CARLO M. MARTINI

HABÉIS PERSEVERADO CONMIGO
EN MIS PRUEBAS
Meditaciones sobre Job.
 

 

Job y el Cantar de los Cantares


 

El indecible misterio Trinitario

Me enfrento con temor al tema de esta última meditación—Job y el
Cantar de los Cantares—porque se trata de penetrar en aquella zona
de la adoración del misterio que forma parte del nivel místico, del que
siempre es más oportuno callar que hablar.

Y sin embargo los sucesos de la vida, las pruebas, el acumularse
de solicitudes dentro y fuera de nosotros mismos nos impulsan a
entrar en contacto con el misterio Trinitario en el que se enraízan la
humanidad, el mundo y la historia.

ORA/PETICION-CURAR: Os leo en primer lugar algunas
palabras estimulantes escritas recientemente por David María
Turoldo, que reflexiona sobre la enfermedad incurable que está
viviendo. Se pregunta si es justo rezar para ser curado de la
enfermedad y de la muerte; hojeando el Evangelio que, a su juicio, es
muy delicado a este propósito, subraya los episodios a favor (el ciego
pide la vista; el siervo del centurión ruega la gracia para la hija;
Lázaro ha resucitado; la cananea suplica y obtiene). "Sin
embargo—continua Turoldo—el problema se impone con toda su
fuerza en el respeto mismo de Dios. No, yo no creo que sea justo
rezar para que Dios me cure. Lo puedo comprender, pero sólo a nivel
humano, a nivel de Job, que todavía va tanteando en la oscuridad de
su dolor y de su desesperación; lo puedo incluso admitir como
desahogo necesario, como remedio para mi angustia.

Yo no le pido a Dios que intervenga; yo le pido que me dé la fuerza
necesaria para soportar el dolor, para hacer frente incluso a la muerte
con la misma fuerza de Cristo. Yo no rezo para que Dios cambie, yo
rezo para llenarme de Dios y posiblemente para cambiar yo mismo, es
decir nosotros, todos juntos" (cfr. "Cosa pensare e come pregare di
fronte al male", de D.M. Turoldo, en "Servitium" [1989], n. 64).
Estas palabras nos llevan a ciertos horizontes del misterio que no
sabríamos afrontar de forma distinta.
 

— Sobre todo nos apremian no pocas expresiones de Jesús,
comenzando por las predicciones de su propia pasión. "Y comenzó a
enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado
por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado
a muerte y resucitar a los tres días. Hablaba de esto abiertamente"
(Mc 8,31-32a).

Y este discurso se repite por tres veces. Podemos decir que no
conocemos otra persona histórica que durante su vida haya hablado
tanto de su muerte como Jesús, más aún, que haya interpretado su
vida a partir de su muerte, y, consecuentemente, haya actuado en
vistas a ella.

Las profecías de la pasión, que los evangelios recuerdan
puntualmente, están avaladas por otras palabras. Por ejemplo: "He
venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya
estuviera encendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué
angustiado estoy hasta que se cumpla!" (Lc 12,49-50). Acuden a la
mente los versículos del Salmo que se aplican a la reflexión espiritual
de la Encarnación del Verbo, a su entrada en la lucha contra el
pecado:

"En el mar levantó para el sol una tienda,
y él, como un esposo que sale de su tálamo,
se recrea, cual atleta, corriendo su carrera" (Sal 19,5-6).

Se tiene la impresión de que Jesús desea la prueba, la afronta
exultante.

Continúa:

"A un extremo del cielo es su salida,
y su órbita llega al otro extremo,
sin que haya nada que a su ardor escape" (v. 7).

Jesús dice al inicio de la última cena: "Con ansia he deseado comer
esta Pascua con vosotros antes de padecer" (Lc 22,16). Es la misma
ansia de lanzarse a la prueba que leemos en el gesto simbólico del
lavatorio de los pies: "Sabiendo Jesús que había llegado su hora de
pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que
estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1).

Después se levanta de la mesa, se quita el manto, toma una toalla,
se la ciñe, vierte el agua, lava los pies; para significar que da la vida
por nosotros, por nuestra vida, para purificarnos.

Expresamente le dice a Pedro: "Si no te lavo, no tienes parte
conmigo" (Jn 13,8).

