Perforar la vida
Un modo de encontrar y orar a Dios


Antonio GARCÍA RUBIO
Párroco de Colmenar Viejo
Madrid


I. ALGUNOS EJEMPLOS
1. Lunes 30
Villar del Río, 30 de Marzo.
«¡Querido Dios!
Padre, Pepa no tiene trabajo y tiene 28 años. Es licenciada en Pedagogía. Su novio, 
Alberto, 29 años, tiene un trabajo de treinta horas semanales en una Asociación que se 
mantiene de subvenciones oficiales. Mejor los conoces Tú que yo. Quieren casarse. Un piso 
'normalito' no les sale por menos de quince millones. Sólo cuentan con las ochenta mil 
pesetas escasas que él ingresa. Ella no se cansa de hacer entrevistas de trabajo, de enviar 
currículos, de buscar y buscar. De vez en cuando, un trabajillo de dos meses, alguna 
sustitución... ¿Desesperarse? Los dos son creyentes. Los dos están implicados en tareas 
del Evangelio de tu Hijo. Con los dos se me han brindado la charla y la búsqueda. Con los 
dos se da una comunicación sencilla y transparente sobre la existencia, sobre sus agobios, 
sobre sus esperas, sobre la fe. En sus familias se dan otros muchos problemas de 
enfermedad, de abuelos, etc. Ya lo sabes. Como ellos, existen hoy montones de jóvenes 
que, dejando de ser jóvenes, no encuentran trabajos ni soluciones estables para fundar sus 
familias.
Mi oración quiere ser limpia. La suya también. Ellos tienen muy complicada la 
subsistencia. Yo, Padre, en principio, la tengo asegurada. '¿No debería estar yo al nivel de 
estos mis hermanos?' Esta pregunta es un modo de entrar en relación contigo esta noche, 
de comenzar a perforar mi corazón y el tuyo, en estos diez minutos de silencio que tengo, 
tras el encuentro con Pepa. Perforar para que brote el sentido, la fuerza y agua pura de la 
vida. 'Yo soy el agua viva', nos dices Tú. Perforar para que aparezcas Tú, el Siervo 
Sufriente del que habla el profeta Isaías; el Crucificado, el que asumió nuestra frágil 
situación; el Resucitado, que reanima nuestra derrota. Al emerger Tú se serena mi corazón 
y, provocado por tu Espíritu, lanzo un sos a tu misericordia y a mi propio corazón, para que 
ambos salgan al encuentro de las vidas de Pepa y de Alberto.
Perforar para que mi conciencia se alerte, se solidarice, se abra, se espabile, se active. 
Perforar para que mi corazón no se quede en el lamento fácil, sino para que me ponga en 
actitud de búsqueda, para que sepa que en medio de la noche nadie debe caminar solo, 
sino que nos hemos de coger de tu mano. Perforar para que brote la Fuente, el Manantial 
de Vida, que se esconde tras un corazón aparentemente frío y apagado. Perforar para que 
se aproveche bien este momento silencioso, tímido, corto, en medio de otras muchas 
movidas e inquietudes.
'¿No debería yo estar al nivel de mis hermanos?' Padre, te ofrezco mi vida, mi salario, mi 
seguridad, mi futuro. Tu Hijo se inmoló suavemente, desde su corazón de Hijo, para que 
todo fuera distinto, para que los hombres y las mujeres tuviéramos un nuevo sentido de las 
cosas. Pero seguimos encerrados en nosotros mismos. Cada uno, en esta sociedad 
insolidaria, ha de sacar a flote sus propios problemas. No hay solidaridad, a pesar de que 
todos nos llenemos la boca con semejante palabra. Déjame ser como tu Hijo. Yo quiero que 
Pepa y Alberto vivan dignamente, que puedan trabajar con paz y sosiego por su familia y 
por su futuro, por los que los rodean y por la fe. No quiero que se pasen la vida estresados, 
comidos por un mundo injusto y absurdo.
Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. Dentro de un momento aguardan cuestiones 
externas que me ponen en riesgo de volver a sacarme de Ti. Sin embargo, ahora estoy en 
tu misericordia. Los hermanos sufren, y yo con ellos. No quiero vivir una situación de 
privilegio. ¡Cómo me gustaría ofrecerte una inteligencia capaz de encontrar fórmulas que 
alentasen la vida de los seres humanos por el camino de la justicia...! Pero no parece 
posible. Soy pequeño. Soy un hombre de una inteligencia sencilla, acostumbrada a vivir y a 
hacer pequeñas cosas. Me supera este problema del paro y la inseguridad en que viven 
tantos hermanos.
Me consuela, Padre, hablar contigo, y querría que este consuelo llegase como paz y 
fortaleza hasta Pepa y Alberto, hasta todas las Pepas y Albertos que se mueven lentos y 
cargados de peso por nuestra sociedad. 'Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, y 
yo os aliviaré'. Conviene reposar en tu Ser para poder tomar aliento y sacar nuevos 
impulsos de vida. Llévalos a ellos también por este camino, hasta sumergirse en Ti. 
No voy a dejar de ser quien soy; pero mi conciencia hoy se ve tocada por un nuevo 
deseo de servir con mayor radicalidad y austeridad. Quiero decirles a Alberto y a Pepa que 
soy de los suyos, que estoy con ellos, que tienen lo mío, que no es mío, para lo que 
necesiten. Vamos a pensar juntos y con otros a ver qué es lo que podemos hacer para salir 
de este atasco en el que se encuentran los jóvenes. Una cierta movilización es necesaria 
en esta sociedad.
Son las once y media de la noche. Aún tengo que preparar la reunión de la Junta 
Directiva de la Fundación de los ancianos. Tengo que cenar y departir un poco con mi 
madre y mis amigos. Estoy cansado, después de un día de fatigas y disgustos, pero me 
consuela constatar que Tú, nuevamente, has estado ahí, en el momento oportuno de la 
cita. Concluyo la carta. Gracias por todo.
'Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz'.
Hasta mañana, si Tú quieres. Tu hijo, Antonio».

