ANTOLOGÍA EXEGÉTICA DEL PADRENUESTRO
* * * * *
El pan nuestro de cada día dánosle hoy
1. TERTULIANO
(De oral., VI, 1-4)
·TERTULIANO/PATER PATER/TERTULIANO
¡Qué elegantemente dispuso la sabiduría divina el orden de esta
oración, colocando, tras las peticiones que se refieren a las cosas
celestiales—el nombre, la voluntad y el reino de Dios—, aquellas
relativas a nuestras necesidades terrenas! Pues el Señor había
dicho: Buscad primero el reino de Dios y todo lo demás se os dará
por adidura»1.
De modo espiritual, sin embargo, debemos entender: «danos
hoy nuestro pan de cada día», dado que Cristo es «nuestro pan»
porque Cristo es vida y, siendo vida, es pan. «Yo soy el pan de la
vida»2, dijo; y un poco antes: «pan es la palabra del Dios vivo, que
bajó del cielo»3. También afirmó, para mostrar que su cuerpo es
considerado pan: «esto es mi cuerpo»4. Pidiendo «nuestro pan de
cada dia», suplicamos, pues, vivir siempre unidos a Cristo e
indisolublemente ligados a su cuerpo.
La interpretación literal de esta petición, sin embargo, puede
estar de acuerdo con la fe religiosa y la disciplina espiritual. Pues
prescribe pedir el pan, la sola cosa necesaria a los fieles,
preocupándose de lo demás los paganos5. Es lo que (el Señor)
inculca con ejemplos y corrobora con parábolas, cuando dice:
«¿Acaso un padre quita el pan a los hijos, para darlo a los
perros?»6; asimismo: «¿acaso al hijo que pide pan, le dará (el
padre) una piedra?»7. Muestra, pues, lo que los hijos esperan de
su padre. También pedía pan aquel amigo que de noche llamaba
a la puerta8. Con razón, sin embargo, añade: «dánosle hoy»,
quien había prevenido: «No os afanéis por vuestro alimento de
mañana»9. Y para esta enseñanza propuso también la parábola
de aquél, que, tras una rica cosecha, ideó ampliar sus graneros
para asegurarse larga vida, cuando había de morir aquella misma
noche10.
Il. SAN CIPRIANO
(Sobre la oración dominical, 18-21)
·CIPRIANO/PATER PATER/CIPRIANO
Continuando el «padrenuestro» pedimos y decimos: «el pan
nuestro cotidiano dánosle hoy». Esto puede interpretarse
espiritual o literalmente, porque ambos sentidos aprovechan para
la salud del alma; en efecto, «el pan de vida» es Cristo y este pan
no es de todos, sino nuestro. Y al modo que decimos «Padre
nuestro», porque lo es de los creyentes y de los que le conocen,
así le llamamos también «pan nuestro», porque Cristo es el pan de
los que tomamos su cuerpo. Este es el pan que pedimos nos dé
«cada día», no sea que los que estamos en Cristo y recibimos
diariamente la eucaristía del pan celestial por algún delito grave
nos veamos separados del cuerpo de Cristo, como declara y dice
él mismo: «Yo soy el pan de vida, que bajó del cielo; si alguno
comiere de mi pan, vivirá eternamente; y el pan, que yo diere, es
mi carne para la vida del mundo»11. Cuando declara, por tanto,
que vive eternamente el que comiere de ese pan, es claro que los
que viven son los que toman su cuerpo y reciben la eucaristía por
derecho de participación. Al contrario, es de temer que, si uno
queda excluido y separado del cuerpo de Cristo, no vaya a
alejarse de la vida; y por ello se ha de rogar, ya que amenaza
Cristo con estas palabras: «Si no comiereis la carne del Hijo del
hombre y bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros»12.
Por lo mismo pedimos cada día que se nos dé «nuestro pan», esto
es, Cristo, a fin que los que permanecemos y vivimos en Cristo,
nunca nos separemos de su santificación ni de su cuerpo.
Empero, también puede entenderse en el sentido de que los
que hemos renunciado al mundo y rechazado las riquezas y
pompas a cambio del don espiritual que recibimos por la fe, sólo
debemos pedir el alimento y sustento, ya que nos lo advierte el
Señor con estas palabras: «El que no renuncia a todo lo que tiene,
no puede ser mi discípulo»13. Ahora bien, el que empieza a ser
discípulo de Cristo, conforme al aviso de su Maestro, renunciando
a todo, debe pedir el alimento diario, sin extender a más sus
deseos y petición; porque en otro lugar prescribe el Señor lo
siguiente: «¡No penséis en el día de mañana, pues el día de
mañana él pensará para si! ¡basta a cada día su malicia!»14. Con
razón, por tanto, pide el discípulo de Cristo el alimento del día, ya
que se le prohibe pensar en el mañana; pues sería contradictorio
y repugnante querer vivir largo tiempo en este mundo, dado que
rogamos por la venida del reino de Dios cuanto antes. Lo mismo
avisa el santo apóstol, para fortalecer la firmeza de nuestra fe y
esperanza: «Nada hemos traído a este mundo, ni tampoco
podemos sacar de él; así que, teniendo alimento y vestido,
debemos contentarnos con esto. Mas los que quieren ser ricos,
caen en la tentación y trampa y muchos malos deseos, que
hunden al hombre en la perdición y muerte; pues la raíz de todo
mal es la codicia, siguiendo la cual, algunos naufragaron en la fe y
se enredaron en muchos trabajos»15.
Nos enseña no sólo a menospreciar las riquezas, sino también a
considerarlas como peligrosas, pues que en ellas está la raíz de
los vicios16, que halagan y engañan al entendimiento humano con
falsas apariencias. Por eso reprende Dios a aquel rico necio, que
sólo pensaba en las riquezas temporales y se vanagloriaba de la
abundancia de sus frutos, diciéndole: «¡Necio!, esta misma noche
se te arrancará la vida; ¿de quién será, pues, lo que
atesoraste?»17. El necio se saboreaba en su opulencia, habiendo
de morir aquella noche; y aquél, a quien iba a faltarle ya la vida,
pensaba en aumentar sus recursos. Por el contrario, enseña el
Señor que es perfecto y acabado aquél que, después de vender
todos sus bienes y distribuirlos entre los pobres, esconde su
tesoro en el cielo18. Aquél, dice, puede seguirle e imitar su
gloriosa pasión, ya que, desembarazado, no se deja enredar por
los lazos de los bienes familiares, sino, libre y suelto, sigue él tras
los tesoros que ha enviado por delante al Señor. A fin que cada
uno de nosotros pueda prepararse para este desprendimiento,
debe aprender a orar, y conocer por el tenor de la oración cómo
debe ser ésta.
Ni puede faltar el alimento cotidiano al justo, estando como está
escrito: «No matará de hambre el Señor al hombre justo»19; y en
otro pasaje: «Fui joven y envejecí y nunca vi desamparado al
justo, ni a su descendencia falta de pan20; y también promete el
Señor cuando dice: «No penséis ni digáis qué comeremos, o qué
beberemos, o de qué nos vestiremos. Esto ya les preocupa a los
gentiles. Sabe bien vuestro Padre que necesitáis de estas cosas.
Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y de todo esto se os
proveerá»21. Promete, pues el Señor a los que buscan el reino y
justicia de Dios que se les dará todo. Y, en efecto, siendo todo de
Dios, a quien tiene a Dios nada le faltará, si él no falta a Dios. Así
se explica que a Daniel, encerrado en la cueva de los leones por
orden del rey, se le provea milagrosamente de comida y sea
alimentado hallándose entre fieras hambrientas, pero no voraces
con él22. Lo mismo sucedió a Elías, que es alimentado en su fuga
en el desierto por cuervos, que le sirven y le llevan el alimento
mientras es perseguido23. Y, ¡oh detestable crueldad de la malicia
humana!: las fieras perdonan, las aves sustentan y, en cambio, los
hombres acechan y se ensañan.
III. ORÍGENES
(Sobre la oración, XXVII, 1-17)
·ORIGENES/PATER PATER/ORIGENES
[...] Algunos piensan que se nos manda pedir el pan material.
[...] Nosotros, en cambio, siguiendo las enseñanzas del Maestro
mismo en lo referente al pan, expondremos ampliamente otra
interpretación.
[...] «En verdad os digo, vosotros me buscáis no porque habéis
visto los milagros, sino porque habéis comido los panes y os
habéis saciado»24. Porque el que comió de los panes que Jesús
bendijo se sintió saciado de ellos, sigue procurando comprender
más perfectamente al Hijo de Dios y a él se siente fuertemente
atraído. Por eso ordenó muy bien el Maestro «procuraos no el
alimento perecedero, sino el que permanece hasta la vida eterna,
el que el Hijo del hombre os dará»25. y como preguntasen los
oyentes diciendo: «¿Qué haremos para hacer obras de Dios?»,
respondió Jesús y les dijo: «La obra de Dios es que creáis en
aquél que él ha enviado»26. [...] Los que creen en este Verbo
hacen obras de Dios que son el alimento que permanece hasta la
vida eterna. Pues dice: «Mi Padre es el que os da el verdadero
pan del cielo; porque el pan de Dios es él que bajó del cielo y da la
vida al mundo»27. El verdadero pan según eso, es el que nutre al
hombre verdadero, al que está hecho a imagen de Dios; y el que
se alimenta de ese pan se hace también semejante al Creador.
¿Qué hay, en efecto, más apto para alimentar al alma que el
Verbo? ¿Qué más precioso que la sabiduría divina para el espíritu
de quien la puede comprender? ¿Qué hay más conveniente para
una naturaleza racional que la verdad?
Si alguien objeta a esto que, si así fueran las cosas, no hubiera
habido lugar a que Cristo enseñara que hay que pedir un pan
sustancial como algo distinto de él mismo, sepa también que en el
evangelio de san Juan habla unas veces del pan como de algo
distinto de sí, otras como si él fuera el pan. Habla como si se
tratara de otro cuando dice: «Moisés no os dio pan del cielo; es mi
Padre el que os da el verdadero pan del cielo»23. Pero a los que
dijeron: «Danos siempre este pan», les responde refiriéndose a sí
mismo: «Yo soy el pan de vida; el que viene a mí no tendrá ya más
hambre, y el que cree en mí jamás tendrá sed»29. Y poco
después: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de
este pan vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne
para la vida del mundo»30.
[...] Este es verdadero alimento: la carne de Cristo; alimento
que, siendo Verbo, se hizo carne, según la frase: «El Verbo se
hizo carne» y cuando lo comemos, entonces «habita entre
nosotros» y cuando es distribuido, se cumple la cláusula: «y
hemos visto su gloria»31. «Este es el pan bajado del cielo. No
como el pan que comieron los padres y murieron; el que come
este pan vivirá para siempre»32.
Pero Pablo, hablando a los corintios como a niños pequeños,
que se comportan al modo humano, les dice: «Os di a beber leche,
no os di comida porque aún no la admitíais; y ni aún ahora la
admitís, porque sois todavía carnales»33. Y en la Carta a los
hebreos: «Y os habéis vuelto tales, que tenéis necesidad de leche
en vez de manjar sólido; pues todo el que se alimenta de leche no
es capaz de entender la doctrina de la justicia, porque es aún
niño; mas el manjar sólido es para los perfectos, los que en virtud
de la costumbre tienen los sentidos ejercitados en discernir lo
bueno de lo malo»34. Y en otro lugar dice: «Hay quien cree poder
comer de todo; mas el que está enfermo tiene que comer
verduras»35. Y pienso yo que no se refiere en primer lugar a los
alimentos del cuerpo, sino al alimento del alma. Porque el más fiel
y más perfecto puede asimilarlo todo; y a él se refiere con la frase:
«Hay quien cree poder comer de todo». Pero al más débil e
imperfecto le bastan enseñanzas más simples [...]; y para designar
a éste dice: «mas el que está enfermo tiene que comer verduras».
[...] Así, pues, para que no enferme nuestra alma por falta de
alimentos, o muramos a Dios por hambre de la palabra del Señor,
siguiendo a nuestro maestro y salvador con nuestra fe y con una
vida de mayor rectitud, debemos pedir al Padre el pan vivo, que es
el verdaderamente sustancial.
Antes de proseguir la explicación hay que desentrañar el
significado del término epiousios36: en primer lugar hay que saber
que ese vocablo no es empleado por ningún autor literario o
científico griego, ni se encuentra tampoco en el uso vulgar, sino
que parece creado por los evangelistas37 [...] y, según parece,
[...] se ha formado de ousía (=sustancia), para indicar el pan, que
se transforma en nuestra sustancia [...]. La sustancia en sentido
estricto, según la teoría [=Platón] que afirma que la sustancia de
los seres inmateriales es la hipóstasis o substracto principal de
todos, debe considerarse como uno más de estos seres
inmateriales, que tienen su existencia fija sin admitir crecimiento o
disminución. [...] Otros [=los estoicos] opinan que la sustancia de
los seres inmateriales es secundaria y que la principal es la de los
seres materiales. Por eso dan esta definición: «Sustancia es la
primera materia de las cosas, de la que proceden los seres» [...].
Ocupados en indagar acerca de la sustancia, con motivo del «pan
sustancial» [...], hemos hecho este excurso para distinguir los
diversos conceptos de sustancia. Por otra parte, habíamos dicho
anteriormente que el pan, que debíamos pedir, era un pan que se
puede captar por la inteligencia. Hay, pues, que ver un estrecho
parentesco entre la sustancia y el pan. De la manera que el pan
material, al distribuirse por el cuerpo de quien lo come, se
convierte en la sustancia, así «el pan vivo que ha descendido del
cielo», asimilado por la mente y por el alma, comunica su
virtualidad a quien se presta a ser alimentado por él. De esta
forma el pan, que pedimos, será sustancial.
Además, así como las diversas energías del que se alimenta
dependen de las cualidades nutritivas de los alimentos ingeridos,
que pueden ser sólidos y convenientes para atletas, o lácteos y
leguminosos, así también cuando la palabra divina se ofrezca a los
niños en forma de leche, o a modo de legumbres a propósito para
enfermos, o como carne útil para los combatientes, cada uno de
los que se nutren proporcionalmente a las condiciones en que se
presentó para recibir la palabra divina, es lógico consiga efectos y
desarrollo distintos. Por lo demás, hay alimentos que se
consideran perniciosos, los hay que producen enfermedades, y
algunos ni siquiera se pueden tomar. Y todas estas cosas se han
de aplicar, por analogía, a la variedad de disciplinas, que
entendemos pueden alimentar. Según esto, un pan sustancial es
aquél que, siendo utilísimo a la naturaleza racional y estando
íntimamente relacionado con la sustancia misma, produce salud,
buena constitución y energías en el alma, dando a participar, a
quien lo come, su propia inmortalidad: ¡porque inmortal es el
Verbo de Dios!
