Universidad Católica Andrés Bello.

Departamento de Pastoral

Curso de Confirmación

  http://www.ucab.edu.ve/pastoral/confirmacion/tema7.doc

 

- El Hombre Interroga a Dios

-       Oh Dios, tú existes y todo lo que existe  viene de ti.

-       Dios es Amor

 

 

El hombre interroga a Dios

 

Dios mío, si existes y el universo, a mi alrededor, habla a gritos de la existencia, Dios mío, si existes, Dios mío, si yo tengo un alma y mi cuerpo mismo me dice que hay en él algo que no es él, que él no es más que una parte de sí mismo, esa parte preciosa que me une al resto de la creación, pero que hay en mí otra cosa, otra cosa que yo llamaré ‑ poco importa el nombre ‑espíritu, alma o pensamiento, eso que me permite franquear los límites del espacio, escapar al minuto presente, retrocediendo en el tiempo preparando el porvenir.

 

Dios mío, si tú existes, Dios mío, si yo tengo un alma ¿la dejarás abandonada o lejos de tí?

Nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.

 

Dios mío, si yo tengo un alma,

un alma que pide ser saciada      

y a la que no le bastan para saciarse ni la carne,

ni el vino, ni el lujo,

si yo tengo un alma que tiene tantas exigencias,

¿no le darás la inmortalidad?

¿No la tiene por sí misma,

puesto que nada en ella puede morir?

¿No le concederás verte

con los ojos del amor que son los ojos del alma?

Yo to veré, Dios mío,

y yo veré to infinito amor consigo.

 

Dios mío, tú existes, Dios mío, yo tengo un alma, y, por tanto, creo que, a pesar de la distancia, estamos hechos el uno para el otro.

 

Dios mío, tú lo sabes, hay momentos en que el vértigo se apodera de mí, el vértigo de la duda, y mi razón, que es tan pequeña, queda en la oscuridad. Por eso no has querido dejarme solo con mi razón.

 

Tú no eres el ingeniero que pone en marcha la máquina y empieza a pensar en otra cosa. Tú me has hablado, to palabra viviente se ha hecho hombre. Jesucristo, háblame, yo te escucho:

 

«Que vuestro corazón no se turbe. Vosotros creéis en Dios, creed también en mí. Sí, en la casa de mi Padre, hay muchas moradas, y yo voy allí a prepararos un lugar.

 

Si esto no fuera así, os to habría dicho. Y cuando yo me haya ido, y os haya preparado un lugar, yo volveré y os tomaré conmigo, a fin de que donde yo estoy, estéis vosotros también»

 

Oh Dios, tú existes y todo lo que existe viene de ti

 

            Sí, ese pájaro que pasa, existe, y el canto de ese pájaro más ligero

todavía que él, ese canto que se apaga apenas nacido, existe también. Y la

tierra más compacta y el desierto más estéril con miles de millones de

granos de arena... Existen y yo existo. Detente un momento y reflexiona en

esta maravilla: tú has llegado a la existencia; hubieran podido sucederse

miles de millones de hombres sin que tú hubieses llegado a ser, a existir.

Podría haber ocupado otro lugar, otro que, tal vez, se hubiera parecido a ti

como se parecen dos hermanos gemelos, pero que no serías tú; tú habrías

quedado en la nada, en una posibilidad. Te hubiera faltado to esencial: ser,

existir.                         `

 

Una riqueza inagotable.

Y comprende que esta existencia es más grande todavía que la vida. Yo soy, existo. Pero también existe una piedra, y existe la nieve...

Así, poco a poco, voy descubriendo la inmensa riqueza que representa este nacimiento de algo de, desde la cosa más insignificante y más efímera a la más duradera y a la más alta: yo soy, ella es...

Y este nacimienlo prosigue, mi ser dura: el mismo, a pesar de renovarse constantemente. Veo las fotografías de años atrás y me veo, niño sonriente primero, después muchacho serio ante el objetivo, joven que se cree ser algo y, ahora, viejo de cabellos encanecidos. Soy el mismo ser y, sin embargo, mi apariencia ha cambiado tanto que un compañero de escuela no me reconocería.

 

Una fragilidad dolorosa.

