Capitulo VIII

La celebración de la eucaristía a partir del Concilio Vaticano II.


Aspectos doctrinales y pastorales de la " Institutio Generalis " de Pablo VI.

Reflexión teológica sobre las cuatro plegarias eucarísticas del Misal Romano de Pablo VI y sobre otras plegarias.

La concelebración y sus perspectivas teológicas.

Si bien es cierto que nuestro curso es sobre la teología de la eucaristía, no nos es posible pasar por alto el sentido que tomó el elemento celebrativo a partir del Concilio Vaticano II y muy especialmente a partir de los documentos que normatizaban el contexto teológico de los padres conciliares.

Es en 1969 cuando el Papa Pablo VI promulga la Constitución Apostólica Missale Romanum o Misal Romano reformado por mandato del Concilio Vaticano II, constitución acompañada de la importante " Institutio Generalis " u organización general de la eucaristía que habrá de ser modificada con cierto número de variantes en el año de 1975. A la Constitución le sigue un catálogo de lecturas bíblicas, así como la edición típica del nuevo leccionario, que en castellano tiene nueve libros.

Como era de esperar la Institución General del Misal Romano ( IGMR ) de Pablo VI, tiene un esquema muy diferente a las " Rúbricas generales del Papa Pio V" luego del Concilio de Trento, pues no se trata de una recopilación de ritos o rubricas sino que es la presentación de los aspectos doctrinales y pastorales de la celebración acompañada de ciertas indicaciones sobre la manera de presentar los ritos de la celebración.

Algo que me parece básico en el espíritu de esta reforma es que, la " Asamblea" es el primer actor de la celebración, pues la eucaristía es el memorial en donde el pueblo está presente para participar en él. Con el Concilio se esperaba que aquellas rúbricas llenas de detalles y en las cuales no se tenían en cuenta ni los niveles de fe, ni los niveles de cultura de la asamblea y mucho menos la situación social y psicológica concreta de los participantes, dejaran el campo a una nueva comprensión de la vida celebrativa, sin embargo, las cosas no han sucedido como realmente se esperaba. Se abrió camino para muchas opciones que permitían una variedad enorme de adaptaciones, pero la realidad ha sido otra por ignorancia y por temor al cambio de las tradiciones.

Tambien el Concilio, colocó en el lugar que les correspondía, los ministros y sus funciones para que se constituyesen en signo visible del cuerpo místico de Cristo y dejasen de ser los " dueños " de la celebración. Aparece el ministerio del lectorado para la proclamación de la Palabra, luego el ministerio del salmista o cantor para los salmos y el ministerio del acolitado con los ministros del altar. Se terminaron los tiempos en que los religiosos llamados legos, hoy laicos, se disfrazaban de subdiáconos y en que los estudiantes de teología se disfrazaban de diáconos, con el fin de realzar el brillo de la ceremonia.

Es indudable que se marcó una evolución en la comprensión teológica de la eucaristía buscando un nuevo estilo de celebración como, la presencia de un Cristo resucitado más que de un Cristo sufriente, caído y derrotado. Cristo es definitivamente el " protagonista " de la celebración junto con la asamblea y no el sacerdote, los cantores o las corales. Se destacó en forma precisa, la prioridad de la Palabra de Dios como verdadero alimento y para resaltar el aspecto pastoral en toda la estructura, se comprendió el sentido de participación activa y consciente por parte de la asamblea en la eucaristía. En cuanto a los documentos se refiere, todo lo anterior quedó muy claro, pero a nivel de la aplicación, nos quedamos más que cortos, pues se detuvo muy rápidamente el interés por esa nueva comprensión de la celebración contentándonos con cambios superfluos y con renovaciones sin fundamento histórico y muchas veces sin fundamento teológico.

Sin duda que el espíritu de la reforma propuesta por el Concilio Vaticano II fue mucho más avanzado, que lo propuesto posteriormente por las comisiones para aplicar dicho espíritu y por el " Consilium " nombrado por el Papa, pero se expresó la fe en el misterio eucarístico y se alimentó dicha fe con un estilo diferente de celebración. Igualmente se entendió que, entre la teología y la liturgia había una mutua relación complementaria y profundamente expresiva.