Este «pan sustancial» me parece que, en la Escritura, se llama
también «árbol de vida», el cual, «si alguno tiende su mano y
come de él, vivirá para siempre»38. Con un tercer nombre llama
Salomón a este árbol «la ciencia de Dios, que es el árbol de vida
para quien la consigue, y quien la alcanza es bienaventurado»39.
Y como también los ángeles se alimentan de la sabiduría divina y,
contemplando la sabiduría y la verdad, toman energías para
realizar sus propias acciones, por eso se afirma en el libro de los
salmos que también los ángeles se alimentan de él; y que los
hombres de Dios, comprendidos en este caso bajo el nombre de
hebreos, llevan vida en común con los ángeles y son como
conciudadanos de ellos. De aquí el texto: «Comió el hombre pan
de ángeles»40. Y no debemos ser tan escasos de inteligencia que
pensemos que es de un cierto pan material aquél que, según la
narración del Exodo41, cayó del cielo para los que habían salido
fugitivos de Egipto, del que se sirven los ángeles y del que [...] los
hebreos fueron hechos partícipes [...]. Indagando cuál es el «pan
sustancial», que al mismo tiempo es el árbol de la vida y de la
sabiduría de Dios, y se constituye en alimento común de los
hombres santos y de los ángeles, no será ajeno a este propósito
volver nuestra atención a lo que se dice en el Génesis: tres
varones se presentaron delante de Abrahán y comieron panes
amasados a base de tres seas de flor de harina y cocidos al
rescoldo42. Estas cosas probablemente no se dijeron con un solo
sentido, sino en forma figurada, dando a entender que los santos
pueden comunicar el alimento espiritual y racional no sólo a los
hombres, sino también a las potencias divinas [...]. Se alegran
efectivamente y se alimentan los ángeles con esta demostración; y
se tornan más dispuestos para seguir prestando su máxima
colaboración y poner su mejor empeño en enseñar doctrinas más
elevadas a quien les proporciona esta alegría y, por así decirlo,
los alimenta con las primeras doctrinas nutritivas asimiladas. Y no
es de extrañar que los ángeles sean alimentados por el hombre,
cuando el mismo Cristo confiesa que está a la puerta y llama para
entrar a casa de quien le abra y cenar con él43 de lo que tenga,
dando él después de sus propios bienes a quien, primeramente,
aceptó a la mesa—según sus posibilidades—al Hijo de Dios.
Quien, pues, da firmeza a su corazón, participando del pan
sustancial, se hace hijo de Dios [...]. Y si no repugna [...] que cada
uno sea alimentado de esta o aquella persona, ¿por qué hemos
de temer admitir en todas las potestades [...] y también en los
hombres el que pueda cada uno de nosotros alimentarse de todas
estas cosas?
San Pedro, cuando [...] iba a hacer a los gentiles partícipes de la
palabra divina, vio aquel «mantel sostenido por las cuatro puntas,
que bajaba del cielo y en el que había todo género de
cuadrúpedos y reptiles de tierra»; entonces se le ordena que,
levantándose, mate y coma; y como se negara diciendo: «tú sabes
que jamás cosa manchada o inmunda entró en mi boca», se le
ordenó que no llamara manchado o inmundo a nada; porque lo
que Dios había purificado, Pedro no lo debía llamar impuro [...]44.
La distinción, que establece la ley de Moisés, es una larga
enumeración de animales a base de los alimentos puros e
impuros; y, por analogía con las distintas costumbres de los seres
racionales, es índice de que unos alimentos son nutritivos para
nosotros y otros contraproducentes, hasta que Dios los purifica
todos o, al menos, algunos de cada especie. Pero habiendo tenido
lugar ya esta purificación, y siendo en consecuencia tan grande la
variedad de alimentos, sólo uno entre todos los mencionados es
«el pan sustancial». Debemos pedir llegar a ser dignos de él, para
que, nutridos del Verbo que, siendo Dios, «al principio estaba en
Dios»45, nos transformemos en Dios.
Dirá alguno que el término epiousion se ha formado de epienai
(=sobrevenir, avanzar, aproximar), con lo que se nos indicaría que
debemos pedir el pan propio del siglo futuro, para que nos lo
concediera ya Dios por anticipado y se nos diera hoy lo que habría
de dársenos mañana, entendiendo por hoy la vida presente y por
mañana la vida futura. Mas, siendo mejor—a mi criterio—la
primera interpretación, tratemos de examinar el alcance del
adverbio «hoy» añadido por san Mateo, o de la expresión «cada
día», utilizada por san Lucas46.
Es costumbre en muchos lugares de la Escritura llamar «hoy» a
todo el siglo47. [...] Y si «hoy» es todo este siglo, tal vez «ayer» se
refiera al siglo pasado; esto es lo que sospechamos se dice en los
salmos45 y en la Carta de san Pablo a los hebreos49. [...] Y no es
de admirar que para Dios todo un siglo se compute por el espacio
de un día de los nuestros. [...] Pues quien el día de hoy ruega a
Dios, que existe por infinidad de infinidades, no sólo que lo reciba
hoy, sino cada día, ese tal podrá recibir de «quien es poderoso,
para hacer que copiosamente abundemos más de lo que pedimos
o pensamos»50, [...] aun cosas superiores a las que «ni el ojo vio,
ni el oído oyó, ni vinieron a la mente del hombre»51 [...].
IV. SAN CIRILO DE JERUSALÉN
(Cateq. XXIII, 15)
·CIRILO-DE-J/PATER PATER/CIRILO-DE-J
«El pan nuestro supersustancial dánosle hoy». Este pan
ordinario no es supersustancial. Pero el pan santo es
supersustancial; es decir: preparado para sustancia del alma. Este
pan no va al vientre ni se arroja a un lugar inmundo, sino que se
distribuye por todo tu organismo para utilidad del cuerpo y del
alma. Y aquel «hoy» se dice en lugar de «cada día», como
también decía Pablo: «mientras se verifica aquel hoy»52.
V. SAN GREGORIO NISENO
(De oral. domin. IV (PG 44. 1167D- 1178A))
·GREGORIO-NISA/PATER PATER/GREGORIO-NISA
[...] Yo creo que las palabras, mediante las que se nos prescribe
pedir «nuestro pan de cada día», contienen una doctrina precisa:
que la naturaleza (humana), morigerada y contenta con poco, se
asemeje a la que nada materialmente necesita. El ángel no pide a
Dios el pan, por no necesitar tales cosas; pero al hombre se le
ordena pedirlo, puesto que lo que se vacía necesita rellenarse [...].
De ahí que se nos mande buscar lo necesario, para conservar la
naturaleza corporal. «Danos pan», decimos a Dios; no lujo,
placeres ni riquezas, no elegantes vestidos de púrpura ni
ornamentos de oro, piedras preciosas o vajilla de plata, no
abundantes y anchos campos, ni el mando militar [...] ni cosa
parecida, que distrae al alma del cuidado por cosas divinas y
mejores; pedimos, más bien, pan. ¿Ves cuánta sabiduría contiene
esta breve frase? Como si (el Señor) dijese a los que entienden:
«¡Hombres!, ¡desistid de correr y distraeros tras vanos deseos!
¡dejad las causas de sufrimientos contra vosotros mismos! ¡pocas
son las necesidades de vuestra naturaleza, [...] si os contentáis
con lo necesario!» [...]. «Con el sudor y el trabajo comerás tu
pan53 [...]. Basta de ocupar tu mente en esta necesidad ni
angustiar tu alma por el cuidado del pan, diciendo más bien a
quien «saca pan de la tierra» y «alimenta a los cuervos» y «da de
comer a toda carne...»: «¡De ti he recibido mi vida, reciba también
de ti lo necesario para ella!; ¡dame tú el pan, es decir, obtener
alimento mediante un justo trabajo!». Pues si Dios es justicia,
quien adquiere el alimento mediante la avaricia no puede obtener
de Dios el pan. [...] El pan de Dios, en efecto, es sobre todo fruto
de la justicia. [...] Por tanto, si cultivas propiedad ajena, practicas
la injusticia y confirmas tu ganancia injusta con documentos
escritos puedes ciertamente suplicar a Dios el pan, pero no
escuchará tu petición. [...] ¡Examínate, pues, antes de pedir a Dios
pan! [...].
Bella es también la adición «hoy» al decir: «danos hoy nuestro
pan sustancial», [...], por la que debes aprender la transitoriedad
de la vida humana. Sólo el presente nos pertenece, siendo incierta
la esperanza del futuro, puesto que ignoramos lo que nos
deparará el día de mañana54. ¿Por qué nos preocupamos, pues,
miserablemente de lo incierto? «¡Bástale a cada día su propio
mal'»55 [...]. ¿Por qué nos angustiamos por el mañana? Esta
preocupación nos prohibe quien nos prescribió (pedir para) hoy,
como si dijese: «El que te da el día, te dará lo suficiente para el
día». [...] Aprendamos, pues, lo que se debe pedir para hoy y para
más tarde: el pan es necesario para hoy, mientras que el reino
pertenece a la felicidad futura. Por pan se entienden todas las
necesidades corporales. Si pedimos esto, es claro que el orante
se ocupa de lo transitorio. Pero si pedimos alguno de los bienes
del alma la súplica se dirige a realidades imperecederas, las
cuales, por mandato suyo, deben ser objeto preferido de nuestra
oración: «¡Buscad—dice— el reino y la justicia, y todo lo demás se
os dará por añadidura!»56.
VI. SAN AMBROSIO
(Los sacramentos V 4, 24-26)
·AMBROSIO/PATER PATER/AMBROSIO
[...] ¿Por qué decimos en la oración dominical «el pan nuestro»?
Pedimos ciertamente el pan, pero decimos en griego epiousios, es
decir, sustancial. No es éste un pan material que se transforma en
nuestro cuerpo sino «el pan de vida eterna», que alimenta la
sustancia de nuestra alma. Todo lo cual se llama en griego
epiousios, mientras que en latín a este pan se le llama
«cotidiano», porque los griegos llaman al día siguiente ten
epiousian hemeran. Luego parece útil tanto lo que dicen los
griegos como los latinos. Los griegos han reunido en un vocablo
ambos significados, mientras que los latinos dicen «cotidiano».
Si, pues, el pan es cotidiano, ¿por qué piensas recibirlo de año
en año, como hacen los griegos en oriente? ¡Recibe «cada día» lo
que cada día te beneficia! ¡Vive de tal modo que merezcas
recibirlo cotidianamente! El que no merece recibirlo
cotidianamente, no merece recibirlo cada año. Así como el santo
Job ofrecía diariamente sacrificios por sus hijos57, por temor que
hubieran pecado de corazón o de palabra, tú, sabiendo que cada
vez que se ofrece el sacrificio se anuncia la muerte del Señor, la
resurrección del Señor, la ascensión del Señor58 y la remisión de
los pecados, ¿no recibirás cada día este «pan de vida»?
Quien ha sido herido necesita curarse. Nuestra herida es estar
bajo el pecado y nuestra medicina es el celestial y adorable
sacramento. «Danos hoy nuestro pan de cada día». Si lo recibes
cada día, cada día es «hoy» para ti. Si recibes hoy a Cristo, él
resucita par ti «cada día». ¿Cómo? «Tú eres mi hijo, yo te he
engendrado hoy»59. Tiene, pues, lugar el «hoy» cuando Cristo
resucita. «El es el mismo ayer y hoy»60, dice san Pablo. Y en otro
lugar afirma: «La noche ha pasado, se acerca el día»61. ¡Ha
pasado la noche de «ayer»! y ¡se acerca el día de «hoy»!
VII. TEODORO DE MOPSUESTIA
(Hom. Xl. 14)
·TEODORO-MOP/PATER PATER/TEODORO-MOP
[...] Como (el Señor) nos exhortase a conformarnos al mundo
futuro [...] y, por otra parte, se podría pensar que pedía algo
imposible, es decir, que seres mortales se modelasen según la
vida inmortal, añadió brevemente: «Danos hoy el pan, que nos es
necesario». Deseo, dice, que viváis para las cosas del mundo
futuro y, estando aún en este mundo, reguléis vuestra vida, en lo
posible, como si estuvieseis ya en la otra. No en el sentido de que
no comáis ni bebáis, o que no uséis de lo necesario para esta
vida; sino que, habiendo escogido el bien, lo améis y busquéis
plenamente. Os permito usar las cosas de este mundo para
satisfacer necesidades urgentes; pero no pidáis ni os esforcéis por
tener de aquellas más que las de uso. Pues lo que dice san Pablo:
«Nos basta con tener el alimento y el vestido»62, es lo que el
Señor designa aquí «el pan», llamando así lo que es preciso usar,
dado que, según la opinión general, el pan es lo más preferible
para el alimento y la sustancia de esta vida.
Pero este «hoy» designa también el «ahora», pues existimos
«hoy», no «mañana»; porque, aun cuando lleguemos al día
siguiente, cuando lleguemos, estaremos en el «hoy». La sagrada
Escritura designa «hoy» lo que ahora está presente o próximo.
Así: «Hoy, si escucháis su voz, no endurezcáis vuestros corazones
como en la rebelión, [...] sino consolaos cada día, mientras aquel
hoy perdura»63. Lo que significa: mientras estamos en este
mundo, pensemos escuchar continuamente esta palabra, y cada
día estimulará esta voz nuestra conciencia, mantendrá despierta
nuestra alma y la estimulará a corregir nuestras costumbres,
alejándonos del mal y adheriéndonos al bien
Progresemos cada día sobre (el conocimiento de) lo que somos
mientras en este mundo tenemos el tiempo de la corrección y de la
penitencia; pues, cuando dejemos este mundo, se habrá alejado
ese tiempo y habrá llegado el tiempo del juicio. Por eso dice
nuestro Señor: «danos hoy el pan que nos es necesario»; es
decir, mientras estamos en esta vida, tenemos necesidad de lo
que nos es preciso usar; no os quito ni os prohibo el alimento, la
bebida, el vestido ni demás cosas necesarias a la subsistencia del
cuerpo. Teniéndolas, nos es necesario servirnos de ellas. Y no es
reprensible aceptarlas, cuando las recibimos de otros, dado que
no es indecente pedírselas a Dios. De otro modo ¿cómo sería un
mal usar lo que nos es permitido pedir a Dios, porque es útil a la
subsistencia y conservación de la naturaleza?
«Pan» es, en efecto, el nombre por él dado a lo que sirve para
la subsistencia de la naturaleza. Lo «que nos es necesario»
significa: «según nuestra naturaleza», es decir, útil y necesario a
su conservación. Siendo el Creador quien ha impuesto su uso,
conviene que poseamos lo «necesario».
