2 DE OCTUBRE


30. Santos Ángeles Custodios.

- Existencia.

- Continuos servicios que nos prestan los Ángeles Custodios.

- Tratarlos como a amigos entrañables.

 

I. Angeles del Señor, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos (1).

Los Angeles aparecen frecuentemente en la Sagrada Escritura como ministros ordinarios de Dios. Son las criaturas más perfectas de la Creación, penetran con su inteligencia donde nosotros no podemos, y contemplan cara a cara a Dios, como criaturas ya glorificadas.

En los momentos más importantes de la historia humana, un ángel, manifestándose a veces en forma corpórea, ha sido embajador de Dios para anunciar sus designios, para señalar un camino, para comunicar la voluntad divina. Los vemos constantemente actuar como mensajeros del Altísimo, iluminando, exhortando, intercediendo, preservando del peligro, castigando. El mismo significado de la palabra Angel enviado expresa su función de mensajero de Dios ante los hombres (2). Siempre recibieron veneración y respeto en el Pueblo elegido. ¿Acaso no son todos ellos espíritus destinados al servicio, enviados para asistir a los que han de heredar la salvación? (3).

La fe en esta misión protectora de los ángeles, vinculados a personas particulares, es lo que hizo exclamar a Israel, en el momento de bendecir a sus nietos, los hijos de José: que el Angel que me ha librado de todo mal, bendiga a estos niños (4). Y la Primera lectura de la Misa (5) recoge las palabras del Señor a Moisés, que hoy podemos ver como dirigidas a cada uno de nosotros: Yo mandaré un Angel ante ti para que te defienda en el camino y te haga llegar al lugar que te he dispuesto. Y el Profeta Eliseo dirá a su sirviente, asustado al ver los enemigos que les rodeaban por todas partes: Nada temas, que los que están con nosotros son más que los que están con ellos. Eliseo oró y dijo: ¡Oh Yahvé!, ábrele los ojos para que vea. Y Yahvé abrió los ojos del siervo, y vio la montaña llena de caballos y carros de fuego que rodeaban a Eliseo (6). ¡Qué seguridad nos tiene que dar la presencia en nuestra vida de los ángeles custodios! Ellos nos consuelan, nos iluminan, pelean en favor nuestro: en lo más duro del combate se le aparecieron en el cielo a los adversarios cinco varones resplandecientes, montados en caballos con frenos de oro, que poniéndose a la cabeza de los judíos y tomando dos de ellos en medio al Macabeo, le protegían con sus armas, le guardaban incólume y lanzaban flechas y rayos contra el enemigo, que, herido de ceguera y espanto, caía (7). De formas y modos muy diferentes, los santos ángeles intervienen todos los días en nuestra vida corriente. ¡Qué providencia tan singular y llena de bondad y cuánta solicitud la de Dios con nosotros, sus hijos, a través de estos santos protectores! Busquemos en ellos fortaleza en la lucha ascética ordinaria y ayuda para que enciendan en nuestros corazones las llamas del Amor de Dios.

 

II. Delante de los ángeles tañeré para Ti, Dios mío (8).

La vida y la enseñanza de Jesús está poblada de la presencia ministerial de los ángeles. Gabriel comunica a María que va a ser Madre del Salvador. Un ángel ilumina y serena el alma de José; también hay ángeles que anuncian el Nacimiento de Jesús a los pastores de Belén. La huida a Egipto, las tentaciones del Señor en el desierto, los sufrimientos de Getsemaní, la Resurrección y la Ascensión son presenciadas igualmente por estos servidores de Dios, que, a su vez, velan constantemente por la Iglesia y por cada uno de sus miembros, como atestiguan los Hechos de los Apóstoles (9) y la Tradición primitiva. En verdad os digo que veréis abrirse los cielos y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del Hombre (10).

Muchos santos y muchas almas que han estado muy cerca de Dios se distinguieron en su vida aquí en la tierra por su amistad con su Angel Custodio, al que acudían muy frecuentemente (11). El Venerable Siervo de Dios Josemaría Escrivá de Balaguer tuvo una particular devoción a los Angeles Custodios. Y precisamente en la fiesta que hoy celebra la Iglesia, el Señor le hizo ver con toda claridad la fundación del Opus Dei, a través del cual resonaría en gentes de toda condición humana y social la llamada a la santidad en el mundo, en medio de sus quehaceres, a través de las circunstancias en las que se desarrolla una vida normal. Trataba a su Angel Custodio y saludaba al de la persona con la que conversaba (12), decía del Angel Custodio que era "un gran cómplice" en las tareas apostólicas, y le pedía también favores materiales. En una época de su vida, le llamó en alguna ocasión "mi relojico", pues su reloj se le paraba con frecuencia y, careciendo del dinero necesario para arreglarlo, le encargaba que lo pusiera en marcha (13). Dedicaba un día de la semana el martes a tratarle con más empeño (14). En cierta ocasión, viviendo en Madrid, en medio de un ambiente de persecución religiosa, difícil y agresivamente anticlerical, se le abalanzó en la calle un sujeto de mal aspecto con clara intención de agredirle. De improviso, se interpuso inexplicablemente otra persona, que repelió al agresor. Fue cosa de un instante. Ya a salvo, su protector, acercándose, le dijo quedamente al oído: "¡burrito sarnoso, burrito sarnoso!", palabras con las que el Venerable Siervo de Dios se definía a sí mismo, con humildad, en la intimidad de su alma, y que sólo conocía su confesor. La paz y el gozo de reconocer la visible intervención de su Custodio le llenaron el alma (15). "Te pasmas escribìa más tarde porque tu Angel Custodio te ha hecho servicios patentes. Y no debías pasmarte: para eso le colocó el Señor junto a ti" (16). Hoy puede ser un día para reafirmar nuestra devoción al Angel Custodio, pues es mucha la necesidad que tenemos de él: Oh Dios, que en tu providencia amorosa te has dignado enviar para nuestra custodia a tus santos ángeles le decimos al Señor con una oración de la Liturgia de la Misa, concédenos, atento a nuestras súplicas, vernos siempre defendidos por su protección y gozar eternamente de su compañía (17).

