ÚLTIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO


91. EL REINADO DE CRISTO

  • Un reinado de justicia y de amor.


  • I. El Señor se sienta como rey eterno, el Señor bendice a su pueblo con la paz 1, nos recuerda una de las Antífonas de la Misa.

    La Solemnidad que celebramos «es como una síntesis de todo el misterio salvífico» 2. Con ella se cierra el año litúrgico, después de haber celebrado todos los misterios de la vida del Señor, y se presenta a nuestra consideración a Cristo glorioso, Rey de toda la creación y de nuestras almas. Aunque las fiestas de Epifanía, Pascua y Ascensión son también de Cristo Rey y Señor de todo lo creado, la de hoy fue especialmente instituida para mostrar a Jesús como el único soberano ante una sociedad que parece querer vivir de espaldas a Dios 3.

    En los textos de la Misa se pone de manifiesto el amor de Cristo Rey, que vino a establecer su reinado, no con la fuerza de un conquistador, sino con la bondad y mansedumbre del pastor: Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas siguiendo su rastro. Como un pastor sigue el rastro de su rebaño cuando se encuentran las ovejas dispersas, asi seguiré Yo el rastro de mis ovejas; y las libraré, sacándolas de todos los lugares donde se desperdigaron el día de los nubarrones y de la oscuridad 4. Con esta solicitud buscó el Señor a los hombres dispersos y alejados de Dios por el pecado. Y como estaban heridos y enfermos, Ios curó y vendó sus heridas. Tanto los amó que dio la vida por ellos. «Como Rey viene para revelar el amor de Dios, para ser el Mediador de la Nueva Alianza, el Redentor del hombre. El Reino instaurado por Jesucristo actúa como fermento y signo de salvación para construir un mundo más justo, más fraterno, más solidario, inspirado en los valores evangélicos de la esperanza y de la futura bienaventuranza, a la que todos estamos llamados. Por esto en el Prefacio de la celebración eucarística de hoy se habla de Jesús que ha ofrecido al Padre un reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz» 5. Así es el Reino de Cristo, al que somos llamados para participar en él y para extenderlo a nuestro alrededor con un apostolado fecundo. El Señor ha de estar presente en familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo... «Ante los que reducen la religión a un cúmulo de negaciones, o se conforman con un catolicismo de media tinta; ante los que quieren poner al Señor de cara a la pared, o colocarle en un rincón del alma...: hemos de afirmar, con nuestras palabras y con nuestras obras, que aspiramos a hacer de Cristo un auténtico Rey de todos los corazones..., también de los suyos» 6.
     

    II. Oportet autem illum regnare..., es necesario que El reine... 7.

    San Pablo enseña que la soberanía de Cristo sobre toda la creación se cumple ya en el tiempo, pero alcanzará su plenitud definitiva tras el juicio universal. El Apóstol presenta este acontecimiento, misterioso para nosotros, como un acto de solemne homenaje al Padre: Cristo ofrecerá como un trofeo toda la creación, le brindará el Reino que hasta entonces le había encomendado 8. Su venida gloriosa al fin de los tiempos, cuando haya establecido el cielo nuevo y la tierra nueva 9, llevará consigo el triunfo definitivo sobre el demonio, el pecado, el dolor y la muerte 10.

    Mientras tanto, la actitud del cristiano no puede ser pasiva ante el reinado de Cristo en el mundo. Nosotros deseamos ardientemente ese reinado: ¡Oportet illum regnare...! Es necesario que reine en primer lugar en nuestra inteligencia, mediante el conocimiento de su doctrina y el acatamiento amoroso de esas verdades reveladas; es necesario que reine en nuestra voluntad, para que obedezca y se identifique cada vez más plenamente con la voluntad divina; es preciso que reine en nuestro corazón, para que ningún amor se interponga al amor a Dios; es necesario que reine en nuestro cuerpo, templo del Espíritu Santo 11; en nuestro trabajo, camino de santidad...«iQué grande eres Señor y Dios nuestro! Tú eres el que pones en nuestra vida el sentido sobrenatural y la eficacia divina. Tú eres la causa de que, por amor de tu Hijo, con todas las fuerzas de nuestro ser, con el alma y con el cuerpo podamos repetir: oportet illum regnare!, mientras resuena la copla de nuestra debilidad, porque sabes que somos criaturas» 12.

    La fiesta de hoy es como un adelanto de la segunda venida de Cristo en poder y majestad, la venida gloriosa que llenará los corazones y secará toda lágrima de infelicidad. Pero es a la vez una llamada y acicate para que a nuestro alrededor el espíritu amable de Cristo impregne todas las realidades terrenas, pues «la esperanza de una tierra nueva no debe atenuar, sino más bien estimular, el empeño por cultivar esta tierra, en donde crece ese cuerpo de la nueva familia humana que ya nos puede ofrecer un cierto esbozo del mundo nuevo. Por lo tanto, aunque haya que distinguir con cuidado el progreso terreno del desarrollo del Reino de Cristo, sin embargo, el progreso terreno, en cuanto que puede ayudar a organizar mejor la sociedad humana, es de gran importancia para el Reino de Dios.

    »Los bienes de la dignidad humana, de la comunión fraterna y de la libertad —es decir, todos los bienes de la naturaleza y los frutos de nuestro esfuerzo— los volveremos a encontrar, después de que los hayamos propagado (...), y esta vez ya limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo devuelva al Padre el Reino eterno y universal (...). El Reino está ya presente misteriosamente en esta tierra; y cuando el Señor venga alcanzará su perfección» 13. Nosotros colaboramos en la extensión del reinado de Jesús cuando procuramos hacer más humano y más cristiano el pequeño mundo que nos rodea, el que cada día frecuentamos.
     

    III. A la pregunta de Pilato, contestó Jesús: Mi reino no es de este mundo... Y ante la nueva interpelación del Procurador, respondió: Yo soy Rey. Para esto he nacido ... 14. No siendo de este mundo, el Reino de Cristo comienza ya aquí. Se extiende su reinado en medio de los hombres cuando éstos se sienten hijos de Dios, se alimentan de Él y viven para El. Cristo es un Rey a quien se le ha dado todo poder en el Cielo y en la tierra, y gobierna siendo manso y humilde de corazón 15, sirviendo a todos, porque ha venido no a ser servido, sino a servir, y dar su vida para la redención de muchos. Su trono fue primero el pesebre de Belén, y luego la Cruz del Calvario. Siendo el Príncipe de los reyes de la tierra 16, no exige más tributos que la fe y el amor.

    Un ladrón fue el primero en reconocer su realeza: Jesús —le decía con una fe sencilla y humilde—, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino 17. El título que para muchos fue motivo de escándalo y de injurias, será la salvación de este hombre en el que ha ido arraigando la fe, cuando más oculta parecía estar la divinidad del Salvador, que «concede siempre más de lo que se le pide: el ladrón sólo pedía que se acordase de él; pero el Señor le dice: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso. La vida consiste en habitar con Jesucristo, y donde está Jesucristo allí está su Reino» 18.

    En la fiesta de hoy oímos al Señor que nos dice en la intimidad de nuestro corazón: Yo tengo sobre ti pensamientos de paz y no de aflicción 19, y hacemos el propósito de arreglar en nuestro corazón lo que no sea conforme con el querer de Cristo. A la vez, le pedimos poder colaborar en esa tarea grande de extender su reinado a nuestro alrededor y en tantos lugares donde aún no,le conocen. «A esto hemos sido llamados los cristianos, ésa es nuestra tarea apostólica y el afán que nos debe comer el alma: lograr que sea realidad el reino de Cristo, que no haya más odios ni más crueldades, que extendamos en la tierra el bálsamo fuerte y pacífico del amor» 20. Esto sólo lo lograremos acercando a muchos a Jesús, mediante un apostolado constante y eficaz entre las personas que diariamente pasan cerca de nuestra vida.

    Para hacer realidad nuestros deseos acudimos, una vez más, a Nuestra Señora. «María, la Madre santa de nuestro Rey, la Reina de nuestro corazón, cuida de nosotros como sólo Ella sabe hacerlo. Madre compasiva, trono de la gracia: te pedimos que sepamos componer en nuestra vida y en la vida de los que nos rodean, verso a verso, el poema sencillo de la caridad, quasi fluvium pacis (Is 66, 12), como un río de paz. Porque Tú eres mar de inagotable misericordia» 21.

