PRESENTACIÓN DEL EDITOR

 

 

         Si es verdad, como bien dijo Benedetto Croce a principios de siglo, nuestra civilización actual se basa en los principios fundamentales del cristianismo, también es verdad que dichos principios están muy lejos de ser vividos en plenitud por los cristianos; alguno de ellos, al contrario, se han obnubilado en la mente y en el corazón de los creyentes de forma grave y peligrosa.

 

     Su fundamento se apoya en el mandamiento único del amor, principio elemental, y al mismo tiempo completísimo, articulado en múltiples exigencias, entre las de “no juzgaras” es una de las fundamentales.

 

     Este libro presenta el pensamiento de los Padres ( y en particular el de los Padres del Desierto) sobre la critica, la calumnia, la maledicencia, y la murmuración, que cada uno de nosotros usamos cotidianamente, a menudo sin darnos cuenta, con extrema ligereza y culpable arbitrio

 

     Sobre todo entre los cristianos, se podía decir, dichas armas se usan de forma particular; convertidas en armas todavía más letales por un amor mal entendido, por una manía de ser el primero, por una especie de “competencia” con los demás hermanos en le fe. Así que las criticas, los juicios, las condenas sumarias contribuyen a alimentar grandemente el malestar y la parálisis espiritual que son las condiciones que se vive actualmente en la Iglesia

 

     A nosotros, que muchas veces eludimos encarnar el mensaje de Cristo de forma mas “activa” y “viva” (como se dice), estas paginas nos demuestran como nos hemos alejado de El y que apremiante se hace, por parte de todos; sabios e ignorantes, una vuelta al cristianismo de cristal y de plenitud vivido por los Padres.   

 

     Muchos, con suficiencia cuando no con fastidio, ven la reaparición del pensamiento patrístico como una “recuperación” de sabor arqueológico, como si no se pudiese vivir hoy la Palabra sólo con los datos que la realidad actual nos ofrece; como lo ven, duele decirlo, como un peso esencialmente inútil, sino dañino. Hay que tener valor para decir estas cosas y decir que, en ambos casos, se trata de una ignorancia culpable y de una ceguera espiritual.

 

     Es lógico que los Padres, y de una forma particular los Padres del Desierto (de los que el libro de Elías Vaulgarakis bebe con abundancia), tengan los limites de un tiempo, un recubrimiento y una argumentación distintos de los nuestros. Pero también es verdad que, aunque solo sea por su mayor proximidad a los años del Señor, nadie los ha superado bajo el punto de vista de su riqueza espiritual, y no solo esta; y que su lectura, una vez rota la corteza la corteza de lo accidental, no solo hiere saludablemente el corazón, sino que es ( y esto es lo que me urge decir aquí) impresionantemente eficaz para el que sienta la urgencia de interrogarse sobre la pregunta antigua: si el cristianismo es una fuente de evolución moral, y por tanto civil, política y practica; o sea, un manantial de vitalidad interior, y por tanto de transformación ( o mejor de “mutación”) del hombre con vistas a una liberación absoluta, no ligada al tiempo, a los tiempos y sus con-dicionamientos

 

     Personalmente (aunque mi testimonio poco puede valer) cuando leo a los Padres en estrecha relación con los Evangelios, descubro en estos últimos una originalidad total bajo el perfil de la transformación y liberación interior del hombre. Me convenzo cada vez mas de que hay un orden en la línea vital del mensaje de Cristo; primero Maria, después Marta. Primero la conversión , el trabajo sobre uno mismo, la lucha contra los propios demonios ( es decir, lo que los Padres llaman la Obra de Dios); después el testimonio, la evangelización y la acción pastoral.

 

     No diría estas cosas si en estos muchos años no hubiese tocado con mi mano cuantos beneficios, concretos, pueden nacer de la simple existencia de personas profundamente espirituales que se abandonan totalmente en las manos de Dios; y también cuantas confusiones, sino dañas, de la agitación de personas dotadas de fervor apostólico sincero, pero que interiormente son frágiles cuando no inconsistentes.

 

     No escribiría estas cosas si no sufriera el derroche enorme de energía psíquicas y físicas por parte de sacerdotes, religiosos y laicos que están como en una competición contra “los otros” por compromisos sociales o humanitarios sujetos a constante evolución, cuando quizás una sonrisa, un silencio, y sobre todo lo que constituye la cima de la vida interior; la paz del corazón, hubiesen resultado una acción infinitamente mas simple y misteriosamente mas eficaz. Misterio: palabra que hoy no gusta, de la que se tiene vergüenza. Y precisamente es la palabra que distingue una fe vivida como pobreza, en la certeza de que el Amor de Dios es el que sostiene, alimenta e “insidia” la vida del hombre, de una fe vivida en el ansia de que dicho Amor solo sea espectador de una vida cuyos protagonistas ( insustituibles, indispensables) seamos nosotros

 

     No escribiría estas cosas si no viviese la tragedia de hermanos en Cristo que viven el amor de una forma muy concreta, que yo no podría precisar, pero de un modo tan ávido, tan vehemente, que les priva de aquel espíritu que prolonga la acción mas allá del tiempo y del espacio.