Intentemos entrar en la conciencia de Jesús, en aquella conciencia
que por una parte es ejemplar para toda la humanidad, siendo él
cabeza de la humanidad redimida, el primogénito de entre los
muertos, el primogénito de la creación, aquel en quien reconocemos
nuestra vocación humana de creaturas, porque hemos sido creados y
recreados en él; por otra parte nos permite contemplar en Jesús el
misterio de la Trinidad, de la vida íntima de Dios.


Dos búsquedas incansables

Con estas palabras previas reflexionaremos sobre la relación entre
Job y el Cantar de los Cantares.

A primera vista no parece haber relación alguna entre los dos
libros, tan distintos uno del otro. Pero tienen en común al menos el
hecho de que ambos describen y representan una búsqueda
incansable.

Job es búsqueda incansable de la justicia divina, de la forma como
se manifiesta dicha justicia y cómo el hombre puede comprenderla. El
Cantar es búsqueda incansable de amor, del rostro del amado, de su
presencia, de la alegría de esta presencia.

1. Job procede a tientas, parece un ciego que avanza en la
oscuridad y, sin embargo, en su afán aparece de vez en cuando un
rayo de luz. Los exegetas han comentado ampliamente este hecho,
aunque, como el resto del libro, sea dificilísimo de interpretar; está
hacia el final del capítulo 19:

"¡Tened piedad, tened piedad de mí,
vosotros mis amigos,
que es la mano de Dios la que me ha herido!
¿Por qué os cebáis en mí como hace Dios,
y no os sentís ahítos de mi carne?
¡Ojalá se escribieran mis palabras,
ojalá en monumento se grabaran,
y con punzón de hierro y estilete
para siempre en la roca se esculpieran!
Bien sé yo que mi Defensor está vivo,
y que él, el último, se levantará sobre la tierra.
Después con mi piel me cubrirá de nuevo,
y con mi carne veré a Dios.
Yo, sí, yo mismo le veré,
le mirarán mis ojos, no los de otro" (/Jb/19/21-27).

Palabras enigmáticas, en parte porque las traducciones dadas por
los intérpretes son diversas; sin embargo todos están de acuerdo en
afirmar que expresan un momento de certeza, de confianza, que
supera toda condición anterior porque se apoya sobre algo que está
más allá de lo que el hombre puede intuir.

2. En el Cantar de los Cantares hay momentos de búsqueda
análogos.

Quisiera citar sobre todo los pasajes que en la Biblia de Jerusalén
llevan el título de "Segundo poema" y de "Cuarto poema".

—Habla la esposa:

''La voz de mi Amado!
Helo aquí que ya viene,
saltando por los montes,
brincando por los collados.
Semejante es mi Amado a una gacela,
o a un joven cervatillo.
Vedle ya que se para
detrás de nuestra cerca
mirando por las ventanas,
atisbando por las rejas.
Empieza a hablar mi Amado,
y me dice:
«Levántate, amada mía,
hermosa mía y vente.
Porque, mira, ha pasado ya el invierno,
han cesado las lluvias y se han ido.
Aparecen las flores en la tierra,
el tiempo de las canciones ha llegado,
se oye el arrullo de la tórtola en nuestra tierra.
Echa la higuera sus yemas,
y las viñas en cierne exhalan su fragancia.
¡Levántate, amada mía,
hermosa mía, y vente!
Paloma mía, en las grietas de la roca,
en escarpados escondrijos,
muéstrame tu semblante,
déjame oir tu voz;
porque tu voz es dulce
y gracioso tu semblante»" (Ct 2,8-14).

Al final estas palabras quedarán únicamente como un deseo:

"En mi lecho, por las noches, he buscado
al Amado de mi alma.
Busquéle y no le hallé" (3,1).

El ansia de búsqueda, típica del Libro de Job, se expresa también
en el Cantar, pero se expresa al mismo tiempo la desilusión. Una
desilusión que no se da por vencida, que no renuncia, porque el que
busca está movido por el amor, no por motivos racionales y lógicos.
De hecho, continúa buscando, incluso después de no haberlo
encontrado:

"Me levantaré, pues, y recorreré la Ciudad.
Por las calles y las plazas
buscaré al Amado de mi alma. ...
Busquéle y no le hallé.
Los centinelas me encontraron,
los que hacen la ronda en la Ciudad:
«¿Habéis visto al Amado de mi alma?»
Apenas habíalos pasado,
cuando encontré al Amado de mi alma.
Le aprehendí y no le soltaré
hasta que le haya introducido
en la casa de mi madre,
en la alcoba de la que me concibió" (3,2-4).