Cartas a Dios
La vida lejos de Dios se convierte para el creyente en una serie sucesiva y diaria de 
cartas escritas de puño y letra y dirigidas al Padre, al Amor universal. Perforar de vez en 
cuando la capa externa y dura de los acontecimientos para poder entablar la relación 
adecuada con el Misterio de Dios, es la posibilidad que le queda al ser humano, mareado 
por tantas llamadas, por tantas palabras, por tantas noticias que le conmueven y enfrían a 
la vez.
Lo que voy a plantearos es poco, parco y sencillo. Es la técnica de los abuelos que se 
marchaban a la mili a cientos de kilómetros y mantenían viva la presencia de la novia a 
través de hermosas cartas de amor escritas entre los calores del Sáhara, los sudores de las 
maniobras, el vaho humeante de las cantinas y la nostalgia eterna de la familia, los amigos 
y el amor. Cartas que suponían la ruptura diaria de la monotonía, de la dureza y la opresión 
en que se vivía. Cartas para refrescar la mente y el corazón con relación a lo que se había 
dejado y a lo que esperaba allende los mares. Cartas para el consuelo, para mantener viva 
y apasionante la espera, para hacer llevadero el destierro, para saber sonreir en medio de 
los avatares de cada jornada, para seguir esperando y creyendo en el hombre, para 
mantener viva la amistad del corazón con todos los compañeros violentos y desbocados 
con los que se compartía la existencia a tanta distancia de la realidad. Cartas para que el 
amor siguiera alentando los días pesados o carentes de sentido. Cartas para que el 
corazón siguiera sintiendo la llama de amor viva, la llamarada de un amor que todo lo 
envolvía y lo mantenía interesante. La novia adquiría tintes románticos, idealizados, casi 
míticos. ¿De qué otra manera podía ser?
Estamos en la era de Internet, del correo electrónico, del ordenador personal. Tenemos 
en nuestras manos la posibilidad diaria de escribir, de dirigir nuestros pensamientos y 
nuestros sentimientos, a través de la red, al mundo entero. Pero ¿a quién?
Mi propuesta es simple a más no poder: a Dios. ¿A Dios? ¿Y cómo se le escribe a 
Dios? Como lo hacían los abuelos. Tú lo puedes hacer por Internet, por correo electrónico, 
por fax o por el sistema tradicional, con un boli o con un lápiz; pero escríbele. Las ventanas 
de la mente no están abiertas; algunas incluso están muy cerradas para la relación con 
Dios. Hay muchas personas con buena voluntad, que desean relacionarse con Dios, pero 
que no se centran de ninguna manera. La mente se les escapa en seguida hacia aquello 
para lo que ha sido educada. En un lenguaje vulgar, pero muy expresivo, se decía en 
nuestros pueblos: «¡Y vuelta la burra al trigo...!» Es decir, vuelta y vuelta de la mente a lo 
mismo, a lo de siempre, a sus obsesiones, a sus tareas, a sus manías, a sus reducciones. 
Escribir nos facilita un marco en el que poder expresar y desarrollar lo que llevamos 
escondido en el alma, aunque se esté habitualmente tan cerrado que no se pueda percibir 
con nitidez. Al ponernos a escribir, la mente se centra, y comienza a recrearse todo lo 
vivido, todo lo pensado, todo lo experimentado. Lo que parecía disperso se concentra y, 
poco a poco, todo parece reencontrar su sitio y su sentido.
Si la escritura, además, es una carta que le dirigimos a Dios, el resultado puede ser 
buenísimo, pues desde el momento en que se despierta el deseo de escribir y de 
relacionarse con Dios, viene en nuestro auxilio y ayuda el Espíritu Santo, a quien Jesús 
dejó a nuestro lado para facilitar el acceso a una vida nueva. Lo que te propongo es que 
escribas una carta cada día a Dios, y que lo hagas así mientras te dure la mili, mientras 
perdure la lejanía, mientras tu corazón no acabe de estar del todo en Él.

2. Jueves 14
Acabo de dejar a Adrián en su paseo. Iba solo, como siempre. Tiene alrededor de 55 
años. Está viviendo en una casa de acogida. Se siente profundamente solo. Una 
enfermedad mental lo tiene apartado de todos los circuitos habituales de la sociedad. Nadie 
se para a hablar con él. Es un marginal, un desecho. Yo venía de darme un paseo. El sol 
invitaba a pasear, y yo necesitaba dejar que mi ser se serenase y se sintiese en paz 
consigo mismo y con Dios. El día y la semana están siendo muy agitados. No sé cómo nos 
las arreglamos, pero todos estamos así.
Volvía del paseo en las afueras del pueblo, por un camino lleno de curvas y de 
cantueso, cuando me he tropezado con Adrián. El primer saludo ha sido una sonrisa. Sabía 
que yo no iba a pasar delante de él sin saludarlo y sin pararme. Hemos conversado un 
buen rato. Me ha hablado de sus fragilidades, de sus problemas, de su soledad y 
abandono, de los traumas que, según él, recibió de pequeño, del atracón de religión que se 
dio, de las frustraciones afectivas, de la marginación económica, hasta verse tirado en la 
calle y olvidado de todos, con la cabeza perdida.
He sentido una inmensa compasión por Adrián. He sentido deseos de abrazarlo, de 
protegerlo, de acogerlo en mis brazos como si fuesen —¡pobres!—los brazos 
misericordiosos de Dios. Y no me he reprimido, lo he hecho. Él también lo ha hecho. Tenía 
necesidad de ser abrazado por alguien, de sentir un poco de calor humano. Hemos llorado 
juntos. He prestado mis brazos a tu misericordia, Señor. Ya lo he hecho en muchas otras 
ocasiones. Ésta es una bella manera de bendecir a un hermano. Le he susurrado al oído 
palabras de paz, de consuelo, de esperanza, de amor a la vida, de autoestima, de todo lo 
que Tú me sugerías. Tú estabas bendiciéndole.

