PECADO - TEXTOS

1.P/QUÉ-ES:

Por nuestra experiencia personal y social sabemos muy bien que el reino de Dios, su acción salvífica, no se impone, sino que se propone a los hombres, que lo podemos aceptar o rechazar. El pecado es nuestra resistencia, nuestra oposición al reinado de Dios en nosotros. Consiste, por tanto, en una de las respuestas posibles del hombre al ofrecimiento que Dios le hace de secundar sus planes de comunicación vital e íntima. En este sentido, el pecado es la libre renuncia a la comunicación con Dios.

La visión minimista del pecado lo concibe como una mera desobediencia a un conjunto de leyes más o menos arbitrariamente impuestas por Dios. Esta visión inexacta del pecado está en la misma línea de pensamiento que hace del amor a Dios una pura obediencia o sumisión, constituida en el precio que debemos pagar para entrar en el cielo.

MORAL/SENTIDO: La idea cristiana del pecado, por el contrario, corresponde a la idea cristiana de la ley moral. La moral cristiana es la traducción práctica de un estilo de vida que distingue al creyente del que no lo es. El fin de todas las normas morales no es otro que, mediante su cumplimiento, hacer que el hombre se realice como tal y de esta manera convertirle en sujeto totalmente idóneo a la participación de la felicidad eterna. Esta idoneidad se adquiere por medio de la gracia que se difunde en los corazones de los creyentes, dando lugar en éstos a un singular estilo de vida. La gracia introduce al creyente en la posesión de Dios. El pecado es el alejamiento voluntario de la vida de Dios en nosotros, es destrozar nuestra propia existencia sin necesidad de que Dios tenga que privarnos de su vida.

La Biblia dice en este sentido que el pecado es rebelión contra Dios, porque lo es contra nosotros mismos, criaturas infinitamente amadas por Dios. Nuestro pecado es ofensa a Dios, pero no en sí mismo -si esto fuera así, Dios no sería Dios-, sino en cuanto que Dios se da en cada uno de nosotros. Pecar es siempre ir contra uno mismo.

P/SUICIDIO: Ya santo Tomás (·AQUINO-TOMAS) expresó muy gráficamente esta idea afirmando que Dios no es ofendido por nosotros, sino en cuanto que actuamos contra nuestro propio bien. Ofendemos a Dios en cuanto ofendemos a la naturaleza amada por Dios. Es así como nos quedamos sin salvación, sin verdad y sin amor, es decir, como nos destruimos a nosotros mismos. Por ello, afirmó el Doctor Angélico, si el pecado es deicidio, lo es porque es suicidio. El pecado degrada, envilece, mata al hombre.

Así, se entiende muy bien que Dios no es arbitrario en sus mandamientos. Las acciones humanas no son buenas o malas porque Dios las admita o prohíba, sino que no tiene más remedio que admitirlas o prohibirlas según estén o no de acuerdo con la naturaleza humana individual y socialmente considerada. La ley moral no es, por tanto, una invención divina, ni menos una elucubración clerical, como no pocas veces se ha afirmado por quienes quieren barrer del mapa del mundo los imperativos éticos. En nuestros tiempos es absolutamente necesario que proclamemos sin descanso, con limpidez y con arrojo que el pecado degrada a la naturaleza humana por implicar la no realización de lo que va a favor o la puesta en práctica de lo que va en contra del propio desarrollo personal.

P/CASTIGO: Consecuentemente, no puede entenderse el pecado en el sentido de que al no obedecer a Dios él nos castiga privándonos de su vida, sino que al pecar somos nosotros mismos los que vamos en contra del sentido de nuestra propia existencia y entonces sentimos la tragedia de no podernos saciar de Dios. Obedecer a Dios, cumplir los mandamientos, es ayudar a la tendencia del crecimiento inherente a nuestro organismo viviente, es acercarse a Dios, es vivir. Pecar, no observarlos, es destrozar la vida, es romper el orden, es impedir el crecimiento, en último término es morir. Y ello sin necesidad de que Dios nos quite la vida. El pecado se basta a sí mismo para hacer este destrozo.

