REINO DE DIOS - TEXTOS
1.RD/MENSAJE-J RD/CARACTERISTICAS
EL MENSAJE DE JESÚS: el Reino de Dios
Reino de Dios y Reino de los Cielos, como lo llama el evangelio de
Mateo, son los mismo, ya que los judíos nunca pronuncian el nombre
de Dios -ni lo mientan siquiera-, y utilizan sustitutivos para referirse a
Él. Con toda probabilidad, el evangelio de Mateo fue escrito para
cristianos provenientes del judaísmo que vivían en el área de
Antioquía, en Siria.
Me interesa mucho subrayar lo siguiente: el Reino de Dios es Dios.
Es un genitivo epexegético, es decir, un genitivo explicativo.
Cuando yo digo: «la lagarta de Luisa» o «el tonto de mi hermano»,
no estoy diciendo que Luisa tenga una lagarta ni que mi hermano
tenga un tonto en casa, sino que Luisa es una lagarta o que mi
hermano es tonto. El «Reino de Dios» es Dios mismo; Dios mismo
desde un punto de vista concreto: el de su actuación en este mundo y
en esta historia nuestra. La cuestión planteada a los contemporáneos
de Jesús, especialmente a los imbuidos de la mentalidad apocalíptica,
es si Dios actúa en este mundo y en esta historia o no; y si actúa,
cuándo lo hace o lo va a hacer y bajo qué condiciones.
Jesús predica que la llegada del Reino de Dios es inminente. Esto
quiere decir que la esperada actuación de Dios en este mundo
comienza ya, que ya se nota su presencia.
Jesús nunca describe el Reino de Dios. No dice qué es, ni qué
significa esa actuación de Dios en el mundo. Por una razón sencilla:
todo ello está descrito con suficiente claridad en el Antiguo
Testamento. Algo que con frecuencia se oye decir, hasta en la
predicación (que el Dios del Antiguo Testamento es un Dios del
castigo, del temor y de la Ley, y que el Dios del Nuevo Testamento es
un Dios del amor y del perdón) es en gran medida falso. El primero que
lo sostuvo, Marción, es quizá el primer hereje de importancia en la
historia de la Iglesia. El Dios del Antiguo Testamento es el mismo Dios
del perdón y del amor que el Dios del Nuevo Testamento. Lo que Jesús
predica no es que, frente a un Dios del castigo, haya un Dios del
perdón y del amor, sino que este Dios del perdón y del amor del
Antiguo Testamento empieza a actuar «desde ya». Que ese Dios está
cerca.
Ahora bien, ese Reino de Dios tiene unas características concretas.
Creo que tres son las principales. La primera es que el Reino de Dios
está vinculado a la persona de Jesús. De aquí va a surgir un punto de
conflicto en la vida de Jesús. La pertenencia al Reino de Dios, es decir,
el dejar que Dios actúe sobre uno, se vincula a la aceptación de esta
predicación que Jesús hace.
Fijémonos con qué frecuencia aparece en el evangelio la siguiente
pregunta de los judíos a Jesús: «Tú, ¿con qué autoridad haces eso?»
(Mt 21, 23-27). Tenemos aquí recogida una realidad histórica sufrida
por Jesús, ya que está atestiguada en todos los escritos: la actitud de
los judíos que piden a Jesús una prueba que legitime su mensaje como
procedente de Dios.
Frente a esa actitud de los judíos está la vivencia de filiación
respecto a Dios por parte de Jesús. (Es ésta una pregunta que todo el
mundo hace, en cuanto se inicia en el estudio de la persona de Jesús,
y que ahora no voy a tratar: ¿sabía Jesús que era Dios? Podemos
decir que Jesús sabía que era Hijo de Dios. El hombre Jesús va
adquiriendo a lo largo de su vida, cada vez de manera más clara, una
conciencia más viva de su relación con Dios, que es una relación de
filiación peculiar e irrepetible). En el fondo, ¿por qué sabe Jesús que el
Reino de Dios está cerca? Lo sabe porque lo experimenta en su
oración, en su relación con Dios. En el colegio me enseñaron que
Jesús nos había dado ejemplo de todas las virtudes, menos de dos: la
castidad matrimonial y la fe. De la castidad matrimonial no tratamos
ahora, pero de la fe sí. Si la fe es precisamente una relación con Dios,
Jesús es el hombre que más fe ha tenido, porque es el que ha tenido la
relación más estrecha con Dios.