    1 Antífona de comunión. Sal 28, 10-11. 2 J1AS PABLO II, Homilía 20-X1-1983. 3 Cfr. Pto XI, Enc. Quas primas, 11-XII-1925. - J Primera lectura. Ciclo A. Ez 34, I1-12. -- 5 JUAK PABLO Il, Alocución 26-XI-1989. 6 J. EscrivÁ DE BALAGUER, Surco, 608. — 7 Segunda lectura. Ciclo A. 1 Cor 15, 25. — R Cfr. ibidem, 1 Cor 15, 23-28. - ° Apoc 21, 1-2. — 16 Cfr. SAGRADA BIBLIA, Epístolas de San Pablo a los Corintios, EUNSA, Pamplona 1984, nota a l Cor 15, 23-28. 11 Cfr. Pio Xl, Enc. Quas primas, cit. 12 J. ESCRIVÁ DE BAI.AGUER, Es Cristo que pasa, 181. 13 CONO. VAT. 11, Const. Gaudiunt et spes, 39. - 84 Jn 18, 36-37. 15 Cfr. Mt 11, 29. 16 Segunda lectura. Ciclo B. Apoc 1, 5. Il Lc 23. 42. — 1$ SAN AMBROSIO, Comentario al Evangelio de San Lucas, in loc. -- 19 ü er 29, 11. — 20 J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 183. 21 lbidem, 187.

     

    34ª SEMANA. LUNES


    92. LA VIUDA POBRE

    1. Eran muchas las ofrendas que cada día se presentaban al Señor en el Templo de Jerusalén. Unas correspondían a Ios productos de la tierra en señal del supremo dominio divino sobre todo lo creado. Consistían en harina y aceite, espigas o pan cocido, sobre las que se depositaba incienso, expresando el deseo de que fueran agradables al Señor 1. Parte de la oblación se quemaba sobre el altar, y parte era consumida por el sacerdote en el interior del Templo 2. El holocausto era un sacrificio en el que la víctima (un cordero, un ave...), previamente sacrificada, se destruía completamente, casi siempre a través del fuego. Holocausto significaba precisamente que en el sacrificio la víctima se quemaba enteramente. En tiempos del Señor se ofrecía mañana y tarde, y por eso se llamaba sacrificio perpetuo 3. Era figura del que había de venir, el sacrificio eucarístico.

    También los judíos, como ofrenda a Dios y para el sostenimiento del Templo, depositaban sus limosnas en un lugar visible por todos, el gazofilacio. Un día Jesús se encontraba cerca de este lugar y miraba cómo la gente echaba en él monedas de cobre, y bastantes ricos echaban mucho 4. Vio también cómo se acercaba una viuda pobre y echó dos pequeñas monedas 5. San Marcos incluso nos ha señalado el valor de estas monedas: la cuarta parte de un as, una cantidad insignificante. Sin embargo, el Señor se conmovió al paso de esta mujer, pues supo enseguida todo lo que representaba para ella. Su ofrenda fue más importante para Dios que la de todos los demás. Aquella pobre viuda dio todo lo que tenía para vivir. Los demás habían echado de lo que íes sobraba, ésta de lo que le era necesario. Haría la ofrenda con mucho amor, con una gran confianza en la Providencia divina, y Dios la recompensaría incluso en sus días aquí en la tierra. «Ellos echaron mucho de lo mucho que tenían —comenta San Agustín—; ella echó todo lo que poseía. Mucho tenía, pues tenía a Dios en su corazón. Es más ppseer_a Dios,en el alma que oro en el arca. ¿Quién. echó más que la viuda que no se reservó nada para sí?» 6. A nosotros nos enseña hoy este pasaje que se lee en el Evangelio de la Misa a no tener miedo a ser generosos con Dios y con las obras buenas en servicio del Señor y de los demás, incluso a sacrificar aquello que nos parece necesario para la vida. ¡Qué poco nos es realmente necesario! A Dios hemos de ofrecerle lo que somos y lo que tenemos, sin reservarnos ni siquiera una parte pequeña para nosotros. Existe un antiguo refrán que viene a decir que a Dios se le conquista con la última moneda. ¿Hay algo en nuestro corazón que no sea del Señor? ¿Tiempo, bienes, amigos...? ¿Qué nos pide Jesús ahora? ¿Qué cosas deberíamos quizá cortar o dejarlas en segundo plano?

    Tanta alegría le produjo al Señor aquel gesto de la mujer que enseguida sintió la necesidad de comunicarlo a sus discípulos Es el mismo gozo que experimenta su Corazón cuando nos entregamos del todo. «El Reino de Dios no tiene precio, y sin embargo cuesta exactamente lo que tengas (...). A Pedro y a Andrés les costó el abandono de una barca y de unas redes; a la viuda le costó dos moneditas de plata (cfr. Lc 21, 2); a otro, un vaso de agua fresca (cfr. Mt 10, 42)...» 8.
     

    II. El Señor, a lo largo de su predicación en los tres años de vida pública, y especialmente con su entrega a la Pasión y Muerte, llama a quienes le siguen a ofrecerse a Dios Padre, no ya por medio del sacrificio de animales, aves o frutos del campo, como en el Antiguo Testamento, sino de sí mismos. San Pablo lo recordará a los primeros cristianos de Roma: Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios: éste es vuestro culto espiritual9. Especialmente en la Santa Misa, el cristiano puede y debe ofrecerse juntamente con Cristo, pues «para que la oblación, con la cual en este Sacrificio los fieles ofrecen al Padre celestial la víctima divina, alcance su pleno efecto (...) es preciso que se inmolen a sí mismos como hostias (...) y, deseosos de asemejarse a Jesucristo, que sufrió tan acerbos dolores, se ofrezcan como hostia espiritual con el mismo Sumo y eterno Sacerdote y por medio de Él mismo» 10.

    Esta entrega se realiza cada día, ordinariamente en pequeños actos que van desde el esmero en ofrecer el día al comenzar la jornada, hasta las atenciones que requiere la convivencia con los demás; con el corazón siempre dispuesto a lo que el Señor quiera pedirnos, con una disposición de no negarle nada. Nuestra entrega ha de ser plena, sin condiciones. En uno de los escritos más antiguos de la Cristiandad primitiva se dice que cuando un hombre llena de buen vino unas tinajas muy bien preparadas y de ellas deja algunas a medio llenar, si luego las revisa de nuevo, no examina las que dejó llenas —pues sabe que el vino allí guardado se conserva bien—, sino que mira las que están a medio llenar, pues teme con razón que se hayan agriado 11. Lo mismo pasa con las almas. La «media entrega» acaba rompiendo la amistad con el Maestro. Sólo una generosidad plena nos permitirá seguir el ritmo de sus pasos. De otra manera cada vez nos veríamos más distanciados y Él llegaría a ser sólo una figura lejana y desdibujada. El cristiano, si quiere ser coherente con su fe, habrá de decidirse a ser de Dios sin reservas, sin dejar ningún campo fuera de El. El Señor se constituye así en el centro de todos los afectos e ilusiones del discípulo. Esta entrega de lo que somos y tenemos se realiza cada día en la fidelidad, en pequeños detalles, a los compromisos que tenemos con el Señor y con los demás.

    No temamos poner a disposición de Jesús todo lo que tenemos. No dudemos en darnos nosotros por entero. «Cuando los hipócritas planteen a vuestro alrededor la duda de si el Señor tiene derecho a pediros tanto, no os dejéis engañar. Al contrario, os pondréis en presencia de Dios sin condiciones, dóciles, como la arcilla en manos del alfarero (Jer 18, 6), y le confesaréis rendidamente: Deus meus et omnia! Tú eres mi Dios y mi todo» 12.


    III. Cuenta una antigua leyenda oriental que todo aquel que se encontraba con el rey estaba obligado a ofrecerle un presente. Un día un pobre campesino se encontró con el monarca. Y como no tenía cosa alguna que presentarle, tomó un poco de agua en el hueco de la mano y ofreció al soberano aquel sencillísimo obsequio. Al rey le agradó mucho la buena voluntad de aquel súbdito, y mandó —pues era un hombre espléndido—que le diesen como recompensa una escudilla llena de monedas de oro.

    El Señor, más generoso que todos los reyes de la tierra, prometió el ciento por uno en esta vida, y luego la vida eterna 13. É1 nos quiere felices también en esta vida: quienes le siguen con generosidad obtienen, ya aquí en la tierra, un gozo y una paz que superan con mucho las alegrías y consuelos humanos. Esta alegría es un anticipo del Cielo. El tenerle cerca es ya la mejor retribución. «Es tan agradecido —escribe Santa Teresa—, que un alzar los ojos con acordarnos de Él no deja sin premio» 14.

    Cada día, el Señor espera la ofrenda sencilla de nuestros trabajos, de las pequeñas dificultades que siempre encontraremos, de la caridad bien vivida, del tiempo gastado en favor de los demás, de la limosna generosa... En esta entrega diaria a los demás «es necesario andar más allá de la estricta justicia, según la ejemplar conducta de la viuda que nos enseña a dar con generosidad aun de aquello que pertenece a las propias necesidades. Sobre todo se debe tener presente que Dios no mide los actos humanos con una medida que se para en las apariencias del cuánto se ha dado. Dios mide según la medida de los valores interiores del cómo se pone a disposición del prójimo: medida según el grado de amor con el que nos damos libremente al servicio de los hermanos» 17.

