ANTOLOGÍA EXEGÉTICA DEL PADRENUESTRO

* * * * *

El pan nuestro de cada día dánosle hoy



1. TERTULIANO
(De oral., VI, 1-4)
·TERTULIANO/PATER PATER/TERTULIANO

¡Qué elegantemente dispuso la sabiduría divina el orden de esta 
oración, colocando, tras las peticiones que se refieren a las cosas 
celestiales—el nombre, la voluntad y el reino de Dios—, aquellas 
relativas a nuestras necesidades terrenas! Pues el Señor había 
dicho: Buscad primero el reino de Dios y todo lo demás se os dará 
por adidura»1. 
De modo espiritual, sin embargo, debemos entender: «danos 
hoy nuestro pan de cada día», dado que Cristo es «nuestro pan» 
porque Cristo es vida y, siendo vida, es pan. «Yo soy el pan de la 
vida»2, dijo; y un poco antes: «pan es la palabra del Dios vivo, que 
bajó del cielo»3. También afirmó, para mostrar que su cuerpo es 
considerado pan: «esto es mi cuerpo»4. Pidiendo «nuestro pan de 
cada dia», suplicamos, pues, vivir siempre unidos a Cristo e 
indisolublemente ligados a su cuerpo. 
La interpretación literal de esta petición, sin embargo, puede 
estar de acuerdo con la fe religiosa y la disciplina espiritual. Pues 
prescribe pedir el pan, la sola cosa necesaria a los fieles, 
preocupándose de lo demás los paganos5. Es lo que (el Señor) 
inculca con ejemplos y corrobora con parábolas, cuando dice: 
«¿Acaso un padre quita el pan a los hijos, para darlo a los 
perros?»6; asimismo: «¿acaso al hijo que pide pan, le dará (el 
padre) una piedra?»7. Muestra, pues, lo que los hijos esperan de 
su padre. También pedía pan aquel amigo que de noche llamaba 
a la puerta8. Con razón, sin embargo, añade: «dánosle hoy», 
quien había prevenido: «No os afanéis por vuestro alimento de 
mañana»9. Y para esta enseñanza propuso también la parábola 
de aquél, que, tras una rica cosecha, ideó ampliar sus graneros 
para asegurarse larga vida, cuando había de morir aquella misma 
noche10. 


Il. SAN CIPRIANO
(Sobre la oración dominical, 18-21)
·CIPRIANO/PATER PATER/CIPRIANO

Continuando el «padrenuestro» pedimos y decimos: «el pan 
nuestro cotidiano dánosle hoy». Esto puede interpretarse 
espiritual o literalmente, porque ambos sentidos aprovechan para 
la salud del alma; en efecto, «el pan de vida» es Cristo y este pan 
no es de todos, sino nuestro. Y al modo que decimos «Padre 
nuestro», porque lo es de los creyentes y de los que le conocen, 
así le llamamos también «pan nuestro», porque Cristo es el pan de 
los que tomamos su cuerpo. Este es el pan que pedimos nos dé 
«cada día», no sea que los que estamos en Cristo y recibimos 
diariamente la eucaristía del pan celestial por algún delito grave 
nos veamos separados del cuerpo de Cristo, como declara y dice 
él mismo: «Yo soy el pan de vida, que bajó del cielo; si alguno 
comiere de mi pan, vivirá eternamente; y el pan, que yo diere, es 
mi carne para la vida del mundo»11. Cuando declara, por tanto, 
que vive eternamente el que comiere de ese pan, es claro que los 
que viven son los que toman su cuerpo y reciben la eucaristía por 
derecho de participación. Al contrario, es de temer que, si uno 
queda excluido y separado del cuerpo de Cristo, no vaya a 
alejarse de la vida; y por ello se ha de rogar, ya que amenaza 
Cristo con estas palabras: «Si no comiereis la carne del Hijo del 
hombre y bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros»12. 
Por lo mismo pedimos cada día que se nos dé «nuestro pan», esto 
es, Cristo, a fin que los que permanecemos y vivimos en Cristo, 
nunca nos separemos de su santificación ni de su cuerpo. 
Empero, también puede entenderse en el sentido de que los 
que hemos renunciado al mundo y rechazado las riquezas y 
pompas a cambio del don espiritual que recibimos por la fe, sólo 
debemos pedir el alimento y sustento, ya que nos lo advierte el 
Señor con estas palabras: «El que no renuncia a todo lo que tiene, 
no puede ser mi discípulo»13. Ahora bien, el que empieza a ser 
discípulo de Cristo, conforme al aviso de su Maestro, renunciando 
a todo, debe pedir el alimento diario, sin extender a más sus 
deseos y petición; porque en otro lugar prescribe el Señor lo 
siguiente: «¡No penséis en el día de mañana, pues el día de 
mañana él pensará para si! ¡basta a cada día su malicia!»14. Con 
razón, por tanto, pide el discípulo de Cristo el alimento del día, ya 
que se le prohibe pensar en el mañana; pues sería contradictorio 
y repugnante querer vivir largo tiempo en este mundo, dado que 
rogamos por la venida del reino de Dios cuanto antes. Lo mismo 
avisa el santo apóstol, para fortalecer la firmeza de nuestra fe y 
esperanza: «Nada hemos traído a este mundo, ni tampoco 
podemos sacar de él; así que, teniendo alimento y vestido, 
debemos contentarnos con esto. Mas los que quieren ser ricos, 
caen en la tentación y trampa y muchos malos deseos, que 
hunden al hombre en la perdición y muerte; pues la raíz de todo 
mal es la codicia, siguiendo la cual, algunos naufragaron en la fe y 
se enredaron en muchos trabajos»15. 
Nos enseña no sólo a menospreciar las riquezas, sino también a 
considerarlas como peligrosas, pues que en ellas está la raíz de 
los vicios16, que halagan y engañan al entendimiento humano con 
falsas apariencias. Por eso reprende Dios a aquel rico necio, que 
sólo pensaba en las riquezas temporales y se vanagloriaba de la 
abundancia de sus frutos, diciéndole: «¡Necio!, esta misma noche 
se te arrancará la vida; ¿de quién será, pues, lo que 
atesoraste?»17. El necio se saboreaba en su opulencia, habiendo 
de morir aquella noche; y aquél, a quien iba a faltarle ya la vida, 
pensaba en aumentar sus recursos. Por el contrario, enseña el 
Señor que es perfecto y acabado aquél que, después de vender 
todos sus bienes y distribuirlos entre los pobres, esconde su 
tesoro en el cielo18. Aquél, dice, puede seguirle e imitar su 
gloriosa pasión, ya que, desembarazado, no se deja enredar por 
los lazos de los bienes familiares, sino, libre y suelto, sigue él tras 
los tesoros que ha enviado por delante al Señor. A fin que cada 
uno de nosotros pueda prepararse para este desprendimiento, 
debe aprender a orar, y conocer por el tenor de la oración cómo 
debe ser ésta. 
Ni puede faltar el alimento cotidiano al justo, estando como está 
escrito: «No matará de hambre el Señor al hombre justo»19; y en 
otro pasaje: «Fui joven y envejecí y nunca vi desamparado al 
justo, ni a su descendencia falta de pan20; y también promete el 
Señor cuando dice: «No penséis ni digáis qué comeremos, o qué 
beberemos, o de qué nos vestiremos. Esto ya les preocupa a los 
gentiles. Sabe bien vuestro Padre que necesitáis de estas cosas. 
Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y de todo esto se os 
proveerá»21. Promete, pues el Señor a los que buscan el reino y 
justicia de Dios que se les dará todo. Y, en efecto, siendo todo de 
Dios, a quien tiene a Dios nada le faltará, si él no falta a Dios. Así 
se explica que a Daniel, encerrado en la cueva de los leones por 
orden del rey, se le provea milagrosamente de comida y sea 
alimentado hallándose entre fieras hambrientas, pero no voraces 
con él22. Lo mismo sucedió a Elías, que es alimentado en su fuga 
en el desierto por cuervos, que le sirven y le llevan el alimento 
mientras es perseguido23. Y, ¡oh detestable crueldad de la malicia 
humana!: las fieras perdonan, las aves sustentan y, en cambio, los 
hombres acechan y se ensañan. 


III. ORÍGENES
(Sobre la oración, XXVII, 1-17)
·ORIGENES/PATER PATER/ORIGENES

[...] Algunos piensan que se nos manda pedir el pan material. 
[...] Nosotros, en cambio, siguiendo las enseñanzas del Maestro 
mismo en lo referente al pan, expondremos ampliamente otra 
interpretación. 
[...] «En verdad os digo, vosotros me buscáis no porque habéis 
visto los milagros, sino porque habéis comido los panes y os 
habéis saciado»24. Porque el que comió de los panes que Jesús 
bendijo se sintió saciado de ellos, sigue procurando comprender 
más perfectamente al Hijo de Dios y a él se siente fuertemente 
atraído. Por eso ordenó muy bien el Maestro «procuraos no el 
alimento perecedero, sino el que permanece hasta la vida eterna, 
el que el Hijo del hombre os dará»25. y como preguntasen los 
oyentes diciendo: «¿Qué haremos para hacer obras de Dios?», 
respondió Jesús y les dijo: «La obra de Dios es que creáis en 
aquél que él ha enviado»26. [...] Los que creen en este Verbo 
hacen obras de Dios que son el alimento que permanece hasta la 
vida eterna. Pues dice: «Mi Padre es el que os da el verdadero 
pan del cielo; porque el pan de Dios es él que bajó del cielo y da la 
vida al mundo»27. El verdadero pan según eso, es el que nutre al 
hombre verdadero, al que está hecho a imagen de Dios; y el que 
se alimenta de ese pan se hace también semejante al Creador. 
¿Qué hay, en efecto, más apto para alimentar al alma que el 
Verbo? ¿Qué más precioso que la sabiduría divina para el espíritu 
de quien la puede comprender? ¿Qué hay más conveniente para 
una naturaleza racional que la verdad? 
Si alguien objeta a esto que, si así fueran las cosas, no hubiera 
habido lugar a que Cristo enseñara que hay que pedir un pan 
sustancial como algo distinto de él mismo, sepa también que en el 
evangelio de san Juan habla unas veces del pan como de algo 
distinto de sí, otras como si él fuera el pan. Habla como si se 
tratara de otro cuando dice: «Moisés no os dio pan del cielo; es mi 
Padre el que os da el verdadero pan del cielo»23. Pero a los que 
dijeron: «Danos siempre este pan», les responde refiriéndose a sí 
mismo: «Yo soy el pan de vida; el que viene a mí no tendrá ya más 
hambre, y el que cree en mí jamás tendrá sed»29. Y poco 
después: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de 
este pan vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne 
para la vida del mundo»30. 
[...] Este es verdadero alimento: la carne de Cristo; alimento 
que, siendo Verbo, se hizo carne, según la frase: «El Verbo se 
hizo carne» y cuando lo comemos, entonces «habita entre 
nosotros» y cuando es distribuido, se cumple la cláusula: «y 
hemos visto su gloria»31. «Este es el pan bajado del cielo. No 
como el pan que comieron los padres y murieron; el que come 
este pan vivirá para siempre»32. 
Pero Pablo, hablando a los corintios como a niños pequeños, 
que se comportan al modo humano, les dice: «Os di a beber leche, 
no os di comida porque aún no la admitíais; y ni aún ahora la 
admitís, porque sois todavía carnales»33. Y en la Carta a los 
hebreos: «Y os habéis vuelto tales, que tenéis necesidad de leche 
en vez de manjar sólido; pues todo el que se alimenta de leche no 
es capaz de entender la doctrina de la justicia, porque es aún 
niño; mas el manjar sólido es para los perfectos, los que en virtud 
de la costumbre tienen los sentidos ejercitados en discernir lo 
bueno de lo malo»34. Y en otro lugar dice: «Hay quien cree poder 
comer de todo; mas el que está enfermo tiene que comer 
verduras»35. Y pienso yo que no se refiere en primer lugar a los 
alimentos del cuerpo, sino al alimento del alma. Porque el más fiel 
y más perfecto puede asimilarlo todo; y a él se refiere con la frase: 
«Hay quien cree poder comer de todo». Pero al más débil e 
imperfecto le bastan enseñanzas más simples [...]; y para designar 
a éste dice: «mas el que está enfermo tiene que comer verduras». 