En la línea de lo que venimos diciendo, el Concilio Vaticano II, en la constitución Gaudium et spes, ha puesto de relieve en qué consiste la esencia del pecado con las siguientes palabras: «El hombre, al negarse con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompe la debida subordinación a su fin último, y también toda su ordenación tanto por lo que toca a su propia persona como a las relaciones con los demás y con el resto de la creación» (GS 13). Es interesante destacar, teniendo en cuenta estas palabras de nuestra última Asamblea Ecuménica, que suponiendo el pecado renegar de la filiación divina, produce consecuentemente no sólo la ruptura del vínculo que une al ser humano con Dios Padre, sino también con el resto de los hombres, sus hermanos. Por desgracia, no es infrecuente que el cristiano medio de nuestros tiempos tenga un concepto parcial del pecado, olvidando su dimensión social y comunitaria.

J.A. Belda. QUEHACER.Pág. 11 ss. ........................................................................

2.P/RECONOCERLO

"Donde entra mucho el sol, dice santa Teresa, el alma ve su miseria... toda se ve muy turbia".

TERESA DE JESÚS

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3.P/PERDON PERDON/P P/MALICIA CREATURA/DEPENDENCIA

Sólo la fe nos hace entender toda la terribilidad del mal y su verdadera superación. El pecado no se extiende sólo por este espacio terrestre, sino que llega hasta la realidad de Dios. No es sólo contradicción a una ley moral eterna, sino a la santidad y personalidad de Dios mismo; es rebelión contra el Tú de Dios. Es, por tanto, un proceso que tiene caracteres personales: es el encuentro rebelde deI hombre con Dios; a la vez tiene repercusión trascendental de efectos incalculables; es un "no" a Dios, el Santo y el Altísimo, el Sublime, la Verdad y Amor; es el intento carente de sentido de deponer a Dios, de derrocarle y echarle a un lado, de ponerse en su lugar; al pecar, el hombre pretende configurar su vida prescindiendo de Dios e incluso contradiciéndole. El hombre es capaz de esa rebelión contra Dios porque es libre, gracias a su participación en la libertad de Dios. Justamente por ser imagen de Dios, puede el hombre y su libertad lanzarse a esa aventura sin sentido de sustraerse al dominio de Dios y vivir en soberanía autónoma, de ser su propio señor, en lugar de Dios. Sólo siendo lo que tiene de común con Dios y olvidando lo que le distingue de El, puede el hombre intentar sentarse en el trono de Dios.

A la estructura personal del pecado se añade su importancia cósmica; cuando el hombre se rebela contra Dios, se rebela a la vez contra su propio ser emparentado con Dios. El mismo se hace violencia; se convierte en destructor de sí mismo. Y como sólo puede pecar con las cosas de este mundo y en ellas, también las incluye en su autodestrucción. El pecado produce desorden y caos en el mundo. Es el enterrador de la creación.

P/PERDON: Superación del pecado significa, según esto, anulación de la culpa que el hombre comete contra Dios. Sólo puede ocurrir cuando Dios perdona la culpa. La aniquilación del pecado no es obra de hombres; en caso de que ocurra, debe ser cosa de Dios. Y Dios la regala en el perdón misericordioso. El perdón no consiste en que Dios no tome el pecado en serio y diga, poco más o menos, al hombre: no te apures, no eres tan malo; no es, pues, que mire sobre él, como sobre algo que no vale la pena; el perdón implica más bien el hecho de que Dios ve todo el abismo y la terribilidad del pecado. De hecho Dios nos revela en la muerte de Cristo que toma el pecado completamente en serio; nadie puede ver su terribilidad mejor que Dios; El es el Santo y puede medir la oposición entre santidad y no santidad; por la infinita fuerza de su santidad hizo justicia en la cruz sobre el pecado y allí reveló qué es el pecado y qué es la santidad. Pero justamente al revelar el pecado en todo su abismo y al condenarlo con igual e incluso más fuerza, nos liberó del pecado. Dios puede destruir el pecado, porque es la santidad personificada, y puede por eso penetrar hasta el fondo la maldad del pecado; puede destruirla, porque afirma su santidad con igual fuerza, y niega así todo lo que la contradice.

