¿Se puede conciliar la fe y la política?


Ma. Consuelo González
Revista "Inquietud Nueva"
Servidores de la palabra


Actualmente, la política aparece como el punto máximo de la descristianización, como un ámbito social carente de Espíritu. Unido a esto está el desprestigio en el que han caído los políticos, corruptos y deshonestos, y la ambición de los partidos políticos que sólo persiguen sus intereses personales.

A pesar de todo, la convergencia entre la espiritualidad y la política es una exigencia de nuestra época y es plataforma fundamental de la espiritualidad laical de nuestro tiempo. ¿Cómo llevar adelante tal tarea? La constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II, que se centra en la misión de la Iglesia en el mundo actual cita a este respecto: «La comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno… La Iglesia predicando la verdad evangélica e iluminando todos los sectores de la acción humana con su doctrina y con el testimonio de los cristianos respeta y promueve también la libertad y la responsabilidad políticas de los ciudadanos…No pone sin embargo su esperanza en privilegios dados por el poder civil…es de justicia que la Iglesia pueda en todo momento y en todas partes predicar la fe con auténtica libertad, enseñar su doctrina social, ejercer su misión entre los hombres sin traba alguna y dar su juicio moral, incluso sobre materias referentes al orden político, cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas.»

¿Qué significa el Estado para un cristiano?

Es la institución que habla y representa a todos los ciudadanos, que está al servicio de la población para proteger sus derechos, sus actividades legítimas, pero también con la obligación de impedir aquéllas que son ilícitas. El Estado tiene la obligación de armonizar los intereses de todos hacia el bien común.

Desde la óptica cristiana el hombre es el sujeto, principio y fin de la actividad política y social. Para nosotros el Estado no tiene un poder absoluto sobre el ciudadano. Esto lo podemos constatar en las palabras de la primera encíclica de Juan Pablo II, la Redemptor Hominis: «El pueblo es soberano de la propia suerte…el bien común al que la autoridad sirve en el Estado se realiza plenamente sólo cuando todos los ciudadanos están seguros de sus derechos».

La participación del cristiano en la política

La espiritualidad cristiana se funda en el seguimiento a Jesús, en perseguir su misión, su causa: conseguir que el Reino sea una realidad desde este mundo. Nuestra espiritualidad basada en la experiencia del Dios que nos revela la Biblia tiene que estar basada en la solidaridad como un signo de identificación y reconocimiento hacia nuestro maestro Jesús.

Algunas propuestas de participación para los cristianos de hoy son las siguientes:

–Asumir responsabilidades comunitarias que broten de nuestra vocación a la santidad, de nuestra caridad fraterna; no huir de la ciudad terrena y lanzar la mirada solamente al cielo.

–Hay que superar los egoísmos, el individualismo y comprometernos en un proceso de auténtica conversión para vivir en armonía con los demás.

–La Iglesia –que somos todos los bautizados– no ha de aislarse de los conflictos que se presentan en la historia, antes bien debe iluminar las realidades con la luz del Espíritu.

–Estar alertas frente a los que pretenden reducir al cristianismo a la privacidad de la conciencia o al sacramentalismo cultual. El cristiano tiene derecho de intervenir en todos los ámbitos de la vida social, también es un ciudadano.

–Concretizar los anhelos de cambio fomentando la formación de partidos o sistemas políticos que tengan como base la lucha por extender la auténtica justicia –la que brota del Evangelio, la que se preocupa sinceramente por los pobres– y el trabajo incansable por la defensa de la dignidad humana.

–No debe existir un régimen de cristiandad o un nacionalcatolicismo, esto desvirtuaría la autoridad moral y espiritual de la Iglesia.

–Debemos tener capacidad de diálogo para escuchar otras dimensiones sociopolíticas, capacidad de autocrítica, de autoevaluación y discernimiento de responsabilidad para asumir el compromiso que se requiere dentro de la sociedad.

–Hay que arrancar de raíz la ilusa idea de que política y fe no se llevan. Gandhi afirmaba que el que quiere separar la política de la religión es porque no sabe lo que es ni una ni la otra.

Compartir la misión

Los laicos organizados en comunidades cristianas, por ejemplo, en movimientos apostólicos son voz eclesial y no sujetos privados. Hay que recuperar la actividad política ya que es instrumento esencial de actividad misionera y evangelizadora, además de elemento constructor de la sociedad justa que se requiere para el Reino de Dios.

Al responder a la vocación política de manera cristiana se responde a una exigencia personal y social y se rinde culto a Dios, siguiendo a Cristo y abriéndose a la acción del Espíritu.

Los cristianos tenemos el deber de recordarle al mundo que el abandono de los grandes principios religiosos siempre conducirá a la catástrofe; cada creyente debe buscar una sociedad justa y fraterna, tenemos verdades que proclamar, con humildad, pero sin complejos.

Conclusiones

–Lo político y lo espiritual no pueden separarse porque el hombre vive en la sociedad (es un ser político) y es, al mismo tiempo, un ser religioso.

–Si el Estado llegara a prohibir a la Iglesia su acción espiritual y renovadora, estaría privando a la sociedad de la valiosa fecundidad que su colaboración representa.

–El porvenir de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las futuras generaciones razones para vivir y razones para esperar. En esto deben trabajar juntos las autoridades políticas y las espirituales (Gaudium et Spes).

–Si queremos un país justo y fraterno no esperemos a que todo lo hagan las autoridades. La patria depende de todos, no nada más de los políticos como tales. La transformación política y económica es tarea de todos, no de un partido. Lo más importante es que cada uno haga su esfuerzo para superar la pobreza, la marginación, la falta de justicia, la inseguridad. Hay que decidirse a renunciar a uno mismo, a tomar la cruz, trabajar con ahínco, de forma organizada y comunitaria, incluso llegar hasta al sacrificio por los demás.

–Todos queremos una patria más justa, libre y democrática, pero tenemos que preguntarnos si esto se consigue con el machete y la pistola, o bien, guiados por la luz del Evangelio. Por amor a la humanidad luchemos juntos por los caminos pacíficos y legales, haciendo caso al apóstol Pablo: «No se dejen transformar por los criterios de este mundo, sino dejen que una nueva forma de pensar los transforme internamente, para que sepan distinguir cual es la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que agrada, lo perfecto» (Rm 12, 2).

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Acción Católica Mexicana Diócesis de Querétaro