La señal de la cruz
1. «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén». Así empieza la misa y así comienzan muchas acciones
nuestras. Y no nos damos cuenta de lo que hacemos, quizá porque
tenemos prisa por rezar. Nos parece que santiguarnos no es rezar,
sino un simple pórtico para rezar. No es que hagamos un garabato
en el aire, apenas reconocible; lo hacemos correctamente, pero sin
detenernos, sin particular atención, porque tenemos que rezar un
Avemaría o un Padrenuestro, o vamos a celebrar la misa. Sin
embargo, pocos momentos de oración hay tan intensos, tan
concentrados, como el hacer la señal de la cruz.
Imaginemos un turista que sube la escalinata de la catedral de
Santiago y atraviesa velozmente el pórtico para adentrarse en las
naves. Habría que agarrarlo del brazo, sujetarlo, detenerlo ante el
Pórtico de la Gloria, la gloria de esos apóstoles de piedra que
saludan y reciben a los visitantes. Algo así es el santiguarse,
magnífico pórtico por el que nos internamos gloriosamente en la
oración.
En castellano tenemos dos verbos y dos gestos: santiguarse y
persignarse. «Santiguar» es una derivación popular de
«santificare»; las dos formas coexisten en la lengua con significados
diversos, aunque prestando su etimología a la comprensión. Están
en la misma relación que mortificar y amortiguar, multiplicar y
amuchiguar, testificar y atestiguar, verificar y averiguar, pacificar y
apaciguar. Santiguar equivale a santificar o consagrar: su forma es
una cruz y una invocación trinitaria. «Persignarse» es aumentativo o
factitivo, como persuadir, perseguir, perturbar. Se ha reservado a la
triple cruz «en la frente, en la boca y en el pecho». El texto que
pronunciamos es una súplica de protección: «Por la señal de la
santa cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor». Función
protectora, frente a función consacratoria, del signarse o
santiguarse.
En esta primera reflexión voy a fijarme en la señal de la cruz con
invocación trinitaria que encabeza nuestra celebración eucarística.
Dos elementos hay que considerar: la señal y el nombre.
2. CZ/SEÑAL: La señal es un uso cultural muy antiguo, que
conserva su validez en nuestros días. Señal, marca, contraseña,
etiqueta, marbete, tarja, etc.: la pluralidad de sinónimos indica la
presencia multiforme de dicha práctica.
SELLO/SEÑAL: Las excavaciones en territorios del Oriente
Antiguo han sacado a la luz asas de jarra con letras o signos
grabados. Podían indicar el productor o el propietario de una
mercancía. Grano, vino, aceite producidos y cosechados por N., o
bien propiedad de N. Son innumerables los sellos en forma cilíndrica
provenientes de Mesopotamia y otros en forma de escarabajo
provenientes de Egipto. El artista grababa en ellos un diseño o una
escena en negativo. Era un trabajo de miniatura, a veces exquisito.
El cilindro se hacía rodar sobre un material blando y dejaba impresa
la escena en positivo. Había sellos de anillo, otros se suspendían
del cuello o de la muñeca. Podían pertenecer al rey, a un ministro, a
un secretario, y se empleaban con valor jurídico en los documentos.
La delegación de autoridad podía ir acompañada de la cesión del
sello personal.
También el Antiguo Testamento documenta la costumbre. «El
Faraón se quitó el sello de la mano y se lo puso a José» (Gn 41, 2),
delegando en él su autoridad imperial. Jezabel «escribió unas cartas
en nombre de Ajab, las selló con el sello del rey y las envió a los
concejales y notables de la ciudad» (1 Re 21, 28). El rey Asuero
dice a Ester y a Mardoqueo: «Vosotros escribid en nombre del rey lo
que os parezca sobre los judíos y selladlo con el sello real, pues los
documentos escritos en nombre del rey y sellados con su sello son
irrevocables» (Est 8, 8; cfr. 3, 12). Ya el patriarca Judá llevaba su
sello personal colgado de un cordel (Gn 38, 18.25). Jeremías usa la
imagen del sello para indicar una pertenencia muy personal del rey
al Señor: «¡Por mi vida, Jeconías, aunque fueras el sello de mi mano
derecha, te arrancaría! » (jr 22, 24). Según el profeta Ageo, el
Señor dice a Zorobabel: «Te haré mi sello, porque te he elegido»
(Ag 2, 23).
