VIGÉSIMO TERCER DOMINGO
CICLO A


91. REZAR EN FAMILIA

— La oración en familia es muy grata al Señor.
— Algunas prácticas de piedad en el hogar.
— Una familia que reza unida, se mantiene unida: el Santo Rosario.

 

I. Jesús manifiesta con frecuencia que la salvación y la unión con Dios es, en último extremo, asunto personal: nadie puede sustituirnos en el trato con Dios. Pero El también ha querido que nos apoyemos unos en otros y nos ayudemos en el caminar hacia la meta definitiva. Esta unión, tan grata al Señor, se ha de poner especialmente. de manifiesto entre aquellos que tienen los mismos vínculos de espíritu o de la sangre. Esta unidad, que exige poner en juego tantas virtudes, es tan deseada por el Señor, que ha prometido, como un don especial, concedernos más fácilmente aquello que le pidamos en común. Así lo leemos en el Evangelio de la Misal: Os aseguro que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra sobre .cualquier cosa que quieran pedir, mi Padre que está en los Cielos se lo concederá. Pues donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos.

La Iglesia ha vivido desde siempre la práctica de la oración en común 2, que no se opone ni sustituye a la oración personal privada por la que el cristiano se une íntimamente a Cristo. Muy grata al Señor es, de modo particular, la oración que la familia reza en común; es uno de los tesoros que hemos recibido de otras generaciones para sacar abundante fruto y transmitirlo a las siguientes. «Hay prácticas de piedad —pocas, breves y habituales— que se han vivido siempre en las familias cristianas, y entiendo que son maravillosas: la bendición de la mesa, el rezo del Rosario todos juntos (...), las oraciones personales al levantarse y al acostarse. Se tratará de costumbres diversas, según los lugares; pero pienso que siempre se debe fomentar algún acto de piedad, que los miembros de la familia hagan juntos, de forma sencilla y natural, sin beaterías.

»De esa manera, lograremos que Dios no sea considerado un extraño, a quien se va a ver una vez a la semana, el domingo, a la iglesia; que Dios sea visto y tratado como es en realidad: también en medio del hogar, porque, como ha dicho el Señor, donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18, 20)»3.

«Esta plegaria —enseña el Papa Juan Pablo II, comentando este pasaje del Evangelio— tiene como contenido "la misma vida de familia" (...): alegrías y dolores, esperanzas y tristezas, nacimientos y cumpleaños, aniversarios de la boda de los padres, partidas, alejamientos y regresos, elecciones importantes y decisivas, muertes de personas queridas, etc., señalan la intervención del amor de Dios en la historia de la familia, como de, ben también señalar el momento favorable de acción de gracias, de petición, de abandono confiado de la familia al Padre común que está en los cielos. Además, la dignidad y responsabilidad de la familia cristiana en cuanto Iglesia doméstica solamente pueden ser vividas con la ayuda incesante de Dios, que será concedida sin falta a cuantos la pidan con humildad y confianza en la oración» 4.

La plegaria en común comunica una particular fortaleza a la familia entera. La.primera y principal ayuda que prestamos a los padres, a los hijos, a los hermanos, consiste en rezar con ellos y por ellos. La oración fomenta el sentido sobrenatural, que permite comprender lo que ocurre a nuestro alrededor y en el seno de la familia, y nos enseña a ver que nada es ajeno a los planes de Dios: en toda ocasión se nos muestra como un Padre que nos dice que la familia es más suya que nuestra. También en aquellos sucesos que sin estar cerca de El serían incomprensibles: la muerte de una persona querida, el nacimiento de un hermano minusválido, la enfermedad, la estrechez económica... Junto al Señor, amamos su santa voluntad, y las familias, lejos de separarse, se unen más fuertemente entre sí y con Dios.


II.
Si alguno no cuida de los suyos y principalmente de su casa, ha negado la fe y es peor que un infiel5, escribe San Pablo a Timoteo, recordando la obligación que todos tenemos hacia aquellos que el Señor nos ha encomendado. Una de las principales obligaciones de los padres con respecto a sus hijos —también, en ocasiones, de los hermanos mayores con los más pequeños— es la de enseñarles en la infancia los modos prácticos de tratar a Dios. Esta tarea es de tal necesidad que es casi insustituible. Con los años, estas primeras semillas siguen dando sus frutos, quizá hasta la misma hora de la muerte. Para muchos, éste ha sido su bagaje espiritual, del que se han servido en la adolescencia y cuando ya han pasado los años de la madurez. «La Sagrada Escritura nos habla de esas familias de los primeros cristianos —la Iglesia doméstica, dice San Pablo (1 Cor 16, 19)-, a las que la luz del Evangelio daba nuevo impulso y nueva vida.

»En todos los ambientes cristianos se sabe, por experiencia, qué buenos resultados da esa natural y sobrenatural iniciación a la vida de piedad, hecha en el calor del hogar. El niño aprende a colocar al Señor en la línea de los primeros y más fundamentales afectos; aprende a tratar a Dios como Padre y a la Virgen como Madre; aprende a rezar, siguiendo el ejemplo de sus padres. Cuando se comprende eso, se ve la gran tarea apostólica que pueden realizar los padres, y cómo están obligados a ser sinceramente piadosos, para poder transmitir —más que enseñar— esa piedad a los hijos» 6.

La familia cristiana ha sabido transmitir, de padres a hijos, oraciones sencillas y breves, fácilmente comprensibles, que forman el primer germen de la piedad: jaculatorias a Jesús, a Nuestra Madre Santa María, a San José, al Angel de la Guarda... Oraciones de siempre, mil y mil veces repetidas en los hogares cristianos de toda época y condición. Los hijos aprenden pronto estas enseñanzas y oraciones que ven hechas vida en sus padres. Cuando son un poco mayores, han asimilado e incorporado el sentido de la bendición de la mesa, de dar gracias después de haber comido, el ofrecer a la Virgen algo que les cuesta..., saludar con un beso o una mirada a las imágenes de Nuestra Madre, acudir a su Ángel Custodio al entrar o salir de casa...

¡Cuántos niños, ahora hombres y mujeres, recuerdan con emoción la explicación, sencilla pero exacta, que les dio su madre o su hermano mayor de la presencia real de Cristo en el Sagrario! ¡O la primera vez que vieron a su madre pedir por una necesidad urgente, o a su padre hacer con piedad una genuflexión reverente! Rezar en una familia en la que Cristo está presente debe ser natural, porque Él es un personaje más de la casa, al que se ama sobre todas las cosas.

Precisamente cuando el ambiente sea menos favorable para la oración y la piedad, hemos de conservar como un tesoro mayor estas prácticas que hacen más fuerte el mismo amor humano y nos acercan más a nuestro Padre Dios.


III.
Ubi caritas et amor, Deus ibi est, «donde hay caridad y amor, allí está Dios» 7, canta la Liturgia del Jueves Santo. Cuando los cristianos nos reunimos para orar, entre nosotros se encuentra Cristo, que escucha complacido esa oración fundamentada en la unidad. Así hacían también Ios Apóstoles: Perseveraban unánimes en la oración, con las mujeres y con María, la Madre de Jesús 8. Era la nueva familia de Cristo.

La plegaria familiar por excelencia es el Santo Rosario. «La familia cristiana —enseña el Papa Juan Pablo II— se encuentra y consolida su identidad en la oración. Esforzaos por hallar cada día un tiempo para dedicarlo juntos a hablar con el Señor y a escuchar su voz. ¡Qué hermoso resulta que en una familia se rece, al atardecer, aunque sea una sola parte del Rosario!

»Una familia que reza unida, se mantiene uni-da; una familia que ora, es una familia que se salva. ,

»¡Actuad de manera que vuestras casas sean lugares de fe cristiana y de virtud, mediante la oración rezada todos juntos!» 9.

Al comenzar a rezar el Santo Rosario en un hogar, quizá al principio sólo lo hagan los padres; después se unirá un hijo, la abuela... Unas veces se podrá rezar durante un viaje en coche, o bien se establecerá una hora de común acuerdo; quizá, en algunos países, antes de cenar o inmediatamente después... El Rosario y el rezo del Angelus —señalaba en otra ocasión el Pontífice— «deben ser para todo cristiano y aún más para las familias cristianas como un oasis espiritual en el curso de la jornada, para tomar valor y confianza» 10. «¡Ojalá resurgiese la hermosa costumbre de rezar el Rosario en familia!» 11.

La Iglesia ha querido conceder innumerables gracias e indulgencias cuando se reza el Santo Rosario en familia. Pongamos los medios necesarios para fomentar esta oración tan grata al Señor y a su Madre Santísima, y que es considerada como «una gran plegaria pública y universal frente a las necesidades ordinarias y extraordinarias de la Iglesia santa, de las naciones y del mundo entero» 12. Es un buen soporte en el que se apoya la unidad familiar y la mejor ayuda para hacer frente a sus necesidades.

Mt 18, 19-20. — 2 Cfr. Hech 12, 5. — 3 Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, n. 103. 4 JUAN PABLO II, Exhor. Apost. Familiaris consortio, 22-XI-1981, 59. — 5 1 Tim 5, 8. 6 Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, n. 103. — 7 1 in 4, 12. — 5 Hech 1, 14. — 9 JUAN PABLO II, Discurso a las familias, 24-I1I-1984. — 10 IDEM, Angelus en Otranto, 5-X-1980. — 11 IDEM, Homilía 12-X-1980. — 12 JUAN XXIII, Alocución 29-IX-1961.

 

VIGÉSIMO TERCER DOMINGO
CICLO B


92. OÍR A DIOS Y HABLAR DE ÉL

  • El milagro de la curación de un sordomudo.


  • I. La liturgia de la Misa de este domingo es una llamada a la esperanza, a confiar plenamente en el Señor. En un momento de oscuridad, se levanta el Profeta Isaías para reconfortar al pueblo elegido que vive en el destierro 1. Anuncia el alegre retorno a la patria. Decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará. Y el Profeta vaticina prodigios que tendrán su pleno cumplimiento con la llegada del Mesías: Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramo será un estanque, lo reseco un manantial. Con Cristo, todo el hombre es sanado, y
    las fuentes de la gracia, siempre inagotables, convierten el mundo en una nueva creación. El Señor lo ha transformado todo, pero las almas de modo muy particular.

    El Evangelio de la Misa 2 narra la curación de un sordomudo. El Señor lo llevó aparte, metió los dedos en sus orejas y con saliva tocó su lengua. Después, Jesús miró al cielo y le dijo: Effethá, que significa: ábrete. Al instante se le abrieron sus oídos, quedó suelta la atadura de su lengua y hablaba correctamente.

    Los dedos significan una acción divina poderosa y a la saliva se le atribuía cierta eficacia para alivijr las heridas. Aunque son las palabras de Cristo las que curan, quiso, como en otras ocasiones, utilizar elementos materiales visibles que de alguna manera expresaran la acción más profunda que los sacramentos iban a efectuar en las almas 4. Ya en los primeros siglos y durante muchas generaciones 5, la Iglesia empleó en el momento del Bautismo estos mismos gestos del Señor, mientras oraba sobre quien iba a ser bautizado: El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda a su tiempo escuchar su Palabra y proclamar la fe 6.