D/SANTIDAD: Dios no es santo porque cumpla una norma válida y obligatoria para El; El mismo es su propia norma; El mismo es su propia ley, en cuanto que es la santidad; cumple la ley que El mismo es, en cuanto que afirma con igual voluntad y fuerza creadora la santidad, es decir, en cuanto que se afirma a sí mismo. Como el poder con que Dios afirma su santidad es infinito, nadie ni nada lo pone en peligro. Ese poder de Dios es un poder de amor; Dios afirma su santo ser con infinita fuerza amorosa; con esa misma fuerza infinita de amor niega el mal de los hombres. Al hombre que se aparta del pecado y se dirige a El, le quita la culpabilidad y maldad que hay en el pecado; con su "no" al mal de los hombres, que nace de la fuerza infinita de su amor, orilla todo lo que separa a Dios Santo del hombre pecador; la fuerza transformadora y divina del "no" al pecado no puede llegar a quienes se obstinan en el pecado sin arrepentirse, porque ellos se cierran y oponen a ella.

(·SCHMAUS-5.Págs. 117-119) ........................................................................

4. El perdón de los pecados ocurre en la participación de la muerte de Cristo. Cristo, al morir, tomó sobre sí la maldición pronunciada por Dios después del primer pecado; cumplió la ley del dolor y de la muerte, y al cumplirla, la anuló; al cumplir la ley de la muerte superó el poder del pecado, fuente de la muerte. Mediante la fe y el bautismo, Ia muerte de Cristo se apodera de los hombres, que son introducidos e incorporados a la dinámica de esa muerte y de su acontecer, así recibe también el hombre un golpe de muerte y es superada y vencida su existencia pecadora (carnal). El hombre es Iiberado del pecado al participar, mediante la fe, de Ia muerte de Jesucristo (Rom. 5, 6; 3, 25-26; Col. 3, 13).

J/CORDERO: Según San Juan, Cristo es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo (/Jn/01/29). La imagen del cordero alude o al cordero pascual o al sacrificio diario de dos corderos que se hacía en el templo, sacrificio matutino y vespertino, pero no a la imagen del Siervo de Dios lleno de dolores de que habla Isaías. Pudiera ser que la predicación del Cordero de Dios no proviniera en su texto original de San Juan Bautista, sino que la comunidad primitiva le atribuyera la imagen en testimonio de lo aludido por la misma. Se alude al cordero pascual o al sacrificio diario de dos corderos, que significa que en Cristo apareció el verdadero y auténtico cordero del sacrificio; El es el cordero escogido por Dios y regalado a la Humanidad. Sobre la cuestión de por qué Cristo es simbolizado en una imagen viejo-testamentaria, hay que tener en cuenta que el cordero -joven y macho- desempeña un papel importante no sólo en el Antiguo Testamento, sino también en los cultos religiosos extrabíblicos; el carnero es símbolo de la exuberante fuerza juvenil; encarna un elemento del mundo: la fuerza que se renueva continuamente; el hombre mismo simboliza en él su anhelo de juventud indestructible. Es característico del hombre el dejarse a sí mismo y a las cosas que le pertenecen en manos de Dios; el hombre sólo puede existir con sentido, entregándose y ofreciéndose a Dios; cuando el hombre niega a Dios el ofrecimiento de sí mismo, contradice su propio ser y pierde su verdadera y auténtica existencia. Al ofrecer un carnero, el hombre expresa su voluntad de ofrecerse a sí mismo bajo un aspecto muy importante entre los hombres: bajo el punto de vista de la fuerza juvenil. Cuando Cristo es llamado Cordero de Dios, se simboliza el hecho de que se ofrece a Dios como representante en el mundo de la fuerza y energía juvenil.

En San Juan encontramos también la expresión "purificación de la culpa" (13, 10; 15, 3). Cristo dice a sus discípulos: "Vosotros estáis ya limpios por la palabra que os he hablado"; en este texto se afirma tanto el hecho del perdón de los pecados como su medio, que es la palabra; la palabra, que perdona los pecados, es una palabra eficaz, una palabra del Pneuma y de la Dynamis. Según 1Jn 1, 12, el creyente ha recibido el perdón de sus pecados.

