07. HE AQUÍ LA SIERVA DEL SEÑOR

 

A) ENTRE LOS POBRES DE YAHVEH

María se halla entre los anawim, es decir, entre los "pobres de Yahveh", en el "resto" fiel a la alianza (So 3,12-13). Son los pobres de espíritu, abiertos a los designios de Dios, que no confían ni esperan la salvación más que de Yahveh. El Magnificat de María vibra con los sentimientos y piedad de esos pobres. En él oímos la voz de una mujer, que asimiló de manera tan profunda el espíritu de los "pobres" que en el momento de la Encarnación llegó a ser su exponente más perfecta y conmovida. Aunque prometida a un descendiente de David, María se sitúa entre los pobres. Pobre de corazón, donde Dios se fija, María fue elegida para la misión más alta, la de dar al mundo el Salvador. Y es esto, la mirada bondadosa de Dios hacia su pequeñez, lo que María celebra.

Invitada por el ángel a la alegría, María canta: "Mi alma glorifica al Señor" (Lc 1,46). Ella representa a una nación a; la que Dios viene a salvar, nacida en el desierto, encontrada por Dios al borde del camino polvoriento, que Él ha recogido, lavado, alimentado, que ha amado misericordiosamente y adornado como a una esposa (Ez 16). La mujer de las doce estrellas representa también a Eva, a quien Dios hace misericordia cuando anuncia la enemistad entre ella y la serpiente. Aun siendo santa, inmaculada, María es ante Dios la criatura que invoca la piedad de Dios y a quien Dios responde: "Has encontrado gracia" (Lc 1,30). María es madre por misericordia, creada en la salvación que Dios realiza en Cristo.

Los "pobres de Yahveh" confían tan fuertemente en el poder yen la ayuda de Dios que su actitud ha pasado a ser típica de la fe bíblica en Dios. El hombre no puede esperar nada de sí mismo, sino todo de Dios y de su gracia. María ha demostrado esta fe con su asentimiento y su obediencia a la misión divina y, en el Magnificat, da expresión agradecida a esa fe en Dios, "Santo es su nombre". María es una de esas personas que viven enteramente de santo temor y temblor ante Dios, como antes de ella habían vivido otros en el pueblo de Dios y que, como ella, habían experimentado la misericordia de Dios: "Su misericordia, de generación en generación, para los que le temen".

Esta fe, que exalta la misericordia de Dios, no deja huella en María de resentimiento hacia los poderosos. Ella sabe que el poder de Dios está por encima de los potentes y que actúa según su gracia. La admiración por la grandeza de Dios llena toda el alma de María. Dios actúa de forma tan asombrosa que el hombre temeroso de Dios reconoce la mano divina y experimenta su intervención en protección del humilde y del pobre. Por eso María, en la acción incomprensible y exultante de Dios experimentada por ella, ve la acción de Dios para todos los pobres que ponen en El su confianza. Ella se sabe miembro del pueblo de Israel, el "siervo" elegido de Dios (Is 41,8). En ella llega a su cima la historia de la salvación, llegan a su cumplimiento todas las promesas divinas. En ella es glorificada la fidelidad de Dios.

El centro de interés fundamental de los dos primeros capítulos del evangelio de Lucas es Israel. Los personajes particulares no tienen ningún relieve individual; se les describe no por ellos mismos, sino como manifestación de la fe de Israel, de su esperanza, de su gozo. Sus cánticos, personales, son ante todo cánticos de acción de gracias de Israel. Bajo este aspecto María no es un caso aparte, a no ser en cuanto que ella es la personificación más alta de Israel.1

La identificación de María con Israel estuvo preparada por la historia de la salvación, que se presenta como una concentración progresiva de la elección divina. De la nación se pasa al "resto" de los pobres de Yahveh, para llegar a María, el último paso de la preparación del pueblo elegido, ápice de la pirámide de las elecciones, concentración del "resto" en una persona. Lucas, en la Anunciación, recoge la profecía de Sofonías (3,14-17), identificando a la Hija de Sión con María, que exulta por la venida del Mesías a su seno.

