SECULARIZACIÓN Y FE
ALBERT DONDEYNE
I. EL HILO CONDUCTOR
SECULARIZACION/FE
El título de este artículo nos servirá de hilo conductor a lo largo de
nuestra exposición.
"Secularización y fe": tres palabras que desde el punto de vista
lógico, diríamos son dos términos y una cópula: el término
«secularización», el término "fe" y la cópula (conjunción) "y" que es sin
duda el elemento más importante e indica relación entre los dos
términos.
La secularización es uno de los "slogans" de nuestra época. La
palabra viene de «saeculum» que significa: el mundo de los laicos, o
más exactamente el mundo a secas, pues este mundo es tanto el
mundo del sacerdote como el del laico. De hecho se trata del mundo
profano que llamamos también "el siglo". La secularización hace
pensar en la elaboración del «siglo», del mundo profano, realizada en
familiaridad con las exigencias de este mundo, respetando su
autonomía.
Observemos que las expresiones secularización y «secularismo»
pueden recibir dos matices en cuanto a su significación, como todas
las palabras terminadas en los sufijos "ción" o "ismo" (democratización,
desacralización, desclericalización, etc.). Pueden reflejar un estado de
hecho: así frecuentemente entendemos como "democratización" de la
enseñanza, una cierta situación de la enseñanza. Pueden también
indicar una tarea a cumplir, un deber: la democratización de la
enseñanza significa entonces que la enseñanza y la educación deben
llegar a ser accesibles a todos, en igualdad para todos los niños.
Según el contexto, la palabra secularización recibe la significación de
una situación, o la de una tarea. Matiz que debemos tenerlo
constantemente presente. De todos modos, la transformación del siglo
es una de las grandes tareas de nuestra existencia, pues el hombre es
un ser "constructor de un mundo". El proceso de unificación de nuestra
tierra implica como consecuencia el deber de construir un mundo en el
que haya espacio, libertad y paz para todos y cada uno. Lo cual sólo
puede realizarse con la colaboración de todos los hombres de buena
voluntad.
Esta gran tarea, ante la que nos encontramos, la expresamos así: es
la dimensión horizontal de nuestro estado de hombre. ¿Por qué
"horizontal"? Para expresar que el mundo es nuestro horizonte vital, el
medio en el que vivimos y trabajamos, un medio que debemos
construir y reconstruir nosotros mismos para hacerlo digno del hombre.
El segundo término de nuestro título es: fe. Fe divina significa: fe en
Dios, confianza en Dios que se ha revelado como Emmanuel en Cristo,
lo que significa "Dios con nosotros y para nosotros".
Para el creyente, el siglo no es la última respuesta. Es Dios.
Eso no significa que el creyente está convencido que detrás o
encima o en el interior del mundo debemos pensar en un principio
director que se llamaría Dios, de la misma forma como en las
moléculas hay también átomos y en los átomos todo tipo de elementos
subatómicos tales como electrones y núcleos, que también pueden ser
divididos.
CREER/QUE-ES:Creer en Dios no quiere decir solamente que
aceptamos la existencia de Dios, sino que le reservamos un lugar en
nuestra vida. En el interior de la dimensión horizontal hay, pues, lugar
para una dimensión distinta: una dimensión vertical o dirigida hacia
Dios, una dimensión «teologal» o "divina", en el sentido en que
decimos que la fe, la esperanza y el amor son virtudes teologales,
originadas en Dios y que tienen a Dios mismo por objeto. Fe,
esperanza y amor tienen su raíz en la revelación que Dios realiza de sí
mismo a través de Jesucristo. Esta es la razón por la que Dios figura al
principio y al fin de nuestro credo: «Creo en Dios, Creador del Cielo y
la Tierra, y creo en la vida eterna", es decir, en la vida que está en
Dios y de la que hemos llegado a participar por la fe. D/CONOCER:
Como dice San Juan: "La Vida eterna consiste en poder conocer a
Dios". No se trata aquí de un conocimiento estrictamente conceptual o
abstracto, sino de una aprehensión real por la que Dios desea
convertirse en la gran realidad para el hombre. "Conocimiento", en el
sentido que tiene esta palabra en una expresión como: un muchacho
conoce a una joven. Aquí no significa que el muchacho posea un
conocimiento teórico de ella, sino más bien que ella ha entrado en su
vida y ésta ha cambiado completamente en plenitud. Cuando Dios
entra en la vida de un hombre, todo resplandece de novedad.
Queda la pequeña conjunción "y". Con ella queremos señalar
determinada relación entre los dos términos precedentes. El fenómeno
de secularización debe realmente "reconciliarse" con la fe divina.