Invisibilidad del perdón de los pecados

JUSTO/PECADOR: La aniquilación de la culpabilidad del pecado es invisible; sólo la conocemos por la fe, del mismo modo que sólo por la fe conocemos el abismo del pecado ante la Cruz de Cristo. La invisibilidad llega a tal grado, que en la vida del justo sólo sigue siendo visible la pecaminosidad.

CONCUPISCENCIA: No puede citarse la pecaminosidad de los justos como argumento contra la aniquilación del pecado; no puede negarse; coexiste con la liberación del pecado, defendida por el Concilio de Trento, y que significa supresión de la culpabilidad del pecado grave, no de las malas inclinaciones y posibilidad de ser tentado. Se anula el estado de aversión de Dios, en cuanto que Dios se convierte de nuevo al hombre, que está dispuesto a ello, pero sigue existiendo en el hombre la inclinación a sustraerse del dominio de Dios y empezar de nuevo su vida soberana y autónoma; sigue existiendo por tanto, la materia inflamable de la concupiscencia, como dice el Concilio de Trento (sesión 5.a, cap. IV). En el que ha sido justificado no queda, pues, nada que pueda llamarse pecado, pero queda algo que está en relación con él; el poder del pecado es destruido fundamentalmente, recibe un golpe de muerte, pero no ha sido eliminado del todo, en cuanto que el hombre, incluso después de justificado, debe seguir viviendo bajo la ley de la concupiscencia desordenada; la concupiscencia no es pecado en sentido propio y estricto, pero puede ser llamada pecado en sentido general e indeterminado, en cuanto que procede del pecado y tienta a pecar. Y, en realidad, continuamente conduce a decisiones pecaminosas. Mientras sólo empuje a pecados leves, que no destruyen la unión con el Padre Celestial el estado de justificación no es anulado, el justificado es a la vez justo y pecador, no en el sentido de que esté enmarañado en la culpa del pecado y no haya ocurrido más que Dios le ha declarado inocente, sino en el sentido de que es libre de la culpabilidad del pecado y sigue cometiendo pecados, sin que por eso se aparte completamente de Dios; es pecador y justo no en sentido óntico (metafísico), sino en el sentido de la realización viva y concreta de la fe. Mientras es peregrino y espera la plenitud, el hombre debe rezar por el perdón de sus pecados. También esta petición está incluida en la oración que Cristo enseñó a sus discípulos. En la Liturgia puede observarse hasta qué punto une la Iglesia la doctrina de la renovación interna con la conciencia de pecaminosidad (por ejemplo, Gradual. Gloria, Oraciones, Oración del Ofertorio, Oración después del Evangelio, Agnus Dei, Oración de la Comunión); suele aparecer con especial claridad esa doble conciencia en las oraciones de la Postcomunión, casi todas en eI mismo tono: "Recibidos los dones del sagrado Misterio, pedimos humildemente, Señor: que lo que nos mandaste hacer en memoria tuya sirva de auxilio a nuestra flaqueza" (Postcomunión del domingo 22 después de Pentecostés). En la amplitud de las oraciones que piden el perdón de los pecados en la Liturgia, se hace patente el hecho de que, según la fe de la Iglesia, nunca se logra un estado en que el hombre pueda gloriarse de la plena libertad de pecado y en el que ya no necesite pedir perdón.

La fórmula de Lutero simul iustus et peccator (a la vez justo y pecador) fue condenada por el Concilio de Trento por haber sido entendida metafísicamente y no sólo en sentido histórico y concreto. Los teólogos luteranos actuales disputan la cuestión de cómo entendió la fórmula Lutero mismo; en caso de que la fórmula no deba interpretarse metafísicamente, sino sólo en sentido histórico y concreto, la condenación del Concilio de Trento no afectaría a la doctrina de Lutero, sino a la interpretación metafísica de ella.

