Lucha de la Iglesia contra el pecado

1. A consecuencia del peligro de caer en el pecado, la tarea del bautizado antes mentada de ir creciendo continuamente en Cristo se convierte en una continua lucha contra el pecado; el bautizado está obligado a decidir entre la entrega a Cristo y su propio orgullo y autonomía. No está sólo en esa lucha; le apoya y rodea la comunidad de la Iglesia, de la cual es miembro; todo lo que haga en cualquier momento lo hace como miembro de la Iglesia; en todas sus luchas y esfuerzos está presente el "nosotros" de la Iglesia; sus acciones son, por tanto, una auto-representación de la Iglesia: en la santidad del bautizado la Iglesia se revela como santa; en sus pecados, la Iglesia aparece como pecadora; en su lucha contra el pecado, es la Iglesia quien intenta vencerlo. Y no es como si un grupo de los miembros de la Iglesia fuera santo y otro pecador, o como si los santos tuvieran que educar santamente a los pecadores; tal distinción está en contradicción con la experiencia, con la Escritura y con la conciencia de la Iglesia, expresada en las oraciones litúrgicas. San Juan nos da testimonio: Si, como los herejes anticristianos, que se creen libres de todo pecado, afirmáramos nosotros que no tenemos pecado alguno, nos engañaríamos a nosotros mismos (/1Jn/01/08). Según este texto, todos los hombres pecan; los mismos bautizados no son una excepción. En la liturgia de la Iglesia todos son exhortados a rezar por el perdón de los pecados. Todos los miembros de la Iglesia pagan tributo al poder del pecado. A todos se les ha dado el encargo y el poder de arrojar el mal del centro de su alma. Cada uno es responsable de la santidad del "nosotros", de toda la Iglesia.

La Escritura menciona como armas más principales en la lucha contra el pecado la oración y la penitencia. La penitencia es participación en la muerte de Cristo. En ella el hombre guarda la conveniente distancia con las cosas del mundo, para adherirse más vivamente a la gloria imperecedera de Dios instaurada en la muerte de Cristo. Ni en la Iglesia ni en sus miembros puede acabarse el sentido de la penitencia, porque no puede adormecerse la conciencia de culpa. La Iglesia incita continuamente a sus hijos a que usen tal arma; lucha también contra el mal con su predicación y mediante la corrección fraterna.

2. P/MALICIA: La Iglesia se siente empujada continuamente a la lucha contra el pecado, porque sabe de su terribilidad. En la cruz de Cristo aprendió el horror del pecado; porque el pecado no es sólo un impedimento del orden intramundano o una lesión a la ley natural..., traspasa a los hombres y al mundo para llegar a Dios mismo: al pecar, el hombre niega a Dios, niega su gloria y su amor.