La descripción es un juego continuo: el Amado viene, llama, pero no
hay encuentro; entonces es invocado, huye, y al final es encontrado y
retenido.

—El cuarto poema nos sorprende porque el Amado está de nuevo
lejos y vuelve a ser buscado:

"¡La voz de mi Amado que llama!:
«¡Abreme, hermana mía, amada mía,
paloma mía, mi perfecta!
Que mi cabeza está cubierta de rocío,
y mis bucles, del relente de la noche.»
—«Me he quitado mi túnica,
¿cómo ponérmela de nuevo?
He lavado mis pies,
¿cómo volverlos a manchar?»
Mi Amado metió la mano
por el agujero de la puerta;
y por él se estremecieron mis entrañas.
Me levanté
para abrir a mi Amado,
y mis manos destilaron mirra,
mirra fluida mis dedos,
en el pestillo de la cerradura.
Abrí a mi Amado,
pero mi Amado se había ido de largo.
El alma se me salió a su huida.
Le busqué y no le hallé,
le llamé, y no me respondió" (Ct 5,2-6).

Empieza ahora el largo diálogo primero con los vigilantes, después
con el coro, y esta vez parece que la esposa no acierte a encontrar al
Amado.

En el curso del Cantar, entre un diálogo y otro, reaparece el tema
fundamental: "Mi Amado para mí y yo para él". Son palabras de
confianza, pronunciadas siempre en ausencia del Amado, que
aparecen tres veces, como todas las realidades importantes en la
Biblia:

"Mi amado es para mí, y yo soy para mi Amado" (Ct 2,16);
"Yo soy para mi Amado y mi Amado es para mi-' (6,3);
"Yo soy para mi Amado, y hacia mí tiende su deseo" (7,11).

Es decir, tú eres mi Dios, nosotros somos tu pueblo; tú eres mi
pueblo, yo soy tu Dios. ¿Cómo no ver en estas palabras la fórmula de
la alianza expresada en términos de reciprocidad y de intimidad?
Alianza indestructible, confianza plena, espera, estupor, certeza
absoluta, incluso si el amado no está, si se le está buscando, si aún
no se le posee.

DESEO/BUSQUEDA: En el Cantar de los Cantares leemos, pues, el
tema de una búsqueda basada en la indestructible esperanza de que
aquel a quien buscamos existe y nos ama, que le encontraremos;
pero al mismo tiempo descubrimos el tema del ansia, del sufrimiento,
de la espera generada por esta búsqueda. El encuentro suscitará
sorpresa, alegría, paz, entusiasmo, e inmediatamente después vendrá
de nuevo la pérdida, por tanto el deseo, la pregunta, el ruego.
Se tiene la impresión de que se describe el juego de amor, que
recorre toda existencia, de una forma muy simple: desde la forma
elemental de la madre que se esconde ante el niño para darle
entusiasmo y alegría en el encuentro a la experiencia de la auténtica
amistad. El amor requiere ausencia y presencia, esconderse y buscar,
a fin de aumentar la sorpresa y la alegría.

Me han interesado mucho algunas páginas de Adrienne von Speyr.
Esta mística contemporánea, reflexionando sobre el tema del juego de
amor en todo tipo de relaciones —amistad, matrimonio, familia, etc.—,
lo aplica al misterio de la Trinidad como misterio de relación amorosa
en la que puede haber algo de similar al juego de amor. Porque en la
Trinidad no existe simpleza de amor, sino dulzura, creatividad,
impulso, entusiasmo. Me parece que es una observación muy atenta y
profunda, si no se quiere reducir el misterio íntimo de Dios a un
océano inmóvil, sino que se le comprende como lleno de aquella
fuerza, aquel gusto de lo imprevisible, de la aventura, aquel
dinamismo continuo, que es el único que puede acertar a explicar la
creación y el riesgo de tener un partner con quien entrar en diálogo.
Dios se enfrenta a la posibilidad de ser rechazado, con tal de poder
entrar en una relación de amor auténtico. En la misma línea se puede
entender también el deseo del Hijo de lanzarse en la aventura
humana, de entrar en la prueba y vivirla desde el interior para
constituir, de esta manera, en las relaciones con el hombre y en las
relaciones con el Padre, esa riqueza de amor que no se cansa nunca,
que nunca se apaga.