No conviene, sin embargo, a quienes desean la perfección,
adquirir ni conservar lo superfluo ni lo que sobrepasa al uso
necesario. Ahora bien, que sea necesario pedir lo que conviene
estrictamente al uso, lo indicó él claramente al decir: «que nos es
necesario»—es decir, lo que es útil y necesario a nuestra
naturaleza—, y añadir «hoy». Pues si el autor de la naturaleza
decidió que tales cosas fuesen necesarias en este mundo, es justo
pedirlas y no es reprensible servirse de ellas.
Nadie, sin embargo, debe pedir a Dios ni esforzarse por adquirir
lo que sobrepasa a aquello. Porque lo que no es imprescindible a
nuestra subsistencia ni de uso necesario, lo amontonaríamos y
pasaría a otros, sin obtener ventaja alguna quien se esforzó por
acumularlo y adquirirlo: tras su muerte, aun a pesar suyo, pasará
a otros. Pues nuestro Señor rechazó absolutamente el cuidado de
lo superfluo, pero no prohibió el uso de lo necesario; al contrario,
prescribió incluso pedirlo a Dios.
VIII. SAN JUAN CRISÓSTOMO
(Homilías sobre san Mateo, XIX 5)
·JUAN-CRISO/PATER PATER/JUAN-CRISO
¿Qué quiere decir: «el pan de cada día?». ¡El que basta para
un día! Había dicho el Señor: «hágase tu voluntad, como en el
cielo así también en la tierra»; pero no se olvida de que habla con
hombres vestidos de carne y sometidos a la necesidad de la
naturaleza y que no pueden tener la misma impasibilidad de los
ángeles. Los mandamientos, sí que quiere que los cumplamos
como los cumplen los ángeles; pero en lo demás condesciende
con la flaqueza de nuestra naturaleza. Perfección de vida—nos
dice—, os exijo la misma que a los ángeles; impasibilidad, no.
Porque tampoco lo consiente la tiranía de la naturaleza, que
necesita del alimento ineludible.
Pero advertid, os ruego, cómo hasta en lo material pone el
Señor mucho de espiritual, pues no nos manda pedir en nuestra
oración ni dinero, ni placeres, ni lujosos vestidos, ni cosa
semejante; sólo pan, y «pan de cada día», de modo que ni
siquiera nos preocupemos por el de mañana. Por eso añadió: «el
pan nuestro de cada día», es decir, suficiente para el día.
Y todavía no se contentó con esa palabra, sino que añadió otra,
diciendo: «dánosle hoy». No fatigarse, pues, más allá del día de
hoy con la preocupación del de mañana. ¿A qué sufrir la
preocupación de un dia, que no sabes si lo verás amanecer? Es lo
que nos encarecerá luego más expresamente, cuando nos diga:
«No os preocupéis por el día del mañana»64. y es que quiere que
estemos de todo punto ligeros para la marcha y con las almas
prestas, no concediendo a la naturaleza más que aquello que de
estricta necesidad nos exige.
IX. SAN AGUSTIN
(1. Serm. Mont., II. Vll 25-27; 2. Serm. 56, 9-10; 3. Serm. 57. 7; 4.
Serm. 58, 5)
·AGUSTIN/PATER PATER/AGUSTIN
1) El pan cotidiano o significa todas las cosas necesarias para el
sustento de la vida presente, a propósito de las cuales al legislar
dijo el Señor: «No andéis acongojados por el día de mañana»65, y
en conformidad con este último precepto fue añadido en la oración
dominical: «dánosle hoy»; o significa el sacramento del cuerpo de
Cristo, que todos los días recibimos; o el manjar espiritual, del que
el mismo Señor dice: «trabajad para tener el manjar que no se
consume»66; y también aquello otro: «Yo soy el pan vivo, que ha
descendido del cielo»67. Pero conviene examinar cuál de estas
tres cosas es la más probable:
— Puede ser que alguno inquiera por qué hemos de orar para
conseguir las cosas necesarias a esta vida, como son, por
ejemplo, el alimento y el vestido, habiéndonos dicho el Señor «no
os acongojéis por el cuidado de vuestro sustento o de vuestro
vestido»68. ¿Puede acaso alguno dejar de anhelar las cosas por
las cuales ora para conseguirlas, siendo así que la oración debe
ser dirigida con una atención tan grande, que a esto se refiere [...]:
«buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas las demás
cosas se os darán por añadidura»?69. Evidentemente, el Señor
no dice: «buscad primero el reino de Dios y después buscad estas
cosas», sino que dice: «y todas estas cosas se os darán por
añadidura», esto es, incluso a los que no las buscan. Mas yo no
conozco manera cómo pueda decirse con verdad que alguno no
busca aquello que, para recibirlo, suplica a Dios con la mayor
atención.
— Respecto al sacramento del cuerpo del Señor, para no entrar
en cuestión con muchos orientales que no participan cada día de
la cena del Señor, llamándose «cotidiano» este pan; para que
ellos se callen y, en esta materia, no defiendan su opinión,
apoyándose en la autoridad eclesiástica, alegando que hacen eso
sin escándalo, sin que los jefes de las iglesias se opongan y sin
que sean acusados de desobediencia los que obran de esa
manera, lo cual prueba que en aquellos lugares orientales no se
da este sentido a las palabras «pan cotidiano», porque de otra
manera serian argüidos de pecado grave los que no lo recibieran
diariamente; para no discutir ninguna de esas opiniones, diremos
que todo aquel que reflexione verá claramente que hemos recibido
del Señor una regla para orar, la cual no debe traspasarse ni
añadiendo ni omitiendo cosa alguna. Pues, viendo esto así,
¿quién hay que se atreva a decir que una vez solamente debemos
rezar la oración dominical, o que aunque se rece dos o tres veces,
sólo hasta aquella hora en que recibimos el cuerpo de Cristo, pero
que después no ha de orarse así en las restantes horas del dia?
Porque no podemos decir «dánosle hoy» al que ya hemos
recibido, ni debemos ser obligados a celebrar este sacramento en
la última parte del día.
— En vista de esto, resta que por «pan cotidiano» entendamos
el espiritual, a saber, los preceptos divinos, los cuales conviene
meditar y cumplir todos los días. Porque acerca de ellos dijo el
Señor: «Trabajad para obtener el manjar que dura hasta la vida
eterna»70. Pues este alimento llámase «cotidiano» ahora,
mientras esta vida temporal se desarrolla por dias, que pasan y se
suceden. Y, en realidad, los afectos del alma alternan,
dirigiéndose [...] ya a lo espiritual ya a lo carnal; como aquél, que
en algún tiempo se recrea con alimento y en otro padece hambre,
necesita todos los días pan para calmar el hambre y restaurar las
fuerzas; como nuestro cuerpo en esta vida [...] repone con el
alimento las energías que pierde en el continuo desgaste, así
también el alma, por cuanto sufre como una disminución de amor a
Dios causada por los afectos temporales, necesita restaurarse con
el alimento de los preceptos divinos.
Al decir: «dánosle hoy», se emplea la palabra «hoy» para
expresar todo el tiempo que dura esta vida temporal. Porque
después de esta vida seremos saciados del alimento espiritual por
toda la eternidad, de tal modo que no se llamará «pan cotidiano»,
porque allí no existirá más la movilidad del tiempo, que hace que
los dias sucedan a los dias. Lo de «cada dia» ha de entenderse
según aquellas palabras del salmo, que dice: «Hoy, si oyereis la
voz del Señor»71; las cuales interpreta el apóstol en la Carta a los
hebreos del siguiente modo: «mientras dura el hoy»72, esto es,
mientras vivís; así también ha de entenderse aquí «dánosle hoy».
Si alguno quiere interpretar también esta sentencia del alimento
necesario para el cuerpo o del sacramento del cuerpo del Señor,
conviene que entienda juntamente todas las tres cosas, a fin de
que ciertamente pidamos a la vez el pan necesario al cuerpo, el
visible consagrado en el sacramento y el invisible de la palabra de
Dios.
2) Cuando dices: «El pan nuestro de cada día dánosle hoy», te
confiesas mendigo de Dios; mas no te sonrojes: por muy rico que
sea uno en la tierra, es mendigo de Dios. Está el mendigo a la
puerta del rico, y el rico a la puerta del gran rico. Al rico se le pide,
y él pide a su vez. Si no fuera mendigo, no llamaría con la oración
en los oídos de Dios. Y ¿qué necesita el rico? Me atrevo a decirlo:
necesita también «el pan cotidiano». ¿Por qué nada él en la
abundancia de todo? ¿De dónde le viene, sino del favor divino?
¿Qué tuviera, si Dios retirase la mano? Muchos que se acostaron
ricos, ¿no despertaron pobres? Si, pues, nada le falta,
misericordia es de Dios. Mas este pan, con que se llena el vientre
y a diario se rehace la carne, este pan, digo, ya veis se lo otorga
Dios no sólo a quienes le bendicen, sino también a los que le
blasfeman: «Él hace salir el sol sobre buenos y malos y llueve
sobre justos e injustos»73. Si le bendices, te da de comer; si le
blasfemas, te da de comer. Para que hagas penitencia, te
aguarda; y si no te mudares, te condena.
Viendo, pues, que reciben de Dios este pan buenos y malos, ¿te
figuras no hay un pan, el pan de los hijos, del que decia el Señor
en el evangelio: «no está bien tomar el pan de los hijos para
echárselo a los perros»?74. Sin duda le hay, y sin él no es posible
vivir: ¡sin este pan no podemos! Descaro fuera pedirle riquezas a
Dios, no lo es pedirle «el pan de cada día». Una cosa es solicitar
pábulo del orgullo; otra, pedirle modo de vivir. Sin embargo, como
este pan visible y palpable se les concede a los buenos y a los
malos, ha de ser otro «el pan cotidiano» que piden los hijos: es la
palabra de Dios, que se nos da cada día, «pan nuestro cotidiano»,
del que se nutren las mentes y no los vientres. Obreros ahora
nosotros de la viña, nos es necesario, pero es mantenimiento, no
salario. Ambas cosas le debe al obrero quien le arrienda para la
viña: comida, por que no desfallezca, y salario que se alegre.
Nuestro «alimento cotidiano» en esta tierra es la palabra de Dios,
que siempre se les está dando a las iglesias; el jornal que sigue a
nuestra labor denomínase «vida eterna».
Y si, además, en este «pan cotidiano» ves lo que reciben los
fieles [=eucaristia] y vosotros habéis de recibir una vez bautizados,
en su punto está rogar diciendo: «el pan nuestro de cada día
dánosle hoy» para vivir de modo que jamás nos separemos de
aquel altar.
3) Danos lo eterno; danos también lo temporal. Nos has
prometido el reino, y no puedes negarnos los medios para llegar a
él. Nos darás en ti una gloria sempiterna; pero es preciso que nos
concedas ahora el alimento corporal, y que nos lo des todos los
días, que nos lo des hoy, que nos lo des en todo el tiempo que
quieras tenernos sobre esta tierra. Después que haya pasado
esta vida, ¿tendremos necesidad de pedir el pan de cada día?
Entonces no existirá la palabra «cada día», porque siempre será
hoy. ¿Puede pensarse en el día de mañana, sabiendo que es
eterno el día en que vivimos? De dos maneras debe entenderse la
petición del «pan cotidiano»: por la necesidad del sostenimiento
de la carne, y por la necesidad del alimento del espíritu: la
necesidad del alimento para el cuerpo, se funda en la misma
necesidad de la vida. En los alimentos quedan comprendidos los
vestidos y por eso, cuando pedimos pan, pedimos asimismo con
qué cubrir nuestro cuerpo. También los fieles conocieron el
alimento espiritual que vosotros habréis de recibir del altar de
Dios. Será también «el pan cotidiano» y del todo necesario para la
vida. ¿Por ventura habremos de recibir la sagrada eucaristía
cuando nos acerquemos a Cristo y empecemos a reinar con él?
Luego la eucaristía es también «nuestro pan cotidiano». Pero es
preciso recibirle de tal forma que no solamente reparemos con él
las fuerzas del cuerpo, sino también las del alma. La eficacia, que
este pan encierra, es unidad: ¡reducidos a su Cuerpo y
convertidos en miembros suyos, debemos empezar a ser lo que
recibimos! Entonces será verdaderamente este pan «nuestro pan
cotidiano». Pan cotidiano [...] son también las lecciones santas que
oís en la iglesia, y los himnos que escucháis y cantáis. Pan
cotidiano es todo esto, y absolutamente necesario para nosotros,
mientras vivamos en este destierro. ¿Pensáis que cuando
lleguemos allá habremos de escuchar la lectura de los libros
santos? Allí oiremos al Verbo, veremos al Verbo, comeremos al
Verbo, y beberemos al Verbo, como hacen los ángeles ahora.
¿Acaso necesitan los ángeles de los sagrados códices, ni de
lectores, ni de expositores? ¡No pase por vosotros tan absurdo
pensamiento! Los ángeles leen viendo, y ven la misma verdad y
beben en la verdadera fuente, de la cual sólo recibimos nosotros
como un rocío.
Baste esto sobre «el pan de cada día». Y no dejemos de
pedirlo, puesto que nos es necesario para poder vivir.
4) Puede tomarse esta parte de la oración simplemente como
una súplica, para que se nos conceda abundancia de medios con
que sostener la vida presente; y si no abundancia, por lo menos
que no nos falte lo necesario. «De cada día» quiere decir todos
los días, porque todos los días nos levantamos, todos los días
comemos, y todos los días tenemos hambre. ¡Danos, pues, el pan
para cada día! ¿Por qué no pedimos que nos dé también abrigo?
Nuestro sostenimiento consiste en la comida y en la bebida;
nuestro abrigo, en el vestido y en el techo. No apetezca el hombre
más que esto. El apóstol dice: «Nada hemos traído a este mundo y
nada sacaremos tampoco de él; con tal que tengamos qué comer
y con qué cubrirnos podemos estar contentos»75. Con que
perezca la avaricia, será rica la naturaleza. Luego, si el «pan
nuestro de cada día» se refiere al sustento del cuerpo, como
claramente se ve, no nos extrañe si en él se incluye todo lo demás
que necesitamos. José invitó a sus hermanos diciendo de ellos:
«estos hombres comerán hoy el pan conmigo»76. ¿Es que habían
de comer solamente pan? No; es que en el pan van comprendidos
todos los alimentos. Así es que, cuando pedimos «el pan de cada
día», suplicamos todo lo que conviene al sostenimiento del cuerpo.
Pero ¿qué nos dice Jesús?: «Buscad primero el reino de Dios y su
justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura»77.
