La República, de Platón
Libro X
El diálogo se inicia presentando a Sócrates y a Glaucón en el Pireo, luego
de asistir a las fiestas de la Diosa Bendis o Atenea. En la ciudad se encuentran
con Polemarco, quien estaba acompañado por Adimanto, Nicerato y algunos otros
que también regresaban de las fiestas. Polemarco invita a Sócrates a su casa, quien acepta. En la casa Sócrates, se encuentra con Céfalo, quien lo saluda cordialmente.
Sócrates demuestra mucho agrado por poder conversar con alguien de su
experiencia en la vida y le pregunta, como considera a la ancianidad. Céfalo, le responde, que si bien lo acompañan algunos deterioros, estos le
traen algunas recompensas y agrega que no saber tolerar la vejez depende no de
los males humanos, sino del carácter. Sócrates opina que si bien su vejez es buena, lo que influye es su riqueza. El anciano, le contesta, que la riqueza tiene sus ventaja que es la de pagar
deudas, tanto a los dioses como a los hombres. Pero no es la cuestión de la
riqueza o de la pobreza la que preocupa a los hombres, sino la conciencia de
haber sido justo o injusto durante su vida. Sócrates expresa: "Pero, ¿es propio definir la justicia haciéndola
consistir simplemente en decir la verdad y en devolver a cada cuál lo que de él
hemos recibido? ¿O no es ello justo o injusto según las circunstancias?" Céfalo acepta lo expresado por Sócrates, y son interrumpidos por Polemarco,
exponiendo lo que dijo el poeta Simónides: "Es propio de la justicia devolver a cada uno lo suyo." Céfalo, pide retirarse, ya que debe terminar sus sacrificios, dejando a su
hijo para continuar con el diálogo. Sócrates acepta que Polemarco continúe con el diálogo y además le
solicita que explique lo que expresó Simónides, puesto que el no lo ha
comprendido. Luego de un extenso diálogo socrático, Polemarco modifica la definición
dada anteriormente y dice, Justicia es hacer el bien al amigo que es bueno y
perjudicar al enemigo que es malo. Trasímaco interrumpe el diálogo y le pide enérgicamente a Sócrates que
termine de hacer preguntas y obtener respuestas, sin dar nunca ninguna opinión. "¡Exijo una contestación precisa!" Sócrates sorprendido y algo asustado trata de calmarlo y le dice que si
tiene una definición de que es la justicia, dé su opinión. Explica que no dirá nada hasta que no reciba su dinero. A tal solicitud
Glaucón y los demás están dispuestos a pagarle, con tal de escucharla. Trasímaco dice: "Sostengo yo, que la justicia no es otra cosa que lo que conviene al más
fuerte." Sócrates, le dice, que no entiende si puede explicarlo. Trasímaco, molesto por sus preguntas y su constante pedido de aclaración
accede y explica; que algunas ciudades se rigen por tiranías, democracias o
aristocracias y que esta tiene el poder de dictar las leyes que les convienen a
cada uno. Y su pensamiento es que todas las ciudades, la justicia no es sino
conveniencia del gobierno establecido y éste es el que tiene el poder. Sócrates y Trasímaco luego de un largo diálogo acuerdan que: El arte de la medicina consiste no en negociar sino en curar a los enfermos
.El pilotaje de un barco, se define no por ser el piloto simplemente un marino,
sino el que ejerce el mando en la nave. En relación a la conveniencia de las diferentes artes, Sócrates realiza su
análisis. Las diferentes artes no ordenan lo conveniente para ellas mismas, sino para
otros. Por lo tanto, la medicina busca lo conveniente, no para sí mismo, sino
para el enfermo. Del mismo modo, el patrón del barco no ordena lo conveniente
para sí, sino para la tripulación entera. En conclusión, nadie que tiene gobierno (sea el arte que sea) en cuanto
gobernante ordena lo conveniente para sí mismo, sino lo conveniente para el
gobernado. Trasímaco, descalificándolo, le contesta que así como no se engordan las
ovejas para otros, tampoco se practica la justicia en beneficio de los demás,
sino de uno mismo. Además según su opinión la injusticia es sabiduría y virtud, sobre todo
cuando es perfecta y subyuga ciudades y naciones. Sócrates, le responde: "De igual modo, antes de haber resuelto la primera
cuestión que nos planteamos, es decir, en qué consiste la justicia, la dejé
de lado y me lancé al examen de si era vicio e ignorancia o sabiduría y
virtud; y al plantearse después la cuestión de si la justicia es más
ventajosa que la injusticia, abandoné la segunda y me lancé en pos de esta última. De suerte que en todo el
curso de nuestro diálogo he llegado a la conclusión de que nada sé. En,
efecto, no sabiendo lo que es la justicia, mal puedo saber si es o no una
virtud, y si el que la posee es feliz o desgraciado." Quién inicia este diálogo es Glaucón, que no aprueba la
retirada de Trasimaco, ni tampoco que Sócrates no exprese una definición
precisa de lo que es la justicia. Luego de esta explicación describe tres clases de bienes que