Palabras para Dios
Ahora estoy en casa. He decidido dejar cinco minutos para hablarte, Señor, de Adrián. 
Ésta es una de mis perforaciones. Es muy posible que no se pueda hacer con él mucho 
más de lo que están haciendo otros hennanos que lo cuidan. Pero hay muchos Adrianes en 
el mundo, Padre. Yo he querido estar un rato contigo especialmente para ponerte a Adrián 
delante de Ti. Yo sé que Tú tienes a Adrián y a todos los Adrianes delante, pero yo me 
siento bien si te hablo de él, si te digo que te necesita. Si te digo que has de despertar en la 
sociedad y en nosotros el deseo de escuchar, de valorar, de dedicar nuestro tiempo a los 
que están fuera de la locura de sociedad que vivimos. Me siento feliz de que me escuches, 
de que me dediques tu tiempo de que te acerques con tu Espíritu hasta un pobre tan pobre 
como Adrián. Yo quiero ser como él. No soy más que él. Si miro, como ahora, desde Ti, me 
veo mucho más pequeño que Adrián. Yo sé que Tú les prestas a ellos mucho más amor 
que a nosotros, los normales los aburguesados, los seguros.
Me siento en paz y, a la vez, me siento empujado a volver al ruedo de la vida y a seguir 
abrazando a los Adrianes. Bendito seas Señor. Me gustaría decirle a la humanidad entera 
que hemos de poner todo el empeño en amar, de tal manera que los pobres y los simples 
sean los primeros en beneficiarse de nuestro amor, que es el tuyo. No debería haber nada 
tan importante, nada que se antepusiera al amor a los sencillos, a los humildes, a los que 
están marginados. Y el amor se tiene que implicar hasta sus últimas consecuencias, sin 
necesidad de que nos irritemos y nos pongamos «bordes» con otros seres humanos. Pero 
hemos de luchar para que a todos llegue el beneficio del amor. No son sólo carencias 
sociales las que tienen los que están fuera de los círculos de privilegios de este mundo 
capitalista; son carencias de valoración, carencias de afecto, carencias de escucha, 
carencias de amor...
Tengo que continuar el camino, Señor. Adrián se queda más y mas en ml corazón, tanto 
como en el tuyo. El compromiso por humamzar esta tierra sigue en pie.

3. Lunes 1
Cachemira, Pakistán, India. Pruebas nucleares. Horror. Odios. Disputas territoriales. 
Prejuicios. Abusos de poder... Son las lecturas de prensa de estos dias. Los grandes y los 
gobernantes de los países poderosos se enfadan porque otros pueblos más pobres tengan 
material nuclear. Ellos sí lo pueden tener para «disuadir», dicen. Mentiras todas. El mundo 
peligra. El poderío negativo crece y puede desbordar el propio control humano. De hecho, 
ya se desborda por muchos caminos graves, pero que aún no parecen alarmar lo suficiente. 
La carrera nuclear es una locura que se dispara.
Mientras tanto, observo a la gente de mi comunidad y de mi pueblo y veo que cada día 
estamos más planos, más estirados, más alejados de la sensibilidad humana, más 
programados, más distantes de la Fuente. El egoísmo humano se apodera de los grupos de 
poder, y la gente se agrupa para defender sus intereses; pero, en el fondo, todos estamos 
cada vez más indefensos y sometidos a la dictadura de nuestros peores sentimientos y 
decisiones. Nos alejamos de Ti. El denominador común de nuestra pequeña burguesía 
tiene miedo a perder su puesto de trabajo, a quedarse fuera de la alambrada de seguridad 
y de protección, aunque también sea deplorable lo que está pasando dentro. La violencia 
crece, y el deterioro del planeta igualmente.

El periódico de cada día
Acabo de tomar el café de la mañana. He estado charlando con algunos amigos, he 
hojeado el periódico, me he detenido en lo relativo a las pruebas nucleares. Ahora, en cinco 
minutos, mientras vuelvo al trabajo y me coloco, te busco. Las noticias del periódico me 
llevan hoy y cada mañana a intentar entrar en tu presencia y a gritarte con voces sordas lo 
que está pasando, aunque Tú ya lo sabes, y creo que intentas tocar el corazón de hombres 
y mujeres generosos que, desde su conciencia humana, se comprometan a mantener viva y 
en paz esta tierra fértil y hermosa. No cabe duda de que ahora, en tu presencia, todo se 
vuelve más sereno. No es que seas Tú quien quite hierro a lo que está sucediendo, pero Sl 
eres Tú el que devuelve la confianza y el deseo de seguir luchando pacíficamente para que 
el mundo cambie, para que las situaciones sean dignas para todos los hombres, para que 
se respete la naturaleza y no se la someta a más presiones peligrosas para todos los seres 
vivos. Y me tranquiliza volver a tomar conciencia de que todo está en tus manos, de que 
somos obra tuya y de que tu poder está por encima de todos los demás poderes negativos 
que confluyen en nosotros. Me sereno, me vuelve la sonrisa y pongo manos al trabajo.
Todo esto ha sido en un abrir y cerrar de ojos, entre la mirada al café con leche que me 
servía la señora del bar, entre las líneas de la prensa y las palabras de los amigos, en el 
paseo de vuelta..., en estos gustosos diálogos a corazón abierto y silencioso, pero 
rodeados tantas veces del ruido de cuantos nos rodean, fuman, hablan sin parar, beben... 
Una perforación.