Así se indicaba la procedencia y la pertenencia: un edicto
emanado del rey, una casa propiedad de un personaje. La
costumbre pervive en nuestros días con cambios accidentales. Gran
parte de la publicidad, sí no toda ella, se monta sobre la marca, que
el consumidor debe reconocer. Vemos una circunferencia con tres
radios y reconocemos la marca del coche. Lo mismo sucede con
detergentes, licores y películas. Existe la marca o marco de calidad.
Pero también pone uno una marca, un ex-libris, en sus libros y se
bordan unas letras en sábanas o pañuelos. La costumbre moderna
es tan sabida, tan consabida, que hasta podemos recibir su impacto
de forma subliminar. Y por ella entendemos sin dificultad bastantes
textos de la Biblia.
3. Marca y señal en la Biblia. Voy a comentar unos cuantos textos
en que la marca dice posesión o tiene función protectora. Job recita
su alegato y después se lo entrega a Dios diciendo: ¡Aquí está mi
firma! o mi marca (Job 31, 35). El sumo sacerdote ostentaba una
diadema con una joya en la cual estaba grabado «Consagrado al
Señor» (Ex 28, 36-37). Isaías Segundo anuncia la restauración del
pueblo, su entrega al Señor:
44, 5: Uno dirá: Soy del Señor,
otro se pondrá el nombre de Jacob;
uno se tatuará en el brazo: Del Señor,
y se apellidará Israel.*
Como el propietario marcaba en el asa del cántaro su nombre, en
señal de propiedad, así los israelitas se marcan en el brazo el
nombre de su Señor y dueño.
Hacia el final del Cantar de los Cantares, ella habla
apasionadamente: «Grábame como un sello en tu brazo, como un
sello en tu corazón» (Ct 8, 6). Quiere ser plenamente del otro, estar
en él sin separarse jamás. No le pide que grabe su nombre en brazo
y corazón, sino «grábame» a mí, para ser totalmente tuya. Es lo que
ha dicho en otros términos: «Mi amado es mío y yo soy suya» (2,
16). Es la unión del amor, fuerte como la muerte. El queda marcado
con ella, para siempre.
El poeta del destierro aplica audazmente la imagen a Dios.
Jerusalén, la ciudad que personifica al pueblo, es la esposa del
Señor. Se queja de que su marido la haya olvidado, y él protesta:
«En mis palmas te llevo tatuada, tus muros están siempre ante mí»
(Is 49, 16). Como si llevara debajo de la piel un diseño de la ciudad
para recuerdo imborrable.
Está también la marca protectora. «El Señor marcó a Caín, para
que no lo matara quien lo encontrara» (Gn 4, 15). Esa señal indica
que está bajo la jurisdicción directa del Señor y que a nadie le está
permitido hacer justicia en el homicida. Ezequiel desarrolla el tema
en una visión. «Por sus pecados Jerusalén está condenada», y el
Señor despacha a los ejecutores de la sentencia. Conviene leer el
texto:
Ez 9, 1:
Entonces le oí llamar en voz alta: -Acercaos, verdugos de la ciudad,
empuñando cada uno su arma mortal. 2: Entonces aparecieron seis
hombres por el camino de la puerta de arriba, la que da al norte,
empuñando mazas. En medio de ellos un hombre vestido de lino, con los
avíos de escribano a la cintura. 3: Al llegar se detuvieron junto al altar de
bronce. La gloria del Dios de Israel se había levantado del querubín en que
se apoyaba, yendo a ponerse en el umbral del templo. Llamó al hombre
vestido de lino, con los avíos de escribano a la cintura, 4: y le dijo el
Señor:
-Recorre la ciudad, atraviesa Jerusalén y marca en la frente a los que se
lamentan afligidos por las abominaciones que en ella se cometen.