Destaquemos pues cómo el Concilio resaltó con el "rito de entrada", que los cristianos nos " reunimos" y debemos tomar conciencia de que constituimos una asamblea, una comunidad celebrante. No es solo reunirse como seres yuxtapuestos a quienes nadie conoce y nadie recibe. La entrada hace parte de toda la celebración y no es únicamente un " entrar a la iglesia"

Una vez congregada como verdadera asamblea, escucha, celebra y se alimenta de la Palabra de Dios y acompañada del eco del canto meditativo, utilizando el salmo, el papel fundamental de la homilía como respuesta actualizadora a la Palabra y aproximación a las realidades concretas de los bautizados. Dentro del esquema de la Palabra se recuperó el sentido de la profesión de fe y el de la oración universal.

Con las ofrendas, la plegaria eucarística y la comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo, se descubre el tercer elemento central de la celebración y que podríamos denominar la celebración sacramental, para terminar con un esquema de despedida de la asamblea que, una vez alimentada con la Palabra y la Eucaristía, regresa a sus quehaceres cotidianos para cumplir una misión en la sociedad de proclamar el evangelio para la construcción permanente de la Iglesia, allí donde cada bautizado se encuentra.

Es en resumen, un memorial vivido, mediante aquello de " celebrar el encuentro" ( ritos de entrada ), de "celebrar la Palabra" ( liturgia de la Palabra), de " celebrar el sacramento " ( liturgia de la eucaristía ) y en fin, de " celebrar el envío" ( ritos de conclusión ).

Puesto que no estamos en un curso sobre la liturgia de la celebración eucarística, nos hemos limitado a estas precisiones de orden teológico, sin detenernos en la estructura interna de toda la celebración, sobre la cual les entregaré una gran bibliografía para su consulta posterior.

Aspectos doctrinales y pastorales de las Institutio Generalis de Pablo VI

No podemos dudar que la teología eucarística de hoy está marcada por la reforma del Vaticano II, no solo por la Constitución Sacrosanctum Concilium y los documentos conciliares que llevaron a una importante evolución teológica, sino muy especialmente por la " Institución u organización general del Misal romano"( IGMR ) que fue promulgado en el año 1969, y el cual podríamos definir como, el directorio litúrgico – pastoral de la eucaristía para el siglo XX.

La aparición de este directorio conocido como el IGMR trajo consigo una serie de posiciones doctrinales y polémicas en algunos sectores de la iglesia, y muy especialmente en su ala conservadora pues se puso en duda la ortodoxia del documento firmado por el Papa Pablo VI comenzando por el rechazo al nuevo papel del presidente de la celebración pues decían que se había dado prácticamente todo el énfasis a la asamblea de los fieles y muy poco al presbítero presidente o sea poco espacio tenía el ministerio del presbítero pues creían que se había olvidado el sentido del sacerdocio ministerial para darle toda la importancia al sacerdocio real de los bautizados.

Otro punto de controversia doctrinal se centró en creer que la idea de la eucaristía como sacrificio había quedado en el olvido en los textos post - conciliares.

Un tercer punto controversial se fijó en la creencia de que el nuevo IGMR no manifestaba suficiente convicción en la presencia real de Cristo en las especies del pan y del vino acompañado de una lenguaje demasiado cercano al protestantismo, pues se hablaba, más de la " cena del Señor" y del " memorial " que de la misa o el sacrificio en sí. El ala conservadora de la Iglesia le reclamó al Papa el no expresar con claridad le relación de la eucaristía con la cruz, dejando entrever que la eucaristía era solo el memorial de la cena y de la cruz.

