Meditación teológica sobre América pobre

 

Alberto PARRA 

 

1. Memoria de coyuntura

No entramos aquí en un análisis de realidad coyuntural en su pleno sentido. La América nuestra en su estructura, y también en su turbulenta coyuntura, vive sobreanalizada. Hagamos memoria simple y llana de la realidad de nuestros países, que todos llevamos en el alma.

En México el presidente Fox parece haber perdido su primer año de gobierno. La ilusión que despertó, al término de 71 años de hegemonía del PRI, no fue bastante para haber sacado adelante la reforma política y para hacer realidad los 700 mil puestos de trabajo prometidos. Chiapas, con su grave problemática social indígena, sigue siendo emblemática de una nación inmersa en términos geopolíticos en el gran mercado del Norte, con índices perturbadores de insatisfacción y de frustración.

En el Ecuador, los resultados económicos positivos de su economía en el último año no bastan para esconder el pánico creciente por la posibilidad de que la nación siga los pasos de la catástrofe Argentina. Porque desde 1999 Ecuador también dolarizó su economía y mantiene también un sistema monetario rígido. Ecuador, como Argentina, puede llegar a mostrar que la producción de riqueza real y de armonía social no pueden esquivarse con juegos monetarios y con adopción de divisa patrón que no represente la propia riqueza, sino la ajena. La aprobación de gestión del presidente Noboa no supera en este momento el 21%.

El Perú no logra salir de una recesión económica de casi 5 años. El desempleo y el subempleo son del 43% y la pobreza total del 48%. El presidente Toledo, esperanza tras 10 años de oscuro fujimorismo, ha decepcionado. La desaprobación de su gestión llega ya al 55%.

En Bolivia el conflicto cocalero ha cobrado la vida de muchas personas en los últimos meses e indígenas y campesinos mantienen un corte de caminos y carreteras desde hace dos semanas. “La coca no es droga” ni debe serlo y la drogadicción de los desarrollados y consumidores no puede resultar atentatoria contra la cultura ancestral de nuestros altiplanos andinos. Por ahora La Paz está sitiada por falta de alimentos y de gas.

En Colombia el conflicto interno se agrava y el proceso de paz parece evaporarse. Desde el 20 de enero, además de la impresionante arremetida contra la población civil, la guerrilla ha dinamitado más de 70 torres de energía, 5 puentes de primera importancia y dos acueductos. Los desempleados pasan de 2 millones y a esta misma cifra se acercan las víctimas de los desplazamientos forzosos. El precio internacional del café, leal amigo y símbolo de Colombia en el mundo, cayó a su cifra más baja en 72 años.

En Venezuela la expedición, en noviembre pasado, de 49 leyes que sustentan la revolución chavista, ha polarizado de modo alarmante al país. En tanto que Estados Unidos expresa sus reservas por el presidente Chávez, en los cuarteles es creciente el rumor de sables. La baja en los precios del petróleo puede provocar una recesión. Y ya ha provocado una fuerte devaluación.

En Brasil la violencia se ha disparado: 48 mil asesinatos el año pasado; un secuestro en promedio por día en la sola ciudad de Sao Paulo. Con ocasión del asesinato de dos alcaldes, hay alarma ante un desatarse de la violencia política. La reforma agraria que pretendía favorecer a un millón de campesinos se ha constituido en palmario fracaso.

Argentina se halla en “situación preanárquica” según su propio presidente Duhalde. En menos de 13 días la nación tuvo 5 presidentes, incapaces todos para conjurar la gravedad de la crisis. Argentina declaró el cese de pagos de sus 130 mil millones de dólares de deuda y ahora forcejea una nueva ayuda económica con el FMI. Los “cacerolazos” estremecen la conciencia universal por un país que nos hizo creer que, gracias a la ortodoxa aplicación de las tesis neoliberales, había despegado hacia el primer mundo.

El último informe de La Comisión Económica para América Latina (CEPAL) es sombrío, en especial en dos elementos que muestran la gravedad del análisis económico y social: El anuncio de que los pobres de América Latina son ya 211 millones de personas, que equivalen al 43% de su población; y el vaticinio de que el crecimiento de la región en 2002 será negativo, con lo cual el futuro próximo se torna más oscuro que el próximo pasado.

El Foro Social Mundial, que usualmente se realizó en Davos (Suiza) reunido esta vez en Nueva York, tuvo su contrapartida en el foro de países latinoamericanos reunido de modo simultáneo en Porto Alegre (Brasil). Es cierto que “en lugar de gastar recursos y esfuerzos en organizar movilizaciones de protesta en las afueras del Waldorf Astoria, Porto Alegre convocó al hemisferio sur del continente para discutir el lema: otro mundo es posible”. Porto Alegre ha dejado de llorar y ha vuelto a soñar. Pero si el Sur ha cambiado, también lo ha hecho el Norte. En el foro de la Davos (Nueva York), al tiempo que se ha hablado de cómo restablecer el crecimiento y de los índices de competitividad de los países, se habló también de cómo eliminar las desigualdades y eliminar la pobreza. En el Norte hay conciencia y preocupación porque la globalización de la economía ha avanzado más rápidamente que la globalización de la política, de las reivindicaciones sociales, de la globalización de los ciudadanos”[1].

Frente a esta somera memoria de coyuntura, instauremos ahora nuestra meditación.