La segunda característica es que Jesús subraya especialmente un
aspecto: que el Reino de Dios llega para todos y llega gratuitamente.
Eso, en parte, está ya en el Antiguo Testamento. La novedad de Jesús
consiste en que hace una interpretación sesgada del Antiguo
Testamento, mientras que otros (por ejemplo, los saduceos y fariseos)
lo interpretan también sesgadamente, pero en otra dirección. La idea
de Jesús es que Dios nos quiere independientemente de cuál sea
nuestra actuación. Eso es lo que significa que Dios es nuestro Padre,
que es amor incondicionado. De lo cual no se puede deducir que dé lo
mismo cuál sea nuestro comportamiento. Al revés: precisamente
porque Dios nos quiere sin condiciones -es decir, también
independientemente de lo que hagamos-, es por lo que nosotros nos
sentimos apremiados a corresponder con todas nuestras fuerzas al
amor incondicionado de Dios.
RD/POBRES: La tercera característica, consecuencia de la anterior,
es que los primeros destinatarios del Reino de Dios, según Jesús, son
los pobres. Por «pobres» hay que entender, primero, aquellos a los
que todo el mundo llama pobres, es decir, los que no tienen dinero, los
que no tienen para comer, los pobres. ¿Por qué son los primeros?
Porque, en la concepción veterotestamentaria, la riqueza es una
bendición de Dios. Si la riqueza es bendición de Dios, quien es pobre
no posee esa bendición. Jesús, en contra de la concepción dominante,
afirma que la bendición de Dios, su Reino, esa actuación de Dios que
ya está llegando, viene preferencialmente para todos aquellos que
parecen estar dejados de su mano.
Pobres son también los enfermos, que en la concepción judía
contemporánea no tienen la bendición de Dios. Precisamente por eso
están enfermos. Si Dios los quisiera, estarían sanos.
Pobres son los marginados de la sociedad, término correlativo al
concepto de cumplimiento de la ley. Téngase en cuenta que con
mucha frecuencia el pobre está realmente impedido de ser un buen
cumplidor de la ley, aunque sólo sea por la imposibilidad, por razones
económicas, de procurarse todo lo necesario para ofrecer los
sacrificios prescritos en la Ley. El hombre que cumple la Ley es el
hombre integrado en la sociedad judía; por tanto, el que no cumple la
Ley es el desintegrado, el marginado. Pobre es el huérfano menor de
doce años, la viuda sin hijos; ambos carecen de «personalidad
jurídica», no pueden ir a un tribunal a reclamar una tierra como suya.
Pobres son las prostitutas. Éstas, por definición, no cumplen la ley, son
mujeres sin marido ni hijos que les representen; son el ejemplo eximio
de la marginación. Pobres son los publicanos. Publicano es el que está
en el «telonio». Ahora bien, «telonio» es un término que significa
tienda, con el que los textos lo mismo se pueden referir a la tienda de
recaudación de impuestos para los romanos como a la taquilla donde
se cobra la entrada en una casa de prostitución. Así pues, los
publicanos a lo mejor no son los recaudadores de impuestos, sino los
lenones. Fijémonos cuán frecuentemente aparecen citados juntos en el
evangelio los publicanos y las prostitutas.
Una de las parábolas más típicas de las empleadas por Jesús para
referirse al Reino es la parábola de los invitados al banquete de bodas
(Lc 14,15-24; Mt 22,2-10). Las parábolas del banquete constituyen una
categoría exegética.
Todas empiezan por: «el Reino de Dios se parece a...»; incluso,
quizá algunas de ellas las pronunció Jesús durante alguna de sus
comidas con los pobres y marginados. Pues bien, según la mencionada
parábola, hay algunos comensales que están invitados por su propio
derecho: el pueblo judío, teóricamente cumplidor de la ley.