4. Martes 9
La cena ha sido sencilla y llena de generosidad, tanto en los gestos como en la palabra 
que nos han servido de base para la comunicación. Los cuatro hemos estado muy 
contentos. Hacía tiempo que no nos veíamos, años. Pero no parecía que hiciese tanto. El 
repaso que hemos hecho a nuestras vidas ha sido muy importante. Sara lleva ya años 
divorciada. Divorciada a la fuerza, pues el marido del que estaba profundamente 
enamorada la abandonó. Mana José y Félix son un matrimonio sin hijos, trabajadores y 
sencillos. La amistad nos unió hace años, y de vez en cuando, ya más tarde que pronto, 
nos encontramos para dialogar y para repasar la vida. Nos ha ayudado mucho, como 
siempre, la sinceridad. El encuentro viene a resultar como una terapia humana. Ellos son 
creyentes, pero están alejados de la vida oficial de la Iglesia. Siempre me impresionan 
estos hermanos que pueden pasar olfmpicamente de la Iglesia. Es uno de mis grandes 
amores. ¡La Iglesia! Pecadora. Cuánto no conocerá un cura viejo como yo de su Iglesia, de 
los miembros clérigos y laicos de su Iglesia. Pero es la Iglesia, el cuerpo del Señor, el 
camino para el encuentro diario con el Señor. Encuentro que se produce en las 
fragilidades, en los pecados y en la santidad de sus hijos, en sus sacramentos, en tantos 
encuentros, en tantos trabajos sencillos pero que son expresión de un amor entrañable, el 
de Dios, que sentimos muy dentro. Pero ellos, mis amigos queridos, que han participado 
como yo en otros momentos de la Iglesia, ahora no la necesitan, se escandalizan de ella, 
pasan de ella.

Los amigos
He montado en el coche. Atraído por Ti, comienzo a perforar. Me he sentido muy feliz por 
todo lo que he vivido. En seguida me coloco en tu presencia para darte gracias. Y Tú me 
llevas al huerto del por qué estos amigos andan tan tranquilos fuera de la Iglesia. No tengo 
palabras que decirte, lo sabes. Sólo me siento invitado a amar y a dar testimonio. 
Comprendo su postura, pues hay que tener sentido para tragar tanto como hay que tragar 
cada día en las relaciones intraeclesiales, y hay que tener una fe especial para encontrar 
ese sentido que nos hace perseverar y trabajar en el interior de la vida eclesial. «La Iglesia, 
me vienes a decir, necesita mucha purificación para que vuelva a entusiasmar a los seres 
humanos. Vosotros tenéis que llevar a cabo esa tarea». Me guardo la responsabilidad en el 
bolsillo y te ataco un poco. diciendo que tienes que ser Tú quien ponga más empeño del 
que hemos visto a lo largo de los siglos. Pero aminoro el gallito que me sale. ¿Quién eres 
tú? Soy, por pura gracia, hijo tuyo. Me consuelas más de lo que merezco. Y yo me vuelvo a 
salir con la póliza de responsabilidad debajo del brazo. Hemos de implicarnos positivamente 
en el servicio eclesial, y hemos de hacerlo con gozo y alegría. Es un reto grande, pero es 
maravilloso que cuentes conmigo para estas aventuras. ¡ Gracias!

5. Jueves 25
El Mercadillo estaba rebosante de personas, de géneros, de sonrisas y de griterío. 
Tenía que comprar una pecera sencilla para un niño, para alegrar la vida de un niño amigo. 
El paseo por el Mercadillo siempre es dificultoso, pues son muchas las personas conocidas 
con las que hay que pararse y preguntar por los hijos, por los enfermos, por las ausencias, 
por los exámenes, por las goteras, por la depresión, por el alejamiento... La sonrisa natural 
se siente un poco cansada en la medida en la que el camino se va alargando y los minutos 
van pasando sin compasión. El objetivo de comprar una pecera va pasando a un segundo 
lugar, para acabar convirtiéndose en una mera disculpa para sentir que Tú me has traído 
esta mañana al Mercadillo para ver a quienes estoy viendo, para saludar y hablar a los que 
lo estoy haciendo. Marisa iba con sus cinco hijos, como una gallina con sus polluelos. 
Todos se han tirado a mis brazos. ¡Están tan necesitados de cariño...! Me cuentan y no 
paran sobre los malos tratos recibidos, sobre la necesidad de dinero para cuestiones 
elementales, del problema hepático de uno de los niños, del posible raquitismo, de los 
miedos que tienen, del herpes que ella padece... Le pido que coma, que se cuide un poco. 
Hablamos sobre las ayudas que le prestamos entre todos, de la gente maravillosa que la 
acompaña... Mientras tanto, sigue pasando gente que nos saluda, que se para besar a los 
niños...

