ANTOLOGÍA EXEGÉTICA DEL PADRENUESTRO

* * * * *

Y haz que no sucumbamos
a la tentación 



I. TERTULIANO
(De orat., VIII 1-15)
·TERTULIANO/PATER PATER/TERTULIANO 

Esta oración tan concisa encuentra su lograda conclusión en la 
súplica que pide no sólo el perdón, sino también el total 
alejamiento del pecado: «no nos lleves (=inducas) a la tentación», 
es decir: no permitas que seamos llevados (induci) por el tentador. 
En modo alguno debe entenderse (esta petición) en el sentido de 
que Dios tienta1, como si ignorase la fe de uno o intentase 
sofocarla. Sólo al diablo pertenecen debilidad y malicia. Pues aun a 
Abrahán se le ordenó sacrificar a su hijo, no para tentar su fe sino 
para ponerla a prueba2, para hacer de él un ejemplo del precepto, 
que luego habría de dar: Dios debe ser preferido a lo que nos es 
más querido. El mismo, tentado por el diablo3, desveló al jefe y 
artífice de la tentación. Lo que confirma, cuando dice: «orad, para 
no entrar en tentación»4. De tal modo fueron tentados a 
abandonar al Señor, que prefirieron ceder al sueño antes que orar. 
La petición final: «mas líbranos del mal» interpreta el significado de 
la que suplica: «no nos lleves a la tentación». 


II. SAN CIPRIANO
(Sobre la oración dominical 25)
·CIPRIANO/PATER PATER/CIPRIANO

También nos advierte el Señor como cosa necesaria que 
digamos en la oración del padrenuestro: «Y no permitas que 
seamos llevados (induci) a la tentación»5. Con estas palabras se 
nos da a entender que el enemigo no puede nada contra nosotros 
si Dios no lo permitiere para que todo nuestro temor, nuestra 
entrega y sumisión se concentren en solo Dios, ya que nada puede 
el malo en las tentaciones que nos levanta, si no se lo concede el 
Señor. La prueba nos la da la Sagrada Escritura cuando dice: 
«Vino a Jerusalén Nabucodonosor, rey de Babilonia, y la atacaba; 
y la entregó el Señor en su mano»5. 
Se da poderío al maligno contra nosotros según nuestros 
pecados como está escrito: «¿Quién entregó al pillaje a Jacob e 
Israel en manos de los que hacían presa de él? ¿Por ventura no 
fue Dios, contra el que pecaron y en cuyos caminos no querían 
seguir ni cuya ley no querían oir, y descargó sobre ellos la ira de 
su indignación?»7. Y en otro mensaje, cuando pecó Salomón y se 
apartó de los preceptos y caminos del Señor, está consignado: «y 
despertó el Señor a Satanás contra el mismo Salomón»8. 
Se le concede contra nosotros un doble poder: o para 
castigarnos cuando pecamos, o para nuestro mérito, cuando se 
nos pone a prueba; así vemos sucedió con Job, según declaración 
del mismo Dios: «He aquí que pongo en tus manos todo lo que 
tiene, pero guárdate de tocar su persona»9. Y en el evangelio 
habla el Señor durante su pasión: «No tendrías contra mí ningún 
poder si no se te hubiere dado de arriba»10. 
Mas cuando rogamos que no caigamos en la tentación, entonces 
se nos avisa de nuestra debilidad, pues pedimos que nadie se 
ensoberbezca con insolencia, que nadie se deje llevar de altanería 
y jactancia, que nadie se arrogue la gloria de su confesión o 
martirio, porque el mismo Señor nos enseña la humildad, cuando 
dice: «Velad y orad para que no caigáis en la tentación; el espíritu, 
efectivamente, está pronto, pero la carne es flaca»11; con el fin de 
que, cuando precede un reconocimiento humilde y sumiso y se 
atribuye todo a Dios, todo lo que se le pide con temor y respeto 
nos lo conceda su piedad. 


III. ORIGENES
(Sobre la oración XXIX 1-19)
·ORIGENES/PATER PATER/ORIGENES

1. La vida como prueba
Si el Salvador no nos ha ordenado pedir cosas imposibles, me 
parece digno de preguntarse cómo se nos manda pedir que no nos 
ponga en tentación, siendo así que la vida de todo hombre en la 
tierra es tentación: pues mientras andamos por la tierra revestidos 
de la carne que «milita contra el espíritu»12, cuyo «apetito es 
enemistad con Dios y no se sujeta ni puede sujetarse a la ley de 
Dios»13, estamos en tentación. Por lo demás, que la vida entera 
del hombre mortal es tentación nos lo enseña Job: «¿No es prueba 
la vida del hombre sobre la tierra?»14. [...] Y también san Pablo 
dice que Dios nos da su ayuda no para que no seamos tentados, 
sino para que no seamos tentados más allá de nuestras fuerzas15 
[...]. Porque o bien luchamos con la carne, que se enardece y milita 
contra el espíritu, o bien con el principio vital de toda carne que es 
considerado como la facultad directora y también se llama 
corazón—esta es la lucha de quienes se ejercitan en las pruebas 
humanas—, o bien a modo de atletas aventajados y expertos que 
no luchan ya con la carne ni con la sangre, ni son puestos a 
prueba con tentaciones humanas que han sabido superar; 
luchamos «contra los principados, contra las potestades, contra los 
dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos 
de los aires»16. Sea como fuere, no estamos exentos de 
tentaciones. 
¿Cómo, pues, el Salvador nos manda que pidamos no ser 
puestos en tentación, siendo así que Dios a todos nos tienta de 
algún modo?: [...] «muchas son las tribulaciones de los justos»17; 
el apóstol: «por muchas tribulaciones nos es preciso entrar en el 
reino de Dios»18. 
[...] Pero, ¿cuándo alguien pensó que los hombres estarían 
fuera de tentaciones, si éstas les vienen con el uso de la razón? 
¿Y en qué tiempo se sentiría seguro de no tener que pelear, para 
no pecar? ¿Está alguno en indigencia?: que tema «no sea que 
robe y blasfeme del nombre de Dios»19. ¿Es rico?: que no esté 
seguro, porque en la abundancia puede engañarse y, exaltado, 
decir: ¿quién me ve? [...] Tampoco los que poseen un término 
medio entre las riquezas y la pobreza están inmunes de pecado en 
su posesión media. 
¿Pero es que el sano y pletórico de vida piensa estar fuera de 
tentación por su misma buena salud? ¿Y de quiénes, si no es de 
los sanos y robustos, es el pecado de «violación del templo de 
Dios»20 [...] ¿Y qué enfermo escapa a todas las insinuaciones 
para violar el templo de Dios, si encontrándose a la sazón ocioso 
fácilmente puede consentir los pensamientos de cosas impuras 
que le asaltan? [...] Mas, ¿cree alguno que lo dejarán tranquilo las 
tentaciones, cuando se vea rodeado del honor de los hombres, y 
que no es suficientemente dura la frase: «recibieron ya la 
paga»21, dirigida a los que se dejan llevar por la estima de las 
gentes como si en ello hubiera algún bien? [...] ¿Y a qué tengo que 
enumerar los fallos de soberbia de quienes se creen nobles y a la 
sumisión aduladora de los que se llaman innobles...? [...]. 
Ni22 siquiera aquél que «medita la ley del Señor día y noche»23 
[...] esta exento de tentación. ¿Será preciso24 decir cuántos 
estudiosos de las divinas Escrituras entendieron erróneamente las 
promesas contenidas en la Ley y los profetas, y se implicaron en 
doctrinas impías necias y ridículas? ¿No son también incontables 
los que, por no considerar reprochable la negligencia de la lectura, 
cayeron en los mismos errores? [...] Y esto les ocurría por no hacer 
frente a la tentación que les proponía no dedicarse a la lectura de 
los libros sagrados, encontrándose por ello desarmados para la 
lucha inminente. 

2. Cómo superar la prueba
Así pues25, «la vida toda del hombre sobre la tierra es 
prueba»26. Por eso pedimos vernos libres de la tentación, no para 
dejar de ser tentados—pues esto es imposible mientras vivimos 
sobre la tierra— sino para no sucumbir en las pruebas. Pues el 
que sucumbe a la tentación cae en ella, como si fuera capturado 
en sus redes. En estas redes ya entró el Salvador por los que en 
ellas habían sido apresados y, mirando a través de sus mallas 
como por «entre celosía», [...] habla a los que allá están 
aprisionados y caídos en tentación, como si se tratara de su 
esposa: «¡levántate ya, amada mía, paloma mía!»27. Por tanto28, 
hay que orar, no para dejar de ser tentados—cosa imposible— 
sino para no ser enredados por la tentación, como sucede a 
quienes por ella son atrapados y vencidos.

3. ¿Tienta Dios? 
Puesto que fuera de la oración (del padrenuestro) se dice: 
[«Orad para] que no caigáis en tentación»29, [...] y dentro de esta 
oración se nos propone decir a Dios Padre: «no nos dejes caer en 
la tentación» hay que entender cómo Dios necesariamente al que 
no ora lo lleva a la tentación. Porque si [...] caer en tentación es un 
mal, que pedimos no nos sobrevenga, ¿cómo no ha de ser 
absurdo pensar que Dios bueno [...] lance a alguien al mal? 
[...] Creo que Dios dispone de tal modo a cada una de las almas 
racionales, para que mire a su vida eterna. Todas conservan 
siempre su libertad; y por su propio impulso bien eligen lo mejor y 
suben hasta llegar a la cumbre de los bienes, bien por negligencia 
van descendiendo de diversos modos al mayor cúmulo de males. 
Una curación rápida y precipitada engendra en algunos el 
desprecio de sus propias enfermedades, como fáciles de curar; 
con lo que sucede que, una vez sanados, vuelven a caer en las 
mismas enfermedades. Teniendo esto presente, no puede 
considerarse descabellado el dejar despectivamente que la maldad 
crezca en ellos y se desarrolle hasta hacerse incurable, para que, 
pasando la vida en el mal y saciándose del pecado, apetecido 
hasta que le provoque náuseas, por fin adviertan su daño, odien lo 
que primeramente han abrazado y, una vez curados, puedan 
conservar con mayor firmeza la recuperada salud del alma. [...] 
Pues no quiere Dios que el bien venga a uno necesariamente, sino 
que se acepte libremente. [...] Luego si «no es injusto tender la red 
a las aves»30, Dios razonablemente nos lleva al lazo, según el 
salmista dijo: «nos metiste en la red»31; y si ni el más insignificante 
de los pájaros, sin la voluntad de Dios, cae en el lazo—y el que cae 
en él es por no haber usado rectamente de la facultad concedida 
de reanudar el vuelo—, pidamos no admitir nada por lo que 
merezcamos caer en tentación por justo juicio de Dios. Y cae en 
tentación cualquiera que es entregado por Dios a los deseos 
inmundos del corazón32, y cualquiera que es abandonado a las 
pasiones ignominiosas33, y cualquiera que, al no procurar tener a 
Dios dentro de sí, es entregado a un réprobo sentir, que lo lleva a 
cometer torpezas34. 

4. Utilidad de la tentación
He aquí cuál es la utilidad de la tentación: las cosas de nuestra 
alma, ocultas no a Dios pero sí a todos e incluso a nosotros 
mismos, se ponen de manifiesto por las tentaciones. Así no se nos 
esconde cómo somos, sino que, teniéndolo a la vista, advertimos, 
si queremos, los propios males, y agradecemos también los bienes, 
que por las tentaciones se nos han puesto de manifiesto. 
Que las tentaciones nos sobrevienen precisamente para que 
aparezca cómo somos y se conozcan los rincones de nuestro 
corazón, lo declara el Señor: «¿Piensas que he tratado contigo con 
otro objeto que el de poner de manifiesto tu justicia?»35. Y en otro 
lugar: «El te afligió, te hizo pasar hambre, y te alimentó con el 
maná... te ha conducido a través del desierto, de serpientes de 
fuego y escorpiones, tierra árida y sin agua..., para que se 
conocieran los sentimientos de tu corazón»36. 
Por tanto, en los intervalos de las sucesivas tentaciones 
mantengámonos firmes y pertrechémonos para el futuro que pueda 
sobrevenirnos, a fin de que lo que suceda no ponga al descubierto 
nuestra preocupación, sino que sirva para poner de manifiesto 
nuestra esmerada preparación. Pues lo que faltara, a causa de la 
debilidad humana, si agotamos nuestras posibilidades, lo 
completará Dios, que «hace concurrir todas las cosas para el bien 
de los que le aman»37, de los que en su presciencia previa lo que 
serían. 


