PAPA - DISCURSOS

 

1. DISCURSO A los participantes en el Congreso mundial organizado 
por el Consejo pontificio Justicia y paz, sábado 4 de julio 1998.


La cultura de los derechos humanos 
En el marco del 50° aniversario de la Declaración universal de 
derechos del hombre 

En el marco del 50° aniversario de la Declaración universal de 
derechos del hombre, adoptada el 10 de diciembre de 1948 por la 
Asamblea general de las Naciones Unidas, el Consejo pontificio 
Justicia y paz organizó en el Vaticano, del 1 al 4 de julio, un "Congreso 
mundial sobre la pastoral de los derechos humanos", el primero de 
este tipo, a fin de subrayar el estrecho vínculo que une la misión 
evangelizadora de la Iglesia con la actividad para la defensa y la 
promoción de los derechos humanos, relación que el magisterio de 
Juan Pablo II ha puesto especialmente de relieve. 

En el congreso estuvieron representados institutos religiosos, 
dicasterios de la Santa Sede y organizaciones internacionales 
católicas, así como otras confesiones cristianas. Los participantes se 
reunieron en grupos regionales de trabajo para reflexionar sobre las 
situaciones locales y elaborar sugerencias sobre las prioridades 
pastorales. Por la naturaleza fundamentalmente pastoral del 
Congreso, todas las Conferencias episcopales fueron invitadas a 
participar con una delegación, compuesta generalmente por un 
obispo y el encargado de seguir la problemática de los derechos 
humanos. El Congreso se articuló en tres mesas redondas:  la 
primera, para presentar la situación de los derechos humanos en los 
diversos continentes; la segunda, para conocer mejor la actividad de 
algunas organizaciones internacionales; y la tercera, para dar 
testimonios sobre experiencias pastorales particulares. Se 
organizaron, asimismo, diez grupos de trabajo, que abordaron los 
siguientes temas:  la universalidad de los derechos humanos, el 
respeto a los derechos económicos y sociales, la libertad de religión, 
la dignidad de la vida por nacer, la defensa de los derechos de los 
detenidos, la promoción de los derechos de la mujer, la explotación de 
los niños, los derechos de la familia, el derecho al asilo y los derechos 
de los pueblos autóctonos. 

Al término del congreso, el sábado 4, los más de 200 congresistas 
fueron recibidos por Su Santidad en la sala Clementina. Encabezaba 
la delegación el nuevo presidente del Consejo pontificio Justicia y paz, 
mons. François-Xavier Nguyên Van Thuân, que presentó los trabajos 
al Papa; también asistió el presidente saliente, card. Roger 
Etchegaray, a quien Juan Pablo II dio las gracias por la entrega y la 
competencia con que ha dirigido ese dicasterio durante catorce años. 
El Santo Padre pronunció en francés el discurso que publicamos. 

Señores cardenales; queridos hermanos en el episcopado; señoras 
y señores:  

1. Con particular alegría acojo aquí esta mañana a los participantes 
en el Congreso mundial sobre la pastoral de los derechos humanos, 
que el Consejo pontificio Justicia y paz, en el marco de las iniciativas 
promovidas por la Santa Sede, ha querido convocar para celebrar el 
50° aniversario de la Declaración universal de derechos del hombre. 
Agradezco de todo corazón al nuevo presidente del Consejo pontificio, 
monseñor François-Xavier Nguyên Van Thuân, la presentación que ha 
hecho de vuestros trabajos. Y me alegro por la ocasión que tengo de 
expresar al presidente saliente, el querido e incansable cardenal 
Roger Etchegaray, mi profunda gratitud por la entrega y la 
competencia con que ha dirigido el dicasterio durante catorce años. 

Saludo a todos los participantes, y también a los miembros, 
consultores y colaboradores del Consejo pontificio. La presencia entre 
vosotros de representantes de otras Iglesias cristianas y de diversos 
organismos internacionales es un signo de nuestra preocupación 
común y de nuestro compromiso con todos en la promoción de la 
dignidad de la persona humana en el mundo de hoy. 