Pero estos invitados no quieren ir al banquete, es decir, rechazan el
don gratuito del amor de Dios que es el Reino. Entonces el rey manda
salir a los caminos para invitar a todos, tanto a los buenos como a los
malos. Todos están llamados ahora al Reino, a disfrutar del amor
gratuito e incondicional de Dios. También todos los que no cumplen la
ley y todos los que parecía que estaban dejados de la mano de Dios:
pobres, prostitutas, pecadores, publicanos, enfermos, hasta los
paganos. Todos, todos.
Mateo va a añadir a la parábola un estrambote sobre aquel invitado
que no llevaba vestido de boda (/Mt/22/11-12). Con ello quiere
subrayar la necesidad del invitado de corresponder a la invitación
gratuita e inmerecida.
JOSE RAMON BUSTO
SAIZ
CRISTOLOGIA PARA EMPEZAR
EDIT. SAL TERRAE COL. ALCANCE 43
SANTANDER 1991. Pág. 45-51
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2.CONCEPTO DEL REINO DE DIOS RD/QUÉ-ES:
¿Qué entiende la Escritura por Reino de Dios? La palabra griega
basileia es la traducción del hebreo malkuth. Ordinariamente la
traducimos con la palabra "reino". Implica dos cosas: el ser, la dignidad,
la esencia, el poder y la soberanía del rey y el dominio del terreno en
que se ejercen la dignidad e imperio del rey. "Reino de Dios" significa,
según eso, también dos cosas: la dignidad, el poder, la soberanía, el
reinado de Dios y a la vez el dominio de la soberanía de Dios. Ambas
significaciones están estrechamente relacionadas entre sí y no pueden
separarse una de otra; pues aquellos sobre quienes ejerce Dios su
soberanía constituyen el dominio de su imperio. Ambas significaciones
se entrecruzan, por tanto. Sin embargo, el acento recae sobre la
primera. El reino de Dios alude a un estado del mundo y de la historia
en que se impone la soberanía de Dios. Por tanto, es un concepto
cualitativo. Este reinado no está en competencia con los reinos de este
mundo. No se puede hablar del reino de Dios limitándolo frente a otros
reinos; por ejemplo, frente al imperio romano o frente a Francia, o
frente al imperio alemán. El reino de Dios no se extiende de forma que
choque en las fronteras de los reinos mundanos y presione o ponga en
peligro sus límites. No coincide con ningún reino terrestre y atraviesa
todos los reinos de la tierra. Su límite es la resistencia que la
autonomía del hombre opone a la gloria de Dios. Acertadamente
describe el reino de Dios Stanislus von Dunin-Burkowski (Die Kirche als
Stiftung lesu, en: Esser-Mausbach, Religion, Christentum, Kirche, 1923
S.~ edic., 10), cuando dice: "La nueva época de gracia y de salvación
mesiánica que Jesús llama reino de los cielos no es en su boca una
magnitud abstracta; no alude a una época, como nosotros hablamos
de la época de los faraones, del tiempo de Inocencio III o de la época
de Luis XIV y del Corso. El reino de Dios no es un territorio, sino un
imperio; un dominio gracioso de Dios sobre el pensar, querer y sentir
del hombre; es un don de Dios, salvación, pero no puramente invisible,
pues se manifiesta en las grandes acciones de gracia de Dios, en el
reconocimiento del Señor y de su Ungido, en la vida de una comunidad
de fieles y de santos. Pero también plantea exigencias a los hombres.
Es una tarea que tienen que cumplir: entrar e incorporarse al reino
cuyo yugo toman sobre sí con sometimiento y entrega. El reino de Dios
abarca la tierra y el cielo, el presente y un eterno futuro, la aparición
del Ungido visible para todos y su gloriosa vuelta. El reino de Dios es
una magnitud unitaria y en todas sus manifestaciones se refleja toda la
salvación aparecida en Jesucristo y enviada por el Padre a la
humanidad. Es descrito como un estado en el que entran los hombres
y del que pueden gozar eternamente."