IV. SAN CIRILO DE JERUSALÉN
(Cateq. XXIII, 17)
·CIRILO-DE-J/PATER PATER/CIRILO-DE-J

¿Nos enseña quizá el Señor a rogar que no seamos tentados de 
ninguna forma? Pues ¿cómo se dice en otra parte: «el varón no 
tentado no es varón aprobado»38, y de nuevo: «tened por gozo 
completo, hermanos míos, cuando os viereis cercados de 
diferentes tentaciones»?39 
Pero tal vez el «entrar en la tentación» es el ser sumergido en 
ella. Porque parece la tentación como un torrente difícil de 
atravesar. Por una parte, los que pasan por las tentaciones sin 
sumergirse, son unos magníficos nadadores, y de ningún modo 
son arrastrados por ellas. Por otra parte, los que de tal modo no 
las atraviesan, se hunden. Como, por ejemplo, Judas, habiendo 
entrado en la tentación de avaricia, no nadó, sino que, hundido 
corporal y espiritualmente, se ahogó. Pedro entró en la tentación 
de la negación, pero habiendo entrado, no fue sumergido, sino 
que, habiendo nadado con valentía, fue librado de la tentación. 
Oye también en otro pasaje, referente al coro de los santos que 
no cayeron, dando gracias por haber sido sacados de la tentación: 
«Nos probaste, oh Dios, nos has acrisolado, como se acrisola la 
plata. Nos has metido en el lazo, has cargado de tribulaciones 
nuestra espalda, hiciste pasar hambre sobre nuestras cabezas. 
Hemos atravesado por fuego y agua, y nos has sacado a un lugar 
de refrigerio»40. El llegar al refrigerio es el ser librados de la 
tentación. 


V. SAN GREGORIO NISENO
(De orat. domin., V (PG 44, 1191A- 1194A))
·GREGORIO-NISA/PATER PATER/GREGORIO-NISA

Con el fin de saber a quién oramos y no suplicarle con los labios 
sino con el espíritu en la petición: «no nos lleves a la tentación, 
sino líbranos del malo», es preciso no preterir su explicación41 [...]. 



VI. SAN AMBROSIO
(Los sacramentos, V 4, 29)
·AMBROSIO/PATER PATER/AMBROSIO

Mira que dice [el Señor]: «no permitas que seamos llevados 
(induci) a la tentación»42, que nosotros no podemos resistir. No 
dice: «no nos lleves (inducas) a la tentación», sino que, como un 
atleta, quiere tal prueba, que la condición humana y cada uno 
pueda soportar [...]. 


VII. TEODORO DE MOPSUESTIA
(Hom., Xl, 17)
·TEODORO-MOP/PATER PATER/TEODORO-MOP

Y como en este mundo caemos de improviso en numerosas 
tribulaciones—enfermedades corporales, malicias de los hombres y 
otras muchas miserias que nos enmallan y hacen tambalear, hasta 
turbar nuestro espíritu con pensamientos que a menudo nos alejan 
de la práctica del bien—, añadió él justamente: «y no nos induzcas 
en tentación», de modo que seamos preservados en cuanto es 
posible. Si sucede que llegan las tentaciones, hagamos un gran 
esfuerzo para soportar con valor las tribulaciones que no 
esperábamos y debían sobrevenirnos. 
Ante todo, pedimos a Dios que la tentación no nos alcance; pero, 
si entramos en ella, pedimos soportarla heroicamente y que 
termine cuanto,antes. No es un secreto que en este mundo 
muchas y variadas tribulaciones turban nuestros corazones. La 
misma enfermedad corporal, en efecto, si se prolonga y agrava, 
turba profundamente a los enfermos. También las pasiones 
corporales nos seducen a veces sin quererlo y nos desvían de 
nuestro deber. Caras bonitas, miradas de repente, despiertan la 
concupiscencia que está en nuestra naturaleza. Y otras muchas 
cosas nos sobrevienen, cuando menos las pensamos, inclinando al 
mal nuestra elección e incluso complacencia en el bien. Sobre todo 
los proyectos contra nosotros de los malvados, y más aún si se 
trata de hermanos en la fe, bastan para alejar del bien incluso al 
probadamente virtuoso. 
[...] Por todo esto dijo: «no nos induzcas en tentación», y añadió: 
«mas líbranos del maligno». Pues en todo caso, no nos procura un 
daño mediocre la malicia de Satanás, quien pone en obra variadas 
y numerosas astucias, para hacer lo que —espera él—, le permitirá 
desviarnos de la consideración y elección del deber. 


VIII. SAN JUAN CRISÓSTOMO
(Homilías sobre san Mateo, XIX, 6)
·JUAN-CRISO/PATER PATER/JUAN-CRISO

Aquí nos instruye claramente el Señor sobre nuestra miseria y 
reprime nuestra hinchazón, enseñándonos que si no hemos de 
rehuir los combates, tampoco hemos de saltar espontáneamente a 
la arena. De este modo, en efecto, nuestra victoria será mas 
brillante, y la derrota del diablo más vergonzosa. Arrastrados a la 
lucha, hemos de mantenernos firmes valerosamente. Provocados, 
estémonos quietos a la espera del momento del combate, con lo 
que mostraremos a la vez nuestra falta de ambición y nuestro 
valor. 


IX. SAN AGUSTIN
(1. Serm. Mont. II, IX 30-34; 2. Serm. 57, 9)
·AGUSTIN/PATER PATER/AGUSTIN

1) La sexta petición dice: «no nos lleves a la tentación»; algunos 
códices dicen «induzcas», lo cual juzgo igual, pues ambas palabras 
fueron traducidas del vocablo griego eisenegkes. Muchos43 dicen: 
«no permitas que seamos inducidos a la tentación», a fin de 
explicar mejor el sentido de esta palabra. Dios no induce por sí 
mismo a nadie a la tentación, sino que permite caiga en ella aquél 
a quien por ocultos y justos designios o por castigo retira sus 
auxilios. También muchas veces, por causas manifiestas, juzga 
Dios que alguno merece le abandone, y le deje caer en la 
tentación. 
Mas una cosa es ser tentado y otra consentir en la tentación. 
Porque sin tentación ningún hombre puede estar probado para sí 
mismo, como está escrito: «Quien no ha sido tentado, ¿qué cosa 
puede saber?»44. 
Ni tampoco puede estarlo para otros, como dice el apóstol: «Y en 
tal estado de mi carne, que os era materia de tentación, no me 
despreciasteis ni desechasteis»45. [...] Por esa razón las palabras 
del Deuteronomio que dicen: «El Señor, Dios vuestro, os prueba 
para que se haga patente si le amáis»46, se han de entender, por 
lo que toca a la frase «se haga patente», en el siguiente sentido: 
para hacernos saber [...]. Lo cual no entienden los herejes, que 
rechazan el antiguo testamento [= maniqueos] y pretenden que 
esto equivale a tachar de ignorante a aquél de quien se dijo: «el 
Señor, Dios vuestro os prueba», como si el evangelio no dijese del 
mismo Señor: «Mas esto lo decía para probarle, pues bien sabia él 
mismo lo que había de hacer»47. En efecto, si el Señor conocía el 
corazón de aquél a quien probaba, ¿qué es lo que quiso ver en la 
prueba? Evidentemente, el Salvador hizo aquello, a fin de que se 
conociera a sí mismo aquél que era probado, y reprobase su 
desconfianza viendo a las turbas saciadas con el pan milagroso, 
cuando él había imaginado que nada tenían que comer. 
En consecuencia, no pedimos aquí que no seamos tentados, 
sino que en la tentación no sucumbamos; como si alguno es 
obligado a pasar por la prueba del fuego, no pedirá que el fuego 
no le toque, sino que no le abrase. En efecto, dice el Eclesiástico 
«que en el horno se prueban las vasijas de tierra, y en la tentación 
de las tribulaciones los hombres justos»48. Así, pues, José fue 
tentado con atractivo impuros, y no fue arrastrado de la tentación; 
Susana fue tentada, y tampoco fue arrastrada ni vencida por la 
tentación; y así otras muchas personas de ambos sexos; pero 
principalmente Job, de cuya admirable conformidad con su Dios y 
Señor pretenden aquellos herejes enemigos del antiguo 
testamento hacer irrisión con sacrílegas expresiones, los cuales 
discuten preferentemente aquel pasaje donde dice que Satanás 
pidió a Dios permiso para tentarle. [...] Mas, si ellos se estremecen 
de que Satanás pidiese a Dios permiso para tentar a un justo, yo 
no pretendo explicar la razón de por qué sucedió esto; pero les 
requiero que me declaren la razón por qué el mismo Señor dice en 
el evangelio a sus discípulos: «He aquí que Satanás ha pedido 
cribaros como el trigo»49; y, dirigiéndose a Pedro, dice: «mas yo, 
Simón, he rogado por ti, a fin de que tu fe no perezca»50. 
[...] Satanás tienta no en virtud de su poder, sino del permiso de 
Dios, para castigar a los hombres por sus pecados o para 
probarlos y ejercitarlos según su misericordia. Importa mucho 
distinguir la naturaleza de la tentación en que cada uno incurre. 
Porque aquella en que cayó Judas, que vendió al Señor, no es 
igual que aquella en que cayó Pedro, que, atemorizado, negó a su 
Maestro. Hay también, así me parece, tentaciones humanas, como 
sucede cuando alguno, animado de buena intención pero, por la 
flaqueza humana, se equivoca en algún proyecto; o se irrita contra 
un hermano con el deseo de corregirle, mas traspasando algo los 
límites, que la mansedumbre cristiana reclama. De esas 
tentaciones humanas dice el apóstol: «no habéis tenido sino 
tentaciones humanas», y añade: «pero fiel es Dios, que no 
permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que de la 
misma tentación os hará sacar provecho para que podáis 
sosteneros»51. En cuya sentencia claramente manifiesta que no 
se debe pedir para nosotros el no ser tentados, sino que no 
consintamos la tentación. Porque nosotros sucumbimos en las 
tentaciones, si ellas fueren de tal naturaleza que no podemos 
soportarlas. Mas como las tentaciones peligrosas, con las que es 
pernicioso encontrarse, tienen su origen en las prosperidades o 
adversidades temporales, nadie que rechace la seducción del gozo 
en los atractivos de la prosperidad será abatido por las molestias 
de las adversidades. 