Un Dios que se oculta

D/AUSENCIA-PRESENCIA FE/NOCHE: Ahora podremos entender
mejor el sentido de las pruebas denominadas místicas, que se
cuentan entre las más terribles de la existencia: la noche de los
sentidos, la noche del espíritu, la noche de la fe, cuando el hombre va
a tientas en un estado de casi desesperación por la ausencia de su
amor total, del que no puede separarse. Entendemos en estos
movimientos misteriosos del espíritu algo que nos permite comprender
cómo, en el trasfondo del misterio de Dios, no por un saber
puramente lógico sino por una vía de simpatía con lo divino, tienen un
sentido bien preciso. Dios se esconde para hacerse buscar y
encontrar; la búsqueda de Dios, aunque sea con sufrimiento y
dolorosa, es parte del juego de amor, paso necesario a una
experiencia más verdadera. "He buscado pero no he encontrado"
subraya así un formidable dinamismo de nuestro conocimiento de
Dios.

En el fondo también Job puede decir: He buscado y no he
encontrado, porque no he tenido la respuesta en la que quería
implicar a Dios. Pero llegará a afirmar: "ahora te han visto mis ojos",
mientras que antes "te conocía sólo de oídas" (cfr. /Jb/42/05), porque
he penetrado más profundamente en tu misterio.

Si tenemos la gracia de vivir nosotros mismos o de participar en la
experiencia de otros que atraviesan momentos de oscuridad, de
sufrimiento, de búsqueda y de amor, quizás podamos intuir algo más,
incluso si no es lógicamente decible, del misterio de la noche y de la
prueba. Y esto no está ligado a rígidos cánones de justicia—"es
ciego, por tanto ha pecado él o sus padres" (cfr. Jn 9,1-2)—, sino que
se inserta en el misterio expresado por Jesús. "para que se revele en
él la gloria de Dios."

D/ESCONDIDO: Desde el momento en que Dios es misterio de
relacionabilidad sorprendente y continuamente en movimiento, él se
comunica en el dinamismo de una búsqueda tejida de sombras y
luces, de ocultamientos y manifestaciones. Por tanto no en la claridad
lógica, cristalina, cartesiana, que el hombre siempre quisiera. No como
quisieran los hermanos de Jesús que le exhortan a manifestarse.

Jesús se manifiesta en relación con ese misterio, es decir volviéndose
presente y escondiéndose. Se manifiesta en los milagros y se
esconde en la humillación de la cruz; se manifiesta en la resurrección,
pero sólo a algunos más íntimos, y se esconde a las grandes y
espectaculares expectaciones de su mundo y del mundo de todos los
tiempos.

A nosotros nos resultaría ciertamente más fácil creer en un Dios
que utiliza el escenario de la historia para un gran espectáculo
pirotécnico.

Sin embargo el Dios de la Revelación es de naturaleza misteriosa;
no es ostensión vana y vulgar de sí mismo, sino búsqueda, juego,
relación continuamente renovada.

Para conocerle debemos buscarle, entrar en su juego. Quien lo
quiera reducir a una dialéctica distinta de la que es suya propia, se
agotará para conocerlo y aceptarlo. Lo aceptará con la inteligencia,
pero no se resignará al hecho de que no sea como él se esperaba.
Hay que entrar en el juego, "alegrarse como gigantes" para correr ese
camino, tal como lo recorre el sol de un extremo al otro. El juego
encierra siempre la seriedad de un riesgo y al mismo tiempo ligereza y
alegría. Me viene a la memoria la imagen de la ascensión de una
pared montañosa; se hace por juego, no se funda en ningún cálculo
de intereses. Por eso produce placer, y también porque al mismo
tiempo es riesgo, es temor de no lograrlo. Pero cuando, superando
las varias dificultades, poco a poco se logra ver la cima, explota en el
corazón la alegría de haberla conquistado, alegría que no puede
experimentar aquel que la alcanza cómodamente sentado en el
telesilla.

Comprender todo esto equivale a entrar en el conocimiento
verdadero de Dios. El conocimiento "de oídas" presenta alguna grieta
que otra; podemos conocerle como relación fantástica, jocosa,
sorprendente, creativa, podemos conocerle como Trinidad de amor,
únicamente si corremos el riesgo de alzarnos intentando asemejarnos
al Hijo de Dios, que ha apostado en el universo creado hasta dar su
vida por él.