    En esta curación qué realiza el Señor podemos ver una imagen de su actuación en las almas: libra al hombre del pecado, abre su oído para escuchar la Palabra de Dios y suelta su lengua para alabar y proclamar las maravillas divinas. En el momento del Bautismo, el Espíritu Santo, Digitus paternae dexterae', el dedo de la diestra de Dios Padre, como lo llama la liturgia, nos dejó libre el oído para escuchar la Palabra de Dios, y nos dejó expedita la lengua para anunciarla por todas partes; y esta acción se prolonga a lo largo de nuestra vida. San Agustín, al comentar este pasaje del Evangelio, dice que la lengua de quien está unido a Dios «hablará del bien, pondrá de acuerdo a quienes no lo están, consolará a los que lloran... Dios será alabado, Cristo será anunciado» 8. Esto haremos nosotros si tenemos el oído atento a las continuas mociones del Espíritu Santo y si tenemos la lengua dispuesta para hablar de Dios sin respetos humanos.
     

    II. Existe una sordera del alma peor que la del cuerpo, pues no hay peor sordo que el que no quiere oír. Son muchos los que tienen los oídos cerrados a la Palabra de Dios, y muchos también quienes se van endureciendo más y más ante las innumerables llamadas de la gracia. El apostolado paciente, tenaz, lleno de comprensión, acompañado de la oración, hará que muchos amigos nuestros oigan la voz de Dios y se conviertan en nuevos apóstoles que la pregonen por todas partes. Esta es una de las misiones que recibimos en el Bautismo 9.

    No debemos los cristianos permanecer mudos cuando debemos hablar de Dios y de su mensaje sin trabas de ninguna clase: los padres a sus hijos, enseñándoles desde pequeños las oraciones y los primeros fundamentos de la fe; el amigo al amigo, cuando se presenta la ocasión oportuna, y provocándola cuando es necesario; el compañero de oficina a quienes le rodean en medio de su trabajo, con la palabra y con su comportamiento ejemplar y alegre; el estudiante en la Universidad, con quienes tantas horas ha pasado juntos... No podemos permanecer callados ante las muchas oportunidados que el Señor nos pone delante para que mostremos a todos el camino de la santidad en medio del mundo. Hay momentos en los que incluso resultaría poco natural para un buen cristiano el no hacer una referencia sobrenatural: en la muerte de un ser querido, en la visita a un enfermo (¡qué horizontes podemos abrir a quien sufre al pedirle, como un tesoro, que ofrezca su dolor por una intención, por la Iglesia, por el Papa!), cuando se comenta una noticia calumniosa... ¡Qué ocasiones para dar buena doctrina! Los demás la esperan, y les defraudamos si permanecemos callados.

    Muchos son los motivos para hablar de la belleza de la fe, de la alegría incomparable de tener a Cristo. Y, entre otros, la responsabilidad recibida en el Bautismo de no dejar que nadie pierda la fe ante la avalancha de ideas y de errores doctrinales y morales ante los cuales muchos se sienten como indefensos. «Los enemigos de Dios y de su Iglesia, manejados por el odio imperecedero de satanás, se mueven y se organizan sin tregua.

    »Con una constancia "ejemplar", preparan sus cuadros, mantienen escuelas, directivos y agitadores y, con una acción disimulada —pero eficaz—, propagan sus ideas, y llevan —a los hogares y a los lugares de trabajo— su semilla destructora de toda ideología religiosa.

    »—¿Qué no habremos de hacer los cristianos por servir al Dios nuestro, siempre con la verdad?» 10. ¿Acaso vamos a permanecer impasibles? La misión que recibimos un día en el Bautismo hemos de ponerla en práctica durante toda la vida, en toda circunstancia.
     

    III. Como anuncia el Profeta Isaías en la Primera lectura, llega el tiempo en que se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará... Estos prodigios se realizan en nuestros días' con una hondura inmensamente mayor que aquella que el Profeta había previsto; tienen lugar en el alma de quien es dócil al Espíritu Santo, que el Señor nos ha enviado. Pidamos fe y audacia para anunciar con claridad y sencillez las magnalia Dei 11, las maravillas de Dios que hemos visto cerca de nosotros, como hicieron los Apóstoles después de Pentecostés. San Agustín nos aconseja: «si amáis a Dios, atraed para que le amen a todos los que se juntan con vosotros y a todos los que viven en vuestra casa. Si amáis el Cuerpo de Cristo, que es la unidad de la Iglesia, impeled a todos para que gocen de Dios y decidles con David: Engrandeced conmigo al Señor y alabemos todos a una su santo nombre (Prov 21, 28); y en esto no seáis cortos ni encogidos, sino ganad para Dios a cuantos pudiereis con todos los medios posibles, según vuestra capacidad, exhortándolos, sobrellevándolos, rogándolos, disputando con ellos y dándoles razn de las cosas que pertenecen a la fe con toda ma,hsedumbre y suavidad» 12. No quedemos callados cuando es tanto lo que Dios quiere decir a través de nuestras palabras.

    San Marcos nos ha conservado la palabra aramea que utilizó Jesús, effethá, ¡ábrete! Muchas veces, el Espíritu Santo nos ha hecho llegar de distintas maneras, en la intimidad del alma, este mismo consejo imperativo. La boca se ha de abrir y la lengua se ha de soltar también para hablar con claridad del estado del alma en la dirección espiritual, siendo muy sinceros, exponiendo con sencillez lo que nos pasa, los deseos de santidad y las tentaciones del enemigo, las pequeñas victorias y los desánimos, si los hubiera. El oído ha de estar libre para escuchar atentamente las muchas enseñanzas y sugerencias que nos quiera hacer llegar el Maestro a través de la dirección espiritual 3.

    Con sinceridad y docilidad la batalla está siempre ganada, por muy difícil que se presente; con la doblez, el aislamiento y la soberbia del propio criterio, está siempre perdida. Es el Señor quien cura y utiliza los medios que quiere, siempre des-proporcionados. San Vicente Ferrer afirmaba que Dios «no concede nunca su gracia a aquel que, teniendo a su disposición a una persona capaz de instruirle y dirigirle, desprecia este eficacísimo me-dio de santificación, creyendo que se basta a sí mismo y que por sus solas fuerzas puede buscar y encontrar lo necesario para su salvación... Aquel que tuviere un director y le obedeciere sin reservas y en todas las cosas —enseña el santo—, llegará a la meta más fácilmente que si estuviera solo, aunque poseyere muy aguda inteligencia y muy sabios libros de cosas espirituales...» 14

    En la Santísima Virgen tenemos el modelo acabado de ese escuchar con oído atento lo que Dios nos pide, para ponerlo por obra con una disponibilidad total. «En efecto, en la Anunciación Ma-ría se ha abandonado en Dios completamente, manifestando "la obediencia de la fe" a aquel que le hablaba a través de su mensajero y prestando "el homenaje• del entendimiento y de la voluntad" (Const. Dei Verbum, 5)» 15. A Ella acudimos, al terminar nuestra oración, pidiéndole que nos enseñe a oír atentamente todo lo que se nos dice de parte de Dios, y a ponerlo en práctica.

     

    1 /s 35, 4-7. — 2 Mc 7, 31-37. — 3 Cfr. Ex 8, 19; Sal 8, 4; Lc 11, 20. — 4 Cfr. M. SCHMAUS, Teología dogmática, vol. VI, Los sacramentos, p. 50 ss. — Cfr. A. G. MARTIMORT, La Iglesia en oración, Herder, ed., Barcelona 1986, p. 596. — 6 Cfr. RITUAL DEL BAUTISMO, Bautismo de los niños. — 7 Cfr. Himno Veni Creator. — 6 SAN AGUSTÍN, Sermón 311, 11. — 9 Cfr. CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 33. — 10 J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja, n. 466. 11 Cfr. Hech 2, 1. — 12 SAN AGUSTÍN, Comentarios a los Salmos, 33, 6-7. — 13 Cfr. R. GARRIGOU-LAGRANGE, Las tres edades de la vida interior, vol. 1, p. 295 ss. 14 SAN VICENTE FERRER, Tratado sobre la vida espiritual, II, 1. — 15 JUAN PABLO II, Enc. Redemptoris Mater, 25-111-1987, 13.

     

    VIGÉSIMO TERCER DOMINGO
    CICLO C

    93. EXAMINAR LA CONCIENCIA

  • Seguimiento de Cristo y conocimiento propio. El examen de conciencia.


  • I. En el Evangelio de la Misa nos habla el Señor de las exigencias que lleva consigo el seguirle, el atender a,la llamada que dirige a todos. Y nos hace esta advertencia: ¿Quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si icha los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él... ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? 1.

    Cuando se emprende un gran asunto es preciso valorar, calibrar las posibilidades, echar mano de los recursos oportunos para llevarlo a buen fin. Ser discípulo de Cristo, procurar seguirle fielmente en medio de nuestras ocupaciones, es la empresa suprema que ha de acometer todo hombre. Y para llevarla a buen término es necesario conocer bien los medios que poseemos y saber utilizarlos, ser conscientes de aquello que nos falta para pedirlo confiadamente al Señor, arrancar y tirar lo que estorba. Y ésta es la misión del examen de conciencia. Si lo hacemos bien, con hondura, nos lleva a conocer la verdad de nuestra vida. «Conocimiento de sí, que es el primer paso que tiene que dar el alma para llegar al conocimiento de Dios» 2.

    Los buenos comerciantes hacen balance cada día del estado de sus negocios, examinan sets ganancias o sus pérdidas, saben dónde se puede mejorar o detectan con prontitud la causa de una mala gestión y procuran poner remedio antes de que se originen mayores males para la empresa. Nuestro gran negocio, en cada jornada, es la correspondencia a la llamada del Señor. No existe nada que nos importe tanto como acercarnos más y más a Cristo.

    En el examen de conciencia se confronta nuestra vida con lo que Dios espera de nosotros, con la respuesta diaria a su llamada. Y es lo que nos permite pedir perdón y recomenzar de nuevo muchas veces; por eso, «el examen es el paso previo y el punto de partida cotidiano para encendernos más en el amor a Dios con realidades —obras—de entrega» 3. Esforzarnos en hacerlo con profundidad «impide que en nuestra alma arraiguen los gérmenes de la tibieza y nos facilita vivir lejos de las ocasiones de pecar.

    »Si de veras pretendemos conseguir esa limpieza de corazón, que nos llevará a ver a Dios en todo, necesitamos tomar muy en serio el examen diario de nuestra alma. Quien se contentara con una visión rutinaria, superficial, acabaría deslizándose por el plano inclinado de la negligencia y de la pereza espiritual, hacia la tibieza, esa miopía del alma que prefiere no discernir entre el bien y el mal, entre lo que procede de Dios y lo que proviene de nuestras propias pasiones o del diablo» 4.

    Es el amor lo que nos mueve a examinarnos y da esa particular agudeza al alma para detectar aquellas cosas de nuestro actuar que no agradan a Dios. Hagamos el propósito para todos los días de nuestra vida de «hacer a conciencia el examen de conciencia» 5. Veremos, en poco tiempo quizá, la gran ayuda que representa en el camino que lleva a Cristo.
     

    II. Para hacer a conciencia este balance al terminar la jornada, será de gran ayuda fomentar a lo largo del día el espíritu de examen, como «el buen banquero que cotidianamente, al anochecer, computa sus pérdidas y ganancias. Pero eso no puede hacerse con detalle, si en todo momento no registra en los libros las cuentas. Una mirada a todas y cada una de las anotaciones muestra el estado de todo el día» 6.

    Para construir la torre que Dios espera de nosotros, para presentar esa batalla contra los enemigos del alma —según los ejemplos que el Señor nos pone en el Evangelio—, debemos ser conscientes de los recursos con que contamos, de las ayudas que precisamos, de los muros en los que no hemos puesto el debido cuidado, o de flancos que hemos dejado desguarnecidos y a merced del enemigo: defectos que conocemos y que debiéramos corregir; inspiraciones para hacer el bien, para servir a los demás con más alegría, y a las que quizá no correspondemos; mediocridad espiritual consentida, por no ser generosos en la mortificación pequeña; sobreestimar, como si fueran fines, los bienes materiales; dejarse dominar por la comodidad; considerar como el bien mayor la propia tranquilidad; hacer con tibieza lo que a Dios se refiere.

