II. El pecado en la reflexión bíblica

¿Qué es lo que tiene que decir la palabra de Dios sobre esta reflexión y sobre esta realidad? La Biblia habla frecuentemente, casi en cada página, de la realidad que nosotros llamamos corrientemente pecado. Los términos con que el AT designa esta realidad son múltiples y se toman, en general, del lenguaje que sirve para explicar las relaciones humanas: falta, iniquidad, rebelión, injusticia, etc.

El judaísmo añadirá el concepto de "deuda", que se utilizará también en el NT. De manera aún más general se presenta al pecador como el que realiza el mal a los ojos de Dios, y al justo se opone normalmente el malvado. Pero es sobre todo en el transcurso de la historia bíblica donde se manifiesta la verdadera naturaleza del pecado, su malicia y sus dimensiones. Ahí se ve cómo esta revelación sobre el hombre es al mismo tiempo una revelación sobre Dios; sobre su amor, al que se opone el pecado, y sobre su misericordia; porque la historia de la salvación no es otra cosa, en definitiva, que la historia de los incansables intentos de Dios creador de arrancar al hombre de la red del pecado.

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1. EL PECADO DE LOS ORíGENES - Entre todos los relatos del AT, el de la caída, que sirve de pórtico a la historia de la humanidad, ofrece ya una enseñanza sumamente rica. El pecado de Adán, por encima de un simple acto externo de desobediencia (Gn 3.3), se presenta como la actitud interior de quien pretende suplantar a Dios para decidir sobre el bien y el mal, afirmando frente a Dios la propia autosuficiencia y la negativa a depender de él: "Seréis como dioses. conocedores del bien y del mal" (Gén 3,5). Precisamente porque el hombre fue creado por Dios "a su imagen y semejanza", su relación con Dios no era sólo de dependencia, sino también de amistad. En su actitud de rechazo, el hombre lo considera, por el contrario, como un rival y está celoso de sus privilegios y de su superioridad (Gén 3.4ss). El pecado corrompe en el hombre la imagen de Dios, trastornándola radicalmente; de la de un ser perfecto en sí, que da por pura gratuidad, a la de un ser interesado y necesitado de protegerse contra su criatura.

La ruptura entre el hombre y Dios realizada a iniciativa del hombre, queda  sancionada por el dictamen de la conciencia, que la percibe aun antes de que intervenga el castigo. Adán y Eva se esconden de la vista de Dios (Gen 3 8). La expulsión del paraíso constituirá ún¡camente la ratificación de esta voluntad del hombre.

La ruptura con Dios implica también la ruptura entre los miembros de la comunidad humana: ruptura interpersonal, familiar y social. Al acusarla, Adán se hace insolidario de aquella a la que en un principio había reconocido como "hueso de mis huesos y carne de mi carne" (Gén 2.23). La muerte de Abel (Gén 4.8) y el canto salvaje de Lamec (Gén 4.24) son signos explícitos de este reino de la violencia. La corrupción de la humanidad, que desemboca en el diluvio (Gén 6): el desafío a Dios en la torre de Babel, que trae como consecuencia la incomunicabilidad entre los pueblos (Gén 11), expresan el impresionante crescendo del desbordamiento del mal y sus consecuencias.

Pero desde el principio, la condición del hombre pecador se sitúa bajo el signo de la esperanza. Dios mismo tomará la iniciativa de la reconciliación (Gén 3.15). Esta bondad de Dios, más fuerte que el mal del hombre, se observa ya en acción cuando preserva a Noé y a su familia de la corrupción y del diluvio (Gén 6.5-8) y con él "re-crea" un universo nuevo; pero, sobre todo, en la vocación de Abrahán, donde el proyecto de reconciliación se hace explícito: "Por ti serán bendecidas todas las naciones de la tierra" (Gén 12.3).