Job, un poema de amor

/JB/TESIS: Al término de nuestros Ejercicios y de nuestras
reflexiones sobre el Libro de Job, debemos decir que el problema de
Job es también un problema de amor. Un amor que se siente
rechazado, pero que cree contra toda esperanza, que lucha, grita,
vocea, que sufre porque quiere llegar a desvelar el objeto amado.
En la primera meditación introductoria del misterio de la prueba, he
hablado del desafío hecho por Satanás al hombre: no existe en el
hombre un amor gratuito, no existe una auténtica libertad capaz de
entrega.

Yo no sé si mi amor por Dios es verdaderametne gratuito, y si
pretendiese saberlo, caería en la dificultad de Job, me angustiaría
indefinidamente.

Sé, sin embargo, que Dios me prueba y que llevará mi amor a
través de sus caminos misteriosos a una completa purificación. El
problema del amor puro, del amor gratuito no es el mío, es de Dios,
que tiene confianza en mí y me sabe capaz de un amor similar al suyo.

Por mi parte, debo entregarme a Dios con todo mi ser y con toda
aquella riqueza de gratificaciones, humanas y divinas, que el Señor
me hace vivir.

A él le corresponderá atraerme hacia sí de la forma que le parezca
más verdadera y auténtica.

Por lo demás, y el Cantar de los Cantares nos lo hace intuir, el amor
tiene su plenitud en sí mismo, su belleza, su riqueza, su premio;
entender esto es precisamente entrar en el amor de Dios, en aquel
amor que tiene el poder de no ser justificado sino por sí mismo.
Estos son los horizontes que hemos podido entrever y que todo
amante conoce; quien ama sabe perfectamente que el amor brota de
la gratuidad, aunque después se nutra de mil gratificaciones. Pero en
su esencia más profunda es un don incomparable de sí mismo, y por
tanto un reflejo de la vida trinitaria.

Pidamos al Señor que acreciente en nosotros el sentido de las
cosas que vivimos para disminuir un poco nuestra ignorancia y para
sentir que Jesús nos dice: "Habéis perseverado conmigo en mis
pruebas", ahora me conocéis más, estáis preparados para reinar
conmigo porque conmigo habéis sufrido.

Cercano ya el décimo año de mi servicio episcopal, experimento yo
mismo la necesidad de expresaros a vosotros y a todos los
presbíteros de la Diócesis el reconocimiento más vivo porque habéis
perseverado conmigo en mis pruebas, habéis sido fieles en el camino
de las pruebas de vuestro Obispo, llevando vuestra cruz con valor y
orgullo.

"Señor, nuestras pruebas son las tuyas y las tuyas son nuestras.
Meditanto tu beata pasión, queremos alcanzar aquella koinonía con
tus sufrimientos que nos da la certeza de conocer la fuerza de tu
resurrección".

Oremos juntos para poder cumplir este camino comprometedor y
maravilloso.

* * *
 

Un ejemplo luminoso de amor gratuito

Homilía del viernes de la XXª semana "per annum"

Lecturas: /Rt/01/03-08 /Rt/01/14-16/22 Mt 22, 34-40

RUT/GARTUIDAD: La historia de Rut, cuya lectura comenzamos hoy
en la liturgia ferial, constituye un intermedio pacífico en el marco de
sangre, guerras, luchas, conflictos, crueldades e infidelidades descrito
en el Libro de los Jueces.

La historia de Rut muestra que, en el período en el que el hombre
parecía ser "lobo" para el hombre, en que el hombre parecía reducido
al trato como si fuera una fiera, también entonces aparecían episodios
de amor, caridad, bondad y gratuidad. Es muy hermoso este pequeño
libro, encerrado a modo de piedra preciosa en el marco oscuro de la
vida feudal de Israel.

Y es hermoso también porque habla de la abuela de David, del
Mesías; se nombra a Belén, ciudad de nacimiento de Jesús. todo hace
presentir la intimidad, la ternura, la alegría de la Navidad.

La historia comienza con la descripción de una gran prueba social,
política, cultural: la carestía y, consiguientemente, la emigración con
todos los sufrimientos propios de quien está obligado a emigrar a
países lejanos. Este sufrimiento fue vivido en un tiempo por muchos
italianos, mientras que hoy es experimentado por otros hombres que
llegan a nuestro país y a toda Europa. Mañana iré a Francfurt para un
encuentro con la ciudad, con ocasión de un centenario de la Catedral,
y deberé leer una relación sobre el tema de la nueva civilización
multirracial europea, que se está constituyendo a partir de la masiva
inmigración del Tercer mundo; sólo en Alemania se calculan hoy más
de cinco millones de inmigrantes, la mayor parte turcos.