No están muy conformes con esta doctrina de la Iglesia de la pecaminosidad real, no óntica, de los justificados quienes pasan por alto o minimizan los pecados reales de los santos; en ellos también queda el fomes peccati. Los santos no minimizan nunca sus pecados; cuanto más fuerte conciencia tienen de su unión con Dios, tanto más sufren bajo su propia debilidad; su unión con Dios es la medida con que miden sus pecados. A ellos les parece una falta lamentable lo que al que está alejado de Dios parece a veces una minucia justamente, porque el que vive lejos de Dios tiene una medida mundana de sus pecados. Las acusaciones que los santos se hacen a sí mismos no deben ser valoradas como signos de una conciencia insana de culpa, sino como expresión de la iluminación de su conciencia en la cercanía de Dios.

Es lo que ocurre, por citar un ejemplo, en las oraciones de Santa Teresa del Niño Jesús: "No quiero almacenar méritos para el cielo... Cuando esta vida anochezca, apareceré ante Ti con las manos vacías... Pues no te pido, Señor, que cuentes mis buenas obras... Toda nuestra justicia está llena de manchas a tus ojos. Quiero revestirme de tu justicia y recibir de tu amor la eterna posesión de Ti mismo." El justo, libre de pecado y siempre tentado de él, camina hacia un estado en que será liberado incluso de la tentación, hacia el estado de plenitud y perfección de la visión beatífica de Dios; entonces estará completamente sumergido en el amor y santidad de Dios. Su vida terrena está sometida a la tensión entre su presente libre de pecado, y, sin embargo, amenazado de él, y su futuro ya definitivamente libre del peligro de pecar. La justificación tiene, por tanto, sentida escatológico.

SCHMAUS-5.Págs. 125-129)

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5. Lucha de la Iglesia contra el pecado

1. A consecuencia del peligro de caer en el pecado, la tarea del bautizado antes mentada de ir creciendo continuamente en Cristo se convierte en una continua lucha contra el pecado; el bautizado está obligado a decidir entre la entrega a Cristo y su propio orgullo y autonomía. No está sólo en esa lucha; le apoya y rodea la comunidad de la Iglesia, de la cual es miembro; todo lo que haga en cualquier momento lo hace como miembro de la Iglesia; en todas sus luchas y esfuerzos está presente el "nosotros" de la Iglesia; sus acciones son, por tanto, una auto-representación de la Iglesia: en la santidad del bautizado la Iglesia se revela como santa; en sus pecados, la Iglesia aparece como pecadora; en su lucha contra el pecado, es la Iglesia quien intenta vencerlo. Y no es como si un grupo de los miembros de la Iglesia fuera santo y otro pecador, o como si los santos tuvieran que educar santamente a los pecadores; tal distinción está en contradicción con la experiencia, con la Escritura y con la conciencia de la Iglesia, expresada en las oraciones litúrgicas. San Juan nos da testimonio: Si, como los herejes anticristianos, que se creen libres de todo pecado, afirmáramos nosotros que no tenemos pecado alguno, nos engañaríamos a nosotros mismos (/1Jn/01/08). Según este texto, todos los hombres pecan; los mismos bautizados no son una excepción. En la liturgia de la Iglesia todos son exhortados a rezar por el perdón de los pecados. Todos los miembros de la Iglesia pagan tributo al poder del pecado. A todos se les ha dado el encargo y el poder de arrojar el mal del centro de su alma. Cada uno es responsable de la santidad del "nosotros", de toda la Iglesia.

La Escritura menciona como armas más principales en la lucha contra el pecado la oración y la penitencia. La penitencia es participación en la muerte de Cristo. En ella el hombre guarda la conveniente distancia con las cosas del mundo, para adherirse más vivamente a la gloria imperecedera de Dios instaurada en la muerte de Cristo. Ni en la Iglesia ni en sus miembros puede acabarse el sentido de la penitencia, porque no puede adormecerse la conciencia de culpa. La Iglesia incita continuamente a sus hijos a que usen tal arma; lucha también contra el mal con su predicación y mediante la corrección fraterna.

2. P/MALICIA: La Iglesia se siente empujada continuamente a la lucha contra el pecado, porque sabe de su terribilidad. En la cruz de Cristo aprendió el horror del pecado; porque el pecado no es sólo un impedimento del orden intramundano o una lesión a la ley natural..., traspasa a los hombres y al mundo para llegar a Dios mismo: al pecar, el hombre niega a Dios, niega su gloria y su amor.