El Magníficat está entretejido de expresiones que se aplican a Israel: el gozo, la pobreza, el servicio, la bienaventuranza se le atribuyen a Israel o a la Hija de Sión.2 En el Magnificat se pasa insensiblemente de la acción de gracias de María a la de Israel, de la pobreza de María a la de todos los pobres; así de la personificación original de Israel en Abra-

1 R. LAURENTIN, Structure et Théologie de Luc I-II, Paría 1957,p.15O.
2
Ha
3,16-18; Dt 26,7; Esd 9,15; Ml 3,11; Dt
2,21.

ham, pasando por la ampliación del pueblo, se vuelve a la personificación en María, en quien se realiza la promesa.

El Magnificat nos revela que María vive profundamente en el mundo espiritual y cordial del Antiguo Testamento. El Magnificat expresa lo que siente y piensa su pueblo entero; hace presente toda su historia. María vive dentro de la gran expectación del Mesías. María siente que está llegando la "plenitud de los tiempos"; la revelación en ella puja por su cumplimiento. Como quien está llamada a dar inicio a ese cumplimiento ella percibe interiormente esa tendencia. La expectación del Mesías, que vive todo el pueblo, en María se hace personal, aunque no pueda delinearse de modo muy concreto. Cuando en la hora de la Anunciación llegó el cumplimiento, con toda la conmoción de aquel hecho inaudito, en el interior de María, como respuesta a su inexplicable presentimiento, surgiría como una voz: iCon que era esto!3

María vivió siempre bajo la mirada de Dios en el reconocimiento de su pobreza y en el incesante himno de alabanza a Aquel que había hecho en ella grandes cosas. Como "pobre de Yahveh", la Virgen está totalmente llena de la presencia del Señor, habitada y conducida por El, dócil en dejarse amar por El, que la escogió y la llenó de su gracia. En su virginidad, María es el silencio en el que resonó la Palabra eterna, la noche acogedora en que refulge la luz que ilumina a todo hombre. María es el templo de Dios, la morada santa, habitada por la presencia del Eterno; es el vacío virginal colmado de la divina presencia, el ambiente en el que el Omnipotente realiza sus pro-

3 R. GUARDINI, La madre del Señor, o.c, p.40-43.

digios. La oscuridad y el recogimiento del seno de María contienen en la interioridad y en el silencio la aurora de la nueva mañana del mundo. La Virgen está en lo profundo, en la fuente de donde brota pura el agua que saciará la sed de los hombres. María, en su pequeñez, está bajo la mirada de Dios y se deja plasmar por su gracia. María es la mujer que agrada a Dios, pues "su adorno no es exterior, sino el interior del corazón, el adorno inmarchitable de un espíritu apacible y sereno. Esa es la belleza a los ojos de Dios" (1P 3,4).

Como escribe Lutero, comentando el Magnificat: "Para comprender bien este santo canto de alabanza hay que notar que la bendita Virgen María habla por propia experiencia, habiendo sido iluminada y amaestrada por el Espíritu Santo, ya que nadie puede entender rectamente a Dios ni la Palabra de Dios, si no le es concedido directamente por el Espíritu Santo. Pero recibir tal don del Espíritu Santo significa hacer la experiencia de El, gustarle, sentirlo. El Espíritu Santo enseña en la experiencia como en su propia escuela, fuera de la cual no se aprende sino palabras y charlatanerías. Por tanto a la santa Virgen, habiendo experimentado en sí misma que Dios obra grandes cosas en ella, humilde, pobre y despreciada, el Espíritu Santo le enseña este rico arte y sabiduría, según la cual Dios es aquel Señor que se complace en ensalzar lo que es humilde y en abajar lo que está en alto".4

Esta primacía del ser sobre el tener y sobre el obrar dispone a María para escuchar la palabra de Dios, la permite estar atenta a los signos del paso de Dios y acoger el anuncio del ángel, dejándose cubrir por la sombra del Espí-

4 M. LUTERO, Comentario al Magníficat, Weimar 7,p.546.

ritu Santo: "Atender con María y en María es escuchar el murmullo irresistible de la fuente que está dentro de nosotros, el Espíritu Santo. Es él la fuerza motora del amor que reconcilia el universo".5 La virginidad acogedora se expresa en María como asentimiento en la libertad, como colaboración en la obra de aquel que la eligió y la plasmó en la gracia, como vínculo indisoluble de su ser virgen con su ser madre. La oración colecta de la Misa "La Bienaventurada Virgen María, linaje escogido de Israel", implora:

Oh Dios, que has escogido como Madre del Salvador a la Bienaventurada Virgen María, que sobresale entre los pobres y humildes; concédenos, te rogamos, que, siguiendo sus ejemplos, te presentemos el obsequio de una fe sincera y pongamos sólo en Ti la esperanza de nuestra salvación.

