MAS LÍBRANOS DEL MAL


Tras pedir al Señor que no nos deje caer en la tentación, le pedimos como último grito 
que nos libre incluso del poder del maligno, que nos preserve de las garras del diablo, 
nuestro "enemigo que, como león rugiente, da vueltas en torno a nosotros, buscando a 
quien devorar" (1Pe 5,8). "¡Líbranos, Señor, de la boca del león!" (2Tm 4,17-18). 

Dios y el diablo 

Las últimas palabras del Padrenuestro están en perfecta correlación con las primeras. No 
sólo Dios es Padre. Jesús, en el Evangelio, habla de otra patemidad: "Vosotros sois de 
vuestro padre el diablo, y queréis cumplir los deseos de vuestro padre" (/Jn/08/44). A quien 
el demonio hace su esclavo, acaba haciéndolo hijo suyo: según un proceso inverso al 
empleado por Dios, que nos libera para hacernos sus hijos, el diablo nos esclaviza para 
hacernos sus hijos. 

Padre es la voz de la libertad. "Ya no eres esclavo, sino hijo" (Gá 4,7). Es la libertad de 
los hijos de Dios la que les permite invocarle como Padre. "Al llegar la plenitud de los 
tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que 
se hallaban bajo la ley, y para que recibieran la filiación adoptiva. La prueba de que sois 
hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abba, 
Padre!" (Gál 4,4-6). Sin embargo, ser hijos de Dios, vivir en la libertad, poder llamar a Dios 
Padre, no hace superfluo el temor. Porque existe el mal, porque existe la posibilidad de 
recaer en el viejo cautiverio. "Para ser libres nos lia liberado Cristo: manteneos, pues, 
firmes y no os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud" (Gál 5,1). Lo que sí 
excluye la libertad, que Cristo nos ha otorgado, es el temor del esclavo, aunque quede el 
temor filial, expresión del amor "En efecto, todos los que son guiados por el espíritu de Dios 
son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes 
bien recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abba, Padre!" (Rm 
8,14s). 

Jesús "ha visto a Satanás caer como un rayo" (Lc 10,18). Desde el comienzo de su vida 
pública Jesús se enfrenta a Satanás como a su verdadero enemigo (Mc 1,13). Nadie como 
Jesús conoce la peligrosidad de Satanás. Satanás es el antagonista de Dios: cuanto más 
despunta el reino de Dios, tanto más patente se hace Satanás con su poder: Y la lucha final 
se hace encarnizada (Cf. Ap 12,1-17). La caída de Satanás provoca el himno de 
triunfo:''¡Ahora ha llegado la salvación y el poder y el reino de nuestro Dios!" (Ap 12,10). 
Pero esta caída de Satanás es una caída de los cielos sobre la tierra, donde comienza su 
lucha contra los seguidores del Cordero. Al "¡Regocijaos, cielos!", sigue el grito: "¡Ay de la 
tierra y del mar!", porque descendió el diablo a vosotros con gran furor; porque "sabe que le 
queda poco tiempo" (Ap 12,12). Es la hora de la gran tribulación. 

Origenes comenta esta petición: 

El Señor nos libra del mal no cuando el enemigo deja de presentarnos batalla valiéndose de 
sus mil artes, sino cuando vencemos, arrostrando con valor los acontecimientos. Así leemos: 
"Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas lo libra el Señor" (Sal 33,20). Porque Dios 
libra de las tribulaciones no cuando las hace desaparecer, ya que dice el Apóstol "en mil 
maneras somos atribulados" (2Cor 4,3), como si nunca nos fuéramos a ver libres de ellas, sino 
cuando por la ayuda de Dios no nos abatimos al sufrir tribulación, por eso añade san Pablo 
"atribulados más no abatidos". Debemos, pues, pedir a Dios, que si somos tentados no 
perezcamos ni seamos abrasados por "los encendidos dardos que nos lanza el maligno" (Ef 
6,16). Estos dardos prenden fuego en todos aquellos cuyos "corazones estaban prestos como 
un horno" (Os 7,6); en cambio no se inflaman los que "con el escudo de la fe hacen inútiles los 
encendidos dardos del maligno" (Ef 6,16), teniendo en sí mismos "ríos de agua que saltan 
hasta la vidia eterna" (Jn 4,14), que impiden el incremento del fuego del maligno, 
extinguiéndolo fácilmente con un diluvio de pensamientos divinos y saludables. 