El evangelista San Mateo, que escribe sobre todo para lectores
judíos, habla del reino de los cielos (33 veces) más que del reino de
Dios; cierto que por la típica consideración judía de tener miedo a usar
el nombre de Dios. Sin embargo, también él usa tres veces la expresión
reino de Dios (12, 28; 21, 31. 43; probablemente también en 6, 33; y tal
vez en 19, 24). En esa denominación el reino de Dios es caracterizado
como un reino bajado del cielo, como el imperio del que está en el
cielo, de quien es distinto del mundo y está elevado sobre él, de quien
no erige su reinado con los medios de poder de este mundo, sino con
el amor sacrificado de su Hijo hecho Hombre.
También encontramos la expresión reino del Padre (Mt. 13, 43; 26,
29; 25, 34; 6, 10; Lc. 12, 32). El Dios cuyo reino proclama Cristo es el
Padre, el Padre de Jesucristo y nuestro Padre. No es el imperio de un
tirano que se levanta sobre la humanidad esclavizada, sino el dominio
de quien quiere dar parte en su gloria con graciosa indulgencia a los
dominados por El. El Padre erige su reinado en el mundo por medio de
su Hijo encarnado. Este es el realizador de la idea y plan paternos del
reino. El cumple la voluntad paterna de imperio en el Espíritu Santo,
cuya plenitud le es propia (Is. 11, 1 y sigs.). También se habla del reino
de Cristo (Mt. 16, 28; Lc. 22, 29; 23, 42; lo. 18, 36; Eph. 5, 5; Col. 1,
13; Heb. 1, 8; ll Pet. 1, 11). Este está al servicio del reino del Padre y
terminará cuando el Padre sea todo en todas las cosas (I Cor. 15, 28).
Así se revela la forma trinitaria fundamental del reino.
A menudo se habla también del reino sin ningún añadido que lo
especifique. También en esta caracterización abreviada es indudable
que se alude al reino de Dios (Mt. 4, 23; 9, 5; 13, 19- 24 14; 8, 12; 13,
38; Hebr. 11, 33; 12, 28; lac. 2, 5; Apoc. 20, 25).
SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA VII
LOS NOVISIMOS
RIALP. MADRID 1961.Pág. 87 s.
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3. RD/PRESENTE-Y-FUTURO
Si consideramos en su conjunto las afirmaciones de Jesús acerca
del reino de Dios, debemos retener: Jesús cuenta con el reino de Dios
como con algo futuro, pero sostiene al mismo tiempo su presente: ora
"venga a nosotros tu reino", pero exclama también: "ha llegado ya a
vosotros el reino de Dios". La investigación sobre los evangelios ha
intentado muchas veces resolver este paralelismo (ilógico a primera
vista), y hacer valer como auténticas y válidas sólo las aseveraciones
referidas al presente o bien las referidas al futuro. Pero tales intentos
han fracasado. La crítica histórica debe reconocer: precisamente este
paralelo es lo característico de Jesús. ¿Cómo debemos entenderlo?
1. Jesús no empequeñece la promesa, no se satisface con su
cumplimiento parcial, la esperanza no se reduce al ámbito de lo
individual; tampoco se interioriza. Las aseveraciones futuras precisan
de manera realista que Dios no es todo en todo, y toman la promesa al
pie de la letra; se toman muy en serio esto de que el reino de Dios
significa la salvación de toda la creación.
2. El que espera el reino de Dios sólo para el futuro desvaloriza el
presente: allí donde la salvación se ve sólo como algo futuro, el
presente es tiempo perdido sin remedio, tiempo de espera, de
maldición del mundo, o quizás tiempo de una seguridad rabiosa acerca
de la salvación futura. Las afirmaciones del reino de Dios referidas al
presente anulan esta separación de presente y futuro; Jesús borra
esta frontera y dice que el presente es lugar de salvación, es "una
parte integrante de la época de salvación", "un inicio plenamente válido
de todo el futuro" por cuanto se abre a la proclamación hecha por
Jesús.
3. En la dialéctica de las afirmaciones de presente y de futuro, la
fuerza creadora de la promesa ilimitada queda unida al presente: ¡la
salvación y la vida se ganan o se pierden ahora! El reino de Dios, del
que habla Jesús, es una magnitud dinámica iniciada ya ahora, todavía
no concluida, y por ello todavía amenazada (Mt 11,12); se realiza en la
actividad de Jesús y en su continuación. Pero una "escatología que se
realiza" debe hablar del presente y del futuro del reino de Dios.