La situación de sufrimiento que padecen los emigrantes
caracteriza todavía hoy la situación mundial. Es una gran prueba para
el hombre la de ser desenraizado de su propia tierra, de sus propios
afectos, para afrontar la inseguridad.

El libro de Rut describe esa prueba a la que posteriormente se le
añade una dolorosísima prueba familiar: muere Elimelech, marido de
Noemí, y mueren los dos hijos. Es una familia perseguida por la
desgracia, casi se podría decir una familia de la que Dios se ha
olvidado. Noemí se ha quedado sin nada, ni siquiera tiene la
esperanza de un futuro. Entonces, con un gesto heroico y gratuito,
invita a sus dos nueras moabitas a salvarse, a volver a sus casas
dejándola morir en el sufrimiento. Noemí quiere el bien de las dos
mujeres. Precisamente aquí resalta con más claridad el valor de Rut,
una moabita, es decir una extranjera para Israel y miembro de un
pueblo aborrecido por los israelitas. Moab es el símbolo de la gente
que se rechaza, como dice el Salmo: "Moab, la vasija en que me lavo"
(cfr. Sal 108,10). Y precisamente de este pueblo viene Rut, un
clarísimo ejemplo de puro amor, auténtico y gratuito.

Responde Rut a Noemí: "No insistas en que te abandone y me
separe de ti, porque donde tú vayas, yo iré, donde habites, habitaré.
Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Donde tú mueras
moriré y allí seré enterrada... Así fue como regresó Noemí, con su
nuera la moabita, la que vino de los campos de Moab. Llegaron a
Belén al comienzo de la siega de la cebada" (Rt 1,16-17.22).
Cuando contemplamos el comportamiento de esta mujer en el
marco de la fuerza de las tradiciones familiares, todavía muy vivo hoy
día en los pueblos de Africa, nos quedamos sorprendidos por la
simplicidad con la que renuncia a todo este sistema de relaciones y
prefiere marchar con su suegra hacia un pueblo que no es el suyo,
que no conoce y con el que no tiene relaciones más que la del marido
difunto que, por tanto, no puede defenderla. A cambio de estar junto a
Noemí elige la inseguridad, la soledad, el posible desprecio.

Su gesto es totalmente gratuito, no tiene razones; era lógico volver
a su propia casa, rehacer su vida, olvidar la aventura con el extranjero
israelita y, sin embargo, empujada por una fuerza interior, se enfrenta
con lo desconocido, permanece fiel a la memoria del marido y a su
madre. "Donde tú vayas, yo iré, donde habites, habitaré. Tu pueblo
será mi pueblo y tu Dios será mi Dios". Resuena la fórmula de la
alianza: Tú eres mi pueblo, yo seré tu Dios.

Rut se siente atraída por el misterio de la alianza y entra en él con
amor, con alegría, con confianza. La continuación de la historia nos
mostrará que este abandono hace de ella una nueva mujer, creativa,
ardiente. Saliendo de las estrecheces de la tradición, que la habrían
vinculado a un papel cerrado en el ámbito de su clan, ha aceptado el
juego de amor que se le ha propuesto, el nuevo misterio que conoce
poco, pero del que siente su maravilloso atractivo.

Esta mujer, por su extraordinaria historia y después por el
matrimonio feliz con Booz, formará parte de la genealogía de Cristo y
cada vez que leamos el inicio del Evangelio de Mateo, nos
acordaremos de ella, de su fidelidad, de su amor sin razones, que
encuentra al final la plenitud de su justificación.

Hemos meditado largamente, durante nuestros Ejercicios, sobre el
misterio de la prueba y del amor; ahora pidamos una vez más, ante la
imagen de la Virgen dolorosa, poder penetrar más profundamente en
este misterio.

Tenemos que rezar mucho, ahora y en los días venideros, unos por
los otros, en el deseo de que el amor gratuito, fruto únicamente del
Espíritu, abunde sobre nosotros por intercesión de María y de todos
los santos.

EDICEP CB. Valencia 1990. Págs. 159-178