De repente, mi experiencia desemboca en este pensamiento: «Pero yo no existiré siempre». Este verbo ser o existir, que yo conjugo en presente desde que nací, lo dirán de mí en el ‑pasado los que me sobrevivan. Eso puede ser esta noche, mañana: «Eran...ha sido...». Y acabarán diciendo: «Pero ya no existe...»

Así, mi ser, esa cualidad maravillosa que me ha acompañado, mejor dicho, que me ha constituido en todas mis fibras, ya duerma, ya vele, ya (llore, ya ría, este ser mío es algo verdaderamente frágil y siempre amenazado. Salió de la nada y vuelve a la nada. Toda existencia, aun la de la más antiguas montañas, Ilegará un día en que ya no será. ¿Las estrellas? ¿La Vía Láctea? Un día, dentro de diez, cien o mil millones de años ‑¿qué importa el plazo? ‑ volverán de nuevo a la nada.

 

Pero veamos cuál esta cualidad sin la cual nada es, por la que, al mismo tiempo, se derrama como la arena en la mano de un niño que se esfuerza en retenerla y que acaba por exclamar: «ya no hay más!»

 

 

El extraordinario verbo ser.

Hemos de recordar que nosotros, las criaturas, no podemos conjugar este verbo ser ‑existir‑ más que con una ayuda del verbo tener. No podemos decir «yo soy«, sino «yo tengo» el ser».

Yo lo tengo, pero como algo que puedo perder. Yo digo «tengo vida» y nunca se me ocurriría decir «yo soy la vida» Tengo el ser, tengo la existencia, pero lo tengo como se tiene un regalo que se ha recibido, que se usa, que se gasta.

El sol perderá un día su ser. Y lo perderá también el universo. Pero la realidad es que, al decir yo soy, no hablo de una ilusión. La nada no puede tener un lápiz en la mano. Sí, yo soy y, al mismo tiempo, yo no soy, no tengo más ser que la vida, puesto que llegará un día en que yo no seré. Todo lo que yo soy lo tengo, es decir, lo he recibido. Todo lo que yo soy me ha sido dado.

Al llegar aquí, voy a hacer mi balance: yo soy, pero yo soy el «Yo soy». Yo tengo. Pero ¿de dónde me viene, pasajera, si pero tan real, esa cualidad sin la cual nada es...?

 

Dios, fuente del ser.

Sí, yo tengo la existencia, pero no la tengo por sí mismo. Si la tuviera por sí mismo, no consentiría jamás en abandonarla. La tengo de otro que me la presta, que me la da, que me la comunica.

Yo no soy la existencia, del mismo modo que el espejo, por muy iluminado que esté, no será nunca lá luz. El espejo tiene esa luz, la refleja, pero la fuente de la luz está fuera del espejo, está en el sol o en la lámpara. Ellos son la luz.

Así Dios, en relación a todo lo que existe, es como el sol en relación a todo lo que está iluminado.

La fuente de la luz es el sol.

La fuente de todo lo que existe es Dios.

Todo lo que está iluminado en este momento lo debe al sol que le da la luz.

Igualmente todo lo que existe lo debe a Dios que le da en el minuto mismo esta cualidad única: existir...

 

Dios es el único que no dice: «yo tengo el ser, la existencia, la vida» Sino que dice«yo soy el ser, la existencia, la vida» y doy el ser, la existencia y la vida a todo lo que existe»

 

 

Dios Es amor.

 

Dios es el Otro, misterioso y aterrador, pero, al mismo tiempo es el muy Próximo, atrayente y atractivo.

AI acercarse a éi, el hombre, se siente sobrecogido por un escalofrío, experimenta violentamente el sentimiento de su nada como el buzo que va a arrojarse al mar, como un paracaidista a punto de saltar al vacío.

Ante Dios, Abraham se siente «polvo y ceniza». Moisés se esconde en el hueco de una roca como el beduino en medio de la tempestad de arena. Ellas cubre su rostro con un pliegue de su manto.

El soldador no puede mirar a la llama sin que se dañen sus ojos. Los sabios que trabajan en energía atómica reciben quemaduras por las radiaciones invisibles. Pero Dios es más ardiente que todas las llamas y que todos los rayos: «Nadie puede verme y quedar con vida», dice Dios a Moisés

Nosotros disminuimos cada vez más esta terrible grandeza de Dios, pero, a pesar de eso, ante este abismo inagotable de grandeza, un terror sagrado se apodera del hombre: «¿Dónde me esconderé, Señor, lejos de to rostro?»

