¿Es buena la «magia blanca»?

P. Donato Ramírez L., msp
 Revista Inquietud Nueva

«Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad; mantén mi corazón entero en el temor de tu nombre» (Sal 86, 11).

Uno de los fenómenos más alarmantes que caracterizan al mundo de hoy es el aumento en el interés por lo esotérico. En los últimos años se ha notado una gran expansión de la magia, del espiritismo e incluso del satanismo; una cuestión que se ha zanjado a menudo tachándola de «moda pasajera» o «una de las últimas fronteras de la transgresión». Pero las raíces del problema son mucho más profundas.

La llamada «magia blanca» es una de las prácticas que sutilmente, presentándose como inocente e inofensiva, pretende ser considerada como compatible con cualquier religión, sobre todo con la católica.

La magia es el conjunto de prácticas, ritos y creencias, relacionados con la producción de diversos efectos mediante el conjuro de fuerzas y agentes sobrenaturales. La magia negra es la que persigue fines perversos (muerte, infortunio, etc.); la magia blanca es la que supone un bien mediante la manipulación sobrenatural; la verde está relacionada con las plantas y su influencia en la salud; y la roja, la que se realiza para obtener favores «amorosos». Todas se presentan como medios seguros para obtener lo deseado.

Películas como la de Harry Potter intentan presentar el lado «noble» de la magia blanca dibujándola como inocente o incluso graciosa. Hay quienes debaten el contenido de hechicería de esta película argumentando que todo lo que se presenta es «magia mecánica», hecha sólo de ilusiones ópticas, por lo que resulta inofensiva (como la magia que consiste en sacar conejos de los sombreros, pañuelos de la manga y cosas por el estilo). Pero vemos que no es así, porque Harry se da cuenta de que posee un poder oculto que le permite transformar la materia y cambiar algunas de sus leyes, además de las repetidas veces en que se menciona que aquel adolescente estaba destinado a ser brujo.
 

Aunque se manejan diferencias entre magia blanca y magia negra, ambas poseen la misma raíz, porque conferir cualidades mágicas a objetos para obtener consejo o protección es efectivamente (sin percatarse), un acto de idolatría en cualquiera de estas modalidades, el objetivo es el mismo: dar poderes a los objetos. Algunas citas bíblicas desaprueban su uso y práctica: «No practiquéis encantamiento ni astrología, no os dirijáis a los nigromantes (a los que practican la adivinación del futuro evocando a los muertos), ni consultéis a los adivinos, Yo soy Yahveh vuestro Dios» (Lev 19, 26); «No ha de haber nadie que practique adivinación, astrología, hechicería o magia, ningún en-cantador o consultor de espectros o adivinos o evocador de muertos. Porque todo el que hace esas cosas es una abominación para Yahveh tu Dios» (Dt 18, 10-12).

El Catecismo de la Iglesia Católica también advierte al respecto en el n. 2117: «Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se pretende domesticar potencias ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo –aunque sea para procurar la salud–, son gravemente contrarias a la virtud de la religión. Estas prácticas son más condenables aún cuando van acompañadas de una intención de dañar a otro, recurran o no a la intervención de los demonios. Llevar amuletos es también reprensible. El espiritismo implica con frecuencia prácticas adivinatorias o mágicas». Y en el n. 2138: «La superstición es una desviación del culto que debemos al verdadero Dios, la cual conduce a la idolatría y a distintas formas de adivinación y de magia».

Algunas técnicas como la acupuntura, la reflexología, la quiropráctica y otras ramas de la medicina alternativa como la herbolaria y la homeopatía, son perfectamente naturales y nada tienen que ver con la superstición y el ocultismo. El problema radica en saber diferenciar entre unas prácticas y otras, he aquí algunas pistas:

Se trata de prácticas mágicas o supersticiosas: Si se invocan espíritus o nombres desconocidos para aliviar alguna enfermedad; si el curandero no tiene una licencia médica o un permiso de la autoridad sanitaria correspondiente; si existen afiches, objetos raros, pequeños ídolos, etc.; si el cobro es excesivo; si aseguran que se efectuará un milagro llevando fotografías, pedazos de tela y otros objetos para su tratamiento; si la personalidad del «terapeuta» es excéntrica, misteriosa o simplemente no le inspira confianza; si el local o consultorio se encuentra en un lugar apartado u oculto, no hay buena iluminación y se respiran aromas exóticos o llanamente fétidos; si allí mismo le venden y le preparan la medicina sin ninguna etiqueta o sin ninguna información de lo que contiene; si va por un problema de salud y le comienzan a hablar de su vida amorosa, profesional o íntima, presente, pasada o futura; si le recomiendan o venden velas, imágenes y amuletos como parte o complemento de su curación; si ha visto o escuchado que pacientes antes que usted, caen en trance, convulsiones o ataques. Además, es común que los practicantes de la magia o el ocultismo utilicen objetos o ritos semejantes a los símbolos litúrgicos y rituales católicos, para dar al incauto la sensación de que lo que hace es algo acorde con la fe cristiana.

Si usted nota algo de esto, tome las debidas precauciones porque puede ser estafado, afectado en su equilibrio psicológico, y lo más trágico, puede estar iniciando un camino lejos de Dios. No se arriesgue. La magia no le hará ser un mejor ser humano. Los milagros, el bienestar y la sabiduría se encuentran sólo en la palabra de Dios, en la oración, en la práctica del amor y en la vida sacramental.

La herbolaria, junto con otras técnicas curativas antiguas están siendo muy utilizadas, y esto es bueno porque representan una alternativa frente a la medicina científica, sobre todo para la gente de escasos recursos que no tiene otra opción. Pero hay que estar alerta, asegurarse bien de la persona que la aplica. A veces se acude al «yerbero» o al «sobador», que, en el mejor de los casos son sólo eso, «sobadores» y «yerberos» que aprovechan las propiedades naturales de ciertas plantas como remedios para la salud, pero hay que tener precauciones pues la línea que diferencia a un yerbero de un brujo es delgada, y frecuentemente encontramos que éstos mismos son, además, «brujos».

La magia no cura las enfermedades, más aún, enferma el alma. Una persona que confía en ella distorsiona el sentido de su vida en este mundo, se aleja de la confianza en Dios, deposita su fe en ídolos. La magia pretende manipular fuerzas o poderes para producir determinados efectos; el verdadero espíritu religioso se dirige a Dios con humildad y confianza.
Todos estos síntomas que hemos tratado se deben, en último término, a la ignorancia. Un pueblo que se cultiva, un pueblo que se instruye en su fe, se aleja de la supersticiones. Luego, es importante que el pueblo se acerque a conocer los significados de la liturgia cristiana que nos centra en lo esencial: la palabra de Dios y los Sacramentos.

«Tu debilidad termina de ser debilidad, cuando confías en Dios» (App. 192).