se persiguen como; la alegría, los placeres sin mezcla de mal y la gimnasia, la
curación de una enfermedad, el ejercicio de la medicina y cualquier otra
profesión lucrativa, de estos últimos podría decirse que son penosos, pero útiles. Sócrates, reconoce estos bienes, pero le aclara que no
entiende que se propone. Glaucón, le pregunta, en cual de ellos ubicaría la
justicia. Sócrates, le dice: "Por supuesto que en la mejor, o sea, entre aquellos
bienes que hay que amar por sí mismos y por sus consecuencias, si quiere uno
ser feliz." Glaucón, le explica, a Sócrates que va a elogiar la vida
del injusto y al hacerlo quiere demostrarle de qué modo quiere oírle atacar la
injusticia y alabar la justicia. Comienza su exposición sobre la naturaleza y el origen de la justicia, la
cual dio origen a las leyes y a las convenciones. Prosiguió planteando que la
experiencia estaría a favor de lo afirmado por Trasímaco. Mencionan la leyenda
del anillo de Giges y plantea: ..."Como dicen los defensores de la doctrina que expongo, todo hombre
cree, con razón, que la injusticia es más útil que la justicia." Cuál sería la conducta del hombre, si según la experiencia general,
parecería que la injusticia y la justicia sólo deberían apreciarse de acuerdo
con los resultados favorables o desfavorables que proporcionan. Sócrates tenía el propósito de contestarle, pero su hermano Adimanto tomó
la palabra y dijo: "¿Crees tú Sócrates, que la cuestión ha sido suficientemente
debatida?" Sócrates y Adimanto acuerdan, que supla a su hermano en lo que haya omitido.
Este expresa que por las costumbres de la religión popular, desde los tiempos
de Homero y Hesíodo hasta la actualidad el injusto, logra hacer olvidar sus crímenes
mediante espléndidos sacrificios y oraciones. Los poetas y escritores están de
acuerdo en afirmar que la virtud es honorable, pero que casi siempre va acompañada
de sufrimientos; mientras que el vicio, a pesar de que se conviene en
considerarlo deshonroso, es ciertamente agradable. Explica, las consecuencia que se deducirá de todo esto, y es que el joven
inteligente llegará a la conclusión de que su felicidad radica en practicar la
injusticia y evadir sus posibles consecuencias desagradables, utilizando la
astucia o buscando una adecuada asociación que lo proteja. Aclara además, que existen entidades políticas que lo defenderán, y puede
también, mediante regalos, eludir la aplicación de la ley. En cuanto a la
religión, en caso de que existieran dioses, éstos no se interesan por los
seres humanos. Adimanto, prosigue con su diálogo aclarando que tanto Trasímaco o cualquier
otro, podrían alegar sobre la justicia y la injusticia, tergiversando la
esencia de una y otra. Pero, que espera de Sócrates, el elogio de la justicia y
la condena de la injusticia, que les haga ver los efectos que una y otra,
producen en quienes las posean, por ser la una un bien y la otra un mal. Sócrates elogia a los hermanos por sus exposiciones y luego de un diálogo
con estos les dice: "Si admites una justicia para el individuo,¿no admites también otra
justicia para la ciudad entera?" Sócrates, les dice, que primero examinará como se aplica la justicia en al
Estado. Para ello utilizará el ejemplo, de seguir el crecimiento en una ciudad
típica o modelo, a fin de descubrir mejor dónde radican la justicia y la
injusticia. Aspira a la presentación de un gobierno que sea por sí mismo la
encarnación de lo justo. Gradualmente, Sócrates, explica la concepción del
Estado perfecto. Una organización social simple, reducida a lo mínimo. La ciudad se basa en el principio de la especialización de modo que el
hombre deje de ser solitario y obtenga y preste ayuda. Requiere para su
funcionamiento la especialización en el trabajo. El Estado se agrandará
y necesitará de más territorio por lo que esta ciudad ideal no queda excluida
de la posibilidad de la guerra, que puede surgir en cualquier momento. Entonces
será preciso que los soldados, en esta organización del Estado, sean
especialistas; además de tener en cuenta sus dotes naturales, se los adiestrará
en forma adecuada. Según ello pregunta: "¿Será fácil encontrar una mejor que la establecida entre nosotros
desde hace largo tiempo y que consiste en educar el cuerpo por la gimnasia y el
alma por la música?" Su diálogo continúa enunciando que cosas le serán permitidas a los
guerreros y cuales no. A tal punto que acomodarían los poemas de Homero para
que los maestros los utilicen solo con el fin de educar guardianes piadosos y
semejantes a los dioses en tanto que la naturaleza humana lo permita. "Estas son- dije- las normas de las narraciones sobre los dioses que,
según nuestro parecer, conviene que oigan o no oigan desde la infancia los que
han de honrar a esos mismos dioses y a sus padres y apreciar sobremanera la
amistad" En su educación se deberán censurar los mitos y fábulas ya que se las