El combate violento de Satanás contra Jesús fracasa. En el momento en que cree 
triunfar, en la muerte deJesús, "el príncipe de este mundo" es arrojado a tierra (Jn 12,28; Lc 
10,8). Los discípulos lo comprenderán cuando se lo haga ver el Espíritu (Jn 16,11). En 
principio, el dragón y sus secuaces están vencidos (Ap 12,7-12), pero su odio se cierne aún 
sobre los discípulos1. Normalmente Satán actúa en secreto, oculto (2Tes 2,8), pero sus 
intenciones son manifiestas (2Cor 2,11): quiere provocar divisiones en la Iglesia (2Cor 
11,12-15), suscitar obstáculos a la predicación (1Tes 2,18; 2Cor 12,7); se transforma en 
"ángel de luz" y envía falsos apóstoles (2Cor 11,14); está detrás de las intrigas de los judíos 
contra Pablo (Hch 20,19). En definitiva trata de quitar a los creyentes la salvación 
procurada por la muerte de Cristo (1Tes 3,5), intentando arrebatar discípulos a Cristo para 
que le sigan a él (1Tm 5,15) y llevarles a la "condenación eterna" (1Tm 3,6), haciéndoles 
participes de su condenación. Aunque la muerte de Cristo ha arrancado a los discípulos 
"del poder de las tinieblas y les ha transferido al reino del Hijo amado"2, el combate, sin 
embargo, no ha terminado y es necesario estar atentos a no "dar cabida al diablo" (Ef 4,27), 
pues antes de la vuelta del Señor "la infidelidad alcanzará la plena medida" (Mt 24, 12); el 
peligro se cristalizará en un cierto día (Hb 3,8), en una hora (Ap 3,10), en un momento del 
tiempo (Lc 8,13), con la amenaza de llevar al discípulo a la defección, a la apostasía y, por 
consiguiente, a la condenación eterna (2Pe 2,9). 

La victoria sobre el "príncipe de este mundo" (Jn 14,30) se adquirió de una vez por todas en 
la hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte para darnos su vida. Es la hora del 
juicio de este mundo, en la que el príncipe de este mundo ha sido "echado abajo" (Jn 12,31; Ap 
12,11). "ÉI se lanza en persecución de la Mujer" (Ap 12,13-16), pero no consigue alcanzarla; la 
nueva Eva, "llena de gracia" del Espíritu Santo, es librada del pecado y de la corrupción de la 
muerte. "Entonces, despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos" 
(Ap 12,17). Por eso, el Espíritu y la Iglesia oran: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22,17.20), ya que su 
Venida nos librará del Maligno. [CEC 2853] 

Precisamente para no entrar en este momento de tentación pedimos cada día: "No nos 
dejes caer en la tentación, mas líbranos del Maligno". San Pablo desea a los romanos "que 
el Dios de la paz aplaste a Satán bajo vuestros pies lo más pronto posible" (Rm 16,20). El 
misma Jesús oró al Padre por sus discípulos: "Yo no te pido que los saques del mundo, 
sino que los libres del Maligno" (Jn 17,15). 