5 C.M. MARTINI, La dorna della reconciliazione, Milán 1985, p.12.

 

B) HIJA DE SIÓN

Sión es el signo vivo de la presencia de Dios entre los hombres, como el seno de María es el lugar de Dios con nosotros, el Emmanuel. Sión es "el lugar que Yahveh ha elegido para que en ella habite su nombre" (1R 11,13; 2R 21,4; 23,27). La Sabiduría divina proclama: "En Sión me ha establecido, en la ciudad amada me ha hecho Él habitar; he echado raíces en medio de un pueblo santo" (Si 24,10-12). "Sabréis entonces que yo soy Yahveh vuestro Dios, que habito en Sión, mi monte santo, santa será Jerusalén" (J14,17). "En adelante el nombre de la ciudad será: Yahveh está allí" (Ez 48,35), concluye el libro de Ezequiel. Sión es el signo "de la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial" (Hb 12,22).

Hacia Sión, la santa morada del Altísima, confluirán todos los pueblos, como cantan los salmos de peregrinación.6 "Se llamará a Jerusalén trono de Dios y en torno a él se congregarán todos los pueblos" (Jr 3,17). Sión es cantada en su personificación con todas las cualidades de la mujer: virgen, esposa, madre, viuda, estéril, hija.7 "Tu esposo es tu creador" (Is 54,5). Sión es como un seno materno, donde todos han nacido.8 Sión es también, como las mujeres estériles de la historia de Israel, una mujer viuda y estéril, que la fuerza de la gracia de Dios transforma en fuente de vida: "Exulta, estéril que no das a luz, rompe en gritos de júbilo y alegría, tú que no has tenido los dolores, que más son los hijos de la abandonada que los hijos de la casada, dice Yahveh" (Is 54,1). Así puede "no recordar más la afrenta de su viudez" (Is 54,4), porque "no ha enviudado Israel ni Judá de su Dios" (Jr 51,5).9

Sión es hija, "la virgen hija de Sión" (Lm 2,13), amada de Yahveh, que es para ella esposo, padre y madre (Os 11; Is 49,15). El seno de la hija de Sión es la sede de la presencia de Dios en el templo y en la casa o dinastía de David. A esta hija de Sión invita a alegrarse el profeta

6 Sal 120-134; 46;48; 84;87; Is 2,2-5; 60.
7
Como esposa, cfr. Os 1-3; Is 5,1-7; Jr 2,2; 31,21-22; Ez 16;Ap 21-22. Como ciudad-madre cfr. Is 49,21; 54,1; 51,18; 48,2; 49,20; 51,18-20; Sal 87.
8
Sal 87; Is 66,7-8.10-11.13; Is 26,18; Mi 4,10.
9 E.G. MORI, Hija de Sión, NDM, p.824-834.

Sofonías: "iAlégrate, hija de Sión, alégrate y exulta de todo corazón, hija de Jerusalén! iYahveh, rey de Israel, está en medio de ti (en tu seno: be-qereb)... Yahveh, tu Dios, está en medio de ti, ipoderoso salvador! Exultará de gozo por ti, te renovará por su amor; danzará por ti con gritos de júbilo, como en los días de fiesta" (So 3,14ss).

En el saludo del ángel en la Anunciación: "iAlégrate!" (Lc 1,28) resuena el anuncio denso del gozo mesiánico, dirigido a la "Hija de Sión". El motivo de ese ¡Alégrate! está en el hecho de que el Señor viene a residir en Sión como Rey y Salvador. El anuncio "el Señor es rey de Israel en medio de ti", "el Señor, tu Dios, en tu seno" (So 3,15.17) halla su cumplimiento pleno en María: "concebirás en tu seno... y reinará sobre la estirpe de Israel por siempre" (Lc 1,31.33). La Hija de Sión, personificación abstracta de Israel, se actualiza en la persona de María, que acoge la promesa mesiánica en nombre de Israel. La presencia de Yahveh en la Hija de Sión se actualiza en el misterio de la concepción virginal de María. En María encuentra un cumplimiento nuevo e inaudito la esperanza de Israel. El cumplimiento es tal que supera toda esperanza.