2) ¿Será también esto necesario para la vida futura? Sólo donde 
podemos ser tentados, es donde debemos decir: «no nos dejes 
caer en la tentación». Leemos en el Libro de Job: «¿No es una 
tentación constante la vida del hombre sobre la tierra?»52. ¿Qué 
es, pues, lo que pedimos? 
[...] El apóstol Santiago dice: «Nadie diga, al sentir la tentación, 
que es tentado por Dios»53. Llama tentación a las sugestiones con 
que el diablo nos engaña y pretende subyugarnos. De ella está 
escrito en el Deuteronomio: «Os tienta el Señor vuestro Dios para 
saber si le amáis»54. ¿Qué significa esto? ¿Es que necesita Dios 
de la tentación en nosotros para conocernos? No; es para que nos 
conozcamos nosotros. En el sentido de ser engañados y 
seducidos, a nadie tienta Dios; pero es indudable que, en un 
altísimo y oculto juicio, a veces abandona algunas almas. Cuando 
él las abandona, aparece el tentador. No encuentra entonces 
quien luche con él, y al punto se presenta como poseedor (del 
alma), si verdaderamente la abandona Dios. Pues para que no nos 
abandone, es por lo que decimos: «no nos dejes caer en la 
tentación». 
«Todos somos tentados por nuestra propia concupiscencia; y 
cuando la concupiscencia ha concebido, da a luz el pecado; y el 
pecado, una vez que se consuma, engendra la muerte»55. ¿Qué 
se nos enseña con esto? A que luchemos contra nuestras 
concupiscencias. Por el bautismo, quedaréis libres de todos 
vuestros pecados; pero quedarán con vosotros todas las 
concupiscencias, contra las cuales debéis combatir. Queda el 
conflicto dentro de vosotros mismos. Pero no temáis a ningún 
enemigo exterior; venceos a vosotros mismos y quedará vencido el 
mundo. ¿Qué puede hacer contigo cualquier tentador extraño, sea 
el diablo o alguno de sus ministros? Si el que viene a seducirte con 
un buen negocio encuentra la avaricia desterrada de tu corazón, 
ningún daño podrá hacerte. En cambio, si la avaricia está ahí, 
pronto te sentirás encendido en deseos de lucro, y no tardarás en 
ser apresado entre los lazos de una comida viciosa. Por el 
contrario, si no fueres avaro, en vano te presentarán los 
seductores manjares. 
Viene el tentador, y te representa una mujer bellísima: como 
haya castidad en tu interior, al momento quedará vencida la 
iniquidad exterior. A fin de que no te comprometa la belleza de la 
mujer que se te propone, lucha interiormente con tu propia 
liviandad. No experimentas la sensación de tu enemigo, pero 
experimentas la de tu concupiscencia. No ves al diablo, pero ves lo 
que te deleita. Vence lo que sientes dentro; ¡lucha!, ¡lucha sin 
cesar!, que el que te ha regenerado es tu juez; es tu juez, que te 
presenta el combate y te prepara la corona. Pero como habías de 
ser irremediablemente vencido, si no tuvieras a Dios, por defensor 
o Dios te abandonara, por eso dices en tu oración: «no nos dejes 
caer en la tentación» [...]. 


X. SANTA TERESA DE JESÚS
(Camino de perfección, cap. 38-41)
·TEREJ/PATER PATER/TEREJ

Grandes cosas tenemos aquí, hermanas, que pensar y que 
entender, pues lo pedimos. Ahora mirad que tengo por muy cierto 
los que llegan a la perfección que no piden al Señor los libre de los 
trabajos, ni de las tentaciones, ni persecuciones y peleas, que éste 
es otro efecto muy cierto y grande de ser espíritu del Señor, y no 
ilusión, la contemplación y mercedes que su majestad les diere; 
porque, como poco ha dije, antes los desean, y los piden y los 
aman. Son como los soldados que están más contentos cuando 
hay más guerra, porque esperan salir con más ganancia; si no la 
hay, sirven con su sueldo, mas ven que no pueden medrar mucho. 

Creed, hermanas, que los soldados de Cristo, que son los que 
tienen contemplación y tratan de oración, no ven la hora de pelear, 
nunca temen muchos enemigos públicos, ya los conocen y saben 
que, con la fuerza que en ellos pone el Señor, no tienen fuerza, y 
que siempre quedan vencedores y con gran ganancia: nunca los 
vuelven el rostro. Los que temen, y es razón teman y siempre 
pidan los libre el Señor de ellos, son unos enemigos que hay 
traidores, unos demonios que se transfiguran en ángel de luz; 
vienen disfrazados. Hasta que han hecho mucho daño en el alma, 
no se dejan conocer, sino que nos andan bebiendo la sangre y 
acabando las virtudes, y andamos en la misma tentación y no lo 
entendemos. De éstos pidamos, hijas, y supliquemos muchas 
veces en el paternóster que nos libre el Señor, y que no consienta 
andemos en tentación que nos traigan engañadas, que se 
descubra la ponzoña, que no os escondan la luz y la verdad. ¡Oh, 
con cuánta razón nos enseña nuestro buen Maestro a pedir esto, y 
lo pide por nosotros! 
Mirad, hijas que de muchas maneras dañan, no penséis que es 
sólo en hacernos entender que los gustos que pueden fingir en 
nosotros y regalos son de Dios, que este me parece el menos 
daño, en parte, que ellos pueden hacer; antes podrá ser que con 
esto hagan caminar más aprisa porque, cebados de aquel gusto, 
están más horas en la oración; y como ellos están ignorantes que 
es del demonio, y como se ven indignos de aquellos regalos, no 
acabarán de dar gracias a Dios, quedarán más obligados a 
servirle, se esforzarán a disponerse para que les haga más 
mercedes el Señor, pensando son de su mano. 
Procurad, hermanas, siempre humildad, y ver que no sois dignas 
de estas mercedes, y no las procuréis. Haciendo esto, tengo para 
mí, que muchas almas pierde el demonio por aquí, pensando hacer 
que se pierdan, y que saca el Señor, del mal que él pretende 
hacer, nuestro bien; porque mira su majestad nuestra intención, 
que es contentarle y servirle, estándonos con él en la oración, y fiel 
es el Señor. Bien es andar con aviso, no haga quiebra en la 
humildad, o engendrar alguna vanagloria. Suplicando al Señor os 
libre en esto, no hayáis miedo, hijas, que os deje su majestad 
regalar mucho de nadie, sino de sí. 
Adonde el demonio puede hacer gran daño sin entenderle, es 
haciéndonos creer que tenemos virtudes, no teniéndolas, que esto 
es pestilencia. Porque en los gustos y regalos, parece sólo que 
recibimos y que quedamos más obligados a servir; acá parece que 
damos y servimos, y que está el Señor obligado a pagar, y así 
poco a poco hace mucho daño. Que por una parte enflaquece la 
humildad, por otra descuidámonos de adquirir aquella virtud, que 
nos parece la tenemos ya ganada. Pues ¿qué remedio, hermanas? 
El que a mí me parece mejor, es lo que nos enseña nuestro 
Maestro: oración, y suplicar al Padre eterno que no permita que 
andemos en tentación. 
También os quiero decir otro alguno, que, si nos parece el Señor 
ya nos la ha dado, entendamos que es bien recibido, y que nos le 
puede tornar a quitar, como, a la verdad, acaece muchas veces, y 
no sin gran providencia de Dios. ¿Nunca lo habéis visto por 
vosotras hermanas? Pues yo sí; unas veces me parece que estoy 
muy desasida, y en hecho de verdad, venido a la prueba, lo estoy; 
otra vez me hallo tan asida, y de cosas que por ventura el día de 
antes burlara yo de ello, que casi no me conozco. Otras veces me 
parece tengo mucho ánimo, y que a cosa que fuese servir a Dios 
no volvería el rostro; y probado, es así que le tengo para algunas. 
Otro día viene que no me hallo con él para matar una hormiga por 
Dios, si en ello hallase contradicción. Así, unas veces me parece 
que de ninguna cosa que me murmurasen ni dijesen de mi, no se 
me da nada; y probado, algunas veces es así, que antes me da 
contento. Vienen dias que sola una palabra me aflige y querría 
irme del mundo, porque me parece me cansa en todo. Y en esto no 
soy sola yo, que lo he mirado en muchas personas mejores que yo, 
y sé que pasa así. 
Pues esto es, ¿quién podrá decir de si que tiene virtud, ni que 
está rica, pues al mejor tiempo que haya menester la virtud, se 
halla de ella pobre? Que no, hermanas, sino pensemos siempre lo 
estamos, y no nos adeudemos sin tener de qué pagar; porque de 
otra parte ha de venir el tesoro, y no sabemos cuándo nos querrá 
dejar en la cárcel de nuestra miseria sin darnos nada; y si 
teniéndonos por buenas nos hacen merced y honra, que es el 
emprestar que digo, quedaránse burlados ellos y nosotros. Verdad 
es que sirviendo con humildad, en fin, nos socorre el Señor en las 
necesidades, mas si no hay muy de veras esta virtud, a cada paso, 
como dicen, os dejará el Señor. Y es grandisima merced suya, que 
es para que la tengáis y entendáis con verdad que no tenemos 
nada que no lo recibimos. 
Ahora, pues, notad otro aviso: hácenos entender el demonio que 
tenemos una virtud, digamos de paciencia, porque nos 
determinamos y hacemos muy continuos actos de pasar mucho por 
Dios; y parécenos en hecho de verdad que lo sufriríamos, y así 
estamos muy contentas, porque ayuda el demonio a que lo 
creamos. Yo os aviso no hagáis caso de estas virtudes, ni 
pensemos las conocemos sino de nombre, ni que nos las ha dado 
el Señor, hasta que veamos la prueba; porque acaecerá que a una 
palabra que os digan a vuestro disgusto, vaya la paciencia por el 
suelo. Cuando muchas veces sufriereis, alabad a Dios que os 
comienza a enseñar esta virtud, y esforzaos a padecer, que es 
señal que en eso quiere se la paguéis, pues os la da, y no la 
tengáis sino como en depósito, como ya queda dicho. Trae otra 
tentación, que nos parecemos muy pobres de espíritu, y traemos 
costumbre de decirlo, que ni queremos nada, ni se nos da nada de 
nada; no se ha ofrecido la ocasión de darnos algo, aunque pase 
de lo necesario, cuando va toda perdida la pobreza de espíritu. 
Mucho ayuda el traer costumbre de decirlo a parecer que se 
tiene. Mucho hace al caso andar siempre sobre aviso para 
entender es tentación, así en las cosas que he dicho, como en 
otras muchas; porque cuando de veras da el Señor una sólida 
virtud de éstas, todas parece las trae tras sí; es muy conocida 
cosa. Mas tórnoos avisar que, aunque os parezca la tenéis, temáis 
que os engañéis; porque el verdadero humilde siempre anda 
dudoso en virtudes propias, y muy ordinariamente le parecen más 
ciertas y de más valor las que ve en sus prójimos. 
Pues guardaos también, hijas, de unas humildades que pone el 
demonio con gran inquietud de la gravedad de aprovechar y ser 
amada. Que es lo que mucho hemos de procurar ser afables, y 
agradar y contentar a las personas que tratamos, en especial a 
nuestras hermanas. 
Así que, hijas mias, procurad entender de Dios en verdad, que 
no mira a tantas menudencias como vosotras pensáis, y no dejéis 
que se os encoja el ánima y el ánimo, que se podrán perder 
muchos bienes. La intención recta, la voluntad determinada, como 
tengo dicho, de no ofender a Dios; no dejéis arrinconar vuestra 
alma, que en lugar de procurar santidad, sacará muchas 
imperfecciones, que el demonio le pondrá por otras vías, y, como 
he dicho, no aprovechará a sí y a las otras tanto como pudiera. 
Veis aquí cómo en estas dos cosas, amor y temor de Dios, 
podemos ir por este camino sosegados y quietos, aunque como el 
temor ha de ir siempre delante, no descuidados, que esta 
seguridad no la hemos de tener mientras vivimos, porque sería 
gran peligro. Y así lo entendió nuestro enseñador, cuando en el fin 
de esta oración dice a su Padre estas palabras, como quien 
entendió bien eran menester. 