Pablo VI había precisado en el Proemio de su Institutio que, sencillamente el Vaticano II era la continuidad de Trento y que lo sucedido era que no se había podido llevar a cabo todo lo decidido en dicho Concilio por asuntos históricos y circunstanciales, pero que en el fondo estaban en la misma línea de reforma. Lo que sí defendió el Papa, fue que todo el documento quería ser fiel al hombre de hoy adaptando las decisiones de Trento, para el momento actual. Conviene mucho leer dicho Proemio o introducción, para situarse teológicamente en la realidad del Concilio Vaticano II.

Pero la presión conservadora fue tan fuerte que se vio necesario hacerle al documento pontificio en mención, algunas " variaciones " una vez promulgado. E la edición del año 1975, se le hicieron otras correcciones pero tambien el ala progresista presionó para hacer incluir otros asuntos que se habían " olvidado" como las nuevas misas rituales y las votivas, la clara supresión del subdiaconado y el cambio de los ministerios, así como la aprobación de los nuevos ministerios laicales y los nuevos prefacios. Esto influyó en la revisión del nuevo código de derecho canónico que en el año de 1983, elaboró unas nuevas normas de derecho litúrgico adaptadas al Concilio y que no nos corresponde estudiar.

Todo lo anterior ha tenido repercusiones en la vida pastoral de la Iglesia, pues se procuró hacer una lectura aplicada del Concilio Vaticano II a las circunstancias actuales del hombre y de las sociedades, dado el cambio permanente en las mentalidades respetando sus culturas y sus nuevas visiones del mundo o cosmovisiones. Los estudios de Martimort y de Borobio sobre la eucaristía y la celebración, son muy ricos en el desarrollo de este importante asunto.

Puesto que nuestro propósito no es el estudio de la "Institutio" porque esto corresponde al curso de liturgia, les sugiero leerse los Praenotanda de los documentos conciliares y de los pontificios, así como los de los libros litúrgicos en especial los leccionarios, pues considero que esos praenotanda, son grandes educadores de sacerdotes, seminaristas, religiosos en formación y laicos, dada su gran riqueza y su calidad teológico – pastoral.

Lo que ha faltado, es dedicarle tiempo a la adaptación y a la re – adaptación de la visión conciliar en los distintos ambientes y culturas. Definitivamente la reforma propuesta por el Concilio Vaticano II, no llegó a un feliz término ya que nos contentamos con algunas pocas adaptaciones sin continuar una lectura inculturada de los excelentes análisis proyectivos del Concilio Vaticano II.

 

Reflexión teológica sobre las cuatro plegarias eucarísticas del Misal Romano de Pablo VI.

 Aunque el Concilio Vaticano II no dio directrices sobre la revisión de la plegaria eucarística, se tomaron importantes decisiones para establecer formularios nuevos que abrieron importantes brechas, en la tradición romana de la unicidad de la plegaria.

Las modificaciones más importantes en el conocido canon romano o plegaria romana, se centraron en el relato de la institución, en la anámnesis y en los nuevos prefacios.

En cuanto al relato de la institución, después del " Esto es mi cuerpo " se añadió el texto " que será entregado por vosotros" con el fin de hacer referencia al misterio pascual. Igualmente se optó por decir todo en voz alta lo que suscitó una mayor participación de la asamblea.

En cuanto a la anámnesis se hace partícipe al pueblo de una aclamación dirigida a Cristo resucitado esperando su retorno y en cuanto a los prefacios, que son los elementos variables en la tradición romana, pasaron de diez, a más de dos docenas, inspirados en textos antiguos aunque con imitaciones muy pobres, para expresar una acción de gracias, unida a la teología de los tiempos fuertes y de las principales fiestas.

De todas formas el Concilio no buscaba únicamente una forma renovada de celebrar la Cena del Señor, sino alcanzar una nueva mentalidad y un nuevo espíritu en la celebración del misterio eucarístico. Así pues, las características más destacadas de las nuevas plegarias eucarísticas destacan el papel del Espíritu Santo, invocado inmediatamente antes del relato de la institución, para formar un solo elemento con las palabras de la consagración. Se le invoca en forma explícita sobre el pan y el vino para la transformación en el cuerpo y la sangre del Señor y tambien sobre los bautizados para su santificación y consagración.