El hombre de hoy se olvida de esto cuando pide cuentas a Dios. Pero Dios mismo le responde:

¿A quién me podréis semejar o comparar?

¿A quién me asemejaréis para que seamos parecidos?

Yo soy Dios y no existe ningún otro,

Yo soy Dios, no hay otro como yo.

A Dios no se le trata como un camarada o a un criado encargado de hacer nuestros recados. Presentarse ante él es algo infinitamente terrible.

En algunas épocas de la historia se comprendió esto mejor que ahora, pero tal vez el segundo aspecto de Dios (que no es más familiar) se les olvidaba un poco. Porque el Temíbie es también, al mismo tiempo, el infinitamente lleno de ternura.

El amor de un hombre y una mujer, aunque sea un amor hundido, siempre es la más alta experiencia del calor, de intimidad‑, de ternura, de confianza en el amor, de abandono en el otro.

Ahora bien, Dios, que se ha servido de las comparaciones más fuertes para enseñar y testimoniar la elección única que ha hecho de nosotros y la ternura más afectuosa de su amor, ha comparado su amor por nosotros con el amor del hombre por una mujer, aunque sea infiel y al amor que tiene un padre al hijo «de su propia carne».

¿Dónde podríamos encontrar una declaración de amor más hermosa?

 

a                                                                                            Me casaré contigo en matrimonio perpetuo,

                        me casaré contigo en derecho y justicia;

                        en misericordia y compasión,

                        me casaré contigo en fidelidad

                        y to penetrarás del Señor.

                                                            (Os, 2, 21‑22)

 

Como to haría un hombre lleno de ternura, Dios añade a estas palabras de amor, sus más hermosos regalos:

                       

Te puse vestidos recamados,

                        zapatos de cuero fino,

                        una banda de lino fino

                        y un manto de seda.

                        Te adorné con joyas,

                        puse brazaletes en tus muñecas

                        y un collar a to cuello.

                        Puse pendientes en tus orejas

                        y una espléndida diadema en to cabeza.

                        Brillabas así de oro y plata, vestida de

                        lino fino, de seda y recamados.

                        Flor de harina, miel y aceite era to alimento.

                        Te hicistes cada día más hermosa y llegaste

                        al esplendor de una reina

                                                            ( Ez 16, 10‑14).

 

                                                Pero la mujer amada es indigna y, movida por su infidelidad y su

                        inconsciencia, ofrece a a otros los regalos de que había sido colmada.

                        Pero a pesar de la inconsciencia de la humanidad Dios sigue siendo

                        fiel:

 

¿Cómo podré abandonarte...?

Se me revuelve el corazón, se me conmueven las entrañas.

No cederé al ardor de mi cólera, no to destruiré...;

Que soy Dios y no hombre,

_                      soy el Santo y no me gusta destruir.

(Os II, 8‑10)

Vuelve que volveremos a encontrar la dicha... ‑

(Os 14. 8‑10)

Al amor vehemente de un hombre devorado por la pena, añade Dios toda la fuerza concentrada de un padre para sus hijos: 

 

Cuando Israel era joven le amé,

desde Egipto llamé a mi hijo.

Cuando le llamaba, él se alejaba,

ofrecía incienso a los ídolos.

Yo le enseñé a andar, le alzaba en brazos;

y él no comprendía que yo le curaba.

Con cuerdas humanas, con correas de

amor le atraía; era para ellos el que

levanta el yugo de la cerviz, me

inclinaba y le daba de comer.

(Os II, I‑5)

 

Pero al amor paternal le falta todavía algo;

¿Acaso olvida una mujer a su niño de,pecho,

sin compadecerse del hijo de sus entrañas?

Pues aunque ella llegase a olvidar yo no me olvidaré de tí...

(Is 49, 15)

 

Violencia del esposo abandonado, atención inagotable del padre, paciencia siempre despierta de la madre. Así ha escondido Dios en el centro mismo de nuestros sentimientos de hombre, la hondura de su fuerza, de su ternura y de su intimidad para con nosotros.

 

 El Dios temible es, a la vez, el Dios cercano y el Dios amoroso. Esta alianza de altura inaccesible es el inefable misterio de Dios.