XI. CATECISMO ROMANO
(IV, VII 1-20)
PATER/CATECISMO-ROMANO

1. Significado y necesidad de esta petición
Es un dato de experiencia espiritual, que precisamente cuando 
los hijos de Dios han conseguido el perdón de sus pecados y, 
animados de generosos propósitos, se consagran enteramente al 
servicio de Dios y a la extensión de su reino por la fiel sumisión a 
su voluntad y providencia amorosa, el enemigo rabia más que 
nunca contra ellos y trata de combatirles con nuevos ardides y más 
poderosos obstáculos56, para que, dejando la senda emprendida, 
recaigan en el pecado y lleguen a peores extremos que antes. San 
Pedro escribió de ellos: «Mejor les hubiera sido no haber conocido 
el camino de la justicia que, después de conocerlo, abandonar los 
santos preceptos que les fueron dados»57. 
Por esto nos mandó Cristo hacer esta nueva petición: para que 
aprendiéramos a implorar cada día la poderosa y paternal ayuda 
de Dios, convencidos de que, sin el apoyo de su divino auxilio, 
caeremos en los lazos del enemigo. Y no solamente prescribió aquí 
pedir a Dios que no permita seamos llevados (induci) a la 
tentación58. También en aquella súplica, dirigida poco antes de su 
pasión a los apóstoles [...], les advirtió: «Orad, para que no entréis 
en tentación»59. Plegaria necesaria a todos —y conviene 
inculcarlo muchísimo a los fieles— porque la vida de todos se 
desenvuelve entre continuos y graves peligros; y, por lo demás, la 
ayuda divina es requerida por la misma debilidad de nuestra 
naturaleza: «El espíritu está pronto, pero la carne es flaca»60. 
Un ejemplo bien significativo de esto lo tenemos en los 
apóstoles, quienes, habiendo afirmado hacía poco que seguirían al 
Maestro a toda costa, a la primera señal de peligro huyen y le 
abandonan. [...] Si, pues, los mismos santos temblaron y cayeron 
por la debilidad de la naturaleza humana, en que habían confiado, 
¿qué no seremos capaces de hacer quienes tan lejos nos 
encontramos de la santidad? 
La vida del hombre sobre la tierra es lucha continua, porque 
nuestra alma, que llevamos en cuerpos frágiles y mortales, se ve 
asaltada por todas partes por la carne, el mundo y el demonio. [...] 
Debemos, pues, rogar piadosa y castamente a Dios, que no 
«permita seamos tentados por encima de nuestras fuerzas, antes 
bien disponga, junto con la tentación, el éxito de poder 
resistirla»61. 

2. ¿ Tentados por Dios? 
Para llegar a comprender todo el sentido y valor de esta 
plegaria, será necesario primero conocer qué es la «tentación» y 
qué es «caer en ella»: 
a) TENTACION/QUE-ES: «Tentar» significa, de una manera 
general, hacer un experimento (una prueba), para poder conocer 
lo que ignoramos y deseamos averiguar. Dios no tiene necesidad 
de tentarnos de esta manera, porque conoce perfectamente todas 
las cosas62. [...] Más concretamente, la tentación es una prueba 
que utilizamos para conocer el bien o el mal. 
— El bien: cuando se pone a una persona en situación de 
ejercitar la virtud, para poder premiarla y presentarla como 
ejemplo. Y este modo de tentar es el único que conviene a Dios en 
relación con las almas: «Te prueba Yahvé, tu Dios, para saber si 
amas a Yahvé, tu Dios»63. Así nos tienta el Señor con pobreza, 
enfermedad y otras adversidades, para probar nuestra paciencia y 
fidelidad. Abrahán fue tentado de esta manera con la imposición 
del sacrificio de su hijo, y por su obediencia vino a ser modelo de 
fe y de sacrificio64. Y de Tobías dice la Escritura: «Por lo mismo 
que eras acepto a Dios, fue necesario que la tentación te 
probase»65. 
— El mal: cuando una persona es inducida al pecado. Y ésta es 
la misión propia del demonio, llamado precisamente en la Escritura 
«el tentador»66. Unas veces se vale para ello de estímulos 
internos, utilizando como medios los mismos sentimientos y apetitos 
de las almas; otras veces nos ataca con medios externos, por 
medio de las riquezas y bienes terrenos, para ensoberbecernos; o 
por medio de hombres pecaminosos, de los que quiere valerse 
para desviarnos [...]. 

b) «Caemos en la tentación» cuando cedemos a ella. Y esto 
puede suceder de dos maneras: cuando, removidos de nuestro 
estado, nos precipitamos en el mal, al que nos empujó la tentación; 
en este sentido, ninguno puede ser inducido a la tentación por 
Dios, porque para nadie puede ser causa de pecado el Dios que 
«odia a los obradores de la maldad»67; el apóstol Santiago dice: 
«Nadie en la tentación diga: soy tentado por Dios. Porque Dios ni 
puede ser tentado al mal ni tienta a nadie»68 Cuando alguno, sin 
tentarnos él personalmente, no impide —pudiéndolo hacer—que 
otros nos tienten, ni impide que caigamos en la tentación. De esta 
manera puede permitir el Señor que sean probados los justos, 
aunque nunca deja de concederles las gracias necesarias para 
poder vencer. A veces el Señor, por justos y misteriosos motivos o 
porque así lo exigen nuestros pecados, nos abandona a nuestras 
solas fuerzas y caemos. 
Dícese también que Dios nos induce a la tentación cuando 
somos nosotros los que, utilizando para el mal los beneficios que él 
nos concede para el bien, cometemos el pecado, como el hijo 
pródigo, que despilfarró en una vida lujuriosa la herencia recibida 
del padre69. [...] Caen en la misma ingratitud a Dios quienes, 
colmados de beneficios y bienes divinos, se sirven de ellos para 
una vida viciosa. Esto, ciertamente, no sucede sin el permiso del 
Señor. La Sagrada Escritura lo afirma con palabras tan expresivas, 
que han de interpretarse muy rectamente para no llegar a creer 
que Dios obra directamente el mal: «yo endureceré el corazón de 
Faraón»70; «endurece el corazón de ese pueblo, tapa sus 
oídos»71; «los entregó Dios a las pasiones vergonzosas... y a su 
réprobo sentir»72. Expresiones todas que indican no una acción 
directa de Dios, sino una mera permisión divina del mal voluntario 
del hombre. 

3. No nos lleves a la tentación
Supuestas estas premisas, no será ya difícil precisar el objeto de 
esta petición: es claro que no pedimos en ella vernos 
absolutamente inmunes de toda posible tentación, pues «la vida 
del hombre sobre la tierra es milicia»73. Más aún: la tentación es 
útil como prueba eficaz de nuestras fuerzas espirituales; por ella 
«nos humillamos bajo la poderosa mano de Dios»74 y, luchando 
con energía, esperamos «la corona inmarcesile de la gloria»75; 
porque «no será coronado en el estadio, sino el que compita 
legítimamente»76. Santiago añade: «Bienaventurado el varón que 
soporta la tentación, porque, probado, recibirá la corona de la vida, 
que Dios prometió a los que le aman»77. Y cuando más dura nos 
resulte la lucha, pensemos que tenemos en nuestro favor «un 
pontífice, que puede compadecerse de nuestras flaquezas, 
habiendo sido él mismo tentado antes en todo»78. 
Pedimos en esta invocación el socorro divino necesario para no 
consentir, engañados, en las tentaciones ni ceder a ellas por 
cansancio; pedimos que nos ayude la divina gracia contra los 
asaltos del mal, y que nos reanime cuando desfallezcan nuestras 
energías de resistencia. De aquí la necesidad de una constante 
súplica del auxilio divino contra las fuerzas del mal, y especialmente 
cuando se presente de hecho la tentación y nos veamos en peligro 
de caer [...]. Contiene, por último, esta petición del «padrenuestro» 
algunos frutos de vida y profunda meditación para nuestras almas: 
en primer lugar, nos recuerda nuestra inmensa fragilidad y humana 
debilidad. De esta consideración brotará una profunda 
desconfianza en nuestras fuerzas, una ilimitada confianza en la 
misericordia de Dios y una animosa serenidad en los peligros, fruto 
de la confianza en ese valiosísimo y seguro auxilio divino. [...] 
Pensemos, en segundo lugar, que es Jesucristo, nuestro Señor, el 
divino jefe que nos guía por la lucha a la victoria. El venció al 
demonio; él es «el más fuerte, que le vencerá, le quitará las armas 
en que confiaba y repartirá sus despojos»79. El mismo nos dice: 
«confiad: yo he vencido al mundo»80. [...] Y en esta su victoria 
radica y se funda para todo cristiano la certeza de vencer también 
con Cristo81. 
[...] Las armas de nuestra lucha [...] son la oración, el trabajo, la 
vigilancia, la mortificación y la castidad82. [...] La fuerza de nuestra 
victoria está sólo en el poder de Dios, [...] «quien adiestra nuestras 
manos para la guerra y nuestros dedos para el combate»83. De 
aquí el agradecido reconocimiento que debemos a Dios, por la 
ayuda en la lucha y la alegría del triunfo84 [...]. 


XII. D. BONHOEFFER
(O.c., 179)
·BONHOEFFER/PATER PATER/BONHOEFFER

Las tentaciones de los discípulos de Jesús son muy diversas. 
Satanás los ataca por todas partes, quiere hacerlos caer. Los 
tientan la falsa seguridad y la duda impía. Los discípulos, que 
conocen su debilidad, no provocan la tentación para probar la 
fuerza de su fe. Piden a Dios que no tiente su débil fe y los guarde 
en la hora de la prueba. 


