MARÍA, MADRE Y SIERVA


Los evangelios de la infancia son el lugar privilegiado del anuncio 
sobre María, sobre todo en Lucas. Pero el relato de la anunciación es considerado como la 
summa de todo lo que dice de ella la revelación. La Virgen no es una figura que haya que 
aislar para poner mejor de relieve sus prerrogativas; tiene que verse en el misterio de Cristo 
y de la iglesia, en donde asume su valor personal y su función comunitaria. Por esto una 
teología de los privilegios marianos no consigue muchas veces evitar cierto 
empobrecimiento de la figura de María. El Vat II no podía encontrar mejores expresiones 
cuando exhortaba a los teólogos y a los predicadores a evitar toda forma de minimalismo o 
de maximalismo a la hora de ilustrar "rectamente las tareas y los privilegios de la Virgen, 
que tienen siempre como finalidad a Cristo, origen de toda verdad, santidad y devoción" ("... 
manera et privilegia Beatae Virginis, quae semper Christum spectant...": LG 67). En esta 
perspectiva, el misterio de la anunciación, en la reforma litúrgica que ha nacido del concilio, 
ha vuelto a tener su denominación: Anunciación del Señor. Recojamos los datos de una 
verdadera teología bíblica. 
María es grande porque se vio asociada, como ninguna otra persona, al misterio del Dios 
de las misericordias. Fue invitada a la alegría mesiánica como verdadera hija de Sión, es 
objeto del favor de Dios porque ha sido elegida desde siempre (cf Ef 1,4) para ser madre 
del Verbo. Su mismo ser está puesto en relación con otro: ella es con todo su ser la madre 
de Jesús. Puede llegar a ser madre porque "ha encontrado gracia ante Dios" (Lc 1,30). Al 
dibujar el rostro interior de María, Dios no puede hacer otra cosa que revelarse a sí mismo y 
su plan de gracia. La economía del AT había tenido una verdadera función salvífica, Ias 
promesas hechas a Abrahán, a David y a su descendencia habían representado el camino 
de aquel "que es, que era, que ha de venir" (Ap 1,8). María está en el vértice del AT, 
cuando las promesas se convierten en cumplimiento. En ella está la permanencia del resto 
de Israel, la fuerza de los anawim, que se convierten en el lugar privilegiado de la 
manifestación de Yavé; el Dios-con-nosotros (Is 7,14) ha podido ser visto, escuchado, 
palpado con nuestras manos (IJn 1,1) porque ante todo se hizo el Dios encarnado en ella. 
La grandeza de la persona humana, asumida en el plan de Dios, sobrepasa con mucho 
cualquiera de nuestras perspectivas. Hay una persona que ha sido escogida y preparada 
para ser tabernáculo escatológico del Dios presente entre los hombres, puesta 
constantemente bajo la sombra del Altísimo. Ella ha sido llamada a la colaboración más alta, 
con todo su ser. El Verbo se hizo carne cuando ella, impulsada por la luz y por la fuerza del 
Espíritu, se ofreció con plena disponibilidad a la palabra y a los designios de Dios. También 
María es parte eminente del plan salvífico que Dios nos propone aceptar en la fe. Todo esto 
tiene un gran valor incluso en el plano ecuménico, ya que sobre esta base es posible un 
encuentro y un camino ulterior. Efectivamente, para las iglesias reformadas el papel y la 
misión de María parecen estar en contraste con la unicidad del único mediador entre los 
hombres y Dios, Jesucristo (ITim 2,5-6). Pero hemos de tener siempre presente que los 
dones y las llamadas de Dios son de siempre y para siempre. Es propio de la inagotable 
mediación de Cristo suscitar otras mediaciones subordinadas. María, como dice el Vat II, no 
oscurece ni disminuye en nada la única mediación de Cristo, sino que muestra su eficacia 
(LG 60). Hay un anuncio a la Virgen para la maternidad de Cristo, primogénito entre muchos 
hermanos (Rm 8,29), que contiene también el anuncio de un papel efectivo maternal para 
con los hermanos de Jesús, aquellos que acogen su palabra (Mc 3,35; Lc 11,27-28; LG 6 1 
.62). 
M/FE-PROGRESO: Finalmente, se puede subrayar un aspecto de viva actualidad. La 
irrupción de Dios en la Virgen tiene todas las características de la llamada profética. Dios 
desarraiga, a lo largo de la historia, a las personas y a las familias de su existencia ordinaria 
para hacerlas protagonistas de la historia de la salvación. No hay para ellos otra seguridad 
que la palabra de Dios; no hay otro apoyo que el de su fidelidad. El futuro está totalmente 
cargado de misterio; exige una constante respuesta de fe. María no pudo prever lo que 
contenía el misterio de la anunciación; se encontró en las condiciones de virgen-madre (Mt 
1,18-19); no comprendió ciertas actitudes y palabras del Hijo (Lc 2,48-50); también ella tuvo 
que avanzar por el camino de la fe y conservó fielmente su unión con el Hijo hasta la muerte 
(cf LG 58). 
En contra de cierta hagiografía y de cierta iconografía devocional, la anunciación y los 
años que la siguieron fueron el éxodo de la hija de Sión, la experiencia de la pobreza sin 
proyectos, la llamada a vivir la radicalidad de Dios. La familia de Nazaret no es sagrada por 
estar inmersa en una luz y una atmósfera ultraterrena, sino porque es auténtica profecía. 
Desde el punto de vista homilético siguen siendo válidas las perspectivas de la Marialis 
cultus, que presenta la Anunciación del Señor como "fiesta conjunta de Cristo y de la 
Virgen". Por tanto hay que desarrollar fructuosamente las indicaciones de este documento 
en la linea cristológica, mariológica y, consiguientemente, eclesiológica y antropológica. 
"Con relación a Cristo, el oriente y el occidente, en las inagotables riquezas de sus liturgias, 
celebran dicha solemnidad como memoria del fiat salvador del Verbo encarnado, que 
entrando en el mundo dijo: He aquí que vengo (...) para hacer, oh Dios tu voluntad (cf Heb 
10,7, Sal 39,8-'j), como conmemoración del principio de la redención y de la indisoluble y 
esponsal unión de la naturaleza divina con la humana en la única persona del Verbo. Por 
otra parte, con relación a María, como fiesta de la nueva Eva, virgen fiel y obediente, que 
con su fiat generoso (cf Lc 1,38) se convirtió por obra del Espíritu en madre de Dios y 
también en verdadera madre de los vivientes, y se convirtió también, al acoger en su seno 
al único Mediador (cf ITim 2,5), en verdadera arca de la alianza y verdadero templo de Dios; 
como memoria de un momento culminante del diálogo de salvación entre Dios y el hombre, 
y conmemoración del libre consentimiento de la Virgen y de su concurso al plan de la 
redención" (MC 6). 

(·MORI-E-G. _DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 151 s.)