XLVIII Congreso Eucarístico Internacional
 Guadalajara, México.
Octubre de 2004.
 


 

LA EUCARISTÍA, LUZ Y VIDA DEL NUEVO MILENIO

 


II. "LA LUZ BRILLA EN LAS TINIEBLAS
Y LAS TINIEBLAS NO LA VENCIERON" (Jn 1,5)

Luces y sombras del mundo actual

18 Jesús es la luz y la vida (cfr. Jn 8,18). Estas palabras son como la síntesis de todos los bienes que Él nos ofrece y que se compendian en el misterio de la Eucaristía. Pan y vino son medios para mantener la vida natural. Análogamente, si no comemos el pan eucarístico, no alimentamos la vida recibida en el Bautismo. Es una vida que se va perfeccionando porque en la Eucaristía se aumentan las virtudes y se promueven todos los dones espirituales, a fin de llevarnos a la salvación, para la cual fue instituida.

A diferencia de la vida natural, la vida de la gracia no tiene límite. En el horizonte de este nuevo milenio aparecen interrogantes y esperanzas, luces y sombras; es la eterna lucha de las tinieblas por opacar la luz. El Salvador ya ha venido y su presencia en la Eucaristía es una garantía de salvación para nosotros y para la historia.

Las luces

19 Su Santidad el Papa Juan Pablo II pide frecuentemente que miremos las luces que hacen este mundo amable, digno de afecto, a pesar de su miseria. Porque el Hijo de Dios se hizo carne en un mundo hermoso que su Padre había creado bueno, al hacer cada una de las cosas (cfr. Gn 1,10.12.18.21.25).

En el Nuevo Testamento, san Lucas contrapone los hijos de la luz con los hijos de este mundo; san Juan nos dice que Dios es la plenitud de la luz. Cristo, como revelación del Padre, es luz que se revela a los hombres, pero este mundo que es tinieblas no recibe la luz. Como hijos de la luz estamos llamados a darle sentido, a resaltar esos rayos de luz, de los cuales destacamos algunos en particular:

20 Es una dicha constatar el aumento del número de católicos en los últimos años, el crecimiento de muchos movimientos eclesiales, un esperanzador despertar de la vida espiritual. El seguir a Jesús sigue siendo respuesta a las inquietudes de tantos hombres y mujeres en el mundo. Igualmente percibimos un aumento de vocaciones sacerdotales y a la vida consagrada, motivo de esperanza de un futuro mejor.

21 La defensa de la dignidad y los derechos humanos, en nombre del Evangelio, es un aspecto central en la misión y labor de muchos cristianos. El Papa Pablo VI decía: "La Iglesia se declara, en cierto sentido, durante todo el Concilio, sierva de la Humanidad".5 Una gran luz es el ver cómo la Gloria del Señor se ha manifestado "a lo largo de los siglos, y especialmente en el siglo que hemos dejado atrás, concediendo a su Iglesia una gran multitud de santos y de mártires [...] Mensaje elocuente que no necesita palabras, la santidad representa, al vivo, el rostro de Cristo" (NMI 7). También son signos de esperanza: la caída de los totalitarismos ateos, los nuevos espacios de libertad y el progreso de la democracia en muchas naciones.

22 El hombre busca la verdad, no quiere vivir en la mentira; por eso el Papa, con justa razón, ha propuesto a los jóvenes una magnífica tarea: la de hacerse "centinelas del mañana" (cfr. NMI 9; Is 21, 11-12). La Eucaristía será siempre para ellos el sol que ilumina y da calor a sus vidas; en ella encuentran al que es la Vida. En la Eucaristía no es sólo el hombre quien busca a Dios, es Dios quien busca y espera al hombre.

23 La Iglesia nos ha hablado frecuentemente de la cultura de la vida, nos presenta el valor incomparable de toda persona humana y de cómo "el evangelio del amor de Dios al hombre, el evangelio de la dignidad de la persona y el evangelio de la vida son un mismo Evangelio" (EV 2). La Eucaristía, Pan de vida eterna, nos lleva a proclamar una vez más que el valor de la vida humana es sagrado desde su concepción hasta la muerte natural. En cada encuentro con la Eucaristía, Jesús nos recuerda: "¡Respeta, defiende, ama y sirve a la vida, a toda vida humana!" (EV 5).

24 La comunidad cristiana y la sociedad civil han propuesto, y siguen proponiendo, muchas iniciativas en beneficio de los más débiles e indefensos. Los hijos se aprecian como un don de Dios. Surgen centros de ayuda a la vida. Se da un mayor aprecio al progreso de la ciencia, la técnica y la medicina, siempre que se pongan al servicio de la dignidad de la persona humana y al bien común de las naciones. Se nota una aversión más fuerte a la pena de muerte y a la guerra, como solución de los conflictos (cfr. EV 26-27).

25 Igualmente, respecto de la naturaleza, se tiene una mayor conciencia de que los hombres hemos recibido en ella un regalo y una tarea, la de ser administradores de la creación. De hecho, el pan y el vino eucarísticos, fruto de la naturaleza y del trabajo del hombre, representan el anhelo de llevar a plenitud toda la creación que gime con dolores de parto, esperando la redención (cfr. Rom 8,22).

26 Agradecidos por las luces que hemos constatado, nos preguntamos: ¿cómo se pueden incrementar los aspectos positivos en el mundo actual, implorando para ello la gracia divina y aportando nuestro esfuerzo y responsabilidad?

Las sombras

27 Nos encontramos con graves problemas: vivimos en una globalización ambivalente, y por eso a veces excluyente. Aparecen sistemas económicos salvajes que no tienen en cuenta al hombre, culturas poderosas que excluyen a las más débiles; la brecha entre ricos y pobres en vez de acortarse se ensancha.

28 Lamentamos el oscurecimiento de la conciencia moral, la pérdida de la capacidad de amar hasta el fin, el terrorismo, la muerte y el sufrimiento ocasionados por la violencia, el desinterés por la verdad, la desunión de las familias, el dolor de vivir la vida sin sentido, el aborto mediante el cual se mata sin piedad a los más indefensos, empleos precarios que van asfixiando lentamente la vida individual y familiar de muchos.

29 Las tinieblas parecen ensombrecer el camino del cristiano: "Entre estos pecados se deben recordar ‘el comercio de drogas, el lavado de las ganancias ilícitas, la corrupción en cualquier ambiente, el terror de la violencia, el armamentismo, la discriminación racial, las desigualdades entre los grupos sociales, la irrazonable destrucción de la naturaleza’. Estos pecados manifiestan una profunda crisis debido a la pérdida del sentido de Dios y la ausencia de los principios morales que deben regir la vida de todo hombre. Sin una referencia moral se cae en el afán ilimitado de riqueza y de poder, que ofusca toda visión evangélica de la realidad social" (EA 56).

30 Notamos una ausencia de Dios, que va siendo excluido de la vida privada y de la vida social, mientras proliferan manifestaciones de una religiosidad sectaria y fanática, con frecuencia fundamentalista o de una espiritualidad vaga sin referencia a Dios y sin compromiso moral.

31 Estas y otras luces y sombras, propias de nuestro tiempo, nos obligan a preguntarnos: ¿Qué hacer para que nuestras comunidades, con la vocación cristiana de hijos de la luz, ofrezcan al mundo los frutos de la luz: bondad, santidad y verdad? (cfr. Ef 5,8).