[...] Así, pues, para que no enferme nuestra alma por falta de 
alimentos, o muramos a Dios por hambre de la palabra del Señor, 
siguiendo a nuestro maestro y salvador con nuestra fe y con una 
vida de mayor rectitud, debemos pedir al Padre el pan vivo, que es 
el verdaderamente sustancial. 
Antes de proseguir la explicación hay que desentrañar el 
significado del término epiousios36: en primer lugar hay que saber 
que ese vocablo no es empleado por ningún autor literario o 
científico griego, ni se encuentra tampoco en el uso vulgar, sino 
que parece creado por los evangelistas37 [...] y, según parece, 
[...] se ha formado de ousía (=sustancia), para indicar el pan, que 
se transforma en nuestra sustancia [...]. La sustancia en sentido 
estricto, según la teoría [=Platón] que afirma que la sustancia de 
los seres inmateriales es la hipóstasis o substracto principal de 
todos, debe considerarse como uno más de estos seres 
inmateriales, que tienen su existencia fija sin admitir crecimiento o 
disminución. [...] Otros [=los estoicos] opinan que la sustancia de 
los seres inmateriales es secundaria y que la principal es la de los 
seres materiales. Por eso dan esta definición: «Sustancia es la 
primera materia de las cosas, de la que proceden los seres» [...]. 
Ocupados en indagar acerca de la sustancia, con motivo del «pan 
sustancial» [...], hemos hecho este excurso para distinguir los 
diversos conceptos de sustancia. Por otra parte, habíamos dicho 
anteriormente que el pan, que debíamos pedir, era un pan que se 
puede captar por la inteligencia. Hay, pues, que ver un estrecho 
parentesco entre la sustancia y el pan. De la manera que el pan 
material, al distribuirse por el cuerpo de quien lo come, se 
convierte en la sustancia, así «el pan vivo que ha descendido del 
cielo», asimilado por la mente y por el alma, comunica su 
virtualidad a quien se presta a ser alimentado por él. De esta 
forma el pan, que pedimos, será sustancial. 
Además, así como las diversas energías del que se alimenta 
dependen de las cualidades nutritivas de los alimentos ingeridos, 
que pueden ser sólidos y convenientes para atletas, o lácteos y 
leguminosos, así también cuando la palabra divina se ofrezca a los 
niños en forma de leche, o a modo de legumbres a propósito para 
enfermos, o como carne útil para los combatientes, cada uno de 
los que se nutren proporcionalmente a las condiciones en que se 
presentó para recibir la palabra divina, es lógico consiga efectos y 
desarrollo distintos. Por lo demás, hay alimentos que se 
consideran perniciosos, los hay que producen enfermedades, y 
algunos ni siquiera se pueden tomar. Y todas estas cosas se han 
de aplicar, por analogía, a la variedad de disciplinas, que 
entendemos pueden alimentar. Según esto, un pan sustancial es 
aquél que, siendo utilísimo a la naturaleza racional y estando 
íntimamente relacionado con la sustancia misma, produce salud, 
buena constitución y energías en el alma, dando a participar, a 
quien lo come, su propia inmortalidad: ¡porque inmortal es el 
Verbo de Dios! 
Este «pan sustancial» me parece que, en la Escritura, se llama 
también «árbol de vida», el cual, «si alguno tiende su mano y 
come de él, vivirá para siempre»38. Con un tercer nombre llama 
Salomón a este árbol «la ciencia de Dios, que es el árbol de vida 
para quien la consigue, y quien la alcanza es bienaventurado»39. 
Y como también los ángeles se alimentan de la sabiduría divina y, 
contemplando la sabiduría y la verdad, toman energías para 
realizar sus propias acciones, por eso se afirma en el libro de los 
salmos que también los ángeles se alimentan de él; y que los 
hombres de Dios, comprendidos en este caso bajo el nombre de 
hebreos, llevan vida en común con los ángeles y son como 
conciudadanos de ellos. De aquí el texto: «Comió el hombre pan 
de ángeles»40. Y no debemos ser tan escasos de inteligencia que 
pensemos que es de un cierto pan material aquél que, según la 
narración del Exodo41, cayó del cielo para los que habían salido 
fugitivos de Egipto, del que se sirven los ángeles y del que [...] los 
hebreos fueron hechos partícipes [...]. Indagando cuál es el «pan 
sustancial», que al mismo tiempo es el árbol de la vida y de la 
sabiduría de Dios, y se constituye en alimento común de los 
hombres santos y de los ángeles, no será ajeno a este propósito 
volver nuestra atención a lo que se dice en el Génesis: tres 
varones se presentaron delante de Abrahán y comieron panes 
amasados a base de tres seas de flor de harina y cocidos al 
rescoldo42. Estas cosas probablemente no se dijeron con un solo 
sentido, sino en forma figurada, dando a entender que los santos 
pueden comunicar el alimento espiritual y racional no sólo a los 
hombres, sino también a las potencias divinas [...]. Se alegran 
efectivamente y se alimentan los ángeles con esta demostración; y 
se tornan más dispuestos para seguir prestando su máxima 
colaboración y poner su mejor empeño en enseñar doctrinas más 
elevadas a quien les proporciona esta alegría y, por así decirlo, 
los alimenta con las primeras doctrinas nutritivas asimiladas. Y no 
es de extrañar que los ángeles sean alimentados por el hombre, 
cuando el mismo Cristo confiesa que está a la puerta y llama para 
entrar a casa de quien le abra y cenar con él43 de lo que tenga, 
dando él después de sus propios bienes a quien, primeramente, 
aceptó a la mesa—según sus posibilidades—al Hijo de Dios. 
Quien, pues, da firmeza a su corazón, participando del pan 
sustancial, se hace hijo de Dios [...]. Y si no repugna [...] que cada 
uno sea alimentado de esta o aquella persona, ¿por qué hemos 
de temer admitir en todas las potestades [...] y también en los 
hombres el que pueda cada uno de nosotros alimentarse de todas 
estas cosas? 
San Pedro, cuando [...] iba a hacer a los gentiles partícipes de la 
palabra divina, vio aquel «mantel sostenido por las cuatro puntas, 
que bajaba del cielo y en el que había todo género de 
cuadrúpedos y reptiles de tierra»; entonces se le ordena que, 
levantándose, mate y coma; y como se negara diciendo: «tú sabes 
que jamás cosa manchada o inmunda entró en mi boca», se le 
ordenó que no llamara manchado o inmundo a nada; porque lo 
que Dios había purificado, Pedro no lo debía llamar impuro [...]44. 
La distinción, que establece la ley de Moisés, es una larga 
enumeración de animales a base de los alimentos puros e 
impuros; y, por analogía con las distintas costumbres de los seres 
racionales, es índice de que unos alimentos son nutritivos para 
nosotros y otros contraproducentes, hasta que Dios los purifica 
todos o, al menos, algunos de cada especie. Pero habiendo tenido 
lugar ya esta purificación, y siendo en consecuencia tan grande la 
variedad de alimentos, sólo uno entre todos los mencionados es 
«el pan sustancial». Debemos pedir llegar a ser dignos de él, para 
que, nutridos del Verbo que, siendo Dios, «al principio estaba en 
Dios»45, nos transformemos en Dios. 
Dirá alguno que el término epiousion se ha formado de epienai 
(=sobrevenir, avanzar, aproximar), con lo que se nos indicaría que 
debemos pedir el pan propio del siglo futuro, para que nos lo 
concediera ya Dios por anticipado y se nos diera hoy lo que habría 
de dársenos mañana, entendiendo por hoy la vida presente y por 
mañana la vida futura. Mas, siendo mejor—a mi criterio—la 
primera interpretación, tratemos de examinar el alcance del 
adverbio «hoy» añadido por san Mateo, o de la expresión «cada 
día», utilizada por san Lucas46. 
Es costumbre en muchos lugares de la Escritura llamar «hoy» a 
todo el siglo47. [...] Y si «hoy» es todo este siglo, tal vez «ayer» se 
refiera al siglo pasado; esto es lo que sospechamos se dice en los 
salmos45 y en la Carta de san Pablo a los hebreos49. [...] Y no es 
de admirar que para Dios todo un siglo se compute por el espacio 
de un día de los nuestros. [...] Pues quien el día de hoy ruega a 
Dios, que existe por infinidad de infinidades, no sólo que lo reciba 
hoy, sino cada día, ese tal podrá recibir de «quien es poderoso, 
para hacer que copiosamente abundemos más de lo que pedimos 
o pensamos»50, [...] aun cosas superiores a las que «ni el ojo vio, 
ni el oído oyó, ni vinieron a la mente del hombre»51 [...]. 


IV. SAN CIRILO DE JERUSALÉN
(Cateq. XXIII, 15)
·CIRILO-DE-J/PATER PATER/CIRILO-DE-J

«El pan nuestro supersustancial dánosle hoy». Este pan 
ordinario no es supersustancial. Pero el pan santo es 
supersustancial; es decir: preparado para sustancia del alma. Este 
pan no va al vientre ni se arroja a un lugar inmundo, sino que se 
distribuye por todo tu organismo para utilidad del cuerpo y del 
alma. Y aquel «hoy» se dice en lugar de «cada día», como 
también decía Pablo: «mientras se verifica aquel hoy»52. 


V. SAN GREGORIO NISENO
(De oral. domin. IV (PG 44. 1167D- 1178A))
·GREGORIO-NISA/PATER PATER/GREGORIO-NISA

[...] Yo creo que las palabras, mediante las que se nos prescribe 
pedir «nuestro pan de cada día», contienen una doctrina precisa: 
que la naturaleza (humana), morigerada y contenta con poco, se 
asemeje a la que nada materialmente necesita. El ángel no pide a 
Dios el pan, por no necesitar tales cosas; pero al hombre se le 
ordena pedirlo, puesto que lo que se vacía necesita rellenarse [...]. 
De ahí que se nos mande buscar lo necesario, para conservar la 
naturaleza corporal. «Danos pan», decimos a Dios; no lujo, 
placeres ni riquezas, no elegantes vestidos de púrpura ni 
ornamentos de oro, piedras preciosas o vajilla de plata, no 
abundantes y anchos campos, ni el mando militar [...] ni cosa 
parecida, que distrae al alma del cuidado por cosas divinas y 
mejores; pedimos, más bien, pan. ¿Ves cuánta sabiduría contiene 
esta breve frase? Como si (el Señor) dijese a los que entienden: 
«¡Hombres!, ¡desistid de correr y distraeros tras vanos deseos! 
¡dejad las causas de sufrimientos contra vosotros mismos! ¡pocas 
son las necesidades de vuestra naturaleza, [...] si os contentáis 
con lo necesario!» [...]. «Con el sudor y el trabajo comerás tu 
pan53 [...]. Basta de ocupar tu mente en esta necesidad ni 
angustiar tu alma por el cuidado del pan, diciendo más bien a 
quien «saca pan de la tierra» y «alimenta a los cuervos» y «da de 
comer a toda carne...»: «¡De ti he recibido mi vida, reciba también 
de ti lo necesario para ella!; ¡dame tú el pan, es decir, obtener 
alimento mediante un justo trabajo!». Pues si Dios es justicia, 
quien adquiere el alimento mediante la avaricia no puede obtener 
de Dios el pan. [...] El pan de Dios, en efecto, es sobre todo fruto 
de la justicia. [...] Por tanto, si cultivas propiedad ajena, practicas 
la injusticia y confirmas tu ganancia injusta con documentos 
escritos puedes ciertamente suplicar a Dios el pan, pero no 
escuchará tu petición. [...] ¡Examínate, pues, antes de pedir a Dios 
pan! [...]. 
Bella es también la adición «hoy» al decir: «danos hoy nuestro 
pan sustancial», [...], por la que debes aprender la transitoriedad 
de la vida humana. Sólo el presente nos pertenece, siendo incierta 
la esperanza del futuro, puesto que ignoramos lo que nos 
deparará el día de mañana54. ¿Por qué nos preocupamos, pues, 
miserablemente de lo incierto? «¡Bástale a cada día su propio 
mal'»55 [...]. ¿Por qué nos angustiamos por el mañana? Esta 
preocupación nos prohibe quien nos prescribió (pedir para) hoy, 
como si dijese: «El que te da el día, te dará lo suficiente para el 
día». [...] Aprendamos, pues, lo que se debe pedir para hoy y para 
más tarde: el pan es necesario para hoy, mientras que el reino 
pertenece a la felicidad futura. Por pan se entienden todas las 
necesidades corporales. Si pedimos esto, es claro que el orante 
se ocupa de lo transitorio. Pero si pedimos alguno de los bienes 
del alma la súplica se dirige a realidades imperecederas, las 
cuales, por mandato suyo, deben ser objeto preferido de nuestra 
oración: «¡Buscad—dice— el reino y la justicia, y todo lo demás se 
os dará por añadidura!»56. 


VI. SAN AMBROSIO
(Los sacramentos V 4, 24-26)
·AMBROSIO/PATER PATER/AMBROSIO

[...] ¿Por qué decimos en la oración dominical «el pan nuestro»? 
Pedimos ciertamente el pan, pero decimos en griego epiousios, es 
decir, sustancial. No es éste un pan material que se transforma en 
nuestro cuerpo sino «el pan de vida eterna», que alimenta la 
sustancia de nuestra alma. Todo lo cual se llama en griego 
epiousios, mientras que en latín a este pan se le llama 
«cotidiano», porque los griegos llaman al día siguiente ten 
epiousian hemeran. Luego parece útil tanto lo que dicen los 
griegos como los latinos. Los griegos han reunido en un vocablo 
ambos significados, mientras que los latinos dicen «cotidiano». 
Si, pues, el pan es cotidiano, ¿por qué piensas recibirlo de año 
en año, como hacen los griegos en oriente? ¡Recibe «cada día» lo 
que cada día te beneficia! ¡Vive de tal modo que merezcas 
recibirlo cotidianamente! El que no merece recibirlo 
cotidianamente, no merece recibirlo cada año. Así como el santo 
Job ofrecía diariamente sacrificios por sus hijos57, por temor que 
hubieran pecado de corazón o de palabra, tú, sabiendo que cada 
vez que se ofrece el sacrificio se anuncia la muerte del Señor, la 
resurrección del Señor, la ascensión del Señor58 y la remisión de 
los pecados, ¿no recibirás cada día este «pan de vida»? 
Quien ha sido herido necesita curarse. Nuestra herida es estar 
bajo el pecado y nuestra medicina es el celestial y adorable 
sacramento. «Danos hoy nuestro pan de cada día». Si lo recibes 
cada día, cada día es «hoy» para ti. Si recibes hoy a Cristo, él 
resucita par ti «cada día». ¿Cómo? «Tú eres mi hijo, yo te he 
engendrado hoy»59. Tiene, pues, lugar el «hoy» cuando Cristo 
resucita. «El es el mismo ayer y hoy»60, dice san Pablo. Y en otro 
lugar afirma: «La noche ha pasado, se acerca el día»61. ¡Ha 
pasado la noche de «ayer»! y ¡se acerca el día de «hoy»! 


VII. TEODORO DE MOPSUESTIA
(Hom. Xl. 14)
·TEODORO-MOP/PATER PATER/TEODORO-MOP

[...] Como (el Señor) nos exhortase a conformarnos al mundo 
futuro [...] y, por otra parte, se podría pensar que pedía algo 
imposible, es decir, que seres mortales se modelasen según la 
vida inmortal, añadió brevemente: «Danos hoy el pan, que nos es 
necesario». Deseo, dice, que viváis para las cosas del mundo 
futuro y, estando aún en este mundo, reguléis vuestra vida, en lo 
posible, como si estuvieseis ya en la otra. No en el sentido de que 
no comáis ni bebáis, o que no uséis de lo necesario para esta 
vida; sino que, habiendo escogido el bien, lo améis y busquéis 
plenamente. Os permito usar las cosas de este mundo para 
satisfacer necesidades urgentes; pero no pidáis ni os esforcéis por 
tener de aquellas más que las de uso. Pues lo que dice san Pablo: 
«Nos basta con tener el alimento y el vestido»62, es lo que el 
Señor designa aquí «el pan», llamando así lo que es preciso usar, 
dado que, según la opinión general, el pan es lo más preferible 
para el alimento y la sustancia de esta vida. 
Pero este «hoy» designa también el «ahora», pues existimos 
«hoy», no «mañana»; porque, aun cuando lleguemos al día 
siguiente, cuando lleguemos, estaremos en el «hoy». La sagrada 
Escritura designa «hoy» lo que ahora está presente o próximo. 
Así: «Hoy, si escucháis su voz, no endurezcáis vuestros corazones 
como en la rebelión, [...] sino consolaos cada día, mientras aquel 
hoy perdura»63. Lo que significa: mientras estamos en este 
mundo, pensemos escuchar continuamente esta palabra, y cada 
día estimulará esta voz nuestra conciencia, mantendrá despierta 
nuestra alma y la estimulará a corregir nuestras costumbres, 
alejándonos del mal y adheriéndonos al bien 
Progresemos cada día sobre (el conocimiento de) lo que somos 
mientras en este mundo tenemos el tiempo de la corrección y de la 
penitencia; pues, cuando dejemos este mundo, se habrá alejado 
ese tiempo y habrá llegado el tiempo del juicio. Por eso dice 
nuestro Señor: «danos hoy el pan que nos es necesario»; es 
decir, mientras estamos en esta vida, tenemos necesidad de lo 
que nos es preciso usar; no os quito ni os prohibo el alimento, la 
bebida, el vestido ni demás cosas necesarias a la subsistencia del 
cuerpo. Teniéndolas, nos es necesario servirnos de ellas. Y no es 
reprensible aceptarlas, cuando las recibimos de otros, dado que 
no es indecente pedírselas a Dios. De otro modo ¿cómo sería un 
mal usar lo que nos es permitido pedir a Dios, porque es útil a la 
subsistencia y conservación de la naturaleza? 
«Pan» es, en efecto, el nombre por él dado a lo que sirve para 
la subsistencia de la naturaleza. Lo «que nos es necesario» 
significa: «según nuestra naturaleza», es decir, útil y necesario a 
su conservación. Siendo el Creador quien ha impuesto su uso, 
conviene que poseamos lo «necesario». 
No conviene, sin embargo, a quienes desean la perfección, 
adquirir ni conservar lo superfluo ni lo que sobrepasa al uso 
necesario. Ahora bien, que sea necesario pedir lo que conviene 
estrictamente al uso, lo indicó él claramente al decir: «que nos es 
necesario»—es decir, lo que es útil y necesario a nuestra 
naturaleza—, y añadir «hoy». Pues si el autor de la naturaleza 
decidió que tales cosas fuesen necesarias en este mundo, es justo 
pedirlas y no es reprensible servirse de ellas. 
Nadie, sin embargo, debe pedir a Dios ni esforzarse por adquirir 
lo que sobrepasa a aquello. Porque lo que no es imprescindible a 
nuestra subsistencia ni de uso necesario, lo amontonaríamos y 
pasaría a otros, sin obtener ventaja alguna quien se esforzó por 
acumularlo y adquirirlo: tras su muerte, aun a pesar suyo, pasará 
a otros. Pues nuestro Señor rechazó absolutamente el cuidado de 
lo superfluo, pero no prohibió el uso de lo necesario; al contrario, 
prescribió incluso pedirlo a Dios. 