 

III. A sus ángeles ha dado orden para que te guarden en tus caminos... Y comenta San Bernardo en una de las lecturas de la Liturgia de las Horas de hoy: "Estas palabras deben inspirarte una gran reverencia, deben infundirte una gran devoción y conferirte una gran confianza. Reverencia por la presencia de los ángeles, devoción por su benevolencia, confianza por su custodia. Porque ellos estarán junto a ti, y lo están para tu bien. Están presentes para protegerte, lo están en beneficio tuyo. Y, aunque lo están porque Dios les ha dado esta orden, no por ello debemos de estarles menos agradecidos, pues cumplen con tanto amor esta orden y nos ayudan en nuestras necesidades, que son tan grandes" (18).

Te llevarán en sus manos para que no tropiece tu pie en piedra alguna (19). Nos sostienen en sus manos como un preciado tesoro que Dios les ha encomendado. Como los hermanos mayores cuidan de los pequeños, así nos asisten a nosotros los ángeles hasta introducirnos felizmente en la casa paterna. Entonces habrán cumplido su misión. Nuestro trato con el Angel Custodio ha de tener un carácter amistoso, que reconozca a la vez su superioridad en naturaleza y gracia. Aunque su presencia sea menos sensible que la de un amigo de la tierra, su eficacia es mucho mayor. Sus consejos y sugerencias vienen de Dios y penetran más profundamente que la voz humana. Y, a la vez, su capacidad para oírnos y comprendernos es muy superior a la del amigo más fiel; no sólo porque su permanencia a nuestro lado es continua, sino porque entra más hondo en nuestras intenciones, deseos y peticiones. El Angel puede llegar a nuestra imaginación directamente sin palabra alguna, suscitando imágenes, recuerdos, impresiones, que nos señalan el camino a seguir. ¡Cuántas veces nos habrán ayudado a continuar nuestro camino como a Elías que, perseguido por Jetzabel, se disponía a morir, tal era su cansancio, bajo un arbusto del trayecto! Es bien seguro que nuestro Angel, como el de Elías, se acercará a nosotros y nos hará entender: levántate y come porque te queda todavía mucho camino (20).

Nunca nos sentiremos solos si nos acostumbramos a tratar a ese amigo fiel y generoso, con el que podemos conversar familiarmente (21). Él, además, une su oración a la nuestra y la presenta a Dios (22). Es necesario, sin embargo, que mentalmente le hablemos, porque no puede penetrar en nuestro entendimiento como lo hace Dios. Y entonces, él podrá deducir de nuestro interior más de lo que nosotros mismos somos capaces. "No podemos tener la pretensión de que los ángeles nos obedezcan... Pero tenemos la absoluta seguridad de que los Santos Angeles nos oyen siempre" (23). Ya es suficiente.

Nuestro Angel Custodio nos acompañará hasta el final del camino y, si somos fieles, con él contemplaremos a Nuestra Señora, Reina de los ángeles, a quien todos alaban en una eternidad sin fin. A ese coro angélico, con la ayuda de la gracia, nos uniremos también nosotros.

 

(1) Antífona de entrada. Dan 3, 58.-  (2) Cfr. JUAN PABLO II,  Audiencia general 30-VII-1986.-  (3) Heb 1, 14.-  (4) Gen 48, 16.-  (5) Ex 23, 20-23.-  (6) 4 Rey 6, 16-17.-  (7) 4 Rey 10, 29-30.-  (8) Antífona de comunión.-  (9) Hech 5, 19-20; 12, 7-17.-  (10) Jn 1, 51.-  (11) Cfr. G. HUBER, Mi ángel marchará delante de ti, Palabra, 7ª ed., Madrid 1985, pp. 33 y ss.-  (12) A. VAZQUEZ DE PRADA, El fundador del Opus Dei, Rialp, Madrid 1983, p. 121.-  (13) Ibidem.-  (14) Ibidem, p. 502, nota 40.- (15) Cfr. ibidem, p. 136.-  (16) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 565.- (17) Oración colecta.-  (18) LITURGIA DE LAS HORAS. Segunda lectura. SAN BERNARDO, Sermón  12 sobre el Salmo "Qui habitat", 3, 6-8.-  (19) Sal 90, 12.-  (20) 1 Rey 19, 7.-  (21) Cfr. TANQUEREY, Compendio de Teología ascética y mística, Palabra, Madrid 1990, n. 187, pp. 131-132.- (22) Cfr. ORIGENES, Contra Celso, 5, 4.-  (23) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Forja, n. 339.

 

* La devoción a los Angeles Custodios está atestiguada desde los mismos comienzos del Cristianismo. La fiesta con carácter universal para toda la Iglesia fue instituida por el Papa Clemente X en el siglo XVII. Los Angeles Custodios son los mensajeros del Señor encargados de velar por cada uno de nosotros, protegiendo nuestro camino en la tierra y compartiendo con los cristianos el afán apostólico de acercar las almas a Dios.