En el anuncio mesiánico se le había dicho a Sión: "iAlégrate vivamente, hija de Sión! ¡Exulta, hija de Jerusalén! He aquí que el rey viene a ti; es justo y victorioso, humilde y montado en un asno, sobre un pollino, hijo de asna" (Za 9,9). "iAlégrate, hija de Sión! iLanza gritos de alegría, Israel! Regocíjate y exulta de todo corazón, hija de Jerusalén! Yahveh ha retirado las sentencias contra ti, ha alejado a tu enemigo. iYahveh, Rey de Israel, está en medio de ti, no temerás ya ningún mal! Aquel día se dirá a Jerusalén: iNo tengas miedo, Sión, no desmayen tus manos!

Yahveh, tu Dios, está en medio de ti, iun poderoso salvador! El exulta de gozo por ti, te renueva por su amor; danza por ti con gritos de júbilo, como en los días de fiesta" (So 3,14-18). "Tierra, no temas, exulta y regocíjate, porque Yahveh ha hecho maravillas... Hijos de Sión, exultad y regocijaos en Yahveh vuestro Dios... Sabréis que yo mismo estoy en medio de Israel" (JI 2,21.23.27). "Lanza gritos de alegría, estéril, que no das a luz; estalla de gozo y de júbi, lo tú, que no has conocido los dolores del parto, porque más numerosos son los hijos de la abandonada que los de la desposada, dice Yahveh" (Is 54,1). La invitación a la alegría es el anuncio de la fecundidad maravillosa de la hasta entonces estéril, fecundidad debida a que Yahveh vuelve a reanudar sus relaciones de esposo con Sión. María es el "resto santo" del pueblo de Israel que se transforma en el germen del pueblo cristiano; es al mismo tiempo "hija de Israel" y "madre de la Palabra".10

Sobre todo, el símbolo "Hija de Sión" caracteriza a Israel como esposa, madre y virgen. Se la designa como la "Hija de Sión", la "Madre Sión" y la "Virgen Sión". Así, pues, bajo el simbolismo de la "Hija de Sión" se presentan los tres aspectos principales del misterio del pueblo de Israel, que vendrá a ser el misterio de María. Ella es, en primer lugar; la "Esposa" de Yahveh. Por ello se convierte en la "Madre" del pueblo de Dios, la "Madre Sión" (Sal 87), pero es simultáneamente la "Virgen Israel".

El texto hebreo del salmo 87 dice así: "De Sión se dirá: Este y el otro han nacido de ella" (v.5). Y en la versión de los Setenta dice: "Madre-Sión, dirá un hombre; y un hombre ha nacido de ella. Y El, el Altísimo la ha

10 J. RATZINGER, La figglia di Sión, Milano 1979, p. 62.

fundado". Y en el Targum del Cantar de los cantares (8,5) se encuentra este comentario: "En esta hora (mesiánica), Sión, la Madre de Israel, alumbrará a sus hijos y Jerusalén acogerá a sus hijos que vuelven del exilio".11 María recibe la alegría mesiánica en nombre de Sión y en nombre de la nueva Sión, la Iglesia.

En el Nuevo Testamento, la figura simbólica de la "Mujer-Sión" o de la "Hija de Sión" se aplica a una mujer concreta, María, la Madre de Jesús. María es la mujer en cuyo seno Dios se hace plenamente presente entre nosotros. A través de María, la "Mujer", como siempre la llama San Juan, nos ha venido a nosotros la salvación. El Antiguo Testamento desemboca en María que, al mismo tiempo, es el punto de partida del Nuevo Testamento, del tiempo mesiánico, del tiempo de la Iglesia. Toda la esperanza, que ha vivido Israel a lo largo de los siglos, se condensa en María. María se convierte así en la "Hija de Sión", la Mujer mesiánica. Con ella comienza el tiempo mesiánico, que no es únicamente el término de las esperanzas mesiánicas, sino también el tiempo de partida del tiempo escatológico, del tiempo de la Iglesia, que se prolongará hasta la consumación final de la historia de la salvación. María es, por ello, imagen de la Iglesia, donde se realiza el nacimiento de los hijos de Dios, los hijos del Reino: "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su hijo, nacido de mujer, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibamos la filiación adoptiva" (Ga 4,4-5; Cfr.4,21ss).

