron a todas las presiones para que se separaran de sus maridos
judíos. ¡Cómo transcurrió la vida cotidiana de esas mujeres! ¡Cuántas ofensas,
amenazas, golpes y escupitajos soportaron, cuántas privaciones tuvieron que
padecer por compartir la escasez normal de sus tarjetas de racionamiento con
sus maridos, limitados a las tarjetas judías «subnormales», mientras que sus
compañeros arios recibían en las fábricas los suplementos correspondientes a
los obreros que realizan trabajos pesados! ¡Qué voluntad de vivir debían
mostrar cuando estaban enfermas de tanta humillación y de tanta torturante
miseria, cuando los numerosos suicidios que se producían en su entorno
sugerían de forma seductora el eterno descanso ante la Gestapo! Sabían que su
muerte arrastraría de manera irremediable a sus maridos, pues el esposo judío,
estando todavía caliente el cadáver de la mujer aria, era transportado
enseguida al exilio asesino». (V. Klemperer, La lengua del Tercer Reich.
Apuntes de un filólogo, recogido en la obra de José M., La fidelidad, ed.
Rialp).
Son hechos que sucedieron no tan
lejos, ni tan atrás en el tiempo.
No podemos decir que la
infidelidad esté bien vista en nuestra sociedad, porque no es así. Nadie niega
el dolor que sufriría si supiera que su pareja le ha engañado con otra
persona, o si se enterara de la traición de un amigo, o del fin de una
promesa. Así lo confirman también los resultados del estudio del Centro de
Investigaciones Sociológicas, titulado Actitudes y conductas afectivas de los
españoles, donde se recogía que el 86% de las mujeres y el 78% de los hombres
consideran que, «si se ama verdaderamente, se es siempre fiel a la pareja».
Lo que sí que es cierto es que la
palabra fidelidad, en sí misma, ha perdido la fuerza que tenía, y ha ganado
terreno la permisividad, el ver como natural el engaño, el faltar a la palabra
dada.
«La infidelidad no es buena, pero
¡son cosas que pasan!»; «Me convenía más esto otro, así que no cumplí el pacto
que había hecho»; «Ella es mucho más joven y guapa que mi mujer, y se me puso
en bandeja la situación»; «Soy creyente, pero ¡no iba a decir lo que pensaba
delante de tanta gente atea!» Son frases de la vida cotidiana, situaciones en
las que todo el mundo se ve involucrado con frecuencia, y donde vemos natural
actuar de acuerdo a nuestros más inmediatos intereses, apetencias… Es más, a
cualquiera que piense que no puede romper un contrato, aunque sea de palabra,
si encuentra una oferta más conveniente…, se le dice que ¡está haciendo,
literalmente, el canelo! ¿No es así? La rapidez, lo inmediato, el aprovechar
cada momento como si fuera el último de nuestras vidas, sin tener en cuenta a
la persona que tenemos al lado, hace que se crea a pies juntillas que, para
ser feliz, hay que aprovechar las oportunidades que nos da la vida,
independientemente del daño que se haga a aquellos con los que se ha adquirido
un compromiso, y si en algún momento se pasara por la cabeza que se está
cometiendo una infidelidad, probablemente se piense en seguida: «¡Él haría lo
mismo!» Por algo se dice que el hedonismo individualista sabe poco de
lealtades…
Un acto de libertad
La fidelidad es la voluntad constante, eterna, de permanecer vinculado a
personas, creencias o formas de actuar. Fidelidad no es aguantar, ni
sobrellevar a pesar de no ser felices. Es una promesa interior hecha con
libertad, porque nadie es más libre que el que toma una decisión por amor. Y
no un amor fugaz, sino un amor que quiere ser eterno, porque eterna es la
fidelidad. Para don José Morales, profesor de Teología Dogmática en la
Universidad de Navarra, y autor del libro Fidelidad, «quien practica la
fidelidad demuestra creer en lo eterno».
¿Qué clase de promesa eterna se hace con fecha de caducidad?
«La fidelidad –explica en su libro el profesor Morales– es compatible con la
originalidad. El hombre fiel debe frecuentemente mostrar que lo es mediante
actos que se alejan de la rutina, de lo esperado, de lo meramente previsible.
La fidelidad no es nunca inmovilismo, como el mar no es inmóvil, sino
creativo, en su radical permanencia».
En el ámbito de la pareja, se piensa con frecuencia que la infidelidad puede
provenir exclusivamente de una falta de carácter sexual, pero la infidelidad
es mucho más que eso. «La fidelidad se puede adulterar en el corazón», explica
don Julio Barrera, Vicepresidente de la Congregación de la Asunción, en
Madrid, y experto en cursillos prematrimoniales: «El sexual es sólo un aspecto
más de la fidelidad, y darle este enfoque exclusivo significa perderse muchos
aspectos y muchas riquezas de su significado. La fidelidad es la coherencia
con las ideas que se tienen, la palabra que se da y las promesas que se hacen:
yo soy coherente, me he comprometido a algo, tengo una escala de valores, y si
la mantengo a lo largo de mi vida soy fiel. Y, dentro de ese esquema global de
valores, hay uno que es el compromiso a la palabra matrimonial, que tiene
muchos aspectos, porque yo puedo ser infiel a mi mujer marchándome con otra, y
también le puedo ser infiel si me quedo con el dinero del sueldo y no se lo
doy a la familia, porque entonces habré roto mi compromiso de tener en común
todo: mi ser, mi persona, mis pertenencias, y formar una comunidad de bienes
que es la familia. Soy igual de infiel si falto a mi deber de darme a mí mismo
en mi tiempo, en mis ideas, en un montón de cosas, que si falto yéndome con
otra persona y teniendo relaciones sexuales con ella».