El verbo griego—traducido por líbranos—significa, propiamente, arrebátanos. Esta 
palabra suscita en nuestra imaginación una vivísima escena: una fiera peligrosa está 
acechándonos desde muy cerca. Y en el último instante se nos libra de su zarpazo. Nos 
sentimos inclinados a pensar en el mal como un ser personal, el maligno, Satanás, que es 
"el malo"3. Los discípulos se saben en el mundo como ovejas en medio de lobos, de aquí la 
amenaza constante de su vida y la súplica al Padre: ¡Líbranos del mal! 

Líbranos del mal 

La palabra griega ponerou puede entenderse en sentido objetivo y en sentido personal: 
puede significar el mal o el maligno. 

Con mal no nos referimos a los males terrenos. El discípulo es invitado a aceptar la 
pobreza. la falta de cobijo, la soledad, ataques y calumnias, y hasta la cruz. Para Jesús y 
sus discípulos las desgracias terrenas no constituyen un peligro amenazador. Se trata del 
mal moral o del pecado: "El Señor me salvará de toda obra mala" (2Tim 4,18). O como ya 
leemos en el Eclesiástico: "Al que teme al Señor, no le sobrevendrá el mal. Y si se 
encuentra en la tentación, será librado nuevamente" (Eclo 33,1). 

La liturgia de la Iglesia interpreta esta petición de una manera general: "Te rogamos, 
Señor, que nos libres de todos los males pasados, presentes y futuros". De modo similar es 
la suplica, que ya encontramos en la Didajé: "Acordaos, Señor, de vuestra Iglesia para 
librarla de todo mal". Y san Pablo expresa esta confianza en el Señor, según dice a 
Timoteo: "El Señor me librará de todo mal" (2Tim 4,18). Merece la pena recoger lo que nos 
testimonia san Bernardo: 

Ciertas inclinaciones al mal no proceden de mi, sino que yo las sufro. Las advierto en mí, 
pero no soy yo quien las provoca, pues ni siquiera las consiento. Estaré sin mancha ante Dios 
si no me dejo dominar por ellas y si me cuido de no consentir en la iniquidad que hay en mí. La 
iniquidad es mía, no porque yo sea su autor, sino porque soy su victima. Yo estoy revestido de 
un cuerpo arrojado a la muerte, de una carne de pecado; sin embargo, es suficiente que el 
pecado no reine en este cuerpo mortal, de modo que mi cuerpo no sea condenado si no meto 
mis miembros al servicio de la iniquidad. Es, por ello, Dios misericordioso, que el hombre 
santo en el momento de la tentación eleva a ti su suplica, porque él siente el mal, pero no 
consiente en él. Es santo por la virtud; te suplica por la tentación. Si, es santo, sin duda; tu ley 
es la alegría de su corazón y logra consolarlo incluso el dolor que el mal provoca en su cuerpo, 
hasta el punto de que, no pudiendo vencer el uno sin herir al otro, confiesa: No soy yo quien lo 
cumple, sino el pecado que habita en mí (Rm 7, l 7). 

Pedimos finalmente al Padre—dice san Juan Crisóstomo—que no nos deje caer en la 
tentación y nos libre del mal, es decir, que nos libre de "las muchas tristezas que, manifiesta 
u ocultamente, nos acosan por obra de los hombres o del diablo"; sobre todo, por obra del 
diablo, "el mal por excelencia". 

Líbranos del Maligno 

SAS/MALIGNO: Al pedir a Dios que "nos libre del mal", le suplicamos ante todo que nos 
libre del Maligno, personificación del mal. Así se deduce del relato de las tentaciones de 
Jesús (Mt 4,1-11). Jesús "es conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el 
diablo" y, efectivamente, es tentado por el diablo a rebelarse contra la voluntad del Padre y 
a rechazar su reino, sustituyéndolo por el sometimiento al diablo, señor de "todos los reinos 
del mundo". Esta es la tentación, de la que los hijos piden al Padre que no les deje 
sucumbir a ella. Por ello piden ser librados del Maligno. 