XII. R. GUARDINI
(O. c., 419-436)
·GUARDINI/PATER PATER/GUARDINI


1. Tentación y gracia
«Y no nos abandones a la tentación»: ¡un soplo oscuro nos llega 
en estas palabras! Ciertamente, las demás frases del 
«padrenuestro» son grandes y serias, pero sobre ellas reina una 
clara paz. En ésta parece amenazar algo peligroso; pues cuando 
ruega que Dios no nos deje caer en la tentación, presupone que 
puede dejarnos. Si miramos en este sentido a la historia de las 
religiones y nos fijamos en el modo como se ha Interpretado la 
existencia, al margen de la revelación encontramos formas de la 
divinidad que parecen apuntar en tal direccion. El hombre primitivo 
percibe toda la existencia de modo religioso concretando en forma 
de poderes y figuras todo lo que en ellas experimenta; por tanto, 
piensa que hay seres que protegen la vida y la favorecen, pero 
también otros seres que tienen mala intención para con ella, 
tratando de llevarla a la ruina. 
¿Habría de significar algo así la petición del «padrenuestro»? 
Según el espíritu del nuevo testamento, lo rechazamos [...]. No, en 
el Dios vivo no hay nada de esa perversidad destructora, que se 
expresa en los dioses de condenación. Nos está revelado que su 
intención para con nosotros es sólo buena, buena por su base. Y 
eso a pesar de todo lo que pueda decir la apariencia, pues la 
impresión que hace en nosotros la experiencia diaria, tanto como la 
marcha de la historia, podría llevar a un hombre melancólico a la 
opinión de que detrás de todo hay un poder perverso. La 
revelación, por el contrario, dice: aunque las cosas te parezcan 
así, no te dejes engañar. Dios es bueno y quiere que seamos 
buenos y encontremos la salvación. Por eso el apóstol Santiago 
advierte con gran empeño: «Nadie diga, cuando es tentado, que es 
tentado por Dios; pues ni Dios es tentado por el mal, ni tienta a 
nadie. Sino que cada cual es tentado por su propia codicia, que le 
atrae y le incita»85. 
[...] Pero otros han dicho: el hombre puede llegar a Dios por su 
propia fuerza y participar de la vida eterna; su razón es capaz de 
examinar y distinguir; su voluntad tiene una afinidad natural con el 
bien y tiene a su dispoción abundantes fuerzas para realizarlo en 
su vida; por eso las palabras del «padrenuestro» sólo pueden 
significar que el Padre defienda al hombre de pruebas demasiado 
graves; con las otras ya se las arreglará él... El antiguo 
pelagianismo pensó así, e igual el racionalismo y tantas opiniones 
de nombres diversos, que lo ponen todo en la fuerza propia del 
hombre. 
Esto tampoco es cierto; pues se nos ha dicho que nuestra 
salvación y vida eterna se realizan sólo por la gracia de Dios. Por 
eso debemos dejar claro lo que es la gracia; y ello no por 
consideraciones teóricas, sino partiendo de lo más sencillo de la 
vida. 
GRACIA/QUE-ES: «Gracia» es algo que nos toca en lo más 
íntimo, que nos da riqueza de salvación eterna, pero que no 
podemos alcanzar por propia fuerza. A tal concesión no podemos 
presentar ninguna exigencia, sino que el sentido de gracia de Dios 
es completamente libre. Por pura generosidad concede lo que 
necesitamos en lo más íntimo. [...] Todo es gracia, tomando la 
palabra en sentido amplio. El mundo es gracia. También podría no 
existir; existe, porque Dios ha querido que exista, en libre bondad. 
Es gracia el que existamos los hombres; y ahí cada cual debe 
decir: que exista yo. Podría ser muy bien que yo no existiera. Por 
eso es verdad tan pura el dar gracias a Dios por la existencia 
propia. Sin embargo, esa palabra significa algo más; algo cuya 
«buena noticia» nos la ha dado la revelación. Según ésta, el 
corazón de Dios se ha abierto al hombre de un modo que supera a 
toda comprensión. Por una libertad sobre la cual ningún ser creado 
tiene poder ni derecho, se ha inclinado al hombre y le ha elevado a 
su compañía. [...] PARAISO/QUE-ES: Esa situación nueva se 
llamaba «paraíso». Una vez existió, al comienzo de la historia. ¡El 
hombre la ha destruido! 
Ahora adquirió la gracia un nuevo carácter: [...] el amor del 
Padre se convirtió en perdón. Envió a su Hijo para que entrara en 
la compañía de la responsabilidad con el hombre; asumió al 
hombre en la intención que él abriga para ese Hijo suyo. La acción 
de Cristo, que todo lo expía y lo vuelve a llevar a su hogar, la ponía 
él en cuenta a favor del hombre pecador. [...] Cristo nos llama a 
entrar en su misma intención, edificando el reino de Dios, en que 
hemos de tener la plenitud de la vida. Todo es don; todo está 
obrado por aquél que ha dicho: «sin mí no podéis hacer nada». Y 
también ese enlace mismo con Cristo es un don otorgado por Dios, 
según dice él a su vez: «nadie puede venir a mi, si no le atrae el 
Padre que me ha enviado»86. 
Pero cómo: ¿el hombre es sólo conducto para una corriente 
divina? ¿Impera sólo una única iniciativa, y el hombre no sería más 
que su objeto e instrumento? ¡Cierto que no! San Pablo, el profeta 
de la gracia, dice: «Por gracia de Dios soy lo que soy, pero la 
gracia no ha quedado vana en mi»; y aún más, acentúa: «yo he 
trabajado más que todos ellos» [los demás apóstoles], añadiendo 
enseguida: «pero no yo, sino la gracia de Dios en mí»87. [...] La 
gracia de Dios era lo que había obrado todo en el apóstol; pero 
precisamente ahí era san Pablo el que estaba obrando y el que, 
con eso, se había hecho tan propiamente él mismo. 
Eso significa: la gracia de Dios no es como una fuerza física que 
mueve una cosa, sino que se dirige a la persona, la llama, la 
despierta y hace que así llegue a ser auténticamente ella misma. 
Cuanto más crece la gracia, más libre se hace el hombre. Cuanto 
mayor es la intensidad con que actúa Dios, más fortalece la vida 
más propia del hombre. 
Se objetará: ¡eso es una paradoja! Sí, lo es, pero admirable. Se 
enlaza con el misterio básico de la persona, y la lleva a plenitud 
para la gloria. Pues ¿qué ocurre cuando dos personas son 
básicamente buenas una para con otra? Puede ocurrir que en un 
momento entrañable una diga a otra: lo que soy y hago, te lo debo 
a ti. Si la otra persona contesta: ¡pero eres tú mismo el que existes 
y vives!; entonces oirá como respuesta: precisamente lo que te 
agradezco es haber llegado del todo a ser yo mismo... Cuando se 
trata de una cosa, entonces se toma y se usa. Pero si está una 
persona ante otra persona, y piensa en ella y la quiere, entonces 
influye en ésta, despertándola a su autenticidad viva. 
Así ocurre con la gracia. Dios lo obra todo en nosotros, pero no 
como quien es más fuerte en cosas y objetos, sino como el 
infinitamente personal, libre y respetuoso en nosotros, 
habiéndonos convertido en semejanza suya en el ser personal, y 
queriendo que seamos en él cada vez más libres y cada vez más 
nosotros mismos. Así dice el mismo san Pablo: «Vivo yo, pero ya 
no vivo yo, sino que Cristo vive en mí»88. [...] Eso es gracia. [...] 
Todo lo que sea el creyente, todo lo que haga, que sea vivo y con 
sentido de eternidad, lo obra la gracia. Pero precisamente ahí es él 
quien lo opera, de modo que puede decir: todo lo hace Dios y por 
eso realmente lo hago yo. De ese misterio divino, que se llama 
gracia, surge la petición: «y no nos abandones a la tentación». No 
se la puede apremiar lógicamente, queriendo analizarla con 
exactitud: el hombre que vive en esa unidad con Dios, que se llama 
gracia, le dice: haz que todo, incluso la tentación, permanezca en 
la medida de tu amor. 
Pero, con todo, hemos de dar su parte a esa oscuridad, de que 
se hablaba al comienzo de esta consideración. No tiene sentido dar 
un rodeo para evitar algo que está ahí y exige solución; hay que 
mirarlo de frente. ¿Qué significa, pues, «y no nos abandones a la 
tentación»? ¿No significa, entonces, más que la petición del que 
confía en la gracia, para que Dios le guarde de la condenación? 
Cuando se habla de una persona, por ejemplo, de su pasión, de su 
dureza, de su crueldad, se suele decir que él es así; que su 
naturaleza es así, nadie le cambia y hay que tomarla así. Ese modo 
de hablar es falso. Es exacto en el animal: el corzo es inerme y 
fugitivo; el lobo es rapaz y cruel. Así es su naturaleza, y quien 
quisiera eludirlo con teorías sería un insensato. Al hombre no se le 
puede comprender de este modo. No es «naturaleza», como la 
planta y el animal, sino que detrás de cómo es la persona, hay una 
historia: la primera, básica para todo lo que vino luego. El Génesis 
la cuenta en sus primeros capítulos: cuando Dios creó al hombre, 
éste era diferente que ahora; era bueno y estaba a salvo; luego se 
rebeló contra Dios; esta acción hirió su esencia y ahora es un ser 
que, aun admirablemente rico y noblemente dotado, está 
trastornado desde lo más íntimo. [...] Esa primera acción penetró 
hasta las más hondas raíces de lo humano, y causó un desorden 
que no pueden arreglar ni la medicina ni la pedagogía social. Es 
decir, una imagen del hombre complemente diversa de la optimista 
imagen de la edad moderna: de una gravedad para la cual no 
basta la palabra «tragedia». 
Y entonces, bien podría ocurrir lo siguiente: una persona habría 
faltado, una y otra vez. Eso habría aumentado cada vez el 
desorden que ya había en esa persona, y también en sus 
relaciones en torno. Entonces la justicia de Dios podría decir un 
día: ¡basta! Y en esa persona habría quedado formada una 
pendiente hacia el mal, que ya no sería capaz de dominar... Pero 
entonces Dios no habría creado esa tentación, sino que su justicia 
habría dejado que la constante acumulación de desorden causado 
día a día por el pecado de ese hombre alcanzara una medida a la 
cual ese hombre tendría que sucumbir. Con eso no se habría dicho 
nada parecido a la doctrina de la predestinación, que afirma que 
Dios destina a muchas personas a la condenación; y menos 
todavía quedaría visto Dios al modo de las divinidades perversas, 
que quieren la ruina del hombre. Lo que ello significa, sería 
verdad. Lo notamos constantemente: hoy hacemos algo, mañana, 
y siempre—y poco a poco se junta como una red, como una 
coerción— hasta que una amarga sensación dice en nosotros: ¡ya 
no salgo de esto! Si entonces Dios no ayuda con bondad especial, 
realmente se ha llegado al fin. 
A estas cosas roza la petición del «padrenuestro»: ¡Señor, no 
nos dejes llegar tan lejos, que nuestro desorden nos envuelva y no 
podamos encontrar la salida! ¡Bien mereceríamos que ocurriera 
así, pero no dejes que llegue hasta ahí! 

