PECADO ORIGINAL TEXTOS

 

1. SERPIENTE/SAS:

La serpiente induce a los primeros hombres a desconfiar de Dios. Bajo la figura de serpiente se oculta Satanás mismo. Satanás se ha propuesto contrariar las intenciones divinas y corromper al hombre. Los primeros padres dejaron de creer en la palabra de Dios. La serpiente despierta en ellos deseos de ser semejantes a Dios. Como es natural, sería absurdo admitir que los padres del género humano creyeran poder borrar las diferencias que existían entre ellos, seres creados, y el Creador, puesto que sabemos que estaban dotados de elevados dones espirituales. Con gran probabilidad se puede afirmar que sólo querían vivir autónomamente, sin Dios, o que querían emanciparse de Dios para adquirir de este modo, autocráticamente, la perfección suprema. Como quiera que sea: Con argumentos fácilmente comprensibles la serpiente demuestra que la obediencia y la sumisión a Dios no es más que pura tontería. De este modo seduce a los primeros hombres a desentenderse del precepto divino. Les insinúa que de este modo llegarán a ser verdaderos señores, que podrán hacer lo que quieran, sin que nadie les diga nada, que les será posible vivir según su beneplácito y tomar en las manos las riendas de su propio destino, que podrán ser como Dios mismo dentro del ámbito de su existencia. En el primer pecado se manifiestan, por consiguiente, las siguientes actitudes pecaminosas: Incredulidad, orgullo, desobediencia.

ICD/P P/INCREDULIDAD: La incredulidad es la raíz del pecado. Ahora bien, la incredulidad misma no es más que un "no", lanzado contra Dios por el orgullo. Que es acertada la definición según la cual el primer pecado fue incredulidad, orgullo y desobediencia lo ponen de manifiesto los textos en que la Escritura define de este modo el pecado en general. La incredulidad es el pecado en cuanto tal, y es ella la que lleva al hombre a la muerte.

Un problema secundario tenemos que analizar todavía. El primer hombre tenía nostalgia de la mujer que había de sacarle de su soledad. Y precisamente ella fue para Adán la seductora, la tentadora, la corruptora. ¿Por qué se dirigió la serpiente a la mujer? No porque sea más fácil de seducir y más inclinada a pecar, sino porque el pecado de la mujer, por surgir de ámbitos más fundamentales y profundos que el pecado del hombre, corrompe la creación entera de un modo más radical de lo que podría hacerlo el pecado del hombre (no está en contradicción con esto el hecho de que sólo el pecado de Adán y no el de Eva fue un pecado hereditario). Como quiera que todo lo que hace la mujer, debido a su más íntima conexión con la creación, lo hace con más energía y radicalismo que el hombre, éste opone a las seducciones de la mujer una resistencia inferior a la resistencia que la mujer opone a las seducciones del hombre. El demonio sabía que sus perspectivas de triunfo eran mayores seduciendo a la mujer que seduciendo al hombre. Un elemento de la esencia íntima del mundo es el entregarse a Dios. En la mujer, para la cual el entregarse es algo connatural, aparece esto con toda claridad. Cuando la mujer no se entrega a Dios, sino que se busca a sí misma, el misterio de la creación queda oscurecido y desaparece el sentido profundo del mundo.