Por este pan cotidiano se entiende también la eucaristía. Saben
muy bien los fieles lo que reciben; y bueno es que reciban este
«pan de cada día», necesario para mientras vivamos en la tierra.
Ruegan por sí mismos para hacerse buenos y para poder
perseverar en la bondad: en la fe y en la disciplina. Eso es lo que
desean, eso es lo que piden; porque si no perseverasen en la
virtud, serán separados de aquél. Luego, ¿qué significa «el pan
nuestro de cada día»? Que vivamos de tal suerte que no nos
veamos arrojados de altar.
La palabra de Dios, que todos los días se os explica y que en
cierto modo se parte, es «pan cotidiano». Y lo mismo que los
estómagos desean aquel otro pan que alimente los cuerpos, así la
mente desea éste, para alimento del alma. ¡Ambos panes quedan
incluidos en la petición, que os estamos explicando!
X. SANTA TERESA DE JESUS
(Camino de perfección, cap. 33-35)
·TEREJ/PATER PATER/TEREJ
Entendiendo el buen Jesús [...] que muchas veces hacemos
entender que no entendemos cuál es la voluntad del Señor, [...] y
que ere menester medio, [...] pues cumplirlo vio ser dificultoso, [...]
buscó un medio admirable adonde nos mostró el extremo de amor
que nos tiene, y [...] pidió esta petición: «el pan nuestro de cada
día donosle hoy, Señor». Entendamos, hermanas, por amor de
Dios, esto que pide nuestro buen maestro, que nos va la vida en
no pasar de corrida pors ello, y tener en muy poco lo que habéis
dado, pues tanto habéis de recibir.
Paréceme ahora a mí, [...] que visto el buen Jesús lo que habrá
dado por nosotros, y cómo nos importa tanto darlo, y la gran
dificultad que había, como está dicho, por ser nosotros tales y tan
inclinados a cosas bajas, y de tan poco amor y ánimo, que era
menester ver el suyo para despertarnos, y no una vez, sino cada
día, que aquí se debía determinar de quedarse con nosotros. Y
como era cosa tan grave y de tanta importancia, quiso que viniese
de la mano del eterno Padre. [..,] Bien entendió que pedía más en
esto que ha pedido en lo demás porque ya sabía la muerte que le
habían de dar, y las deshonras y afrentas que había de padecer.
Pues ¿qué padre hubiera, Señor, que habiéndonos dado a su
hijo y tal hijo, y parándole tal, quisiera consentir se quedara entre
nosotros cada día a padecer? Por cierto, ninguno, Señor, sino el
vuestro [...]. Mas vos, Padre eterno, ¿cómo lo consentisteis? ¿por
qué queréis cada día ver en tan ruines manos a vuestro Hijo? Ya
que una vez quisisteis que lo estuviese y lo consentisteis, ya veis
cómo le pararon. ¿Cómo puede vuestra piedad cada día, cada
día, verle hacer injurias? ¡Y cuántas de manos enemigas suyas le
debe de ver el Padre! ¡Qué de desacatos de estos herejes!
¿Oh Señor eterno! ¿Cómo aceptáis tal petición? ¿Cómo lo
consentís! No miréis su amor, que a trueque de hacer
cumplidamente vuestra voluntad, y de hacer por nosotros, se
dejará cada día hacer pedazos. Es vuestro de mirar, Señor mío, ya
que a vuestro Hijo no se le pone cosa delante. ¿Por qué ha de ser
todo nuestro bien a su costa? ¿Por qué calla a todo, y no sabe
hablar por sí, sino por nosotros? Pues ¿no ha de haber quien
hable por este amantísimo cordero? He mirado yo cómo en esta
petición sola duplica las palabras, porque dice primero y pide que
le deis esta pan de cada día, y torna a decir: «dádnoslo hoy,
Señor». Pone también delante a su Padre. Es como decirle que ya
una vez nos le dio para que muriese por nosotros, que ya nuestro
es; que no nos lo torne a quitar hasta que se acabe el mundo; que
le deje servir cada día.
[...] ¡Oh Padre eterno, que mucho merece esta humildad! ¡Con
qué tesoro compramos a vuestro Hijo! Venderle, ya sabemos que
por treinta dineros; mas para comprarle no hay precio que baste.
Como se hace aquí una cosa con nosotros por la parte que tiene
de nuestra naturaleza, y como Señor de su voluntad, lo acuerda a
su Padre, que pues es suya, que nos la puede dar; y así dice:
«pan nuestro». No hace diferencia de él a nosotros, mas
hacémosla nosotros de él, para no darnos cada día por su
majestad.
Pues en esta petición de cada día, parece que es para siempre.
Estando yo pensando por qué después de haber dicho el Señor:
«cada día», tornó a decir: «dádnoslo hoy, Señor»; ser nuestro
cada día, me parece a mí porque acá le poseemos en la tierra y le
poseeremos también en el cielo, si nos aprovechamos bien de su
compañía; pues no se queda para otra cosa con nosotros, sino
para ayudarnos, y animarnos y sustentarnos a hacer esta
voluntad, que hemos dicho se cumpla en nosotros.
El decir «hoy», me parece es para un día, que es mientras
durare el mundo, no más. [...] Y así le dice su Hijo, que pues no es
más de un día, se le deje ya pasar en servidumbre; que pues su
majestad ya nos le dio y envió al mundo por sola su voluntad, que
él quiere ahora por la suya propia no desampararnos, sino estarse
aquí con nosotros [...] este pan sacratísimo para siempre, [...] este
mantenimiento y maná de la humanidad, que le hallamos como
queremos, y que si no es por nuestra culpa, no moriremos de
hambre, que de todas cuantas maneras quisiere comer el alma,
hallará en el santísimo sacramento sabor y consolación [...].
Pedid vosotras, hijas, con este Señor al Padre que os deje hoy a
vuestro esposo, que no os veáis en este mundo sin él: [...] mas
suplicadle que no nos falte, y que os dé aparejo para recibirle
dignamente. De otro pan, no tengáis cuidado las que muy de
veras os habéis dejado en la voluntad de Dios; digo en estos
tiempos de oración que tratáis cosas más importantes, que
tiempos hay otros para que trabajéis y ganéis de comer. Mas con
el cuidado, no curéis gastar en eso el pensamiento en ningún
tiempo; sino trabaje el cuerpo, que es bien procuréis sustentaros,
descanse el alma. Dejad ese cuidado, como largamente queda
dicho, a vuestro esposo, que él le tendrá siempre. [...] Nosotras
pidamos al Padre eterno merezcamos recibir el nuestro pan
celestial de manera que, ya que los ojos del cuerpo no se pueden
deleitar en mirarle por estar tan encubierto, se descubra a los del
alma y se le dé a conocer, que es otro mantenimiento de
contentos y regalos. y que sustenta la vida [...].
X. CATECISMO ROMANO
(IV, V 1-23)
PATER/CATECISMO-ROMANO
1. Por qué esta petición
La prueba más contundente de la convivencia y aun necesidad
de esta petición del padrenuestro la tenemos en la misma
indigencia que todos experimentamos de las cosas que en ella se
piden para conservar la vida corporal. Necesidad más aguda en
nosotros que en los primeros padres, por la distinta condición en
que a todos nos dejó su primer pecado.
— Cierto que Adán y Eva necesitaban también, aun en su
primitivo estado de inocencia, tomar alimentos para conservar y
reparar las fuerzas del cuerpo; pero no necesitaban [...] tantas y
tantas cosas, como han llegado a ser indispensables para la
naturaleza caída. Para proveer ampliamente a todas las
exigencias, hubiérales bastado el fruto del «árbol de la vida»,
plantado por Dios en medio del paraíso. Y no por esto habrían
transcurrido sus vidas en el ocio. Dios les impuso el deber del
trabajo; no un trabajo molesto y fatigoso, sino una ocupación grata
y agradable, a la que siempre habían correspondido los
suavísimos frutos de aquella tierra fecunda. Sus trabajos, sin
fatigas, se habrían visto siempre coronados por el premio: ¡la
tierra jamás fallaría a sus esperanzas!
— Con el primer pecado, la humanidad entera fue arrojada del
paraíso, privada del árbol de la vida y condenada a la fatiga del
duro trabajo78. [...] Nuestra condición y panorama cambió por
completo. Todo nos sucederá al revés de lo que hubiera acaecido
a Adán y a su descendencia, de no haber existido el pecado de
origen. Situación tanto más dura la nuestra, cuanto que no pocas
veces los más fatigosos trabajos, los más grandes gastos y
sudores no se ven coronados por el fruto impedido o arruinado
por la esterilidad del terreno, por las intemperies del tiempo, por
las sequías, piedra, langosta, pulgón y otras enfermedades que
pueden inutilizar en bien poco tiempo el trabajo de temporadas y
aun de años enteros. Castigo, la mayor parte de las veces, de
nuestros pecados; porque Dios mantiene su tremenda
condenación: «con el sudor de tu rostro comerás el pan»79, y
retira sus bendiciones fecundantes de nuestros pobres trabajos.
Realmente es dura nuestra vida e inmensas sus necesidades,
agravadas casi siempre por nuevas culpas. Nuestra esperanza y
nuestros esfuerzos serán vanos e inútiles, si el Señor no los
acompaña con sus bendiciones80. [. . .] Toda nuestra vida, pues,
y las cosas terrenas de las que ella depende, se encuentran, en
último análisis, en manos de Dios. Esta reflexión nos estimulará y
obligará a todos a volver los ojos a «nuestro Padre, que está en
los cielos», y a suplicarle humildemente los bienes terrenos
juntamente con los espirituales. [...] Plegaria que en nosotros debe
ser siempre confiada, porque sabemos que Dios, nuestro Padre,
goza en oír la voz de sus hijos y, al sugerirnos que le pidamos «el
pan de cada día», nos promete escucharnos con la abundancia de
sus dones81 [...].
2. El pan nuestro de cada dfa...
La palabra «pan» tiene en la Sagrada Escritura especialmente
dos significados: a) el alimento material y todo lo que necesitamos
para la conservación de la vida del cuerpo; b) todos los dones de
Dios necesarios para la vida espiritual y para la salud y salvación
del alma82.
a) Es constante doctrina de los padres, que en esta petición del
padrenuestro imploramos las cosas necesarias para la vida
terrena. Sostener que el cristiano no debe preocuparse de las
necesidades materiales y que, por consiguiente, no deben ser
objeto de nuestras plegarias los bienes de la tierra, es contrario no
sólo a la doctrina de la iglesia y a las enseñanzas de los padres,
sino también al sentido de la Escritura misma, que tantos ejemplos
nos ofrece de estas peticiones83 [...]. Es claro, pues, que con el
«pan de cada día» pedimos en esta plegaria todo lo necesario
para la vida de la tierra; [...] no pedimos a Dios abundancia de
riquezas ni exquisitez de alimentos o vestidos lujosos, sino la
cantidad suficiente y la calidad conveniente a nuestra condición84.
[...] Esta frugalidad y parsimonia va expresada también en la
palabra adjunta a la petición: «nuestro». Con ella significamos que
pedimos y esperamos de Dios únicamente lo que nos es necesario
y no lo que pudiera servir para lujos innecesarios y excesos
superfluos. Y lo llamamos «nuestro» no porque nosotros podamos
proporcionárnoslo sin la ayuda de Dios, sino porque nos es
necesario, y como tal lo esperamos de la ayuda divina85. [...] Lo
llamamos «nuestro», además, porque con pleno derecho lo
pedimos a Dios y con pleno derecho podemos procurárnoslo
mediante nuestro trabajo, no con injusticias, robos o fraudes86.
[...] Y no sólo pedimos el poder retener y usar lo que lícitamente
hemos adquirido con nuestro ingenio y sudor, ayudados por la
gracia divina; pedimos también que Dios nos conceda recto
discernimiento y sano juicio, para saber usar de estas cosas con
toda prudencia y equidad en bien nuestro y nuestros prójimos.
De nuevo nos insiste la petición en el concepto de moderación y
frugalidad con la palabra «cotidiano»: lo necesario para cada día.
No entra en el orden de la providencia que busquemos
abundancia de comidas y bebidas, variedades y exquisiteces de
alimentos; el cristianó debe contentarse con lo necesario para
satisfacer sus necesidades naturales: ¡lo superfluo, lo refinado, lo
excesivo, no va bien con los hijos de Dios!87.
b) Añádese a este pan material el espiritual, que también
pedimos a Dios en esta plegaria. Significa este «pan espiritual»
todo cuanto en esta vida nos es necesario para la salud y robustez
de la vida del alma y para conseguir la salvación eterna.
[...] Pan del alma es, ante todo, la palabra de Dios88. [...] Pero el
verdadero pan y manjar del alma es Cristo nuestro Señor. El
mismo nos dice: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo»89. [...] De
manera especialísima, Cristo es «pan substancial» en el
sacramento de la eucaristía, prenda inefable de amor que él nos
dejó antes de retornar al Padre. «El que come mi carne y bebe mi
sangre está en mí y yo en él. Tomad y comed; esto es mi
cuerpo»90. Cristo eucaristía es en verdad «nuestro pan», porque
sólo pertenece a los cristianos, y entre éstos, a quienes
purificados de sus pecados en el sacramento de la penitencia, le
reciben con santidad y devoción. Y es «pan cotidiano», porque
cada día se ofrece en la iglesia en sacrificio y se distribuye a las
almas, y cada día se ha de recibir como alimento o, por lo menos,
se debe vivir en disposición de poder recibirlo. A quienes, con un
falso y peligroso rigorismo, pretenden alejar las almas de la
comunión por largos intervalos de tiempo escribe justamente san
Ambrosio: «Si es pan de cada día, ¿por qué ha de recibirse de
año en año? Toma cada día lo que cada día te aproveche y vive
de modo que merezcas tomarlo cada día»91.
3. ... dánosle hoy
Claramente se comprende que al rezar al Señor: «el pan
nuestro de cada día dánosle», hacemos un acto de fe y adoración
profunda en la omnipotencia de Dios, en cuyas manos están todas
las cosas92 y de quien únicamente pende nuestra vida. Con estas
palabras deponemos todo pensamiento de orgullo. Es la voluntad
divina la que únicamente posee y puede conceder todas las
cosas. De aquí que también los ricos y poderosos tengan
obligación de pedir lo que necesitan, aunque parezca que nada
les falta. Si es cierto que abundan en bienes no lo es menos que
todo lo recibieron de Dios y que, además, a él deben suplicar y
sólo de él deben esperar su conservación93.
[...] Decimos «dánosle» y no «dámelo», porque es exigencia de
la caridad el pensar en las necesidades ajenas y el preocuparse
de los intereses del prójimo además de los propios. Tanto más,
cuanto que el Señor nos concede sus bienes no para que nos
sirvan egoísticamente a nosotros solos, sino para que nos
sirvamos de ellos, para el bien y caridad de los hermanos
necesitados.