11 Cfr. también Is 60,1-7, donde Isaías celebra el esplendor de Jerusalén, imagen de la nueva Jerusalén, que se revelará al final de los tiempos como madre radiante.

San Pablo dirá de la Iglesia, nuevo Israel: "Os he desposado a vuestro único esposo, Cristo, para presentaros a Él como casta virgen". María, Iglesia naciente, es en su persona concreta esposa, virgen y madre, la imagen perfecta de la Iglesia. Pero María, en su persona y en su misión, es ya la Iglesia virgen y fecunda. Ella, según la iconografía, es la Mujer que, al pie de la cruz, recoge el agua y sangre que brota del costado atravesado de Cristo. María es la Iglesia fecunda en el agua bautismal, donde engendra a los hijos de Dios, y en la. Eucaristía con la que los alimenta.12

Cuando los profetas emplean la imagen de la "Virgen Israel", referida a Israel, lo hacen siempre en el contexto de la alianza (Jr 18,13; 31,4.21). En Am 5,1-6 Israel, la "virgen", es humillada por sus enemigos -como una virgen que es violada y deshonrada- porque ha sido infiel a los ojos de Yahveh. El pueblo de Dios sólo puede ser la "virgen Israel" manteniéndose fiel a la alianza con Dios. La fidelidad a la alianza es el amor intacto por el que la "virgen Israel" se une a Yahveh, su único "Esposo".

12 Puede verse en la catedral de Parma el bajo relieve en marfil, del s. XI-XII, esta escena.

El ángel Gabriel se dirige a María como a la hija de Sión. Pero, en su relación de alianza con Dios, la hija de Sión no era únicamente la "Virgen Sión", sino que, ante todo, era la Esposa de Yahveh. La virginidad de Israel no es otra cosa que la fidelidad de su relación esponsalicia con Dios. Esta relación esponsalicia entre Dios y la Hija de Sión es el símbolo de la relación de alianza entre Dios y su pueblo. En María el deseo de vivir plenamente para Dios, de vivir en total fidelidad a la alianza es el deseo de vivir esta relación esponsalicia con Dios. En María se da la paradoja cristiana: la virginidad se proyecta y expresa en las relaciones esponsalicias con Dios. La Virgen que se consagra a Dios se hace esposa de Cristo.13 San Cirilo, en el concilio de Efeso, dice: "Celebramos a María siempre Virgen, es decir, a la Santa Iglesia, y a su Hijo, Esposo suyo sin tacha".14

La virginidad del corazón de María, que constituye el verdadero significado de su virginidad corporal, nos permite descubrir el centro del misterio de María, conduciéndonos al centro del misterio de la alianza. En María hallamos el modelo perfecto del discípulo de Cristo, que está siempre a la escucha de la Palabra de Dios (Hch 2,42;22,3). Es lo que nos describe el evangelio, contraponiendo a Marta y María. Marta, "andaba afanada en los muchos cuidados de la casa". María, en cambio, "sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra" (Lc 10,38-42). Es la virgen "preocupada sólo de las cosas del Señor, de cómo agradarle, con el corazón indiviso, sin distracción" (1Co 7,33-35). Esto es válido también para los casados, pues Pablo invita a "que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran".

Esta es la actitud de María en la Anunciación. María está "desposada con un varón de nombre José", pero, después de la invitación a la alegría mesiánica, después del anuncio de su maternidad, María responde: "¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón". Aunque está unida a un varón, ella, que ha sido transformada por la gracia, "vive como si no lo tuviera". María está totalmente orientada a la virginidad, entregada totalmente a Dios, "al trato asiduo con el Señor, sin división" (1Co 7,35). María abre las filas del cortejo triunfante de los "ciento cuarenta y cuatro mil que fueron rescatados de la tierra y que siguen al Cordero adondequiera que va" (Ap 14,4).