Dignidad de la persona H/DIGNIDAD PERSONA/DIGNIDAD
2. El tema del designio de Dios para la persona humana, de la 
"dimensión humana del misterio de la Redención", fue uno de los 
aspectos principales de mi primera encíclica Redemptor hominis (cf. n. 
10). Al considerar al hombre como "el camino primero y fundamental 
de la Iglesia" (n. 14), expuse el significado de los "derechos objetivos 
e inviolables del hombre" (n. 17) que, en medio de las vicisitudes de 
nuestro siglo, han recibido poco a poco su formulación en el plano 
internacional, especialmente en la Declaración universal de derechos 
del hombre. Después, durante todo mi ministerio de Pastor de la 
Iglesia universal, he querido dedicar una atención particular a la 
salvaguardia y a la promoción de la dignidad de la persona y de sus 
derechos, en todas las etapas de su vida y en toda circunstancia política, social, económica o cultural. 

Al analizar, en la encíclica Redemptor hominis, la tensión entre los 
signos de esperanza concernientes a la salvaguardia de los derechos 
humanos y los signos más dolorosos de un estado de amenaza para 
el hombre, planteé la cuestión de las relaciones entre "la letra" y "el 
espíritu" de estos derechos (cf. ib.). Aún hoy se puede constatar el 
abismo que existe entre "la letra", reconocida a nivel internacional en 
numerosos documentos, y "el espíritu", actualmente muy lejos de ser 
respetado, ya que nuestro siglo está marcado todavía por graves 
violaciones de los derechos fundamentales. Hay siempre en el mundo 
innumerables personas, mujeres, hombres y niños, cuyos derechos 
son despreciados cruelmente. ¿Cuántas personas están privadas 
injustamente de su libertad, de la posibilidad de expresarse libremente 
o profesar libremente su fe en Dios? ¿Cuántas son víctimas de la 
tortura, de la violencia y de la explotación? ¿Cuántas personas, a 
causa de la guerra, de injustas discriminaciones, de la desocupación 
o de otras situaciones económicas desastrosas no pueden llegar a 
gozar plenamente de la dignidad que Dios les ha dado y de los dones 
que han recibido de él? 

Misión de la Iglesia en el mundo
3. El primer objetivo de la pastoral de los derechos humanos es, 
pues, lograr que la aceptación de los derechos universales en la 
"letra" lleve a la puesta en práctica concreta de su "espíritu", en todas 
partes y con la mayor eficacia, a partir de la verdad sobre el hombre, 
de la igual dignidad de toda persona, hombre o mujer, creado a 
imagen de Dios y convertido en hijo de Dios en Cristo. 

En nuestro planeta, toda persona tiene el derecho a conocer la 
"verdad sobre el hombre" y a poder vivirla, cada uno según su 
identidad personal irreemplazable, con sus dones espirituales, su 
creatividad intelectual y su trabajo, en su familia, que es sujeto 
particular de derechos, y en la sociedad. Cada ser humano tiene el 
derecho a desarrollar plenamente los dones que ha recibido de Dios. En consecuencia, todo acto que desprecia la dignidad del hombre y 
frustra sus posibilidades de realizarse, es un acto contrario al designio 
de Dios para el hombre y para toda la creación. 

La pastoral de los derechos humanos está, pues, en estrecha 
relación con la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo. En 
efecto, la Iglesia no puede abandonar jamás al hombre, cuyo destino 
está unido íntima e indisolublemente a Cristo. 

Derechos sociales y económicos
4. El segundo objetivo de la pastoral de los derechos humanos 
consiste en plantear "los interrogantes esenciales que afectan a la 
situación del hombre hoy y en el mañana" (Redemptor hominis, 15), 
con objetividad, lealtad y sentido de responsabilidad. 

A este respecto, se puede constatar que las condiciones 
económicas y sociales en que viven las personas cobran en nuestros 
días una importancia particular. La persistencia de la pobreza 
extrema, que contrasta con la opulencia de una parte de las 
poblaciones, en un mundo que se distingue por grandes avances 
humanistas y científicos, constituye un verdadero escándalo, una de 
esas situaciones que obstaculizan gravemente el pleno ejercicio de 
los derechos humanos en el momento actual. En vuestras actividades, 
ciertamente habréis constatado, casi a diario, los efectos que causan 
la pobreza, el hambre o la imposibilidad de acceder a los servicios 
más elementales, en la vida de las personas y en la lucha por su 
subsistencia y la de sus seres queridos. 

Con mucha frecuencia, las personas más pobres, a causa de la 
precariedad de su situación, se convierten en las víctimas más 
seriamente castigadas por las crisis económicas que afectan a los 
países en vías de desarrollo. Es necesario recordar que la 
prosperidad económica es, ante todo, fruto del trabajo humano, de un 
trabajo honrado y, a menudo, penoso. La nueva arquitectura de la 
economía a escala mundial debe descansar en los fundamentos de la 
dignidad y de los derechos de la persona, sobre todo el derecho al 
trabajo y la protección del trabajador. 