El pueblo y el mercado
Cuando llegué al puesto de las peceras, agilicé lo que pude la compra y salí con prisas 
del Mercadillo. Necesitaba hablar contigo, Señor. Necesitaba perforar. Se me escurrieron 
unas lágrimas y me serené; volví hablando, silenciosamente, con tu Espíritu, por las calles, 
con mi pecera en los brazos. Ya no puedo decir si vi a más gente, si me saludaron, o si el 
mundo desapareció. Ahora sólo me interesabas Tú. Sólo quería hablar contigo. Tenía 
muchos deseos de contarte todo lo que el pueblo me había transmitido, todos sus dolores, 
todas sus angustias, todas sus alegrías. Por cierto, que hay que darte las gracias por la 
operación de Miguelito, el hijo de los vecinos, que ha salido muy bien. Marisa necesita, 
como nadie, soluciones, para ella y para sus hijos. El pueblo, las personas: una maravilla. 
El Mercadillo es un ámbito privilegiado para encontrar motivos de encuentro, de reunión y 
de relación contigo. ¡Gracias! Merece la pena vivir en esto poco y sencillo. Así me siento 
persona, me siento cristiano, me siento sacerdote.

6. Martes 30
«Alfonso tiene algo en el bazo. Estamos muy preocupados. Su mujer, que es médico, no 
hace más que llorar...» Fue la comunicación de mi amiga, la hermana de Alfonso, por 
teléfono... «Alfonso sigue peor, parece que todo indica una leucemia. No te puedo contar 
cómo está el ambiente familiar. Siento ganas de llorar al ver sin consuelo a mi cuñada y el 
asombro con que mi sobrinita nos mira, sin saber lo qué le pasa a papá, pero con una 
ternura y una preocupación que nos impresionan fuertemente. Mi madre, ni te cuento...».
Acabo de tener este encuentro telefónico, en dos momentos distintos y sucesivos, con 
mi amiga Luz. Como siempre que llega la enfermedad grave, sorpresivamente, a la vida de 
un hombre joven, nos sentimos presa de parálisis y acosados por preguntas sin respuesta.

Un silencio frío
Así es como he experimentado, Padre, esta perforación. Silenciosa. Tú sabes que hay 
motivos pequeños que nos llevan a buscarte con suavidad, pero hay situaciones brutales 
que nos llevan casi, casi, a regañarte, a tener una pequeña bronca contigo. Pero es inútil, 
lo reconozco. No sirve de nada. «En la vida y en la muerte somos del Señor». No hay 
posibilidad de abroncarte. Al contrario, el silencio se me escurre de tal manera que paso de 
la excitación a la calma y a la aceptación. ¿Quién eres tú para dar las soluciones a la vida y 
al Señor? Siento profundamente la situación que puede tener Alfonso dentro de sí. Él no es 
un creyente explícito. Pero la fe del corazón sólo Tú la conoces. Siento su drama y de algún 
modo te lo paso, aunque te sé al corriente de todo. Siento el dolor de su familia y te lo paso 
también, aunque sé que estás haciendo una tarea impresionante a través de Luz. Me 
apasiona esta mujer. ¡Qué relaciones tiene contigo! Gracias, Padre, por permitirme perforar 
el vacío y el dolor de la enfermedad. Ahí en lo profundo siempre estás Tú. ¡Qué serenidad!


II. ¿QUÉ ES PERFORAR?

1. Perforar la vida. Para ir entendiendo, querría comenzar por ir a la fuente en la que yo 
encontré la feliz formulación de «perforar». Su nombre es Madeleine Delbrel. Esta mujer me 
ofreció la expresión perfecta para un modo de oración que yo, sin pretenderlo, he 
practicado durante toda mi vida, que es también la manera de orar de muchos otros 
creyentes, y es, además, un estilo de oración que se puede adaptar bien a la antropologia, 
a la cultura, a la psicología y a las costumbres y modo de ser de los hombres y mujeres 
«postmodernos». Paso a transcribir las citas básicas de Madeleine en las que se puede 
intuir el trasfondo de lo que queremos manifestar con el titulo de este artículo: Perforar la 
vida.
«Nuestro tiempo tiene sus propios respiraderos; a nosotros nos 
corresponde descubrirlos y utilizarlos... Para ver los respiraderos capaces 
de restablecer nuestro contacto con Dios, necesitamos determinadas 
condiciones psicológicas... Nada menos exigente que una perforación... A 
veces pienso que, si el Señor estuviese entre nosotros, utilizaría las 
perforaciones en sus parábolas. A falta de ello podemos imaginar como 
serían... En nuestras vidas sin superficie y sin tiempo, en nuestras vidas sin 
espacio, no debemos buscar el espacio que antaño reclamaba la vida 
cristiana. Para la oración tenemos racionado el espacio, y ese espacio que 
nos falta deben sustituirlo las perforaciones.
Estemos donde estemos, allí está Dios también. El espacio necesario 
para reunirnos con él es el lugar de nuestro amor, que no quiere estar 
separado de Dios, que quiere encontrarle... Este deseo es el que configura 
la oración, y la configuración en cualquier lugar. Sea cual sea el lugar, el 
amor lleva consigo el deseo... Amar a Dios lo bastante como para querer 
estar con él... Algunos minutos de una oración así nos darán a Dios, y nos 
lo darán más que muchas horas, quizá sumamente recogidas, pero que no 
han estado precedidas por un deseo vivo y voluntario.
El retiro en el desierto puede consistir en cinco estaciones de metro al 
final de un día en que hemos 'perforado' un pozo hacia esos pequeños 
instantes... Nuestras idas y venidas—aunque sean breves como pasar de 
una habitación a otra—, los momentos en los que nos vemos obligados a 
esperar—ya sea para pagar en una caja, o para que el teléfono esté libre, o 
para que haya sitio en el autobús—son momentos de oración preparados 
para nosotros, en la medida en que nosotros estemos preparados para 
ellos... Y es que estos pequeños huecos existen para todo el mundo, y 
nosotras, como mujeres, sabemos muy bien en qué los empleamos cuando 
no seguimos al Señor: o soñamos..., o estamos 'en la luna'...
Para comprender que lo que más cuenta en el Evangelio no es el 
tiempo, serían necesarias multitud de comparaciones... Vivir, en efecto. no 
requiere tiempo, vivimos todo el tiempo; y el Evangelio, sea lo que sea para 
nosotros, debe ser, ante todo, vida. Para que hagan su obra de vida en 
nosotros, tenemos que llevar en nuestro interior las palabras del Evangelio 
que hemos leído, orado y tal vez estudiado todo el tiempo que precisen para 
que su luz nos ilumine y vivifique»1.