Nuestra atención debe especialmente aplicarse sobre esta relación. El
fenómeno de secularización -el hecho de vivir en un mundo
secularizado, es decir, en un mundo para adultos- repercute sobre
nuestra fe. Para algunos, este fenómeno de secularización tiene el
efecto de problematizar nuestra fe tradicional y sobre todo nuestra
visión tradicional de Dios. Entienden que la imagen de Dios,
transmitida por la Tradición, ya no coincide con el carácter secular de
nuestro mundo existencial. Este es el tema central de la famosa
teología de "la muerte de Dios", movimiento teológico
americano-protestante que partiendo de un análisis de la
secularización, concluye que nuestra imagen tradicional de Dios no
puede ya sostenerse, está moribunda y debe ser repensada. La
expresión "Dios ha muerto" viene de F. Nietzsche; la encontramos en
una página suya sobre el "hombre loco". ·Nietzsche-F cuenta allí que
cierta mañana un demente irrumpe en la ciudad con una linterna
encendida, gritando "¡Dios ha muerto! ¡Dios ha muerto!" La gente
corrió a preguntarle: "¿Qué te pasa?", el loco dijo: «¿Dónde han
enterrado a Dios, dónde está?» «Nosotros, los más asesinos entre los
asesinos, hemos asesinado a Dios.» Según algunos, este pasaje no
significa que Dios no exista (esta no sería la idea de Nietzsche, al
menos en ese momento).
D/MUERTE-DE: Igualmente para los teólogos de esta tendencia
"Dios ha muerto" no quiere decir que Dios no exista, sino que ya no
encontramos a Dios por todas partes como antes, cuando Dios parecía
interpelarnos en cualquier lugar: en el nacimiento de un niño, en un
amanecer, en el abrirse de una flor o en la maduración de un
sembrado. Esto ya no sucede en nuestro mundo secularizado, un
mundo propiamente cerrado sobre sí mismo, en el que Dios
permanece silencioso. La literatura sobre la muerte de Dios está en
alza, a punto de conquistar el mercado del libro religioso. Los más
importantes teólogos de la muerte de Dios son Altizer, Hamilton, Paul
van Buren en The secular meaning of the Gospel; Robinson en
Honest to God (Sincero para con Dios). Por otra parte los grandes
inspiradores de este movimiento son: Bonhoeffer con la idea de un
cristianismo arreligioso, Tillich y Bultmann. La mayoría de estas obras
están traducidas actualmente y hacen furor. Su lenguaje es un
lenguaje protestante y anglosajón, es decir, poco preocupado por una
formulación dogmática precisa, con la consecuencia de que muchas
personas comprenden mal la cuestión y piensan que se trata de un
nuevo tipo de ateísmo. De hecho, lo que plantean estos autores es el
problema de la fe en relación con la secularización.
Sea lo que sea, es evidente que el fenómeno de secularización
plantea problemas complejos a la Iglesia y a la Cristiandad. Es
justamente esta relación entre secularización y fe divina, significada
por la insignificante conjunción «y», lo que constituye en definitiva la
materia de este artículo.
MUNDO/SECULARIZACION Comencemos, pues, por una
descripción del fenómeno de la secularización. Considerándolo sobre
todo como situación, particularmente como el hecho de que vivimos en
un mundo secularizado, llamado también mundo desacralizado.
Desacralización que debe ser considerada como la continuación de un
proceso de maduración, de acceso a la edad adulta. Pues la
implicancia recíproca entre lo sagrado y lo profano es característica de
una sociedad arcaica, es decir, precientífica.
II. EL MOVIMIENTO DE SACRALIZACION Y DE
DESACRALIZACION
En una sociedad arcaica -indiscutiblemente el caso de los pueblos
primitivos y en cierta medida el de la Edad Media, e incluso el de
Flandes hace unos veinte años- se experimenta como "sagrado",
«santo», «distinto», todo lo que escapa del dominio del hombre y se
revela al mismo tiempo como una potencia absoluta, que decide la
suerte del individuo y de la comunidad.
Dentro de estas realidades están sobre todo el cielo y la tierra,
pues sin lluvia ni rayos solares, sobre los que el hombre no tiene
poder, y sin la fertilidad del suelo, el hombre moriría de hambre. Por
esto, todavía decimos hoy, hablando del sol y del buen tiempo: "el
tiempo de buen Dios". Tenemos la impresión de que los rayos solares
dependen más de Dios que la electricidad que producimos nosotros
mismos. Claro que nosotros no fabricamos la electricidad, pero
tenemos esa impresión porque dominamos su uso. Al contrario, no
tenemos ningún poder sobre esta luz, sobre este cielo que nos rodea y
nos da vida y calor; de ahí que es una cosa santa, algo que reposa en
las manos de Dios: el tiempo del buen Dios. Para los antiguos, el cielo
era un espacio habitado por espíritus; el sol era algo divino. La misma
concepción se verificaba con respecto a la fertilidad de nuestra madre
la tierra, seno del que salen todos los seres vivientes y al cual se
reintegran después de la muerte.