4. El aspecto dominante es la actualidad del reino ya ahora, que
merece toda la atención. Juan el Bautista había anunciado la
proximidad del día del juicio, que el Dios juez ya llamaba a la puerta.
Jesús aparece como profeta de salvación; más que esto aún: su
segura afirmación de que "el nuevo tiempo de salvación ya ha
comenzado" no tiene nada análogo, proclama que Dios está ahora
presente como Dios de bondad. ¡Ha llegado la hora del amor de Dios,
un tiempo escatológico de gozo!
ECKART-OTT
FIESTA Y GOZO. Págs. 137-139
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4.
Vivimos un tiempo dramático y fascinador
Nuestro tiempo es dramático y al mismo tiempo fascinador. Mientras
por un lado los hombres dan la impresión de ir detrás de la prosperidad
material y de sumergirse cada vez más en el materialismo
consumístico, por otro manifiestan la angustiosa búsqueda del sentido,
la necesidad de interioridad, el deseo de aprender nuevas formas y
modos de concentración y de oración. No sólo en las culturas
impregnadas de religiosidad, sino también en las sociedades
secularizadas, se busca la dimensión espiritual de la vida como
antídoto a la deshumanización. Este fenómeno así llamado del «retorno
religioso» no carece de ambigüedad, pero también encierra una
invitación. La Iglesia tiene un inmenso patrimonio espiritual para ofrecer
a la humanidad: en Cristo, que se proclama «el camino, la verdad y la
vida» (Jn 14, 6). Es la vía cristiana para el encuentro con Dios, para la
oración, la ascesis, el descubrimiento del sentido de la vida. También
éste es un areópago que hay que evangelizar.
JUAN PABLO II, RM, 38
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5. RD/UTOPIAS
La cultura occidental produjo, en los cuatro últimos siglos, casi un
millar de utopías. La mayor parte de las veces fueron utopías escritas,
pero hubo también intentos de realización práctica, desde las
reducciones jesuíticas del Paraguay hasta los kibbutzim israelitas, sin
olvidar ese gigantesco experimento de organización social que fue el
colectivismo marxista. (...)
Desgraciadamente todos esos modelos utópicos, sin excepción,
fracasaron y hoy -tras el derrumbe del colectivismo- carecemos de
modelos alternativos de organización de la sociedad. (...)
Por eso hoy me parece más necesario que nunca que los cristianos
recuperemos eso que Metz llamó «reserva escatológica». Porque
sabemos distinguir entre las «pequeñas esperanzas» y la «gran
esperanza» (como decía Barth), o entre lo «penúltimo» y lo «último»
(como decía Bonhoffer), nos parece ridículo que millares de
anabaptistas creyeran seriamente que la Nueva Jerusalén estaba a
punto de revelarse en la ciudad de Münster en el siglo XVI, o que se
pueda haber dicho que el Estado prusiano era la meta de la dialéctica
de la filosofía de la historia de Hegel, o que Ernst ·Bloch-E proclamara
su famoso «Ubi Lenin, ibi Jerusalem» y últimamente Fukuyama haya
anunciado «el fin de la historia». Hayamos llegado dondequiera que
sea, sabemos que «eso» no es todavía el Reino de Dios. Nosotros
tenemos «promesas mejores» (Heb 8, 6) y pensamos que cualquier
descanso anterior al eterno será siempre prematuro.
L. GONZÁLEZ CARVAJAL, en VN, de 1-8-92
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6. RBA-HMANA/RD
Reino de Dios y responsabilidad humana
La palabra del reino de Dios es también una palabra de
responsabilidad última. El reino de Dios aparecido en Cristo exige que
el hombre se le someta incondicionalmente. El cuidado de entrar en el
reino de Dios tiene que ser el primer cuidado del hombre. Todo otro
cuidado debe pasar a segundo lugar. Denuncia una mentalidad
pagana, es decir, perdida en el mundo, el hecho de anteponer el
cuidado del vestido y de la casa, del comer y del beber al cuidado del
reino de Dios (/Mt/06/29). Cierto que el hombre no logrará con todos
sus esfuerzos violentar el reino de Dios. Es regalo de Dios. Es gracia.
