El Budismo

3. El renacimiento y el nirvana

 

Como la vida es esencialmente dolor, podríamos pensar que una solución para poner fin al sufrimiento sería procurarse la muerte o esperar que ésta llegara. Pero, para comprender la doctrina de Buda, hay que tener en cuenta una concepción profundamente arraigada en el pensamiento de la India: la doctrina de la reencarnación.

La vida humana no termina con la muerte, sino que ya hemos vivido una infinidad de veces y, al morir, nos reencarnaremos de nuevo en otro ser, de acuerdo con la conducta llevada en la vida pasada. Así, un hombre virtuoso podrá reencarnarse en la nueva vida en el cuerpo de un hombre de casta o clase social superior y un hombre malvado podría aparecer de nuevo en la forma de un “paria”, o incluso de un animal, de acuerdo con la conducta moral que llevó en su vida precedente.

La doctrina de la reencarnación está ligada, pues, a la llamada ley del karma”, según la cual la forma de la sucesiva reencarnación depende de las acciones que se han realizado en las existencias anteriores. Una vida virtuosa va eliminando el karma acumulado precedentemente y permite renacer en una forma más noble.

Pero, sea cual fuere el cuerpo en el que se renace, el dolor de vivir sigue existiendo, sin que se pueda parar la cadena de renacimientos. La vida, toda vida, se convierte así en un dolor inevitable y sin término. Sólo interrumpiendo la cadena de renacimientos se podría conseguir la paz interior.

La solución propuesta por Buda es la purificación de la vida moral para eliminar toda forma de karma anterior y, junto con ello, a través de la meditación, la cesación de todo deseo o anhelo, incluido el deseo de vivir. Es el ideal del que sigue el “óctuple camino” propuesto en el Sermón de Benarés. El que lo consigue entra en el estado de nirvana.

Este estado no es fácil de explicar, ya que todo lo que digamos de él ha de hacerse empleando palabras y conceptos de este mundo y el nirvana se consigue precisamente superando todo lo mundano. El nirvana budista es la desaparición de todo deseo, de toda sensación, de toda vida. Es un estado de inconsciencia absoluta y de desaparición de todo dolor de vivir. Quien sigue la doctrina de Buda puede irse acercando a ese estado, hasta conseguir, tras la muerte, la cesación de la cadena de renacimientos y del consiguiente dolor que conlleva.

El único medio para explicar esa realidad indescriptible es el silencio. De nada sirva intentar describirlo. La solución de la vida del hombre es trascendente y por lo tanto todo lo mundano, incluido el lenguaje con que intentamos aclararlo, es radicalmente inadecuado. Todo lo que el hombre puede hacer es desapegarse del mundo, de sus placeres y deseos, incluido el deseo de vivir, esperando conseguir la salvación por la superación de lo limitado del mundo. Buda mostró el camino. Los que siguen su doctrina saben ya cómo conseguir tras la muerte la paz infinita del nirvana.