 

2. EL PECADO EN LA HISTORIA DE ISRAEL - El pecado, presente en el mundo desde los orígenes de la humanidad, acompaña a toda la historia de Israel. Observemos, para ilustrar este hecho, un episodio característico: la adoración del becerro de oro (Ex 32). Como Dios había hecho a Adán, por iniciativa gratuíta, objeto de su benevolencia, lo mismo hizo con Israel, su pueblo. Especialmente toda la historia del éxodo demuestra los hechos con los que mantuvo su palabra. Pero en el momento mismo en que Dios establece alianza con su pueblo y se compromete con el dando a Moisés las "tablas de la alianza" (Ex 31 18), el pueblo pide a Aarón un dios que no esté tan lejano e invisible, hecho a su medida. Un dios que camine con el pueblo allí donde éste quiera llevarlo y no que le ordene al pueblo caminar con él. El pecado consiste tambien aquí en una negativa a obedecer que más profundamente, es negativa a confiar en Dios y a abandonarse a él, reconociéndolo como el único suficiente, como el único de quien el hombre recibe su existencia y a quien sólo debe servir (Dt 6,15). Aquí está la raíz del pecado en cuanto idolatría, tema este que volverá a ser recordado y destacado especialmente por los profetas.

3. LA ENSEÑANZA DE LOS PROFETAS -Buena parte de la predicación profética consiste en una denuncia del pecado, el pecado de los dirigentes y el pecado del pueblo. De aquí la enumeración de los pecados, que aparece frecuentemente en la literatura profética, ordinariamente ligada al decálogo. Estas enumeraciones se multiplican en la literatura sapiencial.

El pecado se transforma en una realidad muy concreta. El abandono de Yahve genera violencia, rapiñas, juicios injustos, mentiras, adulterios, perjurios, homicidios y todos los desórdenes sociales. Son significativas a este respecto las confesiones de Is 59,13ss y de Os 4, 2. Quien pretende construir partiendo de sí mismo e independientemente de Dios lo hará normalmente a expensas de los demás, especialmente de los más pequeños y de los más débiles. Así lo demuestra, por ejemplo, el adulterio de David (2 Sam 12).

El pecado del hombre no es solamente oposición a los derechos de Dios, sino también a su corazon. En este sentido la Biblia habla del pecado en cuanto ofensa a Dios. El pecado no hiere a Dios en sí mismo (la revelación se muestra demasiado preocupada en afirmar la trascendencia como para poderlo creer: cf Jer 7,19; Job 55,1 pero lo "hiere" ante todo en la medida en que se dirige contra aquellos que son objeto de su amor. Así Natán reprobará a David el haber despreciado a Dios (2 Sam 12,9ss), y por ello le previene sobre las consecuencias que ha de sufrir. Además, el pecado, al separar al hombre de Dios, única fuente de la vida, se revela de hecho contrario a los designios de amor de Dios (cf. Jer 2,11ss).

Por este motivo, cuanto más profundiza la revelación bíblica en la trascendencia de este amor, más intensamente pone de manifiesto el sentido real en que el pecado del hombre puede ofender a Dios. Esta realidad se expresa a través de las imágenes; por ejemplo, la ingratitud del hijo con un padre que lo ama (Is 57,4), o con una madre que jamás podrá olvidar el fruto de sus entrañas (ls 49,15); o bien la infidelidad de la esposa que se prostituye con el primero que llega, indiferente al amor incansable y fiel de su esposo (Jer 35,7-12; Ez 16,24).

En este estadio de la revelación, el pecado aparece esencialmente como violación de las relaciones personales, como negativa del hombre a dejarse amar por un Dios que sufre por no ser amado, un Dios al que ha hecho vulnerable el amor (misterio de un amor que sólo será totalmente desvelado en el Nuevo Testamento).

Junto al tema del pecado aparece siempre en los profetas el de la conversión: Dios permanece fiel a pesar de la infidelidad del hombre y le invita a volver mientras el hombre es capaz de hacerlo (Os 2,8ss., Ez 14,11).

