EL ABORTO

IV. A favor de la vida

 

 

La defensa y protección de la vida humana es un objetivo que los pueblos y las culturas han concebido y realizado de modos diferentes. La moral cristiana ha sido un agente educador de la conciencia cristiana y humana a favor de un respeto creciente de la vida.

Existe en la Biblia un cuerpo de enseñanza que es un sí decidido a favor de la vida, del hombre: Dios es el único Señor de la vida y de la muerte. El hombre salvo en caso de legítima defensa, no puede atentar contra la vida humana. En la tradición cristiana hay un núcleo de pensamiento sobre la vida que se aduce con frecuencia para subrayar la dignidad del ser humano: la vida como don de Dios, el hombre creado a imagen y semejanza de Dios, la presencia de un alma espiritual, infundida por Dios.

Hay que afirmar el don de Dios, pero sin infravalorar la dignidad inherente a toda vida humana. La vida del hombre independiente de cualquier enfoque religioso, tiene un valor en sí misma y por sí misma. Constituye la base y fundamento para que cualquier otro valor del ser humano pueda desarrollarse en su proyección personal y social. Por eso, la dignidad de la vida en sí misma no debe sufrir cuando se apela a Dios.

La Iglesia ha mantenido una postura idéntica en relación con el aborto. Frente al mundo romano, en el que el aborto tenía carta de naturaleza, los primeros cristianos afirmaron una postura nueva. La tradición es constante y uniforme en la condena del aborto.

A un ser humano inocente no se le puede quitar la vida por una acción directa. La ley divina y la ley natural excluyen, pues, todo derecho a matar directamente a un hombre inocente. Desde la concepción o fecundación estamos ante una vida humana inocente. El respeto a la vida humana se impone desde que comienza el proceso de la generación.

La postura católica sobre el aborto aparece como un servicio incondicional a la vida. Establece unos criterios objetivos de protección a la vida, considerando la fecundación como momento decisivo.