"A partir de aquí se comprende en qué consiste la prevaricaci6n de la mujer... No se da con la esencia de esta caída si se la busca en la oposición de lo espiritual y sensual. La caída de la mujer no es una caída de la criatura hacia la tierra, sino más bien una prevaricación contra la tierra misma, en cuanto que también ésta significa lo femenino, la disposición humilde. La caída en la escena del paraíso no depende de la tentación con el dulce fruto y tampoco depende de la incitación a conocer, sino que depende del "seréis como Dios" en oposición al "fiat" de la Virgen. La caída propiamente tal se verifica en la esfera de lo religioso, siendo por eso, en sentido profundo, una caída de la mujer, no porque fue la que primero cogió la manzana, sino porque la cogió en cuanto que es mujer. La creación experimentó una caída en su substancia femenina porque prevaricó en lo religioso; por eso la Biblia atribuye con razón la mayor culpa a Eva y no a Adán. Es falso afirmar que Eva cayó por ser la más débil. La historia de la seducción demuestra que fue ella la más fuerte, superior al hombre. Consideradas las cosas cósmicamente, el hombre esta en el primer plano de la fuerza, la mujer se halla en los ámbitos profundos de la fuerza. Dondequiera ha sido subyugada la mujer, no sucedió nunca por ser ella más débil que el hombre, sino por haber sido temida, conocida como más fuerte, y con razón, porque desde el momento en que el poder más fuerte no quiere ser abnegación, sino orgullo y autocracia, surge necesariamente la catástrofe. En las oscuras noticias sobre las luchas en torno al decadente matriarcado se percibe todavía el miedo que un día inspirara el poder de la mujer; a la más "profunda abnegación corresponde la posibilidad del más grande fracaso. En este sentido hay que buscar el aspecto negativo del misterio que es la mujer. La mujer no es solamente por esencia y destino abnegación, sino que hasta puede ser considerada como la capacidad de abnegación del cosmos mismo; por eso su fracaso tiene un aspecto diabólico. Es cierto que la mujer no es el mal en sí y de por sí -los ángeles caídos la preceden en la caída, el demonio es masculino-, pero tiene de común con él la fuerza seductora. La seducci6n es orgullo y obstinación, es lo contrario de la abnegación. Lo mismo que el ángel caído es más horroroso que el hombre caído, así también la mujer prevaricadora es mas terrible que el hombre prevaricador. El drama de la mujer caída ha sido grandiosamente descrito por Kleist en su Pentesilea. También en Medusa y en las Erinias refleja la leyenda antigua el horror que inspira la mujer prevaricadora; y la creencia en brujas de los siglos cristianos, por desastrosas que fuesen sus consecuencias en casos particulares, entendida en un sentido profundo, significa la rectitud del horror que inspira la mujer que ha traicionado su destino metafísico. Sólo la trivialidad con que se manifiesta hoy la caída de la mujer ya no inspira horror alguno. Porque la historia de la caída original se repite incesantemente. En un sentido profundo, la mujer es culpable de toda caída, no sólo por ser la madre en cuyo seno crecen los prevaricadores, sino también porque toda caída, también la del hombre, se realiza dentro de la esfera especialmente confiada al cuidado de la mujer. La mujer prevaricadora está al comienzo de la Historia y esta también en el fin de la Historia. La forma propiamente apocalíptica del ser humano no es el hombre; la esencia de los "tiempos últimos" consiste en el hecho de que la forma del hombre desaparece por mostrarse éste incapaz de hacer frente a las fuerzas de la destrucción. Por eso el Apocalipsis no dice que el Anticristo es un hombre, sino que le describe diciendo que es "el animal de los abismos". El Apocalipsis presenta a la mujer, a la hembra como forma apocalíptica cognoscible -sólo la mujer que ha traicionado su destino puede representar la absoluta esterilidad del mundo, la esterilidad que necesariamente implica muerte y desolaci6n"- (G. von le Fort, Die ewige Frau, 1934, 20-23). Podría expresarse esto también de otra manera: el diablo se acerca a la mujer para tentarla no porque crea que de este modo se van a realizar con más facilidad sus planes seductores, sino porque sabe que la mujer, una vez conquistada, ejercerá sobre el hombre una influencia mayor que la que el hombre podría ejercer sobre la mujer. "La esencia de la primera mujer fue hermosura, resplandeciendo en ella el esplendor de un encanto sobrenatural; Eva fue la reina de la Naturaleza y de la gracia: una perfecta creaci6n divina. El Espíritu Santo, el Dios de la hermosura, la hizo a su semejanza, comunicándola su más precioso e intimo don, el poder de la cercanía. De este poder se aprovecha precisamente el Tentador" (J. Weiger, Mutter des Neuen und Ewigen Bundes, 1930, 184).

.............

Resulta, pues, que al pecar los primeros hombres experimentan que se han apartado de la fuente de la paz y de la fuerza, de la alegría y del amor, de la plenitud vital y de la seguridad existencial. Las consecuencias aparecen en el dualismo que experimenta la esencia propia, en la oposición entre el yo y el tú, entre el hombre y el animal, entre el hombre y la tierra. Adán y Eva quedan sujetos a las eventualidades del hambre, de la desnudez y del vivir errantes. En el apartamiento de Dios no hay para el hombre ni satisfacción, ni dignidad, ni patria. Resulta, pues, que el no, lanzado contra Dios, es un no que afecta a la dignidad y grandeza humanas. La pérdida de Dios es una pérdida del ser propio. La manifestación más sensible del apartamiento de Dios, fuente de la vida, es la muerte corporal (Gen. 3, 22 y sigs.).