Perdonar inteligentemente
¿Es cierto que los hombres son más infieles que las mujeres? Se trata de una
afirmación que, implícitamente, todo el mundo considera como cierta. Para el
psicoterapeuta y experto en terapia familiar del Centro de Orientación
Familiar Virgen de Olaz, don Eduardo Pérez, «el hombre se siente menos
implicado personal y emocionalmente en una relación infiel que la mujer. Esto
puede hacer que exista un mayor número de hombres infieles. Pero hoy
posiblemente está creciendo el número de infidelidades femeninas. Pienso que
es un error, porque no se trata de emular sino de erradicar. El que la mujer
esté entrando en este ámbito, considerándolo a veces como liberación, y a
veces como venganza, no soluciona el problema, lo agrava. La mujer sufre más
por la infidelidad y se implica más en ella».
Tras ser víctima de una infidelidad, de cualquier tipo y en cualquier ámbito,
la persona se siente engañada, traicionada. El corazón se resiente, porque no
es fácil confiarle la intimidad a alguien, realizar un pacto con el corazón en
la mano, y descubrir después que ese pacto ha sido vulnerado. Sin embargo, el
perdón es un acto que late tras el dolor, que se encuentra ahí y al que hay
que mirar cara a cara, también como un paso más para superar el sufrimiento.
Pero, después del perdón, ¿debe reanudarse la convivencia? Según el doctor
Pérez, «se debe perdonar, por supuesto, pero de forma inteligente. Yo admiro
mucho el perdón en la Iglesia, que es el perdón que nos da Dios. Es toda una
lección de terapia psicológica conductual, no se nos da así porque así. Se
piden varios actos: primero, el arrepentimiento, después, el propósito de
enmienda, y éste implica hechos efectivos de evitar las ocasiones de cometer
otra infidelidad, y, por último, la penitencia: hay que reparar y satisfacer
por el mal causado. Dios, que quiere el verdadero bien del ser humano, no anda
con perdones de pacotilla, nos perdona elevándonos, no dejándonos en nuestras
debilidades. Es todo un modelo para perdonar inteligentemente la infidelidad:
los perdones fáciles en este ámbito no llevan a nada, si no es a más engaños y
frecuentes patologías afectivas para el miembro de la pareja fácilmente
perdonador y no, repito, inteligentemente perdonador».
Para don Julio Barrera, «se puede perdonar siempre que haya unas muestras de
arrepentimiento, siempre que la voluntad de mantener en el futuro la palabra
esté todavía ahí. Pero es cierto que hay casos irrecuperables; por ejemplo, un
señor o una señora que cada vez que se encuentren con una persona del sexo
contrario se van con ella… No parece que haya ningún compromiso de ser fieles,
y en estos casos es evidente que no se puede reanudar la convivencia. Una cosa
es perdonar, porque un cristiano tiene que perdonar siempre, y otra cosa es
reanudar la convivencia, porque no se puede vivir como que no ha pasado nada.
Si hay un atisbo de arrepentimiento y de deseo de volver a la situación
anterior, yo creo que hay que intentarlo. Si no lo hay y el compromiso está
roto, yo creo que hay que plantearse muy seriamente si se puede mantener la
convivencia y tomar las medidas que sean oportunas».
Dios y la fidelidad
Juan Pablo II ha anunciado muchas veces la necesidad de ser fieles a Dios, a
Jesucristo y a la Iglesia. «Tres fidelidades que, en realidad, son una sola
para la sensibilidad católica», afirma el profesor Morales. «La Iglesia
–continúa– es, en efecto, para el buen cristiano el lugar privilegiado de
fidelidad. En ella se esconde la auténtica fidelidad a Jesucristo, la absoluta
e imperecedera fidelidad de Dios hacia el hombre, la del hombre hacia Dios, y
la de los hombres entre sí. La Iglesia es como un sacramento de fidelidades.
Quien no es fiel a la Iglesia puede dudar de la sinceridad de su fidelidad a
Jesucristo».
Sin embargo, sólo Dios es fiel siempre. No recibiremos un abandono por su
parte como respuesta a nuestra infidelidad. Un antiguo himno cristiano,
recogido en la segunda Carta de san Pablo a Timoteo, dice: «Si nosotros somos
infieles, Él permanece fiel, porque no puede negarse a Sí mismo». Y, como
explica el profesor Morales, «el hombre fiel no puede vanagloriarse de su
propia fidelidad, porque ésta es un don de Dios». Como es un don de Dios la
familia, y la fidelidad dentro de ella: «La mejor defensa del hogar está en la
fidelidad, que es un don de Dios, fiel y misericordioso, en un amor redimido
por Él», dijo el Papa Juan Pablo II, en el II Encuentro para las Familias en
Río de Janeiro, en 1997.
¿Ha existido siempre el valor de la fidelidad? Podemos contestar con un texto
del Antiguo Testamento. Ruth la moabita, que dejó su tierra y su familia para
unirse a su esposo de Israel, le dirige estas palabras a Noemí, madre de su
difunto marido: «No insistas en que te deje y vuelva. Adonde tú vayas, iré yo,
donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo es el mío, tu Dios es mi Dios; donde tú
mueras, allí moriré y allí me enterrarán. Sólo la muerte podrá separarnos».
A. Llamas Palacios, alfayomega