VIII. SAN JUAN CRISÓSTOMO
(Homilías sobre san Mateo, XIX 5)
·JUAN-CRISO/PATER PATER/JUAN-CRISO

¿Qué quiere decir: «el pan de cada día?». ¡El que basta para 
un día! Había dicho el Señor: «hágase tu voluntad, como en el 
cielo así también en la tierra»; pero no se olvida de que habla con 
hombres vestidos de carne y sometidos a la necesidad de la 
naturaleza y que no pueden tener la misma impasibilidad de los 
ángeles. Los mandamientos, sí que quiere que los cumplamos 
como los cumplen los ángeles; pero en lo demás condesciende 
con la flaqueza de nuestra naturaleza. Perfección de vida—nos 
dice—, os exijo la misma que a los ángeles; impasibilidad, no. 
Porque tampoco lo consiente la tiranía de la naturaleza, que 
necesita del alimento ineludible. 
Pero advertid, os ruego, cómo hasta en lo material pone el 
Señor mucho de espiritual, pues no nos manda pedir en nuestra 
oración ni dinero, ni placeres, ni lujosos vestidos, ni cosa 
semejante; sólo pan, y «pan de cada día», de modo que ni 
siquiera nos preocupemos por el de mañana. Por eso añadió: «el 
pan nuestro de cada día», es decir, suficiente para el día. 
Y todavía no se contentó con esa palabra, sino que añadió otra, 
diciendo: «dánosle hoy». No fatigarse, pues, más allá del día de 
hoy con la preocupación del de mañana. ¿A qué sufrir la 
preocupación de un dia, que no sabes si lo verás amanecer? Es lo 
que nos encarecerá luego más expresamente, cuando nos diga: 
«No os preocupéis por el día del mañana»64. y es que quiere que 
estemos de todo punto ligeros para la marcha y con las almas 
prestas, no concediendo a la naturaleza más que aquello que de 
estricta necesidad nos exige. 


IX. SAN AGUSTIN
(1. Serm. Mont., II. Vll 25-27; 2. Serm. 56, 9-10; 3. Serm. 57. 7; 4. 
Serm. 58, 5)
·AGUSTIN/PATER PATER/AGUSTIN

1) El pan cotidiano o significa todas las cosas necesarias para el 
sustento de la vida presente, a propósito de las cuales al legislar 
dijo el Señor: «No andéis acongojados por el día de mañana»65, y 
en conformidad con este último precepto fue añadido en la oración 
dominical: «dánosle hoy»; o significa el sacramento del cuerpo de 
Cristo, que todos los días recibimos; o el manjar espiritual, del que 
el mismo Señor dice: «trabajad para tener el manjar que no se 
consume»66; y también aquello otro: «Yo soy el pan vivo, que ha 
descendido del cielo»67. Pero conviene examinar cuál de estas 
tres cosas es la más probable: 
— Puede ser que alguno inquiera por qué hemos de orar para 
conseguir las cosas necesarias a esta vida, como son, por 
ejemplo, el alimento y el vestido, habiéndonos dicho el Señor «no 
os acongojéis por el cuidado de vuestro sustento o de vuestro 
vestido»68. ¿Puede acaso alguno dejar de anhelar las cosas por 
las cuales ora para conseguirlas, siendo así que la oración debe 
ser dirigida con una atención tan grande, que a esto se refiere [...]: 
«buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas las demás 
cosas se os darán por añadidura»?69. Evidentemente, el Señor 
no dice: «buscad primero el reino de Dios y después buscad estas 
cosas», sino que dice: «y todas estas cosas se os darán por 
añadidura», esto es, incluso a los que no las buscan. Mas yo no 
conozco manera cómo pueda decirse con verdad que alguno no 
busca aquello que, para recibirlo, suplica a Dios con la mayor 
atención. 
— Respecto al sacramento del cuerpo del Señor, para no entrar 
en cuestión con muchos orientales que no participan cada día de 
la cena del Señor, llamándose «cotidiano» este pan; para que 
ellos se callen y, en esta materia, no defiendan su opinión, 
apoyándose en la autoridad eclesiástica, alegando que hacen eso 
sin escándalo, sin que los jefes de las iglesias se opongan y sin 
que sean acusados de desobediencia los que obran de esa 
manera, lo cual prueba que en aquellos lugares orientales no se 
da este sentido a las palabras «pan cotidiano», porque de otra 
manera serian argüidos de pecado grave los que no lo recibieran 
diariamente; para no discutir ninguna de esas opiniones, diremos 
que todo aquel que reflexione verá claramente que hemos recibido 
del Señor una regla para orar, la cual no debe traspasarse ni 
añadiendo ni omitiendo cosa alguna. Pues, viendo esto así, 
¿quién hay que se atreva a decir que una vez solamente debemos 
rezar la oración dominical, o que aunque se rece dos o tres veces, 
sólo hasta aquella hora en que recibimos el cuerpo de Cristo, pero 
que después no ha de orarse así en las restantes horas del dia? 
Porque no podemos decir «dánosle hoy» al que ya hemos 
recibido, ni debemos ser obligados a celebrar este sacramento en 
la última parte del día. 
— En vista de esto, resta que por «pan cotidiano» entendamos 
el espiritual, a saber, los preceptos divinos, los cuales conviene 
meditar y cumplir todos los días. Porque acerca de ellos dijo el 
Señor: «Trabajad para obtener el manjar que dura hasta la vida 
eterna»70. Pues este alimento llámase «cotidiano» ahora, 
mientras esta vida temporal se desarrolla por dias, que pasan y se 
suceden. Y, en realidad, los afectos del alma alternan, 
dirigiéndose [...] ya a lo espiritual ya a lo carnal; como aquél, que 
en algún tiempo se recrea con alimento y en otro padece hambre, 
necesita todos los días pan para calmar el hambre y restaurar las 
fuerzas; como nuestro cuerpo en esta vida [...] repone con el 
alimento las energías que pierde en el continuo desgaste, así 
también el alma, por cuanto sufre como una disminución de amor a 
Dios causada por los afectos temporales, necesita restaurarse con 
el alimento de los preceptos divinos. 
Al decir: «dánosle hoy», se emplea la palabra «hoy» para 
expresar todo el tiempo que dura esta vida temporal. Porque 
después de esta vida seremos saciados del alimento espiritual por 
toda la eternidad, de tal modo que no se llamará «pan cotidiano», 
porque allí no existirá más la movilidad del tiempo, que hace que 
los dias sucedan a los dias. Lo de «cada dia» ha de entenderse 
según aquellas palabras del salmo, que dice: «Hoy, si oyereis la 
voz del Señor»71; las cuales interpreta el apóstol en la Carta a los 
hebreos del siguiente modo: «mientras dura el hoy»72, esto es, 
mientras vivís; así también ha de entenderse aquí «dánosle hoy». 

Si alguno quiere interpretar también esta sentencia del alimento 
necesario para el cuerpo o del sacramento del cuerpo del Señor, 
conviene que entienda juntamente todas las tres cosas, a fin de 
que ciertamente pidamos a la vez el pan necesario al cuerpo, el 
visible consagrado en el sacramento y el invisible de la palabra de 
Dios. 

2) Cuando dices: «El pan nuestro de cada día dánosle hoy», te 
confiesas mendigo de Dios; mas no te sonrojes: por muy rico que 
sea uno en la tierra, es mendigo de Dios. Está el mendigo a la 
puerta del rico, y el rico a la puerta del gran rico. Al rico se le pide, 
y él pide a su vez. Si no fuera mendigo, no llamaría con la oración 
en los oídos de Dios. Y ¿qué necesita el rico? Me atrevo a decirlo: 
necesita también «el pan cotidiano». ¿Por qué nada él en la 
abundancia de todo? ¿De dónde le viene, sino del favor divino? 
¿Qué tuviera, si Dios retirase la mano? Muchos que se acostaron 
ricos, ¿no despertaron pobres? Si, pues, nada le falta, 
misericordia es de Dios. Mas este pan, con que se llena el vientre 
y a diario se rehace la carne, este pan, digo, ya veis se lo otorga 
Dios no sólo a quienes le bendicen, sino también a los que le 
blasfeman: «Él hace salir el sol sobre buenos y malos y llueve 
sobre justos e injustos»73. Si le bendices, te da de comer; si le 
blasfemas, te da de comer. Para que hagas penitencia, te 
aguarda; y si no te mudares, te condena. 
Viendo, pues, que reciben de Dios este pan buenos y malos, ¿te 
figuras no hay un pan, el pan de los hijos, del que decia el Señor 
en el evangelio: «no está bien tomar el pan de los hijos para 
echárselo a los perros»?74. Sin duda le hay, y sin él no es posible 
vivir: ¡sin este pan no podemos! Descaro fuera pedirle riquezas a 
Dios, no lo es pedirle «el pan de cada día». Una cosa es solicitar 
pábulo del orgullo; otra, pedirle modo de vivir. Sin embargo, como 
este pan visible y palpable se les concede a los buenos y a los 
malos, ha de ser otro «el pan cotidiano» que piden los hijos: es la 
palabra de Dios, que se nos da cada día, «pan nuestro cotidiano», 
del que se nutren las mentes y no los vientres. Obreros ahora 
nosotros de la viña, nos es necesario, pero es mantenimiento, no 
salario. Ambas cosas le debe al obrero quien le arrienda para la 
viña: comida, por que no desfallezca, y salario que se alegre. 
Nuestro «alimento cotidiano» en esta tierra es la palabra de Dios, 
que siempre se les está dando a las iglesias; el jornal que sigue a 
nuestra labor denomínase «vida eterna». 
Y si, además, en este «pan cotidiano» ves lo que reciben los 
fieles [=eucaristia] y vosotros habéis de recibir una vez bautizados, 
en su punto está rogar diciendo: «el pan nuestro de cada día 
dánosle hoy» para vivir de modo que jamás nos separemos de 
aquel altar.

3) Danos lo eterno; danos también lo temporal. Nos has 
prometido el reino, y no puedes negarnos los medios para llegar a 
él. Nos darás en ti una gloria sempiterna; pero es preciso que nos 
concedas ahora el alimento corporal, y que nos lo des todos los 
días, que nos lo des hoy, que nos lo des en todo el tiempo que 
quieras tenernos sobre esta tierra. Después que haya pasado 
esta vida, ¿tendremos necesidad de pedir el pan de cada día? 
Entonces no existirá la palabra «cada día», porque siempre será 
hoy. ¿Puede pensarse en el día de mañana, sabiendo que es 
eterno el día en que vivimos? De dos maneras debe entenderse la 
petición del «pan cotidiano»: por la necesidad del sostenimiento 
de la carne, y por la necesidad del alimento del espíritu: la 
necesidad del alimento para el cuerpo, se funda en la misma 
necesidad de la vida. En los alimentos quedan comprendidos los 
vestidos y por eso, cuando pedimos pan, pedimos asimismo con 
qué cubrir nuestro cuerpo. También los fieles conocieron el 
alimento espiritual que vosotros habréis de recibir del altar de 
Dios. Será también «el pan cotidiano» y del todo necesario para la 
vida. ¿Por ventura habremos de recibir la sagrada eucaristía 
cuando nos acerquemos a Cristo y empecemos a reinar con él? 
Luego la eucaristía es también «nuestro pan cotidiano». Pero es 
preciso recibirle de tal forma que no solamente reparemos con él 
las fuerzas del cuerpo, sino también las del alma. La eficacia, que 
este pan encierra, es unidad: ¡reducidos a su Cuerpo y 
convertidos en miembros suyos, debemos empezar a ser lo que 
recibimos! Entonces será verdaderamente este pan «nuestro pan 
cotidiano». Pan cotidiano [...] son también las lecciones santas que 
oís en la iglesia, y los himnos que escucháis y cantáis. Pan 
cotidiano es todo esto, y absolutamente necesario para nosotros, 
mientras vivamos en este destierro. ¿Pensáis que cuando 
lleguemos allá habremos de escuchar la lectura de los libros 
santos? Allí oiremos al Verbo, veremos al Verbo, comeremos al 
Verbo, y beberemos al Verbo, como hacen los ángeles ahora. 
¿Acaso necesitan los ángeles de los sagrados códices, ni de 
lectores, ni de expositores? ¡No pase por vosotros tan absurdo 
pensamiento! Los ángeles leen viendo, y ven la misma verdad y 
beben en la verdadera fuente, de la cual sólo recibimos nosotros 
como un rocío. 
Baste esto sobre «el pan de cada día». Y no dejemos de 
pedirlo, puesto que nos es necesario para poder vivir. 

4) Puede tomarse esta parte de la oración simplemente como 
una súplica, para que se nos conceda abundancia de medios con 
que sostener la vida presente; y si no abundancia, por lo menos 
que no nos falte lo necesario. «De cada día» quiere decir todos 
los días, porque todos los días nos levantamos, todos los días 
comemos, y todos los días tenemos hambre. ¡Danos, pues, el pan 
para cada día! ¿Por qué no pedimos que nos dé también abrigo? 
Nuestro sostenimiento consiste en la comida y en la bebida; 
nuestro abrigo, en el vestido y en el techo. No apetezca el hombre 
más que esto. El apóstol dice: «Nada hemos traído a este mundo y 
nada sacaremos tampoco de él; con tal que tengamos qué comer 
y con qué cubrirnos podemos estar contentos»75. Con que 
perezca la avaricia, será rica la naturaleza. Luego, si el «pan 
nuestro de cada día» se refiere al sustento del cuerpo, como 
claramente se ve, no nos extrañe si en él se incluye todo lo demás 
que necesitamos. José invitó a sus hermanos diciendo de ellos: 
«estos hombres comerán hoy el pan conmigo»76. ¿Es que habían 
de comer solamente pan? No; es que en el pan van comprendidos 
todos los alimentos. Así es que, cuando pedimos «el pan de cada 
día», suplicamos todo lo que conviene al sostenimiento del cuerpo. 
Pero ¿qué nos dice Jesús?: «Buscad primero el reino de Dios y su 
justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura»77. 
Por este pan cotidiano se entiende también la eucaristía. Saben 
muy bien los fieles lo que reciben; y bueno es que reciban este 
«pan de cada día», necesario para mientras vivamos en la tierra. 
Ruegan por sí mismos para hacerse buenos y para poder 
perseverar en la bondad: en la fe y en la disciplina. Eso es lo que 
desean, eso es lo que piden; porque si no perseverasen en la 
virtud, serán separados de aquél. Luego, ¿qué significa «el pan 
nuestro de cada día»? Que vivamos de tal suerte que no nos 
veamos arrojados de altar. 
La palabra de Dios, que todos los días se os explica y que en 
cierto modo se parte, es «pan cotidiano». Y lo mismo que los 
estómagos desean aquel otro pan que alimente los cuerpos, así la 
mente desea éste, para alimento del alma. ¡Ambos panes quedan 
incluidos en la petición, que os estamos explicando! 