En definitiva, es el hombre mismo quien se ha condenado a morir. En su condenación Dios no hace más que confirmar la pena que el hombre se ha impuesto a sí mismo. La muerte pone de manifiesto que en la lejanía de Dios, que es la vida, el hombre no puede sino morir. No obstante, Dios aplaza la ejecución de la pena de muerte, ofreciendo al hombre la ocasión de expiar su culpa mediante las penalidades y sufrimientos de la vida.

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA II DIOS CREADOR
RIALP. MADRID 1959.Pág. 385 ss.

........................................................................

2. P-O/QUE-ES

El hombre creado creador puede no aceptar el mal y el dolor ontológico-creacionales; puede negarse a aceptar su finitud y mortalidad; puede querer ser como Dios (Gen 3,5). ¿Cómo es Dios? Dios no es más que lo imposible del hombre: infinito, inmortal, fundamento sin fundamento. El pecado consiste en querer imposiblemente lo que Dios es; es el rechazo fundamental a aceptar la propia situación conscientemente limitada y por ello sufrida y dolorosa. Pecado es la tentativa absurda, por imposible, de llevar a cabo y querer ser lo que el hombre nunca podrá ser: autofundamento de sí, ser absolutamente independiente, creador de sí mismo. Por eso todo pecado es una aberración del sentido de la creación, separación violenta de Dios y vuelta egoísta sobre sí mismo. En la medida en que este proyecto tiene su historia y penetra toda la urdimbre del mundo, constituye el pecado del mundo; es el pecado original en cuanto antihistoria del absurdo, del poder irracional y opresor del hombre. Ese pecado genera el sufrimiento, fruto del egoísmo, de la voluntad de poder y de la dominación. Es una cautividad sin la más mínima dignidad, un sufrimiento sin sentido y un dolor inútil. Genera el sufrimiento en cuanto destrucción de la vida, la opresión como forma de dominación sobre la libertad del otro y una estructura necrófila a lo largo de la historia, esclavizando a gran parte de la humanidad, tal como lo presenciamos hoy aterrorizados.

LEONARDO BOFF
PASION DE CRISTO-PASION DEL MUNDO.
SAL TERRAE. Col. ALCANCE 18
SANTANDER 1980.Págs. 268-269

...............................................................

3. PARAISO/P/CUA CUA/PARAISO/P P/PARAISO/CUA:

-Obsesión del Paraíso Si la Iglesia siente inclinación por describirnos el estado paradisíaco, -y los Padres no se privan de ello- no es por el placer de hacer el despliegue de una antinomia sino más bien para recordarnos que es allí adonde hay que volver. Para entender bien toda la liturgia pascual y la riqueza de su tipología, para captar con precisión el espíritu con que la Iglesia releerá este mismo relato del Génesis a los que van a recibir el bautismo en la noche de Pascua, es preciso ya desde ahora darnos cuenta de la mentalidad que la inspira cuando nos proclama este relato, en el momento en que quiere hacernos empezar y vivir con ella la historia de la Salvación. El Paraíso no es para ella tanto el paraíso perdido cuanto el paraíso que vamos a reencontrar, que hemos ya ahora encontrado. Describiéndonos el Paraíso en el momento de su creación, la Iglesia piensa ya en la palabra de Cristo en cruz al buen ladrón: "Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso".

Repitámoslo, la Iglesia no quiere leernos ese relato de la creación sin tener en cuenta lo que ha ocurrido, como si le fuera posible no sentir a cada instante de dónde viene y lo que ella es. El Paraíso: la Iglesia es su imagen y un comienzo de su realización. El esplendor del Paraíso reencontrado, del que la Iglesia es la imagen, se encuentra poéticamente descrito en un texto venerable que sirvió quizás en las celebraciones litúrgicas y que se intitulaba Odas de Salomón. Se lee allí cómo nuestro Paraíso está ahora en Cristo: "A mis labios se acercó un agua que habla, que viene de la fuente del Señor, y yo bebí y me embriagué del agua viva que no muere. Abandoné la locura que se había derramado sobre la tierra, me despojé de ella y la arrojé lejos de mí. El Señor me renovó con su vestido y me revistió de su luz. Mi aliento se regocijó con la agradable brisa del Señor. Adoré al Señor a causa de su gloria y dije: Dichosos los que están plantados en la tierra y para quienes hay un puesto en su Paraíso..." (6).