2. Perforar la vida supone una actitud básica de credibilidad y de confianza en la 
existencia de «algo fundamental» que está enraizado o sumergido en el sustrato más 
profundo de la existencia humana. Hay que creer para poder perforar. Creer y confiar lo 
mismo que lo hace el zahorí2. Como él, también nosotros hemos de aprender a escudriñar 
la existencia de un modo habitual para encontrar las vías de gracia que están en el sustrato 
de nuestra vida. ,Zahorís y poceros de la vida hemos de ser! Algo nuevo se ha tenido que 
despertar en nosotros, algo que aparentemente está dormido, como les pasó a Zaqueo, a 
Mateo, a María Magdalena, a Juan y Santiago, a Pedro, al Jefe de la Sinagoga..., para que 
nos pongamos a trabajar la búsqueda permanente de las aguas vivas de la existencia. «Yo 
soy el agua viva», le dice el Señor a la Samaritana que se acercaba a sacar agua del pozo 
de Jacob. Quien quiera perforar tiene que ponerse en actitud y deseo de que esa actividad 
sea posible en su vida.

3. Perforar la vida con el corazón supone, como expresa Madeleine, tener el deseo 
explfcito de aquello que se anhela, de aquello que es capaz de llenar el vacío del hombre. 
Lo expresan muchos autores espirituales. Baste esta cita de la Nube del no saber: «El 
ascenso al cielo se hace a través del deseo. El que desea estar en él, realmente está allí 
en espíritu. La senda que lleva al cielo se mide por el deseo y no por kilómetros»3. Nuestra 
sociedad sabe como pocas lo que es el vacío y lo que supone la locura humana por llenar 
el vacío de la existencia de cosas, de manipulaciones, de luces engañosas, de artificialidad, 
de autoengaño, de poder... El creyente que quiera ser un perforador ha de aprender a 
cultivar el deseo del Misterio de Dios en su corazón. Si no se le hace un hueco serio en el 
alma al deseo de Dios, no habrá perforaciones.

4. Perforar la vida, cuando hacemos de este trabajo un hábito, acaba convirtiéndose en 
un estado de la existencia humana que se mide permanentemente por el recurso a 
intuiciones rápidas que provocan encuentros de luz y de sabiduría con el Señor. Quedaría 
explicado suficientemente a través de este ejemplo tomado de la Sabiduría del desierto: 
«Decia Abba Jantías: 'Un perro es mejor que yo, porque él también ama, pero no hace 
juicios'»4. La visión rauda de un perro que se te cruza por el camino, simple y llanamente, 
se puede convertir en un vehículo para entrar en la hondura del encuentro, para perforar la 
capa superficial de la existencia y despertar la luz, la sabiduría y la vía del agua viva, del 
agua que es capaz de rejuvenecer y de provocar el cambio del corazón.

5. Perforar la vida se adapta bien a la intuición de la palabra «serendipity», de la que 
Carlos Alemany se ha convertido en heraldo castellano: «Es sin duda una invitación a 
aceptar la realidad como lugar de encuentro sorpresivo y agradecido, como un don 
continuamente ofrecido en el día a día de quien tiene ojos o sensibilidad para descubrirlo y 
vivirlo así»5.
Perforar es entrar sin interrupción y por sorpresa en la capa honda de la vida. Este 
trabajo requiere el deseo y requiere el hábito. Dios se encarga de ir provocando en 
nosotros momentos de interés, e incluso de entusiasmo, para que gustemos de este modo 
de oración, de encuentro con Él. Pero, a través de esos momentos-guía que Él nos ofrece, 
que nos regala su Espíritu, hemos de comenzar un trabajo que ha de ser propiciado por 
nuestra voluntad inequívoca de ofrecer un espíritu capaz de arrimar la mente y el corazón al 
deseo de estas perforaciones. Hay que crear hábito. La mente suele estar lo 
suficientemente despistada, absorta y entretenida entre los «cachivaches» de la 
postmodernidad, como para tener capacidad de dedicar tiempos y ventanas a otras 
atracciones6. Tener capacidad para dejarse sorprender por el Señor a base de 
perforaciones de la realidad en lo cotidiano, supone un estilo clefinido de vida.