X. SANTA TERESA DE JESUS
(Camino de perfección, cap. 33-35)
·TEREJ/PATER PATER/TEREJ

Entendiendo el buen Jesús [...] que muchas veces hacemos 
entender que no entendemos cuál es la voluntad del Señor, [...] y 
que ere menester medio, [...] pues cumplirlo vio ser dificultoso, [...] 
buscó un medio admirable adonde nos mostró el extremo de amor 
que nos tiene, y [...] pidió esta petición: «el pan nuestro de cada 
día donosle hoy, Señor». Entendamos, hermanas, por amor de 
Dios, esto que pide nuestro buen maestro, que nos va la vida en 
no pasar de corrida pors ello, y tener en muy poco lo que habéis 
dado, pues tanto habéis de recibir. 
Paréceme ahora a mí, [...] que visto el buen Jesús lo que habrá 
dado por nosotros, y cómo nos importa tanto darlo, y la gran 
dificultad que había, como está dicho, por ser nosotros tales y tan 
inclinados a cosas bajas, y de tan poco amor y ánimo, que era 
menester ver el suyo para despertarnos, y no una vez, sino cada 
día, que aquí se debía determinar de quedarse con nosotros. Y 
como era cosa tan grave y de tanta importancia, quiso que viniese 
de la mano del eterno Padre. [..,] Bien entendió que pedía más en 
esto que ha pedido en lo demás porque ya sabía la muerte que le 
habían de dar, y las deshonras y afrentas que había de padecer. 
Pues ¿qué padre hubiera, Señor, que habiéndonos dado a su 
hijo y tal hijo, y parándole tal, quisiera consentir se quedara entre 
nosotros cada día a padecer? Por cierto, ninguno, Señor, sino el 
vuestro [...]. Mas vos, Padre eterno, ¿cómo lo consentisteis? ¿por 
qué queréis cada día ver en tan ruines manos a vuestro Hijo? Ya 
que una vez quisisteis que lo estuviese y lo consentisteis, ya veis 
cómo le pararon. ¿Cómo puede vuestra piedad cada día, cada 
día, verle hacer injurias? ¡Y cuántas de manos enemigas suyas le 
debe de ver el Padre! ¡Qué de desacatos de estos herejes! 
¿Oh Señor eterno! ¿Cómo aceptáis tal petición? ¿Cómo lo 
consentís! No miréis su amor, que a trueque de hacer 
cumplidamente vuestra voluntad, y de hacer por nosotros, se 
dejará cada día hacer pedazos. Es vuestro de mirar, Señor mío, ya 
que a vuestro Hijo no se le pone cosa delante. ¿Por qué ha de ser 
todo nuestro bien a su costa? ¿Por qué calla a todo, y no sabe 
hablar por sí, sino por nosotros? Pues ¿no ha de haber quien 
hable por este amantísimo cordero? He mirado yo cómo en esta 
petición sola duplica las palabras, porque dice primero y pide que 
le deis esta pan de cada día, y torna a decir: «dádnoslo hoy, 
Señor». Pone también delante a su Padre. Es como decirle que ya 
una vez nos le dio para que muriese por nosotros, que ya nuestro 
es; que no nos lo torne a quitar hasta que se acabe el mundo; que 
le deje servir cada día. 
[...] ¡Oh Padre eterno, que mucho merece esta humildad! ¡Con 
qué tesoro compramos a vuestro Hijo! Venderle, ya sabemos que 
por treinta dineros; mas para comprarle no hay precio que baste. 
Como se hace aquí una cosa con nosotros por la parte que tiene 
de nuestra naturaleza, y como Señor de su voluntad, lo acuerda a 
su Padre, que pues es suya, que nos la puede dar; y así dice: 
«pan nuestro». No hace diferencia de él a nosotros, mas 
hacémosla nosotros de él, para no darnos cada día por su 
majestad. 
Pues en esta petición de cada día, parece que es para siempre. 
Estando yo pensando por qué después de haber dicho el Señor: 
«cada día», tornó a decir: «dádnoslo hoy, Señor»; ser nuestro 
cada día, me parece a mí porque acá le poseemos en la tierra y le 
poseeremos también en el cielo, si nos aprovechamos bien de su 
compañía; pues no se queda para otra cosa con nosotros, sino 
para ayudarnos, y animarnos y sustentarnos a hacer esta 
voluntad, que hemos dicho se cumpla en nosotros. 
El decir «hoy», me parece es para un día, que es mientras 
durare el mundo, no más. [...] Y así le dice su Hijo, que pues no es 
más de un día, se le deje ya pasar en servidumbre; que pues su 
majestad ya nos le dio y envió al mundo por sola su voluntad, que 
él quiere ahora por la suya propia no desampararnos, sino estarse 
aquí con nosotros [...] este pan sacratísimo para siempre, [...] este 
mantenimiento y maná de la humanidad, que le hallamos como 
queremos, y que si no es por nuestra culpa, no moriremos de 
hambre, que de todas cuantas maneras quisiere comer el alma, 
hallará en el santísimo sacramento sabor y consolación [...]. 
Pedid vosotras, hijas, con este Señor al Padre que os deje hoy a 
vuestro esposo, que no os veáis en este mundo sin él: [...] mas 
suplicadle que no nos falte, y que os dé aparejo para recibirle 
dignamente. De otro pan, no tengáis cuidado las que muy de 
veras os habéis dejado en la voluntad de Dios; digo en estos 
tiempos de oración que tratáis cosas más importantes, que 
tiempos hay otros para que trabajéis y ganéis de comer. Mas con 
el cuidado, no curéis gastar en eso el pensamiento en ningún 
tiempo; sino trabaje el cuerpo, que es bien procuréis sustentaros, 
descanse el alma. Dejad ese cuidado, como largamente queda 
dicho, a vuestro esposo, que él le tendrá siempre. [...] Nosotras 
pidamos al Padre eterno merezcamos recibir el nuestro pan 
celestial de manera que, ya que los ojos del cuerpo no se pueden 
deleitar en mirarle por estar tan encubierto, se descubra a los del 
alma y se le dé a conocer, que es otro mantenimiento de 
contentos y regalos. y que sustenta la vida [...]. 


X. CATECISMO ROMANO
(IV, V 1-23)
PATER/CATECISMO-ROMANO

1. Por qué esta petición 
La prueba más contundente de la convivencia y aun necesidad 
de esta petición del padrenuestro la tenemos en la misma 
indigencia que todos experimentamos de las cosas que en ella se 
piden para conservar la vida corporal. Necesidad más aguda en 
nosotros que en los primeros padres, por la distinta condición en 
que a todos nos dejó su primer pecado. 
— Cierto que Adán y Eva necesitaban también, aun en su 
primitivo estado de inocencia, tomar alimentos para conservar y 
reparar las fuerzas del cuerpo; pero no necesitaban [...] tantas y 
tantas cosas, como han llegado a ser indispensables para la 
naturaleza caída. Para proveer ampliamente a todas las 
exigencias, hubiérales bastado el fruto del «árbol de la vida», 
plantado por Dios en medio del paraíso. Y no por esto habrían 
transcurrido sus vidas en el ocio. Dios les impuso el deber del 
trabajo; no un trabajo molesto y fatigoso, sino una ocupación grata 
y agradable, a la que siempre habían correspondido los 
suavísimos frutos de aquella tierra fecunda. Sus trabajos, sin 
fatigas, se habrían visto siempre coronados por el premio: ¡la 
tierra jamás fallaría a sus esperanzas! 
— Con el primer pecado, la humanidad entera fue arrojada del 
paraíso, privada del árbol de la vida y condenada a la fatiga del 
duro trabajo78. [...] Nuestra condición y panorama cambió por 
completo. Todo nos sucederá al revés de lo que hubiera acaecido 
a Adán y a su descendencia, de no haber existido el pecado de 
origen. Situación tanto más dura la nuestra, cuanto que no pocas 
veces los más fatigosos trabajos, los más grandes gastos y 
sudores no se ven coronados por el fruto impedido o arruinado 
por la esterilidad del terreno, por las intemperies del tiempo, por 
las sequías, piedra, langosta, pulgón y otras enfermedades que 
pueden inutilizar en bien poco tiempo el trabajo de temporadas y 
aun de años enteros. Castigo, la mayor parte de las veces, de 
nuestros pecados; porque Dios mantiene su tremenda 
condenación: «con el sudor de tu rostro comerás el pan»79, y 
retira sus bendiciones fecundantes de nuestros pobres trabajos. 
Realmente es dura nuestra vida e inmensas sus necesidades, 
agravadas casi siempre por nuevas culpas. Nuestra esperanza y 
nuestros esfuerzos serán vanos e inútiles, si el Señor no los 
acompaña con sus bendiciones80. [. . .] Toda nuestra vida, pues, 
y las cosas terrenas de las que ella depende, se encuentran, en 
último análisis, en manos de Dios. Esta reflexión nos estimulará y 
obligará a todos a volver los ojos a «nuestro Padre, que está en 
los cielos», y a suplicarle humildemente los bienes terrenos 
juntamente con los espirituales. [...] Plegaria que en nosotros debe 
ser siempre confiada, porque sabemos que Dios, nuestro Padre, 
goza en oír la voz de sus hijos y, al sugerirnos que le pidamos «el 
pan de cada día», nos promete escucharnos con la abundancia de 
sus dones81 [...]. 

2. El pan nuestro de cada dfa...
La palabra «pan» tiene en la Sagrada Escritura especialmente 
dos significados: a) el alimento material y todo lo que necesitamos 
para la conservación de la vida del cuerpo; b) todos los dones de 
Dios necesarios para la vida espiritual y para la salud y salvación 
del alma82. 

a) Es constante doctrina de los padres, que en esta petición del 
padrenuestro imploramos las cosas necesarias para la vida 
terrena. Sostener que el cristiano no debe preocuparse de las 
necesidades materiales y que, por consiguiente, no deben ser 
objeto de nuestras plegarias los bienes de la tierra, es contrario no 
sólo a la doctrina de la iglesia y a las enseñanzas de los padres, 
sino también al sentido de la Escritura misma, que tantos ejemplos 
nos ofrece de estas peticiones83 [...]. Es claro, pues, que con el 
«pan de cada día» pedimos en esta plegaria todo lo necesario 
para la vida de la tierra; [...] no pedimos a Dios abundancia de 
riquezas ni exquisitez de alimentos o vestidos lujosos, sino la 
cantidad suficiente y la calidad conveniente a nuestra condición84. 

[...] Esta frugalidad y parsimonia va expresada también en la 
palabra adjunta a la petición: «nuestro». Con ella significamos que 
pedimos y esperamos de Dios únicamente lo que nos es necesario 
y no lo que pudiera servir para lujos innecesarios y excesos 
superfluos. Y lo llamamos «nuestro» no porque nosotros podamos 
proporcionárnoslo sin la ayuda de Dios, sino porque nos es 
necesario, y como tal lo esperamos de la ayuda divina85. [...] Lo 
llamamos «nuestro», además, porque con pleno derecho lo 
pedimos a Dios y con pleno derecho podemos procurárnoslo 
mediante nuestro trabajo, no con injusticias, robos o fraudes86. 
[...] Y no sólo pedimos el poder retener y usar lo que lícitamente 
hemos adquirido con nuestro ingenio y sudor, ayudados por la 
gracia divina; pedimos también que Dios nos conceda recto 
discernimiento y sano juicio, para saber usar de estas cosas con 
toda prudencia y equidad en bien nuestro y nuestros prójimos. 
De nuevo nos insiste la petición en el concepto de moderación y 
frugalidad con la palabra «cotidiano»: lo necesario para cada día. 
No entra en el orden de la providencia que busquemos 
abundancia de comidas y bebidas, variedades y exquisiteces de 
alimentos; el cristianó debe contentarse con lo necesario para 
satisfacer sus necesidades naturales: ¡lo superfluo, lo refinado, lo 
excesivo, no va bien con los hijos de Dios!87. 

b) Añádese a este pan material el espiritual, que también 
pedimos a Dios en esta plegaria. Significa este «pan espiritual» 
todo cuanto en esta vida nos es necesario para la salud y robustez 
de la vida del alma y para conseguir la salvación eterna. 
[...] Pan del alma es, ante todo, la palabra de Dios88. [...] Pero el 
verdadero pan y manjar del alma es Cristo nuestro Señor. El 
mismo nos dice: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo»89. [...] De 
manera especialísima, Cristo es «pan substancial» en el 
sacramento de la eucaristía, prenda inefable de amor que él nos 
dejó antes de retornar al Padre. «El que come mi carne y bebe mi 
sangre está en mí y yo en él. Tomad y comed; esto es mi 
cuerpo»90. Cristo eucaristía es en verdad «nuestro pan», porque 
sólo pertenece a los cristianos, y entre éstos, a quienes 
purificados de sus pecados en el sacramento de la penitencia, le 
reciben con santidad y devoción. Y es «pan cotidiano», porque 
cada día se ofrece en la iglesia en sacrificio y se distribuye a las 
almas, y cada día se ha de recibir como alimento o, por lo menos, 
se debe vivir en disposición de poder recibirlo. A quienes, con un 
falso y peligroso rigorismo, pretenden alejar las almas de la 
comunión por largos intervalos de tiempo escribe justamente san 
Ambrosio: «Si es pan de cada día, ¿por qué ha de recibirse de 
año en año? Toma cada día lo que cada día te aproveche y vive 
de modo que merezcas tomarlo cada día»91. 

3. ... dánosle hoy
Claramente se comprende que al rezar al Señor: «el pan 
nuestro de cada día dánosle», hacemos un acto de fe y adoración 
profunda en la omnipotencia de Dios, en cuyas manos están todas 
las cosas92 y de quien únicamente pende nuestra vida. Con estas 
palabras deponemos todo pensamiento de orgullo. Es la voluntad 
divina la que únicamente posee y puede conceder todas las 
cosas. De aquí que también los ricos y poderosos tengan 
obligación de pedir lo que necesitan, aunque parezca que nada 
les falta. Si es cierto que abundan en bienes no lo es menos que 
todo lo recibieron de Dios y que, además, a él deben suplicar y 
sólo de él deben esperar su conservación93. 
[...] Decimos «dánosle» y no «dámelo», porque es exigencia de 
la caridad el pensar en las necesidades ajenas y el preocuparse 
de los intereses del prójimo además de los propios. Tanto más, 
cuanto que el Señor nos concede sus bienes no para que nos 
sirvan egoísticamente a nosotros solos, sino para que nos 
sirvamos de ellos, para el bien y caridad de los hermanos 
necesitados. 
[...] La palabra «hoy», nos recuerda y representa al vivo nuestra 
común miseria. ¿Quién llegará a hacerse ilusiones de poder 
proveer con su trabajo las cosas necesarias a una larga vida, 
cuando ni siquiera sabe si ésta conocerá el día de mañana? 
Quiere el Señor que no presumamos del mañana, y ni siquiera del 
hoy, para que cada día hagamos depender nuestra jornada de 
sólo su beneplácito y de los dones de su divina providencia, y 
cada día nos acordemos de acudir al «Padre, que está en los 
cielos» [...]. 