En la frase: "El Señor me renovó con su vestido y me revistió de su luz", se habrá reconocido el recuerdo de la gracia bautismal que consiste, según San Pablo en "revestirse de Cristo". Es de hecho, el bautismo en la Muerte y la Resurreción de Cristo lo que realiza ese "hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso". Los Padres desarrollaron a porfía el retorno al Paraíso mediante el bautismo. Es conocido cómo los mosaicos decorativos de los antiguos baptisterios gustan de representar un decorado paradisíaco en el que los ríos de agua viva simbolizan el bautismo. Las ovejas -los fieles reunidos en la Iglesia- se abrevan allí y en medio de ellos aparece el Nuevo-Adán: Cristo.

Todo lo que de Adán se dice en el transcurso del relato del Génesis debe recogerse cuidadosamente. Los Padres gustarán de oponerle los rasgos del Nuevo-Adán como una réplica infinitamente mejor. Es sabido cómo el paralelismo entre los dos Adán, tan querido a San Ireneo, por ejemplo, le lleva a trazar igualmente el paralelo entre Eva y la Nueva-Eva, María. Hasta el momento del sueño de Adán no se opera la transposición en el nacimiento de la Iglesia. De hecho, la Iglesia, Esposa de Cristo, salió del costado del Nuevo-Adán.

-Considerar la falta en su rescate

No es, pues, precisamente en Adán caído donde la Iglesia contempla la falta. Si habla de ella es más bien para considerar su rescate llevado a cabo por Cristo. Sano realismo de la Iglesia que comprende se mida el abismo de la falta pero que rehúsa centrar la religión en ella. El cristianismo no tiene por centro al pecado sino a Cristo vencedor del pecado y de la muerte. La promesa de la redención es más importante en la teología que el pecado mismo. El cristianismo no es religión de un dualismo: Espíritu del bien y espíritu del mal, sino religión de un Dios vencedor del mal.

¿Pecado original?

No es extraño que, desde hace mucho, el concepto de "pecado original" nos produzca cierto malestar. La repugnancia es doble: nuestra dignidad de hombre que parece mancillada, y una especie de injusticia de base. El mundo moderno, desde que se ha fijado en el cristianismo, rechaza en él la noción del pecado original. De este modo se expone a confusiones pero su actitud es comprensible. Con demasiada frecuencia la presentación del pecado original ha sido malsana; incluso sigue siéndolo a veces... Pocos conceptos han sido tan maltratados y destruidos por innumerables confusiones como el del pecado original. Por otro lado, para disimular una cierta congoja que provoca el concepto de este pecado, se transforma el relato del Génesis en un cuento de atardecer para niños buenos... o malos. Después de haber creado un mito resulta más fácil desechar la realidad que se ha disimulado inteligentemente.

No se trata de entrar en la jungla de las discusiones teológicas. El cristiano no especializado tiene el derecho de poder entender lo esencial de un problema que le afecta profundamente. Dejemos, pues, de lado la aportación de los diferentes autores de los capítulos 2 y 3 del Génesis. Queremos dejar a un lado, incluso, la cuestión de un único hombre pecador; de hecho existían ya dos personas pecadoras. Incluso hay que reconocer que el término "Adán" no significa filológicamente una persona, como si de un nombre propio se tratara, sino más bien el conjunto de la humanidad, el hombre, los hombres. En los 539 empleos de la palabra "Adán", los traductores han resuelto el caso acertadamente traduciéndola por el término "hombre". Por ejemplo en Ezequiel repetidas veces se emplea el término "Adán", traducido normalmente por "hombre". En Ezequiel 19,3: "...se hizo un león joven; y aprendió a desgarrar su presa, devoró hombres", más exactamente: "comió hombre", Adán (ver también Ez. 20,11.13.21; 25, 13 etc. Gn. 7,21; 9,5). Pero no entremos en estos problemas; además ni la pareja ni la multiplicidad de parejas plantean dificultades reales. Lo que es más difícil de captar es lo esencial de los capítulos 2 y 3 del Génesis. Se necesitaría un libro para tratar de ello; contentémonos con una breve síntesis, con algunas indicaciones que nos hagan reflexionar y nos despierten las ganas de profundizar en el tema, y nos proporcionen elementos suficientes para poder vivir el tiempo litúrgico que nos proponemos entender mejor.

