¿Por qué
crisis? He aquí una respuesta inesperada
Humberto
Belli analiza algunas de las causas de los problemas que enfrenta la
sociedad actual y propone una solución a partir de una expresión del
fundador del Opus Dei: “Estas crisis mundiales, son crisis de
santos”
Humberto Belli Pereira // La Prensa (Nicaragua)
11 de octubre de 2001
Pocos dudan
que estamos en una crisis. Se percibe en todas partes y se intuye que es
profunda. Lo que no es igualmente clara es nuestra comprensión sobre sus
raíces. Usualmente las explicaciones son superficiales o incompletas. Una
explicación muy popular es culpar los gobiernos. Otras veces se culpan
categorías enteras de gente, como una clase social o una raza. Sociólogos,
políticos sociales y economistas buscan, frecuentemente, causas
“estructurales”.
Las crisis son causadas cuando algún componente básico de un sistema
falla, se corrompe, o está ausente. Si los riñones no funcionan bien el
organismo entra en crisis, es decir, se enferma. Si el pilar que sostiene
una construcción se pudre, el edificio entra en crisis.
Confrontado con este tema, Josemaría Escrivá de Balaguer acuñó una
expresión tan provocativa, por lo inesperada, como profunda: “Las
crisis mundiales son crisis de santos”.
Él toca una verdad tan simple como contundente: El ingrediente básico de
la sociedad son los hombres y mujeres que la componen. Para que la
sociedad, o el mundo, funcionen bien, es preciso que haya suficientes
hombres y mujeres buenos. Sin ellos ninguna arquitectura o ingeniería
humana pueden hacer que las sociedades funcionen adecuadamente. No importa
cuántas constituciones inventemos y qué sistemas políticos prefiramos.
Si hay una crisis, es decir, una carestía de personas buenas, habrá
crisis en la sociedad. A mayor déficit de esas personas mayor la
severidad de la crisis.
Ahora bien, ¿cuál es la conexión entre personas buenas y santos? ¿Por
qué Escrivá no dijo que las crisis mundiales son crisis de personas
buenas sino crisis de santos? Observar quiénes son ellos nos ayudará a
responderlo. Los santos son personas empeñadas a fondo a la entrega más
completa a Dios y a los demás, con total olvido de sí mismas.
Evidentemente, este tipo de personas no aparece ni se da con facilidad.
Somos seres egoístas, sensuales y vanidosos, y nada repele más a nuestro
yo —y a nuestra cultura hedonista– que aquello que nos haga sufrir o
sacrificar goces, famas y privilegios. La presencia de una santo, o una
santa, es una hazaña y una afirmación de lo más noble de la raza
humana.
Pero esos seres, que ocurren excepcionalmente, cuando ocurren, tienen un
impacto extraordinario. Quizás éste sea un misterio que los científicos
sociales no han podido comprender pero que los historiadores han
constatado. El santo es revolucionario, en el sentido de quien causa
cambios profundos. Teresa de Calcuta, una monjita de origen albanés, sin
pretensiones, entregó su vida por los leprosos y moribundos mal olientes
de la ciudad más pobre de la Tierra, e impactó profundamente la
conciencia del siglo XX. Lo mismo sucedió en su tiempo con San Francisco
de Asís. No sé si está corroborado, pero hay quienes atribuyen a Lenin
la frase: “Denme cinco Franciscos de Asís y haré que la tierra dé
vuelta al revés”. Cabe advertir que existen también santos anónimos,
insertos en las realidades ordinarias, que actúan como la levadura en la
masa y producen cambios culturales no menos trascendentales.
El secreto del poder de los santos reside en que transparentan a Dios. Al
someterse en forma íntima, profunda y decidida a Dios, lo absorben y lo
comunican. Dios actúa en ellos y a través de ellos, y entonces, seres
ordinarios, se vuelven extraordinarios. De ellos brota, como bien lo pone
el evangelio, “Ríos de agua viva,” caudales de acciones, muchas veces
calladas pero siempre muy eficaces.
El santo es efectivo, también, porque es persona de fe. La fe conquista
imposibles. Lanza a los hombres contra obstáculos humanamente
insuperables. Los santos lo hacen no confiando en ellos mismos sino en
Dios. Lo que explica que se lancen con una gran valentía, teniendo, quizás,
un natural cobarde o miedoso. La fe, la cercanía a Dios, el poder de la
convicción, potencian, hasta niveles asombrosos, las limitadas
capacidades naturales.
Nicaragua necesita hoy día de santos para salir de su crisis. El problema
es que quizás no es eso lo que busquen producir nuestros hogares y
nuestras escuelas. Quizás tenemos muchos jóvenes que aspiran al éxito
escolar y profesional. Pero, ¿cuántos de ellos aspiran también a la
santidad? ¿Será la santidad un ideal obsoleto o el único que merece la
pena? En vísperas del primer centenario de ese hombre de fe y santidad
que fue Josemaría Escrivá, vale la pena meditar en estas verdades
simples y sencillas. Ellas encierran el remedio de nuestros males.
Humberto Belli es Presidente del Ave
María College de Nicaragua
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