Otra gran realidad que fue siempre sacralizada es la vida y la
fecundidad. Cuando la mujer -es ante todo la mujer la portadora de la
fecundidad- es estéril, la raza muere: el hecho más grave que puede
suceder. Por lo mismo la fecundidad y el hijo eran considerados como
bendiciones de lo alto. Se hablaba de "la bendición de los hijos".
Expresión que desaparece ahora progresivamente por la de
"paternidad y maternidad responsables". Por el hecho de que hoy
sabemos mejor cómo hacer que una mujer no tenga hijos y cómo
intervenir para provocar la fecundación, se produce un proceso de
desacralización. No es que la vida tenga hoy menos valor que antes,
sino que la implantación de la vida aparece hoy mucho más como un
proceso biológico dominado por el hombre.
Otra realidad, considerada siempre como sagrada, pero que pierde
lentamente dicha sacralidad, es la autoridad así como los
representantes de esa autoridad. En la sociedad primitiva, si
desaparece el respeto por la autoridad y por aquellos que la encarnan,
la sociedad se disgrega; el patrimonio espiritual del conocimiento y la
sabiduría, acumulado por las generaciones precedentes, se dispersa,
y la raza está amenazada en su misma existencia. De ahí, la aureola
de sacralidad alrededor de los soberanos. Hasta antes de la guerra, el
emperador del Japón era un hijo del Cielo, y en la sociedad primitiva el
patriarca es simultáneamente padre del clan, juez, rey y sacerdote. El
catecismo que yo estudiaba de niño, a la pregunta: "¿por qué
debemos honrar a nuestros padres?", respondía: «porque son quienes
nos guían en nombre de Dios». Son realmente los ministros de Dios.
Decir esto a la juventud de hoy es hacer el ridículo. La autoridad está
desacralizada, igualmente la autoridad religiosa.
Aun para las máximas autoridades eclesiásticas, Papa y obispos, el
ejercicio de la autoridad es hoy bien difícil. Todos los superiores de
comunidades monásticas se encuentran con dificultades análogas. Es
mejor así. Antes el superior era un ser sagrado al que había que
obedecer ciegamente: Dios hablaba por su boca. Para el hombre
moderno, eso ya no es tan evidente, y las relaciones entre superior y
subordinados se han vuelto más complejas y difíciles. Deben llevar el
sello de la madurez y permitir el diálogo.
Otra realidad sagrada era el destino de un pueblo. El hombre
individual y el pueblo en cuanto grupo, no tienen ningún poder sobre la
determinación de su destino. De allí la idea de Fatalidad. La Moira
griega se encontraba por encima de los dioses y los hombres. Bajo la
influencia del cristianismo, la idea de Fatalidad da lugar a la de la
Divina Providencia. "Francia hija mayor de la Iglesia", expresión que
revela la creencia en un tipo de vocación divina, en una misión.
Gezelle pudo todavía escribir: "ser flamenco es ser cristiano". Hoy, no
lo entendemos ya así. Los flamencos son hombres como los otros. Son
llamados al cristianismo como cualquier otro pueblo, no son un pueblo
privilegiado de Dios por el hecho de ser flamencos.
La emoción intelectual, fuente de dones para el artista, de
sabiduría para los sabios, y de valentía para los héroes, es igualmente
percibida dentro de la cultura arcaica como algo sagrado, fruto de un
"daimon" (una fuerza sobrenatural) en el hombre. El poeta no se hace,
se nace poeta por la gracia de Dios. El hombre moderno dirá: es una
disposición psicológica, la manifestación de una percepción intuitiva.
Finalmente, una última realidad también sacralizada siempre, es la
voz de la conciencia moral, voz que desde nuestro interior nos habla
con todo el poder de un mandato sin condiciones, con la autoridad del
Altísimo. La voz de la conciencia es como la voz de Dios en nosotros.
No debe asombrarnos, por tanto, que en una sociedad primitiva,
todas estas realidades fuesen sentidas como santas, como poseyendo
una esencia diferente a la de las realidades del mundo que
dominamos. "Santo" significa en hebreo "kadosh", es decir,
"separado", diferente. (En la Edad Media, por ejemplo, estaban
convencidos de que la bóveda celeste era de una materia distinta a la
de las cosas terrestres.) De ahí proviene que las realidades sagradas
se conciban como la sede o la manifestación de fuerzas
sobrenaturales: espíritus, demonios, dioses, Dios; fuerzas
sobrenaturales que uno debía esforzarse en conquistar cultivando su
trato. Y el culto religioso consistía esencialmente en sacrificios,
ofrendas, prácticas rituales, oraciones, festividades. Era necesario
estar "bien" con estos seres, pues ellos decidían la suerte del hombre.
Si uno iba de caza, debía ofrecer un don a la diosa de la caza, porque
el bosque y los animales le pertenecían. Si alguien se embarcaba,
debía antes presentar una ofrenda al dios del Mar, pues el hombre no
tenía ningún poder sobre la tempestad y su pequeño barco era muy
frágil; debía estar protegido por el dios de la navegación.