En el pecado toca el hombre la persona de Dios mismo. Sabemos muy bien que no podemos contravenir las leyes esenciales de las cosas que nos rodean. Frente al derecho a la vida de la persona humana libre y dotada de razón y de derechos sentimos con plena evidencia esa conciencia. Ahí están las lecciones contra los derechos personales: injuria, violación, infamia, deshonra, asesinato; tales hechos nos dan una profunda conciencia de lo que es el pecado. Es un sacrilegio en que el hombre toca la Persona más digna, santa e intangible. Naturalmente, no es esencial al pecado el hecho de que el hombre se dirija inmediatamente contra Dios, como ocurre en la blasfemia; tampoco es necesario que tenga expresa intención de ofender a Dios (pecados de plena malicia). Ordinariamente no encontramos a Dios de inmediato, sino mediatamente: en las cosas, acontecimientos y hombres; Dios es su creador y conservador, su señor y protector y en cuanto tal está presente en su ser y en su acción; ha confiado las cosas con indefenso abandono a las manos del hombre y el hombre es responsable do ellas. Responde debidamente a Dios, que le llama desde las cosas y, sobre todo, desde los hombres cuando les trata según el ser creado y dominado, conservado y protegido por El. Si trata así a las criaturas, cumple la voluntad divina y entra en comunidad de acción o intención con Dios operante en ellas. Su acción se convierte en un crear con Dios. Pero cuando trata a las criaturas a él confiadas no según el ser de ellas y objetivamente, sino según su capricho, contradice la voluntad de Dios; su acción es contraria al obrar divino en las criaturas. La actividad de Dios es obra de amor y por eso la acción cegadora y destructora de criaturas es contraria al amor divino y al mismo Dios que obra en el amor santo. Si toda violencia contra una persona es una injusticia, la violencia contra Dios, el Santo, tiene un carácter especial de injusticia, porque Dios está más allá de todo lo que nosotros llamamos personas y es, por tanto, santo e intangible, de modo completamente distinto al modo en que lo son las personas no divinas. P/CONTRADICCION: Es un misterio impenetrable el hecho de que el hombre sea capaz de negar a Dios, siendo como es dependiente de El hasta el fin de su ser y de su acción. El hombre sólo puede obrar por virtud y fuerza de Dios; sólo puede negar a Dios con la fuerza del amor divino que lo mantiene y le mueve. Esto es lo que da al pecado su terribilidad: sólo puede existir en el amor de Dios; es la resistencia y rebelión del hombre contra un amor sin el que no podría existir. El pecado implica una contradicción insoluble. El pecador vive y existe en la contradicción. Al hacerse él orgulloso y declararse autónomo, contradice al amor que funda su existencia, la mantiene y la cualifica. Justamente por ser contradicción y desdoblamiento, el pecado conduce a la destrucción del ser espiritual y corporal del hombre. El pecado, aunque esencial e íntimamente, es resistencia, rebelión y rebeldía del hombre orgulloso y autónomo contra Dios, cala todavía más hondo y llega a dañar la vida humana en las mismas raíces del ser. Y esta contradicción humana se amplía hasta las cosas hechas por el hombre pecador y orgulloso.

(SCHMAUS-6.Págs.484-486)

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6. P/ES ES/P:

Lo que Cristo llama pecado contra el Espíritu Santo aparece en San Juan como pecado de muerte. Para San Juan, el pecado de muerte es semejante al pecado de incredulidad. En su conversación de despedida Cristo explica que el Espíritu Santo, que vendrá junto a los suyos como representante invisible de El, aparecerá ante el Padre como acusador del mundo (/Jn/16/09). Acusará al mundo de ser pecador. El pecado del mundo a que Cristo se refiere es la incredulidad. Pues en este contexto entiende por mundo la sociedad de los incrédulos, es decir, de los hombres que se rebelan contra Cristo y su Evangelio, que no quieren dejarse salvar por él, sino que quieren ayudarse a sí mismos con su orgullo ateo y antidivino. Estos hombres que viven en rebelión contra Cristo son acusados por el Espíritu Santo ante el Padre. El Espíritu Santo es un acusador inexorable. Contra sus acusaciones no hay disculpa. Convence a los incrédulos de la culpa de que los acusa ante el Padre. Tendrán que oír, por tanto, la sentencia de Dios que los condene.

