María y la Juventud

La Iglesia no se cansa de asegurar que los jóvenes son la esperanza del mañana. Y si María es la que mejor ayuda y ofrece el ejemplo de vivencia de la esperanza, el joven debe acogerse a Ella con un interés y un amor entrañable, como lo hicieran los jóvenes en los mejores tiempos.

La juventud actual siente anhelos de hacer nuevas las cosas. Pues bien, María puede llegar a ser el tipo ideal al cual dirigir su mirada y su ilusión; tipo en el cual se pueden inspirar sus ansias de renovación de la sociedad actual, porque la Virgen señala con rasgos seguros el camino de la humanidad nueva, que se dirige hacia el hombre nuevo, Jesucristo.

Siendo cierto lo que dice Juan Pablo II de que "María debe encontrarse en todas las vías de la vida cotidiana de la Iglesia" y por ende, en la vida del joven, éste puede hallar la figura concreta que ilumine su vida, puesto que en Ella culmina la auténtica vida cristiana de liberación y santificación.

Esto resulta evidente, ya que el joven de hoy quiere a toda costa ser libre de todo aquello que no es vida auténtica o que no llega a responder plenamente a la más verdadera realidad. El joven busca mayor autenticidad; rehúsa lo tradicional por hallarlo falto de creatividad o por depasado: rechaza el legalismo porque lo encuentra frío y sin vida: desprecia la autoridad cuando ve que ésta se halla desprovista de competencia y de testimonio auténtico; quiere romper a toda costa con los esquemas opresores del pasado porque los considera una ofensa a la persona-lidad.

Precisamente la Virgen María ofrece el gran modelo de libertad y de realidad verdadera. Ella estaba sometida a la Ley mosaica, pero en su interior, obrando libremente, dejó la estructura del Antiguo Testamento para entrar en la etapa nueva del Nuevo Testamento; se presenta como la anti-estructura porque llegó a sumergirse en el régimen divino de la gracia, de la libertad y de la comunión con Dios y su prójimo, tanto que su canto del Magníficat se considera como la Carta Magna de la revolución evangélica. ¡Qué bueno sería que nuestros jóvenes la reflexionaran bajo esta perspectiva!.

El mundo juvenil siente una fuerte llamada a la vivencia de la pobreza y para ello, muchos jóvenes tratan de librarse de lo superfluo y aún de cierta cultura adquirida, llena de lujo y de egoísmo muchas veces, para tratar de vivir en fraternidad y aún llegar hasta la comunidad de bienes. Estos son anhelos muy válidos que tienen una gran fuerza evangélica cuando se los sabe canalizar debidamente.

Aquí también María les ofrece una imagen vivísima de la pobre de Yahvé, totalmente libre, sin apegos terrenales y siempre dispuesta a ceder sus ideas y pensamientos para dar paso en Ella al Espíritu de Dios, quien para llenar el hombre primero lo despoja.

De esto, el ejemplo más claro lo tenemos en el Calvario, al pie de la Cruz, en donde la Virgen perdió todo, hasta su propio hijo, para llegar a ser la Madre de todos, la Madre de la humanidad. Mirando así el joven a la Virgen, puede llegar a poseer una riqueza espiritual tal, que lo esté impulsando siempre a vivir en la pobreza material de desapego y autenticidad.

De todas maneras, nadie se imagina a la Virgen en un palacio, con grandes riquezas. Pero tampoco se identifica María, con los numerosos pobres y míseros, entre ellos muchos jóvenes, que viven en su interior llenos de amargura y aún de envidia para con los demás, siendo así ricos ellos mismos en su propia ambición humana y material.

El joven debe ver en María pobre, aquella persona llena de felicidad, que ama con pleno gozo y que siente la perfecta alegría de poseer en plenitud, con la energía de la esperanza, la riqueza más grande que el mismo Dios, su todo.

Es por tanto, la Virgen María, un estímulo para todos los jóvenes, para que realicen una verdadera espiritualidad y sus anhelos interiores de contemplación, en medio del quehacer cotidiano, en medio de los demás. Allí en el cumplimiento del deber diario, con todas la consecuencias que éste conlleva, han de tener cabida y plena realización, el espíritu y el ideal de oración y de contemplación, como lo hizo María. No en una huída extravagante del mundo, sino en la misión que cada uno debe cumplir en su vida según el designio de Dios.

Hay algo más aún: Los jóvenes de hoy, muchos de ellos, habiendo roto con la estabilidad local, sienten un gran deseo de movilidad, de viajar, de salirse del medio ambiente restrictivo y encerrado, para ir en busca de mundos nuevos que sueñan, sin saber en qué consisten. Es una especie de búsqueda en la oscuridad que para no pocos termina en la náusea o en el suicidio.

María se presenta ante estos jóvenes así desorientados, como la gran peregrina, la gran viajera de la historia, porque su vida fue un viaje continuo, conociendo varios lugares entre sí distantes, tras "el mundo nuevo", tras "la buena nueva" del Evangelio de Cristo.

Finalmente, el joven actual habla mucho de amor, canta al amor. Sería bueno que por medio de la catequesis, se penetrara bien del valor religioso de esa virtud, para no desvirtuarla. Debe aprender de María el vivir en el amor: el amor puro, el amor casto, el amor desinteresado, el amor a Dios y al prójimo. Fue precisamente la obra por excelencia de la Virgen el generar la presencia de Jesús a través del amor, por medio y la acción del Espíritu Santo, que es el Amor en Dios.

¡Cuánto podría hacer la Religiosidad Popular bien orientada, para que nuestros jóvenes, a la luz de la devoción mariana y de la imitación de la vida de la Virgen, den impulso nuevo a la vida cristiana y del mundo moderno, con su "sangre nueva", revitalizando y re-creando, la vivencia cristiana a su alrededor.

Artìculo tomado del Semanario Eco Católico