    Nuestras ofrendas a Dios, muchas veces de tan poca importancia aparente, llegarán mejor hasta el Señor si lo hacemos a través de Nuestra Señora. «Aquello poco que desees ofrecer —recomienda San Bernardo—, procura depositarlo en aquellas manos de María, graciosísimas y dignísimas de todo aprecio, a fin de que sea ofrecido al Señor sin sufrir de Él repulsa» 18.

    1 Cfr. Lev 2, 1-2; 14-15. - - 2 Cfr. Lev 6. 7-11. -- 3 Cfr. Dan 8, 11. -- 4 Me 12, 41. 5 Cfr. Le 21, 1-4. - 6 SAN A01 s11N, Sermón 107 A. — Cfr. Mc 12, 43. 8 SAN GREGORIO MAGNO. Homilía 5 sobre los Evangelios. 9 Rom 12, 1. 10 Pio XII, Enc. Mediator Dei. 20-XI-1947, 25. 11 Cfr. PASTOR DE HERMAS, Mandamientos, 13, 5, 3. 12 J. EscRiVÁ OE BAI.AGUER, Amigos de Dios, 167. — 13 Cfr. Le 18. 28-30. 14 SANTA TERESA, Camino de perfección, 23, 3. - 15 1 Cor 10.31. -- 16 Col 3. 17. 17 Ji.AN PAREO 11, Homilía 10-XI-1985. II SAN BERNARDO. Homilía en la Natividad de la B. Virgen María, 18.

     

    34ª SEMANA. MARTES


    93. CON LOS PIES DE BARRO


    I. Una de las lecturas que la liturgia propone para la Misa de hoy es un pasaje del Libro de Daniel. El rey había tenido un sueño que le había producido una extremada inquietud, sin que luego recordara su contenido. Daniel, con la ayuda divina, conoce el sueño, lo relata al rey y lo interpreta: Tú mirabas —le dice el Profeta a Nabucodonosor— y estabas viendo una gran estatua. Era muy grande y de un brillo extraordinario... La cabeza de la estatua era de oro puro; su pecho y sus brazos, de plata; su vientre y sus caderas; de bronce; sus piernas, de hierro, y sus pies, parte de barro y parte de bronce. Entonces, una piedra, no lanzada por mano de hombre, se desprendió y dio sobre los pies de la estatua, y quedó destrozada. Todo se vino abajo: el oro, la plata, el bronce, el hierro y el barro
    se desmenuzaron juntamente y fueron como tamo de las eras en verano; se los llevó el viento... Nada quedó de la estatua1.

    La interpretación del sueño se refiere a la destrucción de sucesivos reinos, comenzando por el del propio Nabucodonosor, y la llegada de un reino, suscitado por el Dios del cielo... que permanecerá para siempre 2, y que derribará a los demás. Es una profecía de la llegada del Mesías y de su reinado universal. Pero también la estatua puede ser imagen de cada cristiano: con una inteligencia de oro, que nos permite conocer a Dios; un corazón de plata, con una inmensa capacidad de amar; y la fortaleza que dan las virtudes... Pero los pies los tendremos siempre de barro 3, con la posibilidad de caer al suelo si olvidamos esta debilidad del fundamento humano, de la que, por otra par-te, tenemos sobrada experiencia. Este conocimiento del frágil material que nos sostiene nos debe volver prudentes y humildes. Sólo quien es consciente de esta debilidad no se fiará de sí mismo y buscará la fortaleza en el Señor, en la oración diaria, en el espíritu de mortificación, en la firmeza de la dirección espiritual. De esta forma, las propias fragilidades servirán para afianzar nuestra perseverancia, pues nos volverán más humildes y aumentarán nuestra confianza en la misericordia divina. Conocemos bien la realidad de las palabras de San Agustín: «No hay pecado ni crimen cometido por otro hombre que yo no sea capaz de cometer por razón de mi fragilidad; y si aún no lo he cometido es porque Dios, en su misericordia, no lo ha permitido y me ha preservado del mal»4.

    La experiencia de los propios errores hace presente lo inestable de nuestras disposiciones personales y la realidad de la fragilidad humana: «Muchas tentaciones, muchos tropiezos salen al paso de los que quieren actuar conforme a Dios)> 5. La gracia, los buenos deseos no extirpan completamente las reliquias del pecado, que nos empujan al mal. Este propio conocimiento tendrá muchas consecuencias en nuestra vida. En primer lugar, nos llevará a buscar la fortaleza fuera de nosotros mismos, en el Señor. «Cuando tú deseabas poder por tus solas fuerzas, Dios te ha hecho débil, para darte su propio poder, porque tú no eres más que debilidad» 6. Ésa es la realidad. Por eso, «resulta necesario invocar sin descanso, con una fe recia y humilde: ¡Señor!, no te fíes de mí. Yo sí que me fío de Ti. Y al barruntar en nuestra alma el amor, la compasión, la ternura con que Cristo Jesús nos mira, porque Él no nos abandona, comprenderemos en toda su hondura las palabras del Apóstol: virtus in infirmitate perficitur (2 Cor 12, 9); con fe en el Señor, a pesar de nuestras miserias —mejor, con nuestras miserias—, seremos fieles a nuestro Padre Dios; brillará el poder divino, sosteniéndonos en medio de nuestra flaqueza» 7.


    II. Nos enseña la Iglesia que, a pesar de haber recibido el Bautismo, permanece en el alma la concupiscencia, el fomes peccati, «que procede del pecado y al pecado inclina» 8. «Lo que la revelación nos dice —afirma el Concilio Vaticano II— coincide con la experiencia. El hombre, en efecto, cuando examina su corazón, comprueba su tendencia hacia el mal, se ve anegado por muchos males, que no pueden tener su origen en el Santo Creador (...). Toda la vida humana, individual y colectiva, se presenta como lucha —lucha dramática— entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Es más: el hombre se siente incapaz de combatir con eficacia por sí solo los ataques del mal, hasta el punto de sentirse aherrojado entre cadenas» 9.

    Tenemos los pies de barro, como esa estatua de la que habla el Profeta Daniel, y, además, la experiencia del pecado, de la debilidad, de las propias flaquezas, está patente en la historia del mundo y en la vida personal de todos los hombres. «Nadie se ve enteramente libre de su debilidad y de su servidumbre, sino que todos tienen necesidad de Cristo, modelo, maestro, salvador y vivificador» 10. Cada cristiano es como una vasija de barro 11, que contiene tesoros de valor inapreciable, pero por su misma naturaleza puede romperse con facilidad. La experiencia nos enseña que debemos quitar toda ocasión de pecado. Es ésta una muestra de sabiduría, porque «puestos en ellas, no hay que fiar donde tantos enemigos nos combaten y tantas flaquezas hay en nosotros para defendernos» 12.

    El Señor, en su misericordia infinita, ha querido que esta fragilidad propia sea para nuestro bien. '«Dios quiere que tu miseria sea el trono de su misericordia, y tu impotencia la sede de todo su poder» 13. En nuestra debilidad resplandece el poder divino, y es un medio, quizá insustituible, para unirnos más al Señor, que nunca nos deja solos. Enseña a mirar con comprensión a nuestros hermanos que quizá estén pasando una mala época, pues —como enseña San Agustín— no hay falta o pecado que nosotros no podamos cometer. Y si aún no lo hemos cometido se debe a la misericordia divina, que nos ha preservado de ese mal 14.

    Acudamos a Jesús, llenos de confianza: «Señor, que no nos inquieten nuestras pasadas miserias ya perdonadas, ni tampoco la posibilidad de miserias futuras; que nos abandonemos en tus manos misericordiosas; que te hagamos presentes nuestros deseos de santidad y apostolado, que laten como rescoldos bajo las cenizas de una aparente frialdad...

    »—Señor, sé que nos escuchas. Díselo tú también» 15.


    III. Juan Pablo 1, alentando a quien se desanima por haber llevado una vida en el mal, contaba que le preguntó una vez a una señora, llena de pesimismo por su vida pasada, los años que tenía. Respondió que treinta y cinco. «¡Treinta y cinco! —exclamó el Pontífice—, ¡pero si usted puede vivir todavía otros cuarenta o cincuenta años y hacer un montón de cosas buenas!». Le aconsejó que pensara en el porvernir, y que renovara su confianza en la ayuda de Dios. Y añadió el Papa: «Cité en aquella ocasión a San Francisco de Sales, que habla de "nuestras queridas imperfecciones". Y expliqué: Dios detesta las faltas, porque son faltas. Pero, por otra parte, ama, en cierto sentido, las faltas en cuanto que le dan ocasión a El de mostrar su misericordia y a nosotros de permanecer humildes y de comprender también y compadecer las faltas del prójimo»
    16.