    No es fácil el conocimiento propio; hemos de ir prevenidos contra «el demonio mudo» 7, que intentará cerrarnos la puerta de la verdad para que no veamos las imperfecciones y flaquezas, los defectos arraigados en el alma, y que tenderá a disculpar las faltas de amor a Dios, los pecados y las imperfecciones, y a considerarlos como si fueran detalles de poca importancia o debidos a las circunstancias externas. Para conocernos con hondura y sin paliativos nos podrá ayudar el preguntarnos con frecuencia: ¿dónde tengo puesto de modo más o menos habitual el corazón?..., ¿en mí mismo..., en mis dolencias..., en el éxito, en el posible fracaso..., en el trabajo en sí, sin convertirlo en una ofrenda a Dios?; ¿con qué frecuencia acudo a Dios a lo largo del día para pedirle perdón, para darle gracias, para requerir su ayuda?; ¿qué intenciones me mueven a actuar?, ¿en qué está ocupada habitualmente mi mente?; ¿ha sido mío o ha sido de Dios este día?, ¿le he buscado a Él, o me he buscado a mí mismo?...

    Para conocernos de verdad, para saber con qué contamos, es necesario que pidamos la humildad, porque sin ella estamos a oscuras. La humildad nos lleva a iniciar el examen con el conocimiento profundo de que somos pecadores.

    Otro enemigo del examen de conciencia es la pereza, que en las cosas de Dios es tibieza. Una de sus primeras manifestaciones es precisamente el poco empeño en examinarse. Sucede entonces en el alma como en la tierra que el campesino ha dejado en barbecho, sin atender una temporada: no tardan en crecer en el alma los cardos de los defectos, los espinos de las pasiones desordenadas que ahogan la semilla de la gracia. Pasé junto al campo del perezoso, y junto a la viña del insensato, y todo eran cardos y ortigas que habían cubierto su haz, y la cerca estaba destruida 8.

    En el examen de conciencia diligente, hondo, humilde, descubrimos la raíz de las faltas de caridad, de trabajo, de alegría, de piedad, que quizá se repiten con frecuencia. Entonces, podremos luchar y vencer con la ayuda de la gracia.
     

    III. El examen de conciencia no es una simple reflexión sobre el propio comportamiento: es diálogo entre el alma y Dios. Por eso, al iniciarlo debemos ponernos, en primer lugar, en presencia del Señor, como cuando hacemos un rato de oración. A veces nos bastará una jaculatoria o una breve oración. En ocasiones nos pueden servir las palabras con que aquel ciego de Jericó, Bartimeo, se dirigió a Jesús en demanda de luz para sus ojos ciegos: Domine, ut videam!, ¡Señor, que vea! 9: da luz a mi alma para entender lo que me separa de Ti, lo que debo arrancar y tirar, aquello en lo que debo mejorar: trabajo, carácter, presencia de Dios, alegría, optimismo, apostolado, preocupación por hacer la vida más grata a quienes conviven conmigo...

    Después, en el examen propiamente dicho, nos puede ayudar el considerar cómo ha visto el Señor nuestro día. Procuremos, con ayuda de nuestro Ángel Custodio, verlo reflejado en Dios como en un espejo, pues «jamás nos acabamos de conocer si no procuramos conocer a Dios» io. Luego, a continuación, se puede examinar el comportamiento concreto: para con Dios, para con el prójimo, para con uno mismo... Esto puede hacerse recorriendo brevemente las horas del día, o las diferentes situaciones en las que nos hemos encontrado, dando especial importancia al cumplimiento del plan de vida, a los propósitos formulados el día anterior, a los consejos recibidos en la dirección espiritual. Con todo, esta práctica piadosa es muy personal. En la dirección espiritual nos pueden ayudar mucho en el modo de llevarla a cabo.

    Lo más importante del examen hecho cerca del Señor, que ordinariamente durará muy pocos minutos, es el dolor, la contrición. Si ésta es sincera, brotarán algunos propósitos, pocos (muchas veces uno solo), concretos y quizá pequeños: buscar alguna industria humana para tratar con más frecuencia al Ángel Custodio; cuidar mejor la puntualidad en el trabajo o en la Santa Misa; sonreír aunque estemos cansados o algo enfermos; ser más amables; poner más intensidad y lucha en la oración; acudir en ese día con más frecuencia a la Santísima Virgen, a San José, a Jesús presente en los sagrarios de Ios muchos templos de la ciudad o de la única iglesia del pueblo; acabar bien la tarea, sin chapuzas; vivir mejor las mortificaciones habituales, concretando alguna especial en las comidas, en el orden personal; invitar a aquellos amigos al próximo retiro espiritual, sin dejar pasar un día más... Dolor hondo, aunque las faltas sean leves, y propósitos para los que pediremos ayuda a Dios, porque si no, aunque sean pequeños, no saldrán adelante.

    También veremos las buenas obras de ese día, y eso nos llevará a ser agradecidos con el Señor. Así podremos retirarnos a descansar con el alma llena de paz y de alegría, con deseos de recomenzar al día siguiente ese camino de amor a Dios y al prójimo.

    1 Lc 14, 28-32. — 2 SAN JUAN DE CRUZ, Cántico espiritual, 4, 1. — 3 A. DEL PORTILLO, Carta 8-XII-1976, n. 8. — d Ibídem. — 5 Ibídem. — %SAN JUAN CLÍMACO, Escala del paraíso, 4. — 7 Cfr. J. ESCRIVÁ DE BALAGUE Camino, n. 236. — 0 Prov 24, 30-31. — 9 Cfr. Mc 10, 51. — 10 SANTA TERESA, Moradas, 1, 2, 9.

     

    23ª SEMANA. LUNES

    94. EXTIENDE TU MANO

  • El Señor no pide cosas imposibles: nos da la gracia para ser santos.


  • I. Entró Jesús un sábado en la sinagoga, donde había un hombre que tenía una mano seca. San Lucas precisa que era la derecha 1. Y le observaban los escribas y los fariseos para ver si curaba en sábado. La interpretación farisea de la Ley sólo permitía aplicar remedios médicos en este día dedicado al Señor si había peligro inminente de muerte; y éste no era el caso de aquel hombre, que ha acudido a la sinagoga con la esperanza puesta en Jesús.

    El Señor, que conocía bien los pensamientos y las intrigas de aquellos que amaban más la letra de la Ley que al Señor de la Ley, le dijo al hombre de la mano enferma: Levántate y ponte en medio. Y levantándose se puso en medio. Y Jesús, mirando a su alrededor, fijando su vista en todos ellos, dijo al hombre: Extiende tu mano. Y este hombre, a pesar de sus experiencias anteriores, se esforzó en lo que decía el Señor, y su mano quedó curada. Aquel enfermo sanó ante todo gracias a la fuerza divina de las palabras de Cristo, pero también por su docilidad en llevar a cabo el esfuerzo que se le pedía. Así son los milagros de la gracia: ante defectos que nos parecen insuperables, frente a metas apostólicas que se ven excesivamente altas o difíciles, el Señor pide esta misma actitud: confianza en El, manifestada en el recurso a los medios sobrenaturales, y en poner por obra aquello que está a nuestro alcance y que el Maestro nos insinúa en la intimidad de la oración o a través de la dirección espiritual.

    Algunos Padres de la Iglesia han visto en estas palabras del Señor, «extiende tu mano», la necesidad de ejercitar las virtudes. «Extiéndela muchas veces —comenta San Ambrosio—, favoreciendo a tu prójimo; defiende de cualquier injuria a quien veas sufrir bajo el peso de la calumnia, extiende también tu mano al pobre que te pide; extiéndela al Señor, pidiéndole el perdón de tus pecados: así es como se debe extender la mano, y así es como se cura» 2, realizando pequeños actos de aquellas virtudes que deseamos adquirir, dando pequeños pasos hacia las metas a las que queremos llegar. Si nos empeñamos, la gracia realiza maravillas con estos esfuerzos que parecen poca cosa. Si aquel hombre, fiado más de su experiencia de otras veces que de las palabras del Señor, no hubiera puesto en práctica lo poco que se le pedía, quizá hubiera seguido el resto de su vida con una mano inútil. Las virtudes se forjan día a día, la santidad se labra siendo fieles en lo menudo, en lo corriente, en acciones que podrían parecer irrelevantes, si no estuvieran vivificadas por la gracia.

    «Cada día un poco más —igual que al tallar una piedra o una madera—, hay que ir limando asperezas, quitando defectos de nuestra vida personal, con espíritu de penitencia, con pequeñas mortificaciones (...). Luego, Jesucristo va poniendo lo que falta»3. Él es el que realmente realiza la obra de la santidad y el que mueve las almas, pero quiere contar con nuestra colaboración, obedeciendo en aquello que nos indica, aunque parezca insignificante, como extender la mano. Esto nos lleva a una lucha ascética alegre y a no desanimarnos jamás. En lo pequeño está nuestro poder.
     

    II. Extiende tu mano..., esfuérzate en esa trama de cosas menudas que componen un día. Muchas metas se quedan sin alcanzar porque no estamos firmemente convencidos de la ayuda de la gracia divina, que hace sobrenaturalmente eficaces los pequeños esfuerzos.

    La tibieza paraliza el ejercicio de las virtudes, mientras que éstas con el amor cobran alas. El amor ha sido el gran motor de la vida de los santos. La tibieza hace que parezcan irrealizables los más pequeños esfuerzos (una carta que hemos de escribir, una llamada, una visita, una conversación, la puntualidad en el plan de vida diario...); forma una montaña de un grano de arena. La persona tibia piensa que, aunque el Señor le pide que extienda su mano, ella no puede. Y, como consecuencia, no la extiende... y no se cura. Por el contrario, el amor hace que los pequeños actos de virtud que realizamos desde la mañana hasta la noche tengan una eficacia sobrenatural enorme: forjan las virtudes, liman los defectos y encienden en deseos de santidad. Como una gota de agua ablanda poco a poco la piedra y la perfora, como las gotas de agua fecundan la tierra sedienta, así las buenas obras repetidas crean el buen hábito, la virtud sólida, y la conservan y aumentan 4. La caridad se afianza en actos que parecen de poco relieve: poner buena cara, sonreír, crear un clima amable a nuestro alrededor aunque estemos cansados, evitar esa palabra que puede molestar, no impacientarnos en medio del tráfico de la gran ciudad, ayudar a un compañero que aquel día va un poco más retrasado en su trabajo, prestar unos apuntes a quien estuvo enfermo...

    Los defectos arraigados (pereza, egoísmo, envidia...) se vencen, tratando de vivir la escena evangélica y recordando el mandato de Cristo: Extiende tu mano. Se mejora si, con la ayuda del Señor, se lucha en lo poco: en levantarse a la hora prevista y no más tarde; en el cuidado del orden en la ropa,.en los libros; si se busca servir, sin que apenas se note, a quienes conviven con nosotros; si procuramos pensar menos en la propia salud, en las preocupaciones personales; si sabemos elegir bien un programa de televisión o apagarla si resulta inconveniente... El continuamente nos dice: extiende tu mano, haz esos pequeños esfuerzos que te sugiere el Espíritu Santo en tu alma y los que te aconsejan en la dirección espiritual para superar esa incapacidad, a pesar de haber fracasado en otras ocasiones.

