El Budismo

6. Reflexión final

 

Tras conocer a grandes rasgos las principales doctrinas del budismo, se impone una reflexión final. El Concilio Vaticano II, en su Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas mostró todo el aprecio que a un cristiano le deben merecer las demás religiones de la humanidad. En efecto, ya en el primer número se afirma claramente:

 “Los hombres esperan de las diversas religiones la respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana, que hoy como ayer, agitan el corazón de los hombres: ¿Qué es el hombre, cuál es el sentido y el fin de nuestra vida, el bien y el pecado, el origen y el fin del dolor, el camino para conseguir la verdadera felicidad, la muerte, el juicio, la sanción después de la muerte? ¿Cuál es, finalmente, aquel último e inefable misterio que envuelve nuestra existencia, del cual procedemos y hacia donde nos dirigimos?”

CONCILIO VATICANO II, Declaración Nostra Aetate, sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, nº 1.

Para la Iglesia católica, las religiones de la humanidad son las formas culturales con que los hombres de todos los tiempos han respondido a la revelación general que Dios ha hecho de sí mismo en las cosas creadas o en la conciencia moral de las personas. A través de las religiones históricas, los hombres han buscado como a tientas el misterio de lo divino y han intentado agradarle a través de los distintos ritos y formas de culto y mediante el cumplimiento de unas normas de conducta moral, que han interpretado como expresión de la voluntad divina.

En las distintas religiones, los hombres han encontrado también una respuesta a los grandes interrogantes de la existencia humana.

Pero la Iglesia confiesa igualmente que Dios mismo se preparó el pueblo de la Antigua Alianza, revelándose progresivamente a través de los profetas del Antiguo Testamento, hasta que en la plenitud de los tiempos se nos manifestó definitivamente en Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios encarnado. El Catecismo de la Iglesia Católica explica así esta revelación de Dios, de carácter sobrenatural:

 “Dios se ha revelado plenamente enviando a su propio Hijo, en quien ha establecido su alianza para siempre. El Hijo es la Palabra definitiva del Padre, de manera que no habrá ya otra Revelación después de El.”

Catecismo de la Iglesia Católica, nº 73.

Es desde este conocimiento que los cristianos tenemos de Dios por Jesucristo, desde donde podemos valorar “las semillas de verdad” que se encuentran en las demás formas religiosas de la humanidad.

Concretamente, hablando del Budismo, religión que practican actualmente millones de personas, sobre todo en el continente asiático, el mismo Concilio Vaticano II afirma:

“En el Budismo, según sus varias formas, se reconoce la insuficiencia radical de este mundo mudable y se enseña el camino por el que los hombres, con espíritu devoto y confiado pueden adquirir el estado de perfecta liberación o la suprema iluminación, por sus propios esfuerzos o apoyados con el auxilio superior”.

CONCILIO VATICANO II, Declaración Nostra Aetate, nº 2.

 

La predicación de Buda nos enseña, pues, que las cosas de este mundo, incluidos nuestros deseos y anhelos más profundos de bienes terrenos, no pueden saciar el ansia de paz y de felicidad del ser humano 

y que ese estado de plenitud humana sólo podrá conseguirse, superando todo lo finito, y tras una vida moral virtuosa, en el mundo de la trascendencia.

Los cristianos creemos que esa trascendencia a la que apunta el Budismo es el Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, revelado definitivamente a los hombres, aunque las enseñanzas de Buda, insistiendo mucho en el carácter de misterio insondable de la divinidad y su diferencia radical con todo lo creado y mundano, nos inviten solamente al silencio y a la espera de su consecución más allá de la muerte.