considera como mentiras y que presentan a los dioses y a los héroes llorando,
riéndose incorrectamente, mintiendo, utilizando un lenguaje injusto y lamentándose,
las cuales son peligrosas. Se les leerán los pasajes, en que los héroes
aparecen leales, valientes, templados, desinteresados y dóciles a sus jefes,
los cuales serán sus modelos. No admitirán en el Estado a los poetas. Se los despedirá pero, antes se les
rendirá un homenaje con perfumes y guirnaldas.. Siguiendo con el plan de educar a sus soldados, Sócrates, le pregunta a
Adimanto: "¿No debemos examinar ahora el carácter del canto y de la melodía? Adimanto acepta, pero Glaucón riéndose, le expresa a Sócrates no está en
condiciones de responder aunque lo sospecha. Sócrates, le replica que hay en un punto que sí puede responderle ,en que
la melodía está compuesta por tres elementos: letra, armonía y ritmo. La regla a la que arriban es, que la armonía y el ritmo respondan a las
palabras y estén a ellas subordinadas, porque a una narración simple le
corresponde una armonía sencilla y varonil que penetre el alma de los guerreros
y el ritmo deberá expresar lo mismo. El sentimiento de lo bello es el que deben cultivar desde muy temprano y
desenvolver en el alma de los jóvenes, para que aprendan, no solo a amar la
belleza, sino también ponerse con ella en el más perfecto acuerdo. Luego, Sócrates, le plantea: "Después de la música, la educación gimnástica ha de formar a los jóvenes." Aceptando la necesidad de una gimnasia desde la infancia y el curso de la
vida, que ejercite el cuerpo una vez cultivada el alma, sin exceso y de una
alimentación sin condimentos, los cuales traen desarreglos y enfermedades. Sócrates
aclara que cuando un Estado necesita médicos y jueces para remediar los desórdenes
del cuerpo y del alma, es una señal de que el Estado carece de fuerza..Sí, es
necesario aceptar la medicina en casos de necesidad y jueces para los casos de
diferencias entre unos y otros, pero debe estar compuesta de ancianos dotados de
almas virtuosas y buena las que no tendrán dificultad para para arreglar los
conflictos. Acuerdan, que deben evitar el abuso de la música, para no afeminar las almas
y el exceso de ejercicios físicos para no lograr temperamentos brutales. Es
necesario un acuerdo armonioso entre lo físico y lo moral de los guerreros para
lograr una educación adecuada. Sócrates afirma: "En nuestra ciudad, Glaucón, nos será siempre necesario un gobernante
que reúna estas condiciones, si queremos que subsista su organización política." Para esto, Sócrates, propone como condiciones que los gobernantes deben ser
los ancianos, entre ellos los mejores guardianes y que luego de un examen, sea
el más dispuesto para cumplir con lo que es útil para la ciudad. Propone además un régimen conveniente de vida y alojamiento.En primer
lugar, ninguno tendrá nada que le pertenezca, excepto los objetos de primera
necesidad; segundo, ninguno tendrá casa donde no pueda entrar todo el que
quiera. En cuanto a sus alimentación recibirán de los demás ciudadanos
aquellos que puedan necesitar como recompensa de la defensa que les prestan, sin
que nada les sobre, ni les falte. Harán vida en común y sus comidas serán
colectivas, como soldados en campaña. Ellos, entre todos los ciudadanos, son los únicos que no podrán tocar ni
oro ni plata, ni entrar en casas donde los haya, ni llevarlos sobre sí, ni
beber en vasos o manejar utensilios de oro y plata. De esta manera podrán salvarse ellos y ser la salvación de la ciudad. "Tales razones me han llevado a determinar el alojamiento de los
guardianes y de cuanto debe pertenecerles. ¿Conviene dictar una ley que lo sancione? -Sin duda -respondió Glaucón. Adimanto, realiza la objeción que estos guerreros, privados de todos los
bienes que se refieren a la vida, más semejante a auxiliares a sueldo, sin otra misión que defenderla,
no será muy dichosa. Sócrates responde: "Sí , y además no ganan más paga que el sustento, pues aparte de é1
no reciben salario alguno, a diferencia de los otros ciudadanos, de modo que no pueden salir de la ciudad
por su propio placer, ni gastar el dinero con cortesanas, ni emplearlo, aunque
lo quisieran, en tantas cosas en que lo usan aquellos que son tenidos por
dichosos." Expresa que quizá puede ser feliz, pero que de todos modos esto nada
importa. Al constituirlos en guardianes de la ciudad, no es su felicidad la que
se tiene en cuenta, sino el bien de la ciudad. El interés de algunos no merece
ninguna consideración cuando se trata del interés general. Tan pronto como éste
se halle asegurado, cada uno gozará, según su ocupación, de la felicidad que
esté naturalmente unida a ella. Lo importante es que cada ciudadano y cada
clase se mantenga en su puesto. A este fin se fijaran las leyes contra la opulencia y la pobreza ,contra la
extensión de los límites del Estado, contra las innovaciones en la educación