    Porque contamos con la gracia del Señor, la santidad depende en buena parte de nosotros, de nuestro empeño dócil y continuado. Se cuenta de Santo Tomás de Aquino, que tenía fama de ser hombre de pocas palabras. Un día le preguntó su hermana qué hacía falta para ser santos. Y casi sin detenerse, según iba andando, contestó el Santo: QUERER. Nosotros pedimos al Señor que de verdad queramos ir cada día a El, obedeciendo en las metas que nos han indicado en la dirección espiritual.
     

    III. Aquel hombre de la mano paralizada fue dócil a las palabras de Jesús: se puso en medio de todos, como le había pedido el Señor, y luego atendió a sus palabras cuando le dijo que extendiera aquella mano enferma. La dirección espiritual personal se engarza con la íntima acción del Espíritu Santo en el alma, que sugiere de continuo esos pequeños vencimientos que nos ayudan eficazmente a disponernos para nuevas gracias.

    Cuando un cristiano pone de su parte todo lo posible para que las virtudes se desarrollen en su alma quitando los obstáculos, alejándose de las
    ocasiones de pecar, luchando decididamente en el comienzo de la tentación—, Dios se vuelca con nuevas ayudas para fortalecer esas virtudes incipientes y regala los dones del Espíritu Santo, que perfeccionan esos hábitos formados por la gracia.

    El Señor nos quiere con deseos eficaces, concretos, de ser santos; en la vida interior no bastan las ideas generales. «,Has visto cómo levantaron aquel edificio de grandeza imponente? Un ladrillo, y otro. Miles. Pero, uno a uno. —Y sacos de cemento, uno a uno. Y sillares, que suponen poco, ante la mole del conjunto. —Y trozos de hierro.

    Y obreros que trabajan, día a día, las mismas horas...

    »¿Viste cómo alzaron aquel edificio de grandeza imponente?... —¡A fuerza de cosas pequeñas!» 5.

    Es frecuente que al hablar de santidad se hagan notar algunos aspectos llamativos: las grandes pruebas, las circunstancias extraordinarias, el martirio; como si la vida cristiana vivida con todas sus consecuencias consistiera forzosamente en esos hechos y fuera empresa de unos pocos, de gente excepcional; y como si el Señor se conformara, en la mayoría de las gentes, con una vida cristiana de segunda categoría. Por el contrario, hemos de meditar hondamente que el Señor nos llama a todos a la santidad: a la madre de familia atareada porque apenas tiene tiempo para sacar adelante la casa, al empresario, al estudiante, a la dependienta de unos grandes almacenes y a la que está al frente de un puesto de verduras. El Espíritu Santo nos dice a todos: ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación 6. Y se trata de una voluntad eficaz, porque Dios cuenta con todas las circunstancias por las que va a pasar la vida y da las gracias necesarias para actuar santamente.

    Para crecer en las virtudes, hemos de prestar atención a lo que nos dice el Señor, muchas veces por intermediarios, y llevarlo a la práctica. «Ejemplo sublime de esta docilidad es para todos nosotros la Virgen Santísima, María de Nazaret, que pronunció el "fiat" de su disponibilidad total a los designios de Dios, de modo que el Espíritu pudo comenzar en Ella la realización concreta del plan de salvación» 7. A nuestra Madre Santa María le pedimos hoy que nos ayúde a ser cada vez más dóciles al Espíritu Santo, a crecer en las virtudes, luchando en las pequeñas metas de este día.

    Lc 6, 6-11. — 2 SAN AMBROSIO, Comentario al Evangelio de San Lucas, in loc. — 3 J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja, n. 403. — 4 Cfr. R. GARRIGOU-LAORANGE, Las tres edades de la vida interior, vol. 1, p. 532. -- 5 J. EscRIVÁ DE BALAGUER, Camino, n. 823. — 6 / Tes 4, 3. — 7 JUAN PABLO 11, Alocución 30-V-1981.

     

    23ª SEMANA. MARTES


    95. LA ORACIÓN DE CRISTO. NUESTRA ORACIÓN

    El Señor, desde el Cielo, sigue intercediendo por nosotros. Su oración es siempre eficaz.

    — Frutos de la oración.

    — Las oraciones vocales.


    I. Se lee en el Santo Evangelio 1 que Cristo salió al monte a orar, y pasó toda la noche en oración. Al día siguiente, eligió a los Doce Apóstoles. Es la oración de Cristo por la Iglesia incipiente.

    En muchos lugares evangélicos se nos muestra Cristo unido a su Padre Celestial en una íntima y confiada plegaria. Convenía también que Jesús, perfecto Dios y Hombre perfecto, orase para darnos ejemplo de oración humilde, confiada, perseverante, ya que Él nos mandó orar siempre, sin desfallecer 2, sin dejarse vencer por el cansancio, de la misma manera que se respira incesantemente.

    Jesús hizo peticiones al Padre, y su oración siempre fue escuchada 3. Sus discípulos conocían bien este poder de la oración del Señor. Después de la muerte de Lázaro, la hermana de éste, Marta, le dijo a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí, no hubiera muerto mi hermano; pero sé que cuanto pidas a Dios, te lo otorgará 4. En el momento de la resurrección de Lázaro, Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que siempre me escuchas 5. Por Pedro rogará antes de la Pasión: Simón, Simón, le advierte, Satanás os busca para zarandearon como el trigo; pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe, y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos6. Y Pedro se convirtió después de su caída. Igualmente, había rogado por los Apóstoles y por todos los fieles cristianos en la Última Cena: No pido que los saques del mundo, sino que los guardes del mal... Santifícalos en la verdad...'. Jesús conoce el abatimiento en el que van a caer sus discípulos pocas horas más tarde, pero su oración los sostendrá; les obtendrá fuerzas para ser fieles hasta dar la vida por el Maestro.

    En esta oración sacerdotal de la Última Cena suplica el Señor a su Padre por todos los que han de creer en Él a través de los siglos. Pidió el Señor por nosotros, y su gracia no nos falta. «Cristo vivo nos sigue amando todavía ahora, hoy, y nos presenta su corazón como la fuente de nuestra redención: Semper vivens ad interpellandum pro nobis (Heb 7, 25). En todo momento nos envuelve, a nosotros y al mundo entero, el amor de este corazón que tanto ha amado a los hombres y que es tan poco correspondido por ellos» s. Procuremos nosotros corresponder mejor.

    Desde el Cielo, Jesucristo, «sentado a la derecha del Padre» 9, intercede por quienes somos miembros de su Iglesia, y «permanece siempre siendo nuestro abogado y nuestro mediador» 16. San Ambrosio nos recuerda que Jesús defiende siempre nuestra causa delante del Padre y su ruego no puede ser desechado "; pide al Padre que los méritos que adquirió durante su vida terrena nos sean aplicados continuamente.

    ¡Qué alegría pensar que Cristo, siempre vivo, no cesa de interceder por nosotros! 12. Que podemos unir nuestras oraciones y nuestro trabajo a su oración, y que junto a ella alcanzan un valor infinito. En ocasiones, a nuestra oración le faltan la humildad, la confianza, la perseverancia que le serían necesarias; apoyémosla en la de Cristo; pidámosle que nos inspire orar como conviene, según las intenciones divinas, que haga brotar la oración de nuestros corazones y la presente a su Padre, para que seamos uno con El por toda la eternidad 13. Más aún: hagamos de nuestra vida entera una ofrenda íntimamente unida a la de Jesús, a través de Santa María:(¡ Padre Santo! Por el Corazón Inmaculado de María, os ofrezco a Jesús, vuestro muy amado Hijo, y me ofrezco a mí mismo en El, con Él y por Él, a todas sus intenciones y en nombre de todas las criaturas 14yAsí nuestra oración y todos nuestros actos, unidos íntimamente a los de Jesús, adquieren un valor infinito.
     

    II. El Maestro nos enseñó con su ejemplo la necesidad de hacer oración. Repitió una y otra vez que es necesario orar y no desfallecer. Cuando también nosotros nos recogemos para orar nos acercamos sedientos a la fuente de las aguas vivas 15. Allí encontramos la paz y las fuerzas necesarias para seguir con alegría y optimismo en este caminar de la vida.

    ¡Cuánto bien hacemos a la Iglesia y al mundo con nuestra oración! ¡Con estos ratos, como el de ahora, en los que permanecemos junto al Señor! Se ha dicho que quienes hacen oración verdadera son como «las columnas del mundo», sin los cuales todo se vendría abajo. San Juan de la Cruz enseñaba bellamente que «es más precioso delante de Dios y del alma un poquito de este amor puro, y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que todas esas otras obras juntas» 16, que poco o nada valdrían fuera de Cristo. Precisamente porque la oración nos hace fuertes ante las dificultades, nos ayuda a santificar el trabajo, a ser ejemplares en nuestros quehaceres, a tratar con cordialidad y aprecio a quienes conviven o trabajan con nosotros. En la oración descubrimos la urgencia de llevar a Cristo a los ambientes en que nos desenvolvemos, urgencia tanto más apremiante cuanto más lejos de Dios se encuentren quienes nos rodean.

    Santa Teresa se hace eco de las palabras de un «gran letrado», para quien «las almas que no tienen oración son como un cuerpo con "perlesía" o tullido, que aunque tiene pies y manos, no los puede mandar» 17. La oración es necesaria para querer más y más al Señor, para no separarnos jamás de El; sin ella el alma cae en la tibieza, pierde la alegría y las fuerzas para hacer el bien.

    El diálogo íntimo de Jesús con Dios Padre fue continuo: para pedir, para alabar, para dar gracias; en toda circunstancia, el Señor se dirige al Padre. A eso debemos aspirar nosotros, a tratar a Dios siempre, y especialmente en los momentos que dedicamos de lleno a hablar con Él, como en la Santa Misa y ahora, en este rato en el que nos encontramos con El. También a lo largo del día, en las situaciones que tejen nuestra jornada: al comenzar o al terminar el trabajo o el estudio, mientras esperamos el ascensor, al encontrar por la calle a una persona conocida. Aquella invocación llena de ternura —¡Abbá, Padre!— estaba constantemente en los labios del Señor; con ella empezaba muchas veces sus acciones de gracias, su petición o su alabanza. ¡Cuánto bien traerá a nuestra alma el acostumbrarnos a llamar a Dios así: ¡Padre!, con ternura y confianza, con amor!

    Todos los momentos solemnes de la vida del Señor están precedidos por la oración. «El Evangelista señala que fue precisamente durante la oración de Jesús cuando manifestó el misterio del amor del Padre y se reveló la comunión de las Tres Divinas Personas. Es en la oración donde aprendemos el misterio de Cristo y la sabiduría de la Cruz. En la oración percibimos, en todas sus dimensiones, las necesidades reales de nuestros hermanos y de nuestras hermanas de todo el mundo; en la oración nos fortalecemos de cara a las posibilidades que tenemos delante; en la oración tomamos fuerzas para la misión que Cristo comparte con nosotros» 'g.

    Solía decir el Santo Cura de Ars que todos los males que muchas veces nos agobian en la tierra vienen precisamente de que no oramos o lo hacemos mal 19. Formulemos nosotros el propósito de dirigirnos con amor y confianza a Dios a través de la oración mental, de las oraciones vocales y de esas breves fórmulas, las jaculatorias, y tendremos la alegría de vivir la vida junto a nuestro Padre Dios, que es el único lugar en el que merece la pena ser vivida.

