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MARIA «LA CONQUISTADORA» 
ANTE EL
MUNDO AMERINDIO

 

María llega a América Latina por los descubridores y conquistadores portugueses y españoles.

 

 

Devoción mariana de los Conquistadores

 

Como ha afirmado Vargas Ugarte, «aunque es forzoso reconocer que muchos de los conquistadores españoles no estuvieron exentos de graves defectos, es incontestable que casi todos eran hombres de arraigada fe y además fervientes devotos de la Virgen María».15

La afirmación, desde nuestra temática y desde las actuales perspectivas en las que se mueve el historiador, es sugerente y nos abre a dos preguntas: ¿Cuál era la Virgen María que latía en la fe de los conquistadores? ¿Cómo aparecía esta Virgen María ante los ojos de los indígenas?

Conocida es la devoción a la Virgen tenida por Cristóbal Colón, en cuyo estandarte estaban impresas las imágenes de Jesús y de María, y que bautizó la segunda isla descubierta con el nombre de Concepción, y que en su segundo viaje erigió en Santo Domingo la primera iglesia levantada en América, consagrándola a Jesucristo y a su Madre Santísima.

Lo mismo nos consta de Hernán Cortés por los testimonios de Bernal Díaz del Castillo. El conquistador sólo llevaba sobre su pecho una cadena de oro con la imagen de Nuestra Señora, la Virgen Santa María, con su precioso hijo en los brazos. Rezaba las Horas todas las mañanas, oía la Misa y «tenía por su muy Abogada a la Virgen María». Cuenta el mismo cronista que, habiendo desembarcado en la isla de Cosumel, vieron en un templo una reunión religiosa de indios, y que les ordenaron «que quitasen de aquella casa aquellos sus ídolos..., que les llevarían al infierno sus almas y se les dio a entender otras cosas santas e buenas, e que pusiesen una imagen de Nuestra Señora que les dio Hernán Cortés e una cruz». No se atrevieron los indios a quitar sus falsos dioses, temiendo no les sucediese algún mal y propusieron a los españoles que los echasen ellos, persuadidos que luego les vendría algún castigo, y así mandó Hernán Cortés que los despedazasen y echasen a rodar por las gradas del templo abajo. «Luego mandó traer mucha cal, que había harta en aquel pueblo e indios albañiles y se hizo un altar muy limpio, donde pusiésemos la imagen de Nuestra Señora, e mandó a dos de nuestros carpinteros.., que hiciesen una cruz... la cual se puso en uno como humilladero que estaba cerca del altar e hizo misa el Padre que se decía Juan Díaz, y el papa (sacerdote de los ídolos) y todos los indios estaban mirando con atención» 16

Testimonios similares sobre la devoción a la Virgen tenida por conquistadores y misioneros de la época, se podrían prolongar indefinidamente, porque se trata de una nota común de aquellos hombres.

 

 

Configuración de la Virgen como «La Conquistadora»

 

Misioneros y conquistadores traían a la Virgen a las tierras de América con las características de la teología de la Contrarreforma, envuelta en la original religiosidad popular luso-hispánica, y expresada en imágenes y devociones de marcado cuño occidental.

Pero al llegar a las nuevas playas, María adquiere inmediatamente una nueva y original configuración, cuya expresión más típica, a mi juicio, y al mismo tiempo la más ambigua, será la de ser considerada como «La Conquistadora». Así se denominará ya en los primeros años y, concretamente en Guatemala, a la Virgen llevada por el mercedario Fray Bartolomé de Olmedo.17 Es el mismo nombre que el San Roque González daba a la imagen de la Virgen que llevaba en todas sus correrías apostólicas en medio del mundo guaraní, y que era un lienzo de la Inmaculada Concepción, que había pintado el Hermano Bernardo Rodríguez, y que se lo había regalado el Provincial P. Diego de Torres.18 Imagen de la Virgen de las Mercedes y lienzo de la Inmaculada, pero en ambos casos es la Conquistadora.

El nombre es sumamente significativo, porque con él se mostraba que la Virgen quedaba incorporada cualitativamente a la empresa hispánica en las nuevas tierras descubiertas, empresa de conquista, siguiendo la tradición medieval española de la «reconquista», y que los misioneros intentaran suavizar con la cualificación de «conquista espiritual».19

Sin duda que, dada la dimensión evangelizadora de la empresa hispánica, bajo el nombre de «La Conquistadora» se encubre para la Virgen el nombre de «La Evangelizadora», canalizando bajo esta denominación toda una nueva teología de María para los misioneros.