En la última petición del Padrenuestro suplicamos a Dios que nos libre del mal, que en su 
expresión plena es el Maligno. Mateo habla del Malo, que arrebata la palabra del reino (Mt 
13,19), Lucas habla del Diablo (Lc 8,12) y Marcos le llama Satán (Mc 4,15). Es el "dios de 
este siglo" (2Cor 4,4), "el Príncipe de este mundo" (Jn 12,31; 14,30; 16,11). "Es el padre de 
la mentira" (Jn 8,44), que "se disfraza de ángel de luz" (2Cor 11,14) o "se viste de oveja, 
mas por dentro es lobo rapaz" (Mt 7,15). 

Concluimos, pues, pidiendo la liberación del mal, es decir, de cuantos males "la 
fragilidad humana no puede prever y evitar", que puede entenderse también —comenta san 
Cromacio de Aquileya—"ser liberados del Malo, autor de todo pecado, quien combate cada 
día con diversas tentaciones nuestra fe". 

En esta petición, el mal no es una abstracción, sino que designa una persona, Satanás, el 
maligno, el ángel que se opone a Dios. El diablo (dia-bolos) es aquel que se atraviesa en el 
designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo. "Homicida desde el principio, 
mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44), "Satanás, el seductor del mundo entero" (Ap 12,9), 
es aquel por medio del cual el pecado y la muerte entraron en el mundo y, por cuya definitiva 
derrota, toda la creación será "liberada del pecado y de la muerte". "Sabemos que todo el que 
ha nacido de Dios no peca, sino que el Engendrado de Dios le guarda y el Maligno no llega a 
tocarle. Sabemos que somos de Dios y el mundo entero yace en poder del Maligno" (1Jn 
5,1819). [CEC 2851-2852] 

El Malo es nuestro adversario, el demonio, de quien pedimos ser liberados, dice san 
Cirilo de Jerusalén. Y san Gregorio de Nisa amplía: 

Me parece que el Señor designa "el Malo" de muy diversas maneras, según la diversidad 
de sus malas acciones: diablo, Beelzebul, Mammón, príncipe de este mundo, homicida, malo, 
padre de la mentira, y otros semejantes. Quien quiere estar lejos del Malo debe separarse del 
mundo, pues está escrito: "todo el mundo está sometido al Malo" (1Jn 5,19).

Y san Juan Crisóstomo comenta: 

Llama aquí el Señor Malo al diablo. El diablo es llamado el Malo por su extrema maldad. 
Ningún agravio le hemos hecho nosotros y, sin embargo, nos hace una guerra implacable. Por 
eso no dijo el Señor: "líbranos de los malos", sino "líbranos del Malo", porque todos los males 
que nos vienen del prójimo tienen como último autor e instigador a Satanás. Con ello nos 
enseña a no guardar rencor contra nuestro prójhno por el mal que sufrimos de su parte. Contra 
el diablo hemos de dirigir todo nuestro odio, pues él es culpable de todos los males.

Desde el Génesis (3, 1-7) al Apocalipsis (3,10), el hombre está expuesto a la seducción 
del Maligno. La vida de Jesús como Mesías se dirige toda ella contra él. Inmediatamente 
después de su proclamación mesiánica en el bautismo, Jesús es impulsado por el Espíritu a 
ir en busca de Satanás, al desierto, para ser tentado (Mc 1,13) por el seductor (Mt 4,3). 
Después de este primer ataque, del que Jesús sale vencedor; Satán trata de ganar tiempo 
(Mt 8,29), evita encontrarse con Jesús, para volver "en el tiempo señalado" (Lc 4,13), pero 
Jesús le persigue sin darle tregua. Las expulsiones de demonios son derrotas continuas, 
anticipos de la caída definitiva de Satán, a quien Jesús "ve caer del cielo como un rayo" (Lc 
10,8). Esta caída final tendrá lugar más tarde. Mientras tanto, Satán siembra cizaña en 
medio del buen grano (Mt 13,25-39). La gran prueba llega en el momento en que reinan las 
tinieblas (Lc 22,53; Mc 14,41), cuando Satán se apodera de Judos (Lc 22,3; Jn 13,2.2/) y 
recibe el permiso para cribar a los discípulos como el trigo (Lc 22,31). La cruz del Maestro 
será la ocasión de poner a prueba la fidelidad de los discípulos, que pasarán por la 
tentación de la fe. Jesús mismo ora al Padre por sus discípulos, para que su fe no vacile y 
puedan permanecer con Él "en sus pruebas" (Lc 22,28) y, así, reciban el reino que les ha 
sido preparado (Lc 22,29). 