En el pecado toca el hombre la persona de Dios mismo. Sabemos muy bien que no podemos contravenir las leyes esenciales de las cosas que nos rodean. Frente al derecho a la vida de la persona humana libre y dotada de razón y de derechos sentimos con plena evidencia esa conciencia. Ahí están las lecciones contra los derechos personales: injuria, violación, infamia, deshonra, asesinato; tales hechos nos dan una profunda conciencia de lo que es el pecado. Es un sacrilegio en que el hombre toca la Persona más digna, santa e intangible. Naturalmente, no es esencial al pecado el hecho de que el hombre se dirija inmediatamente contra Dios, como ocurre en la blasfemia; tampoco es necesario que tenga expresa intención de ofender a Dios (pecados de plena malicia). Ordinariamente no encontramos a Dios de inmediato, sino mediatamente: en las cosas, acontecimientos y hombres; Dios es su creador y conservador, su señor y protector y en cuanto tal está presente en su ser y en su acción; ha confiado las cosas con indefenso abandono a las manos del hombre y el hombre es responsable do ellas. Responde debidamente a Dios, que le llama desde las cosas y, sobre todo, desde los hombres cuando les trata según el ser creado y dominado, conservado y protegido por El. Si trata así a las criaturas, cumple la voluntad divina y entra en comunidad de acción o intención con Dios operante en ellas. Su acción se convierte en un crear con Dios. Pero cuando trata a las criaturas a él confiadas no según el ser de ellas y objetivamente, sino según su capricho, contradice la voluntad de Dios; su acción es contraria al obrar divino en las criaturas. La actividad de Dios es obra de amor y por eso la acción cegadora y destructora de criaturas es contraria al amor divino y al mismo Dios que obra en el amor santo. Si toda violencia contra una persona es una injusticia, la violencia contra Dios, el Santo, tiene un carácter especial de injusticia, porque Dios está más allá de todo lo que nosotros llamamos personas y es, por tanto, santo e intangible, de modo completamente distinto al modo en que lo son las personas no divinas. P/CONTRADICCION: Es un misterio impenetrable el hecho de que el hombre sea capaz de negar a Dios, siendo como es dependiente de El hasta el fin de su ser y de su acción. El hombre sólo puede obrar por virtud y fuerza de Dios; sólo puede negar a Dios con la fuerza del amor divino que lo mantiene y le mueve. Esto es lo que da al pecado su terribilidad: sólo puede existir en el amor de Dios; es la resistencia y rebelión del hombre contra un amor sin el que no podría existir. El pecado implica una contradicción insoluble. El pecador vive y existe en la contradicción. Al hacerse él orgulloso y declararse autónomo, contradice al amor que funda su existencia, la mantiene y la cualifica. Justamente por ser contradicción y desdoblamiento, el pecado conduce a la destrucción del ser espiritual y corporal del hombre. El pecado, aunque esencial e íntimamente, es resistencia, rebelión y rebeldía del hombre orgulloso y autónomo contra Dios, cala todavía más hondo y llega a dañar la vida humana en las mismas raíces del ser. Y esta contradicción humana se amplía hasta las cosas hechas por el hombre pecador y orgulloso.

(SCHMAUS-6.Págs.484-486)

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6. P/ES ES/P:

Lo que Cristo llama pecado contra el Espíritu Santo aparece en San Juan como pecado de muerte. Para San Juan, el pecado de muerte es semejante al pecado de incredulidad. En su conversación de despedida Cristo explica que el Espíritu Santo, que vendrá junto a los suyos como representante invisible de El, aparecerá ante el Padre como acusador del mundo (/Jn/16/09). Acusará al mundo de ser pecador. El pecado del mundo a que Cristo se refiere es la incredulidad. Pues en este contexto entiende por mundo la sociedad de los incrédulos, es decir, de los hombres que se rebelan contra Cristo y su Evangelio, que no quieren dejarse salvar por él, sino que quieren ayudarse a sí mismos con su orgullo ateo y antidivino. Estos hombres que viven en rebelión contra Cristo son acusados por el Espíritu Santo ante el Padre. El Espíritu Santo es un acusador inexorable. Contra sus acusaciones no hay disculpa. Convence a los incrédulos de la culpa de que los acusa ante el Padre. Tendrán que oír, por tanto, la sentencia de Dios que los condene.

Según San Juan, sólo existe un pecado mortal, el pecado de la incrédula negación de Cristo. Cierto que conoce también otros pecados; pero son tales que se puede decir de sus autores que no pecaron. No pecaron, en efecto, de este modo gravísimo y fatal (/1Jn/03/09). El pecado de muerte, es decir, el pecado de incredulidad es, según San Juan, el pecado radical. Se manifiesta de múltiples modos. La tesis del Apóstol de que sólo hay un pecado no se convierte, por tanto, en una carta franca para pecar. Lo que quiere decir con ello es que prácticamente en todo pecado grave se manifiesta la incredulidad frente a Cristo. La incredulidad tiene múltiples figuras. Las llamamos pecados graves. Cada uno de ellos es una manifestación de la incredulidad.

El apóstol San Pablo enumera una serie de esas manifestaciones de la incredulidad práctica en sus catálogos de vicios. Según San Pablo, excluyen del reino de Dios la impureza, idolatría, blasfemia, embriaguez, robo, disensión, enemistad, ira, asesinato, etc. (I Cor. 6, 9; Eph. 5, 5; Gal. 5, 19-21). En la antigua Iglesia eran sometidos a penitencia eclesiástica los pecados graves enumerados por San Pablo. En algunos casos había dudas. En la cuestión de qué es pecado grave, el conocimiento teológico ha hecho una evolución hasta las ideas ofrecidas hoy en el magisterio ordinario de la Iglesia. Vol. VI, 268.