    Si alguna vez fuera más agudo el conocimiento de nuestra debilidad, si las tentaciones arreciaran, oiremos cómo el Señor nos dice también a nosotros: Te basta mi gracia, porque la fuerza resplandece en la flaqueza. Y con San Pablo podremos decir: Por eso, con sumo gusto me gloriaré más todavía en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por lo cual me complazco en las flaquezas, en los oprobios, en las necesidades, en las persecuciones y angustias, por Cristo; pues cuando soy débil, entonces soy fuerte 17, con la fortaleza de Dios.

    Aunque sintamos que tenemos los pies de barro, nos dará gran confianza considerar los abundantes medios sobrenaturales que el Señor nos ha dejado para vencer. Se ha quedado en el Sagrario, como especial fortaleza para la lucha; nos dio la Confesión, para recuperar la gracia perdida y aumentar la resistencia al mal y la capacidad para el bien; ha dispuesto que un Ángel nos guarde en todos nuestros caminos; contamos con la ayuda extraordinaria de la Comunión de los Santos, del ejemplo de tantas gentes que se comportan como hijos de Dios, con la ayuda de la corrección fraterna... Tenemos, sobre todo, la protección de María, Madre de Dios y Madre nuestra, Refugio de los pecadores, nuestro refugio, a la que ahora acudimos pidiéndole que no nos deje de su mano.

    1 Dan 2, 31-35. 2 Dan 2, 44. — 3 Cfr. J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo fue pasa, 5; 181. — 4 SAN AGUSTÍN, Confesiones, 2, 7. — 5 ORÍGENES, Homilías sobre el Éxodo, 5, 3. -- 6 SAN AGUSTÍN, Confesiones, 19, 5. -- 7 J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 194. — 8 CONC. DE TRENTO, Sesión 5, cap. 5. - 9 CoNC. VAT. II, Const. Gaudium et spes, 13. — U IDEM, Decr. Ad gentes, 8. -- 11 2 Cor 4, 7. 12 SANTA TERESA, Vida, 8, 4. — 13 SAN FRANCISCO DE SALES, Epistolario, fragm. 10, en Obras selectas de..., p. 644. — 16 Cfr. SAN AGUSTÍN, Confesiones, 2, 7. 15 J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, forja, n. 426. 16 JUAN PABLO 1, Audiencia general, 20-IX-1978. — 17 2 Cor 12, 9-10.

     

    34ª SEMANA. MIÉRCOLES


    94.
    PACIENTES EN LAS DIFICULTADES

  • La paciencia, parte de la virtud de la fortaleza.


  • I. Los textos de la Misa de hoy, cuando ya faltan pocos días para que termine el año litúrgico, recogen una parte del discurso del Señor en el que hace referencia a los acontecimientos finales de la historia. En esta larga alocución se entremezclan diversas cuestiones relacionadas entre sí: la destrucción de Jerusalén —ocurrida cuarenta años después—, el final del mundo y la segunda venida de Cristo, llena de gloria y majestad. Jesús anuncia también las persecuciones que sufrirá la Iglesia y las tribulaciones de sus discípulos. Éste es el pasaje que nos propone el Evangelio de la Misa', al final del cual el Señor nos exhorta a la paciencia, a la perseverancia, a pesar de los obstáculos que se puedan presentar: In patientia vestra possidebitis animas vestras, con vuestra paciencia salvaréis vuestras almas.

    Los Apóstoles recordarían más tarde la advertencia del Señor: No es el siervo mayor que su señor. Si me han perseguido a Mí también a vosotros os perseguirán 2. Con todo, estas tribulaciones no escapan a la Providencia divina. Dios las permite porque serán ocasión de bienes mayores. La Iglesia se enriqueció en el amor a Dios y salió siempre vencedora y fortalecida en todas sus adversidades, como lo había anunciado el Señor: en el mundo tendréis grandes tribulaciones; pero tened confianza, Yo he vencido al mundo 3.

    En este caminar en que consiste la vida vamos a sufrir pruebas diversas, unas que parecen grandes y otras de poco relieve, en las cuales el alma debe salir fortalecida, con la ayuda de la gracia. Estas contradicciones vendrán unas veces de fuera, con ataques directos o velados, de quienes no comprenden la vocación cristiana, de un ambiente paganizado adverso o de quienes expresan una verdadera oposición a todo lo que a Dios se refiere; en otras ocasiones, surgirán de las limitaciones propias de la naturaleza humana, que no permiten, ¡tantas veces!, alcanzar un objetivo si no es a base de un empeño continuado, de sacrificio, de tiempo... Pueden venir dificultades económicas, familiares...; pueden llegar la enfermedad, el cansancio, el desaliento... La paciencia es necesaria para perseverar, para estar alegres por encima de cualquier circunstancia; esto será posible porque tenemos la mirada puesta en Cristo, que nos alienta a seguir adelante, sin fijarnos demasiado en lo que querría quitarnos la paz. Sabemos que, en todas las situaciones, la victoria está de nuestra parte.

    La paciencia, según San Agustín, es «la virtud por la que soportamos con ánimo sereno los males». Y añadía: «no sea que por perder la serenidad del alma abandonemos bienes que nos han de llevar a conseguir otros mayores» 4. Esta virtud lleva a soportar con buen ánimo, por amor a Dios, sin quejas, los sufrimientos físicos y morales de la vida. Frecuentemente tendremos que ejercerla sobre todo en lo ordinario, quizá en cosas que parecen triviales: un defecto que no se acaba de vencer, aceptar que las cosas no salgan como nosotros querríamos, los imprevistos que surgen, el carácter de una persona con la que hemos de convivir en el trabajo, gentes bien dispuestas pero que no entienden, aglomeraciones en el tráfico, retraso de los medios públicos de transporte, llamadas imprevistas que impiden terminar el trabajo a su hora, olvidos... Son ocasiones para afirmar la humildad, para hacer más fina la caridad.


    II. La paciencia es una virtud bien distinta de la mera pasividad ante el sufrimiento; no es un no reaccionar, ni un simple aguantarse: es parte de la virtud de la fortaleza, y lleva a aceptar con serenidad el dolor y las pruebas de la vida, grandes o pequeñas, como venidos del amor de Dios. Identificamos entonces nuestra voluntad con la del Señor, y eso nos permite mantener la fidelidad en medio de las persecuciones y pruebas, y es el fundamento de la grandeza de ánimo y de la alegría de quien está seguro de recibir unos bienes futuros mayores 5.

    Son diversos los campos en los que el cristiano debe ejercitar esta virtud. En primer lugar consigo mismo, puesto que es fácil desalentarse ante los propios defectos que se repiten una y otra vez, sin lograr superarlos del todo. Es necesario saber esperar y luchar con perseverancia, convencidos de que, mientras nos mantengamos en el combate, estamos amando a Dios. La superación de un defecto o la adquisición de una virtud, de ordinario, no se logra a base de violentos esfuerzos, sino de humildad, de confianza en Dios, de petición de más gracias, de una mayor docilidad. San Francisco de Sales afirmaba que es necesario tener paciencia con todo el mundo, pero, en primer lugar, con uno mismo 6.

    Paciencia también con quienes nos relacionamos más a menudo, sobre todo si, por cualquier motivo, hemos de ayudarles en su formación, en su enfermedad... Hay que contar con los defectos de las personas que tratamos —muchas veces están luchando con empeño por superarlos—, quizá con su mal genio, con faltas de educación, suspicacias... que, sobre todo cuando se repiten con frecuencia, podrían hacernos faltar a la caridad, romper la convivencia o hacer ineficaz nuestro interés en socorrerles. La caridad nos ayudará a ser pacientes, sin dejar de corregir cuando sea el momento más indicado y oportuno. Esperar un tiempo, sonreír, dar una buena contestación ante una impertinencia puede hacer que nuestras palabras lleguen al corazón de esas personas, y siempre llegan al Corazón del Señor, que nos mirará con especial aprecio y amistad.

    Paciencia con aquellos acontecimientos que llegan y que nos son contrarios: la enfermedad, la pobreza, el excesivo calor o frío..., los diversos infortunios que se presentan en un día corriente: el teléfono que no funciona o no deja de comunicar, el excesivo tráfico que nos hace llegar tarde a una cita importante, el olvido del material de trabajo, una visita que se presenta en el momento menos oportuno... Son las adversidades, quizá no muy trascendentales, que nos llevarían a reaccionar quizá con falta de paz. Ahí nos espera el Señor; en esos pequeños sucesos se ha de poner la paciencia, manifestación del ánimo fuerte de un cristiano que ha aprendido a santificar todas las menudas incidencias de un día cualquiera.


