LA CAPACIDAD SANANTE DEL DUELO


Ramón MARTÍN
Hermano de San Juan de Dios
Psicólogo. Madrid


1. Vivir es llenarse de pañuelos blancos 
En algún momento leí que «vivir es ir diciendo adiós a las cosas. 
Vivir es llenarse de pañuelos blancos. Es decir adiós al amigo, a los 
padres, a la novia rubia que nunca llegó, al tren que se va, al abuelo 
que murió...» Y no puede ser más patente lo que este pensamiento 
refleja sobre nuestra realidad cotidiana. 
La biografía de toda persona, hombre o mujer, joven o madura, está 
sembrada de una sucesión de pérdidas y separaciones que le 
recuerdan, consciente o inconscientemente, la precariedad y 
provisionalidad de todo vínculo y de toda realidad. Y en la capacidad 
de convivir, encajar y elaborar de una manera constructiva todo ese 
conjunto de pérdidas en cada momento, el ser humano encontrará 
una de las mayores fuentes de energía para su crecimiento personal y 
para seguir enfrentándose a la vida con actitudes vitales más sanas.
V/PERDIDAS-CONTINUAS: A modo de recordatorio, traigo en este 
momento el abanico de pérdidas que enumera Arnaldo Pangrazzi, en 
una obra específica sobre el tema que nos ocupa: 
1. El propio nacimiento, como la primera y más dolorosa separación. 

2. Las pérdidas que conlleva el mismo crecimiento. 
3. La pérdida de la propia cultura por necesidad de emigrar.
4. La pérdida de bienes materiales (robo, desastres naturales...). 
5. La pérdida de vínculos afectivos (marcha o ruptura con el 
amigo/a, divorcio, ruptura intergeneracional...). 
6. La pérdida de la identidad personal (fracaso profesional, 
rechazos afectivos, falta de autoestima...). 
7. La pérdida de bienes humanos y espirituales (desconcierto e 
impotencia frente a actos terroristas, secuestros, violencia callejera...). 

8. La pérdida de la salud por enfermedad, accidente, 
envejecimiento. 
9. La pérdida de aquello que nunca se ha tenido, pero se ha 
soñado y deseado: la carrera no cursada, el hijo que no nació, la 
soltería impuesta o mal soportada... 
10. La muerte, como pérdida más temida.

2. La siniestra «hermana muerte» 
De entre todas las pérdidas y separaciones que hemos enumerado, 
la que indudablemente es más temida, tanto si concierne a uno mismo 
como a alguien cercano, es la de la muerte física. En nuestro ámbito 
cultural, la muerte es una realidad en gran manera tabuizada, negada 
o confinada en las paredes del hospital o del tanatorio. Y, sin 
embargo, no deja de ser una realidad casi excesivamente familiar por 
la frecuencia y evidencia con que se presenta en nuestro entorno o 
salta como noticia en los medios de comunicación. 
Hay autores que afirman que los «agujeros negros» más 
significativos para el hombre moderno y, por tanto, para los distintos 
ámbitos de la antropología, la psicología y la teología actuales son: la 
soledad, la culpa, la enfermedad y la muerte. Frente a ellos fracasan 
muchas de las conquistas técnicas y las reflexiones filosóficas de las 
que nos sentimos tan orgullosos los ciudadanos de final de siglo. 
Como lo que se nos propone en esta publicación es precisamente 
abordar desde distintos puntos de vista la realidad y las actitudes 
frente a la muerte, nos olvidamos a partir de este momento de lo que 
conllevaría un trabajo de duelo con otro tipo de pérdidas distintas de 
las que hemos enumerado y que igualmente precisan una elaboración 
psicológica para que lo que, en principio, es una fuente de sufrimiento 
pueda convertirse, bien asimilado y trabajado, en un caudal de 
experiencia y energía en favor del propio crecimiento y de 
acompañamiento activo y comprensivo del que pasa por una situación 
similar. 
Ordinariamente, cuando nos acercamos al tema de la muerte, es 
porque la muerte de otros nos toca muy de cerca, por misión pastoral, 
por trabajo terapéutico o por acompañamiento como voluntarios/as. 
Pero cuando la muerte ajena se toca tan de cerca y de forma tan 
persistente, como afirma Helen F. Durkin2, «deja de ser un mero 
concepto y se convierte en una tarea que nos remueve por dentro y 
puede hacer tambalearse nuestros esquemas conceptuales, 
referenciales y operativos». Todas las personas, cuando nos 
acercamos al paciente en situación terminal, manifestamos nuestros 
esquemas referenciales de la misma manera que pautamos un 
tratamiento o aplicamos una técnica. La propia posición del terapeuta 
o de cualquier persona que acompaña con respecto a la muerte y el 
morir es el elemento decisivo de la relación que se establece con el 
moribundo o con los allegados de éste, una vez fallecido. 

