CAPITULO IX 

La Eucaristía en nuestras culturas latinoamericanas. Nuevos retos en la vivencia y celebración eucarística.


Aproximarse a este asunto, exige el ser conscientes de que Latinoamérica es hoy una realidad muy compleja, fruto de diferentes tendencias, mentalidades y modos de obrar de aquellos que la habitamos, la compartimos, la gozamos y la sufrimos.

Es precisamente en ésta situación real y concreta en donde hemos de encontrarnos con Jesucristo. Es en una cultura y en una situación específica en donde el hombre y la mujer latinoamericanos, hemos de encontrar el sentido y la razón de ser de la eucaristía y de su misterio salvífico.

Multidimensional de la situación en la cual nos encontramos. Los comensales de nuestras eucaristías son hombres y mujeres, nacidos en una situación pluricultural, en unas realidades de indescriptible egolatría y en unos espacios, símbolos, gestos y movimientos que nos desbordan y nos abruman. Igualmente estamos en medio de unas culturas y sub - culturas de vida y de muerte, de entrega y de donación, de exclusión y rechazo, de injusticia y de explotación.

Es indiscutible que la vivencia de la eucaristía se afecta, dadas las realidades en que la celebramos, así como en la situación cultural y socio – económica en la cual nos encontramos. Es indudable que debemos pensar la fe, desde nuestro lugar cultural, para recrear el Evangelio en las líneas post conciliares, pues una fe que no se hace cultura, es una fe infielmente vivida, es una fe no pensada completamente.

Nuestras culturas han valorado sin medida el tener, el placer y el poder sin inmutarse ante las grandes miserias, las indescriptibles desigualdades de aquellos que no tienen voz y carecen de todo genero de poder.

La eucaristía en nuestro medio debe ser una verdadera " fracción del pan" pues lo que busca, es la realización de todos nuestros hermanos latinoamericanos invitándonos a vivir la celebración como una entrega de vida por los demás.

Tenemos múltiples retos y desafíos en nuestro medio, no solo por la multiplicidad de culturas y por la violencia y la corrupción política y social, sino tambien por el crecimiento incontrolado de la superstición, la magia, el fetichismo, la brujería, el satanismo y el espiritismo.

No podemos, en esta enumeración de retos y desafíos, olvidar el crecimiento de los curanderos, los hechiceros y los parapsicólogos, aparte del uso desmedido, por parte de nuestros hermanos latinoamericanos, de los talismanes, los médicos invisibles y los mediums.

Igualmente proliferan los nuevos movimientos religiosos libres llamados " sectas" que originan el aislamiento, la indiferencia por la situación política y económica de la región y el enclaustramiento que trae consecuencias alienantes para nuestro desarrollo, razón por la cual el neoliberalismo norteamericano los protege y apoya. En el fondo las sectas son un reduccionismo que excluye a aquellos que no piensen igual o que sean diferentes.

Entre estas sectas nos han invadido en Latinoamérica, las llamadas iglesias marginales como los adventistas, los mormones, los testigos de jehova, los gnósticos, los Hare Krishna y los mitas de Aarón entre otros, que apartándose del cristianismo, buscan adeptos entre los desadaptados a su religión, en especial de la católica.

Tambien tenemos, las iglesias libres, como los cuáqueros o sociedad de amigos, el ejército de salvación y los niños de Dios.

Llegaron tambien los movimientos religiosos no cristianos que ya citamos al inicio, y otros movimientos como la " Nueva Era" que no es una nueva secta sino un movimiento contracultural de finales de este milenio y que contiene ocultismo y esoterismo, pensamiento mítico y mágico y un poquito de cristianismo mezclado con ideas de la astrofísica.

Especial mención merece la presencia del satanismo que ha tomado mucho espacio en algunos grupos de adolescentes y jóvenes universitarios.

Ante estas realidades, hemos de celebrar la eucaristía dirigiéndola al servicio fraterno, pues la fraternidad es la que constituye la presencia de Jesucristo resucitado, que se expresa como un ser – para – los - demás. No es posible entonces separar la vida de la eucaristía, ni la ética del culto, pues toda celebración debe ser un compromiso que lleve al logro permanente de la justicia y a la construcción sin tregua de la fraternidad.

Hemos visto que ante las situaciones que vivimos, han surgido posiciones positivas que quizás nos dejan asombrados como las actitudes de perdón en medio de la violencia, de reconciliación, de rechazo al conflicto violento e incluso actitudes de generosidad y acogida hacia todos aquellos que hacen tanto mal en nuestro Continente. Es posible que estas nuevas posiciones, nazcan de una nueva forma de vivir la eucaristía, como sacramento del amor permanente.