Pero la conquista, en su globalidad, no era tan pura y desinteresada como hubiese sido una empresa de mera evangelización.

Cierto que Alejandro VI instaba a los Reyes Católicos a enviar misioneros afirmando que «confío con la ayuda de Dios, en poder ya propagar ampliamente el sagrado nombre y el Evangelio de Jesucristo». Y el mismo Cristóbal Colón escribía a Isabel y Fernando diciendo que «espero que Dios mediante Vuestras Altezas, se resolverá pronto a enviarnos personas devotas y religiosas para reunir a la Iglesia tan vastas poblaciones y que las convertirán a la fe». Y el mismo León XIII, con ocasión del cuarto centenario del Descubrimiento, afirmaba de Cristóbal Colón que fue un hombre «cuyo principal propósito y el que más arraigado estaba en su alma no fue otro que abrir el camino al Evangelio por nuevas tierras y por nuevos mares».20

Pero la conquista fue simultáneamente económica, social, y política, por lo que en la época se hablaba de una conquista con la espada y con la cruz, con una característica mentalidad colonizadora, que en los primeros años incluso llegó a poner en duda la humanidad de los indígenas, tema que tuvo que ser resuelto en las aulas universitarias de Alcalá y de Salamanca. Un mismo misionero, como el P. Antonio Ruiz de Montoya, afirmará con toda claridad que «he vivido todo el tiempo en la provincia del Paraguay y como en el desierto en busca de fieras, de indios bárbaros, atravesando campos y trasegando montes en busca suya, para agregarlos al aprisco de la Iglesia Santa y al servicio de Su Majestad».21  E indicará que «aquellos indios que vivían a su antigua usanza en sierras, campos, montes y pueblos que cada uno montaba cinco o seis casas, han sido ya reducidos por nuestra industria a poblaciones grandes y de rústicos vueltos en políticos cristianos», de tal manera que «los redujo la diligencia de los Padres a poblaciones grandes y vida política y humana, a beneficiar algodón con que se vistan, etc.». 22 Y el P. Diego de Torres escribía «que estos indios, como todos sus antepasados, poco antes andaban como fieras en esos montes con las armas en la mano matando y destrozando sin conocimiento de Dios Nuestro Señor, más que si fueran bestias». 23

Es al frente de esta compleja conquista como aparece María en la fe de los conquistadores como la Conquistadora, originándose una ambigua teología mariana, si la analizamos desapasionadamente, y una imagen de María mucho más ambigua para el indígena que se sentía agredido por militares y misioneros «conquistadores».

 

 

Ambigüedad teológica de «La Conquistadora»

 

Lo que Bernal Díaz del Castillo afirmaba de la Virgen María con relación a las tropas de Hernán Cortés en la conquista de Méjico, podemos decir que fue la fe mariana de castellanos y portugueses durante todo el período colonial. Escribía el cronista: «Y ciertamente todos los soldados que pasamos con Cortés tenemos muy creído, e así es verdad, que la misericordia divina y Nuestra Señora la Virgen María siempre era con nosotros: por lo cual le doy muchas gracias».24

Esta fe la confirmaban con repetidos milagros, atribuidos a la Cruz y a la Virgen, realizados con ocasión de acciones militares y similares. Así se cuenta que en una difícil batalla, dirigida bajo las órdenes del Capitán Francisco de Cortés, en el año 1517, «el Capitán mandó sacar los estandartes reales y los enarboló, y fuera de esto, otro de damasco blanco y carmesí con una cruz en el reverso y una letra por orla que decía así: ‘En esta vencí y el que me trajere, con ella vencerá’, y por la otra parte estaba la imagen de la Concepción Limpísima de Nuestra Señora y con otra letra que decía: ‘María, Mater Dei, ora pro nobis’, y al descubrirla y levantarla en alto, hincados de rodillas, con lágrimas y devoción le suplicaron los afligidos españoles les librase de tantos enemigos y al instante se llenó el estandarte de resplandores y causó al ejército valor y valentía, y fueron marchando al son de las cajas y clarines y, llegando cerca del pueblo, los enemigos se repartieron por medio de dos bandas, la una se puso hacia la banda de la sierra y la otra hacia la mar que estaba cerca y los cogieron en medio... Los cristianos, sin hacer caso de sus bravezas, fueron adelantando con algún tiento y cuando llegaron bastante cerca de los enemigos, descubrieron los estandartes que traían, tremolándolos delante de la Cruz y la Virgen y... en esta ocasión el estandarte de Nuestra Señora se llenó de más resplandores y así como lo vieron los indios se juntaron y postrados, trajeron sus banderillas arrastrando y las pusieron a los pies del Padre Fray Juan de Villadiego, santísimo sacerdote y anciano que tenía en las manos el estandarte de la Cruz, a cuya mano siniestra iba el Capitán Francisco Cortés con toda su caballería. Treinta capitanes, caciques y señores de aquella provincia se rindieron a la cruz e imagen, por haberse llenado de resplandores sin otra arma alguna... Este suceso fue sábado del año 1517».25