3. Liquidar un duelo implica acoger la vida 
En la dinámica universal y constitutiva de la vida, como apunta A. 
Pangrazzi en su libro citando a S. Spinsanti, «relación y separación no 
se excluyen, sino que se complementan. El que es capaz de encontrar 
sabrá también separarse, de igual modo que la separación es el 
prerrequisito de todo encuentro». En un buen trabajo de duelo, no 
basta con aprender a decir «adiós» a la persona significativa que se 
nos ha ido; es imprescindible además seguir estando abierto a la vida 
que fluye y que nos sigue reclamando cada día. De ahí que, cuando 
una persona se aferra al desvalimiento que conlleva su nueva 
situación, cuando después de un tiempo prudencial no es capaz de 
abrirse a su mundo cotidiano y reencontrar motivos para seguir 
viviendo, tiene el gran peligro de quedar sumida en un permanente 
estado de depresión más o menos larvada, o decimos que está 
viviendo un duelo patológico, enquistado. 
Hay dos características en las que la mayoría de autores coinciden 
para decir que un duelo está adecuadamente elaborado: 
- la capacidad de recordar y de hablar de la persona amada sin 
llorar ni desconcertarse;
- la capacidad de establecer nuevas relaciones y de aceptar los 
retos de la vida. 

Recuerdo el pensamiento final de Ponette, la niña de cuatro años 
que había perdido a su madre en un accidente cuando viajaban juntas 
en un automóvil. Tras una angustiosa e imparable búsqueda, a lo 
largo de toda la película, de J. Doillon llamando a su madre e 
inventando estrategias para reencontrarse con ella, cuando por fin 
pudo entablar un diálogo mediante la fantasía, Ponette marchó más 
reconciliada y serena de la mano de su padre, diciéndole convencida: 
«La mamá me ha dicho que aprenda a estar contenta». 

4. El trabajo de duelo: una tarea personal inaplazable 
Para entender un poco mejor el tema que nos ocupa puntualizamos 
con J. Bowlby3: 
* Aflicción: estado de una persona que experimenta dolor ante una 
pérdida y lo hace de una manera más o menos manifiesta. 
* Duelo: todos aquellos procesos psicológicos, conscientes e 
inconscientes, que la pérdida de una persona amada pone en 
marcha, cualquiera que sea su resultado. 
* Ritos de duelo (o luto): manifestación pública del duelo; o 
expresión social del comportamiento y las prácticas posteriores a la 
pérdida (H.I. Kaplan). 

4.1. Características de un duelo normal 
Algo que toleramos muy mal en nuestra cultura es ver llorar a la 
gente o a nuestros seres cercanos. Hasta casi hemos llegado a 
prohibir hacerlo a media población. «Los hombres no lloran», decimos 
convencidos. Pero no sólo no nos permitimos llorar, sino también el 
estar serios o tristes. Y lo que está claro es que la reacción o el 
sentimiento más apropiado para una situación de pérdida importante 
es la tristeza y su lógica expresión mediante el llanto. 
Alguien ha dicho con bastante buen criterio que, si la especie 
humana necesita nueve meses para gestar y alumbrar un hijo, quizá 
sean precisos otros tantos para hacer una buena despedida interna a 
un ser querido fallecido, culminando así el proceso de separación. No 
en vano, la sabiduría popular ha cifrado en torno al primer aniversario 
de la muerte del ser querido una fecha significativa para 
conmemorarla religiosa y humanamente y empezar a despojarse del 
luto. Pero antes, durante ese tiempo, ha debido darse un verdadero 
proceso interno de cambio y adaptación, que para muchos autores 
debe empezar a notarse ya a partir de los dos primeros meses de 
sobrevenir la pérdida. 