6. Perforar la vida supone un habituamiento. «Un hábito constituye un patrón fijo que 
seguimos en forma automática o semiautomática por haberlo venido usando en esa forma 
en el pasado»7. Hay que dejar a un lado los hábitos negativos que nos hacen vivir en un 
despiste permanente de Dios y atraídos por mil frentes que nos alejan de la fuente y del 
agua viva. No es tarea fácil quitarnos de encima los hábitos que nos alejan de esa fuente. 
Sin embargo, los hábitos negativos se alejan o se esfuman de nosotros en la medida en 
que nos dejamos llevar y guiar por otros hábitos positivos que responden a lo que 
deseamos y a lo que el mismo Dios desea para nosotros. La mente es díscola y traidora. 
No es fácil que nos la llevemos al huerto del Reino por el mero hecho de desearlo en 
momentos especiales, de alta sensibilidad. La conversión de la persona supone que la luz y 
la gracia del Evangelio han de ir penetrando suavemente por todo el entramado 
psico-afectivo, intelectual-racional, íntimo-consciente-inconsciente... La conversión ha de 
ser total. Es el hombre en su totalidad el que ha de vivir la plenitud de un Agua Viva que lo 
transformará en un hombre nuevo. Toda esa tarea espiritual, vital, comunitaria, ha de 
desarrollarse con paz y con sabiduría, con conocimiento real de lo que es el ser humano, 
de su lentitud para cambiar y de la necesidad de cambiar los hábitos esenciales y básicos 
en torno a los que se mueven los hilos de su vida. Hay que crear, pues, el hábito de las 
perforaciones.

7. Perforar la vida, al estilo de Madeleine, supone abrirle respiraderos a esta vida 
irrespirable en la que nos hemos metido como sin querer y a la que no acabamos de 
encontrar salidas dignas. Como es una bella salida y un bello respiradero la contemplación 
pacífica de la naturaleza y de la obra salida de las manos de Dios. «Aprovechábame a mí 
también ver el campo, el agua o las flores; en estas cosas hallaba yo memoria del Creador, 
digo que me despertaban y recogían y me servían de libro»8.
Por el contrario, el peso de todo lo que está generando el hombre en la actualidad es tal 
que difícilmente vamos a ser capaces de quitarnos esta costra tan dura y tan castrante. 
Sólo la oración tiene el don de poder aliviar la situación y encontrar resquicios de salida, 
resquicios mediante los cuales podamos recoger el gozo de una presencia que nos llena de 
vida, de luz, de paz, de sentido. Son respiraderos hacia dentro, hacia lo profundo. Lo de 
fuera está demasiado explotado y saturado. Por eso hay que perforar la vida para encontrar 
en los brazos del Padre la paz y el sosiego de quien se sabe llamado a la mayor de las 
utopías y a dar testimonio de ella en el centro mismo del drama humano, del sufrimiento de 
los pobres con los que compartimos la vida entera.

8. Perforar la vida supone el reconocimiento de que ya han pasado los tiempos en que el 
creyente podía dedicarle muchas horas del día a la contemplación del Misterio insondable 
de Dios. Vivimos en un mundo plano, de encefalograma plano, de electrocardiograma 
plano. No hay muchos recursos ni de espacio ni de tiempo para encontrarse con Dios. El 
vacío está al borde de la mente y al borde del corazón a cada paso que damos. «No está el 
horno para bollos», «No está el mundo para cuestiones inefables». Se imponen por todas 
partes la vulgaridad y la superficialidad, tanto en las relaciones interpersonales como en la 
misma interioridad del ser humano, saqueada y bombardeada a diario. Las personas 
normales de esta sociedad y cultura postmodernas han de trabajar mucho y desgastarse 
psicológicamente para sobrevivir en este capitalismo salvaje y sin entrañas de misericordia, 
en esta sociedad sin espíritu y sin emoción por lo humano y por lo divino. Todos estamos 
implicados en este mundo sin tiempo, sin espacios y sin alma. Todo está lleno de ruidos y 
de movimiento, aunque éste sea hacia ninguna parte. Por eso, es preciso «que se estimen 
y profundicen los signos de esperanza presentes en este final de siglo, a pesar de las 
sombras que con frecuencia los esconden a nuestros ojos»9. Es preciso perforar este 
vacío, esta planicie artificial. Perforar en momentos puntuales y crear el hábito de estas 
perforaciones. Los momentos puntuales están a la orden del día para quien se ha 
acostumbrado a este mecanismo preciso de relación con el Dios de la vida.

9. Perforar la vida es una técnica muy evangélica, que el mismo Señor utilizaba a 
menudo en sus relaciones con Dios y en sus relaciones con los demás. Jesús es un 
maestro en el arte de perforar el corazón del hombre con el fin de que se acerque a la 
contemplación y al diálogo con el Padre Dios. Podéis estudiar, por ejemplo en el Evangelio 
de San Juan, los pasajes de las Bodas de Caná (2, 1-11), de Nicodemo (3,1-21), de la 
Samaritana (4,1-42), del ciego de nacimiento (9,1-41). En todos ellos encontramos a Jesús 
perforando la vida normal de aquellos que se acercan a Él, situados en el centro mismo de 
la vida del pueblo. Él aprovecha perfectamente todas las situaciones que le ofrece su 
Padre. Su relación con el Padre es tan bella y tan transparente que todo lo que toca lo 
transforma, lo llena de sentido, de fuerza, de gracia. Todos los personajes se sienten 
perforados por la misericordia de Dios. Jesús sabe perforar las entrañas de su Padre y 
sabe perforar también las de sus oyentes. Esta gracia, este amor incondicional, es superior 
a todo lo imaginable. Es la perforación completa. Abre un nuevo camino a la humanidad y a 
las relaciones fecundas y de amor de cada ser humano. «Si tuvierais fe como este grano de 
mostaza, seríais capaces de decir a esta montaña 'quítate de ahí', y os obedecería». Ahí 
está la clave. La fe guía las perforaciones y, a su vez, hace que aumente la fe de los que 
son objeto de las mismas. Jesús perfora de modo permanente la realidad y lo hace con 
amor. Sin «separar el amor a Dios y el amor al prójimo, porque ambos son las dos caras de 
una misma realidad»10. A través de las perforaciones llega hasta el Padre y conmueve el 
corazón de los oyentes. «Padre, yo sé que Tú siempre me escuchas», le dice Jesús en un 
momento dado a su Padre, antes de resucitar a Lázaro de entre los muertos.