El texto es de una densidad popular mariana extraordinaria. María aparece junto al estandarte de la cruz, siendo nombrada en segundo lugar. Queda diseñada teológicamente como la Madre de Dios e Inmaculada en su Concepción. Con relación a los españoles es Nuestra Señora y apoyo de los afligidos. Ella es la que ora delante de Dios y a la que se le reza con «lágrimas y devoción» en el momento de la dificultad. Ante la oración, ella responde en este caso con el milagro, y un milagro de tal categoría que por una parte «causó al ejército valor y valentía», y por otra, sin necesidad de lucha ni de armas, personalmente con sus resplandores derrota a los indios concediendo la victoria a los españoles.

Casos similares se encuentran continuamente en crónicas y relatos de la época,26 de tal manera que Fray Antonio de Santa María, recogiendo el sentir de sus contemporáneos, podía afirmar que «Nadie puede dudar que el triunfo de esta conquista se debe a la Reina de los Ángeles».

Pero, si volvemos la moneda, en la fe de los conquistadores aparece María «La Conquistadora» apoyando la globalidad de su empresa y de sus acciones, lo que nos sitúa en la ambigüedad teológica subyacente a La Conquistadora, a la que todos atribuyen el triunfo, que no fue abstracto sino bien concreto.

En efecto, no podemos olvidarnos que el resultado de dicho triunfo era la nueva situación creada para el mundo indígena y que ya denunciaba enérgicamente Fray Antonio de Montesinos en su célebre sermón del cuarto domingo de Adviento de 1511. 27

La Conquistadora aparece como Abogada y Apoyo de tropas creyentes, pero cuya deteriorada imagen, desde el punto de vista moral, era bien conocida y denunciada por los predicadores de la época, como hoy nos lo ha dado a conocer Julio Caro Baroja.28

Incluso, de una manera especial, no podemos olvidar la situación a la que quedó reducida la mujer indígena con ocasión de la conquista, y hasta la propia mujer hispana, como lo ha puesto de relieve José Oscar Beozzo.29

Siguiendo la dinámica del pensamiento de Vilma Moreira da Silva, hay que recordar que en algunos sectores de Occidente se estaba dando una explotación machista del culto a la Virgen María, al reducir el modelo mariano a la «feminidad ideal», en el sentido de la exaltación de algunas de las virtudes que se dicen «propias de la mujer», como la modestia, la aceptación, pasividad, resignación, sumisión, humildad, etc., reduciendo cultural y alienantemente la dimensión global30 del ser femenino.

Es decir, la incrustación de María como Conquistadora por la fe de los propios conquistadores, en su ambiguo —e incluso, en muchas ocasiones, negativo— contexto histórico y cultural, es lo que origina la ambigüedad de la teología mariana de la Conquistadora.

 

 

Ambigüedad de  «La Conquistadora» frente al mundo amerindio

 

Hoy que comenzamos a acostumbrarnos a hacer la lectura de la colonización de América no sólo desde la perspectiva de los conquistadores y vencedores —con la clásica óptica metropolitana—, sino también con los ojos de los vencidos —los amerindios y afro americanos—, el problema de la teología mariana de «La Conquistadora» y «a la que todos atribuyen el triunfo» se hace mucho más complicado.