La plegaria eucarística es una alabanza de acción de gracias y de consagración mediante la cual el sacerdote invita a la asamblea a elevar el corazón al Padre como reconocimiento de las grandezas de Dios, unido a la ofrenda del sacrificio. De aquí nace el gran interés por atribuirle toda la importancia a la dimensión eclesial de la celebración pues en ella se representa y se reproduce la unidad de los fieles que constituyen un solo cuerpo en Cristo, convirtiendo así la plegaria eucarística, en una verdadera profesión de fe, en la que toda la Iglesia se reconoce y se expresa.

Es indudable que la multiplicidad de las anáforas nos permite expresar ampliamente la fe de la Iglesia en la eucaristía así como la comprensión que tenemos de la historia de la salvación, las cuales encuentran una excelente expresión en la eucaristía. Dicha multiplicidad ha permitido no solo la variedad de la acción de gracias, sino sobre todo la adaptación cultural y la eclesialidad de la celebración, incluyendo las plegarias para las celebraciones con los niños aprobadas en 1974 y las plegarias sobre la reconciliación en 1975.

Contamos precisamente ante la variedad de culturas, con las plegarias del Sínodo de Suiza ( cuatro de las cuales fueron aprobadas por la Conferencia Episcopal de Colombia y conocidas como las Plegarias V - a – b- c- d ) con algunas variantes, las de Bélgica, las del Congreso Eucarístico de Manaos, Brasil en 1974, las del Canadá y algunas para las celebraciones matrimoniales. De todas formas, fuera de algunos intentos realizados en el Africa en especial en el Zaire para elaborar plegarias eucarísticas más acordes con los lenguajes autóctonos, la producción ha sido muy pobre o impedida por la Sagrada Congregación para el culto divino en su carta " Eucharistiae participationem" de 1973 e incluso en la declaración sobre las plegarias eucarísticas de la misma congregación en 1988.

Es indudable que se buscó un lenguaje más transparente para el hombre de hoy, sensible a lo novedoso y a lo creativo. Se necesitaba aplicar la "pedagogía de la variedad" frente a la conocida " pedagogía de la repetición" sin olvidar la clave de la eclesialidad, ni caer en extremos de variación pues el hombre, muchas veces necesita de la repetición para asimilar los conocimientos y los aprenderes, en especial, para aquellos que se ven precisados a celebrar diariamente la eucaristía.

No olvidemos que en la celebración la asamblea forma la nación santa, el pueblo adquirido por Dios, el sacerdocio real, para ofrecer junto con el presidente de la asamblea, la víctima inmaculada aprendiendo así a entregarse a sí misma teniendo conciencia de la presidencialidad como manifestación de la estructura teológica de la Iglesia.

De todas maneras la asamblea tambien expresa su participación mediante las aclamaciones, que aunque pocas, favorecen la comprensión de la plegaria y su dinámica. Contamos con las aclamaciones del dialogo inicial en el prefacio, del sanctus, de la anámnesis y del amén en la doxología . Nos faltan sin embargo, aclamaciones de alabanza al Padre, de invocación al Espíritu Santo después de cada epíclesis y algunas de carácter escatológico, después de la mención de los santos. Creo que tambien debería haber aclamaciones al memorial de la pascua de Cristo, sin romper el ritmo de la celebración. Estas aclamaciones deben ser vistas como unos " comentarios" de la asamblea a la plegaria eucarística, es decir, como "eco" a la alabanza, conjugando así el papel del presbítero con el protagonismo de la asamblea como verdadera comunidad sacerdotal.

La teología de las plegarias eucarísticas exige cada día mayor profundización pues no tenemos ni variedad, ni lenguajes adecuados, ni sentido de apertura con las culturas, ni sentido estético tambien acorde con las culturas y las mentalidades, sin olvidar la gestualidad y la corporeidad que exige la celebración, lógicamente sin convertirlas en una fatigante " gimnasia litúrgica" o en unos " aeróbicos eucarísticos"

Dado que la plegaria eucarística es la proclamación de nuestra admiración y de nuestra alabanza a Dios por la magnífica historia de la salvación y el memorial de la pasión, muerte y resurrección del Señor, en dicha proclamación está envuelta la grandeza y la cercanía del Padre pues el misterio de la nueva alianza de la cruz, se hace acontecimiento salvador para nuestro hoy.