 

2. Economía y teología

“Hace tiempos que me siguen y no tienen que comer” es un texto del Evangelio de Marcos (8, 2) que presenta unidos e interactuantes tres elementos que las patologías exegéticas y teológicas han procurado separar:

-          la Economía, que es el ámbito para plantear y resolver el asunto del pan para todos.

-          la Teología de Marcos y su comunidad, que elabora el sentido (aquí, el contrasentido) de un pan que no alcanza.

-          la Realidad de seguimiento histórico, pero de carencia económica en el entonces de los discípulos y en el ahora de los seguidores de Jesús, a quienes ni los economistas ni mucho menos los teólogos les han resuelto el dramático asunto de su pan.

El texto de Marcos es del año 71 y aquello que refleja es la situación de los seguidores de Jesús en la Roma Imperial economicista, absorbente de los bienes de sus colonias, exigente en los impuestos, cruel frente a quienes todo lo tienen en la metrópoli dominadora y a quienes carecen de todo y no tienen qué comer.

Los cristianos de Roma en el texto de Marcos hacen memoria del Evangelio del Reino, proclamado por un artesano menor, sobre una base de innegable realismo económico:

-          la imposibilidad de abastecer de pan a tanta gente

-          los doscientos denarios que no bastarían

-          el multiplicar el pan, no una sino dos veces

-          el repartir la riqueza

-          el no atesorar

-          el debate sobre el pago de impuestos

-          el dar de la propia pobreza como la viejecita en la alcancía del templo

-          el producir intereses del capital encomendado

-          el no amonto­nar en graneros

-          el desear hartarse con las migajas de la mesa del rico

-          el no sólo de pan vive el hombre

-          la siembra, el crecimiento y la cosecha

-          el recibir el ciento por uno

-          el no se puede servir a Dios y al dinero

-          el bienaventurados los pobres y el ay de ustedes los ricos.

-          las bases sociales sobre las que se fundamentan las bienaventuranzas del Reino: los pobres, los que lloran, los hambrientos de justicia

-          el criterio valorativo de la acción humana total en términos de necesidades básicas insatisfechas o satisfechas, que el Señor asume como hechas a Él mismo si se hacen o se dejan de hacer con los hermanos pequeños y débiles.

Lo económico no es una circunstancia externa en la que suceda el Evangelio de Jesús. Al contrario, es su constante y también su determinante, por más que exegetas y teólogos se apresuren a espiritualizar los sentidos, como avergonzados de que el Evangelio del Reino llegue hasta las realidades de la materialidad y de la profanidad.

Y nadie debiera extrañarse de los sentidos materiales ni de las bases económicas del Evangelio del Reino.

Porque también las tradiciones mayores que componen el texto que hoy conocemos como Antiguo Testamento se escribieron desde la experiencia de la dominación económica de la corte de David y de Salomón que reeditaron la opresión, la carencia y el atropello del pueblo en Egipto antes de su liberación. Si la fuente P es el reflejo del interés sacerdotal por el sacrificio y por el culto como sistema de sostenimiento, y si las fuentes D y Y reflejan los intereses de los grupos humanos de letrados y doctores, es claro que la fuente E es el clamor del campesino, del que labra la tierra, del que la trabaja con el sudor de la frente, de quien siente el trabajo como el destino cruel por el que se siembra aquello que no se cosecha ni se come. Las tradiciones proféticas, a su vez, comprenden las vehementes denuncias contra una economía imperial explotadora, ajena al derecho de los débiles, de los jornaleros, de los esquilmados por el mercadeo, por la usura y el fraude.

La manifestación de Dios en y por la historia jamás consentirá que la genuina producción teológica y la práctica pastoral sucedan por fuera o con independencia de la producción económica. Porque la economía es pilar sustantivo de la historia del ser humano sobre este planeta. Y porque, si el acto revelatorio de Dios está encaminado con indiscutible prioridad a la dignificación y liberación del pobre, del oprimido, del explotado, del desposeído, del marginado, del cojo y del ciego, del manco y del enfermo, entonces el criterio máximo de eticidad de toda genuina teología y pastoral tendrá que definirse desde la causa de los pobres. Ellos son tales por mil factores, de los cuales la carencia económica es sustrato común e inequívoco.

 

3. Pobre y Pobreza

Sabemos desde siempre en América Latina que ni el Texto normativo del Nuevo Testamento ni el paradigmático del Antiguo canonizan ni beatifican, sin más, a la clase social de los pobres por el hecho simple y llano de que sean pobres.

Pero tampoco el horizonte de tradición proporciona un sentido de pobres “espirituales” y de pobreza “espiritual” en que termine negada la pobreza real, y vaciados, “espiritualizados” y transmutados los sentidos literales y las semánticas reales del pobre y de la pobreza. Es cínico hacer decir al Texto que los ricos pueden ser “pobres espirituales” con tal de que sean buenos ricos. La interpretación teológica no es el resultado de un remanejo de las significaciones y de una espiritualización de los sentidos literales hasta hacer desparecer la realidad histórica y convertirla en realidad espiritual en la zona del creer y del proclamar, sin realidad real en la zona del suceder.