[...] La palabra «hoy», nos recuerda y representa al vivo nuestra
común miseria. ¿Quién llegará a hacerse ilusiones de poder
proveer con su trabajo las cosas necesarias a una larga vida,
cuando ni siquiera sabe si ésta conocerá el día de mañana?
Quiere el Señor que no presumamos del mañana, y ni siquiera del
hoy, para que cada día hagamos depender nuestra jornada de
sólo su beneplácito y de los dones de su divina providencia, y
cada día nos acordemos de acudir al «Padre, que está en los
cielos» [...].
XII. D. BONHOEFFER
(O. C., 178)
PATER/BONHOEFFER
Mientras los discípulos se encuentren en la tierra, no deben
avergonzarse de pedir a su Padre celeste los bienes de la vida
material. El que ha creado a los hombres sobre la tierra quiere
conservar y proteger sus cuerpos. No quiere que su creación se
vuelva despreciable. Lo que piden los discípulos es un pan común.
Nadie puede tenerlo para sí solo. Y también piden a Dios que dé
su pan diario a todos sus hijos sobre la tierra, porque son sus
hermanos según la carne. Los discípulos saben que el pan
producido por la tierra viene, en realidad, de arriba, es don
exclusivo de Dios. Por eso no cogen el pan, sino que lo piden. Por
ser el pan de Dios, llega cada día de nuevo. Los seguidores de
Jesús no piden provisiones, sino el don cotidiano de Dios, con el
que pueden prolongar sus vidas en la comunión con Cristo, y por
el que glorifican la bondad clemente de Dios. En esta súplica es
puesta a prueba la fe de los discípulos en la actividad viva de Dios
sobre la tierra, que busca su bien.
XIII. R. GUARDINI
(O. c.. 381-398)
PATER/GUARDINI
1. El pan de cada día
Estamos ante la cuarta petición del «padrenuestro», en que se
expresa con pureza la confianza del hombre, tan necesitado, en el
Dios rico y bondadoso, diciendo así: «danos hoy nuestro pan
necesario».
Antes de penetrar en su contenido, hemos de fijarnos primero
en el texto. En él hay una palabra cuyo significado no está muy
claro, por lo cual se traduce de diversas maneras. Lo que nosotros
decimos como «de cada día», en el griego es epioúsios, [...].
Algunos traduclores le dan un sentido temporal [...]: el pan «para
el próximo día» de modo que el que habla, estando en el día de
hoy, pediría a Dios que le dé lo que sustentará su vida también
mañana, librándole así del cuidado por el porvenir inmediato.
Otros traducen: el pan que nos alimenta «todos los días», dánoslo
hoy también [...]. Pero otros ven en esta palabra una
determinación de cualidad, y piensan que significa lo adecuado, lo
esencial, lo necesario; según eso, se pediría el pan que
corresponde, que nos hace bien. Por fin, se encuentra todavía
una cuarta interpretación [...]: partiendo del elemento de esta
palabra, que viene del griego ousia, esencia o sustancia, se
entiende la palabra en sentido de «supersubstancial»: superando
todo natural; según eso, se aludiría al pan de la eucaristía, del que
dice Jesús que es «el pan venido del cielo, el verdadero»94.
De cualquier modo que sea, en todo caso, en esta petición
surge la imagen del Padre como el gran amo de la casa del
mundo, que se preocupa de los suyos, para que puedan estar
seguros cuando se acercan a él con confianza y le ruegan que les
dé lo que les hace falta. [...] Jesús, que está lleno de la conciencia
del amor y el poder de su Padre nos exhortaría: ¡id a él y pedidle
lo que os hace falta; él os lo dará!
Ahora vamos a penetrar más, preguntando qué puede significar
la palabra «pan».
[...] Por lo pronto, la forma básica del alimento, lo que se
prepara con las mieses del campo. Pero «pan» y «comer pan»
tienen en el nuevo testamento una significación más amplia: la
comida en general. [...] Luego vemos cómo va creciendo el sentido
de la palabra. Recordemos lo que cuenta san Juan en el sexto
capítulo: Jesús ha dado de comer a los hambrientos en el desierto,
se ha retirado luego a la soledad, y por fin ha ido por el lago a
Cafarnaún95; mientras tanto, la gente ha acudido a reunirse allí, y
él les dice: «Me buscáis no porque visteis señales (complétese: «y
las comprendisteis»), sino porque comisteis el pan y os
hartasteis96; y piensan que ahora se ha de repetir. Pero ¡no os
preocupéis por el alimento terrenal! Hay otro pan que no es de la
tierra, sino «que baja del cielo y da la vida»97. Ese es el auténtico:
y luego viene la frase inaudita: «Yo soy el pan de la vida»98.
Con eso se quiere decir, ante todo, que él sacia el afán del
hombre por la verdad: «El que viene a mí, no tendrá hambre, y el
que cree en mi no tendrá nunca sed»99. [...] Pero su mensaje da
un paso hacia algo todavía mayor, algo que aparentemente
supera toda medida de lo racional y lo adecuado, y dice: «Yo soy
el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá
eternamente. Y el pan que yo le daré es mi carne para la vida del
mundo»100. Los oyentes se rebelan: «¿cómo puede éste darnos
a comer su carne?»101. Pero él repite y refuerza sus palabras:
«de veras, de veras os digo: si no coméis la carne del Hijo del
hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros... El
que come mi carne y bebe mi sangre, se queda en mi y yo en
él»102. [...] El mensaje del pan y de su abundancia llega a su
plenitud cuando se anuncia la misma vida eterna bajo la imagen
de una comida103 [...]: ¡El misterio del eterno banquete, en que
llega a plenitud el de la eucaristía!
[...] Así, pues, cuando el Señor nos dice con su oración que
hemos de ir al Padre y pedirle el pan que necesitamos, entonces
ese «pan» incluye desde el alimento en la mesa de casa hasta el
misterio de la eterna comunidad con Dios.
Pero todavía hemos de tomar conciencia de algo que solemos
pasar por alto. La petición del «pan de cada día» se ha extendido
a todo lo que necesita el hombre para poder organizar una vida
rica y fecunda. ¿Era cierto? Al oír la petición, tal como se expresa
inmediatamente, sentimos en ella tal espíritu de modestia e incluso
de menesterosidad, que podríamos llegar a pensar: ¡el único que
pronuncia esa petición con buen derecho es el pobre! [...] Eso es
intranquilizador, pues ¿qué ocurre entonces con nuestra
propiedad, con la riqueza de la vida, y no con la [...] mal adquirida,
sino también con la honrada? Nuestra situación, ¿es tal como para
que podamos pronunciar desde ella con toda confianza el
«padrenuestro»? Aceptemos la pregunta y reflexionemos una vez
sobre ella, a ver si, ya que no todas las consecuencias, al menos
se ha de sacar ésta: que el cristiano, conforme al sentido de
Jesús, sólo puede poseer aquello que también pueda pedir al
Padre en buena conciencia...
PROVI/LEY-NATURAL D/CAUSA-PRIMERA: Más allá de lo que
hemos dicho, la frase del «padrenuestro» enseña que nuestra
vida ha de estar construida en la petición, en la concesión y en la
acción de gracias; y eso no es fácil de entender para nosotros, los
hombres actuales. La imagen del mundo de la Sagrada Escritura
ve lo existente, sencillamente, en la mano de Dios; no sabe nada
de leyes naturales, sino que lo que ocurre procede directamente
de su iniciativa: cuando llueve, es él quien bendice los campos;
cuando los animales reciben su alimento, es él quien se los da; si
a un hombre le ocurre algo dificultoso, es una prueba del Señor
del mundo; si le va bien, es que él lo ha dispuesto así... Ese modo
de ver las cosas tiene un paralelo en lo histórico. Cuando un
soberano de los imperios antiguos quiere proclamar lo que ha
ocurrido, dice, por ejemplo: «yo he construido tal o cual ciudad, y
la he rodeado de murallas». Los que realmente construyeron
fueron sus ingenieros y trabajadores esclavos; él sólo dio órdenes.
Pero en la imagen de esa relación de señorío se suprimen las
causas intermedias, y entre el soberano que manda y la ciudad
que surge se establece una conexión directa. De modo análogo
aquí: el creyente encuentra obvio ir con su petición a aquél que lo
sostiene y lo realiza todo inmediatamente [...]
Pero luego el mundo se distanció de ese modo inmediato de
estar dispuesto por parte de Dios. Se formó el concepto de ley
natural, el mundo se volvió un conjunto de cadenas de causalidad
que se desarrollaban por sí; y el hombre, que, por decirlo así,
antes había seguido el gobierno casero de Dios, se hizo
consciente de su autonomía y responsabilidad. Ahora fue mucho
más difícil decir que Dios daba lo que, según la continua
experiencia, provenía de las relaciones del mundo. Más aún, la
nueva conciencia, como siempre ocurre con las comprensiones
recién aparecidas, se extendió hasta la desmesura. El mundo fue
declarado «autárquico», suficiente para sí, y el hombre
«autónomo», señor de sí mismo y del mundo.
PETICION/SENTIDO: Con eso la petición perdió su obviedad,
pues el hombre adquirió otro modo de sentir: pedir, ¿por qué? ¡Si
el mundo me pertenece! ¡Me pertenece tanto como yo pueda
conquistar! Y surgió un concepto que parecía dar la justificación
moral de esto: la idea moderna del trabajo. En lugar de la petición
humana y de la concesión divina, apareció el trabajo autónomo,
cuyo esfuerzo produce su resultado en una proporción calculable
en cada caso. Ahora ya no parecía quedar lugar para el ruego. Y
con eso desapareció algo más; esto es: la gratitud. [...] En lugar
del agradecimiento apareció la conciencia del hombre trabajador,
de que su realización había salido bien, y su resultado
correspondía a las expectaciones.
Entonces la vida se volvió dura, íntimamente dura, como no
puede menos de ser cuando se trata de derecho y cálculo. Y
penetró en ella una profunda falsedad. Porque ¡no es verdad que
la existencia del hombre consista meramente, ni aun en primer
término, en realización y éxito! Pues ¿con qué experiencia crece el
niño, suponiendo, claro está, que sus padres le quieran y tengan
ellos mismos una apropiada educación de sentimientos? El niño se
siente rodeado de su cuidado: sabe que todo lo que tiene procede
de ellos, constantemente nota que puede pedirles lo que necesite
y tiene que agradecer que se lo den. Esta es la situación original
de la vida incipiente: si no hay nada que la contradiga, su influjo
penetra en toda la existencia posterior.
Una y otra vez recibimos algo de alguien: el amigo del amigo; los
unidos en el amor, unos de otros. Constantemente recibimos algo
de las coyunturas de la vida que se forman en torno de nosotros.
Pero ya antes todos hemos recibido el poder de trabajar y lograr
algo. El lenguaje alude muy bien a las «dotes» de una persona:
las cualidades que se le han «dado» [...]. ¡Cierto que trabaja y
realiza cosas!; pero las fuerzas con que lo hace, aun las más
propias, originales y creativas le están dadas. Para no hablar
siquiera de que su misma existencia no se da por sí, sino que él ha
sido engendrado y criado.
[...] Intentemos darnos cuenta en la oración de esa verdad:
<<¡Señor, te agradezco poder existir!». Esto es difícil cuando la
vida oprime; y, sin embargo, poder ser, respirar, pensar, amar,
actuar, es una donación, ¡y hay que agradecerlo! Esto nos hace
auténticos y nos libera. Cuanto más pura y hondamente lo
hagamos, cuanto más consigamos asumir en el agradecimiento
también lo pesado, lo amargo, lo incomprensible, más
profundamente se transforma el sentimiento básico de la
existencia en el de la libertad.
2. La providencia
PROVI/GUARDINO: La frase del «padrenuestro» nos pone ante
los ojos la imagen del Señor del mundo, Dios, que mira por los que
viven con él en su casa y da a cada cual lo que necesita. La
imagen nos lleva por sí misma a esa idea, querida para Jesús y
que presentó con tal relieve: la idea de la providencia. Las dos
doctrinas—la del Padre en el cielo, que reparte a los suyos el pan,
y la de la providencia de ese mismo Padre—están en estrecha
relación mutua; por eso, no es casual que encuentren su más pura
expresión en el mismo contexto bíblico, esto es, en el «sermón de
la montaña» [...]. El mensaje de Jesús sobre la providencia se
refiere a una pregunta que debe hacer todo hombre: cómo van las
cosas de la vida, cómo se relacionan entre sí, y qué sentido tiene
su relación. El mensaje se ha interpretado de diversos modos;
elijamos dos, que parecen especialmente significativos.
— El uno dice: Dios lo ha ordenado todo según la verdad. Ha
dado su esencia a todos los seres, tanto a los inanimados como a
los vivos, a la planta, al animal y al hombre. Cada dominio está en
su orden, y los diversos órdenes, a su vez, se relacionan entre sí.
El conjunto de todas las ordenaciones, por su parte, forma la
sabiduría del universo. Si el hombre la comprende, si la acepta y
se confía a ella, entonces vive en la providencia. Según eso,
«providencia» significa el conjunto de sentido de la existencia,
establecido por Dios, y cuanto más hondamente viva el hombre en
la providencia, más puramente comprende ese conjunto y más
firmemente confía en él... ¡Una idea seria y hermosa! [...] Pero
¿coincide con lo que quiere decir Jesús? Evidentemente, no;
incluso, en ella falta lo esencial: el cuidado del Padre por cada uno
de los hombres, y cada cual de nosotros puede decir: por mí. Con
esta idea, el hombre queda situado en una ordenación impersonal,
que, aunque es justa, no es aquello con que el mensaje de Jesús
toca tan profundamente el corazón del hombre, pues este mensaje
no dice: el Padre quiere bien a sus criaturas; sino ¡el Padre te
quiere a ti!
— La otra interpretación va en sentido contrario y dice:
«providencia» significa que el Dios amoroso, que todo lo sabe y
puede, está atendiendo personalmente a cada hombre individual.
Y así éste avanza con confianza hacia él y le dice: «¡Padre
necesito esto!». Entonces se lo da. Sin más. Pasando por encima
de todas las ordenaciones naturales. El milagro forma parte de las
obviedades de la existencia creyente... Es la actitud del niño, así
como la de una piedad totalmente madura y purificada, y parece
responder sencilla y auténticamente a lo que quiere decir Jesús.
Pero, examinando más atentamente, se ve que no toma bastante
en serio algo que también es importante: la verdad que Dios ha
puesto en las cosas. Esta no puede dejarse a un lado, por más
que se haga de modo piadoso.