10. Perforar la vida es estar en la conciencia cierta de que Dios está en todas partes, de 
que la oración es posible en cualquier lugar donde haya un ser humano, en cualquier 
alegría o en cualquier monotonía, en cualquier esperanza o en cualquier utopía, en 
cualquier desesperanza o entre las injusticias de que son víctimas los indefensos de esta 
sociedad. La oración es posible en esta hora, en este momento, en cualquier momento. «Ni 
en este monte, mujer, ni en Jerusalén... Llega la hora, y es ahora, en que los verdaderos 
adoradores adorarán a Dios en espíritu y en verdad».
Estamos viviendo una época en que los hombres no recurren, como en la antigüedad, a 
los lugares sagrados para poder mantener una relación equilibrada con el Señor de la vida. 
No. El rechazo a las instituciones y a lo que es habitual en las expresiones religiosas se da 
un modo especial entre la juventud. Las perforaciones en el ser de Dios, que requieren todo 
lo que hemos expresado más arriba y, sobre todo, requieren llevar a Dios en el corazón, si 
las planteamos bien, pueden ser un medio eficaz para ayudar a las masas de seres 
humanos que están al margen de la religión oficial a entrar por el camino del encuentro con 
el Señor. Y también pueden ayudar de un modo realista a tantos evangelizadores y 
hombres de fe que se ven atrapados por un ritmo vertiginoso de vida que impide poder ser 
dueño y señor de tiempos y espacios para encontrarse con Dios. En la praxis permanente 
de un estilo de oración como el que sugieren las perforaciones, puede estar la punta del 
hilo del ovillo que precisamos hoy, en esta compleja y sugerente sociedad, para poder estar 
en el ser del Padre Dios, para poder mantener la amistad con Cristo, para poder alentar 
cada día la llama de la fe y del amor del Espíritu Santo y para poder seguir con fidelidad el 
camino del amor entregado a los pobres y a cuantos precisan de liberación y de amor. Con 
Jesús ha llegado la hora en que es posible que todos se encuentren con el Señor: «'¡Pero, 
sí!', declara Jesús con convicción, esta hora ha sonado 'ahora', dando a entender: 'por mi 
presencia'»11.


III. NOTA FINAL

El estilo de vida que suponen las perforaciones sólo puede ser conducido por la pasión, 
la misma pasión, que llevó a los Doce y a los discípulos a recorrer los caminos del mundo 
anunciando que el sueño, el gran sueño de la humanidad, estaba cumplido, había sido 
hecho hombre y había sido convertido en vida, y vida abundante, para todos.
Este estilo de vida, novedoso y viejo a la vez, de conducir las relaciones con el Misterio 
de Dios y con el mismo hombre, que suponen las perforaciones, sólo es posible desde el 
entusiasmo que nos provoca el hecho de habernos encontrado con el Espíritu de 
Jesucristo, un Espíritu que trastoca nuestros planes y el rumbo de nuestra existencia, sin 
sacarnos del «mundanal ruido» en que estamos sumergidos.
Un estilo de vida orante, como el de las perforaciones, que pretende instalar al hombre 
en la sensibilidad por todo lo humano y lo divino, por todo lo creado y todo lo intuido y 
presentido, ha de saberse fecundo para el corazón y para la vida de los pueblos. La 
convicción de que lo que hacemos está preñando la historia de semillas de fe y de libertad 
ha de ser total. Así lo quiere Dios nuestro Padre.
Es un estilo de vida, éste de perforar la existencia, que ha de tener la persuasión de 
llegar hasta las raíces y los entresijos del ser humano, hasta el centro misterioso y 
regenerador del ser de Dios y hasta la vida real y cautiva de los pobres, de los pecadores y 
de todos aquellos buscadores con lo que nos podamos encontrar en los caminos del mundo 
y de la vida.

SAL TERRAE 1998/12 págs. 865-896

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1. Madeleine DELBRÉL, La alegría de creer, Sal Terrae, Santander 1997, pp. 216-220.
2. Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española: «Esa persona a 
quien se atribuye la facultad de descubrir lo que está oculto, especialmente manantiales 
subterráneos. Persona perspicaz y escudriñadora, que descubre fácilmente lo que otras 
personas piensan o sienten».
3. Anónimo inglés, La nube del no-saber, Paulinas, Madrid 1982, p. 179.
4. YUSHI NOMURA, Sabiduría del desierto, Paulinas, Madrid 1984, p. 89.
5. Carlos ALEMANY (ed. ). Relatos para el crecimiento personal, Desclée De Brouwer, 
Bilbao 1996, p. 27.
6. Masiá Clavel, en un sugerente articulo, nos explica cómo los cerebros y hábitos 
mentales que no se desarrollan y enriquecen, acaban atrofiándose. Juan MASIÁ CLAVEL, 
«La dictadura digital. ¿Y las otras ventanas de nuestro cerebro?»: Sal Terrae 87/4 (n. 
1011) (1998) 267-277.
7. José SILVA, Conferencias básicas sobre Control Mental, Gráficas Valencia. Madrid 
1983, p. 97.
8. TERESA DE JESUS, Vida, 9.
9. Comité para el Jubileo del año 2000, El Espíritu del Señor, BAC, Madrid 1997. p. 180.
10. Vv.AA., El auténtico rostro de Jesús, Verbo Divino, Estella 1996, p. 106.
11. Xavier LÉON-DUFOUR, Lectura del Evangelio de San Juan, Jn 1-4, Sígueme. 
Salamanca 1989, p. 296.