2. La tentación del prójimo 
Del mismo modo que la quinta petición tiene esta estructura: 
«perdónanos nuestras deudas como también nosotros 
perdonamos a nuestros deudores», igual podríamos desarrollar la 
sexta diciendo: «no nos abandones a la tentación, así como 
nosotros no queremos tentar a nuestros prójimos». 
Pero ¿hay realmente ocasión para tal ruego? ¿está el hombre 
en peligro de hacer tal cosa? ¿da a sus semejantes ocasión para 
el mal? ¿les lleva incluso a eso que propiamente se designa con la 
palabra «tentación»? No queremos ni calumniar ni glorificar la 
existencia —lo uno sería tan falso como lo otro—, sino que 
queremos ver cómo es y mantenerla en pie. Pero entonces hemos 
de comprobar que el hombre, efectivamente y de modo constante, 
da ocasión para el mal a su prójimo, con el fin de alcanzar sus 
intenciones. Más aún, que en él hay también satisfacción por faltas 
de sus semejantes; que el bien, como tal bien, excita su 
resistencia, que lo puro y lo noble le desazonan y que para él 
puede llegar a ser una perversa alegría el llevar el mal a su 
prójimo. 
Para observar todo esto no necesitamos buscar nada especial y 
aún menos, nada criminal; lo encontramos sin más en lo cotidiano 
alrededor de nosotros y en nosotros mismos. Así, no tenemos más 
que pensar en que todo nos parece permitido, cuando queremos 
conseguir alguna intención: cada cual busca su provecho. La vida 
económica es el conjunto de los múltiples esfuerzos de los 
hombres por encontrar su manutención, por adquirir propiedades, 
por enriquecerse. Esto, en sí, es una ordenación, pero ¿cómo se 
establece? Por las dotes apropiadas, por la vista rápida para el 
valor de bienes y servicios, ciertamente; por el trabajo, el orden, la 
capacidad de organizar, etc. Tales son los fundamentos; pero 
¿qué ocurre con la verdad y la honradez cuando la publicidad se 
transforma, sin más, en mentira, y cuando la habilidad se convierte 
en engaño? Con esto todavía no estaríamos hablando de una 
tentación del prójimo; pero no se limita uno a esto, sino que 
también se lleva a la tentación a otros, a los subordinados, 
encargados, colaboradores. Si de un golpe se pudiera eliminar de 
la vida económica el elemento de la mentira y la insinceridad, ¡la 
conmoción sería enorme! 
O pensemos en otra tendencia elemental del hombre, el afán de 
poder. ¿Con qué medios se busca uno el influjo social? Otra vez 
hay que empezar por indicar primero lo positivo: dotes, conciencia 
del objetivo, buenas formas y capacidad de trato de gentes; pero 
¿dónde empiezan las técnicas para provocar la vanidad de los 
demás, para explorar sus antipatías, para poner en juego al uno 
contra el otro? ¿Y cómo ocurre en la vida política? ¿No está llena 
de abusos de toda índole? ¿Qué significa la propaganda? ¿No 
persuade a los hombres para meterles en la mentira? ¿No consiste 
en buena parte la habilidad política en poner en movimiento las 
pasiones, en desencadenar la desconfianza, la envidia, el odio, y 
aplicar sus fuerzas para los objetivos propios? 
¿Qué hace el hombre que quiere hacer prevalecer su codicia? 
¿No intenta excitar la sensorialidad del prójimo y hacer insegura su 
conciencia? Y la opinión general, ¿no considera obvio que la 
naturaleza humana es precisamente así? El hombre con 
experiencia de mundo no tiene prejuicio en esas cosas, sino que 
considera justificado todo medio, «en el amor, como en la guerra». 
Es tan vergonzoso como intranquilizador lo que esa opinión 
general considera justo y posible en cosas de la publicidad, de las 
ilustraciones, del cine: cómo se elude con argumentos la 
responsabilidad por la influencia que tiene todo esto en jóvenes y 
mayores. 
Si pasamos nuestra mirada desde lo cotidiano a los grandes 
procesos de la vida histórica, si vemos con qué medios trabaja el 
hambre de poder, entonces hay peligro de perder toda fe en la 
bondad que pueda haber en el hombre. [...] ¿Cómo llega al 
dominio la dictadura? ¿Cómo se logra que un individuo o un grupo 
tome en su mano el poder y domine al pueblo, y no sólo en cosas 
exteriores, sino también interiormente: en lo anímico, en lo 
espiritual? Naturalmente, hay también inconvenientes cuya 
solución se procura; han ocurrido injusticias que hay que poner en 
orden. Pero sólo con eso no tiene lugar ninguna revolución, ni 
llega al poder ninguna dictadura. Para ello, con mentiras 
conscientes de su objetivo, se confunde en los hombres todo lo 
que les da fuerza para resistir, esto es, su juicio sobre el bien y el 
mal, sobre lo decente y lo bajo, hasta que se establece una 
mentalidad en que todo medio es bueno para alcanzar el objetivo. 
Y como la dictadura sabe que la fe en Dios da al hombre fuerza 
para conservar la dignidad y la libertad, pone en marcha una 
propaganda que con toda clase de deformación y calumnia 
convierte en una insensatez a la verdad, hasta que el hombre se 
considera un loco si sigue siendo fiel a Dios. Por no hablar de esos 
métodos satánicos, que destruyen en el hombre la capacidad de 
distinguir, de tal modo que ya no se sabe lo que es verdadero y lo 
que es falso, y que rompen la personalidad de tal modo que se 
entrega y se confiesa culpable donde estaba en lo justo [...]. 
Sin embargo, hay también otro impulso mucho más difícil de 
comprender: el que se levanta contra el bien en cuanto tal. [...] ¿No 
conocemos la sensación de que una persona totalmente sincera 
nos ponga nerviosos, [...] porque la sinceridad misma nos irrita?... 
¿No hemos notado alguna vez que la inocencia de alguien produce 
un efecto molesto, [...] porque la pureza misma incita a pisarla, 
igual que una extensión de nieve intacta?... ¿No conocemos la 
peculiar desazón que invade al mediocre, cuando encuentra una 
persona en quien habita la nobleza, que en cuestiones de honor 
no admite discusión, que guarda decididamente su libertad, que se 
pone sin miedo de parte de la justicia?... [...] ¿Y qué es el chiste 
mordaz? No el humor; éste es profundo y en su base está el bien: 
ama la vida aun en sus tonterías y defectos, y sonríe sobre ellas. 
Hay un tipo de chiste, por el contrario, que viene de la 
complacencia en el ridículo y el daño, de la envidia, de un odio 
oculto contra lo que es puro y noble. 
[...] Otro ejemplo: al hombre se le ha concedido el maravilloso 
don del lenguaje. Puede poner en la palabra lo que lleva en sí, 
haciéndolo patente. Esto pasa luego a otro [...] y entre ambos se 
establece una comunidad en la verdad. Pero ¿y cuando el 
lenguaje miente? Entonces su efecto es malo; y no sólo porque 
engaña al oyente, sino porque la misma atmósfera de la mentira es 
destructiva [...]. 
Estas consideraciones no quieren moralizar, sino hacer evidente 
algo que ocurre constantemente y presentar de modo más cercano 
el sentimiento de la petición de que tratábamos. Fijémonos por una 
vez en todo lo que se habla y se escribe y se exhibe. 
Continuamente se establece un contacto entre una interioridad por 
un lado y otra por el otro. Con eso tienen lugar muchas cosas 
buenas y hermosas, pero también ¡cuántas cosas malas! ¡Con qué 
frivolidad hablamos a menudo, con qué placer por poner en 
cuestión lo respetado, y en vilo lo que está firme! ¡Con qué 
precipitación enjuiciamos, con qué falta de consideración lanzamos 
al prójimo dudas que tenemos nosotros, sin preguntarnos qué 
ocurrirá en él! 
H/CAIN CAIN/SOY-YO /Gn/04/08-09: Jesús ha dicho: «tiene que 
haber escándalos», pero «¡ay del hombre por quien vienen!»89. 
Por eso hemos de examinar si nos damos cuenta de que cuanto 
decimos ejerce un influjo en los demás: de que el modo como 
vivimos y actuamos y nos presentamos, se transforma en incitación 
en los demás: y—que en la medida de lo razonable—somos 
responsable de en qué se convierte aquello. [...] El Génesis cuenta 
un sombrío hecho: los primeros padres tuvieron dos hijos de índole 
muy diferente: Caín y Abel; el mayor mató a su hermano pequeño 
porque no podía soportar su pureza; cuando Dios le preguntó por 
él, Caín contestó: «¿Soy yo el guardián de mi hermano?»90, ¿a mi 
qué me importa? 
Eso está en el comienzo de la historia humana. Una terrible 
advertencia: considerémosla de cerca. En cada cual de nosotros 
está Caín; depende sólo de la ocasión, hasta qué punto llega y de 
qué modo. A cada cual se le dirigirá un día la pregunta: «¿dónde 
está tu hermano, dónde está tu hermana?». ¿Qué han provocado 
en ellos tus palabras? ¿A dónde los has llevado? ¿Qué has 
destruido en ellos? 
Son preguntas muy duras, pero eludimos la seriedad de nuestra 
existencia si no las hacemos. Pues se nos harán un dia, a cada 
cual de nosotros, en el juicio de aquél, cuya respuesta no puede 
eludirse. 


XIV. H. VAN DEN BUSSCHE
(O. c., 139-149)
PATER/BUSSCHE-VAN

Tentación y prueba
No es fácil traducir la palabra peirasmos. Significa un acto o una 
situación, por la que a uno se le pone una prueba. Asi el hombre 
puede poner a Dios una prueba, pero la prueba valdrá 
principalmente para el hombre. O bien es Dios el que pone una 
prueba al hombre, para ver sus capacidades, su fidelidad (casi 
siempre), dándole la ocasión de manifestar su capacidad de 
resistencia; o es el enemigo, el poder malo, Satanás, quien prueba 
al hombre, es decir, le tienta, quiere hacerle perder el camino, 
incitarle al mal. 
¿Qué pide aquí el discípulo? ¿No ser probado por Dios o ser 
preservado de las tentaciones de Satanás? Por una parte, parece 
que es Dios el que le prueba; en este caso la oración pide a Dios 
que nos libre del sufrimiento. Por otra parte, el paralelismo con 
«mas líbranos del malo» parece referirse más bien a la tentación. 
De hecho, no puede tratarse aquí de una simple prueba, porque 
la prueba en cuestión pone en peligro la vocación del discípulo y 
amenaza arrastrarle a la defección. Debemos preferir, por tanto, el 
sentido de «tentación», pero con este matiz: que no se trata tanto 
del acto91 cuanto de la situación de ser tentado. Además, esta 
tentación no se refiere a un pecado determinado sino al repudio de 
la vocación. Pedimos a Dios que no nos ponga, que obre de tal 
manera que no entremos92 o que no caigamos93 en una 
situación, que podría llegar a ser fatal para nuestra vocación. 
¿No podemos pedir también ser preservados de las pruebas? 
Más de una vez se utiliza en el antiguo testamento el término 
«prueba-tentación» para significar el sufrimiento por el que Dios 
prueba al hombre. Dios prueba al justo como al impío94; pero con 
más frecuencia prueba al justo, para ponerle en el buen camino95, 
para probar su fidelidad96, para purificarle97. [...] La prueba del 
justo puede también ser querida, para que su paciencia sirva de 
ejemplo a la posteridad98. La fidelidad al servicio de Dios va 
acompañada necesariamente de la prueba99. Por eso Abrahán se 
convirtió en un ejemplo para su descendencia100. La prueba 
puede ser pesada y Job se lamentaba de ella101, pero, en el 
fondo, es una señal de la gracia de Dios102. Por eso el justo pide 
la prueba103. 
[...] El nuevo testamento también habla de la prueba104 o de las 
pruebas105 del sufrimiento. La Carta a los hebreos presenta el 
sufrimiento de Jesús como una prueba: «porque por haber sufrido 
él mismo la prueba, es capaz de ayudar a los que son 
probados»106, «fue probado en todo, semejante a nosotros, pero 
sin pecado»107. Este último texto muestra que el autor es 
consciente de un posible equívoco: Jesús fue probado, pero no 
inducido a pecar. 
No obstante, la frontera entre la prueba y la tentación casi nunca 
está bien delimitada, puesto que la prueba del sufrimiento puede 
considerarse como obra de Satanás108. Sea lo que fuere de esto, 
en el «padrenuestro» no se trata del simple sufrimiento, sino de la 
tentación. Y esto aparece evidente por el hecho de que el discípulo 
pide con demasiada insistencia y de manera demasiado absoluta 
ser liberado. Si se tratara sólo del sufrimiento, una petición tan 
absoluta no tendría sentido para el cristiano, el cual en cuanto 
discípulo «está destinado al sufrimiento»109. Por otra parte, en el 
antiguo testamento hallamos peticiones de pruebas, pero no 
implican en modo alguno una suficiencia orgullosa, sino que se 
presentan como un testimonio de confianza total. El cristiano, por el 
contrario, no tiene necesidad de pedir el dolor, pues le vendrá sin 
que él lo pida. Por lo demás, estas oraciones veterotestamentarias 
no son muy numerosas. Y en último término demuestran que el 
justo no debe temer demasiado el sufrimiento, y que no se siente 
fundamentalmente amenazado por él. Pero en el «padrenuestro» 
lanza [el discípulo] un grito de angustia en demanda de liberación. 
Es evidente, por tanto, que se trata de la prueba-tentación. 
La «prueba» a que alude el padrenuestro es peligrosa. Jesús 
nos pone en guardia contra ella en Getsemaní: «Vigilad y orad 
para que no caigáis en la tentación»110. Jesús no ve posibilidad 
alguna para el discípulo que se apoya en si mismo, en la «carne», 
de salir indemne. Sólo el Espíritu puede darle la fuerza y valor para 
resistir111. En la hora de la muerte de Jesús la prueba puede 
conducir al discípulo a la defección. Una oración judía de la tarde 
ya pedía una cosa parecida: «No nos dejes caer en poder del 
pecado, ni en el poder de la seducción, ni en el poder del 
desprecio»112. 