5: A los otros les dijo en mi presencia:
-Recorred la ciudad detrás de él, hiriendo sin piedad ni compasión. 6: A
viejos, mozos y muchachas, a niños y mujeres, matadlos, acabad con
ellos; pero a ninguno de los marcados lo toquéis. Empezad por mi
santuario.
Marca, en hebreo, se dice tau, o sea, la letra «tau», que
antiguamente se escribía con dos trazos en cruz. El escribano va
marcando la «tau», la cruz, en la frente; una señal que significa
«fieles al Señor», y en virtud de la cual se salvan de la matanza. Es
una garantía patente que han de respetar los verdugos. Algo
parecido a aquella marca de sangre en jambas y dinteles de las
puertas, cuando por las vías de Egipto pasaba el exterminador
cobrando tributo de primogénitos. (Ex 12, 23). O como la cinta roja
en la casa de Rajab, junto a la muralla de Jericó, que sirvió para
salvar a toda la familia (Jos 2, 81).
El Apocalipsis recoge y transforma la escena de Ezequiel:
AP 7, 2:
Vi después un ángel que subía de oriente llevando el sello de Dios vivo.
Con un grito estentóreo dijo a los cuatro ángeles encargados de dañar a la
tierra y el mar: 3: -No dañéis a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que
marquemos en la frente con el sello a los siervos de nuestro Dios. 4: Oí
también el número de los marcados: ciento cuarenta y cuatro mil de todas
las tribus de Israel.
4. Con los textos precedentes hemos pasado del contexto cultural
genérico al contexto religioso de la Biblia. Un par de veces nos ha
salido ya el nombre como señal. En la diadema del sumo sacerdote,
en el tatuaje de los fieles al Señor. El nombre puede ser la marca o
parte de ella. Nosotros reconocemos el coche por esa
circunferencia con tres radios y también por su nombre, Mercedes.
El hijo lleva el nombre del padre, de quien procede: Ezequiel hijo de
Buzi, Jeremías hijo de Jelcías. El templo lleva el nombre del Señor;
los altares se dedican invocando el nombre del Señor. La bendición
se realiza «imponiendo», invocando el nombre del Señor sobre la
comunidad.
5. BAU/FORMULA: En contexto cristiano, San Pablo nos dice
que «donde hay un cristiano, hay una nueva creación» o nueva
humanidad; hay un origen nuevo, un pertenecer nuevo. El cristiano
se incorpora por la fe a Cristo y queda marcado. El bautismo es una
señal, una marca vitalicia que no se borra; esa marca es nada
menos que el sello del Espíritu, impuesto por Dios; con él Dios
santifica (o santigua), consagra. Desde ese momento hay un
hombre nuevo, porque es hijo de Dios. Al ser adoptado recibe una
participación de vida divina, empieza a vivir con un aliento nuevo.
Ef 1, 13:
Y por él también vosotros, después de oír el mensaje de la verdad, la
buena noticia de vuestra salvación, por él, al creer, fuisteis sellados con el
Espíritu Santo prometido, garantía de nuestra herencia, para liberación de
su patrimonio, para himno a su gloria.
4, 30:
No irritéis al Espíritu de Dios, que os selló para el día de la liberación.
El nacimiento a vida nueva se expresa eficazmente en el símbolo
del agua como seno fecundo de la Iglesia; se añade como gesto la
señal de la cruz y la invocación o dedicación al Padre, al Hijo y al
Espíritu Santo. Señal y nombre.
Hace falta una aclaración importante, porque la fórmula
castellana «en el nombre de» puede entenderse mal. Hemos visto
en hebreo dos casos de consagración al Señor con la expresión
leyahwe, o sea, la preposición de entrega o pertenencia y el nombre
personal (Ex 28, 36 e Is 44, 5); en otros casos se emplea el término
«nombre»:
2 Sm 7, 13:
El edificará un templo en mi honor / a mi nombre (lismi).
1 Re 3,2:
Un templo en honor del Señor (lesem Yhwh).
Mal 1, 11:
Ofrecen sacrificios y ofrendas a mi nombre (lismi).