13 Cfr. el texto litúrgico de la "Consecratio virginum".
14 SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA, Hom. 4: PG 77,996B-C.

La unión con el Señor de un corazón virginal y no dividido, permite al hombre abrirse a todos los hombres con amor ilimitado. Así es como se manifiesta la fecundidad del don total al Señor, que constituye la esencia' de la virginidad cristiana. La unión indivisa con el Señor no encierra el corazón en sí mismo, en una especie de intimismo espiritual, porque "Dios es amor" y lleva al amor. En María aparece esta fecundidad de su virginidad maternal. Su maternidad corporal con respecto al Hijo de Dios se dilata en una maternidad espiritual con respecto a todos los hijos de Dios: "Ella es la madre de sus miembros, es decir, de todos nosotros; porque, por su amor, contribuyó a que los creyentes nacieran en la Iglesia".15 Es la Madre Sión, la Madre del nuevo pueblo de Dios. Es lo que, inspirándose en antiguos textos, recoge la Lumen gentium, presentando el paralelismo entre María y la Iglesia:

15 SAN AGUSTÍN, De sancta virginitate 6: PL 40,399.

La Iglesia, contemplando la profunda santidad de la Virgen e imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se hace también madre mediante la Palabra de Dios aceptada con fidelidad, pues por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios. Y es igualmente virgen, que guarda pura e íntegra la fe prometida al Esposo, y a imitación de la Madre del Señor, por la virtud del Espíritu Santo, conserva virginalmente una fe íntegra, una esperanza sólida y una caridad sincera (LG 64).

La fe cristiana percibió, desde los orígenes, la presencia de Cristo en el Antiguo Testamento. Bajo esta luz, el corazón cristiano, amante y orante, fue comprendiendo que los elogios dirigidos en la Escritura a la Hija de Sión apuntaban, sobre todo, a la madre de Jesús, en quien encontraban su más alta justificación. Si Dios estableció enemistad entre la serpiente y Eva, la antepasada más remota, ¿no valdrían aquellas palabras para María, la madre del Mesías, el descendiente que aplastaría la cabeza de la serpiente? En la fiesta de la Inmaculada Concepción de María, la Iglesia pone en sus labios: "Me ha puesto los vestidos de la salvación, me ha envuelto en el manto de la justicia" (Is 61,10). Le dirige las alabanzas otorgadas a Judit: "Tú eres la gloria de Jerusalén, la gloria de Israel, el orgullo de nuestra raza" (Jdt 15,9). Isabel, exclamando: "iBendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!" (Lc 1,43), aplicó a María la alabanza dirigida a Judit: "Bendita seas tú, hija del Dios altísimo, entre todas las mujeres de la tierra, y bendito el Señor Dios" (Jdt 13,18). María es la ciudad de Dios, "de la que se dicen cosas hermosas" (Sal 87,3). La Iglesia la proclama "reina de los patriarcas", pues es por ella por quien éstos son antepasados venerables; "reina de los profetas", pues es a su seno al que han anunciado "el fruto bendito". María permanecerá por siempre como gloria de Israel. La Iglesia de hoy honra en ella al pueblo de la primera alianza. Dios, mirándola, "se acuerda de Abraham y de su descendencia para siempre" (Lc 1,55). La nube luminosa reposa eternamente sobre "la hija de Sión".

 

C) SIERVA DEL SEÑOR

Sierva del Señor es el único título que María se atribuye a sí misma. Este título significa obediencia al Padre y aceptación de su plan de redención a través de la encarnación del Hijo. La vocación de María es el servicio al Padre y al Hijo. María, como sierva de Dios, responde al plan de Dios personalmente y en nombre del nuevo Israel, que es la Iglesia de Cristo. Lo que Israel no llevó a cabo debido a su incredulidad y desobediencia, lo lleva a cabo María por su fe y obediencia al Padre. Lo mismo que el primer Israel comenzó con el acto de fe de Abraham, así el nuevo Israel comienza con el acto de fe de María, sierva de Dios. Dios Padre quiso que la encarnación del Hijo estuviera precedida de la aceptación de la madre, de manera que lo mismo que la primera mujer, en el orden de la creación, contribuyó a la muerte, así esta primera mujer, en el orden de la redención, contribuyera a la vida. La misión de esta sierva -lo mismo que la del siervo del Señor- será oscura y también dolorosa. El camino que el Padre le ha trazado al Hijo, lo ha trazado también para María, su madre. Y María, lo mismo que el Hijo, se abandona obediente a la voluntad del Padre.