Lo hemos dicho más arriba: Dios crea lo divino. Al crear al hombre no pensó en otra cosa más que en crear un ser que había de participar en su naturaleza divina. Era preciso que el hombre aceptara ser Dios siguiendo los métodos indicados por el Creador mismo. Nada de automatismo en esta creación de un hombre divino: se requiere el consentimiento del hombre en su propia divinización. El hombre creado para ser divino debe acceder a eso divino y cooperar a ello con todas sus fuerzas. Indudablemente, de Dios es de quien procede todo don, y toda la obra de la creación, como la de la divinización, depende únicamente de él. Pero cuando Dios crea al hombre no quiere hacer de él una cosa y así es preciso que el hombre creado colabore con su propia estructura que es, en el plan divino, la de imagen y semejanza de Dios. Dios propone la divinidad cuando crea pero no la impone como tal. En este respeto hacia lo que él crea, Dios deja necesariamente un sitio para el fracaso. Sin embargo, hay que advertirlo: en el plan de Dios el hombre está dotado de fuerzas sobrenaturales que después él perdió al no seguir las perspectivas divinas. Pero estamos invitados por el Señor a vivir una vida como la suya; él lo ofrece sin imponerlo; ya no podría ser verdaderamente divino quien se viera forzado a serlo. Esta creación es una iniciativa divina lo mismo que la gracia de llegar a ser "divino" es un don de Dios.

De hecho, ha habido una catástrofe inicial que ha hecho perder a la humanidad este don de divinización que no aceptó, a pesar de los dones de fuerza que le habían sido otorgados y la lucidez que le competía. En adelante, el que nace, sin estar radicalmente corrompido, como pensaba Lutero, nace en un mundo enfermo bajo todos los aspectos: física, fisiológica, intelectual y espiritualmente. El que nace ya no tiene en sí mismo las fuerzas suficientes para enfrentarse con el mundo al que acaba de llegar: tendrá que desarrollarse, llegar progresivamente a la divinización o rechazarla; abandonado a sus propias fuerzas no puede pensar en entrar en el camino de la divinización. Es tributario de la humanidad pasada y presente en la que se encuentra situado. El individuo no está aislado; todo enriquecimiento del hombre es social, toda perversión del hombre es social. No se hereda la culpa de los antepasados, pero se heredan sus taras. Existe un estado que ha precedido a lo que ahora nosotros constatamos en la humanidad: la propensión al mal. Es preciso constatar que en el mundo sólo el hombre tiene la capacidad de destruirse a sí mismo. Esta destrucción es ''el mal''. Es lo contrario de la creación; se opone a ella aunque en realidad no es un ser: es únicamente negación. Pero el mal es el resultado de una voluntad, y el hombre es su responsable.

-El mal hoy día

Y aquí está el escándalo permanente: ¿Cómo puede existir Dios con sus necesarias cualidades de justicia y bondad, toda vez que se impone la constatación del mal en el mundo? ¿Y de qué han servido tantos siglos de cristianos? Los antiguos sentían la tentación de resolver el problema a base de un dualismo: una potencia de mal y una potencia de bien. Nuestros contemporáneos lo resuelven más radicalmente con el ateísmo. Porque el hecho del mal se considera con mucha frecuencia como el argumento maza contra el cristianismo. Pero no es así. Si pensamos en el mal más radical, la muerte, el mal absoluto según una visión pagana, nos encontramos en plena oposición entre el pensamiento cristiano y el pensamiento del mundo. Para el cristiano la muerte no es aniquilación de la persona; no es más que una etapa, un momento de desarrollo de la creación total del hombre. A partir de ahí, no existe oposición entre muerte y bondad de Dios; podrá incluso decirse que el hecho de la muerte es obra de la bondad de Dios que continúa su plan de creación a pesar de las oposiciones del hombre. Y otro tanto podría decirse de los fracasos de la vida de los hombres: no hay fracaso más que desde una perspectiva mundana del éxito. Para un cristiano el éxito no merece tal nombre más que por referencia a un destino definitivo y futuro. El mal no puede, por tanto, definirse sino en función de lo definitivo a lo que el hombre está llamado.