La realidad de la pobreza del Jesús histórico es una pobreza real, de sentido real, de situación real. Y la pobreza a la que se refiere la Tradición que testimonia el acontecimiento de Jesús no refiere una pobreza “espiritual” que niegue o esconda el sentido de la pobreza real. El docetismo y las confesiones desencarnadas de la fe constituyen peligro constante para la historicidad de la salvación cristiana: un asesinato de Jesús que ya no sea asesinato sino “sacrificio redentor”; un conflicto social y político de Jesús que ya no sea conflicto sino llana “predicación del Reino”; un asumir el contexto real de situación de su época que no sea presencia y voz de la divinidad en el corazón mismo del contexto histórico, sino una fácil “encarnación del logos”; un haberse hecho pobre y carente que ya no sea en pobreza real, sino en “pobreza espiritual”.

Pobre y pobreza que realmente sean tales, sin vaciamientos de sentidos y de contenidos, tienen una semántica amplia que la teología latinoamericana ha registrado desde aquellos días en que las mediaciones sociales redujeron los términos a las solas categorías económicas o a las perspectivas cerradas de una clase social enfrentada a todo lo demás. Y es porque las perspectivas complejas y amplias acerca del pobre y de la pobreza no resisten ser definidas por una sola variable con oscurecimiento de otras vertientes de sentido:

En sentido económico, pobre es el carente de recursos monetarios

-          en sentido cultural, pobre es el subyugado por modalidades de vida y de expresión ajenos a los suyos

-          en sentido político, pobre es el violentado y oprimido por el poder abusivo

-          en sentido clínico, pobre es el enfermo

-          en sentido sicológico, pobre es el enajenado, el extrañado de sí mismo

-          en sentido educativo, pobre es el iletrado

-          en sentido étnico, pobre es el negro, el indígena, el latino, la minoría

-          en sentido sexual, pobre es el “anormal”

-          en sentido epidemiológico, pobre es el infectado

-          en sentido moral, pobre es el descarriado

-          en sentido familiar, pobre es el solo, el triste, el huérfano, la abandonada, la viuda

-          en sentido de género, pobre es la mujer victimizada

-          en sentido de derecho, pobre es el excluido y pisoteado, sin acceso a la protesta, al diálogo, a la democracia, a la representación

-          en sentido de necesidades básicas insatisfechas, pobre es el que no puede acceder a comida, techo, salud, educación

-          en sentido de desarrollo, pobre es el condenado a no ver actuadas nunca sus potencialidades físicas, espirituales y sociales

-          en sentido ecológico, pobre es aquel a quien se le destruye su habitat, su medio ambiente y sus recursos de aire, de suelos, de flora, de fauna

-          en sentido teologal, pobre es el que se cierra a la misericordia y al amor

-          en sentido religioso, pobre es aquel que es violentado en su conciencia y a quien se le niega o se le impide buscar y hallar la razón de su sentido histórico y de su último sentido.

Con esos pobres y para esos pobres, que pululan a todo lo largo y ancho de la geografía de Amerindia, es para quienes Dios trabaja en la historia y con quienes pacta su alianza reveladora y salvadora. El denominador común de estos pobres y de estas pobrezas es la carencia real.

Por desgracia, la misma comunidad pastoral y teológica de América Latina,

-          ha consentido el vaciamiento del lenguaje de la liberación, que hoy resulta espiritualizado y privado de su mordiente de significación económica.

-          ha suscrito la confusión de los sentidos semánticos y prácticos del pobre y de la pobreza.

-          ha permitido que la ya alcanzada mediación de las ciencias sociales analíticas en la elaboración teológica y pastoral se reemplace otra vez por las clásicas mediaciones filosóficas, que nos han ayudado a contemplar el mundo pero no a trasformarlo.

 

4. El acto fundante y fundamental

Hago mía “la hipótesis acerca de la anomalía que viene ocurriendo en la teología de la liberación, o en los teólogos de la liberación que son conocidos y leídos por los agentes de pastoral. Es consensual que la teología de la liberación, desde sus orígenes, pretende ser una reflexión teológica a partir y sobre las prácticas de liberación de los pobres y oprimidos. Los pobres fueron asumidos como lugar epistemológico de la reflexión teológica. Los pobres entendidos como empobrecidos económicamente, en el sentido material. Siendo así, la economía –tanto teórica como práctica- que fue asumida como asunto central en la teología de la liberación, debería ser objeto de muchas reflexiones teológicas. Sin embargo, después de 1975, los teólogos más conocidos y divulgados poco o nada trabajaron la relación teología y economía. Pasada la fase de la teoría de la dependencia, temas económicos importantes como el neoliberalismo, la crisis de la deuda externa de América Latina, la revolución tecnológica y los cambios en las relaciones de trabajo no fueron objeto de reflexión teológica por parte de los teólogos”[2].

Personalmente tengo la fundada impresión de que, fraguado el método teológico latinoamericano, con harta ingenuidad fue puesto al servicio de los grandes tratados teológicos neoescolásticos propios de facultades y de seminarios y que la labor teológica latinoamericana se desgastó en volver a decir con método nuevo y en términos nuevos lo usual y lo convenido. Un repaso a la producción teológica que corre con etiqueta de liberación puede ser frustrante.

Cuando en verdad, el asunto fundante de la teología latinoamericana y su inocultable mérito fue que, por vez primera, la reflexión de fe tomó en consideración la misma estructura económica, política y cultural de la América nuestra. Desde ahí se posibilitó, por vez primera, la articulación de lo económico, político y cultural latinoamericano como materia prima u objeto material, desde el cual y a partir del cual se levantara la formalidad teológica y pastoral.