H.l. Kaplan4 aporta como características de un duelo normal las 
siguientes: 
- Aturdimiento y perplejidad ante lo ocurrido. 
- Dolor y malestar (llanto y suspiros). 
- Sensación de debilidad.
- Pérdida de apetito, peso y sueño.
- Dificultad para concentrarse, hablar... 
- Culpabilidad del superviviente. 
- Aparición de distintas formas de negación, como si esa persona no 
hubiera muerto. 
- Ilusiones y alucinaciones, en ocasiones. 
- Algunos fenómenos de identificación. 

J. Bowlby, uno de los mejores estudiosos del tema, señala como 
fases de todo duelo normal las siguientes: 
1. Embotamiento de la sensibilidad 
2. Anhelo y búsqueda de la figura perdida 
3. Desorganización y desesperanza
4. Reorganización interna. 

4.2. Distintos tipos de duelo atipicos 
Desgraciadamente, los que nos movemos en este campo, 
conocemos muchas situaciones de personas que no han resuelto 
positivamente sus duelos. Y de esta manera un duelo se vuelve 
crónico o queda sin resolver. Por tanto, el proceso queda bloqueado y 
el dolor no puede ser elaborado, obstaculizando seriamente el 
proceso de crecimiento o el equilibrio emocional de la persona. 

DUELO/NORMAL-ANORMAL: Según A. Pangrazzi y otros autores, 
lo que distingue el duelo normal del anormal o patológico es la 
intensidad y la duración de las reacciones en el tiempo. Se han 
descrito distintos tipos de duelo, que aquí sólo enumeramos: 
1. Duelo deformado (Lindemann, 1944) o crónico (Andersen 1949). 
Se arrastra durante años, y el superviviente es absorbido por 
constantes recuerdos y es incapaz de reinsertarse en el tejido social. 

2. Duelo ausente (Deutsch, 1937), diferido, inhibido o suprimido. 
Duelo retardado. Aquellas personas que en las fases iniciales del 
duelo parecen mantener el control de la situación sin dar signos 
aparentes de sufrimiento. Pero en ocasiones, tras meses o años de 
haber ocurrido la pérdida, basta un recuerdo o una imagen para 
desencadenar el duelo irresuelto que llevan dentro. 
3. Duelo eufórico, manifestado en dos formas:
- negando que la muerte ocurrió, manteniéndose por tanto la 
sensación de que la persona muerta continúa viva; 
- reconociendo que la persona ha muerto, pero con la total 
convicción de que ello ha sido para el propio beneficio de la persona 
que ha sufrido la pérdida. 
4. Duelo patológico. Encuentra su expresión en agotamientos 
nerviosos, síntomas hipocondriacos o identificación con el fallecido, en 
la dependencia de los fármacos o del alcohol; etc. En estos casos, la 
reacción a la pérdida o los mecanismos de defensa son de tal 
intensidad que la persona ha de recurrir a la ayuda profesional y 
terapéutica. 

4.3. El «trabajo de duelo»: un costoso camino interior 
Se conoce como «trabajo de duelo» el esfuerzo y la fatiga 
necesarios para elaborar los sentimientos ligados a la pérdida de una 
persona querida. Para la psicoanalista M. Klein5, con la muerte de 
una persona el allegado no ha perdido definitivamente a ese «objeto 
amado». Se puede volver a recuperar de otra forma sin necesidad de 
su presencia o posesión física, sino mediante la incorporación 
psicológica de los aspectos buenos de la persona perdida, a través 
del recuerdo y del afecto. Se daría con ello una verdadera 
reinstalación del «objeto bueno perdido» dentro del propio mundo 
interno de afectos. 
Para ello Worden6 establece cuatro elementos o tareas en el 
proceso de duelo que parecen resumir las etapas esenciales que 
debe recorrer la persona en duelo para desprenderse del pasado y 
crecer en nuevas direcciones de forma positiva: 
1. Reconocer la pérdida en todos sus aspectos (nivel mental) y 
aceptar su irreversibilidad (nivel afectivo). 
2. Liberar emociones o dar expresión al abanico de sentimientos que 
acompañan al duelo. 
3. Desarrollar nuevas habilidades y reconstruir aspectos del mundo 
interno dañados o necesitados de fortalecimiento. 
4. Reinvertir la energía emocional en otras relaciones o intereses. 
Abrirse a nuevos horizontes. 