En su pequeñez, María es la "mujer fuerte", que persevera en su fidelidad hasta la cruz de su Hijo, invitando a todos los discípulos a esperar la manifestación de la gloria prometida en su Hijo: "Cuando hayan acabado nuestros esfuerzos terrenos, nuestras `puertas' serán ver y alabar a Dios. Ya no se le dirá a la mujer fuerte: levántate, trabaja, escarda la lana, atiende a la lámpara, sé diligente, levántate de noche, abre las manos a los pobres, maneja el huso y la rueca. No tendrás que hacer nada de esto, ya que entonces mirarás a Aquel a quien tendía tu corazón y cantarás sin cesar sus alabanzas. Porque allí, en las puertas de la eternidad, se celebrará a tu Esposo con alabanza eterna".16 Pasarán las obras de los hombres, cuando pase la escena de este mundo (1Co 7,31), pero no pasará la acogida fecunda de la mujer fuerte, que se mantiene siempre junto al Hijo. Ella vivirá eternamente.

16 SAN AGUSTÍN, Sermo 37,20: PL 38,235.

En el Antiguo Testamento se reconocen siervas del Señor Ana, madre de Samuel (1S 1,11) y Ester (Est 4,17) y el salmista se reconoce "hijo de tu sierva" (Sal 86,16; 116,16). Israel mismo es, ante todo, "siervo de Yahveh" (Is 41,8...). María canta las maravillas que Dios ha hecho con su "siervo Israel", "poniendo los ojos en la pequeñez de su sierva" (Lc 1,48.49). Para ello ha dado su fíat: "hágase en mí según tu palabra". Con esta expresión recalca el carácter personal de la aceptación. María expresa el deseo de que suceda en ella lo que el ángel le ha anunciado. Ofrece su persona a la acción de Dios.

María es la síntesis del antiguo pueblo de la alianza y la expresión más pura de su espiritualidad. Ella es realmente la "propiedad particular" (Ex 19,5) del Señor, consagrada enteramente a su servicio. Pero, al mismo tiempo que compendia en sí misma la fe de la antigua alianza, María es la primera creyente del nuevo testamento, la primera de aquel pueblo de "corazón nuevo y de espíritu nuevo que caminará en la ley del Señor" (Ez 36,26-27). Sobre ella, criatura sin pecado y llena de gracia, desciende el Espíritu que plasma todo su ser y la hace templo de Dios vivo, después de haber dado su consentimiento libremente: "He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Con esta palabra, en respuesta al anuncio del ángel, María, "se consagró enteramente como sierva del Señor a la persona y a la obra de su Hijo" (LG 56).

"Dijo María: He aquí la sierva del Señor: hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Con esta respúesta, comenta Orígenes, es como si María hubiera dicho a Dios: "Heme aquí, soy una tablilla encerada, que el Escritor escriba lo que quiera, haga de mí lo que quiera el Señor de todo".17 Compara a María con una tablilla encerada que es lo que, en su tiempo, se usaba para escribir. Hoy diríamos que María se ofrece a Dios como una página en blanco sobre la que El puede escribir lo que desee.

17 ORÍGENES, Comentario al evangelio de Lucas, 18.

La Anunciación tiene la estructura "trinitaria" de una pascua anticipada. La iniciativa de Dios cumple mediante el Espíritu Santo la presencia del Hijo entre nosotros. A esta excepcional experiencia de gracia, María responde con la acogida de fe humilde y disponible. El nuevo comienzo del mundo se realiza en el misterio de la acogida creyente que la Virgen María presta a la iniciativa de gracia del Eterno.

La humildad de María no es la de la pecadora contrita. Se trata de la humildad inocente, alegre, de quien no le pasa por la mente dudar que las grandes cosas que la acontecen son un puro don de Dios. María, en su humildad, puede decir: "Todas las generaciones me llamarán bienaventurada", no por lo que yo soy, sino porque "el Poderoso ha hecho grandes cosas en mí".