[...] Estas dos interpretaciones son ambas importantes: que en
todo ser y acontecer reside la sabiduría del Creador, porque de
otro modo reinaría el caos; y que el creyente es hijo de Dios y
puede presentarse sin más con sus pretensiones ante el Padre,
pues de otro modo no habría piedad. Pero debe añadirse algo que
haga honor a la seriedad de lo existente, pues, de otro modo, todo
se vuelve filosofía o leyenda. Oigamos lo que dice el texto decisivo
en el evangelio de san Mateo: «Así que no os preocupéis
diciendo: ¿qué comeremos? ¿qué beberemos? ¿con qué nos
vestiremos? Todas estas cosas preocupan a los paganos. Pero ya
sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de esto.
Buscad antes que nada el reino y su justicia, y todo se os dará por
añadidura»104 (/Mt/06/31-33). Alguno podría replicar: «¡pero eso
es una leyenda! ¡la leyenda del país de jauja, sólo que contada
con mayor precaución, más tranquila, más piadosa! ¿Dónde
quedan ahí las leyes naturales y la ordenación de las cosas, con
toda su seriedad?».
Por lo que toca a las leyes naturales, permítase ante todo una
pequeña observación. Haberlas descubierto es un poderoso logro
de la edad moderna. Con ello esta época ha conocido el modo
como se cumplen los procesos de la naturaleza, y avanza
constantemente en ese conocimiento. Pero la peculiar significación
que ha dado a esas leyes procede de fuentes muy humanas.
Pues, en efecto, han debido descubrirse, en parte, contra la poco
iluminada resistencia de los creyentes; por eso, en la sensación
con que el hombre de la edad moderna contempla las leyes
naturales y la ciencia natural, se mezcla algo maligno: por parte de
unos, una enemistad contra la fe; por parte de otros, una
desconfianza ante la ciencia. Sí, en el concepto mismo de la
naturaleza, en el modo como se ha percibido ésta ha surgido algo
que no está bien: entre aquellos, una orgullosa intolerancia, como
si sólo por parte de las ciencias naturales se diera un orden claro,
quizá duro, pero siempre auténtico, mientras que el mundo de la fe
llevaría en sí algo de pueril y borroso; a esa valoración ha
respondido algo igualmente hostil por parte de los creyentes: una
desconfianza contra la naturaleza misma, una aversión contra sus
leyes; una sensación como si en ella se tratara de algo que en
realidad no marchara de acuerdo con Dios; una especie de afán
de humillarla y romperla. MIGRO/SENTIDO: De tal raíz ha surgido
ese extraño concepto de milagro, que dice que consiste en la
abolición de las leyes naturales, como si éstas provinieran de
algún poder extraño, que disputara a Dios su soberanía. Pero, sin
embargo, esas mismas leyes son obra suya, expresión de su
voluntad de verdad. Así, pues, cuando Dios actúa, no deroga
ninguna verdad, no hace que dos y dos sean cinco, sino que toma
una verdad más pequeña al servicio de otra más alta. Las leyes
naturales pertenecen a Dios y son imágenes de su sabiduría: por
eso la fe debe vivir en paz con ellas, en una paz que es expresión
del hecho de que el mismo Dios, que dio la revelación, es el que
ha dado también las leyes naturales. ¡Intentemos obtener con este
espíritu una comprensión más profunda de la providencia!
¿Cómo se desarrolla la vida, entonces? ¿Pueden ocurrir en la
vida de un hombre las mismas cosas que en la de otro? Hasta un
cierto límite y hablando desde el exterior, sí. [...] Pero no le viene
todo «de fuera» a cada hombre. [...] Lo que le ocurre, le ocurre
desde dos lados: desde fuera, pero también desde dentro. Por
ejemplo, la persona especialmente dotada en lo artístico,
¿percibirá lo mismo que alguien cuyos intereses están orientados
a la ciencia y la técnica? Pues, evidentemente, no. [...] La
disposición de cada cual efectúa una selección: acepta muchas
cosas, deja caer otras, determina cuáles son las cosas
importantes y secundarias, produce una ordenación de objetivos y
medios. Por eso surge en cada ocasión una estructura de vida de
índole peculiar, que también es estructura de destino.
Aun en la vida de la misma persona hay tales diferencias. Por
ejemplo, mientras uno es niño y, como suele ocurrir en los niños,
la realidad y la fantasía se confunden en él, toma los
acontecimientos familiares que hay a su alrededor de manera
diversa que cuando es mayor y ha aprendido a distinguir con
realismo. Como consecuencia, por ejemplo, las mismas dificultades
actúan de modo diverso en él y los mismos influjos estimulantes
son recibidos o rechazados. Más aún, en el mismo día pueden
tener efectividad tales distinciones. Todos conocen la sensación
que a veces nos invade por la mañana, que todo sale atravesado.
Significa que el sentido de orientación, el juicio sobre medidas y
relaciones, la respuesta a la situación de cada momento no están
en orden; por eso el hombre experto en tales dias no emprende
nada importante, si no es necesario. Por el contrario, otro día uno
siente que todo le irá bien, y así ocurre efectivamente. En ambos
casos es la misma persona y los mismos acontecimientos, pero la
situación interior es diferente; por eso se hace diferente también el
modo como uno se comporta frente a ellas, y ¡qué consecuencias
tienen para su vida!
Hasta ahora se ha hablado de disposición y situación vital. Pero
las diferencias pueden residir también en lo moral, en la intención
y manera de ver. Un hombre que sólo piense en lo material, que
sólo quiera ganancia y placer, y otro que sea capaz de
entusiasmarse por una idea y de estremecerse por una injusticia
pública, ¿tienen la misma vida? Pues, ciertamente, no. Donde el
uno permanece intacto, el otro queda entretejido en el destino. Si
uno no piensa más que en si mismo, se hace centro de todo y
piensa sólo en los demás en cuanto tiene importancia para él,
mientras que el otro siente que los demás tienen también su
derecho y que algunos son para él más importantes que él mismo:
¿no irán sus vidas de modo diverso, tanto en cada caso aislado
como en el conjunto de su transcurso? ¿No tomará la vida otro
carácter, un sentido totalmente diverso, si se trata de una persona
desconfiada y reservada, o si se trata de alguien de corazón
amistoso y dispuesto a la comunidad auténtica? Y así
sucesivamente. Lo que llamamos «el curso de la vida» no se
determina y configura sólo desde fuera, sino también desde
dentro, según como la persona en cuestión esté dotada e
intencionada. En la medida en que se cambia, se cambia su
destino. A la persona que no tiene nada en su sentido más que el
propio arbitrio y deseo, pero a quien afecta un gran amor, todo se
le cambia. Un joven amigo mio me dijo una vez: «es extraño, todas
las cosas van de otra manera desde que quiero a esa muchacha».
La respuesta sólo podia ser: no han cambiado las cosas, sino que
has cambiado tú y, a partir de ti, el mundo.
Ahora volvamos al texto, que antes hemos tomado. En él hay
una frase de la que quizá no hayamos tomado todavía plena
conciencia: «Buscad antes que nada el reino y su justicia, y todo
se os dará por añadidura». Aquí se habla de una condición, a la
que está ligada la promesa. La providencia tiene lugar, en la
medida en que el hombre «busca el reino de Dios» y,
precisamente, «antes que nada». Así, pues, no es una ley natural
que actúe con necesidad; no es una ordenación espiritual del
mundo, que resulte por si misma según la esencia de la persona;
pero tampoco es una fuerza benéfica que reine desde el cielo,
orientándolo todo. No está dado ahí en absoluto, sino que «se
hace»; se produce de nuevo, surgiendo del corazón del Padre
hacia el hombre, que se abre así a la promesa. El hombre, pues,
debe entrar en un acuerdo con Dios. La orientación de su espiritu
y de su ánimo debe identificarse con la voluntad de Dios. Entonces
surge una nueva relación, un orden de la existencia que brota de
la gracia de Dios y de la libertad del hombre. [...] Cuando esa
libertad se enlaza con la voluntad de Dios, el hombre quiere lo que
quiere Dios; y entonces surge un nuevo mundo y su ordenación,
un nuevo modo de producirse los acontecimientos: reino de Dios.
Dios actúa siempre y en todas partes, pues su voluntad mantiene
el mundo en la existencia y sus leyes determinan los procesos en
él. Pero también interviene de modo especial en el mundo: de
modo creativo, histórico, según cada ocasión; y lo que le da lugar
para entrar es el corazón del hombre, su libertad, su intención. En
la medida en que se establece el acuerdo entre ésta y la voluntad
de Dios, mana la sagrada corriente, y no hay por parte de la
naturaleza ninguna regla para lo que puede hacer, según va
configurando el destino desde tal corazón humano; esto es,
«nueva creación».
En torno a una persona así, las cosas se ordenan de otro modo
que como lo producirían las meras leyes naturales; pero también
de otro modo que allí donde sólo actúan la voluntad propia del
hombre y la inmediata consecución histórica. Ocurre lo que dice el
evangelio: el hombre recibe de Dios lo que necesita. Eso no es
milagro, sino una realidad de la existencia creyente. En este punto
se realiza el mundo que ha querido Dios. En torno a esa persona
surge una nueva forma de vida. Si queremos ver qué aspecto
tiene esa forma, no tenemos más que mirar la vida de los santos.
Ellos nos muestran cómo se transforma la existencia creyente
cuando se sacan todas las consecuencias. En torno a un santo
así, el mundo va de otro modo que en torno al que no cree o que
sólo cree a medias, sin fuerza ni decisión. En ese mundo no rige la
necesidad, ni la violencia, ni la ganancia calculadora, sino el amor,
esto es: se hace reino de Dios
XIV. H. VAN DEN BUSSCHE
(O. c., 115-125)
PATER/BUSSCHE-VAN
1. Dar pan
«Pan». Inesperadamente el sustantivo se encuentra al principio
de la frase griega, mientras que en todos los demás casos se
pone el verbo en primer lugar. Este orden indica un cambio en la
dirección de la oración. [...] El pronombre dominante ya no es
«tú», sino «nosotros»: la perspectiva del reino de Dios está
encubierta por la preocupación de las necesidades humanas.
[Pues] el vocablo pan resume aquí todas las necesidades
materiales del hombre. Porque tanto la palabra hebrea lechem
como la aramea lachma significan algo más que el pan: «todo lo
que es necesario para la vida».
[...] La literatura del judaísmo reciente y los evangelios atribuyen
con frecuencia un significado religioso a la expresión «dar pan».
De hecho, aunque no siempre se le dé importancia a la distinción,
vemos que, al hablar del hombre, se dice casi siempre que
«parte» el pan105 (o lo «distribuye»), mientras que, hablando de
Dios, se dice que lo «da». [...] Dios «da» el pan: da de comer a los
hombres. El hombre bíblico tampoco ignora que lo que posee o
adquiere es don de Dios106, [...] El cual provee a la subsistencia
de los hombres y de los animales107. [...] La mies es una de las
señales más tangibles de la liberalidad divina, pero el pan
cotidiano es un don, que Dios renueva al hombre cada día. Los
judíos recitaban esta oración cuando se ponían a la mesa:
«Alabado seas tú, Dios nuestro rey del mundo, que alimentas al
mundo entero con tu bondad. Con gracia, amor y compasión da
pan a toda carne, porque su gracia permanece eternamente. Por
su gran bondad eterna no permite que nos falte nada... Alimenta,
cuida y procura todo bien y prepara el alimento para todas sus
criaturas. Alabado seas, Señor, que nos alimentas»108 [.. ].
2. Nuestro pan cotidiano
El discípulo no pide pan sin más. Pide «nuestro» pan, el pan
que nos es «necesario». El adjetivo «nuestro» [...] desempeña un
doble papel: designa, por una parte, el pan que se da al pobre por
compasión; y, por otra, preserva la oración de todo egoísmo. [...]
El discípulo que pide «su» pan implora lo estrictamente necesario
para la vida. [...] Pero no pide únicamente por su propia
necesidad. Como miembro de una comunidad, debe preocuparse
de todos los que forman parte de ella o que la formarán algún día.
El horizonte del padrenuestro es muy amplio.
El adjetivo epiousios ha hecho correr mucha tinta. [...] Dos
traducciones se han propuesto: de mañana o que es necesario.
Según la primera, el cristiano pediría hoy para que mañana le esté
asegurada la subsistencia. Para comprender esta interpretación
habría que trasladarse a la situación del labrador palestinense,
que pide hoy para obtener la provisión que mañana, a primera
hora, prepara su mujer; en este caso, la oración reclamaría en
último término la provisión de cada día. Pero esta hipótesis no
cuadra bien con la oposición bien marcada entre «hoy» y
«mañana», y es posible—en el caso de que epiousios signifique
«mañana»—considerar que el orante pide realmente una garantía
para sus necesidades del día siguiente. Mas esto va contra las
amonestaciones de Jesús109: [...] «no os preocupéis del día de
mañana»110. Toda la sección de /Mt/06/25-34 aclara el sentido
de la petición: [...] No pedir «hoy» más que el pan de hoy. [...] «No
me des ni pobreza, ni riqueza, pero dame el alimento que
necesito»111. Las necesidades del cuerpo son resumidas en el
«alimento cotidiano»112. La versión que da Lucas de la oración
presupone también este sentido: «necesario y suficiente para el
día», porque pide el pan «para cada día».
El discípulo pide, por consiguiente, «lo necesario», «el pan
cotidiano», «lo necesario para la vida». Pide hoy su ración
cotidiana y se contenta con ella. Esta oración por un mezquino
trozo de pan de cebada es incontestablemente una oración «de
pobre». Mas los discípulos deben de ser de esos «pobres», a
quienes se dirige la proclamación del reino113. Seguir a Cristo
implica siempre el desprendimiento de toda situación social114 y la
búsqueda, ante todo, del reino de Dios115. La pobreza cristiana
es siempre una pobreza real, una renuncia; no una pobreza
forzada y envidiosa, sino sincera y generosa, unida a la idea clara
de que, en relación al tesoro o a la perla del reino, todo lo demás
es secundario116. El cristiano puede correr el riesgo de la
pobreza y confiar totalmente en el Padre de estos pequeños117
sólo en la medida en que conceda la prioridad al reino. No
decimos precisamente que todo discípulo debe buscar la
indigencia, pues seria temeridad. Si Jesús en el «discurso de
misión» excluye toda previsión humana cuando trata de probar a
los discipulos118, es porque sabía que no les faltaria nada, ya que
encontrarían ayuda en todas partes119. Pero el tiempo
despreocupado de las nupcias pasa120 y, en lugar de ayuda,
vendrá la persecución121. No obstante, el reino y su servicio
deben estar antes que todo lo demás, y la confianza en el Padre
debe permanecer intacta. Aún más, a medida que humanamente
se encuentran más desprovistos, los discípulos pueden y deben
tener más confianza en Dios. ¡El que quiere arreglárselas por sí
mismo, no puede pedir mucho al Padre!