Disposición de ánimo

Por muy importante que sea el objeto para la acción, es la disposición de ánimo lo que decide del valor salvador de la acción humana. Sería fatal equiparar pecado mortal e importancia del contenido de la acción humana. Sólo se comete pecado mortal cuando el agente es claramente consciente de la importancia del objeto en el momento de su acción, es decir, cuando oye la llamada de Dios y se niega a ella por libre desobediencia. Cuando la oposición a la voluntad divina no hace más que tocar fugitivamente la conciencia o el hombre comete la acción contraria a Dios sólo con medio corazón, no comete pecado mortal que merezca el infierno. Se podría suponer, ciertamente, que normalmente un objeto importante siempre penetra en la conciencia del hombre con toda su importancia y es reconocido en todo su alcance, y que la decisión se hace con todo el corazón. En vista de una situación importante, el hombre es normalmente excitado y sacudido de tal forma, que es forzado a una postura clara. Pero también es posible pensar que a consecuencia de la ceguera de su espíritu y de la pereza de su corazón no vea todo el alcance de una situación importante y se decida, por tanto, solamente en la superficie y no en los estratos profundos de su yo. Y a la inversa, la plena aversión de Dios puede inflamarse también en un objeto insignificante. También él puede dar ocasión al apasionado corazón humano de rebelarse contra Dios y perderlo.

Como resultado de nuestras reflexiones sobre la esencia del pecado mortal podemos comprobar que es la lesión de la ley de Cristo hecha con libre voluntad y contra un saber mejor en una ocasión importante para la instauración del reino de Dios. Es por tanto la aversión de Dios y conversión antidivina a las criaturas. Es expresión y realización de la antidivina autoafirmación del hombre. El orgullo humano puede manifestarse en la obstinación y en la debilidad. También la debilidad del corazón puede seducir al hombre a apartarse de Dios con ateo egoísmo y a preferir las cosas creadas al Dios que las creó.

(SCHMAUS-7.Pág. 441 ss.)


7.Isaac de Estela (hacia 1171) monje cisterciense

Salir del pecado significa entrar en el Reino de Dios

Hermanos, es el momento de salir cada uno de sus pecados. Salgamos de nuestra Babilonia para encontrar a Dios, nuestro Salvador, como nos lo recomienda el profeta: “Prepárate, Israel, a comparecer ante Dios que viene.” (cf Am 4,12) Salgamos del abismo de nuestro pecado y aceptemos partir hacia el Señor que asumió “una naturaleza semejante a la del pecado” (Rm 8,3) Salgamos de la voluntad de pecado y caminemos en la penitencia por nuestros pecados. Entonces encontraremos a Cristo, él que ha expiado el pecado que no había cometido. Entonces, aquel que otorga la salvación a los arrepentidos, nos salvará: “Hará misericordia a los que se convierten.” (cf Eclo 17,29)

Me diréis: ...”Quién es capaz de salir, por sí mismo, del pecado? Sí, efectivamente, el mayor pecado es el apego al pecado, el deseo de pecar. ¡Sal, pues, de este deseo,... odia al pecado y saldrás de él! Si odias al pecado has encontrado a Cristo allí donde se encuentra. Quien odia al pecado...Cristo le perdona la falta esperando arrancar de raíz nuestros malos hábitos.

Aún me diréis que esto es mucho pedir y que sin la gracia de Dios es imposible para el hombre odiar su pecado y desear la justicia: “¡Que den gracias al Señor por su amor, por las maravillas que hace con los hombres!” (Sal 106,8)... Oh Señor de mano poderosa, Jesús lleno de poder, ven a liberar mi razón cautiva del espíritu de la ignorancia, y a arrancar mi voluntad de la peste de sus concupiscencias. Libera mis capacidades para que pueda actuar con fortaleza, tal como lo deseo de todo corazón.