    III. El Espíritu Santo nos enseña a tratar a Jesús en la oración mental y mediante la oración vocal, quizá también éon esas oraciones que de pequeños aprendimos de nuestras madres. Aun siendo omnisciente como Dios, el Señor, en cuanto hombre, debió de aprender de labios de su Madre la fórmula de muchas plegarias que se habían transmitido de generación en generación en el pueblo hebreo, y nos dio ejemplo de aprecio por la oración vocal. En su última plegaria al Padre utilizará las palabras de un Salmo. Y nos enseñó la oración por excelencia, el Padrenuestro, donde se contiene todo lo que debemos pedir. La oración vocal es una manifestación de la piedad del corazón y nos ayuda para mantener viva la presencia de Dios durante el día, y en esos momentos de la oración mental en los que estamos secos y nada se nos ocurre.

    El texto de las oraciones vocales, muchas de raigambre bíblica, tanto de la liturgia como otras que fueron compuestas por santos, han servido a innumerables cristianos para alabar, dar gracias y pedir ayuda, desagraviar. Cuando acudimos a estas oraciones estamos viviendo de modo íntimo la Comunión de los Santos, y apoyamos nuestra fe en la fe de la Iglesia 20.

    Para rezar mejor y evitar la rutina, nos puede ayudar este consejo: «procura recitarlas con el mismo amor con que habla por primera vez el enamorado..., y como si fuera la última ocasión en que pudieras dirigirte al Señor» 21.

    1 Lc 6, 12-19. — 2 Cfr. Lc 16, 1. — 3 Cfr. SANTO ToMÁs, Suma Teológica, 3, q. 21, a. 4. — 4 Jn 11, 21. — 5 Jn 11, 42. — 6 Lc 22, 32. — 7 Cfr. Jn 17, 15 ss. — 8 JUAN PABLO Il, Homilía en la Basílica del Sagrado Corazón de Montmartre, París 1-VI-1980. — 9 MISAL ROMANO, Símbolo niceno-constantinopolitano. — 19 SAN GREGORIO MAGNO, Comentario al Salmo 5. — 11 Cfr. SAN AMBROSIO, Comentario a la Epístola a los Romanos, 8, 34. — 12 Heb 7, 25. — 13 Cfr. R. GARRIGOU-LAGRANGE, El Salvador, p. 351. 14 P. M. SuLAMITIS, Ofrenda al Amor misericordioso. — 15 Cfr. Sal 41, 2. — 16 SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, Canción 29, 2 b. -- 17 SANTA TERESA DE JEsús, Castillo interior, Moradas primeras, 1, 6. — 18 JUAN PABLO 11, Homilía 13-1-1981. — 19 SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la oración. — 20 Cfr. G. CHEVROT, En lo secreto, Rialp, Madrid 1960, pp. 100-101. — 21 Cfr. J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja, n. 432.

     

    23ª SEMANA. MIÉRCOLES


    96. PAZ EN LA CONTRADICCIÓN

    No deben sorprendernos las incomprensiones y adversidades que surjan por seguir a Cristo. Junto a El, el dolor se torna gozo.

    La «contradicción de los buenos».

    Frutos de las incomprensiones.


    I. El Señor anuncia en diversas ocasiones que quien aspire a seguirle de verdad, de cerca, tendrá que hacer frente a las acometidas de quienes se muestran como enemigos de Dios e incluso de quienes, siendo cristianos, no viven en coherencia con la fe. En su camino hacia la santidad, el cristiano encontrará a veces un clima de hostilidad, que el Señor no dudó en llamar con una palabra dura: persecución 1. En la última de las bienaventuranzas recogida por San Lucas en el Evangelio de la Misa 2, nos dice Jesús: Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como maldito, por causa del Hijo del Hombre. Y no hemos de pensar que esta persecución, en las diferentes formas en que puede presentarse, es algo excepcional, que se dará en unas épocas especiales o sólo en lugares determinados: No es el discípulo más que el Maestro anunció Jesús , ni el siervo más que su Señor. Si al amo de la casa le han llamado Beelzebú, cuánto más a los de su casa Y San Pablo prevenía así a Timoteo: Y todos aquellos que quieran vivir piadosamente según Cristo Jesús, han de padecer persecución 4.

    Pero la persecución no quiere decir desgracia, sino bienaventuranza, alegría y dicha, porque es resello de autenticidad en el seguimiento de Cristo, de que las personas y las obras van por buena senda. No deben quitarnos la paz ni deben sorprendernos las contrariedades que surjan en nuestro camino. Si alguna vez permite el Señor que sintamos el dolor de la persecución abierta la calumnia, la difamación o aquella otra más solapada —la que emplea como armas la ironía que trata de ridiculizar los valores cristianos, la presión ambiental que pretende amedrentar a quienes se atreven a mantener una visión cristiana de la vida y les desprestigia ante la opinión pública, hemos de saber que es una ocasión permitida por el Señor, para que nos llenemos de frutos, pues, como decía un mártir mientras se dirigía a la muerte, «donde mayor es el trabajo, allí hay más rica ganancia» 5. Entonces deberemos agradecer al Señor esa confianza que ha tenido con nosotros al considerarnos capaces de padecer algo —poca cosa será— por El. Imitaremos, aunque a mucha distancia, a los Apóstoles, que después de haber sido azotados por predicar públicamente la Buena Nueva salieron gozosos de la presencia del Sanedrín, porque habían sido dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús 6. No se callaron en su apostolado, sino que predicaban a Jesús con más fervor y alegría. Tampoco nosotros debemos callar: la oración ha de ser entonces más intensa y mayor la preocupación por las almas. Es bueno acordarse en esos momentos de las palabras del Señor: Alegraos en aquel día y regocijaos, porque vuestra recompensa es grande en el Cielo.

    Junto a Cristo, el dolor se torna gozo: «Es mejor para mí, Señor, sufrir la tribulación, con tal de que tú estés conmigo, que reinar sin ti, disfrutar sin ti, gloriarme sin ti. Es mejor para mí, Señor, abrazarme a ti en la tribulación, tenerte conmigo en el horno de fuego, que estar sin ti, aunque fuese en el mismo Cielo. ¿Qué me importa el Cielo sin ti?; y contigo, ¿qué me importa la tierra?» 7.

    II. También el Señor nos alerta en el Evangelio de la Misa: ¡Ay cuando los hombres hablen bien de vosotros, pues de este modo se comportaban sus padres con los falsos profetas! La fe, cuando es auténtica, «derriba demasiados intereses egoístas para no causar escándalo» 8. Es difícil, quizá imposible, ser buen cristiano y no chocar con un ambiente aburguesado y cómodo, y frecuentemente pagano. Hemos de pedir continuamente la paz para la Iglesia y para Ios cristianos de todos los países, pero no debe extrañarnos ni asustarnos si nos llega la resistencia del ambiente a la doctrina de Cristo que queremos dar a conocer, las difamaciones, las calumnias... El Señor nos ayudará a sacar frutos abundantes de estas situaciones.

    Cuando San Pablo llegó a Roma, le dicen los judíos que viven allí, al referirse a la Iglesia naciente: de ésta lo único que sabemos es que por todas partes sufre contradicción 9. Al cabo de veinte siglos vemos en la historia reciente o en el momento actual cómo en diversos países han sufrido martirio miles de buenos cristianos —sacerdotes y laicos a causa de su fe, o se ven impedidos o discriminados por sus creencias, o son marginados de cargos públicos o puestos de enseñanza por ser católicos, o encuentran dificultades para que sus hijos reciban la enseñanza de la doctrina cristiana. Otras veces es el mismo ambiente opresivo que considera la religión como un arcaísmo, mientras que «la modernidad y el progreso» son concebidos como la liberación de cualquier idea religiosa.

    Cuesta entender la calumnia o la persecución —abierta o solapada en una época en la que se habla tanto de tolerancia, de comprensión, de convivencia y de paz. Pero son más difíciles de entender las contradicciones cuando llegan de hombres «buenos»; cuando el cristiano persigue —no importa el modo— al cristiano, y el hermano al hermano. El Señor previno a los suyos para esos momentos en los que quienes difaman, calumnian o entorpecen la labor apostólica no son paganos, ni enemigos de Cristo, sino hermanos en la fe que piensan que con ello hacen un servicio a Dios lo. «La contradicción de los "buenos" —la expresión la acuñó el Fundador del Opus Dei, que la experimentó dolorosamente en su vida es prueba que Dios permite alguna vez y que resulta particularmente penosa para el cristiano a quien le toca en suerte. Sus motivos suelen ser apasionamientos demasiado humanos que pueden torcer el buen juicio y la limpia intención de hombres que profesan la misma fe y forman el mismo Pueblo de Dios. Hay a veces celos en vez de celo por las almas, emulación indiscreta que mira con envidia y considera como un mal el bien hecho por otros. Puede haber también dogmatismo estrecho que rehúsa reconocer a los demás el derecho a pensar de maneras distintas en materias dejadas por Dios al libre juicio de los hombres (...). La contradicción de los "buenos" (...) suele manifestarse en desamor hacia algunos hermanos en la fe, oposición larvada a sus labores y crítica destructiva» 11.

    En cualquier caso, la postura del cristiano que quiere ante todo ser fiel a Cristo ha de ser la de perdonar, desagraviar y actuar con rectitud de intención, con la mirada puesta en Cristo. «No esperes por tu labor el aplauso de las gentes.

    »—¡Más!: no esperes siquiera, a veces, que te comprendan otras personas e instituciones, que también trabajan por Cristo.

    »—Busca sólo la gloria de Dios y, amando a todos, no te preocupe que otros no te entiendan» 12.
     

    III. De las contradicciones hemos de sacar mucho fruto. «Se había desatado la persecución violenta. Y aquel sacerdote rezaba: Jesús, que cada incendio sacrílego aumente mi incendio de Amor y Reparación» 13. No sólo no deben hacernos perder la paz ni ser causa de desaliento o de pesimismo, sino que han de servirnos para enriquecer el alma, para ganar en madurez interior, en fortaleza, en caridad, en espíritu de reparación y de desagravio, en comprensión.

    Ahora y en esos momentos difíciles que, sin ser habituales, pueden presentarse en nuestra vida, nos harán mucho bien aquellas palabras pacientes y serenas de San Pedro dirigidas a los cristianos de la primera hora cuando padecían calumnias y persecución: Mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal 14

    El Señor se valdrá de esas horas de dolor para hacer el bien a otras personas: «Algunas veces llama por los milagros, otras por los castigos, algunas por las prosperidades de este mundo, y, por último, en' otras ocasiones llama por las adversidades» 15.

    En toda situación tendremos siempre motivos para estar alegres y ser optimistas, con el optimismo que nace de la fe y de la oración confiada. «El Cristianismo ha estado demasiadas veces en lo que parecía un fatal peligro, como para que ahora nos vaya a atemorizar una nueva prueba (...). Son imprevisibles las vías por las que la Providencia rescata y salva a sus elegidos. A veces, nuestro enemigo se convierte en amigo; a veces se ve despojado de la capacidad de mal que le hacía temible;.. a veces se destruye a sí mismo; o, sin desearlo, produce efectos beneficiosos, para desaparecer a continuación sin dejar rastro. Generalmente la Iglesia no hace otra cosa que perseverar, con paz y confianza, en el cumplimiento de sus tareas, permanecer serena, y esperar de Dios la salvación» 16.

    Los momentos en que encontremos dificultades y contradicciones sin exagerarlas— son particularmente propicios para ejercitar una serie de virtudes: debemos pedir por aquellos que —quizá sin saberlo— nos hacen mal, para que dejen de ofender a Dios; desagraviar al Señor, siendo más fieles en nuestros deberes cotidianos; hacer un apostolado más intenso; proteger con caridad delicada a aquellos hermanos «débiles» en la fe que por su edad, por su menor formación o por su especial situación, podrían recibir un mayor daño en su alma.

