Unamuno
y María
José
Antonio Benito
Entrañable
confidencia de amor mariano por parte del renombrado filósofo que llegó a
definirse como "hereje de todas las herejías".
Pocos
pensadores españoles han ejercido tanto influjo en las generaciones jóvenes
como Don Miguel de Unamuno. Literato, filólogo, filósofo, político...
sobre todo hombre de una pieza. Su vida será un drama continuo, un
"sentimiento trágico" de vivir desviviéndose, de desesperación
esperanzada, de soñar despierto, de morir resucitando... Una vida rica en
experiencias, sedienta de verdad, anárquica y mística... Una terrible
lucha entre el ser y el querer ser que asume desde la aventura quijotesca al
drama interno de Segismundo... Todo menos estar con los brazos cruzados. Don
Miguel no puede callar, no puede contener su fértil vida interior y agitará
ruidosamente las mentes de sus contemporáneos. Todo su ser está saturado
de lo religioso, del más allá.
El
drama de su vivir encarna como pocos el de la presente generación. Don
Miguel perteneció en su juventud a la Congregación Mariana de los Luises,
de la que fue Secretario. En algún momento llegó a pensar hacerse
sacerdote. La Universidad arrancará de cuajo sus creencias y le llevará a
una situación pendular entre el creer y el no-creer: "Soy hereje de
todas las herejías". Por ello, quien se acerca a él buscando
respuestas saldrá defraudado. Su fuerte responsabilidad era un buzón
gigante de preguntas, de interrogantes: "os quiero inquietos de no
estar inquietos".
Ya
en Salamanca, después de haberse confesado ateo, republicano, socialista,
sigue con sus inquietudes. Charla con el P. Arintero... Una noche no puede
dormir: ha escuchado penetrante la voz del Salmo: ¡Si hoy escucháis su voz
(de Dios), no endurezcáis vuestro corazón! ¿Endureció Don Miguel su
corazón? Quizás en ocasiones.
Lo
que nos acerca a la intimidad de su persona es su Diario íntimo, donde
confiesa en silencio y a solas. En un arranque de sinceridad, nos hace la
confidencia siguiente:
"He
llegado hasta el ateísmo intelectual, hasta imaginar un mundo sin Dios,
pero ahora veo que siempre conservé una oculta fe en la Virgen María. En
momentos de apuro, se me escapa maquinalmente esta exclamación: "María,
Madre de Misericordia, favoréceme". Llegué a imaginar un poemita de
un hijo pródigo, que abandona la religión materna. Al dejar este hogar del
espíritu sale hasta el umbral la Virgen y allí le despide llorosa, dándole
instrucciones para el camino. Decuando en cuando vuelve el pródigo su vista
y allá, en el fondo del largo y polvoriento camino que por un lado se
pierde en el horizonte ve a la Virgen, de pie en el umbral, viendo marchar
al hijo. Y cuando al cabo vuelve cansado y deshecho encuentra que le está
esperando en el umbral del viejo hogar y le abre los brazos, para entrarle
en él y presentarla al Padre.
María
es de todos los misterios, el más dulce. La mujer es la base de la tradición
en las sociedades, es la calma en la agitación, el reposo en las luchas. La
Virgen es la sencillez, la ternura.
De
mujer nació el Hombre Dios, de la calma de la humanidad, de su sencillez.
Se
oye blasfemar de Dios y de Cristo y mezclarlos a sucias expresiones, de la
Virgen no se oye blasfemar. Dijo Cristo que los pecados contra Él se
perdonarían, pero no los pecados contra el Espíritu Santo, y pecado de los
mayores contra el Espíritu Santo es insultar a su Esposa y blasfemar de
ella.
Sedes
sapientiae. Así, sapientiae, no scientiae. Asiento de la sabiduría. María,
misterio de humildad y de amor, es el asiento de toda sabiduría. Pasan
imperios, teorías, doctrinas, glorias, mundos enteros y quedan en pie la
eterna calma, la eterna virginidad, y la eterna maternidad, el misterio de
la pureza y el misterio de la fecundidad. Sedes sapientiae; ora pro nobis...
Cristo
está aun muy alto; aparece a los débiles casi inasequible. A Él se va por
María, la humilde y obediente.
La
eterna Sabiduría, el Verbo, el Verbo que era en el principio de Dios, por
quien fueron hechas todas las cosas, la Razón divina que presidió a la
Creación, encarnó en una mujer, en una simple mujer, en María. Su mérito
fue la humildad, la perfecta humildad, la obediencia, ecce ancilla Domini".
Vemos
a María acercando corazones a Dios. Unamuno se consagró a ella de joven,
la Virgen se consagró a él pese a su abandono y le ayudará en todos los
momentos difíciles, como Don Miguel mismo nos confiesa.
Al
pasar por el santuario de la Virgen del Camino, en León, le dedicó este
poema:
Oh
alma sin hogar, alma andariega,
que duermes al hostigo a cielo raso,
trillando los senderos al acaso,
bajo la fe de una esperanza ciega.
Ese cielo, tu padre que te niega
paz y reposo, bríndate al ocaso
roja torre de nubes, en que el vaso
que ha de aplacar tu sed al fin te entrega.
Una
noche, al pasar, en una ermita
te acogiste a dormir; sueño divino
bajó a tus ojos desde la bendita
sonrisa de la Virgen del Camino,
y ese sueño es la estrella en que está escrita
la cifra en que se encierra tu destino
Fuente: Periodismo Catolico