Así la teología y la pastoral fueron latinoamericanas, no por externa denominación o pura geografía, sino por estar internamente determinadas por la realidad misma de América Latina.

Por eso y sólo por eso, nuestro talante teológico y pastoral entró en dura y permanente contradicción con la razón moderna. Porque la liberación de la razón no ha significado la liberación real de la miseria de la realidad, sino su agravamiento.

La razón ilustrada y las racionalidades técnicas y tecnológicas han alcanzado un formidable despliegue en su mayoría de edad, pero sin que hayan logrado incidir en la transformación de una realidad bruta y cruel. Entonces se bifurcan el reino de la idea, de la razón y de la técnica, y el reino del hambre, del cautiverio, de la carencia, de la explotación, de la opresión. El uno convive con el otro. Pero el uno constituye la negación práctica de los ideales teóricos del otro. La realidad pensada, en la que ha sido insigne la racionalidad moderna, contrasta en modo cruel con la realidad alienada, que no logra ser reformada por el pensamiento, por la teoría escueta, por las tesis admirables de pensadores y de tecnócratas.

La segregación racial y cultural marca un dramático antagonismo con la igualdad proclamada por la modernidad. Los cuarenta millones de hombres y mujeres que mueren cada año de física inanición no son soporte para el discurso moderno de la fraternidad. Los millares de confrontaciones armadas y los sofisticados medios y métodos de exterminio cierto de obreros y campesinos, de indígenas y pobres absolutos no legitiman en modo alguno la proclamación moderna de la solidaridad. La masa impresionante de obreros con sueldos de hambre, de desempleados y de subempleados constituye la antítesis de la industrialización, del comercio libre, de la competitividad, del desarrollo sostenible, del equilibrio de la oferta y la demanda y de la globalización de las economías.

Es que la necesidad de imaginar proyectos sociales alternativos al actual ordenamiento sólo pueden percibirlo en su hondura quienes padecen en huesos propios las embestidas del capitalismo que, en su fase inicial, nadie dudó en calificar de salvaje.

Maquillado luego como capitalismo con corazón o como capitalismo con rostro humano en su segunda versión, el capitalismo cedió a la presión de los socialismos para planificar de alguna manera las economías y para procurar de alguna forma la ética de la ganancia, la redistribución del ingreso y alguna socialización de los servicios fundamentales.

En su fase actual neoliberal, el capitalismo internacional retorna en la práctica a su primera fase salvaje. Desmonta el denominado Welfare-State. Reaviva su fe incondicional en el equilibrio jamás logrado por la mano invisible entre oferta y demanda. Abjura de la justicia social que pueda procurar el justo reparto por fuera de la lógica mecanicista y catalética del mercado. Privatiza toda prestación de servicios básicos esenciales. Y deja en la desprotección absoluta a todos aquellos conglomerados humanos que jamás accederán a la competencia mercantil, al denominado libre mercado o a los beneficios monopolísticos del gran capital[3].

La utopía de una sociedad social, es decir, si tan aberrantes desigualdades y sin tan radicales intereses contrapuestos, sólo pueden entenderla las víctimas de los explotadores económicos, de los opresores políticos y de los dominadores culturales. Tanto la moderna razón funcionalizadora y atomizadora del saber, como la división funcional del trabajo se exacerban aún más por los intereses de clases contrapuestas, que hacen de la sociedad moderna una sociedad asimétrica y escindida entre clases altas-altas y altas-medias, medias-medias y medias-bajas, hasta llegar a las clases bajas y a los desechables, que habitan los submundos en modos infrahumanos. Aquí se juega y se pierde toda la legitimidad de los discursos de la racionalidad, comprendidos ciertos discursos teológicos latinoamericanos.

La redención de los pobres ha sido propuesta, desde hace décadas, en términos de desarrollo, como dinamismo para la superación del subdesarrollo. Y el camino trazado ha comprendido de modo reiterativo la transferencia de capitales, el incremento del comercio y el suministro de tecnología que sustituya los arcaicos sistemas de explotación y de comercialización. Este mismo recetario se repropone hoy, sustancialmente inmodificado, en las corrientes del neocapitalismo económico, del neoliberalismo ideológico y de la nueva derecha política.

Pero la cara oculta del desarrollismo ha revelado hasta hoy que los núcleos industrializados y tecnificados (países o transnacionales) están económica y políticamente interesados en la vigencia del actual ordenamiento económico y social, que por inexorabilidad produce centros y periferias. Así como ha mostrado de modo fehaciente que la transferencia de capital al mundo pobre se grava con altísimos intereses, señalados a voluntad por los prestamistas internacionales. Con eso se llega al actual índice de endeudamiento de los países pobres, para muchos de los cuales ni el producido de todo su comercio exterior y ni siquiera el producto total de su crecimiento interno resultan suficientes, no ya para pagar los capitales prestados, pero ni siquiera para atender el intolerable servicio de la deuda.

El comercio de capitales, de tecnología, de equipo, de bienes y servicios hacia el mundo pobre se realiza en condiciones desventajosas y gravemente injustas. Y conduce sin piedad a índices crecientes de agudización de la pobreza, así como a la imposición de políticas económicas y sociales trazadas por los ricos para los pobres y al holocausto de la propia identidad, intereses, culturas, cosmovisiones y procederes en el templo indecible del tráfico y de la usura.