XII. D. BONHOEFFER
(O. C., 178)
PATER/BONHOEFFER

Mientras los discípulos se encuentren en la tierra, no deben 
avergonzarse de pedir a su Padre celeste los bienes de la vida 
material. El que ha creado a los hombres sobre la tierra quiere 
conservar y proteger sus cuerpos. No quiere que su creación se 
vuelva despreciable. Lo que piden los discípulos es un pan común. 
Nadie puede tenerlo para sí solo. Y también piden a Dios que dé 
su pan diario a todos sus hijos sobre la tierra, porque son sus 
hermanos según la carne. Los discípulos saben que el pan 
producido por la tierra viene, en realidad, de arriba, es don 
exclusivo de Dios. Por eso no cogen el pan, sino que lo piden. Por 
ser el pan de Dios, llega cada día de nuevo. Los seguidores de 
Jesús no piden provisiones, sino el don cotidiano de Dios, con el 
que pueden prolongar sus vidas en la comunión con Cristo, y por 
el que glorifican la bondad clemente de Dios. En esta súplica es 
puesta a prueba la fe de los discípulos en la actividad viva de Dios 
sobre la tierra, que busca su bien. 


XIII. R. GUARDINI
(O. c.. 381-398)
PATER/GUARDINI

1. El pan de cada día
Estamos ante la cuarta petición del «padrenuestro», en que se 
expresa con pureza la confianza del hombre, tan necesitado, en el 
Dios rico y bondadoso, diciendo así: «danos hoy nuestro pan 
necesario». 
Antes de penetrar en su contenido, hemos de fijarnos primero 
en el texto. En él hay una palabra cuyo significado no está muy 
claro, por lo cual se traduce de diversas maneras. Lo que nosotros 
decimos como «de cada día», en el griego es epioúsios, [...]. 
Algunos traduclores le dan un sentido temporal [...]: el pan «para 
el próximo día» de modo que el que habla, estando en el día de 
hoy, pediría a Dios que le dé lo que sustentará su vida también 
mañana, librándole así del cuidado por el porvenir inmediato. 
Otros traducen: el pan que nos alimenta «todos los días», dánoslo 
hoy también [...]. Pero otros ven en esta palabra una 
determinación de cualidad, y piensan que significa lo adecuado, lo 
esencial, lo necesario; según eso, se pediría el pan que 
corresponde, que nos hace bien. Por fin, se encuentra todavía 
una cuarta interpretación [...]: partiendo del elemento de esta 
palabra, que viene del griego ousia, esencia o sustancia, se 
entiende la palabra en sentido de «supersubstancial»: superando 
todo natural; según eso, se aludiría al pan de la eucaristía, del que 
dice Jesús que es «el pan venido del cielo, el verdadero»94. 
De cualquier modo que sea, en todo caso, en esta petición 
surge la imagen del Padre como el gran amo de la casa del 
mundo, que se preocupa de los suyos, para que puedan estar 
seguros cuando se acercan a él con confianza y le ruegan que les 
dé lo que les hace falta. [...] Jesús, que está lleno de la conciencia 
del amor y el poder de su Padre nos exhortaría: ¡id a él y pedidle 
lo que os hace falta; él os lo dará! 

Ahora vamos a penetrar más, preguntando qué puede significar 
la palabra «pan». 
[...] Por lo pronto, la forma básica del alimento, lo que se 
prepara con las mieses del campo. Pero «pan» y «comer pan» 
tienen en el nuevo testamento una significación más amplia: la 
comida en general. [...] Luego vemos cómo va creciendo el sentido 
de la palabra. Recordemos lo que cuenta san Juan en el sexto 
capítulo: Jesús ha dado de comer a los hambrientos en el desierto, 
se ha retirado luego a la soledad, y por fin ha ido por el lago a 
Cafarnaún95; mientras tanto, la gente ha acudido a reunirse allí, y 
él les dice: «Me buscáis no porque visteis señales (complétese: «y 
las comprendisteis»), sino porque comisteis el pan y os 
hartasteis96; y piensan que ahora se ha de repetir. Pero ¡no os 
preocupéis por el alimento terrenal! Hay otro pan que no es de la 
tierra, sino «que baja del cielo y da la vida»97. Ese es el auténtico: 
y luego viene la frase inaudita: «Yo soy el pan de la vida»98.
Con eso se quiere decir, ante todo, que él sacia el afán del 
hombre por la verdad: «El que viene a mí, no tendrá hambre, y el 
que cree en mi no tendrá nunca sed»99. [...] Pero su mensaje da 
un paso hacia algo todavía mayor, algo que aparentemente 
supera toda medida de lo racional y lo adecuado, y dice: «Yo soy 
el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá 
eternamente. Y el pan que yo le daré es mi carne para la vida del 
mundo»100. Los oyentes se rebelan: «¿cómo puede éste darnos 
a comer su carne?»101. Pero él repite y refuerza sus palabras: 
«de veras, de veras os digo: si no coméis la carne del Hijo del 
hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros... El 
que come mi carne y bebe mi sangre, se queda en mi y yo en 
él»102. [...] El mensaje del pan y de su abundancia llega a su 
plenitud cuando se anuncia la misma vida eterna bajo la imagen 
de una comida103 [...]: ¡El misterio del eterno banquete, en que 
llega a plenitud el de la eucaristía! 
[...] Así, pues, cuando el Señor nos dice con su oración que 
hemos de ir al Padre y pedirle el pan que necesitamos, entonces 
ese «pan» incluye desde el alimento en la mesa de casa hasta el 
misterio de la eterna comunidad con Dios. 
Pero todavía hemos de tomar conciencia de algo que solemos 
pasar por alto. La petición del «pan de cada día» se ha extendido 
a todo lo que necesita el hombre para poder organizar una vida 
rica y fecunda. ¿Era cierto? Al oír la petición, tal como se expresa 
inmediatamente, sentimos en ella tal espíritu de modestia e incluso 
de menesterosidad, que podríamos llegar a pensar: ¡el único que 
pronuncia esa petición con buen derecho es el pobre! [...] Eso es 
intranquilizador, pues ¿qué ocurre entonces con nuestra 
propiedad, con la riqueza de la vida, y no con la [...] mal adquirida, 
sino también con la honrada? Nuestra situación, ¿es tal como para 
que podamos pronunciar desde ella con toda confianza el 
«padrenuestro»? Aceptemos la pregunta y reflexionemos una vez 
sobre ella, a ver si, ya que no todas las consecuencias, al menos 
se ha de sacar ésta: que el cristiano, conforme al sentido de 
Jesús, sólo puede poseer aquello que también pueda pedir al 
Padre en buena conciencia... 
PROVI/LEY-NATURAL D/CAUSA-PRIMERA: Más allá de lo que 
hemos dicho, la frase del «padrenuestro» enseña que nuestra 
vida ha de estar construida en la petición, en la concesión y en la 
acción de gracias; y eso no es fácil de entender para nosotros, los 
hombres actuales. La imagen del mundo de la Sagrada Escritura 
ve lo existente, sencillamente, en la mano de Dios; no sabe nada 
de leyes naturales, sino que lo que ocurre procede directamente 
de su iniciativa: cuando llueve, es él quien bendice los campos; 
cuando los animales reciben su alimento, es él quien se los da; si 
a un hombre le ocurre algo dificultoso, es una prueba del Señor 
del mundo; si le va bien, es que él lo ha dispuesto así... Ese modo 
de ver las cosas tiene un paralelo en lo histórico. Cuando un 
soberano de los imperios antiguos quiere proclamar lo que ha 
ocurrido, dice, por ejemplo: «yo he construido tal o cual ciudad, y 
la he rodeado de murallas». Los que realmente construyeron 
fueron sus ingenieros y trabajadores esclavos; él sólo dio órdenes. 
Pero en la imagen de esa relación de señorío se suprimen las 
causas intermedias, y entre el soberano que manda y la ciudad 
que surge se establece una conexión directa. De modo análogo 
aquí: el creyente encuentra obvio ir con su petición a aquél que lo 
sostiene y lo realiza todo inmediatamente [...] 
Pero luego el mundo se distanció de ese modo inmediato de 
estar dispuesto por parte de Dios. Se formó el concepto de ley 
natural, el mundo se volvió un conjunto de cadenas de causalidad 
que se desarrollaban por sí; y el hombre, que, por decirlo así, 
antes había seguido el gobierno casero de Dios, se hizo 
consciente de su autonomía y responsabilidad. Ahora fue mucho 
más difícil decir que Dios daba lo que, según la continua 
experiencia, provenía de las relaciones del mundo. Más aún, la 
nueva conciencia, como siempre ocurre con las comprensiones 
recién aparecidas, se extendió hasta la desmesura. El mundo fue 
declarado «autárquico», suficiente para sí, y el hombre 
«autónomo», señor de sí mismo y del mundo. 
PETICION/SENTIDO: Con eso la petición perdió su obviedad, 
pues el hombre adquirió otro modo de sentir: pedir, ¿por qué? ¡Si 
el mundo me pertenece! ¡Me pertenece tanto como yo pueda 
conquistar! Y surgió un concepto que parecía dar la justificación 
moral de esto: la idea moderna del trabajo. En lugar de la petición 
humana y de la concesión divina, apareció el trabajo autónomo, 
cuyo esfuerzo produce su resultado en una proporción calculable 
en cada caso. Ahora ya no parecía quedar lugar para el ruego. Y 
con eso desapareció algo más; esto es: la gratitud. [...] En lugar 
del agradecimiento apareció la conciencia del hombre trabajador, 
de que su realización había salido bien, y su resultado 
correspondía a las expectaciones. 
Entonces la vida se volvió dura, íntimamente dura, como no 
puede menos de ser cuando se trata de derecho y cálculo. Y 
penetró en ella una profunda falsedad. Porque ¡no es verdad que 
la existencia del hombre consista meramente, ni aun en primer 
término, en realización y éxito! Pues ¿con qué experiencia crece el 
niño, suponiendo, claro está, que sus padres le quieran y tengan 
ellos mismos una apropiada educación de sentimientos? El niño se 
siente rodeado de su cuidado: sabe que todo lo que tiene procede 
de ellos, constantemente nota que puede pedirles lo que necesite 
y tiene que agradecer que se lo den. Esta es la situación original 
de la vida incipiente: si no hay nada que la contradiga, su influjo 
penetra en toda la existencia posterior. 
Una y otra vez recibimos algo de alguien: el amigo del amigo; los 
unidos en el amor, unos de otros. Constantemente recibimos algo 
de las coyunturas de la vida que se forman en torno de nosotros. 
Pero ya antes todos hemos recibido el poder de trabajar y lograr 
algo. El lenguaje alude muy bien a las «dotes» de una persona: 
las cualidades que se le han «dado» [...]. ¡Cierto que trabaja y 
realiza cosas!; pero las fuerzas con que lo hace, aun las más 
propias, originales y creativas le están dadas. Para no hablar 
siquiera de que su misma existencia no se da por sí, sino que él ha 
sido engendrado y criado. 
[...] Intentemos darnos cuenta en la oración de esa verdad: 
<<¡Señor, te agradezco poder existir!». Esto es difícil cuando la 
vida oprime; y, sin embargo, poder ser, respirar, pensar, amar, 
actuar, es una donación, ¡y hay que agradecerlo! Esto nos hace 
auténticos y nos libera. Cuanto más pura y hondamente lo 
hagamos, cuanto más consigamos asumir en el agradecimiento 
también lo pesado, lo amargo, lo incomprensible, más 
profundamente se transforma el sentimiento básico de la 
existencia en el de la libertad. 

2. La providencia
PROVI/GUARDINO: La frase del «padrenuestro» nos pone ante 
los ojos la imagen del Señor del mundo, Dios, que mira por los que 
viven con él en su casa y da a cada cual lo que necesita. La 
imagen nos lleva por sí misma a esa idea, querida para Jesús y 
que presentó con tal relieve: la idea de la providencia. Las dos 
doctrinas—la del Padre en el cielo, que reparte a los suyos el pan, 
y la de la providencia de ese mismo Padre—están en estrecha 
relación mutua; por eso, no es casual que encuentren su más pura 
expresión en el mismo contexto bíblico, esto es, en el «sermón de 
la montaña» [...]. El mensaje de Jesús sobre la providencia se 
refiere a una pregunta que debe hacer todo hombre: cómo van las 
cosas de la vida, cómo se relacionan entre sí, y qué sentido tiene 
su relación. El mensaje se ha interpretado de diversos modos; 
elijamos dos, que parecen especialmente significativos. 

— El uno dice: Dios lo ha ordenado todo según la verdad. Ha 
dado su esencia a todos los seres, tanto a los inanimados como a 
los vivos, a la planta, al animal y al hombre. Cada dominio está en 
su orden, y los diversos órdenes, a su vez, se relacionan entre sí. 
El conjunto de todas las ordenaciones, por su parte, forma la 
sabiduría del universo. Si el hombre la comprende, si la acepta y 
se confía a ella, entonces vive en la providencia. Según eso, 
«providencia» significa el conjunto de sentido de la existencia, 
establecido por Dios, y cuanto más hondamente viva el hombre en 
la providencia, más puramente comprende ese conjunto y más 
firmemente confía en él... ¡Una idea seria y hermosa! [...] Pero 
¿coincide con lo que quiere decir Jesús? Evidentemente, no; 
incluso, en ella falta lo esencial: el cuidado del Padre por cada uno 
de los hombres, y cada cual de nosotros puede decir: por mí. Con 
esta idea, el hombre queda situado en una ordenación impersonal, 
que, aunque es justa, no es aquello con que el mensaje de Jesús 
toca tan profundamente el corazón del hombre, pues este mensaje 
no dice: el Padre quiere bien a sus criaturas; sino ¡el Padre te 
quiere a ti! 

— La otra interpretación va en sentido contrario y dice: 
«providencia» significa que el Dios amoroso, que todo lo sabe y 
puede, está atendiendo personalmente a cada hombre individual. 