y sobre los hábitos y costumbres de los jóvenes. Aclara que una generación
bien formada y educada proporcionará mejores padres para la próxima. Por lo
tanto no creen necesario dictar leyes sobre los convenios de compra y venta,
sobre las injurias, las demandas de justicia y los nombramientos de jueces,
sobre la fijación de impuestos y lo relativo al mercado urbano o marítimo y
otras cosas semejantes. A partir de aquí, Sócrates, expresa que ha quedado fundada la ciudad y si
está bien constituida debe tener todas las virtudes: la prudencia, el valor, la
templanza y la justicia. Según Sócrates: " La ciudad que hemos descrito me parece en verdad prudente, por ser
acertada en sus deliberaciones." La prudencia se encuentra en la ciudad, en los gobernantes y que entre todas
las ciencias es la única que merece llamarse prudencia. " En cuanto a la cualidad que se llama valor, y a la parte de la ciudad
en que reside, no me parece difícil descubrirlo." El valor se encuentra en la misma clase de ciudadanos, los guardianes, por la
educación que han recibido y es una cualidad propia de la ciudad. "Dos cualidades quedan aun por descubrir en la ciudad, la templanza y,
por último, la justicia, que es el objetivo de nuestras investigaciones. Aquí, Sócrates, explica que la templaza consiste en la armonía entre la
prudencia y el valor, está entre lo menos bueno y lo mejor por naturaleza que
hay en la ciudad o en una persona. Luego de un largo diálogo llegan a la
conclusión que la justicia, consiste en ocuparse únicamente de los propios
asuntos. Es el origen de las tres virtudes: prudencia, valor y templanza, es
decir la virtud que concurre con las otras a la perfección de la ciudad. Si
sucediera lo contrario, la usurpación de los derechos del otro, eso es
injusticia. Sócrates dice: "Si la idea de justicia, tal como acabamos de exponerla, se aplica a
cada hombre en particular, y la seguimos reconociendo como justicia, tendremos
necesariamente que aceptarla, pues, ¿qué más podríamos decir? EI caso
contrario, seguiremos investigando por otro lado. Pero, de momento, terminemos
la investigación en que venimos ocupándonos persuadidos de que nos sería más
fácil reconocer la justicia en el hombre si antes procuramos observarla en un
modelo más grande que la contenga. Ahora bien, nos pareció que ese modelo más
grande era la ciudad, y la fundamos lo más perfecta posible porque sabíamos que la justicia se encontraría en una
ciudad bien organizada. Traslademos, pues, al individuo lo que descubrimos allí;
si existe paridad entre una y otro, todo andará bien; pero si encontramos
alguna diferencia en el individuo volveremos de nuevo a la ciudad para
profundizar nuestra investigación, puede que al compararlos y al frotarlos, por
así decirlo, una con el otro, logremos que brille la justicia como surge el
fuego de dos leños secos, y una vez que se manifieste podamos confirmarla en
nosotros mismos." Estas virtudes, son necesarias también para la perfección del individuo. Se
comprueba por la existencia en el alma de tres facultades que corresponden a las
tres clases que forman el Estado. Resulta obvio que el carácter que atribuimos
a una comunidad es el resultado de lo que son sus integrantes. Lo difícil es
determinar si obramos movidos por tres principios diferentes o por uno solo,
esto es, si el alma, toda entera, interviene en cada uno de nuestros actos. Si hubiera conflicto entre la razón y el apetito, el coraje, a no ser que el
alma esté pervertida, se inclinará por la razón. La unidad del alma se
demuestra mediante varios ejemplos, de modo que las virtudes quedan definidas en
sus relaciones con el individuo, a la manera de cómo se aplicaron en el Estado.
La justicia consiste en que cada una de las facultades cumpla en el alma y en el
individuo con la función que le ha sido asignada. La injusticia se deriva del
no cumplimiento de las funciones adecuadas y propias. Por lo tanto, justicia es armonía y salud del alma, mientras que injusticia
es enfermedad y discordia. Esta es la respuesta al problema con que se
había iniciado el diálogo. Si la vida no vale la pena de vivirse cuando
el cuerpo está enfermo, mucho menos cuando está enferma el alma. Una vez
llegado a este punto, Sócrates propone que se revisen los modelos de degeneración
tanto en el Estado como en el hombre, a fin de comparar su infelicidad con la
felicidad del hombre justo y del Estado ideal. Luego de un diálogo que mantienen entre Adimanto, Polemarco y Glaucón,
puestos de acuerdo, le dicen a Sócrates que no han tratado el tema de las
mujeres y los hijos. Sócrates, expresa, que deberán volver a tratar un asunto que tendrían que
haberse ocupado antes: "Para hombres nacidos y educados como los que hemos descrito no hay, en
mi opinión, otra recta norma de posesión y trato de las mujeres y de los hijos
que la que se deduce de hacerlos seguir el camino que trazamos al principio.