En efecto, Bernal Díaz del Castillo escribe con entusiasmo cómo, refiriéndose a la Virgen, «los caciques dijeron que  les parecía muy bien aquella Gran Tegleciguata (...), porque a las grandes señoras en su lengua llaman tegleciguatas».31 Y más adelante añade que «preguntando en cierta ocasión Moctezuma a sus guerreros cómo no habían podido vencer a unos pocos castellanos, siendo ellos tantos, le respondieron que no aprovechaban sus flechas ni buen pelear, porque una Gran Tegleciguata de Castilla venía delante de ellos y les ponía temor».32 El problema era mucho más complejo. Desde la perspectiva indígena se trataba de una guerra entre pueblos y dioses —en el contexto de mentalidades enoteístas—, como lo ha propuesto con finura Octavio Paz,33 con relación al mundo azteca.

La conciencia generalizada de los amerindios, como hoy comienza a comprobarse incluso documentalmente, era que se encontraba ante un mundo de invasores y enemigos protegidos por dioses extraños también enemigos. Bartomeu Meliá lo ha dejado claramente expuesto con relación al sector del mundo guaraní renuente a los pactos con los españoles con su subsecuente colonización. 34

En dicho contexto la Virgen «Conquistadora» debía aparecer para el agredido mundo amerindio como el símbolo y la fuerza de sus enemigos, y a la que se debía la causa de sus derrotas en una guerra evidentemente injusta.

Un dato muy significativo, desde esta perspectiva, son los acontecimientos que ocurrieron con ocasión del martirio de San Roque González de Santa Cruz.

La mentalidad de los indígenas aparece transparente en el discurso con el que Potirava concientiza de la nueva situación al cacique Ñeezú y al resto de los indígenas con ocasión de la llegada del misionero Roque González: «Ya ni siento mi ofensa ni la tuya; sólo siento la que esta gente advenediza hace a nuestro ser antiguo y a lo que nos ganaron las costumbres de nuestros padres. ¿Por ventura fue otro el patrimonio que nos dejaron sino nuestra libertad? ¿La misma naturaleza que nos eximió del gravamen de ajena servidumbre no nos hizo libres aun de vivir aligados a un sitio por más que lo elija nuestra elección voluntaria? (...) ¿No temes que estos que se llaman Padres disimulen con este título su ambición y hagan presto esclavos viles de los que llaman ahora hijos queridos? ¿Por ventura faltan ejemplos en el Paraguay de quién son los españoles, de los estragos que han hecho en nosotros, cebados más en ellos que en su utilidad? Pues ni a su soberbia corrigió nuestra humildad, ni a su ambición nuestra obediencia: porque igualmente esta nación procura su riqueza y las miserias ajenas. ¿Quién duda que los que nos introducen ahora deidades no conocidas, mañana, con el secreto imperio que da el magisterio de los hombres, introduzcan nuevas leyes o nos vendan infamemente, adonde sea castigo de nuestra incredulidad un intolerable cautiverio? ¿Estos que ahora con tanta ansia procuran despojarte de las mujeres de que gozas, por qué otra ganancia habían de intentar tan desvergonzada presunción, sino por el deseo de la presa de lo mismo que te quitan? ¿Qué les va a ellos, si no las quisieran para su antojo, en privarte de que sustentes tan numerosa familia? Y lo que es lo principal, ¿no sientes el ultraje de tu deidad y que con una ley extranjera y horrible deroguen a las que recibimos de nuestros antepasados; y que se deje por los vanos ritos cristianos los de nuestros oráculos divinos y por la adoración de un madero las de nuestras verdaderas deidades? ¿Qué es esto? ¿Así ha de vencer a nuestra paterna verdad una mentira extranjera? Este agravio a todos nos toca; pero en ti será el golpe más severo; y si ahora no lo desvías con la muerte de estos alevosos tiranos, forjarás las prisiones de hierro de tu propia tolerancia».35 Consecuencia de este discurso fue la muerte de los mártires, al mismo tiempo que los indígenas, simbólicamente, destrozaron la imagen de la Conquistadora, que siempre llevaba consigo el P. Roque González, designándola con dicho nombre. Los testimonios de la época afirman que cuando los soldados acudieron a castigar a los indios, encontraron el lienzo de la Virgen rasgado en dos partes.

Hechos similares se registraron en la muerte del P. Lizardi a manos de los chiriguanos. Como cuenta el P. Lozano, los indígenas destruyeron cuanto encontraron en la iglesia y «a una pintura de Nuestra Señora, inseparable compañera del P. Julián desde las misiones del Paraguay, la dividieron de alto a abajo». Igualmente derribaron de su hornacina a la imagen titular, arrancándole la cabeza y las manos? 36

 

15 VARGAS UGARTE, O. c., p. 10.

16 BERNAL DIAZ DEL CASTILLO, Historia de los sucesos de la Conquista de la Nueva España, Cp. XXIV, citado por VARGAS UGARTE, Oc., pp. 11-12.