-Falta y reparación

Dios se preocupa de los hombres, pero para divinizarlos tiene que dejarles la responsabilidad de sus actos. La divinización es siempre voluntad de Dios respecto al hombre, y le da para ello los medios.

A esto apunta la antítesis Adán-Cristo, tan querida al Nuevo Testamento (Mc 1,13; Rm. 5,12-21; 1 Co. 15,22-45-49).

Tendremos ocasión de escuchar la proclamación del evangelio de Marcos 1,13 y la tentación de Cristo, precisamente el 1er. domingo de Cuaresma. Contiene una clara voluntad de oponer a Cristo en cuanto Jefe de una humanidad nueva que viene a vencer allí donde Adán había sido vencido. El paralelismo se lleva lejos: Adán y Jesús son tentados por Satanás. Ha podido pensarse que éste es el motivo de que Lucas haga iniciarse la genealogía de Jesús en Adán (Lc. 3, 38) y hay que advertir que su relato de la tentación (4,1 y siguientes) viene inmediatamente después de esta genealogía.

Henos, pues, invitados a leer el Génesis en la reparación y en una creación nueva. San Pablo desarrolla con acentos de triunfo la oposición Adán-Cristo. Hay que leer aquí todo el pasaje de la carta a los Romanos 5,12-21. Es, además, la segunda lectura del 1er. domingo de Cuaresma (Ciclo A). Allí donde se había multiplicado el pecado, sobreabundó la gracia. Adán es figura de aquél que había de venir (Rom. 5,14), y Cristo ha dado a la humanidad gracia y vida (Rom. 5, 15). Hay universidad de la gracia, y allí donde hubo muerte habrá resurrección (1 Co. 15, 22) y los resucitados tendrán un cuerpo glorioso e incorruptible (1 Co. 15, 44.49). Abandonaremos, en consecuencia, la imagen de Adán, corruptible y mortal, para tomar la de Cristo, cuerpo espiritual. San Pablo toma aquí el texto del Génesis (2, 7) y utiliza la versión de los LXX: "fue hecho el primer hombre alma viviente", y añade en paralelismo: "el ultimo Adán, espíritu que da vida". En nuestro cuerpo físico y terreno nos parecemos al primer Adán; en nuestro cuerpo glorioso y celeste seremos, por el contrario, semejantes al ultimo Adán (1 Co. 15, 48).

-Significado optimista de la Cuaresma

En realidad, la Cuaresma presenta una visión optimista del mundo. Lo ve como pecador refiriéndose a los comienzos de la humanidad, pero contempla la falta en su rescate, y la destrucción de una creación la ve ante su destino de renovación.

A los todavía no convertidos, les propone la entrada, mediante el bautismo, en una creación nueva; a los ya bautizados, una revisión de vida, un paso adelante en la divinización que les ha sido otorgada en principio, pero que siempre deben realizar consciente y más profundamente.

-Sinceridad y lealtad

Mucho más que una ascesis artificial y mucho más que un incremento de observancias, la Cuaresma propone a todos los hombres tener el valor sincero y leal de revisar su manera de ser, de ver dónde se encuentran, lo que quieren, lo que han entendido de la vida cristiana. Estos 40 días vividos con Israel en el desierto, con Moisés, con Elías y sobre todo con Cristo son un período profundamente espiritual. Nos sabemos frente a la tentación, pero también nos sabemos capaces de vencer con Cristo. La pregunta es ésta: ¿lo queremos leal y sinceramente? Eso no suprime el hecho de nuestra nativa debilidad, de los influjos diversos, fisiológicos, psicológicos que actúan en nosotros; pero no somos tentados por encima de nuestras fuerzas. Visión optimista, pero sentido del riesgo, con seguridad de la victoria si empleamos los instrumentos ofrecidos por Cristo. Para un futuro bautizado, la Cuaresma es la adquisición estudiada de esos instrumentos; para nosotros, la revisión de la destreza en su empleo, en su mantenimiento, a veces en su reparación. La Cuaresma es así colaboración del hombre con Dios para hacer lo divino.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 3 CUARESMA
SAL TERRAE SANTANDER 1980.Págs. 20-26