3. Hoy
En Mateo [...] el discípulo pide a Dios que dé «hoy». Esta
petición sin artificio responde perfectamente a la situación del
orante: [...] No es más que petición insistente por una necesidad
actual. Por eso tiene todas las probabilidades de ser la fórmula
más auténtica. Lucas emplea [...] la forma: que Dios dé pan «día a
día». Aquí aparece una consideración doctrinal, una amonestación
catequística: el discípulo debe manifestar a Dios su necesidad día
por día, y pedirle día por día el pan cotidiano. Por eso la petición
de Lucas implica el propósito del discípulo de dirigirse a Dios todos
los días.
En el ambiente de los padres griegos ha querido espiritualizarse
esta petición material. La versión de Lucas es ya un testimonio de
la admiración de la cristiandad primitiva ante una petición tan
«banal» en un contexto tan elevado. Por eso algunos padres
griegos han querido ver en ella una especie de petición del pan
escatológico o de la eucaristía122. Es inútil pararse en esta
interpretación. El discípulo pide el pan ordinario de cada día: su
necesidad de pan es el síntoma más tangible de su situación
apurada y la ocasión más hermosa para testimoniar su confianza
en Dios. El reino es ciertamente el centro de su interés; pero este
interés no puede reducirse a un sueño platónico, debe realizarse
en la marcha cotidiana de la vida ordinaria. De esta manera el
discípulo se da cuenta espontáneamente de su situación de
hombre en camino: la búsqueda del reino de Dios puede traerle la
miseria material, pero esta miseria le hará pensar en las
necesidades espirituales, también muy reales, de las que se trata
en las peticiones siguientes.
XV. J. JEREMIAS
(O. c., 165-167)
PATER/JEREMIAS-J
La primera de las dos peticiones en primera persona plural
suplica el «pan cotidiano». El vocablo griego epiousios [...] es
objeto de larga y aún no concluida discusión. Decisiva, a nuestro
parecer, es la información del padre de la iglesia Jerónimo, según
el cual en el aramaico Evangelio de los nazarenos figuraba la
palabra mahar (mañana), tratándose, pues, del pan para
mañana123. Y aunque ese evangelio no es anterior a nuestros
tres primeros evangelios, dependiendo más bien de Mt, sí debió
ser más antiguo el vocablo arameo «pan para mañana». Pues en
el siglo I el «padrenuestro» fue rezado en Palestina
ininterrumpidamente en arameo, y un traductor de Mt al arameo
tradujo la oración del Señor naturalmente no como el texto
restante, sino tal como él la rezaba diariamente. En otra palabras:
los judeo-cristianos de lengua aramea, entre los que la oración del
Señor sobrevivió en su prístina forma textual aramea, han rezado:
«Nuestro pan para mañana dánosle hoy». Pero Jerónimo nos dice
aún más [...]: «Nuestro pan de mañana—precisa— significa el pan
futuro». Efectivamente, el vocablo «mañana» designa en el
judaísmo tardío no sólo «el día siguiente» sino también «el gran
mañana»: la consumación final. Ahora bien, por las antiguas
traducciones del «padrenuestro» sabemos, que en la iglesia tanto
oriental como occidental el «pan para mañana» fue entendido (en
general, sino principalmente) en el sentido de: «pan del tiempo de
salvación», «pan de vida», «maná eclesial». Pan de vida y agua
de vida son desde antiguos símbolos del paraíso, circumlocución
de la plenitud de todos los dones corporales y espirituales de Dios.
A este pan de vida se refiere Jesús cuando afirma que en la
consumación comerá y beberá con sus discípulos124, que se
ceñirá y servirá la mesa a los suyos125. La orientación
escatológica de todas las restantes peticiones del «padrenuestro»
aboga por el sentido asimismo escatológico de esta petición, como
súplica por el «pan de vida».
Quizá [ante esta explicación] nos sintamos sorprendidos e
incluso decepcionados. [...] ¿No es un empobrecimiento? En
realidad, tal interpretación significa un gran enriquecimiento. Sería
un grave error suponer que, en la línea del pensamiento griego,
aquí se espiritualizaría distinguiendo entre pan terreno y celestial.
Para Jesús no se oponen pan terreno y pan de vida, pues en el
ámbito del reinado de Dios consideró santificado todo lo terreno.
Sus discípulos pertenecen al nuevo mundo de Dios, tras haber
sido arrancados al mundo de la muerte126. [...] Para ellos no hay
ya alimentos puros e impuros127: ¡todo lo que Dios ofrece está
bendecido! De modo particularmente claro ilustran esta
santificación de la vida las comidas de Jesús. El pan ofrecido por
él, cuando se sentaba a la mesa con publicanos y pecadores, era
pan de cada día, y sin embargo, algo más: pan de vida. El pan,
que partió a los suyos en la última cena, era pan terreno y, sin
embargo, algo más: su cuerpo entregado a la muerte por todos,
participación en la eficacia expiatoria de su muerte. Cada comida
de sus discípulos con él era una comida ordinaria y, sin embargo,
algo más: banquete de salvación, banquete del Mesías, figura y
anticipación del banquete escatológico, porque él era el Señor de
la casa. Así era aún en la comunidad primitiva: sus diarias comidas
comunes eran comidas ordinarias y, sin embargo, a la vez «cena
del Señor»128, que creaba comunidad con él y entre todos los
comensales129.
Tal sentido tiene también la petición por el «pan para mañana».
Esta no separa radicalmente lo cotidiano del reinado de Dios, sino
que los abarca en la totalidad de la vida, incluyendo todo lo que
los discípulos de Jesús necesitan para el cuerpo y el alma. Incluye,
pues, el pan diario, pero no se contenta con él. Esa petición
suplica que las fuerzas y los dones del futuro mundo de Dios
actúen, en la profanidad de la vida diaria, sobre todo lo que los
discípulos de Jesús hacen en palabra y obra. Se podría decir: la
petición por «el pan de vida» suplica la santificación de la vida
ordinaria. A la luz de este significado escatológico adquiere pleno
valor de contraposición: «mañana-hoy». Este «hoy», situado al
final de la petición, tiene todo el acento. En un mundo de
alejamiento de Dios, y de hambre y sed, deberían osar los
discípulos pronunciar este «hoy»: ¡danos el pan de vida ahora ya,
aquí ya, hoy ya! [...].
XVI. S. SABUGAL
(Cf. Abbá , 183-88-225-35)
PATER/SABUGAL-S
La petición que suplica al Padre el don del pan, es
substancialmente idéntica en las redacciones de Mateo y de
Lucas, ¿Qué significado teológico envuelve esa petición, en el
contexto de la «oración del Señor»? ¿Se relaciona de algún modo
con las precedentes peticiones? ¿Qué clase de pan suplican al
Padre celeste los discípulos de Jesús?
1) Digamos de inmediato que ésa es una petición propia y
exclusiva de los discípulos, que han dejado posesiones y
familiares130, todo131, para seguir a Jesús132 en la inseguridad
material total133, abandonando a la providencia divina del «hoy»
la preocupación por el alimento y vestido del «mañana»134. ¡El
Padre sabe lo que necesitan, y vela por ellos con mayor solicitud,
que la mostrada para con las aves del cielo y las flores del
campo!135 Por eso le piden que les dé «hoy» (Mt), «día tras día»
(Lc), el pan136 o el alimento137 «necesario para la subsistencia».
Así oraba el «pobre de Yahvé», suplicándole poder «gustar mi
bocado de alimento»138. De modo análogo oraba el piadoso
judío, al principio de las comidas: «¡Padre nuestro, nuestro Dios,
danos nuestro alimento y provee a nuestras necesidades!»139.
Así oran también los espiritual y materialmente pobres discípulos
de Jesús140, quienes, tras vender todos sus bienes141 y dejarlo
todo (cf. supra), vivían como el Maestro: pobremente, sin tener
siquiera «dónde reclinar la cabeza»142, de limosna143,
disponiendo, por ejemplo, en una ocasión los trece, para su cena,
de sólo cinco panes y dos peces144. Una pobreza materiale145
sostenida, sin duda, por la inquebrantable fe en la providencia del
Padre, por la pobreza espirituale146 de quien, sin poseer
seguridad humana alguna, se apoya sólo en Dios, viviendo en la
actitud del mendicante: tendiendo sus manos hacia Quien puede
llenarlas. Y en esa doble indigencia fueron enviados por Jesús a
predicar con el reiterado y riguroso precepto de no llevar consigo
provisión material alguna147. ¡El Padre proveería a sus
necesidades! Así lo constataron con alegría: «¡nada nos
faltó!»148. De esta experimentada fe surgía humilde y confiada,
espontánea y natural, la incontenida súplica por el don del
«cotidiano alimento» necesario para la vida: «¡Padre... dánosle
hoy (Mt), dánosle cada día (Lc)!».
2) No es ése, sin embargo, el único significado de esta petición.
Al nivel de las dos redacciones evangélicas, el objeto de la
petición es, al mismo tiempo, un pan particular. La súplica, en
efecto, pide al Padre «el pan nuestro...»: se trata, pues, de un pan
característico y propio de los discípulos de Jesús. Un pan, por lo
demás, no ordinario sino muy singular: «el pan nuestro, el
cotidiano». La determinación del atributo tras el nombre
determinado subraya, en efecto, el significado particular de este
último, distinguiéndole de su acepción ordinaria. ¿De qué pan se
trata? La respuesta a este interrogante depende de la traducción
dada al adjetivo atributivo ton epiousion. Y aquí está la dificultad.
Pues ese vocablo, único en la literatura bíblica, es desconocido
asimismo en la literatura profana. Ni ésta ni aquélla pueden
ayudar, por tanto, a desvelar su significado149. Este debe ser
detectado, más bien, a la luz del contexto literario de los
evangelistas.
a) Ahora bien, pan singular y propio de los discípulos de Jesús
es ciertamente la palabra de Dios. Es lo que se desprende ya del
relato sobre las tentaciones de Jesús150, en cuyo contexto los dos
evangelistas mencionan la respuesta deuteronómica del Señor al
tentador, que le exhorta a convertir las piedras en pan151: «No
sólo de pan vive el hombre (Lc 4, 4) sino de toda palabra que sale
de la boca de Dios»152. La contraposición mateana (=«sino»)
entre la vida procurada por el «pan» y por la «palabra... de Dios»
deja entender que ésta última es un alimento superior. Idéntica
concepción refleja la cita abreviada de Lucas153. Así lo muestra el
autor de Hechos en el contexto del discurso de Esteban154,
donde cristologiza la figura de Moisés155, quien «en el monte
Sinaí... recibió palabras de vida, para comunicárnoslas» (7, 38).
Eso es, pues, en la concepción de Lucas la palabra de Dios,
comunicada a los discípulos por Jesús o nuevo Moisés: palabra
vivificante156, de cuyo alimento necesitan aquellos para poder
nutrir diariamente su vida cristiana. Esa palabra es, en este
sentido, su «pan cotidiano», absolutamente necesario para
subsistir157 «hoy» (Mt), «cada día» (Lc). Por eso se lo piden al
Padre: «¡dánosle!».
b) Tampoco es ése, sin embargo, el único significado del «pan»
suplicado en la primera petición. Un pan no común sino especial y
ciertamente propio de los discípulos de Jesús es también, y sobre
todo, el pan eucarístico, que en la última cena pascual «tomó
Jesús y, bendiciendo (Lc: dando gracias), lo partió y lo dio a los
discípulos diciendo: esto es mi cuerpo»158. Es prácticamente
imposible, en efecto, que «el pan nuestro, el cotidiano» no
evocase en los dos evangelistas el pan singular del cuerpo del
Señor, dado por él a la comunidad de sus discípulos y, por tanto,
propiedad suya. Así lo refleja ya la marcada interpretación
eucarística que Mateo y Lucas hacen de los panes multiplicados
por Jesús y por él dados «a los discípulos», para que los
distribuyesen159. Que ese pan era cotidianamente necesario
(kath' hemeran: Lc) lo deja entender, con suficiente claridad, el
sumario lucano sobre la vida de las primeras comunidades
cristianas, las cuales «acudían asiduamente... a la fracción del
pan» y «cada día (= kath'hemeran)... partían el pan por las
casas»160. Por lo demás, el pan diario suplicado como don del
Padre evoca irresistiblemente, en la redacción de Lucas, el don
divino del maná161, que el pueblo de Israel, tras haber sido
liberado de la tiranía del faraón y haber salido de Egipto, debía
«cada día» (= kath'hemeran) recoger162 y con el que Dios le
alimentó «durante los cuarenta años» de su peregrinación por el
desierto, hasta que ingresó en la tierra prometida163. Estos
paralelismos entre la petición lucana y el relato septuagintista
sobre el maná difícilmente son casuales. Si están en asonancia
con el reiterado empleo y evocación de la versión de los LXX por
Lucas'64, también se encuadran perfectamente en su peculiar
concepción teológica de la obra salvifica de Jesús, el nuevo
Moisés165, considerada como el nuevo y verdadero éxodo
mesiánico166: liberada por Jesús de la tiranía del diabólico
«faraón» mediante «el dedo de Dios» o el Espíritu santo167 la
comunidad cristiana del «verdadero Israel»168 camina por el
desierto del mundo hacia la tierra prometida de la Jerusalén
celeste, «acudiendo asiduamente... a la fracción del pan»169,
partiendo «cada día el pan por las casas»170. ¡No se puede
«caminar» sin ese pan! Por eso, con la insistencia del amigo
inoportuno171, suplican su don al Padre: «¡dánosle cada día!».
c) Otro significado envuelve todavía «el pan nuestro», al nivel
de la redacción lucana: el don del Espíritu santo. Lc 11, 1-13 es
una catequesis catecumenal del tercer evangelista sobre la
oración cristiana172. Toda esa perícopa forma, pues, una unidad
literaria, asegurada por la inclusión: «Padre»173, así como por las
palabras temáticas: «dar»174 y «pan»175. En el contexto de esa
catequesis, los catecúmenos, exhortados a pedir al Padre el don
del <<pan cotidiano» (11, 3), son luego instruidos a orar con la
insistencia del amigo inoportuno, gracias a la cual obtuvo los «tres
panes» que necesitaba (11, 5-8), debiendo hacerlo asimismo con
la ilimitada confianza en la bondad del «Padre celeste», quien
ciertamente «dará el Espiritu santo a los que se lo pidan» (11, 13).
Ese marcado paralelismo entre el don del «pan cotidiano» y el del
«Espíritu santo» parece sugerir la identificación de éste con aquél.