Y así éste avanza con confianza hacia él y le dice: «¡Padre 
necesito esto!». Entonces se lo da. Sin más. Pasando por encima 
de todas las ordenaciones naturales. El milagro forma parte de las 
obviedades de la existencia creyente... Es la actitud del niño, así 
como la de una piedad totalmente madura y purificada, y parece 
responder sencilla y auténticamente a lo que quiere decir Jesús. 
Pero, examinando más atentamente, se ve que no toma bastante 
en serio algo que también es importante: la verdad que Dios ha 
puesto en las cosas. Esta no puede dejarse a un lado, por más 
que se haga de modo piadoso. 
[...] Estas dos interpretaciones son ambas importantes: que en 
todo ser y acontecer reside la sabiduría del Creador, porque de 
otro modo reinaría el caos; y que el creyente es hijo de Dios y 
puede presentarse sin más con sus pretensiones ante el Padre, 
pues de otro modo no habría piedad. Pero debe añadirse algo que 
haga honor a la seriedad de lo existente, pues, de otro modo, todo 
se vuelve filosofía o leyenda. Oigamos lo que dice el texto decisivo 
en el evangelio de san Mateo: «Así que no os preocupéis 
diciendo: ¿qué comeremos? ¿qué beberemos? ¿con qué nos 
vestiremos? Todas estas cosas preocupan a los paganos. Pero ya 
sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de esto. 
Buscad antes que nada el reino y su justicia, y todo se os dará por 
añadidura»104 (/Mt/06/31-33). Alguno podría replicar: «¡pero eso 
es una leyenda! ¡la leyenda del país de jauja, sólo que contada 
con mayor precaución, más tranquila, más piadosa! ¿Dónde 
quedan ahí las leyes naturales y la ordenación de las cosas, con 
toda su seriedad?». 
Por lo que toca a las leyes naturales, permítase ante todo una 
pequeña observación. Haberlas descubierto es un poderoso logro 
de la edad moderna. Con ello esta época ha conocido el modo 
como se cumplen los procesos de la naturaleza, y avanza 
constantemente en ese conocimiento. Pero la peculiar significación 
que ha dado a esas leyes procede de fuentes muy humanas. 
Pues, en efecto, han debido descubrirse, en parte, contra la poco 
iluminada resistencia de los creyentes; por eso, en la sensación 
con que el hombre de la edad moderna contempla las leyes 
naturales y la ciencia natural, se mezcla algo maligno: por parte de 
unos, una enemistad contra la fe; por parte de otros, una 
desconfianza ante la ciencia. Sí, en el concepto mismo de la 
naturaleza, en el modo como se ha percibido ésta ha surgido algo 
que no está bien: entre aquellos, una orgullosa intolerancia, como 
si sólo por parte de las ciencias naturales se diera un orden claro, 
quizá duro, pero siempre auténtico, mientras que el mundo de la fe 
llevaría en sí algo de pueril y borroso; a esa valoración ha 
respondido algo igualmente hostil por parte de los creyentes: una 
desconfianza contra la naturaleza misma, una aversión contra sus 
leyes; una sensación como si en ella se tratara de algo que en 
realidad no marchara de acuerdo con Dios; una especie de afán 
de humillarla y romperla. MIGRO/SENTIDO: De tal raíz ha surgido 
ese extraño concepto de milagro, que dice que consiste en la 
abolición de las leyes naturales, como si éstas provinieran de 
algún poder extraño, que disputara a Dios su soberanía. Pero, sin 
embargo, esas mismas leyes son obra suya, expresión de su 
voluntad de verdad. Así, pues, cuando Dios actúa, no deroga 
ninguna verdad, no hace que dos y dos sean cinco, sino que toma 
una verdad más pequeña al servicio de otra más alta. Las leyes 
naturales pertenecen a Dios y son imágenes de su sabiduría: por 
eso la fe debe vivir en paz con ellas, en una paz que es expresión 
del hecho de que el mismo Dios, que dio la revelación, es el que 
ha dado también las leyes naturales. ¡Intentemos obtener con este 
espíritu una comprensión más profunda de la providencia! 
¿Cómo se desarrolla la vida, entonces? ¿Pueden ocurrir en la 
vida de un hombre las mismas cosas que en la de otro? Hasta un 
cierto límite y hablando desde el exterior, sí. [...] Pero no le viene 
todo «de fuera» a cada hombre. [...] Lo que le ocurre, le ocurre 
desde dos lados: desde fuera, pero también desde dentro. Por 
ejemplo, la persona especialmente dotada en lo artístico, 
¿percibirá lo mismo que alguien cuyos intereses están orientados 
a la ciencia y la técnica? Pues, evidentemente, no. [...] La 
disposición de cada cual efectúa una selección: acepta muchas 
cosas, deja caer otras, determina cuáles son las cosas 
importantes y secundarias, produce una ordenación de objetivos y 
medios. Por eso surge en cada ocasión una estructura de vida de 
índole peculiar, que también es estructura de destino. 
Aun en la vida de la misma persona hay tales diferencias. Por 
ejemplo, mientras uno es niño y, como suele ocurrir en los niños, 
la realidad y la fantasía se confunden en él, toma los 
acontecimientos familiares que hay a su alrededor de manera 
diversa que cuando es mayor y ha aprendido a distinguir con 
realismo. Como consecuencia, por ejemplo, las mismas dificultades 
actúan de modo diverso en él y los mismos influjos estimulantes 
son recibidos o rechazados. Más aún, en el mismo día pueden 
tener efectividad tales distinciones. Todos conocen la sensación 
que a veces nos invade por la mañana, que todo sale atravesado. 
Significa que el sentido de orientación, el juicio sobre medidas y 
relaciones, la respuesta a la situación de cada momento no están 
en orden; por eso el hombre experto en tales dias no emprende 
nada importante, si no es necesario. Por el contrario, otro día uno 
siente que todo le irá bien, y así ocurre efectivamente. En ambos 
casos es la misma persona y los mismos acontecimientos, pero la 
situación interior es diferente; por eso se hace diferente también el 
modo como uno se comporta frente a ellas, y ¡qué consecuencias 
tienen para su vida! 
Hasta ahora se ha hablado de disposición y situación vital. Pero 
las diferencias pueden residir también en lo moral, en la intención 
y manera de ver. Un hombre que sólo piense en lo material, que 
sólo quiera ganancia y placer, y otro que sea capaz de 
entusiasmarse por una idea y de estremecerse por una injusticia 
pública, ¿tienen la misma vida? Pues, ciertamente, no. Donde el 
uno permanece intacto, el otro queda entretejido en el destino. Si 
uno no piensa más que en si mismo, se hace centro de todo y 
piensa sólo en los demás en cuanto tiene importancia para él, 
mientras que el otro siente que los demás tienen también su 
derecho y que algunos son para él más importantes que él mismo: 
¿no irán sus vidas de modo diverso, tanto en cada caso aislado 
como en el conjunto de su transcurso? ¿No tomará la vida otro 
carácter, un sentido totalmente diverso, si se trata de una persona 
desconfiada y reservada, o si se trata de alguien de corazón 
amistoso y dispuesto a la comunidad auténtica? Y así 
sucesivamente. Lo que llamamos «el curso de la vida» no se 
determina y configura sólo desde fuera, sino también desde 
dentro, según como la persona en cuestión esté dotada e 
intencionada. En la medida en que se cambia, se cambia su 
destino. A la persona que no tiene nada en su sentido más que el 
propio arbitrio y deseo, pero a quien afecta un gran amor, todo se 
le cambia. Un joven amigo mio me dijo una vez: «es extraño, todas 
las cosas van de otra manera desde que quiero a esa muchacha». 
La respuesta sólo podia ser: no han cambiado las cosas, sino que 
has cambiado tú y, a partir de ti, el mundo. 
Ahora volvamos al texto, que antes hemos tomado. En él hay 
una frase de la que quizá no hayamos tomado todavía plena 
conciencia: «Buscad antes que nada el reino y su justicia, y todo 
se os dará por añadidura». Aquí se habla de una condición, a la 
que está ligada la promesa. La providencia tiene lugar, en la 
medida en que el hombre «busca el reino de Dios» y, 
precisamente, «antes que nada». Así, pues, no es una ley natural 
que actúe con necesidad; no es una ordenación espiritual del 
mundo, que resulte por si misma según la esencia de la persona; 
pero tampoco es una fuerza benéfica que reine desde el cielo, 
orientándolo todo. No está dado ahí en absoluto, sino que «se 
hace»; se produce de nuevo, surgiendo del corazón del Padre 
hacia el hombre, que se abre así a la promesa. El hombre, pues, 
debe entrar en un acuerdo con Dios. La orientación de su espiritu 
y de su ánimo debe identificarse con la voluntad de Dios. Entonces 
surge una nueva relación, un orden de la existencia que brota de 
la gracia de Dios y de la libertad del hombre. [...] Cuando esa 
libertad se enlaza con la voluntad de Dios, el hombre quiere lo que 
quiere Dios; y entonces surge un nuevo mundo y su ordenación, 
un nuevo modo de producirse los acontecimientos: reino de Dios. 
Dios actúa siempre y en todas partes, pues su voluntad mantiene 
el mundo en la existencia y sus leyes determinan los procesos en 
él. Pero también interviene de modo especial en el mundo: de 
modo creativo, histórico, según cada ocasión; y lo que le da lugar 
para entrar es el corazón del hombre, su libertad, su intención. En 
la medida en que se establece el acuerdo entre ésta y la voluntad 
de Dios, mana la sagrada corriente, y no hay por parte de la 
naturaleza ninguna regla para lo que puede hacer, según va 
configurando el destino desde tal corazón humano; esto es, 
«nueva creación». 
En torno a una persona así, las cosas se ordenan de otro modo 
que como lo producirían las meras leyes naturales; pero también 
de otro modo que allí donde sólo actúan la voluntad propia del 
hombre y la inmediata consecución histórica. Ocurre lo que dice el 
evangelio: el hombre recibe de Dios lo que necesita. Eso no es 
milagro, sino una realidad de la existencia creyente. En este punto 
se realiza el mundo que ha querido Dios. En torno a esa persona 
surge una nueva forma de vida. Si queremos ver qué aspecto 
tiene esa forma, no tenemos más que mirar la vida de los santos. 
Ellos nos muestran cómo se transforma la existencia creyente 
cuando se sacan todas las consecuencias. En torno a un santo 
así, el mundo va de otro modo que en torno al que no cree o que 
sólo cree a medias, sin fuerza ni decisión. En ese mundo no rige la 
necesidad, ni la violencia, ni la ganancia calculadora, sino el amor, 
esto es: se hace reino de Dios 


XIV. H. VAN DEN BUSSCHE
(O. c., 115-125)
PATER/BUSSCHE-VAN

1. Dar pan
«Pan». Inesperadamente el sustantivo se encuentra al principio 
de la frase griega, mientras que en todos los demás casos se 
pone el verbo en primer lugar. Este orden indica un cambio en la 
dirección de la oración. [...] El pronombre dominante ya no es 
«tú», sino «nosotros»: la perspectiva del reino de Dios está 
encubierta por la preocupación de las necesidades humanas. 
[Pues] el vocablo pan resume aquí todas las necesidades 
materiales del hombre. Porque tanto la palabra hebrea lechem 
como la aramea lachma significan algo más que el pan: «todo lo 
que es necesario para la vida». 
[...] La literatura del judaísmo reciente y los evangelios atribuyen 
con frecuencia un significado religioso a la expresión «dar pan». 
De hecho, aunque no siempre se le dé importancia a la distinción, 
vemos que, al hablar del hombre, se dice casi siempre que 
«parte» el pan105 (o lo «distribuye»), mientras que, hablando de 
Dios, se dice que lo «da». [...] Dios «da» el pan: da de comer a los 
hombres. El hombre bíblico tampoco ignora que lo que posee o 
adquiere es don de Dios106, [...] El cual provee a la subsistencia 
de los hombres y de los animales107. [...] La mies es una de las 
señales más tangibles de la liberalidad divina, pero el pan 
cotidiano es un don, que Dios renueva al hombre cada día. Los 
judíos recitaban esta oración cuando se ponían a la mesa: 
«Alabado seas tú, Dios nuestro rey del mundo, que alimentas al 
mundo entero con tu bondad. Con gracia, amor y compasión da 
pan a toda carne, porque su gracia permanece eternamente. Por 
su gran bondad eterna no permite que nos falte nada... Alimenta, 
cuida y procura todo bien y prepara el alimento para todas sus 
criaturas. Alabado seas, Señor, que nos alimentas»108 [.. ]. 

2. Nuestro pan cotidiano
El discípulo no pide pan sin más. Pide «nuestro» pan, el pan 
que nos es «necesario». El adjetivo «nuestro» [...] desempeña un 
doble papel: designa, por una parte, el pan que se da al pobre por 
compasión; y, por otra, preserva la oración de todo egoísmo. [...] 
El discípulo que pide «su» pan implora lo estrictamente necesario 
para la vida. [...] Pero no pide únicamente por su propia 
necesidad. Como miembro de una comunidad, debe preocuparse 
de todos los que forman parte de ella o que la formarán algún día. 
El horizonte del padrenuestro es muy amplio. 
El adjetivo epiousios ha hecho correr mucha tinta. [...] Dos 
traducciones se han propuesto: de mañana o que es necesario. 
Según la primera, el cristiano pediría hoy para que mañana le esté 
asegurada la subsistencia. Para comprender esta interpretación 
habría que trasladarse a la situación del labrador palestinense, 
que pide hoy para obtener la provisión que mañana, a primera 
hora, prepara su mujer; en este caso, la oración reclamaría en 
último término la provisión de cada día. Pero esta hipótesis no 
cuadra bien con la oposición bien marcada entre «hoy» y 
«mañana», y es posible—en el caso de que epiousios signifique 
«mañana»—considerar que el orante pide realmente una garantía 
para sus necesidades del día siguiente. Mas esto va contra las 
amonestaciones de Jesús109: [...] «no os preocupéis del día de 
mañana»110. Toda la sección de /Mt/06/25-34 aclara el sentido 
de la petición: [...] No pedir «hoy» más que el pan de hoy. [...] «No 
me des ni pobreza, ni riqueza, pero dame el alimento que 
necesito»111. Las necesidades del cuerpo son resumidas en el 
«alimento cotidiano»112. La versión que da Lucas de la oración 
presupone también este sentido: «necesario y suficiente para el 
día», porque pide el pan «para cada día». 
El discípulo pide, por consiguiente, «lo necesario», «el pan 
cotidiano», «lo necesario para la vida». Pide hoy su ración 
cotidiana y se contenta con ella. Esta oración por un mezquino 
trozo de pan de cebada es incontestablemente una oración «de 
pobre». Mas los discípulos deben de ser de esos «pobres», a 
quienes se dirige la proclamación del reino113. Seguir a Cristo 
implica siempre el desprendimiento de toda situación social114 y la 
búsqueda, ante todo, del reino de Dios115. La pobreza cristiana 
es siempre una pobreza real, una renuncia; no una pobreza 
forzada y envidiosa, sino sincera y generosa, unida a la idea clara 
de que, en relación al tesoro o a la perla del reino, todo lo demás 
es secundario116. El cristiano puede correr el riesgo de la 
pobreza y confiar totalmente en el Padre de estos pequeños117 
sólo en la medida en que conceda la prioridad al reino. No 
decimos precisamente que todo discípulo debe buscar la 
indigencia, pues seria temeridad. Si Jesús en el «discurso de 
misión» excluye toda previsión humana cuando trata de probar a 
los discipulos118, es porque sabía que no les faltaria nada, ya que 
encontrarían ayuda en todas partes119. Pero el tiempo 
despreocupado de las nupcias pasa120 y, en lugar de ayuda, 
vendrá la persecución121. No obstante, el reino y su servicio 
deben estar antes que todo lo demás, y la confianza en el Padre 
debe permanecer intacta. Aún más, a medida que humanamente 
se encuentran más desprovistos, los discípulos pueden y deben 
tener más confianza en Dios. ¡El que quiere arreglárselas por sí 
mismo, no puede pedir mucho al Padre! 