    La Virgen Nuestra Madre, que nos ayuda en todo momento, nos oirá particularmente en los más difíciles. «Dirígete a la Virgen —Madre, Hija, Esposa de Dios, Madre nuestra—, y pídele que te obtenga de la Trinidad Beatísima más gracias: la gracia de la fe, de la esperanza, del amor, de la contrición, para que, cuando en la vida parezca que sopla un viento fuerte, seco, capaz de agostar esas flores del alma, no agoste las tuyas..., ni las de tus hermanos» 17.

    1 Cfr. J. ORI.ANOIS, 8 Bienaventuranzas, p. 141. — 2 Lc 6, 20-26. 3 Mc 10, 24-25. 4 2 Tim 3, 12. — 5 SAN IGNACIO DE ANTIOQUíA, Carta a San Policarpo de Esmirna, 1. 6 Hech 5, 41. -7 SAN BERNARDO, Sermón17. S G. CHEVROT, Las Bienaventuranzas, p. 234. -- 9 Hech 28, 22. — 19 Cfr. Jn 16, 2. — 11 J. ORLANDIS, o. C., p. 150. — 12 J. ESCRIVÁ DF BALAGUER, Forja, n. 255. 13 Ibídem, n. 1026. — M 1 Pdr 3, 17. 15 SAN GREGORIO MAGNO, Homilía 36 sobre los Evangelios. 16 J. H. NEWMAN, Biglietto Speech, 12-V-1879. — 17 J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, o. C., n. 227.

     

    23ª SEMANA. JUEVES


    97. EL MÉRITO DE LAS BUENAS OBRAS

    La recompensa sobrenatural de las buenas obras.
    Los méritos de Cristo y de María.
    Ofrecer a Dios nuestra vida corriente. Merecer por los demás


    I. El Señor nos habla muchas veces del mérito que tiene hasta la más pequeña de nuestras obras, si las realizamos por El: ni siquiera un vaso de agua ofrecido por t1 quedará sin su recompensa 1. Si somos fieles a Cristo encontraremos un tesoro amontonado en el Cielo por una vida ofrecida día a día al Señor. La vida es en realidad el tiempo para merecer, pues en el Cielo ya no se merece, sino que se goza de la recompensa; tampoco se adquieren méritos en el Purgatorio, donde las almas se purifican de la huella que dejaron sus pecados. Éste es el único tiempo para merecer: los días que nos queden aquí en la tierra; quizá, pocos.

    En el Evangelio de la Misa de hoy 2 nos enseña el Señor que las obras del cristiano han de ser superiores a las de los paganos para obtener esa recompensa sobrenatural. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tendréis?, pues también los pecadores aman a quienes los aman. Y si hacéis bien a quienes os hacen bien, ¿qué mérito tendréis?, pues también los pecadores prestan a los pecadores para recibir otro tanto... La caridad debe abarcar a todos los hombres, sin limitación alguna, y no debe extenderse sólo a quienes nos hacen bien, a los que nos ayudan o se portan correctamente con nosotros, porque para esto no sería necesaria la ayuda de la gracia: también los paganos aman a quienes los aman a ellos. Lo mismo ocurre con las obras de un buen cristiano: no sólo han de ser «humanamente» buenas y ejemplares, sino que el amor de Dios hará que sean generosas en su planteamiento, y sean así sobrenaturalmente meritorias.

    El Señor ya había asegurado por el Profeta Isaías: Electi mei non laborabunt frustra 3, mis elegidos no trabajarán nunca en vano, pues ni la más pequeña obra hecha por Dios quedará sin su fruto. Muchas de estas ganancias las veremos ya aquí en la tierra; otras, quizá la mayor parte, cuando nos encontremos en la presencia de Dios en el Cielo. San Pablo recordó a los primeros cristianos que cada uno recibirá su propia recompensa, según su trabajo 4. Y, al final, cada uno recibirá el pago debido a las buenas o a las malas acciones que haya hecho mientras. estaba revestido de su cuerpo 5. Ahora es el tiempo de merecer. «Vuestras buenas obras deben ser vuestras inversiones, de las que un día recibiréis considerables intereses» 6, enseña San Ignacio de Antioquía. Ya en esta vida el Señor nos paga con creces.


    II.
    Electi mei non laborabunt frustra... Las obras de cada día —el trabajo, los pequeños servicios que prestamos a los demás, las alegrías, el descanso, el dolor y la fatiga llevados con garbo y ofrecidos al Señor— pueden ser meritorias por los infinitos merecimientos que Cristo nos alcanzó en su vida aquí en la tierra, pues de su plenitud recibimos todos gracia sobre gracia'. A unos dones se añaden otros, en la medida en que correspondemos; y todos brotan de la fuente única que es Cristo, cuya plenitud de gracia no se agota nunca. «El no tiene el don recibido por participación, sino que es la misma fuente, la misma raíz de todos los bienes: la Vida misma, la Luz misma, la Verdad misma. Y no retiene en sí mismo las riquezas de sus bienes, sino que los entrega a todos los demás; y habiéndolos dispensado, permanece lleno; no disminuye en nada por haberlos distribuido a otros, sino que llenando y haciendo participar a todos de estos bienes permanece en la misma perfección» 8.

    Una sola gota de su Sangre, enseña la Iglesia, habría bastado para la Redención de todo el género humano. Santo Tomás lo expresó en el himno Adoro te devote, que muchos cristianos meditan frecuentemente para crecer en amor y devoción a la Sagrada Eucaristía: Pie pellicane, Jesu Domine, me immundum munda tuo sanguine... Misericordioso pelícano, Señor Jesús, / / purifica mis manchas con tu Sangre, / / de la cual una sola gota es suficiente / / para borrar todos los pecados del mundo entero.

    El menor acto de amor de Jesús, en su niñez, en su vida de trabajo en Nazaret..., tenía un valor infinito para obtener la gracia santificarte, la vida eterna y las ayudas necesarias para llegar a ella, a todos los hombres pasados, presentes y a los que han de venir?.

    Nadie como la Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra, participó con tanta plenitud de los méritos de su Hijo. Por su impecabilidad, sus méritos fueron mayores, incluso más estrictamente «meritorios», que los de todas las demás criaturas, porque, al estar inmune de las concupiscencias y de otros estorbos, su libertad era mayor, y la libertad es el principio radical del mérito. Fueron meritorios todos los sacrificios y pesares que le llevó el ser Madre de Dios: desde la pobreza de Belén, la zozobra de la huida a Egipto..., hasta la espada que atravesó su corazón al contemplar los sufrimientos de Jesús en la Cruz. Y fueron meritorias todas las alegrías y todos los gozos que le produjeron su inmensa fe y su amor que todo lo penetraba, pues no es lo oneroso de una acción lo que la hace meritoria, sino el amor con que se hace. «No es la dificultad que hay en amar al enemigo lo que cuenta para lo meritorio, si no es en la medida en que se manifiesta en ella la perfección del amor, que triunfa de dicha dificultad. Así, pues, si la caridad fuera tan completa que suprimiese en absoluto la dificultad, sería entonces más meritoria» 10, enseña Santo Tomás de Aquino. Así fue la caridad de María.

    Debe darnos una gran alegría considerar con frecuencia los méritos infinitos de Cristo, la fuente de nuestra vida espiritual. Contemplar también las gracias que Santa María nos ha ganado fortalecerá la esperanza y nos reanimará de modo eficaz en momentos de desánimo o de cansancio, o cuando las personas que queremos llevar a Cristo parece que no responden y nos damos cuenta de la necesidad de merecer por ellas. «Me decías: "me veo, no sólo incapaz de ir adelante en el camino, sino incapaz de salvarme —¡pobre alma mía!—, sin un milagro de la gracia. Estoy frío y —peor—como indiferente: igual que si fuera un espectador de `mi caso', a quien nada importara lo que contempla. ¿Serán estériles estos días?

    »Y, sin embargo, mi Madre es mi Madre, y Jesús es —¿me atrevo?— ¡mi Jesús! Y hay almas santas, ahora mismo, pidiendo por mí".

    »—Sigue andando de la mano de tu Madre, te repliqué, y "atrévete" a decirle a Jesús que es tuyo. Por su bondad, Él pondrá luces claras en tu alma» ".
     

    III. Electi mei non laborabunt frustra. El mérito es el derecho a la recompensa por las obras que se realizan, y todas nuestras obras pueden ser meritorias, de tal manera que convirtamos la vida en un tiempo de merecimiento. Enseña la teología 12 que el mérito propiamente dicho (de condigno) es aquel por el que se debe una retribución, en justicia o, al menos, en virtud de una promesa; así, en el orden natural, el trabajador merece su salario. Existe también otro mérito, que se suele llamar de conveniencia (de congruo), por el que se debe una recompensa, no en estricta justicia ni como consecuencia de una promesa, sino por razones de amistad, de estima, de liberalidad...; así, en el orden natural, el soldado que se ha distinguido en la batalla por su valor merece (de congruo) ser condecorado: su condición militar le pide esa valentía, pero si pudo ceder y no cedió, si pudo limitarse a cumplir y se esmeró en su cometido, el general magnánimo se ve movido a recompensar sobreabundantemente por encima de lo estipulado aquella acción.

    En el orden sobrenatural, nuestros actos merecen, en virtud del querer de Dios, una recompensa que supera todos los honores y toda la gloria que el mundo puede ofrecernos. El cristiano en estado de gracia logra con su vida corriente, cumpliendo sus deberes, un aumento de gracia en su alma y la vida eterna: por la momentánea y ligera tribulación nos prepara un peso eterno de incalculable gloria 13.

    Cada jornada, las obras son meritorias si las realizamos bien y con rectitud de intención: si las ofrecemos a Dios al comenzar el día, en la Santa Misa, o al iniciar una tarea o al terminarla. Especialmente serán meritorias si las unimos a los méritos de Cristo... y a los de la Virgen. Nos apropiamos así las gracias de valor infinito que el Señor nos alcanzó, principalmente en la Cruz, y los de su Madre Santísima, que tan singularmente corredimió con El. Nuestro Padre Dios ve entonces estos quehaceres revestidos de un carácter infinito, del todo nuevo. Nos hacemos solidarios con los méritos de Cristo.

    Conscientes de esta realidad sobrenatural, ¿procuramos ofrecer todo al Señor?, ¿lo ordinario de cada jornada y, si se presentan, las circunstancias más extraordinarias y difíciles: una grave enfermedad, la persecución, la calumnia? Especialmente entonces debemos recordar lo que ayer leíamos en el Evangelio de la Misa 14: alegraos y regocijaos en aquel día, porque es muy grande vuestra recompensa. Son ocasiones para amar más al Señor, para unirnos más a El.

    También nos ayudará a realizar con perfección nuestros quehaceres el saber que, con un mérito de conveniencia, fundado en la amistad con el Señor, con estas obras —hechas en gracia de Dios, por amor, con perfección, buscando sólo la gloria de Dios—, podemos merecer la conversión de un hijo, de un hermano, de un amigo: así han actuado los santos. Aprovechemos tantas oportunidades para ayudar a los demás en su camino hacia el Cielo. Con más interés y tesón a los que Dios ha puesto más cerca de nuestra vida y a quienes andan más necesitados de estas ayudas espirituales.