El mundo existencial del hombre primitivo es, pues, un mundo
sagrado, lleno de hierofanías, es decir, de realidades naturales u
objetos culturales en los que lo sagrado se nos muestra, nos habla. En
la mayoría de los pueblos primitivos el sol es el lugar de la presencia
de una divinidad. Lo mismo la luna, los árboles, las plantas, etc. Son
símbolos de la fecundidad. De ahí que en estos pueblos, la religión -en
el sentido amplio de culto de los poderes sagrados- constituya la
piedra angular de la vida social, profana.
Sin el cumplimiento fiel de las prácticas religiosas, la sociedad se
disgregaría. El Año Nuevo es la ocasión de festejar los
acontecimientos de los Orígenes y prácticamente, de repetir
ritualmente esos acontecimientos que produjeron el nacimiento de la
tierra y la humanidad. Si esto no se cumple, el año siguiente será malo
y el mundo volverá a caer en su primitivo caos. Hay, pues, una
implicación muy estrecha entre lo sagrado y lo profano. No hay
acontecimiento importante que no tenga una dimensión sagrada.
Vivimos entonces en una sociedad dominada por lo religioso.
No se necesita, ciertamente, precisar que lo sagrado aquí es de
naturaleza cosmo-vital. Son considerados como sagrados, sobre todo,
el cosmos en tanto que totalidad, y la fecundidad de la vida. En esta
visión del mundo no hay una distinción neta entre creatura y creador.
Estamos metidos en un mundo de demiurgos y de espíritus.
III. FACTORES DE DESACRALIZACION
BI/SECULARIZACION
La desacralización o la secularización del mundo existencial es un
fenómeno típicamente occidental que ha invadido el mundo entero
partiendo del Oeste. Casi todos los etnólogos y fenomenólogos de la
religión están de acuerdo en decir que el proceso de desacralización
fue puesto en movimiento por la religión bíblica. Tiene su origen en
ella, porque, para la religión bíblica, hay una clara distinción entre
Dios, Creador del cielo y de la tierra, y el mundo creado. Para la Biblia,
Dios es ya el completamente Otro. Confió la tierra al hombre, y el
hombre es señor de la tierra, así como Dios es Señor del cielo. Que el
hombre sea señor de la tierra, eso es un regalo de Dios. Los exegetas
modernos acentúan el hecho de que aunque todavía permanecen
muchos elementos míticos en la Biblia, estos elementos indican, sin
embargo, una desacralización. Dios no vive en el arco iris, ni éste es
una manifestación de Dios, sino el signo de su buena voluntad.
Otro factor importante que contribuye a la desacralización y la
secularización es el progreso de la ciencia moderna positiva y la
extensión de los regímenes democráticos. Las ciencias modernas de la
naturaleza, la astronomía, etc., han mostrado que el cielo y la tierra
surgen de la misma materia que la de los objetos habituales de este
mundo. La biología moderna ha hecho crecer poderosamente nuestro
dominio sobre la vida y sobre la fecundidad. Y en este sentido, todavía
hablamos de que "habrá buen tiempo, si Dios quiere", pero esta
expresión proviene más bien de un estado cultural anterior. Incluso nos
fastidia un poco esta expresión, porque sabemos que mientras
nosotros imploramos buen tiempo, nuestro vecino ruega
probablemente por un tiempo diferente. Mientras en verano, el que
está de vacaciones en la costa, da gracias a Dios porque el barómetro
se mantiene en "buen tiempo", el trabajador, a tres kilómetros de
distancia, reza para que caiga un poco de lluvia sobre sus campos.
La democracia, naturalmente, ha tenido una gran influencia sobre la
desacralización de la autoridad y de los portadores de la autoridad.
Propiamente hablando, la democracia los ha alejado de su sagrado
trono. La idea de una autoridad "de derecho divino", basado en un
derecho proveniente de Dios, ha desaparecido completamente de la
sociedad occidental. E incluso la misma autoridad de los padres ha
perdido mucho de su carácter sagrado. Podemos afirmar lo mismo con
respecto a la Fatalidad y al destino. La idea de fatalidad, "moira" en
griego, ya no tiene lugar en la historia moderna; lo que hacemos es
buscar los factores que expliquen por qué un pueblo va a jugar un rol
determinado en el mundo, en un momento dado. Y en cuanto a lo que
tiene que ver con las expresiones creadoras que surgen del espíritu
humano, como la poesía, el arte, la filosofía, nadie sueña ya en
atribuirlas a un "daimon" particular. Términos tales como «musa»,
"inspiración", son más bien imágenes que categorías explicativas.
Agreguemos también que la sociedad moderna manifiesta cada vez
más la característica de una gran ciudad, la forma de una gran
aglomeración. Este es el tema del libro de Harvey Cox: La ciudad
secular. Una característica de una sociedad urbanizada como la
nuestra es su anonimato; está abierta a todo. Extrae su diversidad de
la variedad de grupos y funciones sociales y no, como antes, del
origen social, de la pertenencia familiar, del valor religioso, en una
palabra, de elementos que revestían un carácter sagrado.