Después de mi trabajo de acompañamiento psicológico de varios 
años junto a otro compañero, con profesionales del mundo de la salud 
que se encuentran próximos a la muerte ajena de forma persistente, 
hemos podido concluir, en una tarea previa y complementaria a las 
que apunta Worden y que consideramos de enorme importancia, que 
si de verdad queremos entender y reparar el hecho traumático de la 
separación de un ser querido -así como mejorar el estilo de crear y 
mantener los propios vínculos actuales- hay que analizar el estilo 
peculiar de establecer y vivir los vínculos por parte de cada persona. 
Moverse con distintas acciones y actitudes en todo ese abanico de 
tareas es lo que implica el ir haciendo un auténtico trabajo de duelo o 
ir acompañando a otra persona que se halla en tal situación. El 
profesional que tenga como tarea acompañar y atender al enfermo y a 
su familia en una situación de enfermedad terminal, o el pastoralista o 
voluntario que quiera ser eficaz en su tarea, tienen que conocer 
perfectamente este proceso para acompañar y sugerir pautas y 
caminos, pero respetando ritmos y estilos personales; conociendo los 
pasos a dar y por dónde se mueve la persona en duelo, pero sin 
nerviosismos ni aceleraciones. En el tema del duelo, redescubrir el 
valor del acompañar el proceso en silencio es una gran conquista. 
Quizás es más importante acompañar sin decir nada y sin que nos 
incomode su silencio que poder confundir o aturdir al otro con una 
serie de palabras huecas que posiblemente no le digan nada en 
momentos tan significativos como éstos. 

5. Ayudar a morir o a hacer el duelo implica aprender a vivir
Tras muchas horas de trabajo en grupo con profesionales y 
voluntarios del ámbito de la salud que se hallan próximos a la muerte 
ajena de forma persistente7, hemos llegado a la conclusión de que 
ayudar a morir a otros o acompañar en el duelo a los suyos, si está 
bien integrado como tarea propia, conlleva indefectiblemente a un 
deseo de vivir más plenamente, de forma más gozosa y más 
consciente. 
En un planteamiento de síntesis, diríamos que nuestro propósito 
como facilitadores grupales de un trabajo sobre elaboración del duelo 
es el de suscitar y acompañar a los participantes a que, desde el 
descubrimiento y la familiarización con el propio mundo de pérdidas 
reales (personales o de ámbito profesional), puedan confrontarlas 
paulatinamente de forma consciente. Y desde ahí descubrir y ensayar 
distintos elementos de solidificación del propio mundo interno. 
A nuestro modo de entender, los profesionales y voluntarios que 
trabajan en tan estrecho contacto con la muerte necesitan en algún 
momento de su vida tomarse un tiempo y un espacio lleno de oxígeno 
y de reposo iluminador y sugerente para ir poniendo en orden esa 
cierta confusión y ansiedad que, a veces sin ni siquiera percatarse, 
les impacta en el día a día. Con nuestro trabajo deseamos propiciarles 
un contexto y una dinámica apropiada para ir elaborando sus propios 
duelos, ya que estamos convencidos de que para una adecuada 
comprensión y acompañamiento del duelo ajeno es preciso que haya 
habido antes una confrontación y reconciliación con el propio mundo 
de pérdidas, intentando además de manera inexcusable una 
aproximación a la muerte personal, aunque sólo haya podido ser 
mediante la fantasía guiada. 
Desde ahí, y solo desde ahí, estas personas que quieren realizar de 
forma renovada su tarea pueden entrar en el duelo ajeno y moverse 
entre personas y compañeros que ordinariamente huyen de esta 
realidad o se defienden como pueden ante ella, porque nunca se han 
preocupado de ello o nadie les ha enseñado a habérselas con la 
realidad evidente de la muerte o a manejar el nuevo lenguaje de los 
sentimientos. 
Después de muchas horas de trabajo grupal compartido, cada vez 
estoy más convencido de que seguramente mueran y ayuden mejor a 
morir a otros aquellos que realmente se han preparado para ello. Y 
ésta es una tarea tan personal y delicada que exige mucha 
dedicación, fortaleza y honestidad. 