3. Hoy
En Mateo [...] el discípulo pide a Dios que dé «hoy». Esta 
petición sin artificio responde perfectamente a la situación del 
orante: [...] No es más que petición insistente por una necesidad 
actual. Por eso tiene todas las probabilidades de ser la fórmula 
más auténtica. Lucas emplea [...] la forma: que Dios dé pan «día a 
día». Aquí aparece una consideración doctrinal, una amonestación 
catequística: el discípulo debe manifestar a Dios su necesidad día 
por día, y pedirle día por día el pan cotidiano. Por eso la petición 
de Lucas implica el propósito del discípulo de dirigirse a Dios todos 
los días. 
En el ambiente de los padres griegos ha querido espiritualizarse 
esta petición material. La versión de Lucas es ya un testimonio de 
la admiración de la cristiandad primitiva ante una petición tan 
«banal» en un contexto tan elevado. Por eso algunos padres 
griegos han querido ver en ella una especie de petición del pan 
escatológico o de la eucaristía122. Es inútil pararse en esta 
interpretación. El discípulo pide el pan ordinario de cada día: su 
necesidad de pan es el síntoma más tangible de su situación 
apurada y la ocasión más hermosa para testimoniar su confianza 
en Dios. El reino es ciertamente el centro de su interés; pero este 
interés no puede reducirse a un sueño platónico, debe realizarse 
en la marcha cotidiana de la vida ordinaria. De esta manera el 
discípulo se da cuenta espontáneamente de su situación de 
hombre en camino: la búsqueda del reino de Dios puede traerle la 
miseria material, pero esta miseria le hará pensar en las 
necesidades espirituales, también muy reales, de las que se trata 
en las peticiones siguientes. 


XV. J. JEREMIAS
(O. c., 165-167)
PATER/JEREMIAS-J

La primera de las dos peticiones en primera persona plural 
suplica el «pan cotidiano». El vocablo griego epiousios [...] es 
objeto de larga y aún no concluida discusión. Decisiva, a nuestro 
parecer, es la información del padre de la iglesia Jerónimo, según 
el cual en el aramaico Evangelio de los nazarenos figuraba la 
palabra mahar (mañana), tratándose, pues, del pan para 
mañana123. Y aunque ese evangelio no es anterior a nuestros 
tres primeros evangelios, dependiendo más bien de Mt, sí debió 
ser más antiguo el vocablo arameo «pan para mañana». Pues en 
el siglo I el «padrenuestro» fue rezado en Palestina 
ininterrumpidamente en arameo, y un traductor de Mt al arameo 
tradujo la oración del Señor naturalmente no como el texto 
restante, sino tal como él la rezaba diariamente. En otra palabras: 
los judeo-cristianos de lengua aramea, entre los que la oración del 
Señor sobrevivió en su prístina forma textual aramea, han rezado: 
«Nuestro pan para mañana dánosle hoy». Pero Jerónimo nos dice 
aún más [...]: «Nuestro pan de mañana—precisa— significa el pan 
futuro». Efectivamente, el vocablo «mañana» designa en el 
judaísmo tardío no sólo «el día siguiente» sino también «el gran 
mañana»: la consumación final. Ahora bien, por las antiguas 
traducciones del «padrenuestro» sabemos, que en la iglesia tanto 
oriental como occidental el «pan para mañana» fue entendido (en 
general, sino principalmente) en el sentido de: «pan del tiempo de 
salvación», «pan de vida», «maná eclesial». Pan de vida y agua 
de vida son desde antiguos símbolos del paraíso, circumlocución 
de la plenitud de todos los dones corporales y espirituales de Dios. 
A este pan de vida se refiere Jesús cuando afirma que en la 
consumación comerá y beberá con sus discípulos124, que se 
ceñirá y servirá la mesa a los suyos125. La orientación 
escatológica de todas las restantes peticiones del «padrenuestro» 
aboga por el sentido asimismo escatológico de esta petición, como 
súplica por el «pan de vida». 
Quizá [ante esta explicación] nos sintamos sorprendidos e 
incluso decepcionados. [...] ¿No es un empobrecimiento? En 
realidad, tal interpretación significa un gran enriquecimiento. Sería 
un grave error suponer que, en la línea del pensamiento griego, 
aquí se espiritualizaría distinguiendo entre pan terreno y celestial. 
Para Jesús no se oponen pan terreno y pan de vida, pues en el 
ámbito del reinado de Dios consideró santificado todo lo terreno. 
Sus discípulos pertenecen al nuevo mundo de Dios, tras haber 
sido arrancados al mundo de la muerte126. [...] Para ellos no hay 
ya alimentos puros e impuros127: ¡todo lo que Dios ofrece está 
bendecido! De modo particularmente claro ilustran esta 
santificación de la vida las comidas de Jesús. El pan ofrecido por 
él, cuando se sentaba a la mesa con publicanos y pecadores, era 
pan de cada día, y sin embargo, algo más: pan de vida. El pan, 
que partió a los suyos en la última cena, era pan terreno y, sin 
embargo, algo más: su cuerpo entregado a la muerte por todos, 
participación en la eficacia expiatoria de su muerte. Cada comida 
de sus discípulos con él era una comida ordinaria y, sin embargo, 
algo más: banquete de salvación, banquete del Mesías, figura y 
anticipación del banquete escatológico, porque él era el Señor de 
la casa. Así era aún en la comunidad primitiva: sus diarias comidas 
comunes eran comidas ordinarias y, sin embargo, a la vez «cena 
del Señor»128, que creaba comunidad con él y entre todos los 
comensales129. 
Tal sentido tiene también la petición por el «pan para mañana». 
Esta no separa radicalmente lo cotidiano del reinado de Dios, sino 
que los abarca en la totalidad de la vida, incluyendo todo lo que 
los discípulos de Jesús necesitan para el cuerpo y el alma. Incluye, 
pues, el pan diario, pero no se contenta con él. Esa petición 
suplica que las fuerzas y los dones del futuro mundo de Dios 
actúen, en la profanidad de la vida diaria, sobre todo lo que los 
discípulos de Jesús hacen en palabra y obra. Se podría decir: la 
petición por «el pan de vida» suplica la santificación de la vida 
ordinaria. A la luz de este significado escatológico adquiere pleno 
valor de contraposición: «mañana-hoy». Este «hoy», situado al 
final de la petición, tiene todo el acento. En un mundo de 
alejamiento de Dios, y de hambre y sed, deberían osar los 
discípulos pronunciar este «hoy»: ¡danos el pan de vida ahora ya, 
aquí ya, hoy ya! [...]. 


XVI. S. SABUGAL
(Cf. Abbá , 183-88-225-35)
PATER/SABUGAL-S

La petición que suplica al Padre el don del pan, es 
substancialmente idéntica en las redacciones de Mateo y de 
Lucas, ¿Qué significado teológico envuelve esa petición, en el 
contexto de la «oración del Señor»? ¿Se relaciona de algún modo 
con las precedentes peticiones? ¿Qué clase de pan suplican al 
Padre celeste los discípulos de Jesús? 

1) Digamos de inmediato que ésa es una petición propia y 
exclusiva de los discípulos, que han dejado posesiones y 
familiares130, todo131, para seguir a Jesús132 en la inseguridad 
material total133, abandonando a la providencia divina del «hoy» 
la preocupación por el alimento y vestido del «mañana»134. ¡El 
Padre sabe lo que necesitan, y vela por ellos con mayor solicitud, 
que la mostrada para con las aves del cielo y las flores del 
campo!135 Por eso le piden que les dé «hoy» (Mt), «día tras día» 
(Lc), el pan136 o el alimento137 «necesario para la subsistencia». 
Así oraba el «pobre de Yahvé», suplicándole poder «gustar mi 
bocado de alimento»138. De modo análogo oraba el piadoso 
judío, al principio de las comidas: «¡Padre nuestro, nuestro Dios, 
danos nuestro alimento y provee a nuestras necesidades!»139. 
Así oran también los espiritual y materialmente pobres discípulos 
de Jesús140, quienes, tras vender todos sus bienes141 y dejarlo 
todo (cf. supra), vivían como el Maestro: pobremente, sin tener 
siquiera «dónde reclinar la cabeza»142, de limosna143, 
disponiendo, por ejemplo, en una ocasión los trece, para su cena, 
de sólo cinco panes y dos peces144. Una pobreza materiale145 
sostenida, sin duda, por la inquebrantable fe en la providencia del 
Padre, por la pobreza espirituale146 de quien, sin poseer 
seguridad humana alguna, se apoya sólo en Dios, viviendo en la 
actitud del mendicante: tendiendo sus manos hacia Quien puede 
llenarlas. Y en esa doble indigencia fueron enviados por Jesús a 
predicar con el reiterado y riguroso precepto de no llevar consigo 
provisión material alguna147. ¡El Padre proveería a sus 
necesidades! Así lo constataron con alegría: «¡nada nos 
faltó!»148. De esta experimentada fe surgía humilde y confiada, 
espontánea y natural, la incontenida súplica por el don del 
«cotidiano alimento» necesario para la vida: «¡Padre... dánosle 
hoy (Mt), dánosle cada día (Lc)!». 

2) No es ése, sin embargo, el único significado de esta petición. 
Al nivel de las dos redacciones evangélicas, el objeto de la 
petición es, al mismo tiempo, un pan particular. La súplica, en 
efecto, pide al Padre «el pan nuestro...»: se trata, pues, de un pan 
característico y propio de los discípulos de Jesús. Un pan, por lo 
demás, no ordinario sino muy singular: «el pan nuestro, el 
cotidiano». La determinación del atributo tras el nombre 
determinado subraya, en efecto, el significado particular de este 
último, distinguiéndole de su acepción ordinaria. ¿De qué pan se 
trata? La respuesta a este interrogante depende de la traducción 
dada al adjetivo atributivo ton epiousion. Y aquí está la dificultad. 
Pues ese vocablo, único en la literatura bíblica, es desconocido 
asimismo en la literatura profana. Ni ésta ni aquélla pueden 
ayudar, por tanto, a desvelar su significado149. Este debe ser 
detectado, más bien, a la luz del contexto literario de los 
evangelistas. 

a) Ahora bien, pan singular y propio de los discípulos de Jesús 
es ciertamente la palabra de Dios. Es lo que se desprende ya del 
relato sobre las tentaciones de Jesús150, en cuyo contexto los dos 
evangelistas mencionan la respuesta deuteronómica del Señor al 
tentador, que le exhorta a convertir las piedras en pan151: «No 
sólo de pan vive el hombre (Lc 4, 4) sino de toda palabra que sale 
de la boca de Dios»152. La contraposición mateana (=«sino») 
entre la vida procurada por el «pan» y por la «palabra... de Dios» 
deja entender que ésta última es un alimento superior. Idéntica 
concepción refleja la cita abreviada de Lucas153. Así lo muestra el 
autor de Hechos en el contexto del discurso de Esteban154, 
donde cristologiza la figura de Moisés155, quien «en el monte 
Sinaí... recibió palabras de vida, para comunicárnoslas» (7, 38). 
Eso es, pues, en la concepción de Lucas la palabra de Dios, 
comunicada a los discípulos por Jesús o nuevo Moisés: palabra 
vivificante156, de cuyo alimento necesitan aquellos para poder 
nutrir diariamente su vida cristiana. Esa palabra es, en este 
sentido, su «pan cotidiano», absolutamente necesario para 
subsistir157 «hoy» (Mt), «cada día» (Lc). Por eso se lo piden al 
Padre: «¡dánosle!». 

b) Tampoco es ése, sin embargo, el único significado del «pan» 
suplicado en la primera petición. Un pan no común sino especial y 
ciertamente propio de los discípulos de Jesús es también, y sobre 
todo, el pan eucarístico, que en la última cena pascual «tomó 
Jesús y, bendiciendo (Lc: dando gracias), lo partió y lo dio a los 
discípulos diciendo: esto es mi cuerpo»158. Es prácticamente 
imposible, en efecto, que «el pan nuestro, el cotidiano» no 
evocase en los dos evangelistas el pan singular del cuerpo del 
Señor, dado por él a la comunidad de sus discípulos y, por tanto, 
propiedad suya. Así lo refleja ya la marcada interpretación 
eucarística que Mateo y Lucas hacen de los panes multiplicados 
por Jesús y por él dados «a los discípulos», para que los 
distribuyesen159. Que ese pan era cotidianamente necesario 
(kath' hemeran: Lc) lo deja entender, con suficiente claridad, el 
sumario lucano sobre la vida de las primeras comunidades 
cristianas, las cuales «acudían asiduamente... a la fracción del 
pan» y «cada día (= kath'hemeran)... partían el pan por las 
casas»160. Por lo demás, el pan diario suplicado como don del 
Padre evoca irresistiblemente, en la redacción de Lucas, el don 
divino del maná161, que el pueblo de Israel, tras haber sido 
liberado de la tiranía del faraón y haber salido de Egipto, debía 
«cada día» (= kath'hemeran) recoger162 y con el que Dios le 
alimentó «durante los cuarenta años» de su peregrinación por el 
desierto, hasta que ingresó en la tierra prometida163. Estos 
paralelismos entre la petición lucana y el relato septuagintista 
sobre el maná difícilmente son casuales. Si están en asonancia 
con el reiterado empleo y evocación de la versión de los LXX por 
Lucas'64, también se encuadran perfectamente en su peculiar 
concepción teológica de la obra salvifica de Jesús, el nuevo 
Moisés165, considerada como el nuevo y verdadero éxodo 
mesiánico166: liberada por Jesús de la tiranía del diabólico 
«faraón» mediante «el dedo de Dios» o el Espíritu santo167 la 
comunidad cristiana del «verdadero Israel»168 camina por el 
desierto del mundo hacia la tierra prometida de la Jerusalén 
celeste, «acudiendo asiduamente... a la fracción del pan»169, 
partiendo «cada día el pan por las casas»170. ¡No se puede 
«caminar» sin ese pan! Por eso, con la insistencia del amigo 
inoportuno171, suplican su don al Padre: «¡dánosle cada día!». 

c) Otro significado envuelve todavía «el pan nuestro», al nivel 
de la redacción lucana: el don del Espíritu santo. Lc 11, 1-13 es 
una catequesis catecumenal del tercer evangelista sobre la 
oración cristiana172. Toda esa perícopa forma, pues, una unidad 
literaria, asegurada por la inclusión: «Padre»173, así como por las 
palabras temáticas: «dar»174 y «pan»175. En el contexto de esa 
catequesis, los catecúmenos, exhortados a pedir al Padre el don 
del <<pan cotidiano» (11, 3), son luego instruidos a orar con la 
insistencia del amigo inoportuno, gracias a la cual obtuvo los «tres 
panes» que necesitaba (11, 5-8), debiendo hacerlo asimismo con 
la ilimitada confianza en la bondad del «Padre celeste», quien 
ciertamente «dará el Espiritu santo a los que se lo pidan» (11, 13). 
Ese marcado paralelismo entre el don del «pan cotidiano» y el del 
«Espíritu santo» parece sugerir la identificación de éste con aquél. 
Una interpretación, ciertamente, en acorde sintonía con la rica 
pneumatología lucanas, en cuyo contexto el Espiritu es «la fuerza 
de lo alto»177, mediante la que los discípulos son robustecidos a 
raíz del bautismo178 para ser testigos del Señor resucitado 
«desde Jerusalén... hasta los confines de la tierra»179. La 
posesión del Espíritu condiciona, por tanto, el éxito o malogro de 
su misión en el mundo. ¡Imposible realizar ésta, sin la constante 
«fuerza» procurada por aquel don del Padre!180 El Espíritu santo 
es, en este sentido su «pan cotidiano», el don divino que «cada 
día» necesitan y por el que insistente y confiadamente suplican: 
«¡dánosle!». 

