Capitulo VII

El Concilio Vaticano II y la evolución teológica de la eucaristía


Es en Diciembre del año 63 cuando se promulga la Constitución Sacrosanctum Concilium, cuatro siglos después de la reforma sugerida por el Concilio de Trento sobre la eucaristía.

Es en el capitulo segundo de dicha Constitución, en donde se formula una serie de directrices referentes al misterio de la eucaristía la cuáles se enmarcan en breves síntesis de teología bíblica que le dan al Documento todo el peso para la comprensión de dicho misterio. En Concilio es consciente de que, si en la celebración se margina la teología y se busca sólo el cumplimiento ritual, se cae o en un rubricismo de museo o en una inventiva arbitraria que no siempre conlleva a resultados satisfactorios.

En este capitulo el principal punto teológico radica en que el sacrificio eucarístico, es el memorial de la muerte y resurrección de Cristo, nuestro banquete pascual. Además se detiene en el tema de la comunión bajo las dos especies y en el de la concelebración. De todas formas, el Concilio se preocupó más, por la reforma de la celebración de la eucaristía, que por la teología eucarística y el culto al santísimo sacramento, a tal punto que apenas dos años después, el Papa Pablo VI, en su encíclica Mysterium Fidei, ya se quejaba de aquellos que proponían y llevaban a la práctica la opinión según la cual, en las hostias consagradas, que quedan después de la celebración del sacrificio de la eucaristía, el Señor Jesucristo no está presente. Por el año 67 con la instrucción Eucharisticum Mysterium ya se clarifica la legitimidad del culto a la eucaristía sobre todo ante la costumbre de venerar el santísimo sacramento con un especial culto de latría ( adoración ) al Dios verdadero, pues El debe ser adorado en la reserva eucarística aunque el pan hubiese sido instituido para ser comido.

Se precisa en el capitulo que venimos analizando de la Sacrosanctum Concilium, la institución del sacrificio eucarístico mediante el cual se perpetúa el sacrificio de la cruz, confiándole a la Iglesia el memorial de la muerte y resurrección del Señor como signo de unidad y vínculo de caridad, es decir, como banquete pascual.

La gran preocupación de los padres conciliares se centró como lo dijimos, en la celebración pues se destaca el interés por la participación de los fieles, la reforma del ordinario de la misa, la homilía, la oración de los fieles, el uso de las lenguas vernáculas y la comunión bajo las dos especies. Sin embargo, conviene detenernos en un asunto insospechado para los miembros del Concilio. Un buen número de miembros del Concilio, conocía las tradiciones litúrgicas y las fuentes, pero en general ninguno pensó que el uso de las lenguas vivas fuese a afectar incluso los enfoques teológicos de la eucaristía, pues con cada lengua viene detrás una cultura y una visión del mundo que sin lugar a dudas influyó en la nueva manera de percibir el misterio de la eucaristía. El uso de las lenguas vivas trajo consigo tambien la multiplicación de las plegarias eucarísticas y las celebraciones en grupos pequeños como se contempla en la instrucción Actio Pastoralis de 1969. Esta instrucción no pretendía fomentar la separación de los bautizados, ni constituir pequeñas iglesias o iglesias paralelas sino lograr una visión más profunda de la vida cristiana y estimular la solidaridad de esos pequeños grupos, acercando a los fieles entre sí y mejorando su formación. Estos grupos están constituidos por los religiosos y las religiosas, por los que se reúnen para hacer ejercicios espirituales o para realizar estudios religiosos, pastorales o misionales y en fin por grupos para diferentes apostolados y grupos de fieles que se interesan en cultivar su formación teológica y pastoral, como colaboradores en las parroquias o centros de culto

Tambien se cuentan entre estos grupos aquellos que se reúnen alrededor de los enfermos o los ancianos. La instrucción buscaba llevarlos a todos a una mayor conciencia del misterio eucarístico, mediante la inserción en la comunidad eclesial y la caridad.

No podemos olvidar el énfasis que el Concilio le dio a la unidad de los dos elementos constitutivos de la celebración eucarística, a saber, la liturgia de la Palabra y la liturgia de la Eucaristía los cuales deben estar íntimamente unidos pues constituyen un solo acto en la celebración eucarística pues se trata de la comprensión conjunta del misterio y de la participación en el sacramento.