Por esa razón, requiere hoy una atención renovada a los derechos 
sociales y económicos, en el marco general de los derechos 
humanos, que son indivisibles. Es importante rechazar toda tentativa 
de negar una real consistencia jurídica a estos derechos, y es 
necesario reafirmar que está comprometida la responsabilidad común 
de todos los protagonistas poderes públicos, empresas y sociedad 
civil, para llegar a su ejercicio efectivo y pleno. 

Dimensión educativa
5. En la pastoral de los derechos humanos, la dimensión educativa 
adquiere hoy una importancia particular. La educación en el respeto a 
los derechos del hombre implicará naturalmente la creación de una 
verdadera cultura de los derechos humanos, necesaria para que 
funcione el Estado de derecho y la sociedad internacional se funde 
realmente en el respeto al derecho. En Roma se está celebrando 
actualmente la Conferencia diplomática de las Naciones Unidas para 
la institución de un Tribunal penal internacional. Deseo que esta 
Conferencia concluya, como todos lo esperan, con la creación de una 
nueva institución, para proteger la cultura de los derechos humanos a 
escala mundial. 

En efecto, el respeto total de los derechos humanos podrá 
integrarse en cada una de las culturas. Los derechos del hombre son, 
por su misma naturaleza, universales, ya que su fuente es la igual 
dignidad de todas las personas. Al reconocer la diversidad cultural 
que existe en el mundo y los diferentes niveles de desarrollo 
económico, es conveniente afirmar con fuerza que los derechos 
humanos conciernen a cada persona. Como he declarado en el 
Mensaje para la Jornada mundial de la paz de este año (cf. n. 2), el 
argumento de la especificidad cultural no debe utilizarse para cubrir 
violaciones de los derechos humanos. Con mayor razón, es necesario 
más bien promover una concepción integral de los derechos de toda 
persona en el desarrollo, en el sentido en que mi predecesor Pablo VI 
deseaba el desarrollo "integral", es decir, el desarrollo de todas las 
personas y de toda la persona (cf. Populorum progressio, 14). Situar 
en el centro de la reflexión la promoción de un solo derecho o de una 
sola categoría de derechos, en detrimento de la integridad de los 
derechos humanos, significaría traicionar el espíritu de la misma 
Declaración universal. 

Libertad y religión
6. La pastoral de los derechos humanos, por su misma naturaleza, 
debe dedicarse particularmente a la dimensión espiritual y 
trascendente de la persona, sobre todo en el ambiente actual en que 
se manifiesta la tendencia a reducir la persona a una sola de sus 
dimensiones, la dimensión económica, y a considerar el desarrollo 
ante todo en términos económicos. 

De la reflexión sobre la dimensión trascendente de la persona 
deriva la obligación de proteger y promover el derecho a la libertad de 
religión. Este congreso pastoral me brinda la ocasión de expresar mi 
solidaridad y mi apoyo en la oración a todos los que, aún hoy, no 
pueden ejercer en el mundo plena y libremente este derecho, tanto de 
modo personal como comunitario. A los responsables de las naciones 
se dirige mi exhortación apremiante y renovada a garantizar el 
ejercicio concreto de este derecho a todos sus ciudadanos. En efecto, 
los poderes públicos encontrarán entre los creyentes a hombres y 
mujeres de paz, deseosos de colaborar con todos, con vistas a 
edificar una sociedad más justa y pacífica. 

7. Os agradezco a todos no sólo vuestra participación en este 
congreso, sino también vuestro testimonio diario y vuestra acción 
educativa en la comunidad cristiana. Junto con vosotros, recuerdo el 
testimonio de quienes, en nuestra época, han vivido su fidelidad al 
mensaje de Cristo sobre la dignidad del hombre, renunciando a sus 
propios derechos por amor a sus hermanos y hermanas. Encomiendo 
vuestras diversas misiones a María, Madre de la Iglesia, que os 
ayudará a penetrar, como ella, el sentido más profundo del gran 
misterio de la redención del hombre. 

A vosotros, a vuestros seres queridos y a todos los que comparten 
vuestros compromisos, os imparto de todo corazón la bendición 
apostólica. 

JUAN-PABLO-II
(L'Osservatore Romano - 17 de julio de 1998)