Tenemos la obligación de profundizar los elementos y los mecanismos de actualización que dicho acontecimiento exige, así como tener una visión positiva y optimista de las realidades cotidianas, para invitar a toda la asamblea a caminar hacia cielos nuevos y tierras nuevas.

 

La concelebración y sus perspectivas teológicas.

Desde los primeros tiempos del cristianismo, contamos con la existencia de la concelebración eucarística , aunque el verbo "concelebrare" no se utilizara, ni tengamos suficiente información sobre su concepción, su teología y su práctica.

En el siglo II San Ignacio de Antioquía en su "Carta a los Filadelfios 4" nos habla de la única eucaristía presidida por el obispo rodeado del " presbyterium" o colegio de ancianos y de los diáconos, sabiendo que la Eucaristía es, una acción de la comunidad que hace comunidad, en donde cada bautizado ocupa su lugar y ejerce su función.

En el siglo III Hipólito de Roma en su "Tradición Apostólica 4" nos da el testimonio de una celebración común de la eucaristía en la que varios sacerdotes, celebran un solo sacrificio imponiendo las manos sobre las ofrendas y recibiendo los panes consagrados para distribuirlos al pueblo. En ese momento la plegaria eucarística estaba reservada al obispo presidente de la asamblea. Era entonces, más una concelebración de gestos, de participación silenciosa y de estructura jerárquica, que una concelebración de recitación colectiva y de estructura eclesial.

Entre los siglos IV y VI ante la fijación de los formularios eucarísticos y la multiplicación de las misas privadas, la concelebración perdió su importancia siendo reemplazada por el llamado "fermentum" - que ya conocemos - rito mediante el cual se expresaba el ideal de la única eucaristía de la comunidad congregada alrededor del obispo.

Entre los siglos VIII y XII los presbíteros estaban junto al altar, tenían en sus manos las ofrendas, recitaban la plegaria eucarística con el obispo y consagraban las especies, juntamente con quien presidía. Estas concelebraciones tenían lugar sólo en Pascua, Pentecostés, Navidad y en la fiesta de San Pedro. De esta forma se pasó de la concelebración de gestos, silenciosa y de estructura jerárquica a la concelebración hablada, recitativa y eclesial.

A partir del siglo XIII, ni siquiera en las grandes fiestas se concelebraba, reduciendo su uso a la ceremonia de consagración de los obispos y a la ordenación de los presbíteros.

Vemos pues que durante muchos siglos existió propiamente la concelebración implícita y silenciosa, gestual y jerárquica, sobreponiéndose a la concelebración explícita, gestual, recitada y eclesial como lo dijimos anteriormente.

En algunas tradiciones orientales y en especial entre los sirios y los etíopes, se habló de las "misas sincronizadas" en donde cada presbítero celebraba en su altar y con su propia ofrenda, pero recitando la plegaria en forma sincronizada. Incluso se llegó a aplicar lo de la misa sincronizada a la concelebración en un solo altar, pero en donde cada presbítero contaba con su propia ofrenda.

No sabemos a ciencia cierta si la intencionalidad de la concelebración en los primeros siglos era que todos los presbíteros "consagraran" o que simplemente fuesen "ceremonieros" es decir, unos presbíteros asistentes que no participaban en la celebración de la eucaristía, sino que solamente hacían presencia para solemnizar dichas ceremonias.

La cuestión que nace es si, manejando una tal mentalidad, había consagración conjunta o cada uno celebraba individualmente simulando una única celebración. No creo que sea posible reducir la concelebración a una colaboración en la confección sacramental como si el hecho de participar diciendo en con junto las palabras de la consagración, fuese lo fundamental de la concelebración olvidando la unidad en el sacerdocio.