Que luzca como una luz en las tinieblas hay que agradecerlo a la
misericordia de Dios. Es el consejo amoroso del Padre lo que crea el
reino (Lc. 12, 32). Que Dios se haga Señor en la historia y someta a
los hombres a su reino es pura misericordia de Dios con la rebelde
voluntad humana, con la voluntad del hombre que no sabe qué es lo
que le sirve para salvarse y que desearía crear por sí mismo lo que
sólo puede recibir como regalo: su salvación (Lc. 22, 29; I Thess. 2, 12;
II Thess. 1-5; Col. 1-13; Il Tim. 4, 18; Sant. 2, 5). Dios lo da con bondad
incondicional. El hombre lo acepta como un niño (Mc. 10, 15). Aunque
soporte el calor y el peso del día no puede merecerlo (Mt. 20, 1-16).
Sin embargo, el hombre sigue siendo responsable de participar en el
reino de Dios. El hombre se hace partícipe del reino de Dios instaurado
por Cris¿o mediante la fe y la conversión (Mc. 1, 16; Lc. 13, 1-4). En la
fe, que implica una transformación del pensar y querer, el hombre se
agarra a Cristo y así unido con El es incorporado a la relación en que
Cristo está con Dios.
RD/EXIGENCIA: El reino de Dios plantea grandes exigencias a los
hombres. Sólo quien usa la violencia se apodera de su reino (Lc. 16,
16). Sólo quien lo estima más que a todas las cosas y lo busca sobre
todo lo alcanzará (/Mt/06/33; /Mt/13/14-52; Lc. 12-31). Sólo quienes
tienen hambre de justicia, quienes son limpios de corazón, quienes
fundan la paz, los pobres y tristes, es decir, los no aprisionados en la
gloria de este mundo (Mt. 5-7), puede entrar en el reino de Dios. La
entrada en el reino de Dios significa para los hombres una decisión
radical por Cristo (Mc. 8, 34-38; Lc. 14, 26), que es rey porque da
testimonio de la verdad contra el príncipe de este mundo, que es el
padre de la mentira (Jn 8, 44), porque da testimonio de la vida
regalada por Dios contra el imperio de Mammón, del placer y del poder
terrestre (1 Jn 2, 15-17; Mt. 6, 24, y Lc. 16-13). Esta decisión es cosa
de prudencia. "¿Quién de vosotros, si quiere edificar una torre, no se
sienta primero y calcula los gastos a ver si tiene para terminarla? No
sea que echados los cimientos y no pudiendo acabarla todos cuantos
lo vean comiencen a burlarse de él diciendo: Este hombre comenzó a
edificar y no pudo acabar. O ¿qué rey saliendo a campaña para
guerrear con otro rey, no considera primero y delibera si puede hacer
frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil?" (Lc. 14,
28-31). La decisión no permite términos medios ni excusas (Mt. 6, 24;
8, 21; Lc. 9, 59; 16, 13). Quien ha puesto una vez la mano sobre el
arado y vuelve la vista atrás no es apto para el reino de Dios (Lc. 9,
62). Por amor al reino de Dios el hombre tiene que estar dispuesto a
abandonar todo lo demás si se le exige (Mt. 13, 4446; 22, 1-5; 6,
19-21. 15-34; Mc. 8, 34-38, 10, 23-29). Sólo quien acomete tan
radicales decisiones participará de la vida eterna que está unida al
reino de Dios. Sólo él participará de la gloria, del señorío de Dios (Mc.
9, 43-47; 10, 17. 24. 37, Mt. 6, 33 18, 9; 20, 21; Apoc. 10, 1; I Thess. 2,
12). Sólo él alcanza paz y alegría en el Espíritu Santo (Rom. 14, 17).
Quien no se somete al reino de Dios permanece bajo el imperio del
pecado y de los demonios, de las tinieblas y de la mentira (Apoc. 12.