2. ¿Qué tentación? 
Desde la historia primitiva113 hasta el Apocalipsis114, la 
humanidad está expuesta a la seducción. Pero la acción del 
seductor tiene sus momentos culminantes. 
La vida de Jesús como Mesías se dirige contra él. 
Inmediatamente después de su proclamación mesiánica en el 
bautismo de Juan, Jesús es impulsado por el Espíritu a ir al terreno 
mismo de Satán, el desierto, para ser tentado115 por el 
seductor116. Después de este primer ataque, Satán trata de ganar 
tiempo117; evita el encontrarse con Jesús, para volver «en el 
tiempo señalado»118, pero Jesús le persigue sin compasión. Las 
expulsiones de demonios son síntomas de la caída definitiva de 
Satán, que «cae del cielo como un relámpago»119. En este logion 
no se indica el momento preciso de la caída. Tendrá lugar más 
adelante. Mientras tanto, Satán siembra la cizaña en medio del 
buen grano120. La gran prueba-tentación viene en el momento en 
que reinan las tinieblas121, cuando Satanás se apodera de 
Judas122 y recibe la autorización de cribar a los discípulos como el 
trigo123. Porque el sufrimiento de Jesús será su primera gran 
tentación. Pero Jesús pide para que su fe no vacile, para que 
permanezcan con él «en sus pruebas»124 y así puedan recibir el 
reino que les ha sido preparado125. 
El asalto violento de Satanás contra Jesús fracasa, en el 
momento en que cree triunfar, «el príncipe de este mundo» es 
arrojado en la tierra126, pero es el Espíritu el que hará ver a los 
discípulos una victoria en la muerte de Jesús127. Inicialmente, el 
dragón y sus satélites están vencidos128, pero su odio se cierne 
sobre los discípulos129. La mayor parte del tiempo Satán trabaja 
en secreto, oculto130, pero conocemos sus intenciones131. 
Quiere provocar divisiones en la iglesia132, quiere suscitar 
obstáculos al trabajo apostólico de Pablo133; envía incluso a su 
ángel, para herir a Pablo en la carne134, se transforma en «ángel 
de luz» y envía falsos apóstoles135; es él, en fin, el que se oculta 
detrás de las pruebas causadas por las intrigas de los judíos 
contra Pablo136. 
Esta tentación es más que la seducción ordinaria al pecado137, 
es la prueba-tentación escatológica que trata de quitar a los 
creyentes la salud procurada por la muerte de Cristo138. Porque, 
si caen en ella, seguirían a Satanás139 e incurrirían en la 
«condenación del diablo», la condenación eterna140. Aunque la 
muerte de Cristo haya arrancado al discípulo «del poder de las 
tinieblas» o de Satán y le haya «transferido al reino del Hijo muy 
amado»141, el combate, sin embargo, no ha terminado aún y es 
preciso guardarse de «dar entrada al diablo»142. Esta 
persecución se librará continuamente entre la muerte de Cristo y 
su vuelta, pero en un cierto momento «la infidelidad alcanzará la 
plena medida»143 (/Mt/24/12); la tentación se cristaliza en cierto 
modo en un día144, en una hora145, en un momento del 
tiempo145, que ofrecerá al discípulo un enorme peligro de 
defección. 
Lo que pedimos en el «padrenuestro» es precisamente el no 
entrar en este momento excepcional de prueba-tentación. Jesús 
nos advirtió en Getsemaní que debíamos vigilar y orar, para no 
caer en esta prueba fatal. Vivimos en el fin de los tiempos, el juicio 
final puede sobrevenir en cualquier momento. Cuanto más próximo 
se halla el juicio, más trágica es nuestra defección y más aumenta 
nuestro deseo de liberación. «¡Que el Dios de la paz aplaste a 
Satán bajo vuestros pies lo más pronto posible!»147. No es tanto 
la persecución continua del justo, llevada a cabo por sus 
adversarios, lo que teme el cristiano en la tentación, cuanto el 
hecho de que esa tentación lleva consigo un peligro de apostasía 
y, por consiguiente, de condenación eterna148. 
No es Dios el que nos seduce, sino Satanás: «Que nadie diga 
cuando es tentado: es Dios quien me tienta. Pues Dios es 
inaccesible al mal y no tienta a nadie»149. La seducción viene de 
Satán, que prueba al discípulo con el sufrimiento y le da la ocasión 
de mostrar su capacidad de resistencia y de obtener la corona de 
la vida150, a no ser que venga de nuestras propias 
concupiscencias151. La situación de tentación casi siempre la 
suscita Satanás, y nosotros pedimos a Dios que no nos deje llegar 
a esta situación. 
Podríamos recurrir aquí a la significación permisiva de la forma 
aphel (hebreo: hiphil) del original: «no permitas que seamos 
llevados...», pero no es necesario. Dios nos guía y puede librarnos 
de la tentación, puesto que la misma acción de Satanás está 
sometida a su providencia. Puede abreviar el tiempo del seductor, 
como abrevia el tiempo de la prueba para los judeo-cristianos de 
Jerusalén152. Satán debe pedir permiso para cribar a los 
discípulos153; y Dios, que es fiel, no permitirá que sean probados 
por encima de sus fuerzas154 aquellos, para quienes ha venido el 
fin de los tiempos. 
Nuestra petición es apremiante, porque el tiempo apremia. Pero 
es serena, porque el Padre vela por nosotros. Estaremos seguros 
si constantemente «vigilamos y oramos para no caer en la 
tentación»155. Y esta oración será ciertamente oída, porque ha 
sido incorporada en la oración victoriosa de Jesús: «Yo no te pido 
que los saques del mundo, sino que los libres del malo»156. ¡Dios 
dirigirá nuestros pasos para que no entremos en la situación fatal! 



XV. J. JEREMÍAS
(Tealogia del NT, 237 s.)
PATER/JEREMIAS-J

La petición final es sorprendente. Estilísticamente cae fuera del 
arco del padrenuestro. Tras el paralelismo de las dos peticiones en 
segunda persona («tú»), y la construcción bimembre de las dos 
peticiones en primera persona plural («nosotros»), esta frase final, 
concisamente estructurada, se muestra dura y abrupta. A esto se 
añade el hecho único de su formulación negativa. Todo esto es 
intencionado: esta petición debe sonar dura y abruptamente. 
Es lo que muestra su contenido. Para comprenderlo hay que 
tener en cuenta, ante todo, que peirasmós no se refiere a las 
tentaciones cotidianas, sino al gran ataque final. Y por lo que se 
refiere al predicado verbal: me eisenegkes (=«no nos 
introduzcas»), el vocablo griego podría sonar como si Dios llevase 
a la tentación. Ya Santiago rechazó esta interpretación157. Que no 
es realmente ése el sentido, lo muestra la comparación con una 
oración matinal y vespertina del judaísmo con la que quizá Jesús 
enlaza, incluso directamente: «No me lleves al poder del pecado, ni 
al poder de la culpa, ni al poder de la tentación ni al poder de lo 
vergonzoso»158. Aquí, como lo muestran los paralelos el causativo 
«no me lleves» tiene un significado permisivo: «¡No permitas que 
yo caiga! ». Así se debe entender también el me eisenegkes de la 
petición final del padrenuestro: «¡no permitas que caigamos en la 
tentación!». Los discípulos de Jesús no piden ser preservados de 
la tentación, sino de sucumbir en la tentación escatológica: ser 
preservados de la apostasía. 
Ahora se entiende la conclusión abrupta: es toda la sobriedad de 
Jesús la que, con esta línea final, dirige la mirada de los discípulos 
desde la consumación final hasta su situación concreta. Esta línea 
conclusiva es «un fuertemente resonante grito de auxilio» (H. 
Schürmann): «¡danos sólo ser preservados del extravio!» [...]. 


XVI. S. SABUGAL
(Abbá , 193-94. 236-38)
PATER/SABUGAL-S

Literalmente vertida, la penúltima petición suplica al Padre que 
«no nos introduzca en tentación». Una petición, a primera vista, del 
todo desconcertante. Porque parece suponer que Dios pueda 
inducir a la tentación y, por ello, al pecado. ¿Puede tentar así el 
«Dios bueno»?159. Ya el sabio respondió negativamente a este 
interrogante160: el Dios, que «al principio creó al hombre y le dejó 
en manos de su propio albedrío»161, no puede ser autor del 
extravío humano162, pues él «no hace lo que detesta»163. Con 
mayor fundamento aún responde a aquella pregunta el discípulo 
de Jesús: ¡el Padre no puede inducir a la tentación a sus hijos! Y 
Santiago, en probable respuesta a la dificultad planteada por 
aquella petición, es al respecto del todo categórico: «¡Dios no 
tienta a nadie!»164, para inducir al pecado. 
¡Pero sí prueba para acercar el hombre a él! Como probó la fe 
de Abrahán165, de Isaac y de Jacob166; como probó la fidelidad 
de Israel en el desierto167, primero, y en el exilio168, después; 
como prueba al justo y, en general, a quien comienza a 
servirle169. Todo ello por una sencilla razón: sin la prueba el 
hombre se aleja de Dios, mientras que la prueba le acerca a él. ¡No 
hay salvación sin tentación! Esta forma, pues parte de la salvífica 
pedagogía divina. Y a ella no escapa el cristiano. También su fe es 
sometida al crisol de la prueba170, que engendra la paciencia y, 
con ésta, la esperanza «que no falla», por estar enraizada en «el 
amor de Dios»171: ¡en la prueba experimenta el cristiano la 
fidelidad de ese amor! Y esa fidelidad, precisamente, «no permite 
que aquél sea probado sobre sus fuerzas, sino que le da ya, con la 
prueba, el feliz resultado de poder resistirla»172 así como, luego, 
«la corona de la vida, prometida» por él a quien victoriosamente 
«la soporta»173. Dios prueba, por tanto, para acercar al hombre a 
él, para manifestarle su fidelidad y amor, para salvarle. 
¡No tienta, pues, para alejarle de él! La tentación es propia de 
Satanás174: «el tentador»175 o «seductor del mundo entero»176. 
La petición del padrenuestro suplica, pues, no ser inducido por él: 
no caer en las manos del tentador, no sucumbir a la tentación. Así 
rezaba el piadoso judío: «¡Haz que no entremos en las manos del 
pecado..., ni en las manos de la tentación...»177. Y Jesús, 
consciente de que Satanás está al acecho para «cribar como el 
trigo» la fe de sus discípulos178, les exhorta en Getsemaní: 
«¡Orad, para que no entréis en tentación!»179, es decir, para que 
no sucumbáis a la prueba del tentador, para que no caigáis en 
ella180. ¿A qué tentación se refiere? 
La petición no lo especifica. Pero la indeterminación de ese 
sustantivo concreto (=«tentación») muestra ya, que el acento 
recae sobre la naturaleza o cualidad del mismo181. Se trata, pues, 
de una tentación especial. Más luz sobre su significado arroja el 
empleo de ese mismo vocablo en el contexto de la getsemaníaca 
exhortación de Jesús a Pedro, Santiago y Juan: «Velad y orad, 
para que no entréis en tentación»182. También aquí la 
indeterminación del sustantivo alude a una tentación no ordinaria, 
sino muy especial. Y el anterior contexto inmediato de Lucas sobre 
la predicción de las negaciones de Pedro183, permite 
determinarla: «Simón, Simón, Satanás os ha reclamado para 
cribaros como el trigo; pero yo he rogado por ti, para que no falta 
tu fe; y tú, una vez convertido, apoya a tus hermanos»184. ¡Sólo la 
oración de Jesús mantendrá firme la fe de Pedro, y—mediante 
él—la de los demás discípulos, en la dignidad mesiánica del 
Maestro185, ante la prueba de la misma por parte de Satanás! 
Aquélla es, pues, una tentación muy especial: la tentación de 
apostasía de la fe en la dignidad mesiánica de Jesús y, por tanto, 
de la fe en Quien le envió186. Para no caer en esa prueba 
definitiva o sucumbir a esa tentación mesiánica son exhortados 
luego los tres discípulos a velar y orar (cf. supra). 
Análogo significado envuelve, con toda probabilidad, ese 
vocablo, en el contexto de la petición, que ruega al Padre «no caer 
en tentación». Se trata de una tentación especial (cf. supra). Y 
podemos determinarla. Pues el puesto central de la súplica por la 
venida del reinado del Padre, en ambas redacciones 
evangélicas187, muestra que ésa se identifica, con toda 
probabilidad, con la apostasía de aquel reinado, con el rechazo del 
señorío del Padre sobre la vida de «los hijos del reino»188. Una 
apostasía que, al nivel de la redacción mateana, se realiza en la 
recusación a cumplir la voluntad del Padre, manifestada en «las 
palabras» del Hijo189. Por lo demás, esa apostasía del reinado de 
Dios, con la que se profana el nombre del Padre, implica la 
apostasía de la fe en la dignidad mesiánica de su Anunciador e 
Inaugurador. Asi lo insinúa, por otra parte, el paralelismo entre la 
formulación literaria de esa petición y la exhortación getsemaniaca 
de Jesús a los discípulos (cf. supra). Quien rechaza al Padre 
rechaza al Hijo, y viceversa190. Se trata, pues, de la tentación por 
excelencia. Tramada sin duda por el diabólico «enemigo del 
reino»191. Y el evangelista Mateo lo insinúa, con suficiente 
claridad, al añadir seguidamente la súplica por la liberación del 
«maligno» (cf. infra). 
En aquella petición los discípulos de Jesús ruegan, por tanto, al 
Padre preservarles de sucumbir a la tentación genesiaca de «ser 
como dioses»192, de rechazar su señorío sobre la propia historia. 
También le suplican preservarles de caer bajo el poder del 
«tentador» diabólico, cuando, con «la tribulación o persecución a 
causa de la Palabra», haya llegado para ellos «la hora de la 
prueba»193, el momento de ser «cribados como trigo» por 
Satanás194, la hora de creer a los pseudo-mesías y falsos 
profetas o permanecer fieles a su fe en Cristo195... «hasta el fin»: 
¡Sólo ésos se salvarán!196. 
Una «hora», por tanto, decisiva. No relegada, sin embargo, a un 
futuro lejano. Ni reservada para extraordinarias ocasiones. Al 
contrario. La hora del «tentador>> puede sonar —¡de hecho 
suena!— en cualquier momento y circunstancia, en el quehacer 
diario: cuando, por ejemplo, se presenta la disyuntiva de servir a 
los ídolos de este mundo o al único Dios verdadero, ceder al 
egoísmo o amar al prójimo, practicar la «ley de talión» o no resistir 
al mal recibido, vengarse del ofensor o perdonarle, odiar al 
enemigo o rogar por él, rechazar la propia cruz o aceptarla,... 
hacer la voluntad propia o la del Padre. Entonces se puede 
apostatar de la fe cristiana o permanecer fiel «hasta el final». Para 
soslayar aquel peligro y conservar esa fidelidad, los discípulos 
deben «velar y orar»197 insistentemente198 al Padre que «no les 
deje caer en» la prueba suprema, en «la tentación» de renegar, 
con palabras o con hechos, que él es el único Dios, que su hijo 
Jesucristo es el único señor y salvador: ¡no permitas, Padre, que 
sucumbamos en esa hora a la tentación!; ¡danos entonces la 
victoria sobre el tentador! 