Agreguemos, finalmente, que el hombre moderno, el hombre de la
era atómica, es cada vez más consciente de su poder sobre la
naturaleza y sobre la historia. Sabe que él mismo es elaborador de
cultura. "Somos los testigos de un nuevo humanismo, en el que el
hombre se define primeramente en función de su responsabilidad con
respecto a su prójimo y a la historia" (Gaudium et Spes). Antes
acentuábamos que la historia estaba guiada por la Providencia divina.
Providencia que sigue actuando, pero que debemos imaginar de otro
modo y con más pureza que antes.
Hay que destacar que la desacralización de nuestro mundo
existencial no se produce de un solo golpe. Podemos decir que no está
todavía terminada y cumplida, pero, sin embargo, tenemos la impresión
de que el proceso continúa su marcha inexorablemente, bajo la
influencia de los factores mencionados antes: crecimiento de la ciencia
y la técnica, democratización de la sociedad, urbanización de la vida
social y maduración del hombre.
IV. PROBLEMAS NUEVOS, TAREAS NUEVAS PARA EL
CRISTIANISMO Y LA IGLESIA
Esta nueva situación del hombre moderno, en cuanto a su propio
mundo y al mundo religioso, plantea de por sí nuevos problemas y
nuevas tareas para el cristianismo y la Iglesia. El haberse decidido a
enfrentar honesta y abiertamente estos problemas es, en cierto
sentido, el mayor mérito de los teólogos de la "muerte de Dios".
a) Problemas nuevos D/IMAGENES-FALSAS:
Un primer problema es la secularización del mundo existencial. Ahora
consideramos la secularización como un deber. Un cristiano debe
igualmente tomarla en serio, sobre todo él. En sí, no es tan grave que
la gente ya no diga más "hará buen tiempo, si Dios quiere", y que el
ejercicio de la autoridad sea hoy más difícil que antes. Debemos tomar
en serio esta secularización que consiste en la transformación del
siglo, del mundo profano, conforme a las leyes propias del mundo
profano, por ejemplo, las leyes propias de la ciencia, de la biología, de
la sociología, de la política, de la economía. Es necesario construir un
mundo liberado de la tutela de la Iglesia. La política del "apartheid" y la
mentalidad de «ghetto» con las que la comunidad de los cristianos
quiere construirse para sí un pequeño mundo, ya no pertenece a
nuestro tiempo. Lo que no significa que de golpe debamos hacer tabla
rasa con todas las escuelas católicas, clínicas y demás obras sociales
cristianas. Para los cristianos hay muchas y diversas maneras de
trabajar en la edificación de un mundo comunitario, en el que reinen la
justicia y la paz, en el que haya lugar y libertad para todos. El gran
mérito de la constitución pastoral "Gaudium et Spes" es haber
reconocido clara y precisamente la autonomía del mundo laico.
De la secularización nace otra tarea. La fe cristiana debe
desembarazarse de todos los vestigios de un pensamiento arcaico,
mítico, más o menos primitivo, proveniente de un mundo en el que lo
religioso y lo profano se confundían. Habrá que hacer un esfuerzo
-que no es fácil- para llegar a una fe más pura, más conforme al
Evangelio. Algunos teólogos de la «muerte de Dios» lo expresan de
manera muy fuerte. Robinson se pregunta: «¿Qué será del
cristianismo después de la muerte de Dios?»; y por «Dios» entiende
ciertas concepciones de Dios originadas en gran parte en el mundo
existencial arcaico. A la cuestión: "¿es aún posible la fe?", responde:
"Pienso que sí. No solamente a pesar, sino precisamente a causa de la
muerte de Dios." Esta manera de hablar puede ser inquietante, pero
significa que la secularización debe incitarnos a lograr una percepción
más fina, más evangélica de la presencia creadora y santificadora de
Dios.
La religión cristiana deberá, pues, desembarazarse de los restos de
todo pensamiento arcaico y mítico, es decir de todo tipo de
representaciones religiosas y prácticas inconciliables con el modo de
pensar y existir de nuestro mundo moderno; de todas las
representaciones que empañen la pureza de la fe y sean indignas del
Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, del Dios de Jesucristo.