Comparamos a esos hombres, creo, con los guardianes de un rebaño." Sócrates, opina, que las mujeres y los niños de los guardianes se
convierten en bienes comunes. En primer lugar enseña que las mujeres poseen las
mismas capacidades que los hombres, aunque generalmente en grado menor; por lo
tanto, nada se opone a que participen de la misma educación y ocupaciones que
los guardianes. Hombres y mujeres pueden colaborar y trabajar para el mismo fin. Con miras a un más seguro éxito de las tareas y objetivos propios de los
guardianes, propicia una especie de matrimonio común, que mejoraría la raza,
libraría a las mujeres de obligaciones insignificantes y contribuiría a una más
completa unidad y armonía de sentimientos en el Estado. Sócrates pronuncia en general los ideales, tanto en arte como en política,
que sean o no completamente realizables . Se trata de una ciudad ideal o modelo, en la cual se supone que todo es
perfecto porque sus diversas partes contribuyen al debido equilibrio, contra
aquellos que la critican desde una realización concreta en un mundo de seres
imperfectos que no se ajustan ni pueden ajustarse a su cumplimiento integral. A continuación, Sócrates, se propone averiguar que defectos impiden las
otras ciudades el ser gobernadas como la que plantea y cual es el cambio que
debe introducir para que se asemejen a lo que han organizado. " En tanto que los filósofos no reinen en las ciudades, o en tanto que
los que ahora se llaman reyes y soberanos no sean verdadera y seriamente filósofos,
en tanto que la autoridad política y la filosofía no coincidan en el mismo
sujeto, de modo que se aparte por la fuerza del gobierno a la multitud de
individuos que hoy se dedican en forma exclusiva a la una o a la otra, no habrán de
cesar, Glaucón, los males de las ciudades, ni tampoco, a mi juicio, los del género
humano, y esa organización política cuyo plan hemos expuesto no habrá de
realizarse, en la medida de lo posible, ni verá jamás la luz del sol. He aquí
lo que desde hace tanto tiempo vacilaba en decir por darme cuenta de que repugna
a la opinión general. Para la mayoría de las personas, en efecto, es difícil
concebir que la felicidad pública y privada no pueda alcanzarse en una ciudad
diferente de la nuestra." Glaucón alaba a su maestro y continúan con el diálogo en el cual distingue
tres clases de hombres : los ignorantes, que no saben nada; los que creen saber,
que en lugar de ciencia tienen opiniones, porque se dejan llevar por
apariencias; los filósofos, aquellos que se aplican a la contemplación de la
esencia de las cosas. Los filósofos se interesan por el ser, son los únicos
que poseen la ciencia de lo bello, del bien, de lo justo y de lo injusto. Sobre este supuesto se basa la afirmación de que los filósofos tienen que
ser gobernantes o los gobernantes filósofos, si se quiere que tal clase de
Estado exista en el mundo.
"En fin Glaucón, después de muchas dificultades y de una discusión bastante laboriosa, hemos establecido la diferencia entre los filósofos y los que no lo son".
Según expresa Sócrates, el gobierno, no se confiará a ciegos conductores de ciegos, sino solamente a los que posean ideales claros; aunque se ha de procurar también que no les falte experiencia.
Los amantes de la verdadera filosofía están destinados al gobierno del Estado ideal, porque se consagran a las ideas abstractas y a una concepción sistemática y coherente de la vida.
El diálogo se desarrolla luego con la objeción de que la mayoría de los que se llaman filósofos no son capaces de gobernar ni aptos para ello. La culpa no está en la filosofía. Muchas son sus virtudes, pero también se halla expuesta a múltiples tentaciones: la riqueza, la belleza, etc., o el halago de la multitud.
No considera verdaderos filósofos a aquellos cuya ciencia consiste en conocer y complacer los instintos, los gustos de la multitud heterogénea que se reúne para satisfacer sus instintos, opinando sobre ciencia,
pintura, música o política.
Es así como la filosofía, abandonada por los verdaderos sabios, cae en poder de personas indignas, deslumbradas por los hermosos nombres que se le aplican y sus brillantes apariencias. Por descalificada que esté, comparada con otras profesiones, proporcionará todavía gran prestigio entre los hombres
La consagración exclusiva a la filosofía será la recompensa y el coronamiento de una vida empleada en servicios militares y políticos en el Estado. Ésta es la clase de hombres que debe ejercer el gobierno para que se organice una ciudad perfecta, tanto entre los griegos como entre los bárbaros. El filósofo está por encima de los celos y la envidia: por tener sus ojos fijos en los modelos celestes, se esforzará como gobernante en reproducir, con los materiales de la vida, aquella imagen del hombre que Homero presenta como semejante a un dios. Su reino en la tierra puede parecer un sueno, pero no es totalmente imposible.