Dado que el pecado es rechazo del amor, la condición del perdón será la actitud del hombre que vuelve a amar, que renuncia a su voluntad de independencia, que acepta dejarse amar por Dios; en una palabra, que rechaza lo que constituye el fondo mismo del pecado.

Todo esto rebasa las posibilidades humanas; también la conversión es don del Dios que va en busca de la oveja perdida (Ez 34), que da al hombre "un corazón nuevo". "un espíritu nuevo", "su propio espíritu" (Ez 36,26ss). Entonces se realizará la nueva alianza y la ley ya no estará escrita en tablas de piedra, sino en el corazón de los hombres (Jer 31,31ss.).

Por último, el AT anuncia que esta transformación interior se llevará a cabo gracias a la oblación sacrificial de un siervo misterioso, cuya identidad nadie podría haber sospechado antes de la realización de la profecía (ls 42,1ss.).

4. LA ENSEÑANZA DEL NT - El Nuevo Testamento revela que el Siervo venido para librar al hombre del pecado (ls 53,11) es el Hijo de Dios.

a) Desde el comienzo de la catequesis sinóptica. Jesús está con los pecadores para anunciarles la remisión de los pecados (Mc 2,17; Mt 6,12); este anuncio, situado en la línea profética, va acompañado de la predicación de la conversión, que dispone al hombre a recibir el favor divino, a dejarse amar por Dios y acoger "su reino" (Mc 1,15). Por ello, Jesús permanece impotente ante quien rechaza la luz (Mc 3,28s) e imagina que no necesita el perdón, como le ocurre al fariseo (Lc 18,9ss). Por ello también Jesús denuncia el pecado y la falsa justicia de quien se considera en paz con la ley, pero que tiene un corazón malvado (Mc 7,21ss). El discípulo de Jesús no se puede contentar con la justicia de los escribas y los fariseos (Mt 5,20): su justicia se reduce al precepto del amor (Mt 7,12). Pero viendo actuar a su maestro es como el discípulo aprenderá lo que significa amar y lo que es el pecado en cuanto rechazo del amor.

La revelación más sorprendente es la de la misericordia de Dios con los pecadores, expresada por Jesús, tanto a través de la palabra en la línea de la predicación profética (cf en particular Lc 7,38ss; 19.5; Mc 2.15ss; Jn 8,10ss), como -sobre todo- con los hechos: Jesús acoge a los pecadores con la misma bondad que el padre de la parábola (cf Lc 7,38ss; 19.5; Mc 2,15ss; Jn 8,10ss), hasta el punto de escandalizar a los testigos de esta misericordia, porque son incapaces de comprenderla.

b) Característica del Evangelio de Juan es la expresión "pecado del mundo" (Jn 1,29), con la que el evangelista trasciende los pecados particulares e intenta hablar de la realidad misteriosa que los produce: una potencia hostil a Dios y a su reino, con la que Cristo se encuentra enfrentado. Esta hostilidad se manifiesta ante todo, concretamente, en el rechazo de la luz (Jn 3,19-20; 9.11).

Volviendo sobre un tema ya tocado en el Antiguo Testamento (Sab 2,24). Juan atribuye esta obstinación a la influencia de Satanás, a quien está sometido el que comete el pecado (Jn 8,34) y cuyas obras son el homicidio y la mentira (Jn 8.44), que generan el odio contra la luz (3,19), contra la verdad y, consecuentemente, contra Cristo y el Padre (15,22) hasta dar muerte al Hijo de Dios. Frente al pecado del mundo, Jesús se muestra triunfante, ya que no tiene pecado (Jn 8,48), es uno con el Padre (Jn 10,30), pura luz en la que no hay tinieblas (Jn 1,15; 8.12), verdad sin rastro de mentira (Jn 1,4; 8,40), y sobre todo es amor, cuya consumación tiene lugar en la muerte (Jn 15,13). Esta aparente derrota es, en realidad, una victoria sobre el príncipe de este mundo, que no puede nada contra él (Jn 14.3) y que ha sido abatido por él (Jn 12,31). De esta victoria son hechos partícipes también los discípulos de Jesús, convertidos en hijos de Dios por haberlo acogido (Jn 1,12). El cristiano no comete pecado porque ha nacido de Dios (1 Jn 3,9). E incluso si recae en el pecado, Jesús comunicó a los apóstoles el Espíritu, dándoles el poder de "perdonar los pecados" (Jn 20,22ss).