Entre los vestigios de este pensamiento primitivo, suelen citarse los
siguientes:
D/TAPA-AGUJEROS:Primeramente la representación de Dios
como un "tapa agujeros", "deux ex machina", un Dios al cual
podemos constantemente recurrir para llenar las fallas que seguimos
teniendo tanto en nuestra imagen explicativa científica como en
nuestro esfuerzo por dominar el mundo a través de la técnica. Antes,
Dios era quien debía intervenir constantemente allí donde no
percibíamos ningún fundamento, por ejemplo, para explicar el paso de
la no vida a la vida; llegando así incluso a negar la evolución. En las
desgracias y en las épocas de crisis espontáneamente recurrimos a
Dios. Al aproximarse los exámenes, los estudiantes se vuelven de
pronto muy religiosos. Cuando hay peligro de guerra, las iglesias se
llenan. Esto no es malo en sí, pero nosotros tenemos necesidad de
Dios incluso en los períodos de paz, precisamente para ser buenos y
aportar la justicia que es el camino hacia la paz. A peste, fame et
bello, libera nos Domine, dicen las letanías. La peste, sin embargo,
no ha desaparecido por las letanías, sino en razón del desarrollo de la
medicina. Igualmente el hambre no desaparecerá del mundo por la
oración, sino por una economía eficaz y una ayuda más generosa al
desarrollo. Para hacer surgir esa generosidad, la oración constituye,
sin embargo, un medio poderoso.
El Dios "tapa agujeros" es una representación fácil, perezosa, sobre
todo antropomórfica, de esta verdad fundamental: la omnipresencia y
el señorío de Dios. Dios no es solamente "un tapa agujeros"; es el Dios
de quien San Pablo dice: "no está lejos de cada uno de nosotros, pues
en El vivimos, nos movemos y somos".
¿Qué quiere decir «omnipresencia de Dios»? Algunos parecen
afirmar que es el hombre quien hace el mundo, aunque esté Dios
detrás suyo; pero Dios se convierte así en una especie de doble inútil.
No es así. Pues es en Dios en quien tenemos la vida, el movimiento y
el ser.
La vida, es esa "apertura", esa posibilidad de "abrirse a", de
reconocerse a sí mismo en lo que cada uno es hoy y de reconocer lo
demás. Es esa capacidad que el hombre posee de conocer una flor
como flor, de admirarla, de respetarla, y yo diría de elogiarla como flor,
porque es planta, tiene el derecho de ser una planta: esto es hacerle
verdad. Es reconocer un bebé como bebé; tiene derecho de ser bebé,
de ser respetado como tal; esto es promoverlo en su desarrollo infantil.
Esto es hacerle justicia un poco como la hace Dios cuando crea. Pues
Dios ha creado creadores. Que una flor pueda ser flor se debe a que
nosotros llenamos ciertas condiciones en provecho de esta flor. Que
un bebé se convierta en hombre, es nuestra responsabilidad. Así es
como entramos en la acción creadora de Dios.
D/REFUGIO: Otra representación abusiva que contiene, sin
embargo, mucho de verdad, es la concepción de Dios como
refugio, como abrigo de una afectividad frustrada. Dios es aquel
en quien se busca refugio, en donde se intenta encontrar seguridad y
protección en las dificultades, en cierto modo como el niño asustado
esconde su cabeza en la falda de su madre, para no ver el peligro.
Dios se convierte entonces en una especie de coartada, en una huida.
De este modo abusamos de lo religioso. Es muy posible que algunas
personas hayan ingresado en un convento debido a este miedo a vivir.
Un peligro que disminuirá. Mañana el peligro consistirá más bien en
que los que no tendrán miedo, tampoco entrarán, pero por no tener la
audacia de creer. Es muy posible que algunas personas recen porque
no se atreven a enfrentar la vida, como el estudiante que pierde un
examen y dice: era la voluntad de Dios. Es muy fácil hablar así, pero
no es de gente esforzada. En lugar de enfrentar la humillación y
recomenzar ¡se descansa en la voluntad de Dios! Hace de Dios el
refugio de una afectividad frustrada, recayendo en una especie de
infantilismo.
D/GUARDIAN-ORDEN: Una tercera representación de Dios, más o
menos arcaica, consiste en lo siguiente: Considerar a Dios como
guardián, como garantía del orden establecido, que es
frecuentemente un desorden social. Dios, el opio del pueblo. La
apologética del siglo XIX, posterior a la Revolución francesa, estaba
basada en su mayor parte en esta concepción. La fe en Dios era
necesaria para garantizar el orden, para mantener a la gente en calma
y sumisa. Cuando estaba en el seminario, aprendí en las clases sobre
equidad, que el socialismo era nocivo porque preconizaba la lucha de
clases y quería abolir las desigualdades. Decíamos: siempre hubo
desigualdades en el mundo, un signo claro de que Dios así lo quiere.
Eso también es abusar de la fe religiosa, abuso que está en
contradicción con la fe del Evangelio que por el contrario debería ser
la fuente de una ética audaz en sus aportes a favor de la justicia, la
alegría y la paz del mundo.
b) Nuevas tareas
Dos grandes tareas surgen así a partir de la secularización:
1.La secularización, como autonomía del mundo profano, debe ser
tomada en serio, como nos enseña «Gaudium et Spes»;
2. Al mismo tiempo, debemos hacer un gran esfuerzo para purificar
constantemente la fe cristiana conduciéndola al nivel del Evangelio.