Puesto que el filósofo es la piedra angular del nuevo listado, su formación será objeto de especiales cuidados.
No basta el método, que se aplica generalmente, de definir las tres virtudes en relación con las tres facultades del alma. Hay un camino más largo que están obligados a seguir, aquellos que quieren lograr el más elevado de todos los conocimientos, esto es, la idea del Bien. El bien es la base de la ciencia, la ética y la política. El hombre común se maneja con conocimientos prácticos pero el filósofo tiene que estar en condiciones de explicar razonadamente por qué es "bueno" o deseable ser valiente, casto, etc.
Tal razón se basa a la postre en una concepción del sumo bien. La actitud del filósofo en relación al sumo bien, según Platón, se resume en poseer un concepto adecuado, estar en condiciones de definirlo, demostrar su superioridad con argumentos y defenderlo contra los opositores y, por último, en poder deducir sistemática Y evidentemente sus consecuencias éticas y prácticas
Sócrates, utiliza una comparación explicar que los que viven en este mundo se parecen a seres encerrados en una caverna, donde se hallan encadenados contra un fuego que arde a sus espaldas, de modo que sólo contemplan las sombras que pasan por delante, proyectadas por objetos que se mueven entre ellos y el fuego. Al sostener los hombres comunes que las sombras son la realidad, se oponen a los filósofos
empeñados en contemplar el reino del día y de la brillante luz, causa última de todo. Quien haya logrado esta superación, no apreciará en lo más mínimo la sabiduría que afirman poseer los moradores de la caverna.
Es preciso que la inteligencia, contrariamente a lo que enseñan los sofistas, pase de las sombras a la realidad. Desde la juventud debe aspirarse a este fin mediante la represión de la naturaleza sensible y la elevación de la mente a realidades más elevadas. Por eso, la ciudad ideal no tiene que ser gobernada por los que se demoran en lo sensible, sino por los filósofos que han visto la verdad, el verdadero Sol.
Tal es la condición del Estado perfecto: los gobernantes no han de buscar el gobierno con miras al provecho propio; en cambio, condescienden a hacerse cargo del mismo, renunciando a su pesar a una vida más elevada.
Sócrates plantea la educación que deben recibir:
"Será pues necesario dedicarlos desde la infancia al estudio de los números, de la geometría y de toda la educación propedéutica que debe impartirse antes que la dialéctica, pero sin obligarlos a aprender por la fuerza."
Describe luego las ciencias a que debe consagrarse el que está destinado a gobernar el Estado. Se trata de elevarlo de la zona de las tinieblas a la realidad. La aritmética es la ciencia más adecuada para ello, y
también aquellas otras relacionadas con la aritmética, como la geometría, plana y sólida, y la astronomía.
Presentan contradicciones aparentes que invitan a la reflexión; presuponen y desarrollan la facultad de concebir abstracciones y razones en forma consecuente, lo cual es indispensable para
la aprehensión del "bien".
Pero estos estudios no son sino preparatorios para la dialéctica, que corona la educación propia del filósofo. Es la única que nos proporciona una visión sinóptica de todo saber.
El filósofo debe ser capaz, al renunciar a las imágenes sensibles y a las hipótesis, de elevarse, por medio de las ideas puras de la razón, a la idea del bien (pues éste es el más elevado principio)y de allí descender a lo particular de los sentidos. La dialéctica es la única ciencia que busca la verdad por sí misma, sin motivos ulteriores.
La más elevada educación debe reservarse a los que se mostraron más capaces y dignos de aquella durante la juventud; de lo contrario, la filosofía quedará expuesta al ridículo y a la vergüenza. En la infancia, la instrucción será grata, algo así como un juego para discernir la capacidad natural de los niños. Durante los
años consagrados a los ejercicios gimnásticos, se deben intercalar estudios más severos. Sólo a los veinte años se llevará a cabo una selección de los mejores discípulos, con la supervisión de la relación y conexión de los estudios ya realizados. Finalmente, a los treinta años tiene que hacerse una selección definitiva, de la cual surjan los que se consagrarán a la dialéctica. Siguiendo este proceso selectivo, no se corre el peligro de perturbar la moral y la religión al discutirse sus problemas por mentes inmaturas. Una inteligencia sobria y desarrollada no se intoxicará con discusiones, sino que distinguirá entre la investigación de la verdad y una heurística capciosa. Cinco años se consagrarán al estudio de la
dialéctica. A Los treinta y cinco años, quienes hayan completado estos estudios, de nuevo descenderán a la "caverna" y participarán durante quince años en las tareas de la paz y de la guerra. Aquellos que surjan triunfantes, a la edad de cincuenta años, se convertirán en los verdaderos gobernantes y guardianes del Estado. Fijos sus ojos en la idea y modelo del bien, procurarán realizarlo en su propia vida y en el gobierno de la ciudad, dedicándose principalmente a la filosofía, pero participando también en el servicio del Estado. Así, una vez muertos, partirán a la isla de bendición y recibirán los honores debidos a los dioses.