Los modelos desarrollistas, catequizados en las escuelas extranjeras de economía e implementados luego con servilismo por los ejecutivos de oficio, arrojan por resultado un progreso que beneficia a quienes de fuera o de dentro de los países pobres tienen capital, lo invierten, producen tecnológicamente, comercian, son dueños de los medios de producción, contratan mano de obra con sueldos de hambre, y entonces procuran a todo trance mantener la estabilidad económica y social que favorezca sus intereses. En los esquemas desarrollistas clásicos o remozados, el pueblo empobrecido sube, a veces, una grada en la escala, ya no del bienestar sino de la subsistencia, sin jamás superar su condición subalterna, dependiente, de explotado a sueldo.

En el interior de cada país pobre se reproduce un sistema de mayorías nacionales empobrecidas y de pequeñas elites que detentan los bienes de producción y los resortes del poder político, y se constituyen en enlaces nacionales de los imperialismos internacionales. La logística y la geopolítica de tipo militar operan como garantes del orden establecido, confundido muchas veces con el Estado, con las instituciones “democráticas”, con el mundo “libre”, con el “orden” de la civilización occidental.

En la década que va corrida desde la caída de los socialismos en la Europa del Este se ha pretendido nivelar el fracaso de los socialismos históricos, con la crisis o caída del marxismo, con la implosión del socialismo, y con el fracaso del sistema comunista. En ese río revuelto se pretende pescar que los ideales humanos de lo social y de la socialización fracasaron definitivamente. O que el comunismo, etapa final del socialismo, existió pero se derrumbó. O que los grandes principios de una teoría social tan importante como el marxismo se demuestran hoy filosóficamente insostenibles o socialmente falsos.

Niveladas así las cosas, se abre el camino para proclamar “el final de la historia” y la entrada en el futuro, por la supremacía incontestable de la ideología liberal capitalista, sin otra alterna que sea su antítesis[4].

Se llega hasta afirmar, sin ningún pudor filosófico, que las causas de la caída de los socialismos históricos y la victoria neoliberal son metafísicas, en sentido hegeliano de la historia. Los socialismos habrían sido precursores defectuosos del sistema perfecto que sería la actual fase neoliberal del capitalismo internacional. La finalidad obvia de todo el aparato conceptual generado es abolir las defensas con que el organismo social resistió por años a la ideología liberal capitalista.

Desaparecido el bloque Este-Oeste, ha cobrado plena vigencia el bloque Norte-Sur. Para el hemisferio Sur el esquema comprende el mercado de capitales en el Norte y el mercado de materias primas y de mano de obra barata en el Sur. La apertura económica en el Sur para que adquiera productos, servicios y bienes del Norte. El trazado de políticas económicas y sociales en el Norte, para que sean ejecutadas sin libertad alguna en el Sur. La propuesta de los ideales capitalistas del Norte para que sean reproducidos con servilismo en el Sur. El consumo desaforado de sustancias tóxicas en el Norte y la implacable persecución y el exterminio ecológico en el Sur.

El hemisferio Sur refuerza entonces sus propias responsabilidades del lado de quienes viven y padecen en este inmenso Sur, sin que se pueda hacer un rodeo para transitar irresponsablemente por el camino del Norte.

La urgencia del momento es una plena conciencia de los valores, posibilidades y alternativas que se ofrezcan al Sur empobrecido para ser él mismo y caminar en dirección, no simple y llana de los ideales del Norte desarrollado, sino en pos de la justicia, de la equidad, de la fraternidad, es decir, de los supuestos ideales teóricos de la razón moderna.

En el Sur latinoamericano, asiático, africano y aun europeo conserva su plena vigencia y su vigor la propuesta general de la liberación. Lejos de desaparecer o de mantenerse como propuesta regional, la utopía de la liberación ha devenido cada vez más actual y más abarcante de cuanto pudo serlo en sus cuatro anteriores décadas de duración.

Por lo demás, el pobre de los submundos ha venido siendo sujeto histórico, en cuanto que por él pasa la generación de nuevos derroteros históricos. Hoy se refuerza más esa autoría histórica del pobre por la generación de elementos primordiales: La creación de riqueza humana. Los modelos de economía solidaria. Los modos de organización popular. Los lenguajes de simbolización y expresión mitológicas y sapienciales. Los estilos de educación alternativa. El renacer de las culturas propias, débiles económicamente, pero llenas de humanismo y de piedad. La cultura de resistencia a los proyectos de economía y sociedad en los que están implícitos y explícitos tantos atropellos de lesa humanidad.

El inmenso mundo de los pobres no requiere, pues, que lo sigamos catalogando como segundo o tercer mundo. Reclama que el discurso sobre la pobreza y el pobre y las opciones políticas, sociales, pastorales y, ciertamente las teológicas, muestren que no estaban fundadas en ideologías revanchistas de izquierda, sino en la responsabilidad ética ante la historia. Es que los grandes interesados civiles y eclesiásticos proclamaron, a la mañana siguiente de la caída del socialismo del Este, el final del discurso teológico sobre el pobre y el desbarajuste definitivo de las praxis sociales, políticas y pastorales por la liberación de los pobres de la tierra.