Esta segunda tarea fue también uno de los temas más amplios del
Concilio y del «aggiornamento» de Juan XXIII. "Aggiornamento" no
significa solamente adaptación al mundo de hoy, sino también
resurgimiento. Después de la primera sesión del Concilio, cuando el
Papa Juan XXIII hizo un balance de lo que se había dicho, dijo: "¿Qué
ha hecho el Concilio? La Iglesia se ha mirado en el espejo del
Evangelio". Esto lo olvidamos demasiado. En el Concilio, la Iglesia se
contempla a sí misma en el espejo del Evangelio. Y cuando nos
miramos al espejo del Evangelio, no encontramos nuestro rostro muy
bello, hay mucho por cambiar. Es a partir de un retorno a las fuentes
evangélicas como la adaptación de la Iglesia al mundo de hoy
alcanzará la profundidad y la fecundidad deseadas. Indiscutiblemente,
una de las grandes preocupaciones de «Gaudium et Spes», es
acercar la Iglesia al mundo, ayudarnos a encontrar a Dios en el interior
de la dimensión horizontal, en el interior de nuestra preocupación por
el hombre y por el mundo de hoy, mundo que es cada vez más adulto.
HORIZONTALISMO VERTICALISMO El Papa Pablo VI retoma este
aspecto en todos sus discursos postconciliares, declarando que la
Iglesia está preocupada por el hombre y que esa preocupación no está
en contradicción con el amor de Dios y la fe en Dios, sino que los dos
aspectos son complementarios. Esto no quiere decir que ambas cosas
sean fácilmente conciliables; en este momento existe todavía el peligro
de acentuar unilateralmente la dimensión horizontal, es decir, la
preocupación por el mundo, poniendo en peligro la dimensión vertical.
Estamos de tal modo preocupados, justamente, por el mundo y el
hombre, que surge la siguiente pregunta: ¿Queda todavía lugar para
Dios dentro del cuadro de la preocupación con respecto al mundo?
Un nuevo peligro acecha a la Iglesia: a fuerza de subrayar su
inserción en lo temporal, en el mundo, en el signo del prójimo, un cierto
cristianismo corre el riesgo de secularizarse, hasta el punto de
traicionar su origen divino y su esencia divina, un poco como si la
preocupación por el mundo y el prójimo debiera alejarlo de Dios. Los
cristianos, se dice, son hombres como los demás; deben practicar las
virtudes morales como los demás: ser justos, comprensivos, prudentes.
Pero no olvidemos que para el cristiano hay algo más: está Dios y lo
que Dios es para nosotros; está la comunión de amor con Dios por el
hecho del bautismo, lo que llamamos las virtudes teologales: fe,
esperanza, caridad. Y todavía diría más: es también traicionar al
mundo. Pues el mundo espera del cristianismo algo que sea obra de
Dios.
En este sentido, encontramos entre los teólogos de la "muerte de
Dios" dos tendencias: una que conserva las dos dimensiones, como
Robinson, y la otra que da la impresión de que la fe en Dios se ha
vuelto inútil. El mensaje aportado por el Evangelio se reduce entonces
al amor al prójimo. El amor al prójimo es lo que hay de divino en el
hombre, lo incondicional; y la fe en Dios es una expresión del carácter
incondicional del amor al prójimo. Esta es, más o menos, la posición de
P. van Buren, en The secular meaning of the Gospel. Tendencia
que se manifiesta también en cierta medida en nosotros. Podría ilustrar
esto con muchos ejemplos. Bajo la influencia de Honest to God, de
Robinson, se pretende que lo divino es solamente el carácter
incondicional del amor al prójimo. Y ya no nos atrevemos a hablar de
Dios. Olvidamos entonces que, según Robinson, la diferencia entre un
cristiano y un ateo-humanista reside en esto: mientras que el ateo
humanista dice: "El amor es Dios", el cristiano dice con San Juan:
«Dios es amor». Que no es lo mismo.
Dentro del campo de la misión se dirá que la evangelización es un
concepto superado y debe reemplazarse por el de ayuda al desarrollo.
El objetivo de la acción misionera no sería tanto la evangelización
como la emancipación económica, social y política. Deformamos
entonces sin consideración el concepto de secularización, sin observar
que esta palabra es de hecho susceptible de diversas
interpretaciones.
Encontramos una primera significación dentro de «Gaudium et
Spes», señalando la edificación del siglo en armonía con las leyes
propias del siglo, respetando la autonomía de la ciencia, la economía y
la política, el arte, etc.
Hay una segunda significación, consciente en el despojamiento por
parte del mundo profano, no solamente de toda tutela clerical, sino
también de toda concepción metafísica o religión de la vida; esto es lo
que antes se llamaba laicismo o secularismo.
Para algunos, una tercera significación expresa la secularización de
la fe en sí misma; reducen la fe, en cuanto actitud teologal de la vida, a
la preocupación por el mundo y el prójimo.