6. Cómo acompañar a una persona en duelo 
Acompañar a una persona hasta la muerte es una tarea hermosa y 
nada fácil; pero seguir acompañando a sus familiares y amigos, 
especialmente a los más frágiles, después de que aquélla ha muerto, 
no deja de ser una tarea delicada y de gran importancia para la salud 
mental de dichas personas y del propio grupo familiar. Los hospitales 
y las parroquias deberían hacer llegar su influjo benéfico más allá de 
los límites físicos de sus paredes, acompañando durante un tiempo 
apropiado a las personas en sufrimiento tras la muerte de un ser 
querido muy significativo. Sería la mejor forma de prevenir, más que 
de tener luego que curar. Y también una de las mejores y más 
entrañables formas de evangelizar acompañando el dolor de los 
propios feligreses. 
A. Pangrazzi ha dedicado dos capítulos completos de la obra citada, 
que recomendamos encarecidamente a todos, deteniéndose en 
proponer un doble vocabulario: 
- el de la esperanza: para el que está de luto
- el de la misericordia: para el acompañante. 

En el tema del acompañamiento en el duelo, la demanda más 
persistente es la de cómo hemos de comportarnos, qué se ha de decir 
en estas situaciones, cómo acompañar el proceso. Todos pedimos 
fórmulas para no errar. A. Pangrazzi, como fruto de su extensa 
práctica de relación de ayuda en este campo y de su reflexión para la 
práctica pastoral, nos ofrece un abanico de sugerencias que 
considero de gran interés para todos los que sistemáticamente -por su 
dedicación profesional- o puntualmente -por alguna tarea 
encomendada como asistentes voluntarios- han de acompañar a 
personas en situación de duelo. En aras de la brevedad, y remitiendo 
a leer directamente la aportación de este autor, me limito a 
enumerarlas como colofón de este trabajo: 
1. Familiarizarse con el proceso de duelo 
2. Evitar las frases hechas 
3. Acoger y provocar los desahogos 
4. Revalorizar los signos de presencia y cercanía 
5. Mantener los contactos 
6. Cultivar los recuerdos 
7. Ayudar a elegir y tomar decisiones 
8. Ser símbolos de esperanza 
9. Movilizar los recursos comunitarios
10. Ayudarle a descubrir nuevos motivos para vivir. 

Termino como lo hace Earl A. Gollmann8 en su obra sobre el duelo, 


«Eres más consciente que antes 
de lo que es importante 
y lo que es trivial.
Tu ser querido vivió. 
Pero tú aún estás vivo. 
'Vale la pena esperar el futuro'» 
(H. David Thoreau) 

«Has cambiado 
Has 'crecido'. 
Por primera vez comprendes 
lo que el salmista quiso decir al exclamar: 
'Sí, aunque tenga que PASAR POR 
el valle de la sombra de la muerte'. 
Las palabras importantes son 
«PASAR POR» 
Tú PASAS POR. 
No te quedas donde estabas 
La vida es para los vivos. 
·MARTÍN-Ramón _SAL-TERRAE/97/02 Págs. 155-164
........................
1. A. PANGRAZZI, La pérdida de un ser querido: un viaje dentro de la vida, Ed. 
Paulinas, Madrid 1993. 
2. Helen F. DURKIN, «Tratamiento de la enfermedad, la muerte y la idea de morir en 
psicoterapia de grupo analítica»: Dynamic Psychoterapy, 1986.
3 John BOWLBY, La pérdida afectiva. Tristeza y depresión, Ed. Paidós, Barcelona 
4. H.l. KAPLAN, Sinopsis de PsiquiatrÍa, Ed. Médica Panamericanas Madrid 1996.
5. M. KLEIN, El duelo y su relación con los estados rnaníaco-depresivos, Ed. 
Paidós-Hormé, Buenos Aires 1983. 
6. W. WORDEN, Crief counseling and grief therapy, Springer, New York 1982. 
7. R. MARTIN Y J. SÁNCHEZ BRAVO, «Elaboración del duelo en profesionales de la 
salud», Comunicación en el I Congreso de la Sociedad Española de Cuidados 
Paliativos, Barcelona 1995.
8. F.A. GROLLMAN, Vivir cuando un ser querido ha muerto, Ediciones 29, Barcelona 
1986