Pero sí hay que registrar que en el inaplazable empeño liberador sigue ocupada, perseguida y martirizada una porción relativamente pequeña, pero emergente y sintomática de la Iglesia. Porque la Iglesia desde la segunda modernidad y en el submundo de la inhumanidad comenzó a percibirse como pobre en su entidad y de los pobres en la urgencia de su misión apostólica. No ha pretendido ser una Iglesia dentro de la Iglesia, como temen los celosos custodios de la unidad formal. Pero tampoco ha aceptado ser un grupo de voluntarios pobres de una Iglesia rica, poderosa y satisfecha. La Iglesia pobre y de los pobres ha sido memoria inquietante de la característica esencial y constitutiva del misterio de la Iglesia en el misterio de Cristo pobre, como para que la modernidad ilustrada y su desarrollo capitalista puedan ser evangelizados y convertidos.

 

5. Ante las últimas fases de nuestra pobreza

 

Significado

La pobreza es una situación de privación humana inaceptable. Y privación o carencia dicen relación a aquello que hombre y mujer deben tener para ser lo que les compete, no en un orden simplemente distributivo, sino entitativo.

Porque es verdad filosófica y teológica que ser y tener operan en planos no reductibles el uno al otro ni homologables, de los cuales el ser del sujeto prima sobre la tenencia del objeto. Pero el tener y el poseer del objeto son condición, muchas veces primaria, para que el sujeto simplemente sea.

Por eso, porque la pobreza atenta, no sólo contra el tener de los objetos, sino contra el ser de los sujetos y de la inmensa mayoría de los sujetos, se trata de una situación de privación o de carencia completamente inaceptables.

Las manifestaciones recurrentes de nuestra pobreza son:

-          bajos niveles de ingreso y de consumo: sobrevivir con un dólar diario

-          bajos niveles de educación, salud y nutrición

-          bajos niveles de capacitación laboral y consiguiente desempleo

-          imposibilidad de satisfacer necesidades básicas primarias (comida, vestido, techo, salud, educación)

-          vulnerabilidad a las políticas de salarios, de tarifas, de servicios, de impuestos, de recorte del gasto público y de la inversión social

-          marginación en la toma de decisiones políticas, económicas, sociales

-          morbilidad y mortalidad tienen en los pobres su mejor presa: todas las plagas, epidemias y taras han hecho -ellas sí- “la opción por los pobres”.

 

Causas

Causa primera y fundamental de nuestra pobreza sigue siendo la «asimetría en la tenencia».

No es defendible en el plano filosófico y menos en el teológico la tesis común a la biblioteca neoliberal, a saber, que la asimetría está constituida y viene dada en el ser mismo del ser humano, en cuanto que Dios o la madre naturaleza nos concibieron en radical desigualdad entitativa: hombres y mujeres no naceríamos fundamentalmente iguales, sino que las inocultables diversidades subjetivas aducirían desigualdades constitutivas entre los miembros de la misma estirpe humana.

La asimetría en la tenencia puede ser culpable (directamente imputable), culposa (indirectamente imputable) o, acaso, inculpable (no imputable absolutamente bajo culpa o bajo pena). En el inmediato pasado, todo el asunto de las asimetrías sociales en el horizonte marxista estuvo acompañado (¿dominado?) por un juicio moral implacable que, al tiempo que señaló los principios sustentadores de las asimetrías (propiedad privada, clases sociales, estado y religión) también exacerbó la lucha implacable de una clase social contra otra, supuesta causante de sus males, incluso hasta la revuelta armada y el exterminio del supuesto enemigo social. Colombia es el último de los ejemplos de revuelta armada ideológica, antes de que sus revolucionarios transmutaran sus ideales en pura y simple delincuencia común. Quizás no sea el caso proseguir en la identificación y señalamiento de culpables reales o presuntos, sino de identificar en manera corresponsable las alternativas de solución.

La asimetría en la tenencia se describe por ciertos elementos primarios que más contribuyen a determinar la pobreza, como son

-          tierra,

-          medios de producción,

-          educación,

-          información,

-          acceso al sistema financiero,

-          participación en el beneficio social

A más de las asimetrías en la tenencia, hoy es factor señalado de la general pobreza la corrupción galopante con relación al bien público y al tesoro nacional. Aquí Colombia –por ejemplo- ocupa por desgracia el tercer puesto entre los países más corruptos del planeta. A la galería de su corrupción aberrante pertenecen entidades literalmente saqueadas como la Caja Nacional de Previsión, el Banco del Estado, el Fondo Nacional de Puertos, el Seguro Social, el Instituto de la Reforma Urbana. Unos dirigentes del Senado hicieron contrataciones mensuales de 100 millones de pesos en papel higiénico [cambio aproximado de 2000 pesos = 1 US$). Un “padre de la patria” gasta cada mes en su celular una suma similar a la del papel higiénico. Un tristemente célebre presidente del congreso se fue de tour a Rumania con sus compadres para hablar en un parlamento que estaba clausurado por vacaciones. En un solo mes se hicieron contrataciones por novecientos mil millones para limpiar fachadas del capitolio y comprar neveras y automóviles para los congresistas.

La deuda externa, por lo demás, delimita de tal manera nuestra débil economía, que un 40% del producto total de la nación se destina al pago de los intereses de la deuda, estimada en este momento en 37 mil millones de dólares. Con lo cual, el primer renglón de exportaciones del país es el capital neto, no las flores ni el banano, no el petróleo ni el café.