    III. Caritas patiens est 7, la caridad está llena de paciencia. Y al mismo tiempo esta virtud es el gran soporte de la caridad, sin el cual no podría subsistir 8. Para el apostolado, singular manifestación de la caridad, la paciencia es absolutamente imprescindible. El Señor quiere que tengamos la calma del sembrador que echa su semilla sobre el
    terreno que ha preparado previamente y sigue los ritmos de la estaciones, esperando el momento oportuno, sin desánimos, con la confianza puesta en que aquel pequeño tallo que acaba de aparecer será un día espiga granada.

    El Señor nos da ejemplo de una paciencia indecible. De las muchedumbres que se le acercan dice en ocasiones que viendo no miran, y oyendo no escuchan, ni entienden 9; a pesar de todo le vemos incansable en su predicación y dedicación a las gentes, recorriendo siempre los caminos de Palestina. Ni siquiera los Doce que le acompañan en todo momento demuestran un gran aprovechamiento: aún tengo muchas cosas que enseñaros —les dice la víspera de su partida—, pero por ahora no podéis comprenderlas 10. El Señor contaba con sus defectos, con su manera de ser, y no se desalienta. Más tarde, cada uno a su manera, será un testigo fiel de Cristo y del Evangelio.

    La paciencia y la constancia son imprescindibles en esta labor que, en colaboración con el Espíritu Santo, hemos de llevar a cabo en nuestra propia alma y en las de nuestros amigos y familiares que queremos acercar al Señor. La paciencia va de la mano de la humildad, se acomoda al ser de las cosas y respeta el tiempo y el momento de las mismas, sin romperlas; cuenta con las limitaciones propias y las de los demás. «Un cristiano que viva la virtud recia de la paciencia, no se desconcertará al advertir que quienes le rodean dan muestra de indiferencia por las cosas de Dios. Sabemos que hay hombres que, en las capas subterráneas, guardan —como en la bodega los buenos vinos— unas ansias incontenibles de Dios que tenemos el deber de desenterrar. Ocurre, sin embargo, que las almas —la nuestra también— tienen sus ritmos de tiempo, su hora, a la que hay que acomodarse como el labrador a las estaciones y al terruño. ¿No ha dicho el Maestro que el reino de Dios es semejante a un amo que salió a distintas horas del día a contratar obreros a su viña (Mt 20, 1-7)?» 11. ¿Y cómo no vamos a ser pacientes con los demás, si el Señor ha derrochado tanta paciencia con nosotros y sigue haciéndolo? Caritas omnia suffert, omnia credit, omnia sperat, omnia sustinet 12, la caridad a todo se acomoda, cree todo, todo lo espera y todo lo soporta, enseñó San Pablo. Y también lo escribió para nosotros. Si tenemos paciencia, seremos fieles, salvaremos nuestras almas y también las de muchos otros que la Virgen Nuestra Madre pone constantemente en nuestro camino.

    1 Lc 21, 12-19. 2 Jn 15, 20. 3 Jn 16, 33. 6 SAN AGUSTÍN, Sobre la paciencia, 2. 5 Cfr. SANTO TOMÁS, Comentario a la Epístola a los Hebreos, 10, 35. 6 Cfr. SAN FRANCISCO DE SALES, Epistolario, frag. 139, en Obras selectas de..., p. 774. 7 1 Cor 13, 4. --- Cfr. SAN CIPRIANO. Sobre el bien de la paciencia, 15, en Folletos M. C., n` 321.- ° Mt 13, 13. — Io Jn 16, 12. -- 11 J. L. R. SÁNCHEZ DE ALVA, El Evangelio de San Juan, Palabra. ed., Madrid 1987, nota 4, 1-44. I2 1 Cor 13, 7.

     

    34ª SEMANA. JUEVES


    95. BENDECID TODOS AL SEÑOR

    — La naturaleza entera alaba a Dios. El Canto del Trium puerorum.

    Preparación y acción de gracias de la Misa.

    — Jesús viene a visitarnos en la Comunión. Poner todos los medios para darle buena acogida.


    I.
    Rocíos y escarchas, bendecid al Señor. // Hielo y frío, bendecid al Señor. /1 Luz y tinieblas, bendecid al Señor...'.

    Una de las lecturas de estos días nos narra diversos pasajes del Libro de Daniel, y los Salmos responsoriales recogen el bellísimo Canto llamado de los tres jóvenes (Trium puerorum), utilizado en la Iglesia desde la antigüedad como himno de acción de gracias, introducido primero en la Santa Misa, y después fuera de ella, para fomentar la piedad de los fieles 2.

    Cuando los tres jóvenes judíos fueron condenados a morir en un horno ardiendo por negarse a adorar la estatua de oro erigida por el rey Nabucodonosor, oraron al Dios de sus padres, al Dios de la Alianza, que manifestó su santidad y magnificencia en tantos prodigios sobre el pueblo de Israel, y cantaron este himno que «suena como una llamada dirigida a las criaturas a fin de que proclamen la gloria de Dios Creador» 3; esta gloria está ante todo en Dios mismo y, mediante la obra de la Creación, brota del seno mismo de la Divinidad y, «en cierto modo, se traslada fuera: a las criaturas del mundo visible y del invisible, según su grado de perfección» 4.

    Comienza el himno con una invitación a todas las criaturas a dirigirse a su Creador: Obrad todas del Señor, bendecid al Señor: alabadle y ensalzadle por todos los siglos de los siglos. Los ángeles del Cielo dirigen la alabanza. Luego, los cielos, donde está la lluvia5, y todos los cuerpos celestes, el sol y la luna, las estrellas, aguaceros y rocío, los vientos, fuego y calor, frío y helada, rocío y escarcha, helada y nieves, noches y días, luz y tinieblas, relámpagos y nubes son invitados a alabar al Señor. La tierra con sus montes y colinas, sus fuentes, sus mares y ríos, ballenas y peces y todo lo que se mueve en las aguas; las aves del cielo, las bestias todas y los ganados son instados a bendecir al Señor.

    El hombre, rey de la Creación, aparece el último, y por este orden: todos los hombres en general, el pueblo de Israel, los sacerdotes, los ministros del Señor, el pueblo judío, los justos, los santos y humildes de corazón. Por último, los mismos jóvenes judíos fieles al Señor (Ananías, Azarías y Misael) son llamados a cantar alabanzas al Creador 6.

    Para la acción de gracias después de la Misa, se añadió desde antiguo a este Cántico el Salmo 150, último del Salterio, en el que también se convoca a todos los seres vivientes para bendecir al Señor. Laudate Dominum in sanctis eius... Alabad al Señor en su templo, alabadlo en todo su firmamento. Alabadlo por sus obras magníficas, por su inmensa grandeza. Alabadlo tocando trompas, con arpas y cítaras, con tambores y danzas... ¡Todo ser viviente alabe al Señor!

    Nuestra vida cristiana debe ser toda ella como un canto vibrante de alabanza, lleno de adoración, acciones de gracias y entrega amorosa. Por eso, en la acción de gracias de la Comunión, mientras que tenemos en nuestro corazón al Señor de Cielo y tierra, nos unimos a todo el universo en su pregón de agradecimiento al Creador.


    II. La vida entera, pero especialmente los momentos después de haber comulgado, es un tiempo de alegría y de alabanza a Dios. Para dar gracias al Señor nos podemos unir interiormente a todas las criaturas que, cada una según su ser, manifiestan su gozo al Señor. «Hay que cantar desde ahora —comenta San Agustín—, porque la alabanza a Dios hará nuestra dicha durante la eternidad y nadie sería apto para esta ocupación futura si no se ejercitara alabando en las condiciones de la vida presente. Cantemos el
    Aleluya, diciendo unos a otros: alabad al Señor; y así preparamos el tiempo de la alabanza que seguirá a la resurrección» 7. ¡Alabad al Señor...! Nos unimos a todos los seres de la tierra, y a los santos y «los ángeles y los arcángeles, y con todos los coros celestiales cantamos sin cesar el himno de tu gloria...» 8.