e) La teología del pecado en san Pablo. Pablo distingue el pecado (en griego hamartía) de los actos pecaminosos particulares, a los que denomina con el término griego paraptoma, que significa literalmente caída. San Pablo no quita valor y trascendencia a los actos pecaminosos, como se demuestra en la lista de pecados que aparecen en sus cartas (cf 1 Cor 5,IOss; 6,9ss; 2 Cor 12,20; Gál 5,19-21; Rom 1,29-30; Col 3,5-8; Ef 5,3; 1 Tim 1,9; Tit 3,3; 2 Tim 3,2-5). Mas por encima de estos actos pecaminosos se remonta a su principio; ellos son en el hombre pecador la expresión y la exteriorización de esa fuerza hostil a Dios y a su reino, a la que se refería Juan. El mismo hecho de que Pablo les reserve prácticamente el término de pecado en singular, les da una especial importancia. Pero, sobre todo, se preocupa el Apóstol de describir su origen y sus efectos en cada uno de nosotros, elaborando de esta forma una verdadera teología del pecado.

Presentado como una potencia personificada, hasta el punto de que alguna vez parece confundirse con el personaje de Satanás, el "dios de este mundo" (2 Cor 4,4), el pecado se distingue, no obstante, de él; pertenece al hombre pecador y es interno al mismo. Se da una solidaridad de todos los hombres en el pecado de Adán (Rom 5.12-19), que los pone en condición de muerte. Pero el punto de vista de san Pablo no es, a pesar de ello, pesimista; efectivamente, existe también una solidaridad muy superior, cual es la de toda la humanidad con Jesucristo (Rom 5,15). El pecado de Adán y sus consecuencias se han permitido en cuanto que sobre ellas debe triunfar Cristo. La victoria de Cristo sobre el pecado es para Pablo tan radical como para Juan. El cristiano, muerto al pecado, se hace con Cristo resucitado un ser nuevo (Rom 6,14) y una nueva criatura (2 Cor 5,17).

No obstante puede volver a caer bajo el poder del pecado mientras vive en su cuerpo mortal y doblegarse a sus concupiscencias (Rom 6,2) si se niega a caminar según el Espíritu (Rom 8,5). La victoria sobre el pecado por obra de la sabiduría de Dios se consigue sirviéndose del pecado mismo. También él entra en el plan salvíflco de Dios sobre el género humano: "A todos encerró Dios en la desobediencia para usar de misericordia con todos" (Rom 11.32; Gál 3.22).

Este misterio de la sabiduría divina se revela en el mundo con máxima claridad en la pasión del Hijo de Dios. El Padre entregó al Hijo a la muerte para ponerlo en condiciones de llevar a cabo el acto supremo de obediencia y de amor y realizar así nuestra redención, pasando él el primero desde la condición carnal a la condición espiritual. Para permitirle amar como ningún hombre ha amado jamás, Dios quiso que su Hijo se hiciera vulnerable al pecado del hombre, a fin de que nosotros, gracias a este acto supremo de amor, fuésemos sometidos a los efectos de la potencia vital que es la justicia de Dios (2 Cor 5,21). De esta forma "ordena todas las cosas para bien de los que le aman" (Rom 8.28), incluso el pecado.