El maligno es el señor de la muerte: "Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, 
y la experimentan los que le pertenecen" (Sb 2,24). Y como señor de la muerte esclaviza a 
todos "de por vida con el temor a la muerte" (Hb 2, 14-15); bajo su dominio "yace todo el 
mundo" (1Jn 5,19); como "peca desde el principio", "todo el que peca le pertenece" (1Jn 
3,8). El "fue homicida desde el principio" (Jn 8,44), por ello engendra homicidas4, 
sembrando "el odio al hermano" (1Jn 8,34.44). Sólo Cristo puede librar de su poder: Para 
ello se encarnó: "para aniquilar, mediante la muerte, al señor de la muerte, es decir, al 
diablo, y liberar a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a 
esclavitud" (Hb 2,14-15). El Padre le envió "a destruir las obras del diablo" (1Jn 3,5.8). Los 
cristianos saben que únicamente "si el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres" (Jn 
8,36). En su vida han experimentado "haber vencido al maligno" mediante la fe en el Hijo de 
Dios (1Jn 2,13-14). Pero saben que, aunque vencido por Cristo5, el diablo sigue actuando 
"con gran furor" en la tierra, como "seductor del mundo entero" (Ap 12,9-12) y de "los 
santos" (Ap 20,9-10). Una vez expulsado y vencido, vuelve de nuevo (Mt 12,43-45). Por ello 
suplican "¡Líbranos del maligno!" Jesús mismo, en su oración al Padre por los discípulos, 
también suplica: "No te pido que los saques del mundo, sino que los protejas del maligno'' 
(Jn 17,15). 

Santa Teresa avisa a sus monjas sobre las tentaciones más peligrosas: 

Los que son de temer y hay que pedir siempre al Señor que nos libre de ellos son unos 
enemigos que hay muy traidores, unos demonios que se transfiguran en ángel de luz y vienen 
disfrazados. Hasta que han lecho muchos daños en el alma, no se dejan conocer, sino que nos 
andan bebiendo la sangre y acabando las virtudes, y andamos en la tentación y no lo 
entendemos. De estos pidamos y supliquemos muchas veces que nos libre el Señor y que no 
consienta andemos en tentación que nos traiga engañadas; que se descubra la ponzoña, que 
no se escondan la luz y la verdad. 

Resistidle firmes en la fe 

El maligno, "mediante los hombres perversos y malos", atenta constantemente contra la 
fe de los cristianos (2Tes 3,2); como "adversario, el Diablo ronda como león rugiente, 
buscando a quien devorar" (1Pe 5,8). Solo la fidelidad del Señor puede librar de sus garras: 
"Él os afianzará y os guardará del maligno" (2Ts 3,3). Con esta confianza puesta en el 
Señor, el cristiano, embrazando siempre el escudo de la fe, puede apagar los dardos 
encendidos del maligno" (Ef 6,16). Es lo que recomiendan también Pedro y Santiago: 
"Resistidle firmes en la fe" (1Pe 5,9), "Resistid al diablo y huirá de vosotros" (St 4,7). 