    1 Cfr. Mt 10, 42. 2 Lc 6, 27-38. 3 Is 65, 23. — 4 1 Cor 3, 8. -- 5 l Cor 5, 10; cfr. Rom 2, 5-6. 6 SAN IGNACIO DF. ANTIOQUTA, Epístola a San Policarpo. -- Jn 1, 16. 9 SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Juan, 14, 1. 9 Cfr. R. GARRIGOU-LAGRANGI-, El Salvador, p. 365. - 19 SANTO TOMÁS, Cuestiones disputadas sobre la caridad, q. 8, ad 17. 11 J. ESCRIVÁ DF BALAGUFR, Forja, n. 251. - 12 Cfr. R. GARRIGOU-LAGRANGF, o. c., p. 366. - 13 2 Cor 4, 17. 14 Cfr. Lc 6, 20-26.

     

    23ª SEMANA. VIERNES


    98. FILIACIÓN DIVINA

    Generosidad de Dios, que ha querido hacernos hijos suyos.

    Consecuencias de la filiación divina: abandono en el Señor.

    «Portarnos como hijos de Dios con los hijos de Dios»: fraternidad.


    I. Escribe San Pablo a Timoteo y, abriéndole confiadamente su corazón, le cuenta cómo el Señor se fio de él y le hizo Apóstol, a pesar de haber sido blasfemo y perseguidor de los cristianos. Dios —le dice— derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor cristiano 1. Cada uno de nosotros puede afirmar también que Dios ha derramado abundantemente su gracia sobre él. Dios nos creó, y luego ha querido darnos gratuitamente la dignidad más grande: ser hijos suyos, alcanzar la felicidad de ser domestici Dei, de su propia familia2.

    La filiación divina natural se da en Dios Hijo: «Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos..., engendrado, no hecho; consustancial al Padre» 3. Pero Dios quiso, a través de una nueva creación, hacernos hijos adoptivos, partícipes de la filiación del Unigénito: Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que nos llamemos hijos de Dios y lo seamos 4; ha querido que el cristiano reciba la gracia, de modo que goce de una participación de la naturaleza divina: Divinae consortes naturae, dice San Pedro en una de sus Epístolas 5. La vida que reciben los hijos en la generación humana ya no es de los padres; en cambio, por la gracia santificante, la vida de Dios se da a los hombres. Sin destruir ni forzar nuestra naturaleza humana, somos admitidos en la intimidad de la Trinidad Beatísima por la vía de la filiación, que en Dios se da a través del Unigénito del Padre. Toda la vida queda afectada por el hecho de la filiación divina: nuestro ser y nuestro actuar °. Y esto tiene múltiples consecuencias prácticas, por ejemplo: la oración será ya la de un hijo pequeño que se dirige a su padre, pues descubrimos que Dios, además de ser el Ser Supremo, Creador y Todopoderoso, es verdaderamente Padre Amoroso de cada uno; la vida interior no es ya una lucha solitaria contra los defectos o para «autoperfeccionarse», sino abandono en los brazos fuertes del Padre... y deseo vivo que se traduce en obras— de dar alegrías a nuestro Padre Dios, de quien nos sabemos muy queridos.

    Todos los cristianos podemos decir verdaderamente: Dios derrochó su gracia en mí; nos engendró a una nueva vida en Cristo Jesús 7; por ella nos hacemos semejantes a Cristo, y en esa medida somos hijos del Padre. Y es precisamente el Paráclito el que nos enseña —incluso sin que nos demos cuenta— esta grandiosa realidad, haciendo que reconozcamos a Jesús como Hijo de Dios y que también nos reconozcamos a nosotros, no como extraños, sino cdmo hijos, y que obremos en consecuencia. Santo Tomás de Aquino resume esta dichosa relación con la Trinidad Santísima, con estas breves palabras: «la adopción, aunque pertenezca a toda la Trinidad, se adscribe al Padre como a su autor, al Hijo como a su ejemplo, al Espíritu Santo como a quien imprime en nosotros la semejanza a ese ejemplo»8.

    Esta realidad da a la vida una especial firmeza y un modo peculiar de enfrentarnos a todo lo que lleva consigo. «Descansa en la filiación divina. Dios es un Padre ¡tu Padre!— lleno de ternura, de infinito amor.

    » Llámale Padre muchas veces, y dile a solas que le quieres, ¡que le quieres muchísimo!: que sientes el orgullo y la fuerza de ser hijo suyo» 9. Dios es nuestro descanso y la fuerza que necesitamos.
     

    II. Y si hacerse hijos de Dios significa identificarse con el Hijo, significa también ver los acontecimientos y juzgarlos con los ojos del Hijo, obedecer como Cristo, que se hizo obediente hasta la muerte '0, amar y perdonar como Él, comportarse siempre como los hijos que se saben en presencia de su Padre Dios ", confiados y serenos, comprendidos, perdonados, alentados siempre a seguir adelante...

    Quien se sabe hijo de Dios no debe tener temor alguno en su vida. Dios conoce mejor nuestras necesidades reales, es más fuerte que nosotros y es nuestro Padre 12. Debemos hacer como aquel niño que en medio de una tempestad permanecía en sus juegos, mientras los marineros temían por sus vidas; era el hijo del patrón del barco. Cuando al desembarcar le preguntaron cómo pudo estar tan tranquilo en medio de aquel mar embravecido, mientras ellos estaban espantados, respondió: «,Temer? ¡Pero si el timón estaba en manos de mi padre!». Cuando tratamos de identificar nuestra voluntad con la de Dios, el timón de la vida lo lleva Él, que conoce bien el rumbo que conduce al puerto seguro. Está en buenas manos, en la calma y en la tempestad.

    Porque Dios lo permita, puede ocurrir a un alma que lucha seriamente por la santidad que, en medio de las dificultades, se sienta como perdida, inepta, desconcertada; que no entienda, a pesar de su deseo de ser toda de Dios, lo que ocurre a su alrededor. «En esos momentos en que ni siquiera se sabe cuál es la Voluntad de Dios, y uno protesta: ¡Señor, cómo puedes querer esto, que es malo, que es abominable ab intrínseco! —como la Humanidad de Cristo se quejaba en el Huerto de los Olivos—, cuando parece que la cabeza enloquece y el corazón se rompe... Si alguna vez sentís este caer en el vacío, os aconsejo aquella oración que yo repetí muchas veces junto a la tumba de una persona amada: Fiat, adimpleatur, laudetur atque in aeternum superexaltetur iustissima atque amabilissima...» 13. «Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima Voluntad de Dios, sobre todas las cosas. —Amén. —Amén» 14

    Es el momento de ser muy fieles a la Voluntad de Dios, y de dejarnos exigir y ayudar en la dirección espiritual personal con docilidad total aunque no entendamos—. Si Él, que es nuestro Padre, permite esa situación y ese estado de oscuridad interior, también nos otorgará las gracias y ayudas necesarias. Ese abandono, sin poner límite alguno, en las manos de Dios, nos dará una paz inquebrantable, y en medio del vacío más completo sentiremos poderoso y suave el brazo de Dios que nos sostiene. También nosotros repetiremos entonces, despacio, con un dulce paladeo, esa confiada oración: Hágase, cúmplase, sea alabada...
     

    III. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha 15, proclama el Salmista. Y no existe alegría más profunda —también en medio de la necesidad y del vacío, cuando el Señor lo permite , que la del hijo de Dios que se abandona en manos de su Padre, porque ningún bien puede compararse a la infinita riqueza de ser familiares de Dios, hijos de Dios; esta alegría sobrenatural, tan relacionada con la Cruz, es el «gigantesco secreto del cristiano» 16. Quien se siente hijo de Dios no pierde la paz, ni siquiera en los momentos más duros; la conciencia de su filiación divina le libera de sus tensiones interiores y cuando, por su debilidad, se descamina, si verdaderamente se siente hijo, vuelve arrepentido y confiado a la casa del Padre.

    «La filiación divina es también fundamento de la fraternidad cristiana, que está muy por encima del vínculo de solidaridad que une a los hombres entre sí» 17. Los cristianos nos sentimos, sobre todo, hermanos, porque somos hijos del único Padre, que ha querido establecer con nosotros el vínculo sobrenatural de la caridad. Las manifestaciones que esta fraternidad debe tener en la vida corriente son innumerables: respeto mutuo, delicadeza en el trato, espíritu de servicio y ayuda en el camino que nos lleva a Dios... En el Evangelio de la Misa el Señor pide a los suyos una mirada limpia para ver a sus hermanos. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? (...) Saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano 18. El Maestro nos invita a ver .a los demás sin los prejuicios que forjamos con las propias faltas y con la soberbia, en definitiva, por la que tendemos a aumentar las flaquezas ajenas y a empequeñecer las propias; nos exhorta el Señor «a mirar a los demás desde más dentro, con mirada nueva (...), hace falta quitar la viga de nuestro propio ojo. Estamos a veces ocupados en la tarea superficial de querer siempre quitar a todo el mundo la mota de su ojo. Y lo que hace falta es renovar nuestra forma de contemplar a los demás» 19, mirarles como a hermanos, a quienes Dios tiene un amor particular. «Piensa en los demás antes que nada, en los que están a tu lado— como en lo que son: hijos de Dios, con toda la dignidad de ese título maravilloso.

    »Hemos de portarnos como hijos de Dios con los hijos de Dios: el nuestro ha de ser un amor sacrificado, diario, hecho de mil detalles de comprensión, de sacrificio silencioso, de entrega que no se nota. Éste es el bonus odor Christi, el que hacía decir a los que vivían entre nuestros primeros hermanos en la fe: ¡Mirad cómo se aman!» 20.

    Portarnos como hijos de Dios con los hijos de Dios, ver a las gentes como Cristo las veía, con amor y comprensión; a quienes están cerca y a quienes parece que se alejan, pues la fraternidad se extiende a todos los hombres, porque todos son hijos de Dios —criaturas suyas— y también todos están llamados a la intimidad de la casa del Padre. Esta misma fraternidad nos impulsará al apostolado, no dejando de poner ningún medio para acercar las almas a Dios.

    Siguiendo ese camino ancho de la filiación divina, pasaremos por la vida con serenidad y paz, haciendo el bien 21 como Jesucristo, el Modelo en el que hemos de mirarnos continuamente, en quien aprendemos a ser hijos de Dios Padre y a comportarnos como tales. Si acudimos a Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, nos enseñará a abandonarnos en el Señor, como hijos pequeños que andan tan necesitados. Nunca dejará de atendernos.

    1 Primera lectura. Año 1. / Tim 1, 12-14. — 2 Ef 2, 19. — 3 CONC. DE NICEA, a. 325. Denz-Sch, 125. — 4 1 Jn 3, 1. — 5 2 Pdr 1, 4. — 6 Cfr. F. OCÁRIZ, El sentido de la filiación divina, Pamplona 1982, p. 178. — 7 Gal 3, 28. — 8 SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 3, q. 23, a. 2, ad 3. — 9 J. ESCRIVA DE BALAGUER, Forja, n. 331. — 1° Cfr. Flp 2, 8. — 11 Cfr. Me C. CALZONA, Filiación divina y vida cristiana en medio del mundo, en La misión del laico en la Iglesia y en el mundo, EUNSA, Pamplona 1987, p. 304. — 12 Cfr. V. LEHODEV, El santo abandono, Católica Casals, Barcelona 1951, 11, 3. — 13 Postulación de la Causa de Beatificación y Canonización del Siervo de Dios, Josemaría Escrivá de Balaguer, Sacerdote, Fundador del Opus Dei, Artículos del Postulador, Roma 1979, n. 452. — 14 J. EscRIVÁ DE BALAGUER, Camino, n. 691. 15 Salmo responsorial. Año 1. Sal 15, 11. — 16 Cfr. G. K. CHESTERTON, Ortodoxia, Madrid 1917, pp. 308-309. — 17 M' C. CALZONA, o. C., p. 303. — 18 Lc 6, 41-42. — 19 A. W Ge DORRONSORO, Dios y la gente, Rialp, Madrid 1974, pp. 134-135. — 2° J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 36.-- 21 Cfr. Hech 10, 38.