 

     No diría estas cosas si en mi misma Iglesia no hubiese una agitación de tensiones, una sucesión de polémicas, una serie neuróticas de aperturas, cierres, fases, falsos presupuestos y tanto hablar del hombre y, de la dignidad del hombre, de los derechos del hombre, que parece reticente y nimio hablar de Dios y de sus realidades. Es verdad que los mas desesperados, los mas destruidos, los débiles, los pequeños, buscan por otros medios las riberas donde se pueda adorar y redescubrir la propia “dignidad de no ser nada” frente a un Dios que es Bondad, Providencia y Misericordia absoluta;  y de esta forma se pueden reír de si mismos y de todo, redescubriendo y viviendo las poquísimas cosas que cuentan en esta vida tan bella y tan breve.

 

     He frecuentado demasiado los monasterios de clausura en estos años, y a nuevos monjes y eremitas, como para no saber donde florecen, en el seno de la Iglesia, la sonrisa, la alegría y la libertad; donde nace la vida. He encontrado personas que aparentemente no eran nada, pero que tenían dentro todo y lo sabían dar a los demás.

 

     He encontrado también muchos creyentes de labios apretados, de mirada severa y de cuerpos que esquivan los abrazos. He encontrado sacerdotes codiciosos, pensadores agrios, teólogos escépticos, y laicos protagonistas, como para no sospechar donde acaba la sonrisa y languidece la vida.

 

     Y he aquí que he caído gravemente el “juicio” del que los Padres en las paginas que nos siguen, nos ponen en guardia, porque es un juicio que pretende sustituir el único, insondable, misterio del Juicio de Dios y, matando al hermano, contrasta con la infinita Misericordia del Padre.

 

     Puede servirme de atenuante el sufrimiento que experimento, en conexión con mi trabajo, al tener la obligación de hablar, mientras que interiormente permanecería en un silencio absoluto. Lo que si quisiera es que el lector, perdonando mi pecado, leyese estas paginas de una forma especial y se detuviera en cada referencia y en cada episodio (hay algunos muy agradables) con esta consideración “ si yo me comportase así, el mundo comenzaría a cambiar”

 

     El avance del mundo no se debe a las manos del hombre ni, tan siquiera a su inteligencia. Muchas civilizaciones han aparecido y desaparecido sin dejar ninguna huella. Lo que permanece y se transmite por vías secretas, insondables para nosotros, es la bondad, o el ansia de bondad. Ciertas miradas dóciles bajo el sufrimiento, sumisas en el dolor, desarmadas en la lucha, ponen en evidencia sus precedentes; no surgen de la nada: son el sedimento de generaciones. La bondad es contagiosa. Y el cristianismo ( me repetía el P. Barra, uno de esos hombres que te ofrecen a Dios con su sola presencia ) se transmite por contagio. No es otra cosa que el abandono total, no a la declaración de los derechos del hombre, sino al Amor de Dios

 

     Por eso, si alcanzamos a ser honestos con nosotros mismos ( con la honestidad que es el eco lejano de la verdad depositada en el corazón “desde el principio” ) no hay mas remedio que llegar a esta conclusión: uno de los grandes frenos del avance pacifico del mundo, una de las mas feroces mordazas a manifestar su sonrisa, uno de los mas rígidos lazos a su alegría lo constituyen la maledicencia, la critica, la murmuración, la calumnia, el pensar mal y maldecir.

 

     Mucho peor que los problemas económicos “ ¿por que juzgas a tu hermano? ” mucho peor que las diferencias sociales y raciales “¿ por que juzgas a tu hermano?” Mucho peor que los na-cionalismos “¿ por que juzgas a tu hermano?” Mucho peor que el instinto de satisfacerse a si mismo “ ¿ por que juzgas a tu hermano? “ Mucho peor que las guerras inevitables  “¿ por que juzgas a tu hermano? “ Estamos todavía tan lejos de la grande y única revolución verdadera: la del corazón, la benevolencia , el perdón, la crucifixión silenciosa...............

 

     Y sin embargo el Amor que adoramos el domingo en la Iglesia es el Amor que no a juzgado, que ha callado ante las murmuraciones, que ha callado antes las mas infames acusaciones, que ha callado ante petulante curiosidad de Pilatos. Es el Amor que ha callado ante la adultera, ante la traición de Pedro, ante la negativa del joven rico. Es el Amor que perdonado a los que le crucificaban y cotidianamente nos perdona a nosotros, que cotidianamente le crucificamos.

 

     Pero a este Amor ¿ le amamos o no?   ¿le conocemos o no?   ¿ le hemos entendido alguna vez?    ¿ le hemos creído alguna vez?

 

 

Señor, abre mis labios

y mi boca proclamará tu alabanza

 

No hablará de la paja en el ojo del prójimo

porque no la verá

 

No murmurará contra el pecador

porque es la boca de un pecador

 

No escupirá contra lo que Tú has bendecido

no arrojará hiel contra su hermano

 

No calumniará al inocente

y perdonará al culpable

 

Porque Tuyo solo es el Juicio

y la Potencia, y la Gloria por los siglos.           

 

P.G