    Te adoro con devoción, Dios escondido 9, le decimos a Jesús en la intimidad de nuestro corazón después de haber comulgado. En esos momentos hemos de frenar las impaciencias y permanecer recogidos con Dios que nos visita. Nada hay en el mundo más importante que prestar a ese Huésped el honor y la atención que se merece. Si somos generosos con el Señor y cuidamos esos diez minutos en su compañía, llegará un tiempo —quizá ya ha llegado— en el que esperaremos con impaciencia la Santa Misa y el momento de la Comunión. Las almas de todos los tiempos que han estado cerca de Dios han esperado con impaciencia ese momento inefable en el que tan próximos estamos de Dios. Así ocurría al Venerable Siervo de Dios Josemaría Escrivá: durante la mañana daba gracias por la Misa que había celebrado, y por la tarde preparaba la Misa del día siguiente. Y era tal su amor que incluso durante la noche, cuando se interrumpía su sueño, su pensamiento se dirigía hacia la Misa que iba a celebrar al día siguiente y, con el pensamiento, el deseo de glorificar a Dios a través de aquel Sacrificio único. De este modo, el trabajo y las mortificaciones, las jaculatorias y las comuniones espirituales, los detalles de caridad, iban dirigidos como preparación o como obsequio en acción de gracias 10.

    Examinemos hoy con qué amor acudimos nosotros a la Santa Misa, donde tributamos a Dios la alabanza suprema, y con qué atención y esmero cuidamos de esos minutos que estamos con Él. Es una cortesía que no debemos descuidar jamás.


    III. El Evangelio de la Misa 11 nos recuerda la venida gloriosa de Cristo al fin de los tiempos:
    Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad, ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo temblarán. Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Ahora, en la Comunión, llega el mismo Hijo del Hombre a nuestro corazón para fortalecernos y llenarnos de paz. Viene como el Amigo tanto tiempo esperado. Y hemos de recibirlo como lo hicieron sus más íntimos: con la atención de María de Betania, con la alegría con que le acogió Zaqueo en su casa... «Parece que esto es lo correcto: si se recibe en casa a un amigo, a un invitado, se le atiende, es decir, se le da conversación, se le acompaña. No se le deja en la sala de visitas o en cualquier otro lugar de la casa, con el periódico, para que entretenga la espera hasta que nos venga bien atenderle. Sin duda sería de muy mala educación. Y si la persona que nos visitara fuera de tan gran categoría, que el solo hecho de venir a nuestra casa supusiera un honor muy por encima de nuestra condición y merecimientos, entonces la desatención no sería ya falta de educación, sino grosería incalificable» 12. Hemos de tratar bien a Jesús, que tanto desea visitarnos en nuestra pobre casa. «Y no suele Su Majestad pagar mal la posada, si le hace buen hospedaje» 13. Es una buena ocasión de unirnos a toda la Creación para alabar y dar gracias al Creador que, humilde, se queda sacramentalmente en nuestro corazón durante esos minutos.

    La Iglesia, siempre Madre buena, nos ha aconsejado a sus hijos esas oraciones que han alimentado la piedad de tantos cristianos para ayudarnos, especialmente cuando nos sintamos pobres de palabras para dirigirnos a Jesús: el Himno Adoro te devote, el Trium puerorum, la Oración a Jesús Crucificado, las Invocaciones al Santísimo Redentor... Si al comulgar procuramos tener a mano algún devocionario —cuando sea posible— o algún Misal de los fieles, dispondremos de una buena ayuda para aprovechar ese tiempo que tanto va a influir luego a lo largo de todo el día. Muchas veces, la jornada depende de esos minutos junto a Jesús Sacramentado.

    No dejemos de poner todos lo medios a nuestro alcance para mejorar nuestras disposiciones antes y después de haber comulgado. Cualquier esfuerzo que pongamos es siempre largamente recompensado. «Cuando recibas al Señor en la Eucaristía, agradécele con todas las veras de tu alma esa bondad de estar contigo.

    »—¿No te has detenido a considerar que pasaron siglos y siglos, para que viniera el Mesías? Los patriarcas y los profetas pidiendo, con todo el pueblo de Israel: ¡que la tierra tiene sed, Señor, que vengas!

    »—Ojalá sea así tu espera de amor» 14

    Salmo responsorial. Año 1. Dan 3, 68 ss. — 2 Cfr. A. G. MARTIMORT, La Iglesia en oración, Herder, 3l ed., Barcelona 1987, p. 168. — 3 JUAN PABLO II, Audiencia general 12-111-1986. — 3 Ibidem. — 3 Cfr. Gen 1, 7. — 0 Cfr. B. ORCHARI) y otros, Verbum Dei, vol. 11, notas a Dan 3, 51-90. 7 SAN AGUS-rís, cit. por D. DE LAS HERAS, Comentario ascético-teológico sobre los Salmos, p. 374. — e MisAL ROMANO, Prefacio de la Misa. 9 Himno Adoro te devote. 10 Cfr. F. SUÁREZ, El sacrificio del aliar, p. 280. 11 Lc 21. 20-28. — /z F. SUÁREZ, O. C., p. 274. — 13 SANTA TERESA, Camino de perfección, 39. — 1I J. EscalvÁ DE BALAGUER, Forja, n. 991.

     

    34ª SEMANA. VIERNES


    96. UNA PALABRA ETERNA

    Lectura del Evangelio.

    — Dios nos habla en la Sagrada Escritura.

    — Para sacar fruto.


    I. A punto de concluir el ciclo litúrgico, leemos en el Evangelio de la Misa esta expresión del Señor: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán'. Son palabras eternas las de Jesús, que nos dieron a conocer la intimidad del Padre y el camino que habíamos de seguir para llegar hasta Él. Permanecerán porque fueron pronunciadas por Dios para cada hombre, para cada mujer que viene a este mundo. Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por el ministerio de los profetas; últimamente, en estos días, nos ha hablado por su Hijo 2. «Estos días» son también los nuestros. Jesucristo sigue hablando, y sus palabras, por ser divinas, son siempre actuales.

    Toda la Escritura anterior a Cristo adquiere su sentido exacto a la luz de la figura y de la predicación del Señor. San Agustín, con una expresión vigorosa, escribe que «la Ley estaba preñada de Cristo» 3. Y en otro lugar afirma el Santo Doctor: «Leed los libros proféticos sin ver en ellos a Cristo: no hay nada más insípido, más soso. Pero descubrid en ellos a Cristo, y eso que leéis no sólo se vuelve sabroso, sino embriagador» 4. El es quien descubre el profundo sentido que se contiene en la revelación anterior: Entonces les abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras 5. Los judíos que se negaron a aceptar el Evangelio se quedaron como con un cofre con un gran tesoro dentro, pero sin la llave para abrirlo. Sus entendimientos —escribe San Pablo a los cristianos de Corinto— estaban velados, y lo están hoy por el mismo velo que continúa sobre la lectura de la alianza antigua, porque sólo en Cristo desaparece 6, pues «el fin principal de la economía antigua era preparar la venida de Cristo, redentor universal, y de su reino mesiánico (...). Dios es el autor que inspira los libros de ambos Testamentos, de modo que el Antiguo encubriera al Nuevo» 7. Es conmovedor en este sentido el diálogo entre el apóstol Felipe y el etíope, ministro de Candace, que leía al Profeta Isaías. ¿Entiendes por ventura lo que lees?, le preguntó Felipe. ¿Cómo voy a entenderlo si alguien no me guía? Entonces, comenzando por esta escritura, le anunció a Jesús 8. Jesús era el punto clave para comprender.

    San Juan Crisóstomo comenta así este pasaje de los Hechos de los Apóstoles: «Considera qué gran cosa es no descuidar la lectura de la Escritura ni siquiera durante el viaje (...). Piensen esto los que ni siquiera en su casa las leen y, porque están con la mujer, o porque militan en el ejército, o tienen preocupaciones por sus familiares y ocupaciones en otros asuntos, creen que no les conviene hacer ese esfuerzo por leer las divinas Escrituras (...). Este bárbaro etíope es un ejemplo para nosotros: para los que tienen una vida privada, para los miembros del ejército, para las autoridades y también para las mujeres —más aún las que están siempre en casa— y para los que han escogido la vida monástica. Aprendan todos que ninguna circunstancia es impedimento para la lectura divina, que es posible realizar no sólo en casa sino en la plaza, en el viaje, en compañía de muchos o en medio de una ocupación. No descuidemos, os ruego, la lectura de las Escrituras» 9.

    Desde siempre la Iglesia ha recomendado su lectura y meditación, principalmente del Nuevo Testamento, en el que siempre encontrarnos a Cristo que sale a nuestro encuentro. Unos pocos minutos diarios nos ayudan a conocer mejor a Jesús, a amarle más, pues sólo se ama lo que se conoce bien.