Glaucón, exclamó:
"¡Sócrates, los gobernantes cuya imagen acabas de esculpir son de una belleza perfecta!"
Sócrates a partir de esto le aclara que no solo se refiere a gobernantes sino también a gobernantas, las cuales hayan sido dotadas de aptitudes apropiadas.
Sócrates, le aclara a, Glaucón, las cosas que han admitido para que la ciudad esté bien organizada, en las deben ser comunes las mujeres, los hijos, la educación, las ocupaciones de los gobernantes.
Para llegar a su perfección es más evidente si la compara con especies de gobierno degenerativas o inferiores. Genéricamente se reducen a cuatro: la timocracia, la oligarquía, la democracia y la tiranía.
Sócrates, desde el Estado ideal o aristocracia, muestra cómo, por sucesivas corrupciones, se desciende a la tiranía. Todo esto con miras a resolver la cuestión que se ha planteado previamente: la relativa felicidad del hombre justo o del injusto. El entendimiento, explica, no alcanza a comprender las causas de la degeneración, si desconoce aquella enseñanza de las musas de que todo lo que tiene un principio está sometido también a un fin. En el Estado perfecto, por descuido o por imposibilidad de control de los guardianes, pueden surgir personas ineptas para el gobierno. Si llegan a gobernar, vigilarán menos la pureza del Estado.
En su fuero íntimo anidará un anhelo de riquezas y de lujo que hasta entonces sólo se reprimió por miedo a la ley y no por una verdadera vocación filosófica.
La timocracia, entonces, engendra la oligarquía. Es una forma de gobierno en la cual los ricos mandan, desplazando a los pobres. Hay una oposición fatal entre la virtud y las riquezas; cuanto más se estiman las riquezas, menos se aprecia la virtud. El afán de riqueza suscita la violencia, y unos pocos, en perjuicio de la mayoría, se convierten en dueños del Estado. Para asegurar sus privilegios se valen de las armas, y los ciudadanos desposeídos viven expuestos a su capricho. Si la oligarquía conserva cierta respetabilidad aparente y no abusa en exceso de su situación, es por miedo a peores consecuencias.
El abuso de las riquezas provoca la democracia. Ansiosos de aumentar sus ganancias, los oligarcas ignoran la existencia de hombres valientes que se hallan sumidos en una desesperada pobreza. No existe ley alguna que prohíba la indebida adquisición de riquezas. Los que están al frente del Estado se entregan a los placeres hasta que los pobres, que llegan a observarlos de cerca, comprenden que si no se apoderan del gobierno es porque no quieren.
Esto basta para que estalle la revolución. Triunfante el pueblo, se establece la democracia, luego de eliminar algunos ricos y obligar a los restantes a vivir en pie de igualdad.
Sócrates, expresa:
"Ahora bien, ¿cómo se administran estas gentes?¿Qué sistema de gobierno constituyen? Porque es evidente que al hombre que se parece a él podremos llamarlo democrático."
Plantea que como el hombre es libre, en la democracia, cada uno hace lo que le place y por eso, exhibe una infinita variedad de tipos de hombres y mujeres. No se exige cultura ninguna ni especial preparación para llegar a ser gobernante; además expresa que, basta con que se afirme ser amigo del pueblo.
El demócrata típico, con todo, es aquel que, una vez vencidos los fuertes impulsos de su juventud, busca establecer una total igualdad entre las diversas inclinaciones –buenas y malas- de su alma.
Acuerdan, Sócrates y Glaucón:
"Ahora nos queda por tratar la más hermosa forma de gobierno y el hombre más hermoso, o sea la tiranía y el tirano."