Otro de los aspectos que es considerado por el Concilio como una gran riqueza para el misterio cristiano, es el del culto a la eucaristía fuera de la celebración pues si es bien entendido, constituye una dimensión que afecta tanto la comprensión teológica de la eucaristía como la espiritualidad y la praxis de la comunidad.

Darle más importancia al sagrario que al altar es una desviación así como dársela más a la devoción personal que a la celebración comunitaria de la eucaristía, por eso el Vaticano II recobró el sentido teológico de la comunidad dándole prevalencia a la celebración misma de la eucaristía sobre el culto al santísimo sacramento, pero colocando éste en el conjunto de todo el misterio eucarístico como lo pide el Decreto Presbyterorum Ordinis en el numeral 5, cuando nos invita a considerar el misterio eucarístico en toda su amplitud, pues en él se contiene el bien espiritual de la Iglesia, a saber Cristo, nuestra pascua, que da la vida a los hombres por el Espíritu Santo. Por esto el Concilio declara, parafraseando al Concilio de Trento, que la eucaristía es la fuente y la culminación de toda la predicación evangélica.

Se trata de tener una actitud coherente con el misterio, ante la convicción de la " permanencia " del Señor glorificado en los signos eucarísticos, permanencia que se basa en la Palabra del Señor y en la actuación del Espíritu santo sobre el pan y el vino. Se trata, en una palabra, de expresar la fe en la presencia real de Cristo en el pan y el vino. Cristo se hace presente en primer lugar en la asamblea de los fieles congregados en su nombre, luego en su Palabra, después en la persona del ministro y por supuesto en las especies eucarísticas, como nos lo dice la Instrucción post conciliar Eucharisticum Mysterium cuando nos recuerda que el sacrificio eucarístico es fuente y culminación de todo el culto de la Iglesia y de toda la vida cristiana.

Es indudable que en la vida necesitamos espacios de meditación , de contemplación y de gratuidad, pues vivimos inmersos en un océano de ruidos y de distracción. Estamos alejados de una oración reposada y meditativa, de una oración constituida por la admiración y la fe, que le dé calidad a nuestra vida en el Señor. En las interpretaciones de la teología eucarística del Concilio Vaticano II, se habla de la importancia, no solo de la "manducatio sacramentalis" sino tambien de la "manducatio spiritualis" fundamentadas en una actitud de fe, de amor, de alabanza y de entrega, de ahí que, bien entendido, el culto a la eucaristía, no solo lo celebramos sino que con él, prolongamos nuestra actitud de fe hacia el Señor.

Aquí vemos con más claridad que la finalidad de la eucaristía no es ni la presencia real de Cristo en el pan y el vino, ni el hecho de la celebración para comulgar sacramentalmente. El objetivo central de la eucaristía es que, logremos asimilar la comunión de vida que Cristo nos ofrece para participar en su vida, para participar en su alianza y para participar en su sacrificio pascual.

Ahora bien, en el culto eucarístico, el Señor sigue presente en actitud sacrificial, es un pan disponible y entregado, para ser comido por la comunidad. Para esto debemos darnos cuenta desde la fe, que hemos de tener una actitud de permanencia en Cristo para llegar con El a la entrega pascual. El Vaticano II deseaba que el culto a la eucaristía nos ayudara a prolongar nuestra actitud de alabanza y de entrega a lo largo de nuestra vida. El culto a la eucaristía debe ser entonces, un tomar en serio la donación eucarística y sacrificial de Cristo.

Por todo lo anterior, tenemos la responsabilidad de formar el pueblo de Dios en la comprensión de este binomio, Cristo acontecimiento de la cruz y, Eucaristía pervivencia del Señor glorioso. En una palabra la eucaristía como sacramento celebrado y la eucaristía como permanencia y como pan ofrecido que nos muestra que la comunidad celebra el memorial y prolonga su fe con el culto a la eucaristía.

El culto eucarístico no es entonces solo adoración, es una actitud continuada de fe, de acogida hacia Cristo en el misterio eucarístico. El culto a la eucaristía nos introduce en la profundidad de la riqueza admirable del sacrificio y en la riqueza de la donación del Señor. De esa manera la comunidad refresca la memoria de la pascua y se siente comprometida a vivir con las mismas actitudes que Cristo mostró con su entrega eucarística y con su entrega en la cruz.

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