    II. Todas las Escrituras habían trazado el camino que debía recorrer Cristo '0, todas eran en cierto modo anunciadoras del Mesías. Los profetas habían descrito este día y deseado verlo ". Los discípulos reconocerán en Cristo al que tantas veces y de tantas formas fue predicho y anunciado 12. Cuando San Pablo tenga que defenderse de las amenazas del rey Agripa, argüirá simplemente que se limita a anunciar el cumplimiento de lo que ya predicaron los Profetas ". Con todo, no es Cristo quien mira y obedece a los Profetas y a Moisés. Fueron éstos los que en sus descripciones, por inspiración divina, se sujetaron a lo que sería la existencia en la tierra del Hijo de Dios. Moisés escribió
    acerca de Él 14. Y Abrahán, vuestro padre, se regocijó pensando en ver mi día; lo vio y se alegró 15.

    Jesucristo se aplica así las viejas figuras: el templo 16, el maná 17, la roca 18, la serpiente de metal 19. Por eso dirá en cierta ocasión: Escudriñad las Escrituras: ellas son las que dan testimonio de Mí 20. Cuando en el Evangelio de la Misa leemos hoy que el cielo y la tierra pasarán, pero no sus palabras, nos señala de algún modo que en ellas se contiene toda la revelación de Dios a los hombres: la anterior a su venida, porque tiene valor en cuanto hace referencia a El, que la cumple y clarifica; y la novedad que El trae a los hombres, indicándoles con claridad el camino que han de seguir. Jesucristo es la plenitud de la revelación de Dios a los hombres, «En darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar» 21.

    La Carta a los hebreos 22 enseña que la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de doble filo: penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y descubre los sentimientos y pensamientos del corazón. Es nueva cada día, expresamente dirigida a cada uno si sabemos leerla con fe. «En los libros sagrados, el Padre que está en el Cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos. Y es tanta la eficacia que radica en la Palabra de Dios, que es en verdad apoyo y vigor de la Iglesia y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de vida espiritual» 23.

    De alguna manera, es actual la marcha y la vuelta del hijo pródigo, la necesidad de la levadura para transformar la masa del mundo, los leprosos que quedan sanos en su encuentro con Jesús. Cuántas veces hemos pedido a Jesús luz para nuestra vida con las palabras —ut videam!, que vea, Señor— de Bartimeo; o hemos acudido a su misericordia con las del publicano: ¡Oh Dios, apiádate de mí que soy un pecador! ¡Cómo salimos reconfortados después de ese encuentro diario con Jesús en el Evangelio!


    III. ¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras, más que la miel para mi boca!24.

    A veces —relata Ronald Knox 25—, cuando varias personas están cantando sin acompañamiento de instrumento musical, existe en el grupo una tendencia a bajar el tono; la voz baja cada vez más y más. Por eso, si el coro no está acostumbrado a cantar sin acompañamiento musical, el director suele tener escondido un diapasón con el que de vez en cuando da una pequeña señal, para recordar a todos la nota más alta que deben dar.

    Cuando la vida cristiana comienza a bajar de tono, a languidecer, también es necesario un diapasón que dé una nota más alta. ¡Cuántas veces la meditación de un pasaje del Evangelio, sobre todo de la Pasión de Nuestro Señor, ha sido como una enérgica llamada a huir de esa vida menos heroica a la que nos empujaba un excesivo cuidado de la salud, un tono menos vibrante...! No podemos pasar las páginas del Santo Evangelio como si fuera un libro cualquiera. ¡Con qué amor era custodiado durante tantos siglos, cuando sólo algunas comunidades cristianas tenían el privilegio de poseer una copia o sólo unas páginas! ¡Con qué piedad y reverencia era leído! Su lectura —enseña San Cipriano a propósito de la oración— es cimiento para edificar la esperanza, medio para consolidar la fe, alimento de la caridad, guía que indica el camino... 26. San Agustín señala que sus enseñanzas son como «lámparas colocadas en un lugar oscuro» 27, que siempre esclarecen nuestra vida. Para sacar fruto de la lectura y meditación, «piensa que lo que allí se narra —obras y dichos de Cristo— no sólo has de saberlo, sino que has de vivirlo. Todo, cada punto relatado, se ha recogido, detalle a detalle, para que lo encarnes en las circunstancias concretas de tu existencia.

    »—El Señor nos ha llamado a los católicos para que le sigamos de cerca y, en ese Texto Santo, encuentras la Vida de Jesús; pero, además, debes encontrar tu propia vida.

    »Aprenderás a preguntar tú también, como el Apóstol, lleno de amor: "Señor, ¿qué quieres que yo haga?..." —¡La Voluntad de Dios!, oyes en tu alma de modo terminante.

    »Pues, toma el Evangelio a diario, y léelo y vívelo como norma concreta. —Así han procedido los santos» 28.

    Entonces podremos decir con el Salmista: Tu palabra es para mis pies una lámpara, la luz de mi sendero 29.

    1 Lc 21, 33. 2 Heb L I. - 3 SAN AGUSTIN, Sermón /96, 1. - 4 IDEM, Comentario al Evangelio de San Juan. 9, 3. s Le 24. 45. - 6 2 Cor 3. 14. - 7 CoNc. VAT. 17, Const. Dei Verbum, 15 ss. -- Cfr. Heeh 8. 27-35. 9 SAN JUAN CRisósrorto. Homilías sobre el Génesis, 35. -- Cfr. Lc 22, 37. 11 Cfr. Lc 10. 24. -- 12 Cfr. Jn 1, 4I-45. - j3 Cfr. Heeh 26, 2.--14Jn5,46.-15Jn8.56.--16Jn2.19. -17Cfr. Jn6,32.-"Cfr. Jn 8. - 19 Cfr. Jn 3, 14. ./n 5. 39. - 21 SAN JUAN DF t A CRI. Z. Suhida al Monte Carmelo, II, 22. - - 22 Hebr 4, 12. - 23 CoNc. VA7. II, Const. Dei Verbum, 2. - 24 Sal 118. 103. -- 25 R. A. KNOx. Ejercicios para seglares, Rialp, 24 ed., Madrid 1962. p. 177. 26 Cfr. SAN CIPRIANO, Tratado sobre la oración. 27 SAN AGUSTÍN, Comentarios sobre los Salmos. 128. - 28 J. EsCRIVÁ DE BALAGUER, Forja, n. 754. -29 Sal 118, 105.

     

    34ª SEMANA. SÁBADO

    97. HACIA LA CASA DEL PADRE

  • Anhelo del Cielo.

  • La «divinización» del alma, de sus potencias y del cuerpo glorioso.

  • La gloria accidental. Estar vigilantes.


  • I. Me mostró el río del agua de la vida, claro como un cristal, procedente del trono de Dios y del Cordero. En medio de su plaza, y en una y otra orilla del río, está el árbol de la vida, que produce frutos doce veces (..). En ella estará el trono de Dios y del Cordero, y sus siervos le darán culto, verán su rostro y llevarán su nombre grabado en sus frentes 1. La Sagrada Escritura acaba donde comenzó: en el Paraíso. Y las lecturas de este último día del año litúrgico nos señalan el fin de nuestro caminar aquí en la tierra: la Casa del Padre, nuestra morada definitiva.

    El Apocalipsis nos enseña, mediante símbolos, la realidad de la vida eterna, donde se verá cumplido el anhelo del hombre: la visión de Dios y la felicidad sin término y sin fin. San Juan nos presenta en esta lectura el encuentro de quienes fueron fieles en esta vida: el agua es el símbolo del Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, representado por el río que surge del trono de Dios y del Cordero. El nombre de Dios sobre las frentes de los elegidos expresa su pertenencia al Señor 2. En el Cielo ya no habrá noche: no será necesaria luz ni lámparas ni el sol, porque el Señor Dios alumbrará sobre ellos y reinará por los siglos de los siglos 3.

    La muerte de los hijos de Dios será sólo el paso previo, la condición indispensable, para reunirse con su Padre Dios y permanecer con El por toda la eternidad. Junto a El ya no habrá noche. En la medida en que vamos creciendo en el sentido de la filiación divina, perdemos el miedo a la muerte, porque sentimos con más fuerza el anhelo de encontrarnos con nuestro Padre, que nos espera. Esta vida es sólo el camino hasta El; «por eso es necesario vivir y trabajar en el tiempo llevando en el corazón la nostalgia del Cielo» 4.

    Muchos hombres, sin embargo, no tienen en su corazón esta «nostalgia del Cielo» porque se encuentran aquí satisfechos de su prosperidad y confort material y se sienten como si estuvieran en casa propia y definitiva, olvidando que no tenemos aquí morada permanente 5 y que nuestro corazón está hecho para los bienes eternos. Han empequeñecido su corazón y lo han llenado de cosas que poco o nada valen, y que dejarán para siempre dentro de un tiempo no demasiado largo.