Si la fuente primaria de riqueza son los propios recursos naturales, mucho más si ellos constituyen el renglón de las ventajas comparativas de un país de trópico, entonces se percibe hasta dónde es causa de empobrecimiento el deterioro del medio ambiente, que recae sobre todos, pero en especial sobre los indígenas y campesinos, que son los pobres por antonomasia. El desarrollo de los fuertes se ha librado y se sigue librando a costa de los recursos de los débiles.

El estado actual del capital humano se sigue caracterizando por su atraso cultural, educativo, técnico y tecnológico. Se acrecienta por la indolencia de un sistema educativo que no acompaña el proceso de desarrollo humano y social de nuestros pueblos. Ni el artesanado (“hand-worker”) de trabajadores manuales como carpinteros, plomeros, costureros, mecánicos, ingenieros de alimentos, ni la industria agropecuaria, ni los niveles medios y bajos de la economía (tiendas de barrio, guarderías, restaurantes, industrias caseras) tienen cabida al lado de los cuadros estereotipados de los licenciados, magister y doctorados que se preparan de modo exquisito y exclusivo en nuestras universidades públicas y privadas. La academia ni se inserta en ni acompaña el proceso de nuestro desarrollo económico y social.

 

Soñar la superación

En Porto Alegre, dice el analista, se ha dejado de llorar y se ha vuelto a soñar. Soñar, no el sueño americano, sino el latinoamericano. Soñar, pero “siendo conscientes que se sueña”, como enseñó Nietzsche, porque sólo así el sueño no es quimera, sino que responde a la invitación kantiana del “qué debo pensar y qué puedo razonablemente esperar”.

No han surgido modelos de economía y de sociedad que sean alternativos a los consabidos sistemas de regulación de la economía y al sistema de economía libre. Con el descrédito rotundo del primero y el auge globalizado del segundo. Ni puede esperarse razonablemente para el corto y mediano plazo un estado de cosas diferente

Pero trátese del sistema de economía social o del modelo económico de capital, debemos convenir en que la generación de riqueza y la economía de mercado son elementos imperativos a toda conciencia y a toda ciencia. Es falsa y maniquea toda corriente social o religiosa que predique en contra de la generación de riqueza, como es ignorante la posición de quienes concluyen que hoy la Iglesia condena la economía de mercado. La economía, o es de mercado, o no es economía. Cuando el valor de cambio se separó del simple valor de uso, entonces nació el mercado y también la economía.

De ahí se sigue que pertenecen internamente a la lógica y también a la ética de la generación de riqueza el trabajo y la producción, la acumulación y la previsión, la cualificación y la selección, el comercio y la distribución, la empresa y la tecnificación.

El punto terminal del ingente esfuerzo latinoamericano debe ser el crecimiento económico de nuestros países, que se vea acompañado, es obvio, del crecimiento humano y del crecimiento social, puesto que la economía no es un absoluto sino un relativo al sujeto y la sociedad.

El axioma “no se puede repartir la pobreza” encierra la enorme verdad imperativa del crecimiento económico, aunque disimula muy mal el sentido perverso de que los pobres deben esperar al término del proceso total del crecimiento económico, antes de que puedan participar del beneficio social.

Por el contrario, toda fase del proceso económico debe esforzarse por acrecentar y acercar los índices del ingreso neto y de la inversión social.

En el tortuoso camino antiguo y nuevo de acercar los índices de relación entre hipoteca social y capital, el régimen de impuestos ha sido y debe seguir siendo un instrumento apto; que tiene la virtualidad de ser ineficaz por inexistencia de los recaudos o evasión de los mismos; o de ser tan asfixiante del capital y de la empresa, que los impuestos, contribuciones de ley y prestaciones se convierten en destrucción de los mismos espacios que generan riqueza y ofrecen empleo. En todo caso es cierto que el régimen de impuestos es por ahora la manera más lúcida de intentar la redistribución social del ingreso y el beneficio común del crecimiento económico.

Además, la superación de la pobreza no puede conseguirse sin uso del poder político que trace una filosofía nueva del Estado, que integre, quizás, muchos de los recortes y limitaciones que hoy reclama el mismo modelo neoliberal. Pero sin retrocesos en la ética del Estado, que en la sana tradición política, filosófica y teológica se define por relación a los pobres: “En la tutela de estos derechos de los individuos se debe tener especial consideración para con los débiles y pobres. La clase rica, poderosa ya de por sí, tiene menos necesidad de ser protegida por los poderes públicos; en cambio, la clase proletaria, al carecer de un propio apoyo tiene necesidad específica de buscarlo en la protección del Estado. Por tanto, es a los obreros, en su mayoría débiles y necesitados, a quienes el Estado debe dirigir sus preferencias y cuidados[5]

Por último, los modos de intermediación social son hoy objeto de análisis y discernimiento. A diferencia de décadas anteriores, la solución al flagelo de la pobreza no debe pensarse tanto en términos de beneficencia, sino de posibilidad de acceso; y no tanto en óptica de suplencia, sino de ingerencia.

Porque si debemos interactuar en el actual ordenamiento de la economía y contar con la imposibilidad de escaparnos de él, la mejor intermediación social es el resultando del acceso del pobre al sistema financiero, al crédito fácil, al interés sin usura, a la socialización de la banca.