17 VARGAS UGARTE, O. e., pp. 43 y 15.

18 RUIZ DE MONTOYA, Antonio, Conquista espiritual hecha por los religiosos de la Compañía de Jesús en las Provincias dc Paraguay, Uruguay y Tape, Bilbao 1892, Cap. 58; VARGAS UGARTE, O. c., pp. 50-51.

19 Así denomina muy significativamente Antonio Ruiz de Montoya la empresa jesuítica de las reducciones, teniendo en cuenta que el libro estaba escrito para el Rey de España, mostrando el malestar existente por el comportamiento de los españoles, pero sin cuestionar la conquista misma, dado que expresamente dirá el autor que los jesuitas pretendían hacer de los indígenas cristianos y súbditos de Su Majestad el Rey. Sobre el concepto de «conquista» y su contenido específico en América, véase SUSNIK, Branislava, El rol de los indígenas en la formación y vivencia del Paraguay, Asunción 1982, pp. 61-68.

20 Las citas están tomadas de VARGAS UGARTE, O. c., pp. 3-9.

21 RUIZ DE MONTOYA, Antonio, Conquista espiritual hecha por los religiosos de la Compañía de Jesús..., Bilbao 1892, p. 14.

22 RUIZ DE MONTOYA, Antonio, O. e., pp. 14 y 29.

23                Bonaer., Doc. VI, p. 31.

24 BERNAL DIAZ DEL CASTILLO, Historia de los sucesos de la Conquista de la Nueva España, Cap. XCIV, citado por VARGAS UGARTE, O. c., p. 13.

25 En VARGAS UGARTE, O. c., p. 14, está la cita de la «Crónica Miscelánea de Jalino», escrita por Fr. Antonio de Tello.

26                VARGAS UGARTE, ~. c., pp. 18-27.

27 STEHLE, E., Testigos de la fe en América Latina, Estella 1982, p. 17.

28 CARO BAROJA, Julio, Las formas complejas de la vida religiosa. Religión, sociedad y carácter de la España de los siglos XVI y XVII, Madrid 1978, pp. 415-444.

29 BEOZZO, José Oscar, «A mulher indigena e a Igreja na situaçao escravista do Brasil colonial», en AA. VV., A mulher pobre na história da Igreja latino-americana, Sao Paulo 1984, pp. 70-93.

30 MOREIRA DA SILVA, Vilma, «La mujer en la teología. Reflexión bíblico-teológica» en AA. VV., Mujer latinoamericana. Iglesia y teología, México 1981, pp. 155-156. BOFF, Leonardo, El rostro materno de Dios, Madrid 1981, pp. 35-46.

31 BERNAL DIAZ DEL CASTILLO, Historia de los sucesos de la Conquista de la Nueva España, Cap. XXXVI, citado por VARGAS UGARTE, O. c., p. 13.

32 BERNAL DIAZ DEL CASTILLO, Historia de los sucesos de la Conquista de la Nueva España, Cap. XCIV, citado por VARGAS UGARTE, O. c., p. 13.

33 MUÑOZ BATISTA, Jorge, «Octavio Paz: Nuestras raíces culturales», en AA. VV., Iglesia y cultura latinoamericana, Bogotá 1984, pp. 27-46.

34 MELIÁ, Bartomeu, «O Guaraní reduzido», en AA. VV., Das reduçoes latinoamericanas as lutas indigenas actuais, Sao Paulo 1982, pp. 228-24 1. Véase también DUSSEL, Enrique, «La historia de la Iglesia en América Latina», PUEBLA 18 (1982) 165-192.

35 BLANCO, José María, Historia documentada de la vida y gloriosa muerte de los Padres Roque González de Santa Cruz, Alonso Rodríguez y Juan del Castillo, de la Compañía de Jesús del Caaró e Ijuhí, Buenos Aires 1929, pp. 525-526.

36 LOZANO, Pedro, Relación de la vida y virtudes del Ven. Mártir P. Julián de Lizardi, de la Compañía de Jesús de la Provincia del Paraguay, Madrid 1862. Véase también MELIA, Bartomeu, «Roque González en la cultura indígena», en AA. VV., Roque González de Santa Cruz, Colonia y Reducciones del Paraguay de 1600, Asunción 1975, pp. 105-129.