Como escribe Luis Bouyer, la santidad de María es el fruto maduro de la acción del Espíritu en el seno de Israel: "La santidad y la maternidad de la Virgen son la flor y el fruto de la santidad y de la maternidad de gracia de Israel, fruto de la incubación del Espíritu. Lo mismo que la Iglesia, María sube de la tierra, de su desierto que florece bajo las ondas de ese cielo, y, sin embargo, baja de Dios, como el don mismo de la gracia incorporada al ser de la humanidad, a la criatura caída en trance de salvación". "En María llega el momento supremo de la historia humana y cósmica, cuando la palabra salvadora es escuchada plenamente mediante una fe perfecta, su creación suprema, y suscita la respuesta que alumbrará, no sólo a los salvados, sino ante todo al Salvador mismo".18

María, plasmada por el Espíritu Santo, es la persona más libre que exista: "Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad" (2Co 3,17). La libertad se nos da para decir un "" gozoso al amor de Dios. Nunca es más libre el hombre que cuando pronuncia su "sí" en los momentos decisivos de su vida, cuando al ser llamado responde con todo su ser: "heme aquí".19 Se es plenamente libre cuando se es capaz de responder con el sí del amor al amor ofrecido. La libertad no coincide con la autonomía. La autonomía se expresa frecuentemente con el "no", la libertad, en cambio, se vive en el "sí". Para ello, nuestra libertad es redimida, capacitada, por el Espíritu Santo (Ga 5,13). Plenamente libre para el amor, María responde: "He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra":

18 L. BOUYER, La Iglesia de Dios, Madrid 1973, p.668-672.
19
Cfr. Ordenación sacerdotal o el "sí" que se dicen mutuamente dos novios, que se aman, el día de su boda.

El Padre de las Misericordias quiso que precediera a la encarnación la aceptación de la Madre predestinada, para que así como la mujer contribuyó a la muerte, así también contribuyera a la vida... Así, María, hija de Adán, aceptando la palabra divina, fue hecha madre de Jesús, y abrazando la verdad salvífica de Dios con generoso corazón y sin el impedimento de . pecado alguno, se consagró totalmente a sí misma, cual sierva del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la redención con El y bajo El, por la gracia de Dios omnipotente. Con razón, pues, los Santos Padres estiman a María no como mero instrumento pasivo, sino como cooperadora a la salvación humana por la libre fe y la obediencia (LG 56).

En María, la Iglesia aprende el amor al silencio interior, la escucha profunda en donde la palabra planta su tienda entre los hombres. Los Padres celebraron la virginidad de María y de la Iglesia, comparándolas con la luna, que no brilla con luz propia, sino que se deja iluminar e irradia la luz del sol, que es Cristo: se trata de "la mujer vestida de sol" del Apocalipsis: "La gran mujer no es solamente la gloriosa, sino la que sigue siendo terrena, la que engendra con dolor, la que clama, la perseguida por el dragón, la que huye al desierto, la que buscando amparo mira a su Hijo arrebatado al trono de Dios. Todo esto ciertamente se lleva a cabo primero en el destino de la Iglesia que sufre en la tierra, pero también estuvo prefigurado en el destino terreno de la Madre de Dios... Así como la luna, astro nocturno, solamente es iluminada por la luz del sol, así como se transforma y mengua, así sucede con el destino de la Iglesia no transfigurada".20

Y lo mismo que la Virgen María, también la virgen Iglesia canta su Magnificat, porque ha escuchado la Palabra de Dios, la ha acogido, permanece en ella, la proclama y la pone en práctica. "La Iglesia, que desde el principio conforma su camino terreno con el de la Madre de Dios, siguiéndola repite constantemente las palabras del Magnificat" (RM 37).

Por eso el cántico de María es a la vez el cántico de la Madre de Dios y el de la Iglesia, cántico de la Hija de Sión y del Nuevo Pueblo de Dios, cántico de acción de gracias por la plenitud de gracias derramadas en la Economía de la salvación, cántico de los "pobres" cuya esperanza ha sido colmada con el cumplimiento de las promesas hechas a nuestros padres, "en favor de Abraham y su descendencia por siempre" (CEC 2619).

20 HUGO RAHNER, María yla Iglesia, p.121-122.