El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero "sabemos que en 
todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman" (Rm 8,28) [CEC 395]. Es 
siempre un don del Padre la liberación del Maligno (2Ts 3,1-3), bajo cuyo poder "yace el 
mundo entero" (1Jn 5,19), pero los fieles pueden resistirle mediante la fe (Ef 6,16; 1Pe 
5,8-9). 

La petición final—dice san Cipriano—resume todas nuestras súplicas, pues la liberación del mal 
incluye todos los males maquinados por el enemigo contra nosotros en este mundo. Obtenida la 
protección de Dios contra el mal, nada nos queda ya por pedir. Con esta protección estamos seguros y 
protegidos contra cualquier mal que puedan tramar contra nosotros el diablo y el mundo. ¿Qué puede 
temer del mundo el que tiene a Dios para protegerlo en este mundo? 

También san Agustín dice que en esta petición rogamos a Dios que nos libre del "mal que 
no tenemos y también del mal en que hemos sido hundidos", hemos caído en la tentación: 

Conseguido esto, nada queda que sea temible. Sin embargo, no podemos esperar que 
suceda en esta vida, mientras dura nuestra condición mortal, a que nos condujo la seducción 
de la serpiente. Pero esperamos que llegará algún día la liberación total del mal. Esta es la 
esperanza que no se ve, de la que nos habla el Apóstol: "pues no se dice que alguno tenga 
esperanza de aquello que ya ve" (Rm 8,24) o posee. Pero esta felicidad perfecta esperada ya 
es incoada en esta vida, si escuchamos al Apóstol, que nos dice: ''Redimamos el tiempo, 
porque los días son malos". Así mientras "deseamos la vida y ver días buenos" hacemos lo 
que el salmo dice a continuación: "aparta tu lengua del mal y que tus labios no pronuncien 
mentira; apártate del mal y obra el bien; busca la paz y síguela" (Sal 33,13-15). 

Y san Ambrosio concluye: 

El Señor, que ha borrado vuestro pecado y perdonado vuestras faltas, también os protege y 
os guarda contra las astucias del diablo, que os combate, para que el enemigo, que tiene la 
costumbre de engendrar la falta, no os sorprenda. Quien confía en Dios, no tema al demonio. 
"Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?" (Rm 8,31). 

San Mateo nos presenta al diablo como el enemigo del Reino: "Entollces llega el malvado 
y arrebata la semilla de la palabra" (Mt 13,9) y "siembra la cizaña en el campo del mundo" 
(Mt 13,25-39). Su acción es diabólica, de división: a "los hijos del reino" se oponen "los 
hijos del malvado" (Mt 13, 27.38). Toda palabra superflua "viene del malvado"6. San Mateo 
termina, pues, el Padrenuestro con una petición insistente para que Dios nos libre del 
malvado, que es "el enemigo", el peligroso adversario de Dios (2Ts 2,4) y del cristiano (1Tm 
5,14; 1Pe 5,8-9). Esta petición cierra el Padrenuestro, remitiéndonos a la petición de la 
venida del Reino, porque cuando el Reino esté plenamente establecido desaparecerán 
Satanás y sus amenazas. Con el temor del Maligno, el fiel se arroja en los brazos del 
Padre, invocado al comienzo de la oración. 


EMILIANO JIMÉNEZ HERNÁNDEZ
PADRENUESTRO
FE, ORACIÓN Y VIDA
Caparrós Editores. Madrid 1996. Págs. 229-241


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1. Mc 13,9-13; Mt 10,17-25; Jn 15,18-16,11; Ap 12,13-16,13. 
2. Col 1.13: Ef 6 12: Gal 1.4. 
3. Ef 6,16; 1Jn 2,13-14; 3,12; 5,18-19; Mt 13,19.38; 5,37.
4. Jn 13,2.27; 8,34.44. 
5. Jn 12,31; 1Jn 3,8; Hb 2,14; Ap 20,2-3. 
6. Mt 5,37; Jn 9,24; 17, 15; 1Jn 2, 13-14; 3, 12; 5, 18-19.
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