El exceso de libertad engendra la tiranía. Intoxicada por el abuso, la democracia denigra a los que quieren que se observen la ley y el orden. Desaparece toda disciplina y subordinación, hasta el extremo de que no hay respeto por ninguna ley, ya sea escrita o impuesta por la tradición. En medio de esa anarquía los más
enérgicos y laboriosos se presentan ante el pueblo, como los defensores de sus derechos. De ese medio surge el conductor o jefe. Amenazado por los que disfrutan del gobierno, corre el peligro de ser asesinado, en caso de no convertirse en un lobo dispuesto a defenderse en cualquier forma. El pueblo, halagado por sus promesas, le presta su adhesión y lo protege Se impone, entonces, sobre sus enemigos, que se ven obligados a descerrarse, si no quieren sufrir la muerte. AI principio de su gobierno, el tirano es cauto, pródigo en sonrisas y promesas. Pero, una vez afirmado en el poder, provoca guerras para que el pueblo comprenda que necesita un dirigente, si no quiere exponerse al peligro de perder la libertad. Si alguien se opone a sus pretensiones, es eliminado. Es así como el Estado se priva de los mejores ciudadanos y el tirano utiliza los servicios de personas ruines. Día tras día necesitará más guardias y mercenarios, gente que lo rodee y proteja, obedeciendo incondicionalmente a sus caprichos. Durante un tiempo, se comportará con cierta aparente honestidad, hasta el día en que exprima a1 pueblo para que soporte y pague sus propios caprichos y los de la banda que lo rodea.
El tirano se transforma en un déspota licencioso.
El diálogo se inicia con la descripción del tirano. Este se vale del artificio, el fraude, la violencia, todos los medios le parecen acertados para llegar al fin que se propone.
La ciudad tiranizada es la peor; lo mismo pasa con el tirano.
Sócrates, les pregunta, si el tirano no es el más desgraciado porque su alma esta sometida a las peores pasiones. Un alma en estas condiciones ignora lo que quiere realmente. A pesar de que es incapaz de gobernarse a sí mismo, se ve obligado a gobernar a los demás. Es un esclavo y un cobarde, desconfiado, sin amigos, sin alegría, una maldición para sí y para el mundo.
Continúa expresando, que cuando los deseos pertenecen a las partes del alma codiciosa y ambiciosa se dejan guiar por la razón y por el conocimiento, en tanto, cuando el alma toda obedece a la parte filosófica y no se produce rebelión esta puede gozar de los placeres.
A partir de esto puede proclamar quien es el gobernante más feliz. El verdadero aristócrata o filósofo, que empieza por reinar sobre sí mismo. Y el más miserable es el tirano, reverso del filósofo, esclavo de sus pasiones, que intenta esclavizar a los demás.
Una segunda razón abona la mayor felicidad del que primeramente ha aprendido a gobernarse a sí mismo; y es que el amante de la sabiduría, en cuanto hombre, ha experimentado y sabe en qué consisten los deleites de los sentidos y la ambición.. Además, el filósofo enriquece su experiencia con otros dos criterios de su sano juicio: la inteligencia y el discurso de la razón o el logos.
Finalmente, como tercer argumento, expone la falta de solidez y la relatividad de los goces inferiores. El hambre y la sed son indicios de la debilidad del cuerpo, así como la estupidez y la ignorancia son indicios
de una especie de vacío del alma. Pero el cuidado del alma participa más de la verdad y proporciona un deleite mucho más auténtico que los placeres insatisfactorios de los sentidos.
El alma del filósofo, en la cual las facultades disfrutan del placer propio de cada una de ellas, obtiene el verdadero placer al realizar las funciones que le son propias.
El sabio conserva la armonía en su alma, mediante el buen orden de las facultades. Gozará del don de la verdadera ponderación
Sócrates expresa:
"-Y en verdad, aunque me atengo a muchas razones para creer que estamos fundando la ciudad más
perfecta posible, lo afirmo, sobre todo, al considerar nuestro reglamento sobre la poesía.
-¿Qué reglamento? -preguntó.
-El que no admite en forma alguna que sea imitativa. Ahora, después de haber precisado con claridad las diferentes partes del alma, esta prohibición me parece de una necesidad mas absoluta y evidente."
Aquí vuelve a remitirse lo que trató en los libros II y III. Por eso, al referirse a la poesía, expresa que los únicos poemas que deben admitirse son los himnos en honor a los dioses y los elogios de los grandes hombres.
Al final del diálogo señala cuál será el destino de los justos y de los injustos. La mayor recompensa
para la virtud consiste en la inmortalidad.
La justicia, como ha demostrado antes, recibe ya su recompensa por sí misma en este mundo; pero todavía le aguarda una zona de fe y confianza, el premio definitivo. Para que lo ultimo resulte comprensible, expone el mito de Er. Los tiranos y responsables de injusticias reciben el castigo merecido por sus actos.
Según se deduce de la fábula, todas las almas son iguales; serán durante su existencia terrena lo que ellas
elijan. Por orden, cada una de ellas expresa su preferencia; pero, incluso para la última en elegir, si lo sabe hacer con discreción, se le presenta una vida amable. De esta preferencia previa depende la suma de bienes y de males que le esperan.
Sócrates, le pide a Glaucón que le preste atención, reconociendo:
El alma, es lo bastante fuerte para tolerar todos los bienes y todos los males; sin embargo, guiada por la inteligencia, debe seguir el camino del bien y practicar la justicia, para que cada uno sea el mejor amigo de sí mismo y de los dioses, haciéndose acreedor a una verdadera inmortalidad.
Lilia Paris