De todas formas lo que contaba desde los primeros siglos era la unidad del sacerdocio en el altar, tal como lo precisó en el siglo XIII Santo Tomás de Aquino en la Summa Theologica III, q.82, a. 2 al afirmar que poco importa que sea uno solo o varios los que consagran, pues el sacerdote consagra in persona Christi. La eucaristía para el Aquinate, es el sacramento de la unidad de la Iglesia, unidad que proviene de la convicción de que todos somos "unum in Christo".

A principios del siglo XX, renace el interés por la concelebración con vista a la revalorización del aspecto comunitario de la celebración pues se había convertido en un acto de devoción personal.

El Papa Pio XII plantea en un discurso a los expertos en Liturgia reunidos en Asís en 1956, que Cristo, en lugar de actuar por medio de un solo ministro, actúa por medio de varios ministros, por tanto no basta con estar presente escuchando las palabras y las acciones del presidente de la celebración, sino que todos los presbíteros deben pronunciar las palabras consagratorias, de lo contrario lo que se haría sería una concelebración ceremonial, tal como se acostumbraba durante la edad media.

Con el Concilio Vaticano II se pusieron en evidencia cuestiones teológicas y pastorales de fondo a propósito de la concelebración, profundizando su significado teológico y renovando su estructura ritual. Se clarificó que había que preferir la celebración comunitaria a las celebraciones privadas e individuales, restaurando la concelebración, no con razones arqueológicas o sentimentales, sino con razones teológico – pastorales, con una eclesiología de comunión que debería reemplazar la eclesiología jerárquica, por lo menos a nivel de los documentos.

En 1965 se promulga el nuevo rito de la concelebración ( Ritus servandus in concelebratione missae) seguido de muchos documentos que precisaban la visión doctrinal y pastoral de la misma, modificando los ritos de la ordenación de presbíteros y de la consagración de obispos y adaptando la manera de celebrar para los sacerdotes enfermos, ancianos y ciegos. Se prohibe entre otras cosas, que durante la concelebración, se celebren misas privadas en la misma iglesia en donde se concelebra.

Queda claro que el obispo es propiamente el presidente de la concelebración y el presbiterio que lo rodea, es "un solo ministro" con él. Cuando el obispo no está presente, se habla de una "presidencia colectiva" siendo el presbítero presidente, un primus inter pares.

En 1967 con la instrucción "Eucharisticum mysterium" se declara que la concelebración es un modo excelente de celebración, pues es de gran utilidad pastoral para los fieles, dejando de ser algo excepcional o extraordinario, para convertirse en lo normal y cotidiano. Igualmente se precisa que todos los concelebrantes deben decir la primera y segunda epíclesis, el relato de la institución, la anámnesis y la doxología, pero en voz baja para que se destaque la voz del celebrante principal. En cuanto a los gestos se pide que todos se coloquen alrededor del altar después de la presentación de las ofrendas, sin cerrar el circulo, para evitar darle la espalda a la asamblea. Además se ordena que los otros ministros ( acólitos o diáconos ) no se coloquen entre los concelebrantes y el altar. Se prescribe que los concelebrantes extiendan las manos con la palma hacia abajo, como en el gesto de la imposición de las manos en el momento de la epíclesis. En cuanto al momento de pronunciar las palabras de Cristo sobre las especies, extender las manos es un gesto optativo ( si opportunum videtur ), pero si se hace, la palma de la mano debe estar orientada hacia un lado y no hacia el suelo como en la imposición de manos, pues se trata de un gesto demostrativo, no epiclético ni tampoco indicativo. El último gesto de los presbíteros concelebrantes, es el de inclinarse profundamente después de cada elevación.

Después de esta rápida síntesis histórica, vale la pena reafirmar que el redescubrimiento de la concelebración en la iglesia de hoy, tiene su nueva raíz en la eclesiología actual cuando se le da valor a la iglesia – comunidad construida sobre los sacramentos y en especial sobre la eucaristía que confiere toda su dignidad y realidad eclesial a las comunidades.