En cambio, para significar que se actúa «en nombre de otro», en
representación de alguien, el hebreo emplea la preposición be-: Ex
5, 23; Dt 18, 20.22; 1 Sm 25, 5.9; 1 Re 22, 16; Jr 20, 9, etc. En el
primer grupo el traductor griego usó el dativo, tô onomati; en el
segundo usó en onomati. La fórmula bautismal de Mt 28, 19 emplea
una fórmula inequívoca de consagración «al nombre ... », eis to
onoma. En castellano, cuando uno hace o actúa «en nombre de»,
está representando a otra persona o entidad; pero no se usa la
expresión «consagrar, dedicar al nombre de N», sino sencillamente
«dedicar a N»; sí aceptamos «poner a nombre de», como traspaso
de posesión. Por eso puede resultar engañosa la fórmula bautismal
«te bautizo en nombre del Padre»; como si el oficiante actuara en
representación del Padre. El verdadero sentido es una dedicación
total, una consagración, un poner a nombre de la Santísima
Trinidad.
6. Así de grande es la señal de la cruz y el nombre trinitario sobre
esa criatura, que empieza a ser «superhombre», hijo de Dios
marcado para siempre. Pero nuestra vida no es sólo el hecho
radical ontológico, el fundamento último indestructible, porque
nosotros somos conciencia y libertad. Nuestro ser profundo se va
desarrollando o articulando a lo largo de acciones minúsculas o
grandes, cotidianas o decisivas, íntimas o patentes, de las cuales
tenemos conciencia, nos acordamos o nos olvidamos. El hombre es
un ser unitario, profundo, que se realiza en múltiples facetas.
Por el hecho de actuar como cristiano, podemos decir que toda la
actividad de un hombre marcado brota marcada. Pero, dado que
nos poseemos por la conciencia refleja y poseemos nuestro obrar
por la libertad, queremos marcar conscientemente cada obra y
actividad nuestra, cada día nuestro, con la marca o señal del
cristiano. Lo profundo que subsiste en nuestro existir va a
manifestarse en una actividad que emprendemos, en el nuevo día
que amanece trayéndonos el programa de nuestras tareas y quién
sabe si alguna propina imprevista. Entonces santiguamos ese día,
ese viaje, esa tarea, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo.
Marcamos nuestra actividad y nuestro reposo, gozos y dolores
con la señal de la cruz y el nombre trinitario, y así vamos realizando
nuestro ser cristiano a lo largo de la vida. Y también nuestra muerte
será marcada con la señal de la cruz. No que obras y acciones
necesiten una nueva consagración, cuando el manantial de la
existencia está ya consagrado por el bautismo; es que añadimos a
cada acto el esplendor de la conciencia, el dinamismo de la
libertad.
¿Y qué significa marcar nuestra actividad con la señal de la cruz?
La cruz significa sacrificio por amor, es muerte para la resurrección.
La señal de la cruz sobre nuestras obras significa anular nuestro
egoísmo y liberar para el amor. Significa renunciar a la vanidad, al
prestigio, al afán de poseer o dominar, para consagrar la obra a
Cristo. Es un sacrificio propio para una vida más alta. Una obra que
realizo por pura vanidad no puede llevar la señal de la cruz, no está
crucificada, no está santiguada cristianamente; una obra de
apostolado por amor al prójimo está ofrecida y consagrada:
Rom 14, 7:
Porque ninguno de vosotros vive para sí, ninguno muere para sí. 8: Si
vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor: en vida
o en muerte somos del Señor.
Anular el sentido egoísta de una acción es marcarla con la cruz;
es también liberarla y dejarla disponible para un dinamismo nuevo,
trinitario. He aquí la grandeza y la responsabilidad de santiguarse.
Pues bien, cuando comenzamos la obra más importante de la
semana o del día, al empezar la Eucaristía, nos santiguamos en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y el sentido
trinitario de la celebración eucarística, que volverá a expresarse en
varios momentos, queda proclamado desde el principio.
LUIS ALONSO SCHÖKEL
MEDITACIONES BÍBLICAS SOBRE LA EUCARISTÍA
SAL-TERRAE SANTANDER 1987. Págs.
9-17
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* Todas las citas bíblicas están tomadas de la Nueva Biblia Española,
traducida por L. ALONSO SCHÖKEL y J. MATEOS (Madrid 1975).