10; 1 Cor. 4, 20). Permanece bajo la justicia. Será rechazado como fue
rechazado el pueblo de Israel (Mt. 21, 28-44; Rom. 9). El reino de Dios,
reino de amor salvador destinado a su salvación, se le convertirá en
justicia (lo. 3, 17). En cambio, quien renuncie a su orgullo abrirá al
reino de Dios una entrada en el mundo en el lugar en que esté. Quien
sirve a la verdad y al amor hace que el reino de Dios venga a este
mundo.
SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA VII
LOS NOVISIMOS
RIALP. MADRID 1961.Pág. 114 ss.)
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7.
El Reino de Dios
Según Marcos, Mateo y Lucas, permanece siempre en Galilea
recorriendo pueblos y aldeas en todas direcciones. Leyendo el cuarto
Evangelio se le ve, en ocasiones dadas, en Jerusalén. Lo importante
es captar el sentido que Jesús da a su misión durante este período, y
esto sí lo testimonian con claridad los Evangelios. Marcos lo dice así:
«Después del encarcelamiento de Juan Bautista, Jesús se vuelve a
Galilea y proclama la Buena Noticia de Dios, diciendo: "Se ha cumplido
el plazo y el Reino de Dios ya está aquí; cambiad vuestros corazones y
vinculaos a la Buena Noticia"» (Mc/01/14-15).
Jesús tomó este término «Reino de Dios» en primer lugar porque
correspondía a lo que el pueblo esperaba febrilmente; ¿cómo podía
darse a entender sin emplear las palabras que eran portadoras de
esperanza? Un Reino, lo que evocaba claramente la grandeza de los
tiempos pasados, pero un Reino de justicia y de paz, como el que
habían anunciado los profetas. La afirmación de Jesús es que El
realiza la promesa que Dios hizo a su pueblo: ¡qué carga de
resonancias debía tener esta Buena Noticia... ! Anunciar un Reino es
lanzar una llamada dirigida no sólo a un cambio personal, sino a una
renovación total de los hombres y de la sociedad construida por ellos:
el orden social tendría que transformarse por completo para dejar
espacio al «universo nuevo de Dios». Todos y cada uno reciben la
invitación de participar con todos los demás en esta transformación.
Pero se trata del Reino «de Dios»: Dios mismo se inserta en este
mundo para hacerle nuevo; su presencia, su vida, su amor son las
fuerzas dinamizadoras que lo van a renovar todo, si los hombres
consienten en vivir de ellas. Entrar en el «movimiento» del Reino de
Dios no es dedicarse a soñar en otro mundo «de alguna otra parte»
que cada cual conseguirá individualmente después de su muerte, sino,
por el contrario, acoger, desde ahora mismo, este anuncio formidable:
Dios está aquí, con el poder de su amor, para renovar totalmente este
mundo: es la levadura que va a hacer fermentar toda la masa, es el
manantial del que brotará una floración infinita, la certeza de una
felicidad constantemente renovada para todos los hombres.
Esta es la Buena Noticia del Reino, de la que Jesús irá haciendo
traducciones concretas con su palabra y sus actos: embriagado por
este mensaje, Jesús habla por todas partes, en las sinagogas, en
pleno campo, al borde del lago.
La llamada de Jesús se parece a la de Juan: acaba de empezar una
era nueva, urgentemente cada cual debe corresponder a la nueva era
cambiando su manera de vivir y acogiendo el Reino de Dios tan
inmediatamente cercano. El aspecto nuevo reside precisamente en esa
proximidad del Reino de Dios; por fin ya está ahí: ha comenzado el final
del viejo mundo. Por tanto es la hora en que cada cual debe decidir.
Esta urgencia queda constantemente subrayada: hay que hacerse libre
para acoger la renovación; nada debe retener a quien ha escuchado la
llamada, ya no cuentan ni las riquezas, ni la situación, ni los afectos, ni
los pecados, ni el desprecio que los demás nos tengan. Todo el mundo
puede volver a comenzar desde cero; no hay pasado; la fuerza de Dios
se ofrece con toda seguridad a todos: todo puede cambiar
radicalmente.
ALAIN
PATIN
LA AVENTURA DE JESUS DE NAZARET
COLECCION ALCANCE, 7. SAL TERRAE
SANTANDER-1979.Págs. 47-48
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