V. TRES OBSERVACIONES PARA CONCLUIR
Reducir el cristianismo a su dimensión horizontal no es
«reinterpretarlo», sino aniquilarlo. Sería un cristianismo sin fe, sin
esperanza y sin amor, un cristianismo sin oración, sin Credo, sin
Eucaristía. Sería una especie de ateísmo humanista.
Hay un segundo punto, muy delicado. No basta -así se presenta
frecuentemente-, pienso entre otros en el sugestivo estudio de J.
Veldhuis, Kijk niet omhoog, no basta asimilar la dimensión vertical, es
decir, la vida teologal de la fe, de la esperanza y el amor, la
explicitación en profundidad de la línea horizontal, con la consecuencia
de que "el compromiso en el mundo", la creación de la historia, se
vuelven primordiales, mientras que confesar la fe, la oración y el
servicio del culto adquieren más bien una significación secundaria. No
puedo entender tal razonamiento, no lo creo exacto. Por la fe, la
esperanza y la caridad, estamos englobados en una comunidad de
vida y de caridad con el mismo Dios que ha venido a nuestro
encuentro en la humanización de su Verbo y la efusión de su Espíritu
siendo para nosotros el Emmanuel, es decir, Dios con nosotros y para
nosotros. La fe cristiana es más que interpretación en profundidad de
la preocupación por el mundo y del desarrollo de la historia. La fe
reposa en una iniciativa de la clemencia liberadora de Dios, una
irrupción de Dios en la historia, por la que Dios quiere habitar entre
nosotros a través de su Palabra y su Espíritu.
Lo que llamamos "interpretación en profundidad de la dimensión
horizontal" es más bien elaboración filosófica. Es tarea de la filosofía
centrarse en las bases que dan sentido a nuestra existencia. La fe, por
el contrario, es una adhesión a la Palabra de Dios, viva en el seno del
Padre y que Dios viene a revelarnos.
FE/COMPROMISO CSO/FE: Para la vida teologal de la fe y la
caridad, la oración y el compromiso son ambas completamente
primordiales. La oración es una actividad de la fe: un diálogo con Dios,
en medio del cual Dios pronuncia la primera y la última palabra. La
oración bien entendida no es una huida del mundo; conduce más bien
al compromiso, pues nos hace participar en el amor de Dios, que
engloba el mundo entero y culmina en el amor al prójimo.
Finalmente, querría hacer una tercera observación. La literatura
contemporánea dedicada a la secularización, ciertamente sufre de
sociologismo y psicologismo. Veo una exageración de la problemática
teológica. En lenguaje sencillo: la cuestión de saber si hay todavía
lugar para Dios en un mundo secularizado, debe más bien plantearse
de esta manera: «¿Qué quiere ser Dios en la vida del hombre, viva
este hombre en un mundo cultural sacralizado o desacralizado?» La fe
cristiana, al menos en lo concerniente a su propia esencia, no está
determinada sociológicamente. Únicamente la manera en que nos
representamos e imaginamos a Dios está condicionada
psicológicamente. Sabemos y desde hace tiempo que un niño se
representa a Dios de distinto modo que el adolescente, y el
adolescente de distinto modo que el adulto, pero esto no toca la
esencia de la fe como actitud teologal de la vida orientada a Dios en sí
mismo.
La respuesta a la cuestión: "¿Qué desea Dios en la vida del
hombre?" no nos la da la sociología, sino Dios mismo. Lo que Dios
espera del hombre se nos ha revelado en la persona de Jesucristo, en
su muerte en la cruz y en su resurrección. Haec est voluntas Dei,
sanctificatio vestra. Nuestra santificación es tan posible en este
mundo secularizado como en el mundo anterior, precientífico.
Creer, es decir «amén» a Dios, que viene a nosotros en su Verbo
encarnado. Y esto asemeja hoy al tiempo de los apóstoles, cuando
Pedro decía: «Conocen solamente las Palabras de la Vida Eterna.»
Creer es admitir que Dios penetra nuestra vida y mejora todo, incluso
nuestras relaciones con el prójimo. A esto la Escritura lo llama frutos
del Espíritu de Dios: paz, alegría, espíritu de servicio, bondad. Un
hombre que ama a Dios, se convierte en seguida en otro hombre:
mucho más libre, abierto, menos egoísta y replegado en sí mismo. De
ahí también la importancia de la vida contemplativa.
Una comunidad religiosa sin contemplativos es una cultura sin
poetas y sin artistas.
La dimensión horizontal y vertical de la vida cristiana no entran en
mutua competencia; son complementarias, se perfeccionan una a otra,
a condición de que cada una mantenga sus derechos y que ninguna
sea sacrificada a la otra. Esta es la significación de la pequeña
conjunción «y» de nuestro título "Secularización y fe".
ALBERT
DONDEYNE
CATEQUESIS Y MUNDO DE HOY
CELAM-CLAF
MAROVA. MADRID-1970.Págs. 1O3-119