SANTOS SABUGAL
EL PADRENUESTRO EN LA INTERPRETACIÓN
CATEQUÉTICA ANTIGUA Y MODERNA

SIGUEME. SALAMANCA 1997. Págs. 295-328

........................
1. Cf. Sant 1, 13.
2. Gén 22, 1-18.
3. Mt 4, 1-10 par.
4 Lc 22, 46.
5. S. Cipriano introduce como texto la paráfrasis textual de Tertuliano (cf. 
supra). 
6. 2 Re 24, 11 = Dan 1, 1-2. 
7. Is 42, 24-25. 
8. 1 Re 11, 23. 
9. Job 1, 12. 
10. Jn 19, 11. 
11. Mt 26, 41.
12. Gal 5, 17. 
13. Rom 8, 7. 
14. Job 7, 1. 
15. 1 Cor 10, 13.
16. Efe, 12.
17. Sal 23, 20; cf. Jdt 8, 26-27.
18. Hech 14, 22.
19. Prov 30, 9.
20. 1 Cor 3, 17; 6, 18-19.
21. Mt 6. 2.5. 
22. XXIX. 9. 
23. Sal 1. 2. 
24. Cf. XXIX. 10. 
25. XXIX. 9. 
26. Job 7. 1. 
27. Cant 2. 9-10. 
28. XXIX. I I. 
29. Mt 26. 41.
30. Prov 1, 17. 
31. Sal 65, 11. 
32. Cf. Rom 1, 24. 
33. Cf. Rom 1, 26-27. 
34. Cf. Rom 1, 28-32.
35. Job 40, 3. 
36. Dt 8, 2-3.15-16. 
37. Rom 8, 28. 
38. Eclo 34, 9
39. Sant 1, 2
40. Sal 65, 10-12. 
41. El capadocio explica, pues, esta petición junto con la siguiente: cf. infra. 
42. Forma textual representada por san Cipriano (cf. supra), quien la tomó de 
la paráfrasis textual de Tertuliano (cf. supra). 
43. Entre ellos: san Cipriano y san Ambrosio (cf. supra). Esa forma textual 
es, como reconoce san Agustín, una paráfrasis al texto evangélico, 
claramente formulada ya por Tertuliano (cf. supra). 
44, Eclo 34, 10.
45. Gál 4, 13. 
46. Dt 13, 8. 
47. Jn 6, 6. 
48. Eclo 27, 5. 
49. Lc 22, 31. 
50. Lc 22, 32.
51. 1 Cor 10, 13. 
52. Job 7, 1. 
53. Sant 1, 13. 
54. Dt 13. 8.
55. Sant 1, 14-15. 
56. Cf. MI 12, 43-45 = Lc 11, 24-26. 
57. 2 Pe 2, 21.
58. Forma textual de san Cipriano y san Ambrosio (cf. supra), diversa del 
texto de la petición (=indu- cas) usado por el Catecismo romano y de la 
que aquélla es ya una paráfrasis. 
59. Mt 26, 41. 
60. Mt 26,41. 
61. 1 Cor 10, 13. 
62. Cf. Heb 4, 13.
63. Dt 13 3.
64. Cf. Gén 22. 1-18.
65. Tob 12, 13.
66. Mt 4, 3: Tes 3. 5.
67. Sal 5, 6.
68. Sant 1, 13.
69. Cf. Lc 15. 1-14.
70. Ex 4, 21.
71. Is 6, 10. 
72. Rom 1, 26-28. 
73. Job 7, 1. 
74. 1 Pe 5, 6. 
75. 1 Pe 5, 4. 
76. 2 Tim 2, 5. 
77. Sant 1, 12. 
78. Heb 4, 15.
79. Lc 11, 32.
80. Jn 16, 33.
81. Cf. Heb 11, 33; 1 Jn 2, 14.
82. Cf. Mt 26, 41; Sant 4, 7.
83. Sal 143, 1; cf. 17, 36, 1 Sam 2, 4.
84. Cf. 1 Cor 15, 57; Ap 12, 10-11; 17, 14; 21, 7.
85. Sant 1, 13-14.
86. Jn 6, 44. 
87. 1 Cor 15, 10.
88. Ga 2, 20.
89. Mt 18, 7. 
90. Gén 4, 8-9. 
91. Mt 4, 3; 1 Cor 10, 13.
92. Mt 26, 41.
93. 1 Tim 6, 9.
94. Sal 11, 5.
95. Eclo 4, 16-18.
96. Dt 8, 2.16; Jdt 8, 21.
97. Sal 66, 10; Jdt 8, 26-27.
98. Tob 12, 14.
99. Eclo 2, 1.4.
100. Eclo 44, 20.
101. Job 7, 18-21.
102. Cf. Sab 3, 5-6; Tob 3, 21; 12, 13.
103. Sal 26, 2; 139, 23.
104. Sant 1, 12; 1 Pe 4, 12.
105. Sant 1, 2; 1 Pe 1. 6.
106. Heb 2, 13.
107. Heb 4, 15.
108. Ap 2, 10, 3, 10; Sant 1, 12.14. 
109. 1 Tes 3, 3. 
110. Mc 14, 38 par. 
111. Mt 26, 41 par. 
112. Berakôt 60b. 
113. Gén 3, 1-7. 
114. Cf. Ap 3, 10. 
115. Mc 1, 13. 
116. Mt 4, 3.
117. Mt 8, 29.
118. Lc 4, 13.
119. Lc 10, 8.
120. Mt 13, 25-39.
121. Lc 22, 53; cf. Mc 14, 41.
122. Lc 22, 3; Jn 13, 2.27.
123. Lc 22, 31.
124. Lc 22, 28.
125. Lc 22, 29.
126. No: «arrojado fuera»: Jn 12, 28, cf. Lc 10, 8
127. Jn 16, 11.
128. Ap 12, 7-12.
129. Mc 13, 9-13 par; Mt 10, 17-25; Jn 15, 18-16, 11; Ap 12, 13-16, 13.
130. 2 Tes 2, 8.
131. 2 Cor 2, 11.
132. 2 Cor 11, 12-15.
133. 1 Tes 2, 18.
134. 2 Cor 12, 7.
135. 2 Cor 11, 14.
136. Hech 20, 19.
137. 1 Cor 7, 5; Hech 5, 3; Gál 6, 1.
138. 1 Tes 3, 5.
139. 1 Tim 5, 15.
140. 1 Tim 3, 6.
141. Col 1, 13; cf. Ef. 6, 12; Gál 1, 4.
142. Ef 4, 27.
143. Mt 24, 12.
144. Heb 3, 8=Sal 95, 8.
145. Ap 3, 10.
146. Lc 8, 13.
147, Rom 16, 20.
148. 2 Pe 2, 9.
149. Sant 1, 13.
150. Sant 1, 12.
151. Sant 1, 14.
152. Mc 13, 30.
153. Lc 22, 31.
154. 1 Cor 10, 13.
155. Mc 14, 38.
156. Jn 17, 15.
157. Cf. Sant 1, 13.
158. Berakôt, 60b. 
159. Lc 18, 19=Mt 19, 17.
160. Cf. Eclo 15, 11-20; Prov 19, 3.
161. Eclo 15, 14; cf. Gén 2, 16-17; 3, 2-3.
162. Eclo 15, 12-13.
163. Eclo 15, 11.
164. Sant 1, 13.
165. Gén 22, 1-12; cf. Eclo 44, 20; 1 Mac 2, 52; Jdt 8, 26; Heb 11, 17.
166. Cf. Jdt 8, 26-27.
167. Dt 8, 2.16.
168. Sal 66, 10-12.
169. Cf. Eclo 4, 17; 2, 1.
170. Cf. Sant 1, 2-3; 1 Pe 4, 12; 1 Tes 2, 4.
171. Cf. Sant 1, 3-4; Rom 5, 3-5.
172. 1 Cor 10, 13.
173. Sant 1, 12.
174. Cf. Mc 1, 13 par; Lc 22, 31; Hech 5, 3; 1 Tes 3, 5; 1 Cor 7, 5; Ap 2, 10.
175. Mt 4, 3; 1Tes 3, 5.
176. Ap 12, 9.
177. Tb Berakôt 60b; cf. también: Tb Sanhedrín, 107a. Otros textos judaicos 
en: J. Camignac, o. c., 272.
178. Lc 22, 31. 
179, Lc 22, 40-46 par. 
180. La sintaxis semítica corrobora esta interpretación, pues el testimonio de 
textos veterotestamen- tarios, judaicos y neotestamentarios muestra que 
la negación ante un verbo causativo puede negar la causa o el efecto de 
la acción, y en muchos casos niega el efecto. La petición no suplica, por 
tanto, ser liberados de la tentación en cuanto tal, sino del efecto de la 
misma: caer en ella o sucumbir a ella. 
181. Cf. M. Zer~vick, Graecitas Bíblica, Roma 5,1966, 179. 
182. Mt 26, 41=Lc 22. 40.46. 
183. Lc 22, 31-34.
184. Lc 22, 31-32. 
185. En el evangelio de Lucas la fe (con la excepción de Lc 18, 8) se 
relaciona siempre con Jesús: cf. Lc 5, 20; 7, 6- 9.37-38.50; 8, 25.44-48; 
17.5-6.15-19; 18, 41-42. 
186. «El que a mí me rechaza, rechaza a quien me ha enviado»: Lc 10, 16; 
cf. Mc 9, 37b=Mt 10, 40b; Jn 13, 20b. 
187. Cf. supra. 28 s. 31 s.
188. Mt 13, 38a ¡Con ellos conviven «los hijos del maligno»! (Mt 13, 38b).
189. Cf. Mt 7, 21-27.
190. Cf. supra, n. 186. 
191. Cf. Mt 13, 25.39: 12, 22-28=Lc 11, 14-22.
192. Gén 3, 5.
193. Cf. Mt 13, 20-21=Lc 8, 13.
194. Lc 22,31.
195. Cf. Mt 24, 3-12.23-24=Lc 21, 8-17.
196. Mt 24, 13=Lc 21, 19.
197. Mt 26, 41=Lc 22, 40.46.
198. Lc 18, 1.
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