El banco y, sobre todo, las corporaciones se explican por la relación entre ahorro y préstamo y entre intereses pagados al ahorrista e intereses cobrados al prestamista; y el volumen de la oferta y de la demanda son reguladoras del mercado de capitales. Pero los índices de utilidad, por lo general exorbitantes de bancos y corporaciones, indican que la anterior correlación no se establece en el plano de lo ético, sino en el plano del enriquecimiento usurero del banco o de la corporación.

 

6. La pobreza ante el ser y la misión de las iglesias

La severa afectación de la pobreza es un fenómeno transversal sobre tres cuartas partes de la humanidad. En Colombia las cifras estimadas de población bajo línea de pobreza extrema o absoluta son de 11 millones del total de 37 millones. Pero el 10% de la población colombiana es poseedora del 40% del ingreso total.

La pobreza se ha especializado en nuestro hemisferio sur que, por paradoja, conforma la porción mayoritaria de las Iglesias. Ahí entra en contradicción palmaria el pretendido discurso de lo religioso en términos de amor, justicia y fraternidad. La realidad real hace cínico el discurso de lo religioso y de las religiones que, extrañadas por completo de la vida real, pululan también en la América nuestra.

Por eso, la ecclesia pauper, Iglesia pobre es un modelo de Iglesia que se define y que se organiza a partir del hecho mayor de nuestro tiempo que es la pobreza generalizada.

La ecclesia pauperum, Iglesia de los pobres determina una misión y apunta a una teleología, destino o punto terminal de la acción, que es la liberación de los pobres en la dimensión inmanente y trascendente. Sólo que la destinación al pobre no tiene por qué ser declarada “no exclusiva y no excluyente” si se percibe que la buena noticia consiste en la relativización de la pretendida absolutización del bien temporal hasta confundirlo con el bien total o con el bien definitivo: son Bienaventurados del Reino quienes suspenden la racionalidad primaria de la riqueza temporal porque han sido alcanzados por el polo primario del amor y de la fraternidad. Por eso el que no es pobre debe hacerse pobre: “primero en suma pobreza espiritual; y después, queriéndome su Santísima Majestad, también en suma pobreza actual para más amarlo y más seguirlo”, según la espléndida formulación ignaciana.

De la célebre opción por el pobre en cuanto víctima de la culpa ajena, ojalá quedara en nuestras Iglesias y en nosotros:

-          la opción por los intereses del pobre,

-          la opción por la “clase” social de los pobres,

-          la opción por los modelos de economía y sociedad que resuelvan o mitiguen el impacto de la pobreza generalizada,

-          la opción por las formas de organización popular en que los mismos pobres defienden su causa y sus derechos (huelga, paro, sindicato, protesta, reivindicación laboral o salarial, defensa de marginados étnicos, sociales, sexuales),

-          la opción por las culturas populares en cuanto imaginarios de representación del mundo y de la sociedad en formas alternativas a los modelos dominantes,

-          la opción por la educación popular que no signifique la simple entrada del pobre en el mismo sistema que lo ha dominado y empobrecido: educación para el cambio,

-          la opción por la inserción y acompañamiento del pobre allí donde vive, padece, ama, crece (inserción geográfica que se acompañe de la inserción en sus intereses).

El pobre y la pobreza, como determinantes de la razón y de la misión de las Iglesias, han venido a ser un elemento transversal, con el que se ha renovado de raíz la faz histórica y social de todas las Iglesias. En ese marco sacramental queda todavía amplio espacio para seguir consumiendo nuestras existencias en el fuego del amor de Dios y de todos los excluidos de la América Nuestra.

 

 

Alberto Parra

Bogotá, Colombia

Marzo 2002



[1] Montenegro Santiago, Lecturas Dominicales, El Tiempo, 17 de febrero de 2002.

[2] SUNG, Jung Mo, Teología e economía, Editora Vozes, Petrópolis 1994, 8.

[3] "En el mismo momento en que colapsó el socialismo histórico, colapsó también en grandes partes del Occidente burgués el capitalismo de reformas que había sostenido ser la verdadera alternativa al capitalismo salvaje anterior y al socialismo soviético. Este capitalismo de reformas había puesto, junto a la mano invisible de Adam Smith, la mano visible de Lord Keynes. Ahora el capitalismo retiró la mano de Keynes y se volvió a presentar como el capitalismo salvaje que había sido.

En este mismo momento la teoría económica neoliberal radicalizó la teoría económica neoclásica; se puso más escéptica y mucho más agresiva. Adam Smith, que hasta entonces había sido encubierto por pensadores económicos más bien reformistas, desde Marshal a Keynes, volvió a aparecer como el gran clásico del pensamiento económico, cuya mano invisible conduciría el destino del mundo hacia el mejor de los mundos posibles. No obstante, los gritos de triunfo son más bien artificiales. Uno de los que gritó con más ruido, Francis Fukuyama, era un funcionario del Departamento de Estado, encargado de producir optimismo", HINKELAMMERT Franz J., El Mapa del Emperador, Editorial DEI, San José de Costa Rica, 1996, 116-117.

[4] FUKUYAMA Francis, El Fin de la Historia y el Ultimo Hombre, Planeta Colombiana Editorial, Bogotá 1992.

[5] León XIII, Rerun Novarum, citado por Juan Pablo II, Centesimus Annus 10.