Según San Juan, sólo existe un pecado mortal, el pecado de la incrédula negación de Cristo. Cierto que conoce también otros pecados; pero son tales que se puede decir de sus autores que no pecaron. No pecaron, en efecto, de este modo gravísimo y fatal (/1Jn/03/09). El pecado de muerte, es decir, el pecado de incredulidad es, según San Juan, el pecado radical. Se manifiesta de múltiples modos. La tesis del Apóstol de que sólo hay un pecado no se convierte, por tanto, en una carta franca para pecar. Lo que quiere decir con ello es que prácticamente en todo pecado grave se manifiesta la incredulidad frente a Cristo. La incredulidad tiene múltiples figuras. Las llamamos pecados graves. Cada uno de ellos es una manifestación de la incredulidad.

El apóstol San Pablo enumera una serie de esas manifestaciones de la incredulidad práctica en sus catálogos de vicios. Según San Pablo, excluyen del reino de Dios la impureza, idolatría, blasfemia, embriaguez, robo, disensión, enemistad, ira, asesinato, etc. (I Cor. 6, 9; Eph. 5, 5; Gal. 5, 19-21). En la antigua Iglesia eran sometidos a penitencia eclesiástica los pecados graves enumerados por San Pablo. En algunos casos había dudas. En la cuestión de qué es pecado grave, el conocimiento teológico ha hecho una evolución hasta las ideas ofrecidas hoy en el magisterio ordinario de la Iglesia. Vol. VI, 268.

Disposición de ánimo

Por muy importante que sea el objeto para la acción, es la disposición de ánimo lo que decide del valor salvador de la acción humana. Sería fatal equiparar pecado mortal e importancia del contenido de la acción humana. Sólo se comete pecado mortal cuando el agente es claramente consciente de la importancia del objeto en el momento de su acción, es decir, cuando oye la llamada de Dios y se niega a ella por libre desobediencia. Cuando la oposición a la voluntad divina no hace más que tocar fugitivamente la conciencia o el hombre comete la acción contraria a Dios sólo con medio corazón, no comete pecado mortal que merezca el infierno. Se podría suponer, ciertamente, que normalmente un objeto importante siempre penetra en la conciencia del hombre con toda su importancia y es reconocido en todo su alcance, y que la decisión se hace con todo el corazón. En vista de una situación importante, el hombre es normalmente excitado y sacudido de tal forma, que es forzado a una postura clara. Pero también es posible pensar que a consecuencia de la ceguera de su espíritu y de la pereza de su corazón no vea todo el alcance de una situación importante y se decida, por tanto, solamente en la superficie y no en los estratos profundos de su yo. Y a la inversa, la plena aversión de Dios puede inflamarse también en un objeto insignificante. También él puede dar ocasión al apasionado corazón humano de rebelarse contra Dios y perderlo.

Como resultado de nuestras reflexiones sobre la esencia del pecado mortal podemos comprobar que es la lesión de la ley de Cristo hecha con libre voluntad y contra un saber mejor en una ocasión importante para la instauración del reino de Dios. Es por tanto la aversión de Dios y conversión antidivina a las criaturas. Es expresión y realización de la antidivina autoafirmación del hombre. El orgullo humano puede manifestarse en la obstinación y en la debilidad. También la debilidad del corazón puede seducir al hombre a apartarse de Dios con ateo egoísmo y a preferir las cosas creadas al Dios que las creó.

(SCHMAUS-7.Pág. 441 ss.)

7. Decía san Juan Crisóstomo con su acostumbrada belleza: “Necesitamos confesar nuestros pecados y derramar muchas lágrimas, porque estamos pecando sin remordimiento, porque nuestros pecados son grandes”. La Cuaresma, que acaba de empezar, es una oportunidad de oro. Para todos: ciudadanos, cristianos, eclesiásticos.