    Los cristianos amamos la vida y todo lo que en ella encontramos de noble: amistad, trabajo, alegría, amor humano..., y no debe extrañarnos que a la hora de dejar este mundo experimentemos cierto temor y desazón, pues el cuerpo y el alma fueron creados por Dios para estar unidos y sólo tenemos experiencia de este mundo. Sin embargo, la fe nos dará el consuelo inefable de saber que la vida se transforma, no se pierde; y al deshacerse la casa de nuestra habitación terrena, se nos prepara en el Cielo una eterna morada 6. Después nos espera la Vida.

    Los hijos de Dios quedarán maravillados en la gloria al ver todas las perfecciones de su Padre, de las que sólo tuvieron un anticipo en la tierra. Y se sentirán plenamente en su casa, en su morada ya definitiva, en el seno de la Trinidad Beatísima 7.

    Por eso, podemos exclamar: «¡Si no nos morimos!: cambiamos de casa y nada más. Con la fe y el amor, los cristianos tenemos esta esperanza; una esperanza cierta. No es más que un hasta luego. Nos debíamos morir despidiéndonos así: ¡hasta luego!» 8.


    II.
    Los santos del Altísimo recibirán el reino y lo poseerán por los siglos de los siglos 9.

    En el Cielo todo nos parecerá enteramente joven y nuevo. Y esta novedad será tan impresionante que el viejo universo habrá desaparecido como un volumen enrollado 10; y, sin embargo, el Cielo no será extraño a nuestros ojos. Será la morada que aun el corazón más depravado siempre anheló en el fondo de su ser. Será la nueva comunidad de los hijos de Dios, que habrán alcanzado allí la plenitud de su adopción. Estaremos con nuevos corazones y voluntades nuevas, con nuestros propios cuerpos transfigurados después de la resurrección. Y esta felicidad en Dios no excluirá las genuinas relaciones personales. «Ahí entran todos los amores humanos verdaderos, auténticamente personales: El amor de los esposos, aquel entre padre e hijos, la amistad, el parentesco, la limpia camaradería...

    »Vamos todos caminando por la vida y, según pasan los años, son cada vez más numerosos los seres queridos que nos aguardan al otro lado de la barrera de la muerte. Esta se convierte en algo menos temeroso, incluso en algo alegre, cuando vamos siendo capaces de advertir que es la puerta de nuestro verdadero hogar en el que nos aguardan ya los que nos han precedido en el signo de la fe. Nuestro común hogar no es la tumba fría; es el seno de Dios» 11.

    Aquí nos encontramos con una pobreza desoladora para hacernos cargo de lo que será nuestra vida en el Cielo junto a nuestro Padre Dios. El Antiguo Testamento apunta la vida del Cielo evocando la tierra prometida, en la que ya no se sufrirán la sed y el cansancio, sino que, por el contrario, abundarán todos los bienes. No padecerán hambre ni sed, ni les afligirá el viento solano ni el sol, porque los guiará el que se ha compadecido de ellos, y los llevará a manantiales de agua 12. Jesús, en el que tiene lugar la plenitud de la revelación, nos insiste una y otra vez en esta felicidad perfecta e inacabable. Su mensaje es de alegría y de esperanza en este mundo y en el que está por llegar.

    El alma y sus potencias, y el cuerpo después de la resurrección, quedarán como divinizados, sin que esto suprima la diferencia infinita entre la creatura y su Creador. Además de contemplar a Dios tal como es en sí mismo, los bienaventurados conocen en Dios de modo perfectísimo a las criaturas especialmente relacionadas con ellos, y de este conocimiento obtienen también un inmenso gozo. Afirma Santo Tomás que los bienaventurados conocen en Cristo todo lo que pertenece a la belleza e integridad del mundo, en cuanto forman parte del universo. Y por ser miembros de la comunidad humana, conocen lo que fue objeto de su cariño o interés en la tierra; y en cuanto criaturas elevadas al orden de la gracia, tienen un conocimiento claro de las verdades de fe referentes a la salvación: la encarnación del Señor, la maternidad divina de María, la Iglesia, la gracia y los sacramentos 13.

    «Piensa qué grato es a Dios Nuestro Señor el incienso que en su honor se quema; piensa también en lo poco que valen las cosas de la tierra, que apenas empiezan ya se acaban...

    »En cambio, un gran Amor te espera en el Cielo: sin traiciones, sin engaños: ¡todo el amor, toda la belleza, toda la grandeza, toda la ciencia...! Y sin empalago: te saciará sin saciar» 14.


    III. En el Cielo veremos a Dios y gozaremos en Él con un gozo infinito, según la santidad y los méritos adquiridos aquí en la tierra. Pero la misericordia de Dios es tan grande, y tanta su largueza, que ha querido que sus elegidos encuentren también un nuevo motivo de felicidad en el Cielo a través de los bienes legítimos creados a los que el hombre aspira; es lo que llaman los teólogos gloria accidental. A esta bienaventuranza pertenecen la compañía de Jesucristo, a quien veremos glorioso, al que reconoceremos después de tantos ratos de conversación con EI, de tantas veces como le recibimos en la Sagrada Comunión..., la compañía de la Virgen, de San José, de los Angeles, en particular del propio Ángel Custodio, y de todos los santos. Especial alegría nos producirá encontrarnos con los que más amamos en la tierra: padres, hermanos, parientes, amigos..., personas que influyeron de una manera decisiva en nuestra salvación...

    Además, como cada hombre, cada mujer, conserva su propia individualidad y sus facultades intelectuales, también en el Cielo es capaz de adquirir otros conocimientos utilizando sus potencias 15. Por eso será un motivo de gozo la llegada de nuevas almas al Cielo, el progreso espiritual de las personas queridas que quedaron en la tierra, el fruto de los propios trabajos apostólicos a lo largo del tiempo, la fecundidad sobrenatural de las contrariedades y dificultades padecidas por servir al Maestro... A esto se añadirá, después del juicio universal, la posesión del propio cuerpo, resucitado y glorioso, para el que fue creada el alma. Esta gloria accidental aumentará hasta el día del juicio universal 16.

    Es bueno y necesario fomentar la esperanza del Cielo; consuela en los momentos más duros y ayuda a mantener firme la virtud de la fidelidad. Es tanto lo que nos espera dentro de poco tiempo que se entienden bien las continuas advertencias del Señor para estar vigilantes y no dejarnos envolver por los asuntos de la tierra de tal manera que olvidemos los del Cielo. En el Evangelio de la Misa de hoy 17, el último del año litúrgico, nos advierte Jesús: Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida, la preocupación del dinero y se os eche encima aquel día... Estad siempre despiertos... y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre.

    Pensemos con frecuencia en aquellas otras palabras de Jesús: Voy a prepararos un lugar 18. Allí, en el Cielo, tenemos nuestra casa definitiva, muy cerca de El y de su Madre Santísima. Aquí sólo estamos de paso. «Y cuando llegue el momento de rendir nuestra alma a Dios, no tendremos miedo a la muerte. La muerte será para nosotros un cambio de casa. Vendrá cuando Dios quiera, pero será una liberación, el principio de la Vida con mayúscula. Vita mutatur, non tollitur (Prefacio 1 de Difuntos) (...). La vida se cambia, no nos la arrebatan. Empezaremos a vivir de un modo nuevo, muy unidos a la Santísima Virgen, para adorar eternamente a la Trinidad Beatísima, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que es el premio que nos está reservado» 19.

    Mañana comienza el Adviento, el tiempo de la espera y de la esperanza; esperemos a Jesús muy cerca de María.

    1 Primera lectura. Año II. Apoc 22, 1-6. — 2 Cfr. SAGRADA BIBLIA, EUNSA, Pamplona 1989, vol. XII, Apocalipsis, in loc. — 3 Apoc 22, 5. — 4 JUAN PABLO II, Alocución 22-X-1985. — 5 Heb 13, 14. — 6 MISAL ROMANO, Prefacio de difuntos. — 7 Cfr. B. PERQUIN, Abba, Padre, p. 343. — 6 J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, en Hoja informativa sobre el proceso de beatificación de este Siervo de Dios, n. 1, p. 5. — 9 Primera lectura. Año 1. Dan 7, 18. — 10 Apoc 6, 14. — 11 C. LÓPEZ-PARDO, Sobre la vida y la muerte, Rialp, Madrid 1973, p. 358. — 12 /s 49, l0. — 13 Cfr. SANTO ToMÁS, Suma Teológica, 1, q. 89, a. 8. — 14 J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja, n. 995. — 15 Cfr. SANTO TOMÁS, o. c., 1, q. 89, ad 1 ad 3, aa. 5 y 6; 3, q. 67, a. 2. — 16 Cfr. CATECISMO RO-MANO, I, 13, n. 8. — 17 Lc 21, 34-36. — 16 Jn 14, 2. — 19 A. DEL PORTILLO, Homilía 15-V111-1989, en Romana, n. 9, VII-XII-89, p. 243.