Otros retos que tenemos para la vivencia y celebración de la eucaristía fuera de los anotados, es el de la ausencia de signos y de símbolos. Necesitamos hoy, una correcta comprensión y utilización de los signos y de los símbolos que en otras épocas era " sospechoso" analizarlos y comprenderlos pues se decía que los sacramentos eran " signos sensibles" percibidos por los sentidos y que por eso lo importante era la materia y la forma, es decir, el pan y el vino para la eucaristía, el agua para el bautismo, el óleo para la confirmación y la unción de los enfermos, y las palabras " yo te absuelvo" para la penitencia y reconciliación, siempre que fueran dichas correctamente sobre los elementos o sobre los sujetos, para que los sacramentos causaren su efecto. En una palabra, para esa mentalidad, la gracia estaba garantizada por la materia y la forma, de acuerdo con el "ex opere operato".

Hoy por el contrario se quiere dar relieve a los símbolos, a los signos y al estilo de los mismos. Hay una nueva sensibilidad ante los símbolos en el mundo, para superar el torrente de palabras al que hemos recurrido, para ocultar el lenguaje simbólico. Hemos olvidado que en la comunicación humana el 20% es verbal y el 80% simbólico o no verbal, de ahí que utilizar bien el símbolo será vital en la eucaristía, para no caer en el racionalismo que muchas veces acaba con la expresividad del hombre y de la mujer y por esto tenemos personas apagadas emocionalmente pues no viven el mundo de los símbolos. En una palabra, en la vida sacramental, vivimos una grave crisis de lo simbólico, lo que nos impide entender el valor de nuestras celebraciones, las cuales no son elaboradas con criterios de visión contemporánea de la teología.

Es básico valorar los símbolos y al mismo tiempo dejar que los símbolos, sean ellos religiosos o no, hablen, para que adquieran su pleno significado. No podemos pasar por alto los símbolos aunque nos parezca inútil hacerlo, pues nos dan la posibilidad de apartarnos de ciertas actitudes pragmáticas que muchas veces manejamos por defender lo práctico y lo explícito. Ante esto, conviene no subestimar la fuerza de los símbolos, para colocar por encima de ellos lo práctico , pues como se dice " los planes mejor pensados resultan, a veces desatinados. Y aquí cabe el ejemplo de cuando en U.S.A. planificaron la moneda de un dólar y se vieron las ventajas prácticas de dicha moneda, pero no los problemas e intereses simbólicos, se vieron las soluciones prácticas pero no las reales. La gente no aceptó que una moneda de un dólar que parecía a la de 25 centavos, valiera lo que se pretendía, es decir, no es bien visto por el mundo tener un dólar tan pequeño. Aquí entonces jugó un papel preponderante lo simbólico y eso sucede en nuestras celebraciones en donde se planifica lo práctico pero se olvida lo simbólico.

La alabanza al Señor hay que proclamarla con los labios, con gestos y con actitudes que comuniquen y manifiesten la fe, la alegría y la unidad, pero de " modo sacramental" es decir, visible y en donde cada sentido desempeñe su propio papel. El oído actúa en la proclamación de la Palabra, los cantos, los silencios, los tonos de voz. La vista observa la estética del lugar, los colores, el orden, la pedagogía de las acciones, la manera de vestir de los ministros. El tacto aunque parezca ajeno a las celebraciones ocupa su lugar cuando nos saludamos al llegar, cuando nos unimos para alguna oración especial, cuando nos damos la paz y cuando nos despedimos.

El gusto en las celebraciones con grupos particulares cuando se reparten elementos comestibles para significar la unidad de la asamblea, como por ejemplo en un ágape, que supone cosas bien preparadas y hasta el olfato que percibe el aseo de un lugar y la ambientación del mismo.

Un último reto en nuestras celebraciones es el papel del arte escénico que se ha olvidado pues se perdió casi por completo la presentación escénica como catequésis y todo se redujo a un estereotipo inexpresivo y racional de la celebración. Y este reto hay que asumirlo pues, aunque sabemos que la celebración no es una representación teatral, debe caber la expresividad ya que las sociedades modernas, nos han convertido en seres inexpresivos, a – páticos y a – temporales.

La piedad popular es otro reto que hemos de mirar de frente pues está profundamente enraizada en nuestra cultura y extendida en todos los niveles, clases sociales y sectores culturales, siendo ella el medio más importante para el encuentro con Jesucristo. Tenemos entre ellas las peregrinaciones, el rosario, los sacramentales como el agua bendita, los cirios pascuales y otros como las oraciones a las ánimas benditas o del purgatorio, las novenas y las procesiones. Esta piedad popular manifestada en la llamada religiosidad popular es sin duda expresión de la inculturación de la fe y por tanto es manifestación de unas formas religiosas autóctonas que es importante saber incluir en las celebraciones.