Resumiendo: el «pan nuestro» de la primera petición es ante 
todo, el alimento necesario para la subsistencia181, suplicado por 
quienes, abandonando al Padre la preocupación por el mañana, 
viven como «pobres de espíritu»: espiritualmente mendicantes. 
También los dotados por Dios con riquezas, animados de esa 
pobreza espiritual, pueden y deben suplicar al Padre el «pan 
cotidiano», pues don de Dios es que sean ricos182. Y, sin 
embargo, ésta es quizá la petición más difícil para el hombre de 
hoy: hijo de una sociedad de consumo y de progreso, éstos no 
favorecen siempre y sí obstaculizan frecuentemente ese «espiritu 
de pobreza» necesario para la «renovación acertada de la vida 
eclesiástica»183, con el que los cristianos deben saturar «toda su 
vida tanto individual como social»184, haciéndose idóneos para la 
práctica de esa caridad que, superando las injustas diferencias 
socioeconómicas hoy existentes no sólo entre clases sino incluso 
entre naciones185, va al encuentro del hermano pobre y 
necesitado186. El don de ese espíritu de pobreza caritativa 
incluye, por tanto, la petición del «pan cotidiano»: ¡dánosle hoy, 
cada día! Pan propio («nuestro») del cristiano es la palabra de 
Dios187, de cuya «mesa nunca cesó la iglesia de tomar y repartir 
a sus fieles»188, ordenando recientemente su magisterio abrir 
«con mayor amplitud los tesoros de la Biblia» en la celebraron 
eucarística, «a fin de preparar con más abundancia (para 
aquéllos) la mesa de la palabra de Dios»189. Este es, pues, el 
«pan cotidiano» del que todos los fieles, en especial los 
sacerdotes y diáconos, los religiosos y catequistas laicos, deben 
nutrirse «asiduamente»190, «diariamente»191. Finalmente, «el 
pan cotidiano» propio de los discípulos y necesario para su diaria 
subsistencia cristiana es, sobro todo, el pan eucaristico192 y, en la 
redacción de Lucas, el Espíritu santo: el omnivalente don por 
excelencia del Padre. 

SANTOS SABUGAL
EL PADRENUESTRO EN LA INTERPRETACIÓN
CATEQUÉTICA ANTIGUA Y MODERNA

SIGUEME. SALAMANCA 1997. Págs. 215-256

........................
1. Mt 6, 33. 
2. Jn 6, 35. 
3. Jn 6, 33. 
4. Mt 26, 26 par. 
5. Mt 6, 31-32. 
6. Mt 15, 26 = Mc 7, 27. 
7. Mt 7, 9 = Lc 11, 11. 
8. Lc 11,5. 
9. Mt 6, 25.34. 
10. Cf. Lc 12, 16-21. 
11. Jn 6, 51. 
12. Jn 6, 53.
13. Lc 14, 33.
14. Mt 6. 34.
15. 1 Tm 6, 7-10.
16, 1 Tm 6, 10.
17. Lc 12, 20.
18. Cf Mt 19, 16-22.
19. Prov 10, 3.
20. Sal 36. 25.
21. Mt 6. 21-33. 
22. Cf. Dan 14, 31-39. 
23. Cf. 1 Re 19, 4-8. 
24. Jn 6. 26. 
25. Jn 6. 27. 
26. Jn 6, 28-29. 
27. Jn 6, 32.
28. In 6, 32.
29. Jn 6, 34-35.
30. Jn 6, 51; cf. 6, 53-57.
31. Jn 1, 14.
32. Jn 6, 59.
33. 1 Co 3, 2.
34. Heb 5, 12.
35. Rm 14, 2.
36. Literalmente traducido = «supersubstancial». 
37. Mt 6, 11 = Lc 11, 3.
38. Gén 3, 22.
39. Prov 3, 8.
40. Sal 77, 25.
41. Ex 16, 13-15.
42. Gén 18, 1-6.
43. Ap 3, 20.
44. Hech 1O, ll-15 = 11, 5-8. 
45. Jn 1, 1. 
46. Mt 6, 11; Lc 11, 3. 
47. Cf. Gén 19, 37-38: Sal 94, 8; Jos 22 29. 
48. Cf. Sal 89, 4. 
49. Heb 13, 8.
50. Ef 3, 20. 
51. 1 Co 2, 9. 
52. Heb 3, 13. 
53. Gén 3, 19.
54. Prov 22, 1. 
55. Mt 6, 34. 
56. Mt 6, 33. 
57. Job 1, 5
58. Evocación del «canon» de la misa; cf. Ibid., IV 6, 26-28.
59. Sal 2, 7 = Hech 13, 33
60. Rom 13, 12.
61. Rom 13, 11.
62. 1 Tm 6. 8.
63. Heb 3,7-8.13. 
64. Mt 6, 34.
65. MT 6, 34.
66. Jn 6, 27.
67. Jn 6, 41.
68. Mt 6, 31. 
69. Mt 6, 33. 
70. Jn 6, 27.
71. Sal 94, 8. 
72. Heb 3, 13. 
73. Mt 5, 45 
74. Mt 15 26.
75. 1 Tim 6, 7. 
76. Gén 43 16. 
77. Mt 6, 33.
78. Cf. Gén 3, 17-19. 
79. Gén 3, 19.
80. Cf. 1 Cor 3, 7; Sal 126, 1.
81. Cf. Mt 7; 9-11.
82. Cf. Gén 14, 17, Eclo, 11, 1; Lc 14, 15.
83. Cf. Gén 28, 20-22; Prov 30, 8; Mt 24, 20; Sant 5, 13; Rom 15, 30.
84. Cf. 1 Tim 6, 8; Prov 30, 8.
85. Cf. Sal 103, 27-28; 144, 15.
86. Cf. Sal 127, 2; Dt 28, 8.
87. Cf. Is 5, 8; Ecl 5, 9; 1 Tm 6, 9.
88. Cf Prov 9, 5; Am 8, 11I.
89. Jn 6, 51.
90. Jn 6, 56; Mt 26, 26.
91. O. c., V 4, 25.
92. Sal 23, 1; 94, 4; Cf Est 13, 9.
93. Cf 1 Tm 6, 17.
94. Jn 6, 32. 
95. Jn 6, 1-21.
96. Jn 6, 1-21.
97. Jn 6, 27-33.
98. Jn 6, 35a.
99. Jn 6, 35b.
100. Jn 6, 51.
101. Jn 6, 52.
102. Jn 6, 53.56.
103. Cf. Ap 19, 9: 3, 20.
104. Mt 6, 31-33.
105. Cf. Is 58, 7; Hech 2, 42.46; 20, 7, etc. 
106. Cf. Job 1, 21. 
107. Cf. Sal 104, 14-15; 22, 27; Is 55, 10. 
108. Berakôt 7, 11.
109. Cf. Mt 6, 25-34 = Lc 12, 22-31.
110. Mt 6, 34.
111. Prov 30, 8.
112. Sant 2, 16-17.
113. Mt 5, 2-12; Lc 6, 20-23; Hech 2, 44-45; 4, 32; Rom 15, 26; Gal 2, 10.
114. Mc 1, 18.20; 2, 14; 10, 21; Lc 5, 11; 9, 59.
115. Mt 6, 33; Lc 12, 31.
116. Cf. Mt 13, 44-46.
117. Mt 6, 19-21.24-34 par.
118. Mt 10, 9 par. 
119. Cf. Mc 9, 41; 10. 30; Lc 8, 2; 10, 7; Mt 10, 41.
120. Mc 2. 19-20 par.
121. Lc 22, 35-36 par.
122. ¡Una valoración inexacta! En realidad, todos los padres citados —excepto 
Orígenes Gregorio Nis. y Teodoro M.—sostienen la interpretación 
eucarística. 
123. Coment. a Mt 6, 11 (E. Klostennann, Apocrypha II, Berlin 3, 1929, 7). 
124. Lc 22, 30. 
125. Cf. Mt 26, 29.
126. Mt 8, 22. 
127. Mc 7, 15. 
128. 1 Cor 11, 20. 
129. 1 Cor 10, 16-17. 
130. Mt 4, 18-22 (=Lc 5, 10-11): 8, 21-22 (=Lc 9, 59-60); 9, 9 (=LC 5, 27-28); 
Lc 9, 61-62. 
131. Mt 19, 27 = Lc 18, 28.
132. Mt 4, 20-22 (=Lc 5 11); 8, 22 (=Lc 9, 60); 9, 9b (=Lc 5, 28).
133. Mt 8, 19-20 = Lc 9, 57-58.
134. Mt 6, 25-34 = Lc 12, 22-31.
135. Mt 6, 25-30 = Lc 12, 24-28.
136. Ese significado tiene artos en Lc 11, 3; cf. Lc 11, 5.11; así también: Lc 6, 
4; 9, 13.16; 22, 19; 24, 30.35.
137. Ese significado general envuelve artos en Mt 6, 11; cf. Mt 4, 3-4; 7, 9; 15, 
2.26. 
138. Prov 30, 8. 
139. Tb Sotah 48b. Rabbi Eliezer oraba también: «Que sea tu voluntad, oh 
Dios nuestro, dar a cada uno lo que necesita, y a todo ser lo suficiente 
para (remediar) lo que le falta» (Tb Berajot 29b). 
140. Lc 6, 20.
141. Cf. Lc 12, 33-34.
142, Mt 8, 20 = Lc 9. 58.
143. Cf. Lc 8, 1-3.
144. Cf. Mt 14, 17 = Lc 9, 13
145. Lc 6, 20 (cf. 6. 24).
146. Mt 5, 3.
147. Mt 10. 9-10; cf. Lc 9.3: 10, 4.
148. Lc 22, 35. 
149. Sobre las diversas interpretaciones del mismo, a raíz de su derivación 
etimológica, cf. J. Car- mignac, o. c., 121-143: el autor concluye su 
amplia y erudita exposición afirmando que ni los padres de la iglesia, ni 
la filología griega y semítica han podido hasta el presente establecer «un 
argumento irrefutable sobre el verdadero significado del misterioso 
epiousios» (143). 
150. Mt 4, 1-11 = Lc 4, 1-13. 
151. Mt 4, 3 = Lc 4, 3. 
152. Mt 4, 4 = Dt 8, 3. 
153. Esa abreviación es probablemente obra de Lucas, quien supone la 
continuidad de la cita, según un usual método rabínico (cf. K. Stendahl, 
o. c., 88, n. 1), en todo caso altera frecuentemente las citas 
veterotestamentarias, siendo por lo demás las «abreviaciones y 
omisiones» de sus fuentes una definida característica de su estilo 
literario: cf. H. I. Cadbury, The style and literary method of Lake, 
Cambridge 1920, 79-83. 
154. Hech 7, 1-53. 
155. Hech 7, 35-37: cf. M. Rese, o. c., 78- 80. 
156. Cf. Heb 4, 12: 1 Pe 1, 23; Jn 6, 63. 
157. Ese significado puede envolver epiousios (= epi + ousían): cf. J. 
Carmignac, o. c., 128-130. 
158. Mt 26, 26 = Lc 22, 19.
159. Cf. Mt 14, 19 + 15, 36 = 26, 26; Lc 9, 16 = 22, 19.
160. Hech 2, 42.46.
161. Cf. Ex 16, 4.8.15; Dt 8, 3.16.
162. Ex 16, 5: LXX.
163. Cf. Dt 8. 3.16: Jos 5, 12.
164. Cf. A. Plummer, The gospel according lo saint Lake, Edinburgh 5,1922, 
LII s; M. J. Lagrange, Evangile selon st. Luc, Paris 3,1927, XCVI-ClIl. 
165. Cf. Lc 9, 35; Hech 3, 22 (=Dt 18, 15.18-19); Hech 7, 37-37: cf. supra. 
166. Cf. J. Manek, The new exodus in the books of Luke: NT 2 (1957) 8-23. 
167. Cf. Lc 12, 14-22 «el dedo de Dios» [v. 20] = el Espiritu santo: cf. supra:. 
168. Esa es una concepción central en la eclesiologia de Lucas. 
169. Hech 2, 42. 
170. Hech 2, 46. 
171. Cf. Lc 11, 5-8. Esta perícopa forma una unidad literaria con el 
padrenuestro (cf. infra), como parte de la catequesis catecumenal de 
Lucas sobre la oración cristiana (11, 1-13): cf. supra, 27. 
172. Cf. supra, 26 s. 
173. Lc 11, 2.13.
174. Lc 11, 3.7.8.9.11.12.13.
175. Lc 11, 3.5.11.
176. Cf. G. W. Lampe, The Holy Spirit in the writings of Saint Luke.
177. Lc 24, 49; Hech 1, 8.
178. Hech 1, 8; cf. Hech 2, 38; 10, 44-48; 19, 5- 6.
179. Hech 1, 8.
180. Cf. Hech 2, 33; 1, 4; Lc 24, 49.
181. Es la interpretación de Teodoro Mops. y san Juan Cris. (cf. supra), a la 
que añaden la palabra de Dios y la eucaristía: san Agustín (cf. supra), el 
Catecismo romano (cf. supra) y R. Guardini (cf. supra). Por lo demás, en 
el alimento necesario del «pan cotidiano» está incluida la cultura, que 
eleva al hombre y le hace «más libre de la esclavitud de las cosas» (GS, 
11 57), siendo «el hambre de instrucción no menos deprimente que el 
hambre de alimentos»: Pablo Vl, Populocum progressio, 35. 
182. Asi con san Agustín: cf. supra. Los materialmente ricos, en efecto, 
pueden ser discípulos de Je- sús, como lo fueron Zaqueo, Lázaro, Marta 
y Maria, el «hombre rico» José de Arimatea (Mt 27, 57)...; ¿no se dirigió 
también a ellos el mensaje liberador de Jesús?: cf. S. Sabugal, 
Liberación y secularización, 177-182. 
183. Pablo Vl, Ecc lessiam suam, 49-59.
185 Cf. Juan XXIII, Mater et magistra, 157; Pablo Vl, PP, II, 45.47; GS, 4.8;
186 Cf Juan XXIII, MM. 158-159; Pablo Vl, ES. 52; Id., PP, II, 45 46.48.81-86.
187. Es la interpretación de Origenes (cf. supra).
188. DV, Vl, 21.
189. SC, II, 51. 
190. DV, Vl, 25. 
191. PO, III, 13; PC 6. 
192. Tanto san Ambrosio como san Agustín subrayan la comunión diaria de la 
eucaristía.