     

    23ª SEMANA. SÁBADO


    99.
    LLENA DE GRACIA

    El corazón de Nuestra Madre Santa María fue colmado de gracias por el Espíritu Santo.

    La plenitud de gracia de María, un regalo inmenso para nosotros. Gratitud al Señor por este privilegio mariano.

    Correspondencia fidelísima de María a todas las gracias.
     

    I. Dice el Señor: No hay árbol bueno que dé mal fruto, ni tampoco árbol malo que dé buen fruto. Pues cada árbol se conoce por su fruto; no se recogen higos de los espinos, ni se cosechan uvas del zarzal. El hombre bueno del buen tesoro de su corazón saca cosas buenas, y el malo de su mal saca cosas malas: porque de la abundancia del corazón habla la boca 1.

    Mediante esta doble comparación la del árbol, que si es bueno da buenos frutos, y la del hombre que habla de aquello que lleva en su corazón— nos enseña Jesús que la santidad ni se disimula, ni se puede sustituir por nada: lo que uno tenga, eso da. Y comenta San Beda: «El tesoro del corazón es lo mismo que la raíz del árbol. La persona que tiene un tesoro de paciencia y de caridad en el corazón produce excelentes frutos: ama a su prójimo y reúne las otras cualidades que enseña Jesús; ama a los enemigos, hace el bien a quien le odia, bendice a quien le maldice, reza por el que le calumnia... Pero la persona que tiene en su corazón un fondo de maldad hace exactamente lo contrario: odia a sus amigos, habla mal de quien le quiere, y todas las demás cosas condenadas por el Señor» 2.

    El corazón de Nuestra Madre Santa María fue colmado de gracias por el Espíritu Santo. Salvo Cristo, jamás se dio ni se dará un árbol con savia tan buena como la vida de la Virgen. Todas las gracias nos han llegado y vienen ahora por medio de Ella; sobre todo, nos llegó el mismo Jesús, fruto bendito de las entrañas purísimas de Santa María. De sus labios han nacido las mejores alabanzas a Dios, las más gratas, las de mayor ternura. De Ella hemos recibido los hombres el mejor consejo: Haced lo que El os diga 3, un consejo que nos repite calladamente en la intimidad del corazón.

    En Nazaret la Virgen recibió la embajada del Ángel, que le dio a conocer la voluntad de Dios para Ella desde toda la eternidad: la de ser Madre de su Hijo, Salvador del género humano. «El mensajero saluda a María como "llena de gracia"; la llama así, como si éste fuera su verdadero nombre. No llama a su interlocutora con el nombre que le es propio en el registro civil: "Miryam" (María), sino con este nombre nuevo: "llena de gracia". ¿Qué significa este nombre? ¿Por qué el Arcángel llama así a la Virgen de Nazaret? (...).

    »Cuando leemos que el mensajero dice a María "llena de gracia", el contexto evangélico, en el que confluyen revelaciones y promesas antiguas, nos da a entender que se trata de una bendición singular entre todas las "bendiciones espirituales en Cristo". En el misterio de Cristo, María está presente ya "antes de la creación del mundo" como aquella que el Padre "ha elegido" como Madre de su Hijo en la Encarnación, y junto con el Padre la ha elegido el Hijo, confiándola eternamente al Espíritu de santidad» 4.

    La razón de esta dignidad estriba en que la gracia inicial de María debió ser tal que la dispusiera para ser Madre de Dios, lo cual pertenece a un orden distinto del de los santos y de los ángeles. María —afirma el Concilio Vaticano II es «Madre de Dios Hijo y, por tanto, la Hija predilecta del Padre y el Sagrario del Espíritu Santo; con un don de gracia tan eximia, antecede en mucho a todas las criaturas celestiales y terrenas» 5.

    «Toda la bondad, toda la hermosura, toda la majestad, toda la belleza, toda la gracia adornan a nuestra Madre. ¿No te enamora tener una Madre así?» 6.
     

    II. Afirma Santo Tomás que el bien de una gracia es mayor que el bien natural de todo el universo'. La menor gracia santificante contenida en el alma de un niño después de su bautismo vale más que los bienes naturales de todo el universo, más que toda la naturaleza creada, comprendiendo a los ángeles. Existe en la gracia una participación en la vida íntima de Dios, que es superior también a todos los milagros. ¿Cómo sería el alma de María, cuando Dios la rodeó de toda la dignidad posible y de su amor infinito?

    En María se complace Dios desde la eternidad de su Ser. «Desde siempre, en un continuo presente, Dios se goza en el pensamiento de su Madre, Hija y Esposa. No es casualidad ni capricho el que la Iglesia, en su Liturgia, aplique y haya aplicado a Nuestra Señora palabras de la Escritura cuyo sentido directo se refiere a la increada Sabiduría» 8. Así, leemos en el Libro de los Proverbios: Desde la eternidad fui establecida; desde los orígenes, antes que la tierra fuese. Todavía no existían los abismos, y yo estaba ya concebida; aún no habían brotado las fuentes de las aguas, no estaba sentada la grandiosa mole de los montes, ni aún había collados, cuando yo había ya nacido; aún no había criado la tierra, ni los ríos, ni los ejes del mundo. Cuando extendía El los cielos estaba yo presente; cuando con ley fija encerraba los mares dentro de su ámbito, cuando establecía allá en lo alto las regiones etéreas y ponía en equilibrio los manantiales de las aguas, cuando circunscribía al mar en sus términos, e imponía ley a las aguas para que no traspasasen sus límites, cuando asentaba los cimientos de la tierra, con ÉI estaba yo disponiendo todas las cosas; y eran mis diarios placeres el holgarme continuamente en su presencia, el holgarme del universo; siendo todas mis delicias el estar con los hijos de los hombres. Ahora, pues, ¡oh hijos!, escuchadme: Bienaventurados los que siguen mis caminos 9.

    La Virgen es, de un modo muy profundo, trono de la gracia. A Ella se pueden aplicar unas palabras de la Epístola a los Hebreos: Acudamos confiadamente al trono de la gracia, a fin de que alcancemos misericordia, y encontremos la gracia que nos ayude en el tiempo oportuno 1°. El trono, símbolo de autoridad, pertenece a Cristo, que es Rey de vivos y de muertos. Pero es un trono de gracia y de misericordia 11, y lo podemos aplicar a María y así está en textos litúrgicos antiguos 12, por quien nos llegan todas las gracias. La protección de María es «como un río espiritual que desde cerca de dos mil años se derrama sobre todos los hombres» 13. Es la savia que no cesa de dar fruto en ese árbol que Dios quiso plantar con tanto amor. Es el tesoro inmenso de María, que beneficia continuamente a sus hijos. ¿De qué manera vamos a alcanzar mejor la misericordia divina, sino acudiendo a la Madre de Dios, que es también Madre nuestra?

    La plenitud de gracia con que Dios quiso llenar su alma es también un regalo inmenso para nosotros. Demos gracias a Dios por habernos dado a su Madre como Madre nuestra, por haberla creado tan excepcionalmente hermosa en todo su ser. Y la mejor forma de agradecérselo es quererla mucho, tratarla a lo largo del día, aprender a imitarla en el amor a su Hijo, en su plena disponibilidad para lo que a Dios se refiere.

    Le decimos: Dios te salve, llena de gracia..., y nos quedamos prendados de tanta grandeza, de tanta hermosura, como debió de quedarse el Arcángel Gabriel cuando se presentó ante Ella. «¡Oh nombre de la Madre de Dios! ¡Tú eres todo mi amor!» 14.
     

    III. La Virgen tuvo en todo instante la plenitud de la gracia que le correspondía, y ésta fue creciendo y aumentando de día en día, pues las gracias y dones sobrenaturales no limitan la capacidad de su recipiente, sino que lo dilatan y ensanchan para nuevas comunicaciones. Cuanto más se ama a Dios, tanto más se capacita el alma para amarlo más y recibir más gracia. Amando se adquieren nuevas fuerzas para amar, y quien más ama, más quiere y más puede amar: la gracia llama a la gracia y la plenitud de gracia a una plenitud siempre mayor.

    El tesoro de gracias que recibió María en el instante mismo de la creación de su alma santa fue inmenso. En aquel momento se cumplieron ya las palabras que el Ángel le dirigió el día de la Anunciación: Dios te salve, llena de gracia 15. María, desde el principio, ha sido amada por Dios más que todas las criaturas, pues el Señor se complació plenamente en Ella y la colmó sobreabundantemente de todas sus gracias, «más que a todos los espíritus angélicos y que a todos los santos» 16. Muchos santos y doctores de la Iglesia piensan que la gracia inicial de María es superior a la gracia final de todos los demás seres. Santo Tomás afirma de la Virgen que «su dignidad es en cierto modo infinita» 17. Esta gracia le fue dada a la Virgen en razón de su Maternidad divina.

    Además, el contacto maternal físico y espiritual— de María con la Humanidad Santísima de Cristo, constituye para Ella una fuente continua e inagotable de crecimiento en gracia. «María está unida a Cristo de un modo totalmente especial y excepcional, e igualmente es amada en este "Amado" eternamente, en este Hijo consubstancial al Padre, en el que se concentra toda "la gloria de la gracia"» 18. Los frutos de ese trato maternal fueron máximos, según aquel principio que expresa así Santo Tomás: cuanto más cerca de la fuente se encuentra el recipiente, tanto más participa de su influjo 19. Ninguna criatura estuvo nunca más cerca de Dios. El aumento continuo de la plenitud de gracia de Nuestra Madre fue más intenso en algunos momentos concretos de su vida: en la Encarnación, en el Nacimiento, en la Cruz, en Pentecostés, cuando la Virgen recibiera la Sagrada Eucaristía...

    A la plenitud de gracia de la Virgen correspondió una plenitud de libertad —se es más libre cuanto más santo se es—, y, en consecuencia, una respuesta fidelísima a estos dones de Dios, por la cual obtuvo una inmensidad de méritos. A Ella acudimos ahora nosotros, que somos sus hijos, y que tenemos tanta necesidad de ayuda.

    1 Lc 6, 43-49. — 2 SAN BEDA, Comentario al Evangelio de San Lucas, 2, 6. — 3 Jn 2, 5. — J JUAN PABLO Il, Ene. Redemptoris Mater, 25-1I1-1987, 8. - 5 CONC. VAT. 11, Const. Lumen gentium, n. 53. -- 6 J. EscRtvÁ DE BALAGUER, Forja, n. 491. 7 Cfr. SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 1-2, q. 113, a. 9. S C. LÓPEZ PARDO, El Avemaría, Palabra, Madrid 1975, p. 24. — 9 Prov 8, 23-32. — IU Heb 4, 16. 11 Cfr. SAGRADA BIBLIA, Epístola a los Hebreos, EUNSA, Pamplona 1987, in loc. 12 Cfr. Introito de la Misa del 22 de agosto, anterior a la reforma de Pablo VI. 13 R. GARRIGOU-LAGRANGE, La Madre del Salvador, Rialp, Madrid 1976, p. 58. 14 SAN ALFONSO Mt DE LIooRIo, Las glorias de María, Rialp, Madrid 1977, p. 305. — 15 Le 1, 28. 16 Cfr. Pio IX, Bula Ineffabilis Deus, 8-XII-1854. 17 SANTO TOMÁS, o. e., 1, q. 25, a. 6, ad 4. -- IB JUAN PABLO II, o. C., 8. -- 19 Cfr. SANTO ToMÁs, o. c., 3, q. 7, a. 1.