EL ABORTO

II. La dignidad de la vida

 

  
1. La dignidad de la vida en sí misma
2. Coherencia en el aprecio a la vida
3. La vida como entrega
4. El hombre, protagonista de su propia vida
  

1. La dignidad de la vida en sí misma

En la tradición cristiana hay un núcleo de pensamiento sobre la vida que se aduce con frecuencia para subrayar la dignidad del ser humano: la vida como don de Dios, el hombre creado a imagen y semejanza de Dios, la presencia de un alma espiritual, infundida por Dios.

La vida del hombre independiente de cualquier enfoque religioso, tiene un valor en sí misma y por sí misma. Constituye la base y fundamento para que cualquier otro valor del ser humano pueda desarrollarse en su proyección personal y social.

La vida física no garantiza automáticamente una vida en libertad, en solidaridad con los demás y abierta a Dios, pero sin ella queda radicalmente comprometido todo proyecto personal. Por eso, la dignidad de la vida en sí misma no debe sufrir cuando se apela a Dios. La fe cristiana ha de suponer el sentimiento, fuertemente anclado en toda conciencia humana, de que la vida es un valor básico, a promover por su contenido intrínseco. Hay que afirmar el don de Dios, pero sin infravalorar la dignidad inherente a toda vida humana.

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2. Coherencia en el aprecio a la vida

Toda vida humana, por el hecho de serlo, tiene un valor fundamentalmente igual, posee la misma dignidad y se hace acreedora a la misma protección. El problema está en compaginar la fundamental igualdad de toda vida humana con ciertas diferencias existentes en la realidad. ¿Hay diferencias que permitan una valoración éticamente distinta en cuanto a la protección de la vida? No ¿No negamos con ello el principio básico de igualdad e introducimos categorías discriminatorias, vidas de primera y vidas de segunda? No

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3. La vida como entrega

Si la vida es un don precioso que debe suscitar en el hombre un eco de agradecimiento y una voluntad decidida de aprecio, el ejemplo de Cristo integra otra dimensión. Él es el buen pastor que da la vida por sus ovejas.

Aun tratándose de un valor importante, fundamental, la vida no es un absoluto. El ejemplo de Cristo nos manifiesta con toda claridad que el respeto a la vida, exigencia ética inaplazable, no ha de adoptar formas idólatras, absolutizadas.

La vida humana puede entrar en conflicto con valores morales o con valores no morales. A este último grupo pertenece la salud, el placer, la alegría, la técnica, el arte, el conocimiento, etc. Si la vida entra en conflicto con un valor moral éste tiene prioridad ética sobre aquélla.

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4. El hombre, protagonista de su propia vida

La vida es un don -nadie puede darse a sí mismo la vida-; pero es un don que, una vez recibido, queda a disposición del poseedor. La propia muerte, fruto no del aislamiento, de la cerrazón o de la desgana, sino convertida en un acto de entrega y solidaridad, en un clima de esperanza, a ejemplo de Cristo, no iría contra la soberanía de Dios.