Una interpretación, ciertamente, en acorde sintonía con la rica
pneumatología lucanas, en cuyo contexto el Espiritu es «la fuerza
de lo alto»177, mediante la que los discípulos son robustecidos a
raíz del bautismo178 para ser testigos del Señor resucitado
«desde Jerusalén... hasta los confines de la tierra»179. La
posesión del Espíritu condiciona, por tanto, el éxito o malogro de
su misión en el mundo. ¡Imposible realizar ésta, sin la constante
«fuerza» procurada por aquel don del Padre!180 El Espíritu santo
es, en este sentido su «pan cotidiano», el don divino que «cada
día» necesitan y por el que insistente y confiadamente suplican:
«¡dánosle!».
Resumiendo: el «pan nuestro» de la primera petición es ante
todo, el alimento necesario para la subsistencia181, suplicado por
quienes, abandonando al Padre la preocupación por el mañana,
viven como «pobres de espíritu»: espiritualmente mendicantes.
También los dotados por Dios con riquezas, animados de esa
pobreza espiritual, pueden y deben suplicar al Padre el «pan
cotidiano», pues don de Dios es que sean ricos182. Y, sin
embargo, ésta es quizá la petición más difícil para el hombre de
hoy: hijo de una sociedad de consumo y de progreso, éstos no
favorecen siempre y sí obstaculizan frecuentemente ese «espiritu
de pobreza» necesario para la «renovación acertada de la vida
eclesiástica»183, con el que los cristianos deben saturar «toda su
vida tanto individual como social»184, haciéndose idóneos para la
práctica de esa caridad que, superando las injustas diferencias
socioeconómicas hoy existentes no sólo entre clases sino incluso
entre naciones185, va al encuentro del hermano pobre y
necesitado186. El don de ese espíritu de pobreza caritativa
incluye, por tanto, la petición del «pan cotidiano»: ¡dánosle hoy,
cada día! Pan propio («nuestro») del cristiano es la palabra de
Dios187, de cuya «mesa nunca cesó la iglesia de tomar y repartir
a sus fieles»188, ordenando recientemente su magisterio abrir
«con mayor amplitud los tesoros de la Biblia» en la celebraron
eucarística, «a fin de preparar con más abundancia (para
aquéllos) la mesa de la palabra de Dios»189. Este es, pues, el
«pan cotidiano» del que todos los fieles, en especial los
sacerdotes y diáconos, los religiosos y catequistas laicos, deben
nutrirse «asiduamente»190, «diariamente»191. Finalmente, «el
pan cotidiano» propio de los discípulos y necesario para su diaria
subsistencia cristiana es, sobro todo, el pan eucaristico192 y, en la
redacción de Lucas, el Espíritu santo: el omnivalente don por
excelencia del Padre.
SANTOS
SABUGAL
EL PADRENUESTRO EN LA INTERPRETACIÓN
CATEQUÉTICA ANTIGUA Y MODERNA
SIGUEME. SALAMANCA 1997. Págs. 215-256
........................
1. Mt 6, 33.
2. Jn 6, 35.
3. Jn 6, 33.
4. Mt 26, 26 par.
5. Mt 6, 31-32.
6. Mt 15, 26 = Mc 7, 27.
7. Mt 7, 9 = Lc 11, 11.
8. Lc 11,5.
9. Mt 6, 25.34.
10. Cf. Lc 12, 16-21.
11. Jn 6, 51.
12. Jn 6, 53.
13. Lc 14, 33.
14. Mt 6. 34.
15. 1 Tm 6, 7-10.
16, 1 Tm 6, 10.
17. Lc 12, 20.
18. Cf Mt 19, 16-22.
19. Prov 10, 3.
20. Sal 36. 25.
21. Mt 6. 21-33.
22. Cf. Dan 14, 31-39.
23. Cf. 1 Re 19, 4-8.
24. Jn 6. 26.
25. Jn 6. 27.
26. Jn 6, 28-29.
27. Jn 6, 32.
28. In 6, 32.
29. Jn 6, 34-35.
30. Jn 6, 51; cf. 6, 53-57.
31. Jn 1, 14.
32. Jn 6, 59.
33. 1 Co 3, 2.
34. Heb 5, 12.
35. Rm 14, 2.
36. Literalmente traducido = «supersubstancial».
37. Mt 6, 11 = Lc 11, 3.
38. Gén 3, 22.
39. Prov 3, 8.
40. Sal 77, 25.
41. Ex 16, 13-15.
42. Gén 18, 1-6.
43. Ap 3, 20.
44. Hech 1O, ll-15 = 11, 5-8.
45. Jn 1, 1.
46. Mt 6, 11; Lc 11, 3.
47. Cf. Gén 19, 37-38: Sal 94, 8; Jos 22 29.
48. Cf. Sal 89, 4.
49. Heb 13, 8.
50. Ef 3, 20.
51. 1 Co 2, 9.
52. Heb 3, 13.
53. Gén 3, 19.
54. Prov 22, 1.
55. Mt 6, 34.
56. Mt 6, 33.
57. Job 1, 5
58. Evocación del «canon» de la misa; cf. Ibid., IV 6, 26-28.
59. Sal 2, 7 = Hech 13, 33
60. Rom 13, 12.
61. Rom 13, 11.
62. 1 Tm 6. 8.
63. Heb 3,7-8.13.
64. Mt 6, 34.
65. MT 6, 34.
66. Jn 6, 27.
67. Jn 6, 41.
68. Mt 6, 31.
69. Mt 6, 33.
70. Jn 6, 27.
71. Sal 94, 8.
72. Heb 3, 13.
73. Mt 5, 45
74. Mt 15 26.
75. 1 Tim 6, 7.
76. Gén 43 16.
77. Mt 6, 33.
78. Cf. Gén 3, 17-19.
79. Gén 3, 19.
80. Cf. 1 Cor 3, 7; Sal 126, 1.
81. Cf. Mt 7; 9-11.
82. Cf. Gén 14, 17, Eclo, 11, 1; Lc 14, 15.
83. Cf. Gén 28, 20-22; Prov 30, 8; Mt 24, 20; Sant 5, 13; Rom 15, 30.
84. Cf. 1 Tim 6, 8; Prov 30, 8.
85. Cf. Sal 103, 27-28; 144, 15.
86. Cf. Sal 127, 2; Dt 28, 8.
87. Cf. Is 5, 8; Ecl 5, 9; 1 Tm 6, 9.
88. Cf Prov 9, 5; Am 8, 11I.
89. Jn 6, 51.
90. Jn 6, 56; Mt 26, 26.
91. O. c., V 4, 25.
92. Sal 23, 1; 94, 4; Cf Est 13, 9.
93. Cf 1 Tm 6, 17.
94. Jn 6, 32.
95. Jn 6, 1-21.
96. Jn 6, 1-21.
97. Jn 6, 27-33.
98. Jn 6, 35a.
99. Jn 6, 35b.
100. Jn 6, 51.
101. Jn 6, 52.
102. Jn 6, 53.56.
103. Cf. Ap 19, 9: 3, 20.
104. Mt 6, 31-33.
105. Cf. Is 58, 7; Hech 2, 42.46; 20, 7, etc.
106. Cf. Job 1, 21.
107. Cf. Sal 104, 14-15; 22, 27; Is 55, 10.
108. Berakôt 7, 11.
109. Cf. Mt 6, 25-34 = Lc 12, 22-31.
110. Mt 6, 34.
111. Prov 30, 8.
112. Sant 2, 16-17.
113. Mt 5, 2-12; Lc 6, 20-23; Hech 2, 44-45; 4, 32; Rom 15, 26; Gal 2, 10.
114. Mc 1, 18.20; 2, 14; 10, 21; Lc 5, 11; 9, 59.
115. Mt 6, 33; Lc 12, 31.
116. Cf. Mt 13, 44-46.
117. Mt 6, 19-21.24-34 par.
118. Mt 10, 9 par.
119. Cf. Mc 9, 41; 10. 30; Lc 8, 2; 10, 7; Mt 10, 41.
120. Mc 2. 19-20 par.
121. Lc 22, 35-36 par.
122. ¡Una valoración inexacta! En realidad, todos los padres citados —excepto
Orígenes Gregorio Nis. y Teodoro M.—sostienen la interpretación
eucarística.
123. Coment. a Mt 6, 11 (E. Klostennann, Apocrypha II, Berlin 3, 1929, 7).
124. Lc 22, 30.
125. Cf. Mt 26, 29.
126. Mt 8, 22.
127. Mc 7, 15.
128. 1 Cor 11, 20.
129. 1 Cor 10, 16-17.
130. Mt 4, 18-22 (=Lc 5, 10-11): 8, 21-22 (=Lc 9, 59-60); 9, 9 (=LC 5, 27-28);
Lc 9, 61-62.
131. Mt 19, 27 = Lc 18, 28.
132. Mt 4, 20-22 (=Lc 5 11); 8, 22 (=Lc 9, 60); 9, 9b (=Lc 5, 28).
133. Mt 8, 19-20 = Lc 9, 57-58.
134. Mt 6, 25-34 = Lc 12, 22-31.
135. Mt 6, 25-30 = Lc 12, 24-28.
136. Ese significado tiene artos en Lc 11, 3; cf. Lc 11, 5.11; así también: Lc 6,
4; 9, 13.16; 22, 19; 24, 30.35.
137. Ese significado general envuelve artos en Mt 6, 11; cf. Mt 4, 3-4; 7, 9; 15,
2.26.
138. Prov 30, 8.
139. Tb Sotah 48b. Rabbi Eliezer oraba también: «Que sea tu voluntad, oh
Dios nuestro, dar a cada uno lo que necesita, y a todo ser lo suficiente
para (remediar) lo que le falta» (Tb Berajot 29b).
140. Lc 6, 20.
141. Cf. Lc 12, 33-34.
142, Mt 8, 20 = Lc 9. 58.
143. Cf. Lc 8, 1-3.
144. Cf. Mt 14, 17 = Lc 9, 13
145. Lc 6, 20 (cf. 6. 24).
146. Mt 5, 3.
147. Mt 10. 9-10; cf. Lc 9.3: 10, 4.
148. Lc 22, 35.
149. Sobre las diversas interpretaciones del mismo, a raíz de su derivación
etimológica, cf. J. Car- mignac, o. c., 121-143: el autor concluye su
amplia y erudita exposición afirmando que ni los padres de la iglesia, ni
la filología griega y semítica han podido hasta el presente establecer «un
argumento irrefutable sobre el verdadero significado del misterioso
epiousios» (143).
150. Mt 4, 1-11 = Lc 4, 1-13.
151. Mt 4, 3 = Lc 4, 3.
152. Mt 4, 4 = Dt 8, 3.
153. Esa abreviación es probablemente obra de Lucas, quien supone la
continuidad de la cita, según un usual método rabínico (cf. K. Stendahl,
o. c., 88, n. 1), en todo caso altera frecuentemente las citas
veterotestamentarias, siendo por lo demás las «abreviaciones y
omisiones» de sus fuentes una definida característica de su estilo
literario: cf. H. I. Cadbury, The style and literary method of Lake,
Cambridge 1920, 79-83.
154. Hech 7, 1-53.
155. Hech 7, 35-37: cf. M. Rese, o. c., 78- 80.
156. Cf. Heb 4, 12: 1 Pe 1, 23; Jn 6, 63.
157. Ese significado puede envolver epiousios (= epi + ousían): cf. J.
Carmignac, o. c., 128-130.
158. Mt 26, 26 = Lc 22, 19.
159. Cf. Mt 14, 19 + 15, 36 = 26, 26; Lc 9, 16 = 22, 19.
160. Hech 2, 42.46.
161. Cf. Ex 16, 4.8.15; Dt 8, 3.16.
162. Ex 16, 5: LXX.
163. Cf. Dt 8. 3.16: Jos 5, 12.
164. Cf. A. Plummer, The gospel according lo saint Lake, Edinburgh 5,1922,
LII s; M. J. Lagrange, Evangile selon st. Luc, Paris 3,1927, XCVI-ClIl.
165. Cf. Lc 9, 35; Hech 3, 22 (=Dt 18, 15.18-19); Hech 7, 37-37: cf. supra.
166. Cf. J. Manek, The new exodus in the books of Luke: NT 2 (1957) 8-23.
167. Cf. Lc 12, 14-22 «el dedo de Dios» [v. 20] = el Espiritu santo: cf. supra:.
168. Esa es una concepción central en la eclesiologia de Lucas.
169. Hech 2, 42.
170. Hech 2, 46.
171. Cf. Lc 11, 5-8. Esta perícopa forma una unidad literaria con el
padrenuestro (cf. infra), como parte de la catequesis catecumenal de
Lucas sobre la oración cristiana (11, 1-13): cf. supra, 27.
172. Cf. supra, 26 s.
173. Lc 11, 2.13.
174. Lc 11, 3.7.8.9.11.12.13.
175. Lc 11, 3.5.11.
176. Cf. G. W. Lampe, The Holy Spirit in the writings of Saint Luke.
177. Lc 24, 49; Hech 1, 8.
178. Hech 1, 8; cf. Hech 2, 38; 10, 44-48; 19, 5- 6.
179. Hech 1, 8.
180. Cf. Hech 2, 33; 1, 4; Lc 24, 49.
181. Es la interpretación de Teodoro Mops. y san Juan Cris. (cf. supra), a la
que añaden la palabra de Dios y la eucaristía: san Agustín (cf. supra), el
Catecismo romano (cf. supra) y R. Guardini (cf. supra). Por lo demás, en
el alimento necesario del «pan cotidiano» está incluida la cultura, que
eleva al hombre y le hace «más libre de la esclavitud de las cosas» (GS,
11 57), siendo «el hambre de instrucción no menos deprimente que el
hambre de alimentos»: Pablo Vl, Populocum progressio, 35.
182. Asi con san Agustín: cf. supra. Los materialmente ricos, en efecto,
pueden ser discípulos de Je- sús, como lo fueron Zaqueo, Lázaro, Marta
y Maria, el «hombre rico» José de Arimatea (Mt 27, 57)...; ¿no se dirigió
también a ellos el mensaje liberador de Jesús?: cf. S. Sabugal,
Liberación y secularización, 177-182.
183. Pablo Vl, Ecc lessiam suam, 49-59.
185 Cf. Juan XXIII, Mater et magistra, 157; Pablo Vl, PP, II, 45.47; GS, 4.8;
186 Cf Juan XXIII, MM. 158-159; Pablo Vl, ES. 52; Id., PP, II, 45 46.48.81-86.
187. Es la interpretación de Origenes (cf. supra).
188. DV, Vl, 21.
189. SC, II, 51.
190. DV, Vl, 25.
191. PO, III, 13; PC 6.
192. Tanto san Ambrosio como san Agustín subrayan la comunión diaria de la
eucaristía.