Podemos decir que la Iglesia existe, se realiza, se nutre, crece y se manifiesta en la eucaristía.

Así pues hemos de entender que concelebrar significa asociarse a la acción litúrgica del celebrante principal. Concelebrar es el modo original y típico de celebrar el culto de la nueva alianza. En fin, la eucaristía es una sinaxis o sea una reunión que manifiesta el signo sacramental alrededor de la mesa del Señor.

Este concepto debería ampliarse interpretando el Decreto "Ecclesiae semper" de la sagrada congregación de ritos, no únicamente sobre el hecho de que varios presbíteros celebren la misma eucaristía, sino que todos los bautizados como sacerdotes que son por el bautismo, actúan juntos con una sola voluntad y una sola voz para ofrecer el único sacrificio y juntos participar en él. No podemos considerar la celebración sólo como expresión de la unidad del sacerdocio pues la convertiríamos en una acción clerical pues sabemos que la eucaristía es celebrada por toda la asamblea, en donde cada bautizado ejerce su papel, es una acción común de todo el pueblo de Dios.

Este Decreto reafirma la unidad del sacerdocio y del sacrificio pero tambien la unidad del pueblo de Dios, expresada en la concelebración eucarística como acto colegial en el que todos convergen hacia el sacrificio único que construye la comunidad. De todas formas esta ampliación del Decreto es difícil ser considerada aunque sabemos que, es toda la asamblea la que celebra y el sacerdote el que preside. Si esto no se acepta tendríamos que cambiar incluso el termino "concelebración" por algo así como, co – presidir o co – consagrar, entre los presbiteros.

Conviene precisar que en la concelebración los sacerdotes participantes no celebran cada uno una misa, sino el único misterio de la Iglesia pues la concelebración es un acto colegial y la pluralidad de presbíteros no crea una pluralidad de actos sacrificiales, pues se trata de una sola comunidad de fe que está congregada para celebrar un único sacrificio por medio del ministerio del cuerpo sacerdotal que actúa in persona Christi.

En el caso de la comunidades religiosas en donde hay varios sacerdotes, la concelebración es expresión del vinculo de fraternidad que une a los sacerdotes, fundamentada en la ordenación y en la misión comunes. Aquí cabe preguntarse si cada sacerdote puede o no, recibir un estipendio personal, tratándose de un solo sacrificio y una misma y única ofrenda.

A modo de conclusión sobre el tema no olvidemos que la concelebración es entonces la expresión de la unidad del sacerdocio, de la unidad del sacrificio y de la unidad del pueblo de Dios y no un rito litúrgico , ni una práctica devocional, ni mucho menos una forma elegante de dar importancia a un acontecimiento clerical o social.

No olvidemos tampoco que la concelebración no debe aparecer como la reunión de la junta directiva de una corporación sentada frente a los socios o a los empleados, para que estos se limiten a ver, a oír y a callar. Los concelebrantes son parte de la asamblea y no dirigentes del culto, es decir, ellos no son la expresión de una presidencia ampliada, pues lo que hay es un solo presbítero que preside y los demás son dirigidos por él.

Tampoco olvidemos que los concelebrantes no son una coral para interpretar una Sinfonía, ni un gran coro griego o la agrupación de los maestros cantores del Volga. Es cierto que deben ser vistos, pero no escuchados pues su voz debe ser baja.

En la concelebración, quien preside no debe tener "asistentes" como se ve en algunas concelebraciones en donde nombran dos o tres concelebrantes "principales" como si fuera una misa solemne de tres padres, al estilo preconciliar, por tanto, los concelebrantes no deben sentarse junto con quien preside a excepción de la concelebración presidida por un obispo.

En fin, siendo que el símbolo esencial de la eucaristía es un pan y un cáliz, en la doxología no deben elevarse varios cálices y varios copónes, ni siquiera por razón de simetría, de elegancia o de estética. Quien preside eleva el pan y el diácono el cáliz. Punto y basta.