La Eucaristía, el secreto de
los santos
Entrevista con la escritora y ensayista Maria Di Lorenzo
ROMA, martes, 23 noviembre 2004 (ZENIT.org).-
Maria Di Lorenzo afirma que el Año
de la Eucaristía, convocado por Juan Pablo II, debería impulsarnos a reflexionar
sobre la realidad, a menudo «desconocida» de muchas personas de a pie, que viven
el «martirio silencioso» de la propia cotidianeidad, y en la Eucaristía
encuentran «la fuerza de seguir adelante y testimoniar su ser cristiano sin
titubeos».
En esta entrevista, concedida a Zenit, Di Lorenzo , escritora y periodista
italiana, especializada en espiritualidad y cuestiones religiosas, ex redactora
de la revista mensual «Madre di Dio», ha compartido algunas reflexiones sobre el
valor de este sacramento en la vida de los santos.
--En este año, el Santo Padre se ha propuesto suscitar una nueva «maravilla»
ante la Eucaristía, incluso mediante el relato de testimonios por parte de
santos eucarísticos, que llegaron a obtener del pan partido no sólo alimento
espiritual sino incluso el único alimento para seguir viviendo. ¿Qué santos le
vienen a la mente al escuchar estas palabras?
--Di Lorenzo: Es difícil responder a su pregunta porque los santos eucarísticos
en la Iglesia son muchos, incluso diría que todos los santos lo son. Si miramos
los testimonios de vida ofrecidos por todos los santos y beatos de la Iglesia,
desde los primeros siglos hasta nuestro días, vemos que no hay un solo santo que
no haya sido estado forjado por la Eucaristía, por la pasión eucarística, por el
amor eucarístico.
Todos, por decirlo de alguna manera, «han nacido de la Hostia». Tomo prestada
esta expresión del beato Giacomo Alberione, fundador de la familia paulina, que
lo decía siempre a sus amadísimos hijos espirituales: «Habéis nacido de la
Hostia...». Es verdad. Y esto vale para todos los santos y beatos de la
bimilenaria historia del catolicismo.
Entre todos, la figura con la que quizá más simpatizo es la de la Madre Teresa
de Calcuta, a quien he dedicado un libro publicado en 2003, con motivo de su
beatificación. La Madre Teresa es una santa profundamente eucarística. La
Eucaristía era el corazón de su vida, de su espiritualidad.
Decía a las religiosas: «Jesús en la Eucaristía y Jesús en los pobres, bajo las
especies del pan y bajo las especies del pobre, eso es lo que hace de nosotras
contemplativas en el corazón del mundo». En la base de la espiritualidad de la
Madre Teresa estaba el sagrario.
Y no es por casualidad que se llama «sagrarios» a las comunidades abiertas en
todo el mundo por las misioneras de la Caridad, porque son las casas de Jesús,
decía la Madre Teresa. Las religiosas comulgan todos los días y todos los días
hacen una hora de adoración eucarística, que ocupa un lugar muy importante en la
vida espiritual de las misioneras de la Caridad.
Hasta 1973, la adoración al Santísimo Sacramento tenía una periodicidad semanal
pero, tras el capítulo general del aquel año, se decidió realizarla todos los
días. Desde entonces, la Madre Teresa pudo comprobar que la vida de su
congregación obtenía un gran beneficio de la adoración cotidiana: más
vocaciones, mayor intimidad con Dios, más amor misericordioso por los pobres.
--¿Cómo puede hablarse de la Eucaristía a los niños?
--Di Lorenzo: Los padres cristianos deberían educar a sus hijos, desde que son
muy pequeños, al amor eucarístico. Me viene a la mente, en concreto, una
espléndida figura, como la de Antonietta Meo, «Nennolina», la niña romana que se
fue al cielo a sólo siete años, pronto será beata, que había recibido de sus
padres, profundamente cristianos, una educación religiosa sencilla y, al mismo
tiempo, fuerte, capaz de hacerle afrontar el penoso calvario de su enfermedad, y
que se alimentaba del amor a la Hostia.
A Nennolina apenas le dio tiempo para hacer su primera comunión seis meses antes
de morir y lo deseaba tanto. Pero hay otro episodio de su vida, en mi opinión
extraordinario, que hay que conocer: cuando Nennolina iba a la guardería
dirigida por las religiosas de la Santa Cruz en Jerusalén, con frecuencia vieron
y luego han testimoniado que la niña, antes de salir de su capilla para ir a
jugar al patio con los otros niños, se acercaba al sagrario diciendo en voz
alta: «!Jesús, ven a jugar conmigo!».
Esta frase es muy expresiva del grado de intimidad que la pequeña «Nennolina»,
tenía con Jesús Eucaristía. Una confianza sencilla y amorosa que aprendió sin
duda de sus padres.
--¿Cree que la comunión cotidiana pueda también guiar en el recto camino de
vida conyugal, como han demostrado los dos cónyuges beatos Luigi y Maria
Beltrame Quattrocchi, así como Celia Guérin y Louis Martin, padres de santa
Teresa di Lisieux, que iban a misa juntos todos los días?
--Di Lorenzo: Para seguir con la respuesta a su pregunta anterior, afirmo que,
sin duda, la comunión diaria y la adoración eucarística han forjado generaciones
de santos y beatos, imprimiendo a su vida un dinamismo espiritual fuera de lo
común.
Del mismo modo, han sido pilares de la vida espiritual de niños santos como
Nennolina o, sólo por dar algún otro nombre, los beatos pastorcillos de Fátima;
y de reflejo han marcado fuertemente el camino espiritual de numerosos
matrimonios.
Luigi y Maria Beltrame Quattrocchi han sido ya elevados por la Iglesia al honor
de los altares; los padres de santa Teresita, Celia y Louis Martin, lo serán
prontísimo, probablemente la próxima primavera, cuando el Papa visite Francia; y
hay otros matrimonios candidatos a los altares. Todos ellos mantenían una
intensa vida eucarística, desde un camino ascensional del alma que, en la propia
y personal dinámica de la vida de pareja, de ella obtenía su alimento, la propia
savia vital de la Eucaristía. Como las plantas viven de luz, ellos han bebido en
la fuente del Amor.
La meditación sobre la Eucaristía, en efecto prepara el terreno espiritual al
seguimiento de Cristo y a la experimentación del camino hecho a menudo de luces
y sombras, de fe y duda, en el descubrimiento a veces desgarrador, de la propia
fragilidad humana; pero en una perspectiva salvífica, en la que incluso el dolor
adquiere un sentido, en el sacrificio incruento de Cristo que se repite cada día
en el altar y en el que todo se cumple y se santifica en el encuentro cotidiano
con la Hostia que nos genera a la vida cada día.