IV. Rito de conclusión
 

Saludo y bendición. -Despedida y misión.

La inclusión es una forma poética, por la que el final vuelve al principio. No es rara en los salmos, por ejemplo, en el 102, que empieza y termina diciendo: «Bendice, alma mía, al Señor». También ocurre así en la misa.

Saludo y bendición

Al finalizar la misa, en efecto, se vuelve al saludo de su comienzo:

-«El sacerdote, extendiendo las manos, saluda al pueblo diciendo: El Señor esté con vosotros; a lo que el pueblo responde: Y con tu espíritu».

Y si la celebración se inició en el nombre de la santísima Trinidad y en el signo de la cruz, también en este Nombre y signo va a concluirse:

«En seguida el sacerdote añade: «la bendición de Dios todopoderoso -haciendo aquí la señal + de la bendición-, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros». Y todos responden «Amén».

El sacerdote aquí no pide que la bendición de Dios descienda «sobre nosotros», no. Lo que hace -si realiza la liturgia católica- es transmitir, con la eficacia y certeza de la liturgia, una bendición, que Cristo finalmente concede a su pueblo. De tal modo que, así como el Señor, al despedirse de sus discípulos en el momento de su ascensión, «alzó sus manos y los bendijo; y mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo» (Lc 24,50-51), así ahora, por medio del sacerdote que le representa, el Señor bendice al pueblo cristiano, que se ha congregado en la eucaristía para celebrar el memorial de «su pasión salvadora, y de su admirable resurrección y ascensión al cielo, mientras espera su venida gloriosa» (PE III).

Despedida y misión

La palabra misa, que procede de missio (misión, envío, despedida), ya desde el siglo IV viene siendo uno de los nombres de la eucaristía. En efecto, la celebración de la eucaristía termina con el envío de los cristianos al mundo. Y no se trata aquí tampoco de una simple exhortación, «vayamos en paz», apenas significativa, sino de algo más importante y eficaz. En efecto, así como Cristo envía a sus discípulos antes de ascender a los cielos -«id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura» (Mc 16,15)-, ahora el mismo Cristo, al concluir la eucaristía, por medio del sacerdote que actúa en su nombre y le visibiliza, envía a todos los fieles, para que vuelvan a su vida ordinaria, y en ella anuncien siempre la Buena Noticia con palabras y más aún con obras.

Podéis ir en paz».

Demos gracias a Dios».

Entonces el sacerdote, según costumbre, venera el altar [como al principio de la misa] con un beso y, hecha la debida reverencia, se retira» (OGMR 124-125).

La misa ha terminado.